Me gusa lo prohibido
por
elubitsch
género
incesto
Mis suegros nos habían ayudado en la mudanza y, para agradecérselo, mi ex y yo les invitamos a comer.
En el restaurante nos sentamos en una mesa cuadrada. Mi ex a mi izquierda, mi suegro en frente y mi suegra a mi derecha.
En un momento dado me incorporé un poco para tomar el salero y, al hacerlo, roce con mi rodilla en el lateral de la rodilla de mi suegra.
Al poco de sentarme de nuevo normal, noté de nuevo en mi rótula el lateral de la rodilla de mi suegra, al incorporarse ella también para tomar el salero y la aceitera. Pero cuando se volvió a sentar con normalidad, no despegó su rodilla de la mía. Sorprendido y excitado, con el corazón acelerado y la entrepierna hinchada, decidí no apartar mi rodilla de la suya y seguir tocándonos de ese modo, para disfrutarla y que notara que sentir su contacto no me m*****aba. Si ella quería decirme que le gustaba y excitaba ese contacto, yo quería decírselo de ese modo también.
Mientras, la conversación en la mesa empezó a dirigirse hacia ciertas bromas y burlas a mi suegro, que yo entendí como indirectas para que supiera que ella estaba, en cierto modo, insatisfecha con él.
A los pocos días, visitamos la casa de mis suegros. Tras la comida, que me pasé intentando contactar de nuevo con mi suegra bajo la mesa pero en vano, fui un momento al baño. Al colocarme frente al inodoro, vi que estaba la cesta de la ropa sucia. Me vino la tentación de indagar dentro y ¡bingo!, unas bragas usadas de mi suegra, que olí rápida y furtivamente y me guardé en el bolsillo del pantalón. Dudé un momento si masturbarme, no ya por la excitación, sino por disimular mi erección. Pero conseguí solucionar ese inconveniente dirigiendo mi pensamiento hacia las tareas que tenía pendientes para esa semana.
Ese año, nos tocó pasar la Nochevieja en casa de mis suegros. Tras preparar la cena, cenar y la sobremesa con normalidad, aunque yo con cierta excitación, pues llevaba una temporada masturbándome con sus bragas en mi casa, nos dirigimos hacia los sillones para preparar las uvas frente al televisor.
Mi ex sacó la cámara de fotos para hacernos una de recuerdo los cuatro. Mientras ella la preparaba para salir todos en la foto con la función de automático, el resto nos empezamos a colocar para entrar en el encuadre, de tal modo que, por un momento, con el afán de encontrar la posición para el retrato, mi suegra se sentó con su entrepierna sobre mi rodilla al estar yo en cuclillas. Para no desequilibrarme, sujeté su culazo con mi mano, aprovechando para pasarla por él más de la cuenta pero con disimulo. Y cuando mi ex vino hacia nosotros para salir en la foto, mi suegra rápidamente cambió la posición para despegarse de mi y colocarse más cerca de su marido.
Cuando mi ex se incorporó para ir en busca de la cámara, yo aproveché para irme al cuarto de baño, disimulando como pude la erección que abultaba mi entrepierna.
Está vez sí iba a masturbarme. Sabía que no iba a tardar mucho en acabar y no levantaría sospechas. Volví a mirar en el cesto de la ropa sucia, y nada más abrir, me encontré con otras bragas usadas de mi suegra. Pensar que ella lo había planeado todo y había dejado allí esas bragas en la cesta, pero bien a la vista, me excitó más aún. Quizá echó en falta las otras bragas que me llevé y le excitaba la idea de que yo jugara con ellas. Y todo era un plan para que jugara yo también con las que había en la cesta aquella noche. Así que liberé mi cipote tieso y tembloroso como un arco, acerqué las bragas a mi rostro para sentir su excitante aroma de hembra y, cuando a la quinta o sexta sacudida de mi mano, noté que no podía contener más los chorros que fluían de mi escroto, las acerqué a la salida del cañón para dejarlas bien empapadas. Las volví a dejar en el cesto, algo más escondidas. Estaba deseando que mi suegra descubriera el recado que le había dejado en ellas. Imposible no darse cuenta de lo mojadas y viscosas que habían quedado. Seguro que ella entendería por qué estaban así al meterlas en la lavadora.
Al despedirnos y salir por la puerta, pasó su mano por mi glúteo.
Tras ese episodio, no podía dejar de pensar en cómo ingeniármelas para intentar seducir a mi suegra. Nunca había sentido un deseo tan fuerte hacia una mujer. Y quería que ella lo supiera.
