Caminando sola en una zona oscura y muy peligrosa

por
género
hetero

Después de unos meses de casada con mi fiel Víctor, sentí que mi sexualidad estaba un poco incompleta. Con mi esposo cogíamos casi todas las noches, pero de todas maneras yo quedaba algo insatisfecha.

Una noche regresaba sola de una reunión con amigas, cuando me detuve frente a las barreras del ferrocarril y allí estuve esperando más de diez minutos que pasara el tren. La oscuridad era total y entonces mis ratones comenzaron a volar en mi cabeza, imaginando que varios hombres me arrastraban fuera de mi auto y me poseían salvajemente, sin que pudiera evitarlo y sin que nadie me defendiera…

Desde entonces, cada noche me masturbaba encerrada en el baño a oscuras, imaginando que un perfecto desconocido abusaba de mi indefenso cuerpo.

Aprovechando una ausencia de Víctor, una noche me decidí a incursionar sola por alguna zona oscura y peligrosa; iba a tratar de provocar un encuentro con algún degenerado que estuviera tan caliente como yo...

Dejé mi auto estacionado cerca de esa misma barrera y comencé a caminar en plena oscuridad. Me había vestido con unos jeans muy ajustados que me marcaban bien la cola, sandalias blancas y una remera negra también ajustada, que me dejaba lucir mis exuberantes tetas.

Después de caminar tres cuadras por una zona fabril, me di cuenta de que alguien me estaba siguiendo. Sin girar mi cabeza, comencé a mover un poco más mis caderas, con un vaivén bien provocativo.
Por el taconeo de sus zapatos supe que era un hombre; me siguió por unas tres cuadras, siempre acortando la distancia muy de a poco…

Las calles eran muy oscuras y no pasaba ni siquiera un auto. Tuve un poco de miedo, porque, aunque yo estaba buscando la situación, no sabía cómo podía terminar.
En ese momento me arrepentí y comencé a correr, pero mi seguidor también se movió rápidamente y me alcanzó a los pocos metros.
Me tomó por los cabellos y me tironeó hacia atrás; caí al suelo sobre mi cola y el hombre me levantó por un brazo con rapidez. Intenté gritar, pero entonces me dio una cachetada en plena cara y me advirtió que me quedara bien callada, porque en ese lugar nadie podría oír mis gritos.
Un poco mareada por el golpe y con mis ojos llorosos, miré hacia un costado y pude ver unos árboles frondosos al costado de las vías. El hombre me atenazó los brazos a mi espalda y me llevó hacia ese lugar, mucho más oscuro todavía.

Me arrojó al suelo y él cayó sobre mí; enseguida sentí sus manos recorriendo mi cuerpo, en especial sobando mis tetas, cuyos pezones se endurecieron al contacto de sus dedos, ya que no me había puesto corpiño.

De repente me hizo girar boca abajo y sus manos pasaron por debajo de mi cintura, buscando desabrochar mis jeans. Le costó un poco sacármelos porque los llevaba muy ajustados, pero finalmente logró deslizarlos hasta mis tobillos.

La visión de mi diminuta tanga blanca le provocó un gruñido de aprobación. Me la arrancó de un manotazo, se la llevó a la nariz para olfatearla un poco y luego se guardó los trozos desgarrados en el bolsillo.
Enseguida sentí que me penetraba la concha con sus dedos, de manera bastante brusca. Ello me provocó un grito de dolor; pero entonces me tapó la boca con una mano y con el peso de su cuerpo me hizo hundir mi cabeza contra el suelo, mientras seguía metiendo más dedos y hurgando entre mis labios vaginales.

Ni siquiera había podido ver al hombre que me poseía de manera tan violenta. Yo comencé a llorar, pensando en lo que podía pasarme.
De repente retiró sus dedos de mi concha y se incorporó, dejándome libre en el suelo. Pensé que se conformaba con eso y se iba; pero entonces pude oír el ruido de sus pantalones mientras se los bajaba hasta las rodillas.
No me dio tiempo a reaccionar; enseguida sentí su dura verga, bastante gruesa, abriéndose paso entre mis labios vaginales. Se impulsó hacia adelante y apoyó todo el peso de su cuerpo sobre mi cintura. Entonces lo sentí penetrarme con su verga entera, bien profundo.

Se quedó unos instantes quieto, disfrutando cómo mi concha recibía toda su pija.
La penetración inicial había sido muy dolorosa para mí; sin nada de lubricación previa; por eso comencé a gemir y quejarme mientras sentía que mi atacante ahora se movía hacia atrás y adelante, bombeándome suavemente.

Quise gritar; pero entonces sus dedos llenaron mi boca, mientras me susurraba al oído que me quedara quieta y callada…o todo sería peor todavía…

El tipo comenzó a bombearme con más rudeza, sin ninguna contemplación, dedicado pura y exclusivamente a su propio placer. Yo seguía gimiendo de dolor, sintiendo que mi vagina no se lubricaba. Me dolía bastante…
Su enorme pija realmente me estaba destrozando, pero yo seguía indefensa y pensaba que si intentaba resistir, sería algo peor como ya él me había advertido.

Por suerte el momento no duró demasiado. Pronto sentí que el tipo se tensaba sobre mi cuerpo y enseguida una ola de calor me invadió, mientras su semen se derramaba dentro de mi concha…
Después de quedarse unos instantes enterrado en mi concha, el hombre se levantó y se acomodó sus ropas. Yo seguía gimiendo y llorando en el suelo. De repente se inclinó sobre mí, para decirme que se había echado un polvo realmente magnífico conmigo y que la mía era la mejor concha que había cogido en mucho tiempo.

Me dijo que había notado mi calentura mientras me cogía y que, si quería seguir sacándome más ganas, podría encontrarlo en un bar cercano todas las noches.
Me advirtió que la próxima vez me rompería el culo con todo…

Luego sonrió en la oscuridad y se alejó caminando como si no hubiese pasado nada.

Apenas quedé sola me acomodé mis jeans y muy rápidamente regresé a mi auto.
Mientras me dirigía a casa pensé en la locura que había cometido esa noche.
Al llegar me encerré en el baño. Me miré en el espejo: tenía un moretón en una mejilla, rasguños en la cara, el pelo completamente revuelto y el maquillaje corrido.

Me quité los jeans, viendo que la entrepierna estaba humedecida. Metí un par de dedos en mi vagina dolorida y dilatada. Los saqué impregnados con el semen de mi atacante. Llevé los dedos a mi boca, disfrutando el sabor de ese semen; mientras mi otra mano descendía y entraba suavemente entre mis labios vaginales.

Comencé a masturbarme frenéticamente; primero acariciando mi clítoris y luego hundiendo mis dedos muy profundo en mi dolorida concha.
Cuando acabé en un intenso orgasmo aullando como una perra en celo, supe que debía volver a caminar más seguido por esas calles oscuras.
escrito el
2016-04-21
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