Mi madre y yo

por
género
orgías

Carmen se gira hacia mi madre y coloca su boca sobre la de ella, morreando, echándose encima lo que obliga a que mi madre se tumbe boca arriba sobre el sofá, abriéndose el albornoz de mi madre y exponiendo su conejo totalmente depilado a mi vista y a la de Adriano.
Mi madre lucha para levantarse, pero Carmen la inmoviliza debajo de su cuerpo.
El albornoz de Carmen también se ha abierto, lo que hace que coloque directamente sus tetazas sobre las tetazas de mi madre, y deja ver por detrás sus glúteos redondos y macizos.
Debajo de los glúteos de Carmen está el conejo de mi madre, abierto de par en par, y muy próximo el rabo enorme de Adriano, que ha salido de su calzón y que está creciendo cada vez más y más, aproximándose a la entrada del conejo de mi madre.
El cipote de Adriano me recordó por un momento a la nariz de Pinocho que crecía en cada mentira que decía. El pollón de Adriano, sin embargo, no crece por las mentiras, sino por la excitación que le provoca la proximidad de la presa, como cualquier buen cazador de conejos que se precie.
Adriano se ha colocado entre sus piernas, la sujeta por las caderas y poco a poco el cipote va entrando en el conejo de mi madre, que comienza a jadear y deja de luchar.
Carmen la descabalga, dejando las tetazas de mi madre al descubierto, pero se coloca al lado, sujetándola las manos y sobándola, chupándola y lamiéndola las tetazas.
Mi madre gime de placer y su gemido se confunde con el de ella misma en la televisión. Un negro y un blanco se la están follando en distintas dimensiones, y yo estoy allí para no perderme ningún detalle.
Las piernas de mi madre están ahora dobladas sobre el pecho de Adriano, que no para de follársela.
Entre tanto movimiento, me fijo que Carmen tiene su culo en pompa, y me atrae como un imán, por lo que coloco mis manos sobre sus nalgas, sobándoselas una y otra vez.
Mi cipote también ha crecido bajo el pantalón, por lo que procedo a liberarlo, dejándolo libre en todo su esplendor, erguido y tieso como un palo, y apuntando al culo de Carmen, se lo meto poco a poco, entre los gritos iniciales de Carmen y los gemidos de placer que luego la provoca.
Imito a Adriano y pongo una pierna sobre el sofá para arremeter con más fuerza, con más ganas, el culo en este caso de Carmen.
Las nalgas de Carmen se mueven en cada una de mis embestidas, lo mismo que las tetazas de mi madre por las embestidas de Adriano. ¡Adelante y atrás, adelante y atrás!
También imito a Adriano en los jadeos, resoplando en cada entrada y salida del cipote.
No hay nada como aprender de un buen maestro.
La habitación se ha convertido en un excitante salón de baile, entre jadeos y movimientos rítmicos.
Mi vista recorre el culo de Carmen, las tetas, el conejo y la cara de mi madre, en el sofá y en la televisión, así como las frenéticas entradas y salidas de los tres rabos en los lubricados agujeros.
De pronto, Adriano para y ruge como un tigre herido, ha tenido un orgasmo, por lo que la saca gritando “¡No, no!” y se marcha de la habitación.
La ansiedad de follársela le ha motivado a que embista a mi madre con demasiadas ganas y le provoque un orgasmo antes de lo que quería.
Mi madre se gira, dándome la espalda, y comienza a incorporarse lentamente, poniendo su culo en pompa.
Carmen me urge diciéndome:
¡Ahora tú! ¡Métesela ya! ¿A qué esperas? ¡Vamos, antes de que se levante!.
Rápidamente se la saco del culo de Carmen, pero mi madre está ya levantada.
Carmen agarra rápidamente a mi madre, y la empuja otra vez sobre el sofá, tirándose encima.
Mi madre está otra vez sobre el sofá, ahora boca abajo, intentando levantarse otra vez, con el culo en pompa, sujetada por Carmen que me grita:
¡Venga, gilipollas! ¿A qué esperas? ¡Métesela ya!