En la sobremesa de otra comida familiar, empezamos todos a hablar de cocina. Yo dije que mi especialidad era el bacalao al pil-pil. Enseguida mi suegra dijo que le pasara la receta, pero yo dije:
- No es una receta sencilla. Lo mejor para aprenderla es verla hacer.
- Pues el día que la prepares, avísame y veo cómo se hace – dijo mi suegra.
Tras esa charla, estaba deseando que llegara mi siguiente día libre en el trabajo.
Cuando por fin llegó, y mi ex se marchó a trabajar, me apareció en la entrepierna la erección más salvaje que nunca he tenido. El motivo: que estaba decidido a llamar por teléfono a mi suegra e invitarla para que viera cómo preparo el bacalao al pil-pil.
Me senté desnudo completamente empalmado y marqué su número.
Mi corazón latía como si estuviera corriendo la maratón mientras escuchaba los tonos de la llamada, a punto de un infarto en cuanto ella respondiera.
- Dime…
- Que hoy voy a preparar bacalao al pil-pil, por si te viene bien pasarte a ver cómo se hace- dije casi tartamudeando de la excitación y emoción, apretando mi cipote con la mano.
A la media hora, mi suegra estaba llamando al portero automático para que le abriera. Me había dado tiempo a ponerme unos boxers ajustados y una sudadera muy holgada y larga para disimular la erección tan imponente que era incapaz de apaciguar.
En cuanto entró en casa y cerré la puerta nos miramos sabiendo lo que iba a pasar.
- He traído los ajos y el aceite que me dijiste.
Me siguió a la cocina, y noté que colocaba levemente su mano a la altura de mis riñones.
Tras vaciar de la bolsa y colocarlos se giró de tal modo que su el dorso de su mano pasó como sin querer por mi cipote bajo la sudadera. Quizá para cerciorarse de mis intenciones.
Coloqué la cazuela en la vitrocerámica, y le pedí que me acercara el aceite. Al acercarse a cogerlo, se sujetó sin necesidad en mi cintura y rozó mi brazo con su pecho. Al pasarme la botella de aceite, la sujeté con mi mano de la cintura y con la otra de la nuca para acercarla a mi y besarle en la boca. Ella giró el rostro y el beso se lo dí en la comisura de los labios. Continuó alejando aún más su rostro y yo continué pasando mis labios por su mejilla hasta acabar en su cuello, que empecé a saborear con deseo mientras ella intentaba escapar de mi sujeción.
Me supo a hembra y a rosas. No podía dejar de lamerlo con mis labios y lengua mojados, como un caracol dopado, estrujando su cuerpo contra el mío. Apretando mi erección contra su vientre mientras se movía intentando guardar la compostura.
Tras unos segundos, decidí separarme ante el temor de estar metiendo la pata.
- Lo siento, es que te deseo muchísimo y se me ha ido la cabeza.
Se quedó mirándome, apoyada sobre el borde de la encimera con sus manos y su culo. Su mirada no era de indignación. Y, mientras su pecho se movía al compás de su agitada respiración, me dijo:
- Anda que menudo pil pil dejaste en mis bragas el otro día. ¿Sabes que todavía no las he lavado? Me las pongo cuando venís a casa. Me da mucho morbo tu deseo, yerno.
Me abalancé sobre ella para que nuestros labios y lenguas se acariciaran enloquecidos. Nos lamíamos la boca, la cara y el cuello desbocados, saboreando nuestros alientos jadeantes, mientras subíamos y bajábamos las manos por el cuerpo del otro. Aplastando, estrujando y magreándonos rabiosos.
Yo apretaba mi pelvis contra ella aplastando mi cipote tieso contra su cuerpo, restregándome deseoso, con la cara y el cuello embadurnada de su saliva.
- Qué morbo me da llamarte yerno mientras siento tu cuerpo en el mío. Me gusta mucho lo prohibido, yerno.
- Me excita que te guste. A mi me encanta también, suegra- le dije al oído.
Al escucharme llamarla así, acompañó su jadeo con un gemido de excitación.
- Qué cachonda me pones llamándome suegra, cabrón.
Bajé mis manos hasta sus rodillas y las subí por sus muslos por debajo del vestido veraniego de andar por casa que llevaba. Mientras agarraba y arañaba con fuerza sus glúteos, me dijo:
- ¿No te has fijado en las bragas que llevo?
