Reminiscencias VIII.
por
Juan Alberto
género
incesto
—¡Oh, Carla! … ¡Esto superó a todo lo que jamás haya imaginado! … ¡Fue genial! …
Encontré esto tan jodidamente excitante. Por supuesto que me trajo muchos recuerdos, pero esta vez contigo a mi lado, tu y yo juntos. Todo fue más emocionante. Todavía no logro entenderlo todo, pero solo Dios sabe cuánto me gustó. Carla me miraba con su ojos de luz.
—Estoy tan contenta, Mauro … te quería con nosotras … quiero compartirte con mis chicas … debes ser parte de esto … tendremos maravillosos momentos por delante … tú y nosotras …
*****
Ese acto íntimo con Theresa abrió las puertas a nuevas relaciones dentro de la familia. Me sentí muy alegre de como se estaban dando las cosas. Todo con asombrosa naturalidad. Las atracciones sexuales que antes se sentían mal ahora se sentían bien. Era liberador y estimulante, como si hubiera sido liberado de un peso enorme o de una prisión oscura y húmeda, y salir de pronto al brillante y cálido sol del verano. Todo parecía encajar, todo se sentía bien.
Ahora no tenía ninguna duda, las chicas se divertían con nosotros, tantos como Carla y yo nos divertíamos con ellas. Cuando me asomé a la cocina para desayunar, Theresa me vio desde su taburete, saltó y corrió hacia mí, saltando a mis brazos, me amarró con sus piernas, así que la sostuve con mis manos en sus nalgas deliciosas, me dijo:
—¡Papi … me divertí mucho anoche! … Gracias …
Luego inclinándose me susurró al oído:
—…toda la noche me estuvo saliendo tu semen de mi vagina …
Gemí al escucharla decir eso, ella se rio y se echó hacia atrás con los ojos lucientes y agregó:
—… ¡mami dijo que te gustaría mucho escuchar eso! …
Besé su esplendente sonrisa. Mientras la bajaba, me di cuenta de que Carla nos miraba y sonreía complacida, pero la pequeña Antonella miraba hacia otro lado con el ceño fruncido. Deliberadamente se negaba a mirarnos. Entonces caminé sigilosamente hacia ella, desde atrás, acaricie su finísimo cuello con mi mandíbula sin afeitar. Ella se rio suavemente e inclino su cabeza para proteger su cuello.
—“Buenos días, cariño” … —Le dije, dándole otro masaje en su cuello.
—¡Papi! … ¡Eso hace cosquillas! … —Exclamó riéndose y tratando de alejarse.
Pasé a Carla y la besé, acariciando dulcemente su redondeado trasero. Ella me sonrió ampliamente. Con eso todas las damas en mi vida estaban felices.
Pasamos la mañana jugando en las pozas de agua; terminamos mojados y embarrados, por supuesto Carla arrugó su ceño cuando nos vio todos sucios y mando a las niñas a ducharse. Después del almuerzo, estaba cómodamente instalado frente a la Tv para ver un partido de la nacional. No soy un fanático, pero me había venido un ataque de pereza absoluta. Cuando Carla vino para que la acompañara a hacer algunas compras, le dije que no me sentía muy bien y ella me dijo que descansara. Luego fue a buscar a Theresa y se fue con ella.
Antonella llego a la sala con su ropita de invierno. Una falda cortita de franela, combinada con una remera color tiza con bordados de “Hello Kitty”. Sus cabellos claros estaban recogidos en dos colas de caballo. Estaba al igual que solíamos estar todos en casa, con pantuflas de polar. Se subió a mi regazo y me montó a horcajadas con sus piernas colgando a mis costados, me miró y preguntó:
—¿Podemos ver otra cosa? …
Unos pocos clics en el control remoto y encontré el canal de Disney:
—¿Qué tal esto? … ¿Te gusta? …
—¡Uhm! … ¡Sí! … podría servir …
Mientras en la pantalla estaba el ratón Mickey tratando de sorprender a Peter el Negro, ella me preguntó:
—Papi … ¿Amas más a Theresa que a mí? …
La abracé sonriendo y le dije:
—¡No! … Las amo a ambas por igual …
—¿Por qué? …
—Por qué Carla las ama a ustedes dos por igual … yo la amo a ella … y también a ustedes dos por igual …
Luego se distrajo con las caricaturas animadas y se quedó en silencio. Casi sin darme cuenta comencé a frotar su regordeta pierna desnuda. Luego mi mano rozó el dobladillo de su faldita, entonces me percaté que mi mano estaba entre sus tiernos y cálidos muslos. Mi mano voló a descubrir que se sentiría al tocar sus braguitas de algodón. Antonella no mostró ninguna preocupación cuando le levanté la falda y mi mano se acercó a su entrepierna, casi casualmente, ella puso su mano sobre la mía y la empujó a la convergencia de sus muslos y sobre su monte de venus.
Ahuequé la palma de mi mano y la puse sobre su diminuto coño cubierto por el suave algodón de sus braguitas. El algodón se estiró sobre su panochita caliente, sus piernas estaban abiertas, sobajeé su delicado, pero sexy monte de venus. Mientras la acariciaba, se me formo una tremenda erección dentro de mis pantalones. Adoré esa sensación. Me encantaba la intimidad de tocarla sin que ella demostrara temor ni vergüenza, sentir su coñito como humedecía sus bragas apretándose contra el algodón, palpar su pequeño pubis. Casualmente dibujé la parte extrema del surco de su chochito, Antonella apretó mi mano y meneó su cabecita sin dejar de mirar la televisión, gimió y empujó su pelvis contra mi mano, estaba caliente.
