Mi hermana tiene un problema. - Final.

por
género
incesto

Ciertamente María se había corrido con todo y me había dejado huellas, sus uñas rastrillaron mi espalda dejando largas ronchas, sus piernas me amarraban a ella y su coño seguía empujando contra mi pelvis.


Nos retorcimos juntos. Abrazados, follando y persiguiendo el placer de nuestros cuerpos agotados y sudados. Nuestros corazones latiendo a mil. Mi erección y la euforia de mi clímax se desvaneció lentamente. Me derrumbe sobre el cuerpo de María. Era el orgasmo más intenso que jamás haya sentido en mi vida.


Estábamos abrazados cómodamente, encerrados en nuestro mundo de paz y tranquilidad, el universo fuera había dejado de existir, existíamos solo María y yo. Hasta que ella se volteó y vio mi reloj en la mesita de noche.
—¡Mierda, Luciano! … ¡Son las doce y media! …
Luego saltó de la cama y se fue corriendo al baño donde procedió a tomar una rápida ducha. Tuve la ocasión de admirar sus maravillosas nalgas moviéndose sensualmente mientras corría, hasta el momento que desapareció en el cuarto de baño. No tenía ninguna duda, su culo era excepcionalmente bello, el más hermoso que haya visto jamás.


Se vistió velozmente, yo me puse mi bata y la acompañé a la puerta principal. María se volvió y me sonrió sonrojándose:
—No puedo creer que lo hayamos hecho …
Se puso de puntilla y besó mi mejilla, luego agregó:
—… francamente … gracias, hermano …
Le devolví el beso en la mejilla y respondí sonriendo:
—Ha sido un verdadero placer …
Su hermosa sonrisa se quedó conmigo cuando apagué las luces y me dispuse a dormir. Mi sonrisa se negó a desaparecer. María era una amante excepcional. La más excitante que jamás haya tenido. Los rasguños en mi espalda me dieron un poco de picazón. ¡Pero ella se había corrido dos veces! ¡Asombroso! Claramente, algo de merito debo haber tenido yo.
*****


María guiaba su carro a través de las calles de la ciudad en su mayoría desiertas. Estaba inquieta, podía sentir la humedad de su coño y el semen de Luciano que humedecía sus bragas. Estaba sorprendida, nunca había tenido un clímax durante las relaciones sexuales con su marido. Había sido intenso, abrumador, magnifico. El hecho de que su hermano la hubiera hecho correrse dos veces la asombró. Primera vez en su vida que experimentaba esa exquisita sensación, maravillosamente increíble. ¿Será porque quería quedar embarazada? ¿Sería por que lo había hecho con su hermano? Lo ilícito, lo prohibido, el incesto, ¿Le procuraba eso ese placer tan enloquecedor? El pensamiento le quedó dando vueltas en la cabeza.


Guiaba atenta a la calzada, pero realmente estaba desconcentrada, toda su atención estaba en recordar la maravillosa pija de su hermano, lo bien que se sentía en su mano y todavía mejor cuando la sintió que llenó su panocha. Se rio para sí misma cuando se dio cuenta de que aún estaba caliente por esa polla, su coño se contrajo, apretó sus músculos vaginales y sintió que el semen de Luciano goteaba de sus bragas a sus muslos, ¡Maldición!, tendría que cambiarse antes de acostarse.
*****


Después de una semana sin tener noticias de mi hermana, supuse que debería estar avergonzada y arrepentida de haber hecho lo que habíamos hecho. Debería haberla llamado yo, pero la verdad es que yo también estaba muy inquieto y sufriendo un poco de vergüenza. Pero no por el hecho de haber fornicado con María, sino que cada vez que me recordaba de ella, se me formaba una incontrolable y dolorosa erección pensando al magnifico sexo que había tenido con ella.


Siempre había amado a mi hermana. Siempre la había protegido. Durante la adolescencia, más de una vez la admiré en bikini. ¿Quién no lo haría? Ella siempre fue muy bonita. Pero haber tenido sexo real con ella era lo mejor que me había pasado en mi vida, también una verdadera sorpresa. Realmente me costaba entenderlo: ¿Lo disfrutaba porque era mi hermana? ¿O porque se trataba de una relación incestuosa e ilícita? ¿O solo porque era realmente hermosa, tierna y dulce? ¿O por su cuerpo de niña, pequeña y sensual? No encontraba un argumento único que explicara lo bien que me había hecho sentir. Lo único seguro es que deseaba más. Peor aún, era la poca simpatía que tenía con su marido, esto me complicaba y me hacía sentir celos.