Primero vi cómo le asomaba vello púbico por los bordes y luego me percaté de que eran las bragas que le había dejado manchadas aquel día. Todavía se veían las señales.
- Si supieras la de veces que me he masturbado con ellas puestas pensando que tú también lo hacías con las mías que me robaste hace tiempo.
- Yo tampoco he parado de hacerlo desde que las tengo- le dije jadeante al oído mientras ambos nos explorábamos los oídos con la lengua.
- Siempre le pido a tu suegro que me las meta en la boca cuando me folla para que se crea que me excito como una perra con él. Pero es con el sabor de tu esencia con lo que lo hago, yerno.
- Yo, suegra, las tuyas que tengo las dejo escondidas y preparadas para olerlas y saborearlas mientras follo a tu hija a cuatro patas.
- Dios, cómo se me pone contigo, mira, suegra.
De un tirón me bajé los pantalones con furia saliendo disparado mi cipote como cuando se suelta una catapulta.
- ¿Con este trabuco me embadurnaste las bragas?- preguntó agarrándolo con una mano clavándome las uñas. Vengo a que me embadurnes a mi, yerno cabrón. Nunca he estado tan emputecida con un hombre. Has conseguido sacar toda la puta que llevo dentro, yerno.
Creo que si yo me lo hubiera propuesto, hubiese sido capaz de correrme sólo con escucharle llamarme yerno.
- Lo que pasa que nos encanta lo prohibido, suegra- dije yo.
Metí las manos por dentro de sus bragas agarrando y arañando sus glúteos temblorosos y fríos como flanes, mientras nos morreábamos descoordinados.
- Me apetece mucho lo prohibido, yerno. Espera un momento, no vengas hasta que te avise. Despegó su mano de mi cipote y salió de la cocina dejando la puerta cerrada.
A los pocos minutos una llamada en mi teléfono. Era ella:
- Yerno, ya puedes venir. Te espero en el dormitorio.
Salí de la cocina quitándome la ropa. Al asomarme al dormitorio iluminado por la lámpara de la mesilla, descubrí a mi suegra a cuatro patas, con las rodillas al borde de la cama y oculta por el edredón desde la cabeza hasta la cintura, dejando al descubierto sólo su culazo. Llevaba puesto un tanga de mi ex y también sus botas de tacón hasta la rodilla. Por un momento dudé quién era de las dos.
La duda me daba aún más morbo. Comencé a acariciar aquellos suaves globos de su grupa. A olerlos, pasando mi cara por todo ellos, mis labios, mi boca, sujetando sus muslos. Ella permanecía en silencio. Apenas se oían unos leves gemidos ahogados en las sábanas. Creo que quería alimentar mis dudas sobre quién era ella.
Pero en el fondo yo sabía que era mi suegra. Su perverso juego era delicioso. Al apartar el tanga de su vulva, noté su tela más empapada que nunca. Completamente calada.
Meti mi nariz por entre los labios carnosos, reblandecidos y empapados, subiéndola para que pasara por ellos también mis labios y mi lengua, acariciando y saboreando cada centímetro a su paso. Deleitándome con su olor, su tacto y su sabor. Me encantó sentir los brochazos de su frondoso y mojado vello púbico barnizándome la cara.
Yo seguía subiendo y bajando mi boca y nariz a lo largo de la deseosa raja de su entrepierna, cada vez más abultada, abierta y chorreante. Cada vez eran más perceptibles sus gemidos de perra mimosa bajo el edredón mientras movía sus caderas hacia dentro y afuera apretando contra mi rostro embriagado de deseo. Nunca había sentido algo igual ni en mi cuerpo ni en mi mente.
De mi falo no dejaba de fluir el líquido seminal que deja lubricados sus conductos para la eyaculación. Lo tenía completamente arqueado, apuntando hacia el ombligo. Parecía un auriga enhiesto cabalgando sobre mis cojones hinchados y velludos.
Completamente enloquecido comencé a mordisquear y a azotar su culo que se movía como si fuera gelatina enrojecida. Penetré su coño con mi inquieta lengua, clavando mi nariz en su ano, que se abría para dejarla paso. La mezcla de olores y sabores casi me hacen correr de gusto.
Mi suegra empezó a acariciarse con los dedos sus labios y su clítoris rozándolos contra mi cara y mi boca. Al saborearlos y tocarlos, me percaté de que también llevaba puestos algunos anillos de mi mujer en ellos.