Por varios minutos no hice nada más que acariciar su coñito, tomándolo entre mis dedos y apretándolo, otras veces recorriendo la hendidura ya mojada de sus labiecitos; disfruté de mi excitación y de la suya. Era una excitación diferente, más delicada y suave, más amorosa y tierna, sin la urgencia que causa la calentura extrema. Era una intimidad de afecto, cómoda y simple.
Lentamente, Antonella se fue abandonando a mis caricias y empujó cada vez con más vehemencia su pelvis contra mis dedos. Fui frotando cada vez más fuerte; había un delicioso aroma a orina y coño de niña. Luego sin previó aviso, la nenita se agitó con elocuentes gemidos, un llorisqueo de bebita y llegó a un orgasmo silencioso y delicioso, su trasero se movió hasta obtener el máximo de goce; después se relajó, su cuerpecito estaba caliente. Tomé su entrepierna y la abracé a mí besando su cuellito.
Fue como un sueño hacerla acabar en mis brazos, un clímax hermoso, sin alboroto, inocente, genuino, simplemente placer. Por eso mismo, la adoraba.
Carla y Theresa regresaron, la puerta principal dejo entrar algunas gotas de lluvia y una ráfaga de aire helado. Se sacudieron y se quitaron la ropa de abrigo mojada. Carla me miró abrazado con Antonella y me sonrió.
—¡Hay mucha agua! … ¡Es un temporal! …
Dijo, mientras llevaba las bolsas de compras a la cocina, agregó:
—… ¿has notado lo increíble que es la fuerza de la naturaleza? …
Antonella se sentó bajándose la falda y preguntó:
—¿Qué has comprado, mami? …
Sin esperar respuesta, se bajó de mi regazo y fue a inspeccionar las bolsas de comestibles. De la quietud de la tarde pasada frente al televisor con Antonella, la casa se transformó en un bullicioso ambiente. Theresa tomó un paquete de galletas de chocolate y Carla se la arrebató antes de que pudiera abrirla, ella reclamó:
—¡Pero mami! … ¡Tengo hambre! …
—Pues cómete una fruta …
Respondió mi hermana, Antonella se acercó a ella y tironeó de su brazo. Carla se inclinó, Amanda puso una mano en su oreja y le bisbiseó algo al oído. Carla me miró sonriéndome con sus intensos ojos zafirinos relucientes y le preguntó a la pequeña:
—¿Deveras lo hizo? …
Antonella asintió vehementemente y dijo:
—¡A-há! … y dijo que nos amaba a todas …
Me miró con esa ingenua picardía de niña y me sonrió, le devolví la sonrisa y Carla me llamó:
—Ven … danos una mano a ordenar los víveres …
Así el ruido, las risas y los aromas a deliciosa comida inundaron el ambiente. Comimos una sopa de verduras deliciosa, pero que la chicas se demoraron una eternidad en comer, luego zapallitos rellenos al horno cubiertos de parmesano reggiano, al final las chicas se dieron un festín con helados y galletas. Como familia nos sentamos a mirar la tele hasta la hora de acostarnos.
*****
El lunes nos despertamos con el mal tiempo que continuaba, la lluvia se manifestaba a ratos con toda su furia; Carla me encargó de llevar a las niñas al colegio, a ella no le gustaba conducir con el pavimento mojada. Cuando regresé me encargué de revisar algunas cuentas. Carla se dedicó a limpiar, hacer la lavandería, cambiar las sábanas y después comenzó a preparar algo para el almuerzo.
A la hora acostumbrada, Carla me envió a recoger a las niñas al colegio. A ambas les encantaba asistir a la escuela; las encontré a esperar con sus narices rojas como tomate, sentían frío. En casa, Carla las esperaba con un chocolate caliente, me preguntaron a mí si podían tener algunas galletas y yo dije que sí, yo mismo fui a buscar el paquete y se los dividí entre las dos.
Carla entró en la sala con algunos vasos limpios en la mano, noté que frunció el ceño cuando vio a las chicas comiendo galletas:
—Se supone que no deben comer galletas antes de la comida …
Dijo con severidad, las chicas se miraron y respondieron casi al unísono en un tono malvado y desleal:
—¡Papi dijo que podíamos! …
Carla me miró a mí con el ceño fruncido y las niñas se rieron y se encogieron de hombros. Después hizo referencia al mal tiempo y dijo.
—¿Cómo vamos a hacer para evitar de llenarnos de malas hierbas después de la lluvia? …
—Pues yo pago a un jardinero que me mantienes el jardín todos los años …
—Pero tu eres joven … podrías hacerlo tú … así no echas panza …
—¿Qué hay con mi panza? … casi no tengo … además que no me veo cortando el césped …
—Pues todos los hombres lo hacen …
—¿Sabes? … quizás sea una idea estupenda … podría ordenar una de esas cortadoras con motorcito … de esas con apoya vasos … son como un tractor en miniatura …
—¿Y cuanto costaría una cosa como esas? …
—Déjame ver … ¡Uhm! …
Me puse a la búsqueda por internet y encontré uno nuevo con las características adecuadas:
—… ¡Hmm! … aquí hay uno que me gusta … cuesta poco menos de tres millones …
—¡¡Cuánto!! …
—Eso es lo que dice aquí … cómo tres millones …
—¿Y cuanto le pagas al joven que viene a cortar el césped? …
—Treinta mil cada vez que lo llamo …
—¡Uhm! … si es así … creo que debemos prescindir del tractorcito ese y seguir pagándole al muchacho, ¿no crees? …
—Pero ¿cómo? … puedo pedirlo en línea … ven … ¡Mira lo lindo que es! … ¿No te gusta ese color? … podríamos ordenar uno de color diferente … a mi me fascina ese color … combina con el color de tus bragas … esas que te quedan tan bien …
Carla estalló en una carcajada y luego jadeó:
—Cuando estás feliz … eres el hombre más sexy del mundo …
—¿Eso quiere decir que puedo comprarlo? …
Se me quedó mirando con una divertida sonrisa.
