Espío a mi vecina

por
género
voyeur

Soy Daniel y cuento lo que me pasó hace unos diez años, cuando tenía recién cumplidos mis 18 años. Tenía y sigo teniendo una vecina, Cristina, de 22 años, bajita, metro 55 más o menos, siempre en faldas, buenas piernas y un culo precioso, pocas tetas pero una cara hermosa. Son incontables las veces que me he pajeado pensando en ella. Mi vecina viví y sigue viviendo frente a mi casa, con sus padres y una hermana de mi edad. Con Silvia, la hermana nos conocemos de toda la vida, pero ella no heredó nada de la hermana. Fea, flaca y de mal carácter. Igualmente nos visitábamos a menudo, como vecinos amigos. En su casa, había un piano, Silvia estaba empecinada en enseñarme a tocar en él. Yo no tengo habilidad para la música y tenía pocas ganas de aprender a tocar el piano. Pero igualmente me prestaba a ello, finalmente, tocaba algo de carne, no agradable, pero a los 18 años, cualquier agujero me venía bien. Diré que nunca pasamos de algún manoseo, ni un beso, ¿se entiende? Pura paja, manual y mental. Igual el tema es otro.
Una tarde me cruzo a mi clase de la fecha. Los padres no estaban, Silvia me dice que debe ir a hacer un trámite que en una hora iba a volver, pero que me quede a practicar que cuando vuelva ella, empezamos. Cuando iba a empezar a aporrear las teclas, escucho una risita nerviosa y un jadeo. Me intriga, paro el oído y distingo que viene de los fondos de la casa, de una habitación que usaban de desván. Conocedor de la casa, trepo a una pared, que da a una claraboya que hace de entrada de luz, pero que no tiene vidrio por lo que se puede ver adentro, sin ser visto.
Observo que estaba pasando lo que me imaginaba. Mi amada Cristina estaba de gran franela con su novio, un grandote con cara de tonto. Besos, caricias y veo que le soba el culo, como yo hubiera querido hacerlo. Noto que yo estoy tan excitado como ellos. Digamos, estoy al palo. Cuando Cristina, le abre la cremallera del pantalón y saca un tremendo pene, largo y gordo. Pienso, tan tonto no parece ser este muchacho. Yo por acto reflejo, saqué mi pene también. Cuando ella se agacha y empieza a chuparlo, casi llego al orgasmo. Tuve que soltar mi verga un rato, si no iba a acabar demasiado rápido. De pronto creí que caía de mi atalaya, ella se quita la falda y el panty y ahora es el que le empieza a comer el coño, coño peludo, lo imaginé en mis pajas, afeitado. Qué placer está teniendo ese guanaco, como lo envidié. Escucho que no tiene forro a lo que ella dice algo así como, “dame por el culo que no quiero quedar embarazada”, el cara de tonto le chupa y le agranda el agujero con dos o tres dedos. Parece que ese culo ya había recibido varios lechazos, porque la pija le entró de una y hasta el fondo, tremenda pija, le dio bomba y bomba, ahora lo de Cristina eran gritos y más gritos. Así papito, dame pija, cógeme, soy tu puta, ay que lindo, y de pronto él saca el monstruo de la caverna y Cristina gira y recibe el lechazo en la cara. La veo comerse todo el lechazo, sin darme cuenta yo también había acabado, mi mano, mi pantalón estaban llenos de mi crema. Bajé de la atalaya, salí de la casa y corriendo entré en la mía. Me encerré en el baño y me pajeé un par de veces, siempre pensando en que me estaba cogiendo a Cristina por ese hermoso culo, eso sí, tenía la concha afeitada, al menos mi Cristina tiene la concha sin pelos.
Al rato viene Silvia y me interpela. ¿Qué carajo te pasó? No me esperaste pelotudo. Andá a cagar. Y otras linduras. Por ese día no hubo clases de piano.
escrito el
2020-01-05
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