No pude aguantar más y sin aviso le clavé mi falo embrutecido por completo en su chochazo hambriento, con decisión pero deleitándome con el roce de sus pareces por todo mi falo y mi glande hasta hacer tope. Ella no pudo contener un enorme grito ahogado contra el colchón bajo el edredón. Y me lo apretó furiosa. Casi no me dejaba embestirla de lo fuerte que lo agarraba con su coño para sentir su tacto dentro de ella.
En cuanto dejó de apretarlo, mis glúteos comenzaron a empujar mis caderas de atrás hacia delante, empujando mi pelvis para deslizar mi falo dentro de ella. Cada vez con una frecuencia más rápida. Por todo el dormitorio resonaban los chasquidos secos de mi pelvis contra su culazo. Cada vez más fuertes, tirando de ella hacia mi agarrando con firmeza su carnoso trasero y atizando al compás con mis pelotas su clítoris hinchado.
- Suegra, qué gustazo follarte.
- Calla, no digas nada…
Hice una parada moviendo mi falo despacio para acariciar por dentro su coño restregando mi pelvis contra sus glúteos, y de repente:
- Hola cariño - escuché bajo el edredón. Cuando salgas del trabajo no vayas a casa. Vente para acá, que estoy con el yerno preparando bacalao al pil-pil.
Qué morbazo. A duras penas pude controlar un chorro de semen que se me escapó incontrolado producto de una situación tan clandestina y deprabada.
- ¿Te gusta lo prohibido, eh, suegra?
- Mucho.
- ¿Quieres que hagamos algo prohibido, suegra? Pues abre bien el culo, que te lo va a reventar tu yerno.
- No, yerno. Lo prohibido va a ser cuando nos corramos con la enculada mientras hablo por teléfono con tu mujer llevando puesta su ropa y sus joyas. Vamos, reviéntamelo ya- dijo asomando su cabeza por el edredón sacándome lasciva su lengua.
Mientras le miraba la cara, con la mano dirigía mi garrote a la puerta de su ano lubricado de sudor, saliva y flujos vaginales. Mi glande chorreaba cuando lo coloqué en las grietas de la entrada a su cueva prohibida. Enseguida fue desapareciendo entrando despacio a pesar de la lubricación, notando cómo se iba abriendo paso, sin prisa pero sin pausa. Las venas hinchadas de mi falo pasaban por aquellas grietas de su entrada desapareciendo cada vez más dentro de su ano hasta que noté cómo repentinamente se relajaba todo él, como si se hubiera dado por vencido, como si hubiera roto una barrera, dejando que entrara todo él hasta hacer tope con mis pelotas.
- Dame despacio y acelera poco a poco, yerno- me dijo.
Seguí sus indicaciones sintiendo como su culo estrujaba mi cipote proporcionándome un placer inigualable, aunque a veces doloroso, según se iba moviendo de atrás hacia delante, poco a poco aumentando el ritmo. Mis caderas iban solas mientras la agarraba fuerte por su cintura.
- Hola, hija. Nada, que estoy en tu casa preparándote bacalao al pil-pil- dijo sujetando el teléfono contra su oreja.
Al oírle decir eso, no pude contenerme y empecé a embestir con furia dentro de su culo, agarrándola del corsé de mi ex que se había puesto. Mi suegra se excitó tanto al sentirme tan agresivo que como pudo dijo:
- Espera un momento…- colocando el teléfono contra el colchón para que mi ex no oyera las embestidas ni los gritos del orgasmo que estaba teniendo al sentir la furia de mis chorros de pil-pil caliente golpeando las paredes de su ano sin parar, mientras hundía mis uñas agarrando su culo y la empujaba con fuerza con mi pelvis pegada a su culo como si quisiera meterle en su estrecho agujero hasta mis cojones.
- Venga, hija, no tardes, que esto tiene muy buena pinta. Hasta luego. Adiós – dijo como pudo, para cortar la llama y poder jadear y gozar el momento desvanecida en la cama.
La descarga de semen duró apenas unos segundos, pero el placer del orgasmo me duró varios minutos. Los que tardé en recuperarme del casi-desvanecimiento que sentí.
- Cuando mi hija se ponga esta ropa y estas joyas, ¿te acordarás de mi, yerno? Quiero ser tu zorra y que tú seas el cabronazo que me folla.
- Claro, no hay una zorronaza tan putona como tú, suegra guarrona – le dije saboreando su lengua de víbora.