—… ¡Vamos! … ¡Sé buenita! … ¿Quieres que siga siendo sexy? … ¿Eh? … ¡Di que sí! …
—¡No! …
Se dio media vuelta y se fue contoneando sus magnificas caderas, a sabiendas que su culo borra de mi cabeza cualquier pensamiento. Pero no me importó. Me reí, la hice reír a ella y también las chicas se rieron. Lo mejor de todo es que no tuve que cortar el césped. Sumando y restando, un buen momento en familia.
Esa noche Carla llegó a la cama con sus sexys bragas rojas y un cortísimo negligé del mismo color. Noté que también vestía unos calcetines lanudos que me encantaron. Se quitó los calcetines y se deslizó en la cama a mi costado, y de forma del todo natural, metió la mano bajo las sábanas para acariciarme. Estaba completamente a reposo, pero sintiendo su cálida mano, mi pene se puso erecto en breve tiempo. Movía lentamente su mano y presionaba mi miembro con habilidad, se acurrucó a mi pierna y me dijo:
—Tengo una confesión que hacerte … cuando tu pene estaba dentro del coño de Theresa, lo sentí hincharse y palpitar … mientras lo aferraba con mi mano … sentí los borbotones de semen que circularon por tu conducto seminal y explotaron dentro de mi hija … eso me excitó de verdad …
Le sonreí y ella también me sonrió cuando le respondí:
—¡Jesús, Carla! … Theresa estaba tan estrecha … estoy muy contento de haberlo hecho con ella …
Carla soltó mi pene, rodó sobre si misma y abrió el cajón de la mesa de noche, luego se volteó hacia mí y me mostró una pequeña botella plástica de lubricante:
—Necesito saber cómo se siente el sexo anal … nunca lo he hecho antes … ¿Te gustaría que lo intentáramos? …
Me preguntó Carla mirándome atentamente, yo solo pude pensar a su maravilloso trasero a forma de pera y le dije:
—¡Hmm! … Me encantaría … pero no es algo con lo que haya experimentado mucho …
—¿Y qué tan dificultoso podría ser? … Podríamos hacerlo con calma … si resulta demasiado incomodo o doloroso … nos detendremos y basta …
Nos acariciamos y besamos por solo el placer de hacerlo. Carla no mentía, estaba muy caliente, su panocha se estaba derritiendo. Yo también y, que ella acariciara mi erección, contribuyó a ponerme duro como el acero. Me separé un poco de ella y le dije:
—Ponte sobre tus manos y rodillas … lo haremos a lo perrito …
Me levanté y me puse detrás de ella. La vista del culo de Carla era simplemente espectacular. Sus nalgas parecían esculpidas en mármol. Su coño sexy se vislumbraba entre sus muslos, su estrecho agujerito justo encima de su hendidura se mostró muy atractivo y acogedoramente invitante.
Me pasó la botella de lubricante. Aferré mi erección y la paseé en medio al surco formado por sus glúteos y apunté la punta de mi pija a su mojada hendidura, la frote en medio a sus empapados labios vaginales separándolos seductoramente, luego con un leve empuje la penetré, me hundí en ella y su panocha acogió mi erección en su cálido abrazo. Sentí las contracciones de su apretado coño. Abrí la botella y vertí un poco sobre su trasero y lo froté delicadamente.
Follé su coño suave y lentamente, con penetraciones pausadas; mientras mi pene se hundía en su mojada conchita, presioné mi dedo pulgar en ese tesoro apretado y caliente de su ano. Carla se relajó y gruño sintiendo mi dedo moviéndose dentro de su recto. La follé con mi pulgar por largo rato para darle el tiempo de habituarse y adaptarse a ser penetrada en su trasero. Luego le pregunté:
—¿Estás lista? …
Carla respiró profundamente antes de asentir con su cabeza. Saqué mi erección mojadísima de su coño, esparcí un poco de lubricante sobre mi pija y presioné la gruesa cabezota contra su engurruñado y ajustado agujerito pequeño, su culo estaba bien cerrado. Parecía una misión imposible. Fui presionando poco a poco y en primera instancia no había ningún avance, pero con la constante presión y bastante lubricante; esa diminuta abertura comenzó a ensancharse. Carla empujó deseosa hacia atrás y vi desaparecer mi hinchada cabezota en su cuevita apretada; Carla chillo y nos detuvimos en ese mismo instante. Mi dura erección parecía pulsar con fuerza apretada en ese estrecho canal. La escuché gemir a baja voz, respirando profundamente.
—¿Cómo se siente? … —Pregunté ansioso.
—¡Hmm! … es diferente … pero no me duele … creo que me gusta …
La sostuve de sus caderas, tire de su trasero y al mismo tiempo empuje contra ella. El apriete cálido de su esfínter se hizo patente en mi pene envolviéndolo ardorosamente. Con pequeños y delicados movimientos de mete y saca, mi erección se hundió profundamente en ella, hasta que sus hermosísimas nalgas comenzaron a estrellarse con mi ingle. Estaba enterrado dentro de mi hermana, mi erección pulsaba exquisitamente. Se sentía maravilloso; casi había olvidado lo bello y sexy que es follar el culo de una mujer, sobre todo un hermoso culo como el de Carla. Ella se volteó un poco para decirme:
—¡Hmmmm! … ¡Qué grande qué eres! … esto se siente tan bien … pero diferente …
El ano de Carla era un estrecho anillo que apretaba mi pija y me hacía sentir el afelpado ardor de su recto resbaladizo y caliente acariciando mi erección. La vista de su culo era muy estimulante, aparte de erótica; sus glúteos eran perfectos y se achataban al presionar contra mi ingle; su estrecha cintura y sus esbeltas caderas completaban la perfección de ese culo a forma de pera.