Distraídamente lavaba la vajilla después del desayuno, sentí que la puerta principal se abrió y se cerró justo mientras reflexionaba sobre mi disyuntiva de llamarla o no. María entro como un revuelo a la cocina, lucía hermosa con un vestido fucsia sin mangas y corto a medio muslo. Cabellos rojos trenzados cayendo en su espalda. Sus maravillosos ojos verde mar despiertos y sexys. La esplendida sonrisa que la caracterizaba.
—Hola, Lucio …
Dijo alegre, empinándose a besarme suavemente en la mejilla. Inmediatamente percibí su fragancia Au de Chanel, muy agitada continuó:
—… voy camino a la iglesia … la misa comienza en cuarenta y cinco minutos más …
La agarré por su estrecha cintura y la atraje a mí; acaricié su espalda desnuda y sonreí:
—Pensé que te habías vestido así sexy para venir a visitarme … luces muy bella … ¿por qué no me has llamado? … o eres partidaria del “Touch and go” …
Me miró intensamente con su enigmática sonrisa, sus ojos lucían brillantes y hermosos:
—¿Tienes tiempo para un “rapidín”? …
Me preguntó alejándose un poco de mí sin dejar de sonreír.
—¿Un qué? …
Divertida me respondió:
—Un “rapidín”, hermano … ¿Nunca has oído hablar de un “rapidín”? …
Un temblorcillo recorrió todo su cuerpo haciendo que sus pezones hormiguearan. Toda la semana había estado pensando en este momento. El sexo conmigo había sido improvisado, pero al mismo tiempo fantástico. Había estado debatiéndose con la experiencia habida conmigo y la conclusión la sorprendió placenteramente; era un amante mejor y más excitante que su esposo y el sexo con juntos había sido como una droga, adictivo, ahora mismo lo necesitaba, quería más. Quería volver a tener sexo conmigo, de solo pensarlo su panocha se mojaba y la hacía sentir caliente. Había estado resistiéndose toda la semana, pero ahora estaba desesperada y necesitaba una nueva dosis de buen sexo. Había tramado todo para hacerlo de camino a la iglesia, su marido se había ido a jugar con sus amigos, pero eso ya no le importaba; lo importante era que estaba allí, en casa mía.


Un poco desconcertado, estúpidamente pregunté:
—¿Un rapidín? …
Mi reacción fue más que nada física. Ella se apartó de mí con sus cautivantes ojos verdes lucientes y una sonrisa llena de encantadoras promesas. Tomó el dobladillo de su vestido y lo levantó lentamente, mirándome con concupiscencia, mostrándome su torneado y sexy muslo. Sonreía con picardía y una mesurada timidez. Retrocedió hasta tocar la mesa con su trasero. Su mirada bajó a mi entrepierna, su sonrisa se amplió y un placentero deleite centelleó en sus ojos marinos. Se había percatado de mi respuesta física a sus sugerentes movimientos y entre divertida y satisfecha dijo sensualmente:
—Creo que a alguien le gusta la idea de un “rapidín” …
Luego se volteó sin prisa y se inclinó hacia adelante sobre la mesa, me miró por sobre el hombro, con su torso apoyado sobre la mesa, volvió a tomar el dobladillo de su vestido y comenzó a levantarlo sobre su trasero. Mi corazón se aceleró a mil, mi sangre se desbocó a vertiginosa velocidad por mis venas y, tuve una furiosa erección. María exponía sus pequeñas bragas celestes, hechas de satén brillante que se perdía entre las nalgas de su maravilloso culo. Sin saber que decir, exclamé:
—¡Por Dios, hermana! … ¿Ibas a ir a la iglesia vestida así? …
María arqueó ligeramente su espalda y separó sus piernas. Entonces pude ver en toda su gloria su coño que llenaba con una seductora hinchazón sus hermosas bragas. Su trasero a forma de corazón resaltaba delicioso. Sus suculentas nalgas hicieron que mi pene se moviera al ritmo de su lujuria. ¿Sabía ella que estaba despertando a un demonio lujurioso? ¡¡Maldición!! ¡¡Que bella mujer!! María se complació de verme con los ojos abiertos de par en par observando su espectacular culo. Ella no lo sabía, pero a los doce años su trasero me había cautivado, fue esa vez en que la vi en bikini en la playa. Quizás por esto sus senos pequeños no me llamaban la atención, soy un amante de derrieres y no un amantes de bubis.