- Tendremos que ir pensando en más cosas prohibidas, yerno cabrón- me susurro lamiéndome el oído.
En el restaurante nos sentamos en una mesa cuadrada. Mi ex a mi izquierda, mi suegro en frente y mi suegra a mi derecha.
En un momento dado me incorporé un poco para tomar el salero y, al hacerlo, roce con mi rodilla en el lateral de la rodilla de mi suegra.
Al poco de sentarme de nuevo normal, noté de nuevo en mi rótula el lateral de la rodilla de mi suegra, al incorporarse ella también para tomar el salero y la aceitera. Pero cuando se volvió a sentar con normalidad, no despegó su rodilla de la mía. Sorprendido y excitado, con el corazón acelerado y la entrepierna hinchada, decidí no apartar mi rodilla de la suya y seguir tocándonos de ese modo, para disfrutarla y que notara que sentir su contacto no me m*****aba. Si ella quería decirme que le gustaba y excitaba ese contacto, yo quería decírselo de ese modo también.
Mientras, la conversación en la mesa empezó a dirigirse hacia ciertas bromas y burlas a mi suegro, que yo entendí como indirectas para que supiera que ella estaba, en cierto modo, insatisfecha con él.
A los pocos días, visitamos la casa de mis suegros. Tras la comida, que me pasé intentando contactar de nuevo con mi suegra bajo la mesa pero en vano, fui un momento al baño. Al colocarme frente al inodoro, vi que estaba la cesta de la ropa sucia. Me vino la tentación de indagar dentro y ¡bingo!, unas bragas usadas de mi suegra, que olí rápida y furtivamente y me guardé en el bolsillo del pantalón. Dudé un momento si masturbarme, no ya por la excitación, sino por disimular mi erección. Pero conseguí solucionar ese inconveniente dirigiendo mi pensamiento hacia las tareas que tenía pendientes para esa semana.
Ese año, nos tocó pasar la Nochevieja en casa de mis suegros. Tras preparar la cena, cenar y la sobremesa con normalidad, aunque yo con cierta excitación, pues llevaba una temporada masturbándome con sus bragas en mi casa, nos dirigimos hacia los sillones para preparar las uvas frente al televisor.
Mi ex sacó la cámara de fotos para hacernos una de recuerdo los cuatro. Mientras ella la preparaba para salir todos en la foto con la función de automático, el resto nos empezamos a colocar para entrar en el encuadre, de tal modo que, por un momento, con el afán de encontrar la posición para el retrato, mi suegra se sentó con su entrepierna sobre mi rodilla al estar yo en cuclillas. Para no desequilibrarme, sujeté su culazo con mi mano, aprovechando para pasarla por él más de la cuenta pero con disimulo. Y cuando mi ex vino hacia nosotros para salir en la foto, mi suegra rápidamente cambió la posición para despegarse de mi y colocarse más cerca de su marido.
Cuando mi ex se incorporó para ir en busca de la cámara, yo aproveché para irme al cuarto de baño, disimulando como pude la erección que abultaba mi entrepierna.
Está vez sí iba a masturbarme. Sabía que no iba a tardar mucho en acabar y no levantaría sospechas. Volví a mirar en el cesto de la ropa sucia, y nada más abrir, me encontré con otras bragas usadas de mi suegra. Pensar que ella lo había planeado todo y había dejado allí esas bragas en la cesta, pero bien a la vista, me excitó más aún. Quizá echó en falta las otras bragas que me llevé y le excitaba la idea de que yo jugara con ellas. Y todo era un plan para que jugara yo también con las que había en la cesta aquella noche. Así que liberé mi cipote tieso y tembloroso como un arco, acerqué las bragas a mi rostro para sentir su excitante aroma de hembra y, cuando a la quinta o sexta sacudida de mi mano, noté que no podía contener más los chorros que fluían de mi escroto, las acerqué a la salida del cañón para dejarlas bien empapadas. Las volví a dejar en el cesto, algo más escondidas. Estaba deseando que mi suegra descubriera el recado que le había dejado en ellas. Imposible no darse cuenta de lo mojadas y viscosas que habían quedado. Seguro que ella entendería por qué estaban así al meterlas en la lavadora.
Al despedirnos y salir por la puerta, pasó su mano por mi glúteo.
Tras ese episodio, no podía dejar de pensar en cómo ingeniármelas para intentar seducir a mi suegra. Nunca había sentido un deseo tan fuerte hacia una mujer. Y quería que ella lo supiera.