Carla comenzó a gemir audiblemente, se dejó caer sobre sus codos y estiró su brazo para alcanzar su panochita y comenzar a frotar su clítoris. Entonces la follé más fuerte, más rápido, gozando de la vista de mi erección hundiéndose es su hermosísimo trasero, estirando y ensanchando su apretado agujero. De repente sus nalgas comenzaron a temblar, la follé con más fuerza, sintiendo como bofetadas el golpe de sus nalgas contra mi cuerpo. Mi erección se tensaba e hinchaba, llegando a esas dulces y exquisitas sensaciones en mis entrañas, anunciando mi inminente orgasmo. Carla chilló y jadeó:
—¡Oh, Mauro! … ¡Dios mío! … ¡Fóllame! … ¡Fóllame, hermano! …
Y eso fue lo que procedí a hacer. Mi excitación me llevó alto. Mi erección se reforzó. El placer comenzó a llegar. Justo antes de que llegara mi orgasmo, Carla jadeó y su cuerpo comenzó a temblar con fuerza. Ondulaba su espalda y empujaba sus posaderas contra mi ingle y mi pene la penetraba a fondo. Entonces la follé rápido y con fuerza y ella grito su clímax:
—¡Oh, Dios! … ¡Oh, Dios! … ¡Oh, Dios! … ¡Hmmmm! … ¡Nnnnn! … ¡Aaahhh! … ¡Aaahhh! … ¡Aaahhh! …
Cuando estaba por explotar dentro de ella, mi hermana se derrumbo boca abajo y yo la seguí acostándome sobre ella sin dejar de follar su estrecho culo, sus nalgas apretaron mi pija y su espalda se arqueó hacia arriba para no dejar salir mi pene de su estrecho estrangulamiento. No pude aguantar más, y de golpe saqué mi pija violentamente de su apretado ano y me corrí a copiosos borbotones sobre sus nalgas y espalda. Follé sus glúteos desparramando mi caliente y pegajoso semen sobre ella, con las últimas fuerzas y los últimos chorros saliendo de mi pene, me quedé jadeando sobre su espalda. Me había vaciado completamente; mi pulso comenzó a calmarse, mi erección se aminoró y me deslicé de espalda a un costado de ella. Carla sudada y relajada boca abajo, me miró y sonrió:
—¡Hermoso! … ¡Qué lindo! … ¡Me encanta el sexo anal! … También me gustó que te corrieras sobre mí …
La vi mover su trasero contenta y me alegró mucho haberla satisfecho, luego agregó:
—… la próxima vez, quiero mirar como te corres sobre mí … no sé por qué … pero lo encuentro deliciosamente sexy y cachondo …
Extendí mi mano para agarrar mis boxers y limpié el semen de su trasero y espalda baja, diciéndole:
—Si te gusta y divierte … ¿por qué no? …
Carla subió las sábanas y edredón sobre nosotros y luego se acomodó entre mis brazos, sus cabellos quedaron bajo mi barbilla y pude sentir su aroma a melocotones y flores frescas, estiré la mano y apagué la lampara de la mesita de noche.
Mientras escuchaba su tranquila respiración, vino a mi mente una frase que en principio no me extrañó, pero ahora pensé que era oportuno aclarar mi inquietud:
—Cariño … dijiste que “necesitabas” saber cómo se sentía el sexo anal … no es que lo quisieras … sino que lo “necesitabas” … ¿Por qué? …
Sus dedos juguetearon con los vellos de mis pectorales y respondió:
—Theresa a molestando mucho a Antonella desde que experimento el sexo contigo … y Antonella no está para nada feliz … le dije que era demasiado pequeñita para tener relaciones sexuales … que debía esperar un par de años … no le gustó y no estaba feliz …
Pasó una de sus piernas sobre mis muslos y continuó:
—… entonces tuve una idea … puede que sea demasiado chiquitita para tener relaciones sexuales … pero es posible que pueda manejar el sexo anal …
—¡Carla, por Dios! … ¡Cómo se te vienen a la cabeza estas ideas tan descabelladas! … ¡Me niego a creer que siquiera lo hayas considerado! …
—¡Escúchame, amor! … —Dijo ella con toda calma.
—… se lo mencioné a Antonella y ella se sintió mejor … yo nunca había intentado el sexo anal … por eso lo “necesitaba” … tenía que intentarlo contigo …
—Carla … una cosa es tú y yo teniendo sexo anal … pero que la pequeña Antonella tenga sexo anal … ¿No te parece insensato? …
—Quería saber si el sexo anal era placentero … se que para un hombre lo es … a ti te gusta … pero yo no sabía como podría ser para mí … ¡Lo hice! … y me pareció genial …
—Me sigue pareciendo un desatino … Antonella tiene solo ocho años …
—Nueve … en un par de semanas cumplirá nueve …
—Pero eso no cambia mucho la situación …
—Lo sé Mauro … por eso le deje mi consolador grande para desanimarla …
—¡Oh! … eso sí me parece acertado … gracias por haberlo pensado …
—No te apresures … no anduvo para nada bien … el domingo en la mañana tuve sexo oral con ella … y ella me mostró que podía tomar mi consolador en su pequeño trasero … así que quiere tener sexo anal contigo … está muy ilusionada en hacerlo antes que Theresa …
—¡Válgame, Dios! … Estás bromeando, ¿verdad? …
Pregunté conmocionado. Sin embargo, mi mente me imaginó con la pequeña Antonella y no podía negar que me excitaba sobre manera sentir mi pija en ese apretado agujerito.