María se enderezó un poco, aferró la mesa con ambas manos como para probar su resistencia y estabilidad. Satisfecha, se volteó y saltó sobre la mesa, posicionando su trasero al borde. Volvió a tomar el dobladillo de su vestido y lo subió al mismo tiempo que separaba sus muslos. Suspiré e inhalé profundamente al ver otra vez sus bragas celestes, su coño se aplastaba contra el borde de la mesa y lucía apetitosamente gordito. María me sonrió cautivadoramente y me preguntó llena de coquetería e ingenuidad:
—¿Un rapidín? … ¿Tienes tiempo? … ¿O quieres seguir lavando los platos? …
Ella lanzó un seductor gemido. Nunca había hecho nada parecido con su esposo. Una oleada de calentura se apoderó de su cuerpo, sintió una especie de fiebre de deseo incontenible. ¿Qué tenía yo que la excitaba tanto? Ella me necesitaba con urgencia, ahora ya.
—¿Y bien? … no tenemos mucho tiempo, Lucio …
Dijo extendiendo su pie hasta tocar mi abultada erección. ¡¡Madre santísima!! El refuerzo de sus bragas claras mostraba una notoria mancha, sentí gotitas de mi pre-semen recorrer mí pija. Mi hermana se había mojado por mí. Su coño presionado contra el borde de la mesa lucía infladito, maduro y empujando contra la delgada tela de sus bragas mojadas. Sus vellos rojizos parecían un arbusto en llamas y se escapaban por los bordes elastizados de sus calzones. Nunca nadie me había pedido un “rapidín”. Jamás había tenido en mi cocina a una mujer con su vestido alzado hasta su vientre y con las piernas abiertas. Me incliné a besarla, ella echó sus brazos a mi cuello y la sentí estremecerse cuando la palma de mi mano se ahuecó sobre su coño empapado. Escuché sus gemidos mientras presionaba su coño gordinflón, ella incitó a mi lengua con su lengua. Su aroma de mujer llenó mis fosas nasales.


Tracé ese surco que formaban sus labios mayores por sobre sus humedecidas bragas. Ella se agachó entre nosotros para masajear con su mano mi abultada erección por sobre mis jeans. ¡Diablos! ¡Sí que estaba caliente! Metí mis manos bajo su vestido y recorrí sus redondeadas nalgas, hasta alcanzar el elástico de sus pequeñas bragas y comencé a bajarlos. María interrumpió nuestro beso y levanto primero un cachete y luego el otro, para permitirme quitarle sus calzoncitos, casi contemporáneamente sus manos buscaron el broche de mis jeans y los desabrochó, bajando hábilmente la cremallera del cierre.


Mis jeans y boxers se deslizaron hasta mis tobillos y ella pateó sus bragas hacía un costado. Me estremecí al ver su coño desnudo, voluminoso e hinchado. Su champa rojiza y peluda me enardecía, sentí deseos de hacerla mía; su labios entreabiertos mostraban su túrgido clítoris y el brillo de humedad de sus carnes rosadas y brillosas. Las llamas del deseos devoraban mi cuerpo; ¡Oh, Dios! ¡Cómo la quería! María acarició mi polla, con toques ligeros, sus ojos esmeraldinos centelleaban vivos, juguetones y divertidos:
—Mejor que te des prisa … tengo que ir a misa en veinte minutos más …
Me miró casi sorprendida cuando la empujé suavemente hacia atrás haciéndola recostar sobre la mesa. Le sonreí para tranquilizarla, la miré a los ojos y me incliné sobre ella respirando su aroma de mujer. Mi mano acarició el interior de su muslo afelpado y lentamente comencé a subir más y más arriba. Mis ojos se achinaron y mis fosas nasales se expandieron al oler la fragancia almizclada de su coño. Sus ojos estaban fijos en los míos. Mi mano estaba colmada por su chochito; vellos rojizos y suaves alrededor de su hendidura; su magnífica vulva gordita y, una deliciosa y maravillosa excitación resbaladiza cuando mi dedo medio sondeó su agujerito candente hasta el primer nudillo. Sentí sus poderosos músculos presionando mi dedo, como un guante de terciopelo. María gimió y suspiro, sus intensos ojos verdes me encuadraban con una mirada cargada de deseos y lascivia.