Mi madre grita débilmente:
¡No, no, mi hijo no!
Pero yo ya estoy lanzado, por lo que, imitando al negrazo que todavía continúa follándosela en la tele, coloco una pierna sobre el sofá, la sujeto con una mano por las caderas y con la otra ayudo a que entre poco a poco mi polla erguida en el conejo jugoso de mi madre.
Oigo a mi madre chillar.
¡Ya estoy dentro! ¡dentro del conejo de mi madre! ¡No me lo puedo creer! ¡Estoy totalmente emocionado!
¡Ahora soy yo el que se la folla, el que se folla a su madre, elquefolla!
Comienzo a bombear poco a poco, sintiendo en toda mi polla el contacto con las paredes del conejo de mi madre, entrando y saliendo cada vez más rápido, con más fuerza.
Carmen me ayuda, la sujeta para que no se mueva, para que pueda follármela a placer.
Mi madre ya no chilla, solo jadea y gime de placer en cada entrada y salida de su conejo.
Sus nalgas se mueven cada vez más rápido por mis embestidas.
La doy un azote que me suena a gloria, luego otro y otro, sin dejar de follármela, y en cada azote la oigo chillar, de placer.
Pero me falta algo.
La desmonto, ante la atónita de Carmen que me grita:
Pero ¡qué coño haces, gilipollas!, ¡fóllatela!.
Mi madre comienza a levantarse, pero yo me siento en el sofá y tiro de ella, obligándola a que se ponga sobre mis rodillas, boca abajo, con el culo en pompa, la sujeto bien y comienzo a darla de azotes, fuertes, sonoros. En cada azote mi madre chilla, se retuerce como queriendo escapar pero no la dejo, la sujeto con la ayuda de Carmen, mientras la doy un azote tras otro sin dejar de observar sus nalgas, cada vez más coloradas.
¡Tenía ya ganas de azotar ese culo macizo, respingón, que tanto deseo despierta a los que lo ven!.
Sus nalgas han adquirido un intenso color rojo por los azotes que la estoy dando.
Ya estoy satisfecho de los azotes y ahora me falta acabar de follármela, por lo que, otra vez con la ayuda de Carmen, la tumbo boca arriba sobre el sofá, con un cojín debajo de sus nalgas para levantar la entrada a su conejo, y poniéndome de rodillas entre sus piernas, la sujeto las caderas y se la vuelvo a meter poco a poco.
Carmen la sujeta los brazos que están estirados a lo largo de su cuerpo, realzando aún más, si es posible, sus tetazas.
Veo como mi cipote entra un poco dentro de su conejo, para volver a salir, y luego otra vez entrar y a salir, cada vez más dentro, hasta que desaparece dentro de él, para volver a salir.
Me fijo en las tetazas de mi madre, enormes, redondas, erguidas, con pezones rojizos como cerezas saliendo de aureolas casi negras.
Su cara está encendida de placer, con las mejillas coloradas, sus ojos semicerrados y sus gruesos y sonrosados labios entre abiertos, enseñando unos dientes blancos y regulares con una lengua sonrosada entre ellos.
La levanto las piernas y se las coloco sobre mis hombros.
Mis embestidas son cada vez más rápidas y enérgicas.
Sus tetazas se mueven cada vez más, adelante y atrás, adelante y atrás, se bambolean como flanes sin perder su redondez, su consistencia maciza.
Estiro un brazo y manoseo sus tetas, sobándolas, noto la suavidad de su piel y la dureza de sus carnes prietas.
Noto que me viene el orgasmo, pero no intento detenerme para atrasar el glorioso momento, sino que dejo que fluya con toda su intensidad, sin moverme, disfrutando del instante.
¡Grito de placer! ¡rugo! ¡del placer mayor que he tenido en mi vida!.
¡Me he follado a mi madre!
Con la polla todavía dentro, la miro, y está con los ojos cerrados, con una sonrisa en los labios y con unas tetazas enormes que parecen que me aplauden, que aplauden el polvazo que la he echado.
Saco poco a poco mi polla, con restos de esperma, seguramente mía y de Adriano, y me incorporo.