—No … no estoy bromeando en absoluto …… ya le prometí que lo intentaríamos el próximo fin de semana …
*****
(Continuará …)
***** ***** ***** ***** ***** ***** ***** *****
El regalo más preciado de quien escribe es saber que alguien está leyendo sus historias. Un correo electrónico, a favor o en contra, ¡Tiene la magia de alegrar el día de quien construye con palabras una sensación y un placer!
luisa_luisa4634@yahoo.com
Encontré esto tan jodidamente excitante. Por supuesto que me trajo muchos recuerdos, pero esta vez contigo a mi lado, tu y yo juntos. Todo fue más emocionante. Todavía no logro entenderlo todo, pero solo Dios sabe cuánto me gustó. Carla me miraba con su ojos de luz.
—Estoy tan contenta, Mauro … te quería con nosotras … quiero compartirte con mis chicas … debes ser parte de esto … tendremos maravillosos momentos por delante … tú y nosotras …
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Ese acto íntimo con Theresa abrió las puertas a nuevas relaciones dentro de la familia. Me sentí muy alegre de como se estaban dando las cosas. Todo con asombrosa naturalidad. Las atracciones sexuales que antes se sentían mal ahora se sentían bien. Era liberador y estimulante, como si hubiera sido liberado de un peso enorme o de una prisión oscura y húmeda, y salir de pronto al brillante y cálido sol del verano. Todo parecía encajar, todo se sentía bien.
Ahora no tenía ninguna duda, las chicas se divertían con nosotros, tantos como Carla y yo nos divertíamos con ellas. Cuando me asomé a la cocina para desayunar, Theresa me vio desde su taburete, saltó y corrió hacia mí, saltando a mis brazos, me amarró con sus piernas, así que la sostuve con mis manos en sus nalgas deliciosas, me dijo:
—¡Papi … me divertí mucho anoche! … Gracias …
Luego inclinándose me susurró al oído:
—…toda la noche me estuvo saliendo tu semen de mi vagina …
Gemí al escucharla decir eso, ella se rio y se echó hacia atrás con los ojos lucientes y agregó:
—… ¡mami dijo que te gustaría mucho escuchar eso! …
Besé su esplendente sonrisa. Mientras la bajaba, me di cuenta de que Carla nos miraba y sonreía complacida, pero la pequeña Antonella miraba hacia otro lado con el ceño fruncido. Deliberadamente se negaba a mirarnos. Entonces caminé sigilosamente hacia ella, desde atrás, acaricie su finísimo cuello con mi mandíbula sin afeitar. Ella se rio suavemente e inclino su cabeza para proteger su cuello.
—“Buenos días, cariño” … —Le dije, dándole otro masaje en su cuello.
—¡Papi! … ¡Eso hace cosquillas! … —Exclamó riéndose y tratando de alejarse.
Pasé a Carla y la besé, acariciando dulcemente su redondeado trasero. Ella me sonrió ampliamente. Con eso todas las damas en mi vida estaban felices.
Pasamos la mañana jugando en las pozas de agua; terminamos mojados y embarrados, por supuesto Carla arrugó su ceño cuando nos vio todos sucios y mando a las niñas a ducharse. Después del almuerzo, estaba cómodamente instalado frente a la Tv para ver un partido de la nacional. No soy un fanático, pero me había venido un ataque de pereza absoluta. Cuando Carla vino para que la acompañara a hacer algunas compras, le dije que no me sentía muy bien y ella me dijo que descansara. Luego fue a buscar a Theresa y se fue con ella.
Antonella llego a la sala con su ropita de invierno. Una falda cortita de franela, combinada con una remera color tiza con bordados de “Hello Kitty”. Sus cabellos claros estaban recogidos en dos colas de caballo. Estaba al igual que solíamos estar todos en casa, con pantuflas de polar. Se subió a mi regazo y me montó a horcajadas con sus piernas colgando a mis costados, me miró y preguntó:
—¿Podemos ver otra cosa? …
Unos pocos clics en el control remoto y encontré el canal de Disney:
—¿Qué tal esto? … ¿Te gusta? …
—¡Uhm! … ¡Sí! … podría servir …
Mientras en la pantalla estaba el ratón Mickey tratando de sorprender a Peter el Negro, ella me preguntó:
—Papi … ¿Amas más a Theresa que a mí? …
La abracé sonriendo y le dije:
—¡No! … Las amo a ambas por igual …
—¿Por qué? …
—Por qué Carla las ama a ustedes dos por igual … yo la amo a ella … y también a ustedes dos por igual …
Luego se distrajo con las caricaturas animadas y se quedó en silencio. Casi sin darme cuenta comencé a frotar su regordeta pierna desnuda. Luego mi mano rozó el dobladillo de su faldita, entonces me percaté que mi mano estaba entre sus tiernos y cálidos muslos. Mi mano voló a descubrir que se sentiría al tocar sus braguitas de algodón. Antonella no mostró ninguna preocupación cuando le levanté la falda y mi mano se acercó a su entrepierna, casi casualmente, ella puso su mano sobre la mía y la empujó a la convergencia de sus muslos y sobre su monte de venus.
Ahuequé la palma de mi mano y la puse sobre su diminuto coño cubierto por el suave algodón de sus braguitas. El algodón se estiró sobre su panochita caliente, sus piernas estaban abiertas, sobajeé su delicado, pero sexy monte de venus. Mientras la acariciaba, se me formo una tremenda erección dentro de mis pantalones. Adoré esa sensación. Me encantaba la intimidad de tocarla sin que ella demostrara temor ni vergüenza, sentir su coñito como humedecía sus bragas apretándose contra el algodón, palpar su pequeño pubis. Casualmente dibujé la parte extrema del surco de su chochito, Antonella apretó mi mano y meneó su cabecita sin dejar de mirar la televisión, gimió y empujó su pelvis contra mi mano, estaba caliente.