En la sobremesa de otra comida familiar, empezamos todos a hablar de cocina. Yo dije que mi especialidad era el bacalao al pil-pil. Enseguida mi suegra dijo que le pasara la receta, pero yo dije:
- No es una receta sencilla. Lo mejor para aprenderla es verla hacer.
- Pues el día que la prepares, avísame y veo cómo se hace – dijo mi suegra.
Tras esa charla, estaba deseando que llegara mi siguiente día libre en el trabajo.
Cuando por fin llegó, y mi ex se marchó a trabajar, me apareció en la entrepierna la erección más salvaje que nunca he tenido. El motivo: que estaba decidido a llamar por teléfono a mi suegra e invitarla para que viera cómo preparo el bacalao al pil-pil.
Me senté desnudo completamente empalmado y marqué su número.
Mi corazón latía como si estuviera corriendo la maratón mientras escuchaba los tonos de la llamada, a punto de un infarto en cuanto ella respondiera.
- Dime…
- Que hoy voy a preparar bacalao al pil-pil, por si te viene bien pasarte a ver cómo se hace- dije casi tartamudeando de la excitación y emoción, apretando mi cipote con la mano.
A la media hora, mi suegra estaba llamando al portero automático para que le abriera. Me había dado tiempo a ponerme unos boxers ajustados y una sudadera muy holgada y larga para disimular la erección tan imponente que era incapaz de apaciguar.
En cuanto entró en casa y cerré la puerta nos miramos sabiendo lo que iba a pasar.
- He traído los ajos y el aceite que me dijiste.
Me siguió a la cocina, y noté que colocaba levemente su mano a la altura de mis riñones.
Tras vaciar de la bolsa y colocarlos se giró de tal modo que su el dorso de su mano pasó como sin querer por mi cipote bajo la sudadera. Quizá para cerciorarse de mis intenciones.
Coloqué la cazuela en la vitrocerámica, y le pedí que me acercara el aceite. Al acercarse a cogerlo, se sujetó sin necesidad en mi cintura y rozó mi brazo con su pecho. Al pasarme la botella de aceite, la sujeté con mi mano de la cintura y con la otra de la nuca para acercarla a mi y besarle en la boca. Ella giró el rostro y el beso se lo dí en la comisura de los labios. Continuó alejando aún más su rostro y yo continué pasando mis labios por su mejilla hasta acabar en su cuello, que empecé a saborear con deseo mientras ella intentaba escapar de mi sujeción.
Me supo a hembra y a rosas. No podía dejar de lamerlo con mis labios y lengua mojados, como un caracol dopado, estrujando su cuerpo contra el mío. Apretando mi erección contra su vientre mientras se movía intentando guardar la compostura.
Tras unos segundos, decidí separarme ante el temor de estar metiendo la pata.
- Lo siento, es que te deseo muchísimo y se me ha ido la cabeza.
Se quedó mirándome, apoyada sobre el borde de la encimera con sus manos y su culo. Su mirada no era de indignación. Y, mientras su pecho se movía al compás de su agitada respiración, me dijo:
- Anda que menudo pil pil dejaste en mis bragas el otro día. ¿Sabes que todavía no las he lavado? Me las pongo cuando venís a casa. Me da mucho morbo tu deseo, yerno.
Me abalancé sobre ella para que nuestros labios y lenguas se acariciaran enloquecidos. Nos lamíamos la boca, la cara y el cuello desbocados, saboreando nuestros alientos jadeantes, mientras subíamos y bajábamos las manos por el cuerpo del otro. Aplastando, estrujando y magreándonos rabiosos.
Yo apretaba mi pelvis contra ella aplastando mi cipote tieso contra su cuerpo, restregándome deseoso, con la cara y el cuello embadurnada de su saliva.
- Qué morbo me da llamarte yerno mientras siento tu cuerpo en el mío. Me gusta mucho lo prohibido, yerno.
- Me excita que te guste. A mi me encanta también, suegra- le dije al oído.
Al escucharme llamarla así, acompañó su jadeo con un gemido de excitación.
- Qué cachonda me pones llamándome suegra, cabrón.
Bajé mis manos hasta sus rodillas y las subí por sus muslos por debajo del vestido veraniego de andar por casa que llevaba. Mientras agarraba y arañaba con fuerza sus glúteos, me dijo:
- ¿No te has fijado en las bragas que llevo?