Carmen me aplaude a rabiar, gritando “¡Bravo, bravo!”.
Con una sonrisa de oreja a oreja y tambaleándome de placer, cojo mi ropa, y Carmen me indica que me vaya al baño a ducharme.
Así lo hago mientras observo que mi madre aún yace tumbada boca arriba sobre el sofá.
Estoy un rato bajo la ducha, sonriendo todo el tiempo y riéndome de la emoción de follarme a mi madre, a pesar del dolor persistente de cabeza que tengo.
Cuando salgo, mi madre también se ha duchado y se ha puesto un vestido corto de Carmen.
Nos esperan Adriano y Carmen para llevarnos en coche a nuestra casa.
Adriano no quiere que vaya Carmen, dice que no es necesario, pero Carmen se empeña, diciendo:
¡No me jodas, joputa! ¡Que ya sé que quieres volver a follártela! ¡Pero por hoy es suficiente, que tiene que verla su maridito inmaculada como si fuera la Virgen María recién aparecida de los cielos.
Nos dejan en el portal de nuestra casa, y subiendo en el ascensor, mi madre me dice:
¡Que cansada estoy! ¡estoy agotada! ¡vaya día tan intenso que hemos tenido hoy! ¡Y ahora no hagamos ruido, no vaya a ser que despertemos a tu padre que estará durmiendo, el pobrecito!.
Entramos en casa que está a oscuras, haciendo el mínimo ruido y encendiendo las luces mínimas para poder llegar a nuestros dormitorios sin despertar a mi padre que debe estar durmiendo en la cama.
Mi madre se mete de puntillas en su dormitorio, cerrando la puerta, y yo me voy al mío.
Ya dentro de mi habitación, me estoy cambiando en silencio cuando oigo en la calle el ruido del claxon de un coche y luego el ruido estridente de la alarma de un coche.
El claxon suena de forma intermitente, suena, deja de sonar, vuelve a sonar, y así durante un buen rato, hasta que se oye a alguien que grita:
¡Cabrones, iros a follar a vuestra puta casa, que aquí hay gente decente durmiendo!.
Salgo a la terraza y veo el coche de Adriano que continúa abajo donde nos dejó.
Es el claxon de su coche el que suena de forma intermitente y está pegado a un coche que tiene su alarma sonando.
¡El muy cabrón se está ahora follando a Carmen dentro del coche! ¡por eso suena así su claxon! ¡y con sus movimientos de mete-saca ha hecho que su coche dé al coche que está aparcado a su lado por lo que suena su alarma!
¡La que ha montado el muy cabrón!
El mirón del edificio de enfrente creo que también debe estar despierto, ya que tiene las luces de su vivienda encendidas.
Cojo los prismáticos y a oscuras miro hacia su vivienda, y así es, ahí está en su terraza mirando por su telescopio hacia los coches y hacia nuestra vivienda.
Oigo un coche de policía, que viene rápido por nuestra calle.
Ahora es el coche de Adriano el que se pone en movimiento, huyendo del coche de policía que le persigue, desapareciendo ambos en una calle más adelante.
¡No me lo puedo creer!
Pero lo peor es que ahora mi padre se ha debido despertar, y recrimina a gritos a mi madre por la hora a la que ha venido y la pregunta de dónde ha venido y con quien ha estado. Se ponen a discutir hasta que después de unos diez minutos parece que la cosa se calma y se callan.
Me acuesto y me duermo, pero al rato un ruido me despierta.
¡Oigo a una mujer gemir a gritos, gritos de placer!
¡Es mi madre! ¡Vienen de su dormitorio! ¡Nunca la había oído mientras follaba con mi padre!
¿Será la bebida que ha tomado? o ¿gime así para provocarme sexualmente?
Aunque todavía me duele la cabeza, estoy demasiado agotado para nada más, así que en un instante estoy dormido profundamente entre los gritos de placer de mi madre, sin dejar de pensar que debería grabar las escenas y que el mirón se debe estar poniendo las botas con el espectáculo.
escrito el
2019-08-16
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