Por varios minutos no hice nada más que acariciar su coñito, tomándolo entre mis dedos y apretándolo, otras veces recorriendo la hendidura ya mojada de sus labiecitos; disfruté de mi excitación y de la suya. Era una excitación diferente, más delicada y suave, más amorosa y tierna, sin la urgencia que causa la calentura extrema. Era una intimidad de afecto, cómoda y simple.
Lentamente, Antonella se fue abandonando a mis caricias y empujó cada vez con más vehemencia su pelvis contra mis dedos. Fui frotando cada vez más fuerte; había un delicioso aroma a orina y coño de niña. Luego sin previó aviso, la nenita se agitó con elocuentes gemidos, un llorisqueo de bebita y llegó a un orgasmo silencioso y delicioso, su trasero se movió hasta obtener el máximo de goce; después se relajó, su cuerpecito estaba caliente. Tomé su entrepierna y la abracé a mí besando su cuellito.
Fue como un sueño hacerla acabar en mis brazos, un clímax hermoso, sin alboroto, inocente, genuino, simplemente placer. Por eso mismo, la adoraba.
Carla y Theresa regresaron, la puerta principal dejo entrar algunas gotas de lluvia y una ráfaga de aire helado. Se sacudieron y se quitaron la ropa de abrigo mojada. Carla me miró abrazado con Antonella y me sonrió.
—¡Hay mucha agua! … ¡Es un temporal! …
Dijo, mientras llevaba las bolsas de compras a la cocina, agregó:
—… ¿has notado lo increíble que es la fuerza de la naturaleza? …
Antonella se sentó bajándose la falda y preguntó:
—¿Qué has comprado, mami? …
Sin esperar respuesta, se bajó de mi regazo y fue a inspeccionar las bolsas de comestibles. De la quietud de la tarde pasada frente al televisor con Antonella, la casa se transformó en un bullicioso ambiente. Theresa tomó un paquete de galletas de chocolate y Carla se la arrebató antes de que pudiera abrirla, ella reclamó:
—¡Pero mami! … ¡Tengo hambre! …
—Pues cómete una fruta …
Respondió mi hermana, Antonella se acercó a ella y tironeó de su brazo. Carla se inclinó, Amanda puso una mano en su oreja y le bisbiseó algo al oído. Carla me miró sonriéndome con sus intensos ojos zafirinos relucientes y le preguntó a la pequeña:
—¿Deveras lo hizo? …
Antonella asintió vehementemente y dijo:
—¡A-há! … y dijo que nos amaba a todas …
Me miró con esa ingenua picardía de niña y me sonrió, le devolví la sonrisa y Carla me llamó:
—Ven … danos una mano a ordenar los víveres …
Así el ruido, las risas y los aromas a deliciosa comida inundaron el ambiente. Comimos una sopa de verduras deliciosa, pero que la chicas se demoraron una eternidad en comer, luego zapallitos rellenos al horno cubiertos de parmesano reggiano, al final las chicas se dieron un festín con helados y galletas. Como familia nos sentamos a mirar la tele hasta la hora de acostarnos.
*****
El lunes nos despertamos con el mal tiempo que continuaba, la lluvia se manifestaba a ratos con toda su furia; Carla me encargó de llevar a las niñas al colegio, a ella no le gustaba conducir con el pavimento mojada. Cuando regresé me encargué de revisar algunas cuentas. Carla se dedicó a limpiar, hacer la lavandería, cambiar las sábanas y después comenzó a preparar algo para el almuerzo.
A la hora acostumbrada, Carla me envió a recoger a las niñas al colegio. A ambas les encantaba asistir a la escuela; las encontré a esperar con sus narices rojas como tomate, sentían frío. En casa, Carla las esperaba con un chocolate caliente, me preguntaron a mí si podían tener algunas galletas y yo dije que sí, yo mismo fui a buscar el paquete y se los dividí entre las dos.
Carla entró en la sala con algunos vasos limpios en la mano, noté que frunció el ceño cuando vio a las chicas comiendo galletas:
—Se supone que no deben comer galletas antes de la comida …
Dijo con severidad, las chicas se miraron y respondieron casi al unísono en un tono malvado y desleal:
—¡Papi dijo que podíamos! …
Carla me miró a mí con el ceño fruncido y las niñas se rieron y se encogieron de hombros. Después hizo referencia al mal tiempo y dijo.
—¿Cómo vamos a hacer para evitar de llenarnos de malas hierbas después de la lluvia? …
—Pues yo pago a un jardinero que me mantienes el jardín todos los años …
—Pero tu eres joven … podrías hacerlo tú … así no echas panza …
—¿Qué hay con mi panza? … casi no tengo … además que no me veo cortando el césped …
—Pues todos los hombres lo hacen …
—¿Sabes? … quizás sea una idea estupenda … podría ordenar una de esas cortadoras con motorcito … de esas con apoya vasos … son como un tractor en miniatura …
—¿Y cuanto costaría una cosa como esas? …
—Déjame ver … ¡Uhm! …
Me puse a la búsqueda por internet y encontré uno nuevo con las características adecuadas:
—… ¡Hmm! … aquí hay uno que me gusta … cuesta poco menos de tres millones …
—¡¡Cuánto!! …
—Eso es lo que dice aquí … cómo tres millones …
—¿Y cuanto le pagas al joven que viene a cortar el césped? …
—Treinta mil cada vez que lo llamo …
—¡Uhm! … si es así … creo que debemos prescindir del tractorcito ese y seguir pagándole al muchacho, ¿no crees? …
—Pero ¿cómo? … puedo pedirlo en línea … ven … ¡Mira lo lindo que es! … ¿No te gusta ese color? … podríamos ordenar uno de color diferente … a mi me fascina ese color … combina con el color de tus bragas … esas que te quedan tan bien …
Carla estalló en una carcajada y luego jadeó:
—Cuando estás feliz … eres el hombre más sexy del mundo …
—¿Eso quiere decir que puedo comprarlo? …
Se me quedó mirando con una divertida sonrisa.