Primero vi cómo le asomaba vello púbico por los bordes y luego me percaté de que eran las bragas que le había dejado manchadas aquel día. Todavía se veían las señales.
- Si supieras la de veces que me he masturbado con ellas puestas pensando que tú también lo hacías con las mías que me robaste hace tiempo.
- Yo tampoco he parado de hacerlo desde que las tengo- le dije jadeante al oído mientras ambos nos explorábamos los oídos con la lengua.
- Siempre le pido a tu suegro que me las meta en la boca cuando me folla para que se crea que me excito como una perra con él. Pero es con el sabor de tu esencia con lo que lo hago, yerno.
- Yo, suegra, las tuyas que tengo las dejo escondidas y preparadas para olerlas y saborearlas mientras follo a tu hija a cuatro patas.
- Dios, cómo se me pone contigo, mira, suegra.
De un tirón me bajé los pantalones con furia saliendo disparado mi cipote como cuando se suelta una catapulta.
- ¿Con este trabuco me embadurnaste las bragas?- preguntó agarrándolo con una mano clavándome las uñas. Vengo a que me embadurnes a mi, yerno cabrón. Nunca he estado tan emputecida con un hombre. Has conseguido sacar toda la puta que llevo dentro, yerno.
Creo que si yo me lo hubiera propuesto, hubiese sido capaz de correrme sólo con escucharle llamarme yerno.
- Lo que pasa que nos encanta lo prohibido, suegra- dije yo.
Metí las manos por dentro de sus bragas agarrando y arañando sus glúteos temblorosos y fríos como flanes, mientras nos morreábamos descoordinados.
- Me apetece mucho lo prohibido, yerno. Espera un momento, no vengas hasta que te avise. Despegó su mano de mi cipote y salió de la cocina dejando la puerta cerrada.
A los pocos minutos una llamada en mi teléfono. Era ella:
- Yerno, ya puedes venir. Te espero en el dormitorio.
Salí de la cocina quitándome la ropa. Al asomarme al dormitorio iluminado por la lámpara de la mesilla, descubrí a mi suegra a cuatro patas, con las rodillas al borde de la cama y oculta por el edredón desde la cabeza hasta la cintura, dejando al descubierto sólo su culazo. Llevaba puesto un tanga de mi ex y también sus botas de tacón hasta la rodilla. Por un momento dudé quién era de las dos.
La duda me daba aún más morbo. Comencé a acariciar aquellos suaves globos de su grupa. A olerlos, pasando mi cara por todo ellos, mis labios, mi boca, sujetando sus muslos. Ella permanecía en silencio. Apenas se oían unos leves gemidos ahogados en las sábanas. Creo que quería alimentar mis dudas sobre quién era ella.
Pero en el fondo yo sabía que era mi suegra. Su perverso juego era delicioso. Al apartar el tanga de su vulva, noté su tela más empapada que nunca. Completamente calada.
Meti mi nariz por entre los labios carnosos, reblandecidos y empapados, subiéndola para que pasara por ellos también mis labios y mi lengua, acariciando y saboreando cada centímetro a su paso. Deleitándome con su olor, su tacto y su sabor. Me encantó sentir los brochazos de su frondoso y mojado vello púbico barnizándome la cara.
Yo seguía subiendo y bajando mi boca y nariz a lo largo de la deseosa raja de su entrepierna, cada vez más abultada, abierta y chorreante. Cada vez eran más perceptibles sus gemidos de perra mimosa bajo el edredón mientras movía sus caderas hacia dentro y afuera apretando contra mi rostro embriagado de deseo. Nunca había sentido algo igual ni en mi cuerpo ni en mi mente.
De mi falo no dejaba de fluir el líquido seminal que deja lubricados sus conductos para la eyaculación. Lo tenía completamente arqueado, apuntando hacia el ombligo. Parecía un auriga enhiesto cabalgando sobre mis cojones hinchados y velludos.
Completamente enloquecido comencé a mordisquear y a azotar su culo que se movía como si fuera gelatina enrojecida. Penetré su coño con mi inquieta lengua, clavando mi nariz en su ano, que se abría para dejarla paso. La mezcla de olores y sabores casi me hacen correr de gusto.
Mi suegra empezó a acariciarse con los dedos sus labios y su clítoris rozándolos contra mi cara y mi boca. Al saborearlos y tocarlos, me percaté de que también llevaba puestos algunos anillos de mi mujer en ellos.
