Atada y amordazada (2)

Era una noche como cualquier otra. Una noche de verano. Mi mujer se había puesto un salto de cama de raso que imita una piel de leopardo. Pensé en follarla porque me excita muchísimo verla así, además con las uñas de las manos y los pies pintadas de rojo fuerte, pero estaba cansado y pensé que ya lo haría al día siguiente. Me di la vuelta y me dormí.

Un ruido me despertó en mitad de la noche. Sentí la sensación fría del metal contra mi sien. Abrí los ojos y vi un chino que me apuntaba con una pistola. Me hizo la señal de que me callara.

Me di la vuelta. Otro chino estaba junto a mi mujer. Le había tapado la boca con la mano. Al final de la cama había otro chino. Le estaba atando los pies con una cuerda. Cuando terminó la pusieron boca abajo y le ataron las manos. Sin darme tiempo a reaccionar le abrieron la boca y le pusieron un trapo dentro. Luego la amordazaron con una tira de esparadrapo. No paraba de gemir y de retorcerse, pero la mordaza ahogaba sus gritos.

El chino que estaba conmigo me hizo una señal para que me pusiera en pie. Así lo hice. Entonces uno de los otros regreso con una gran alfombra. La extendieron en el suelo, pusieron sobre ella a mi esposa y tras enrrollarla el chino la cargó sobre su hombro. Se fueron hacia la puerta y a mí me ordenaron que les siguiera. Me puse detrás de la alfombra. Por la apertura de atrás se venían las plantas de los pies desnudos de mi esposa.

Abajo nos esperaba una furgoneta. Nos metieron dentro y arrancaron el motor. El chino de la pistola se sentó a mi lado. Mi mujer se quedó tirada en el piso, retorciéndose y tratando de quitarse la mordaza. No lo consiguió.

El viaje no duró mucho. Llegamos a una casa en las afueras y me ordenaron que bajara. Mi mujer se quedó dentro de la furgoneta. No sabía donde iba, no sabía qué era lo que querían. Pronto lo descubriría.

Continuará