—… ¡Vamos! … ¡Sé buenita! … ¿Quieres que siga siendo sexy? … ¿Eh? … ¡Di que sí! …
—¡No! …
Se dio media vuelta y se fue contoneando sus magnificas caderas, a sabiendas que su culo borra de mi cabeza cualquier pensamiento. Pero no me importó. Me reí, la hice reír a ella y también las chicas se rieron. Lo mejor de todo es que no tuve que cortar el césped. Sumando y restando, un buen momento en familia.
Esa noche Carla llegó a la cama con sus sexys bragas rojas y un cortísimo negligé del mismo color. Noté que también vestía unos calcetines lanudos que me encantaron. Se quitó los calcetines y se deslizó en la cama a mi costado, y de forma del todo natural, metió la mano bajo las sábanas para acariciarme. Estaba completamente a reposo, pero sintiendo su cálida mano, mi pene se puso erecto en breve tiempo. Movía lentamente su mano y presionaba mi miembro con habilidad, se acurrucó a mi pierna y me dijo:
—Tengo una confesión que hacerte … cuando tu pene estaba dentro del coño de Theresa, lo sentí hincharse y palpitar … mientras lo aferraba con mi mano … sentí los borbotones de semen que circularon por tu conducto seminal y explotaron dentro de mi hija … eso me excitó de verdad …
Le sonreí y ella también me sonrió cuando le respondí:
—¡Jesús, Carla! … Theresa estaba tan estrecha … estoy muy contento de haberlo hecho con ella …
Carla soltó mi pene, rodó sobre si misma y abrió el cajón de la mesa de noche, luego se volteó hacia mí y me mostró una pequeña botella plástica de lubricante:
—Necesito saber cómo se siente el sexo anal … nunca lo he hecho antes … ¿Te gustaría que lo intentáramos? …
Me preguntó Carla mirándome atentamente, yo solo pude pensar a su maravilloso trasero a forma de pera y le dije:
—¡Hmm! … Me encantaría … pero no es algo con lo que haya experimentado mucho …
—¿Y qué tan dificultoso podría ser? … Podríamos hacerlo con calma … si resulta demasiado incomodo o doloroso … nos detendremos y basta …
Nos acariciamos y besamos por solo el placer de hacerlo. Carla no mentía, estaba muy caliente, su panocha se estaba derritiendo. Yo también y, que ella acariciara mi erección, contribuyó a ponerme duro como el acero. Me separé un poco de ella y le dije:
—Ponte sobre tus manos y rodillas … lo haremos a lo perrito …
Me levanté y me puse detrás de ella. La vista del culo de Carla era simplemente espectacular. Sus nalgas parecían esculpidas en mármol. Su coño sexy se vislumbraba entre sus muslos, su estrecho agujerito justo encima de su hendidura se mostró muy atractivo y acogedoramente invitante.
Me pasó la botella de lubricante. Aferré mi erección y la paseé en medio al surco formado por sus glúteos y apunté la punta de mi pija a su mojada hendidura, la frote en medio a sus empapados labios vaginales separándolos seductoramente, luego con un leve empuje la penetré, me hundí en ella y su panocha acogió mi erección en su cálido abrazo. Sentí las contracciones de su apretado coño. Abrí la botella y vertí un poco sobre su trasero y lo froté delicadamente.
Follé su coño suave y lentamente, con penetraciones pausadas; mientras mi pene se hundía en su mojada conchita, presioné mi dedo pulgar en ese tesoro apretado y caliente de su ano. Carla se relajó y gruño sintiendo mi dedo moviéndose dentro de su recto. La follé con mi pulgar por largo rato para darle el tiempo de habituarse y adaptarse a ser penetrada en su trasero. Luego le pregunté:
—¿Estás lista? …
Carla respiró profundamente antes de asentir con su cabeza. Saqué mi erección mojadísima de su coño, esparcí un poco de lubricante sobre mi pija y presioné la gruesa cabezota contra su engurruñado y ajustado agujerito pequeño, su culo estaba bien cerrado. Parecía una misión imposible. Fui presionando poco a poco y en primera instancia no había ningún avance, pero con la constante presión y bastante lubricante; esa diminuta abertura comenzó a ensancharse. Carla empujó deseosa hacia atrás y vi desaparecer mi hinchada cabezota en su cuevita apretada; Carla chillo y nos detuvimos en ese mismo instante. Mi dura erección parecía pulsar con fuerza apretada en ese estrecho canal. La escuché gemir a baja voz, respirando profundamente.
—¿Cómo se siente? … —Pregunté ansioso.
—¡Hmm! … es diferente … pero no me duele … creo que me gusta …
La sostuve de sus caderas, tire de su trasero y al mismo tiempo empuje contra ella. El apriete cálido de su esfínter se hizo patente en mi pene envolviéndolo ardorosamente. Con pequeños y delicados movimientos de mete y saca, mi erección se hundió profundamente en ella, hasta que sus hermosísimas nalgas comenzaron a estrellarse con mi ingle. Estaba enterrado dentro de mi hermana, mi erección pulsaba exquisitamente. Se sentía maravilloso; casi había olvidado lo bello y sexy que es follar el culo de una mujer, sobre todo un hermoso culo como el de Carla. Ella se volteó un poco para decirme:
—¡Hmmmm! … ¡Qué grande qué eres! … esto se siente tan bien … pero diferente …
El ano de Carla era un estrecho anillo que apretaba mi pija y me hacía sentir el afelpado ardor de su recto resbaladizo y caliente acariciando mi erección. La vista de su culo era muy estimulante, aparte de erótica; sus glúteos eran perfectos y se achataban al presionar contra mi ingle; su estrecha cintura y sus esbeltas caderas completaban la perfección de ese culo a forma de pera.