No pude aguantar más y sin aviso le clavé mi falo embrutecido por completo en su chochazo hambriento, con decisión pero deleitándome con el roce de sus pareces por todo mi falo y mi glande hasta hacer tope. Ella no pudo contener un enorme grito ahogado contra el colchón bajo el edredón. Y me lo apretó furiosa. Casi no me dejaba embestirla de lo fuerte que lo agarraba con su coño para sentir su tacto dentro de ella.
En cuanto dejó de apretarlo, mis glúteos comenzaron a empujar mis caderas de atrás hacia delante, empujando mi pelvis para deslizar mi falo dentro de ella. Cada vez con una frecuencia más rápida. Por todo el dormitorio resonaban los chasquidos secos de mi pelvis contra su culazo. Cada vez más fuertes, tirando de ella hacia mi agarrando con firmeza su carnoso trasero y atizando al compás con mis pelotas su clítoris hinchado.
- Suegra, qué gustazo follarte.
- Calla, no digas nada…
Hice una parada moviendo mi falo despacio para acariciar por dentro su coño restregando mi pelvis contra sus glúteos, y de repente:
- Hola cariño - escuché bajo el edredón. Cuando salgas del trabajo no vayas a casa. Vente para acá, que estoy con el yerno preparando bacalao al pil-pil.
Qué morbazo. A duras penas pude controlar un chorro de semen que se me escapó incontrolado producto de una situación tan clandestina y deprabada.
- ¿Te gusta lo prohibido, eh, suegra?
- Mucho.
- ¿Quieres que hagamos algo prohibido, suegra? Pues abre bien el culo, que te lo va a reventar tu yerno.
- No, yerno. Lo prohibido va a ser cuando nos corramos con la enculada mientras hablo por teléfono con tu mujer llevando puesta su ropa y sus joyas. Vamos, reviéntamelo ya- dijo asomando su cabeza por el edredón sacándome lasciva su lengua.
Mientras le miraba la cara, con la mano dirigía mi garrote a la puerta de su ano lubricado de sudor, saliva y flujos vaginales. Mi glande chorreaba cuando lo coloqué en las grietas de la entrada a su cueva prohibida. Enseguida fue desapareciendo entrando despacio a pesar de la lubricación, notando cómo se iba abriendo paso, sin prisa pero sin pausa. Las venas hinchadas de mi falo pasaban por aquellas grietas de su entrada desapareciendo cada vez más dentro de su ano hasta que noté cómo repentinamente se relajaba todo él, como si se hubiera dado por vencido, como si hubiera roto una barrera, dejando que entrara todo él hasta hacer tope con mis pelotas.
- Dame despacio y acelera poco a poco, yerno- me dijo.
Seguí sus indicaciones sintiendo como su culo estrujaba mi cipote proporcionándome un placer inigualable, aunque a veces doloroso, según se iba moviendo de atrás hacia delante, poco a poco aumentando el ritmo. Mis caderas iban solas mientras la agarraba fuerte por su cintura.
- Hola, hija. Nada, que estoy en tu casa preparándote bacalao al pil-pil- dijo sujetando el teléfono contra su oreja.
Al oírle decir eso, no pude contenerme y empecé a embestir con furia dentro de su culo, agarrándola del corsé de mi ex que se había puesto. Mi suegra se excitó tanto al sentirme tan agresivo que como pudo dijo:
- Espera un momento…- colocando el teléfono contra el colchón para que mi ex no oyera las embestidas ni los gritos del orgasmo que estaba teniendo al sentir la furia de mis chorros de pil-pil caliente golpeando las paredes de su ano sin parar, mientras hundía mis uñas agarrando su culo y la empujaba con fuerza con mi pelvis pegada a su culo como si quisiera meterle en su estrecho agujero hasta mis cojones.
- Venga, hija, no tardes, que esto tiene muy buena pinta. Hasta luego. Adiós – dijo como pudo, para cortar la llama y poder jadear y gozar el momento desvanecida en la cama.
La descarga de semen duró apenas unos segundos, pero el placer del orgasmo me duró varios minutos. Los que tardé en recuperarme del casi-desvanecimiento que sentí.
- Cuando mi hija se ponga esta ropa y estas joyas, ¿te acordarás de mi, yerno? Quiero ser tu zorra y que tú seas el cabronazo que me folla.
- Claro, no hay una zorronaza tan putona como tú, suegra guarrona – le dije saboreando su lengua de víbora.
- Tendremos que ir pensando en más cosas prohibidas, yerno cabrón- me susurro lamiéndome el oído.
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