Carla comenzó a gemir audiblemente, se dejó caer sobre sus codos y estiró su brazo para alcanzar su panochita y comenzar a frotar su clítoris. Entonces la follé más fuerte, más rápido, gozando de la vista de mi erección hundiéndose es su hermosísimo trasero, estirando y ensanchando su apretado agujero. De repente sus nalgas comenzaron a temblar, la follé con más fuerza, sintiendo como bofetadas el golpe de sus nalgas contra mi cuerpo. Mi erección se tensaba e hinchaba, llegando a esas dulces y exquisitas sensaciones en mis entrañas, anunciando mi inminente orgasmo. Carla chilló y jadeó:
—¡Oh, Mauro! … ¡Dios mío! … ¡Fóllame! … ¡Fóllame, hermano! …
Y eso fue lo que procedí a hacer. Mi excitación me llevó alto. Mi erección se reforzó. El placer comenzó a llegar. Justo antes de que llegara mi orgasmo, Carla jadeó y su cuerpo comenzó a temblar con fuerza. Ondulaba su espalda y empujaba sus posaderas contra mi ingle y mi pene la penetraba a fondo. Entonces la follé rápido y con fuerza y ella grito su clímax:
—¡Oh, Dios! … ¡Oh, Dios! … ¡Oh, Dios! … ¡Hmmmm! … ¡Nnnnn! … ¡Aaahhh! … ¡Aaahhh! … ¡Aaahhh! …
Cuando estaba por explotar dentro de ella, mi hermana se derrumbo boca abajo y yo la seguí acostándome sobre ella sin dejar de follar su estrecho culo, sus nalgas apretaron mi pija y su espalda se arqueó hacia arriba para no dejar salir mi pene de su estrecho estrangulamiento. No pude aguantar más, y de golpe saqué mi pija violentamente de su apretado ano y me corrí a copiosos borbotones sobre sus nalgas y espalda. Follé sus glúteos desparramando mi caliente y pegajoso semen sobre ella, con las últimas fuerzas y los últimos chorros saliendo de mi pene, me quedé jadeando sobre su espalda. Me había vaciado completamente; mi pulso comenzó a calmarse, mi erección se aminoró y me deslicé de espalda a un costado de ella. Carla sudada y relajada boca abajo, me miró y sonrió:
—¡Hermoso! … ¡Qué lindo! … ¡Me encanta el sexo anal! … También me gustó que te corrieras sobre mí …
La vi mover su trasero contenta y me alegró mucho haberla satisfecho, luego agregó:
—… la próxima vez, quiero mirar como te corres sobre mí … no sé por qué … pero lo encuentro deliciosamente sexy y cachondo …
Extendí mi mano para agarrar mis boxers y limpié el semen de su trasero y espalda baja, diciéndole:
—Si te gusta y divierte … ¿por qué no? …
Carla subió las sábanas y edredón sobre nosotros y luego se acomodó entre mis brazos, sus cabellos quedaron bajo mi barbilla y pude sentir su aroma a melocotones y flores frescas, estiré la mano y apagué la lampara de la mesita de noche.
Mientras escuchaba su tranquila respiración, vino a mi mente una frase que en principio no me extrañó, pero ahora pensé que era oportuno aclarar mi inquietud:
—Cariño … dijiste que “necesitabas” saber cómo se sentía el sexo anal … no es que lo quisieras … sino que lo “necesitabas” … ¿Por qué? …
Sus dedos juguetearon con los vellos de mis pectorales y respondió:
—Theresa a molestando mucho a Antonella desde que experimento el sexo contigo … y Antonella no está para nada feliz … le dije que era demasiado pequeñita para tener relaciones sexuales … que debía esperar un par de años … no le gustó y no estaba feliz …
Pasó una de sus piernas sobre mis muslos y continuó:
—… entonces tuve una idea … puede que sea demasiado chiquitita para tener relaciones sexuales … pero es posible que pueda manejar el sexo anal …
—¡Carla, por Dios! … ¡Cómo se te vienen a la cabeza estas ideas tan descabelladas! … ¡Me niego a creer que siquiera lo hayas considerado! …
—¡Escúchame, amor! … —Dijo ella con toda calma.
—… se lo mencioné a Antonella y ella se sintió mejor … yo nunca había intentado el sexo anal … por eso lo “necesitaba” … tenía que intentarlo contigo …
—Carla … una cosa es tú y yo teniendo sexo anal … pero que la pequeña Antonella tenga sexo anal … ¿No te parece insensato? …
—Quería saber si el sexo anal era placentero … se que para un hombre lo es … a ti te gusta … pero yo no sabía como podría ser para mí … ¡Lo hice! … y me pareció genial …
—Me sigue pareciendo un desatino … Antonella tiene solo ocho años …
—Nueve … en un par de semanas cumplirá nueve …
—Pero eso no cambia mucho la situación …
—Lo sé Mauro … por eso le deje mi consolador grande para desanimarla …
—¡Oh! … eso sí me parece acertado … gracias por haberlo pensado …
—No te apresures … no anduvo para nada bien … el domingo en la mañana tuve sexo oral con ella … y ella me mostró que podía tomar mi consolador en su pequeño trasero … así que quiere tener sexo anal contigo … está muy ilusionada en hacerlo antes que Theresa …
—¡Válgame, Dios! … Estás bromeando, ¿verdad? …
Pregunté conmocionado. Sin embargo, mi mente me imaginó con la pequeña Antonella y no podía negar que me excitaba sobre manera sentir mi pija en ese apretado agujerito.
—No … no estoy bromeando en absoluto …… ya le prometí que lo intentaríamos el próximo fin de semana …
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(Continuará …)
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