Saqué mi dedo de su coño y miré su monte de venus. Una andanada de escalofríos recorrió todo mi cuerpo y mi pene vibró en anticipación. Su coño era una preciosura, estupendamente atractivo de verse. La posición en que estaba la rendía vulnerable, sobre su espalda con las piernas abiertas hacia los costados de la mesa. Su vientre plano, hermoso pubis, labios gruesos y ligeramente entreabiertos, como a la espera, listos y dispuestos. Tuve un irresistible deseo de tomarla en ese momento, pero no, aún no. Quería más de ella.


Arrodillándome en el piso de la cocina, su coño me quedaba a la altura perfecta. El primer contacto con su sabroso coño me llenó de lujuria. El sabor de María era como de ningún otro, exquisita, fresca, limpia, dulcemente almizclado y terroso y húmedo y salino. Era ambrosía pura, manjar de inmortales, característico e inolvidable. Sus labios mayores acunaban una extendida capucha de pliegues que ocultaban su clítoris prominente, estiré los pliegues con mis dedos y besé su clítoris, mi erección dio un respingo y cálidas gotitas de pre-semen salieron de mi glande.


María se estremeció cuando una potente ola de placer se difundió por todo su cuerpo. Mi beso le aceleró el pulso. Esto no estaba resultando como ella lo había planeado, no era el “rapidín” que había imaginado. Otro temblorcillo de placer la golpeó cuando mi lengua se incrustó en su bañada hendidura y toco los labios menores y el agujerito de seda. Mi mano estaba sobre su coño abriéndola para dar libre acceso a mi lengua. Mi dedo estimulaba gentilmente su clítoris.


Estas caricias eran nuevas para ella, jamás se imagino tener sexo en la cocina de mi casa, era algo aventuroso, su marido no lo aprobaría de seguro. Se sintió de pronto mareada cuando le chupé su clítoris tiernamente. Su sujetador le molestaba, se sentía rasposo sobre sus pezones que le ardían de deseos. Se enderezó afirmándose en sus codos. Se encontró con mis ojos que centelleaban entre sus muslos. Mi dedo jugo a follar su estrecho agujero. Mi lengua se paseó sobre su clítoris. Sintió un agonizante pulso de placer en la parte de ahí abajo. Esto sí que era novedoso. Esta suavidad. Esta gentileza casi reverenciada, era extraña y deliciosa. No los bruscos dedos gruesos de su marido. Mi suave boca y mi cálida lengua la hacían sentir muy bien. Su corazón se desbocó, le faltaba el aliento; se sentía demasiado caliente y sonrojada aun cuando vestía un ligero vestido veraniego. Mientras le chupaba su clítoris, mi dedo resbaló y sentí los bordes de su ano, sondeé suavemente ese arrugado agujerito y sin ningún tipo de ayuda, mi dedo se hundió en él.


Sentí una enérgica contracción apretando mi dedo y mi hermana chilló moviendo sus piernas en el aire, un orgasmo brutal la golpeo repentinamente:
—¡Oh, Dios! … ¡Oh, Dios! … ¡Oh, Jesús! … ¡Mmmmm! … ¡Oooohhhh! … ¡Lucio, Dios! … ¿Qué me haces? … ¡Ummmm! … ¡Aaahhh! … ¡Aaahhh! …
María gemía y su culito apretaba mi dedo contrayéndose ardientemente. Un tsunami de sensaciones la hicieron estremecer de pies a cabeza irradiándose por todo su cuerpo, hinchando sus pezones. Cerró los ojos y se perdió en una nube de lujuria, crispando sus manos y encorvando sus piececitos, temblando exclamó:
—¡Dulce madre de Dios! …
Aplastó sus pequeños senos por sobre su vestido para aminorar el escozor que sentía en sus pezones. Estaba ahogada en un exquisito éxtasis, retorciéndose y jadeando. Los sonidos de gemidos se habían transformados en gruñidos de loco placer. La expresión de su rostro con sus ojos cerrados era de plena y absoluta felicidad.


De pronto se sintió en el aire cuando la levanté, ligera como una pluma; con suavidad la hice apoyar sus pies en el suelo, la giré y la empuje delicadamente poniendo su cara sobre la mesa. Su cuerpo estaba sumiso y relajado; todavía estaba bajo los efectos de su lánguido orgasmo.


Me encantó la magnificencia del clímax de mi hermana. Me hizo sentir orgulloso, pero también hizo que mi polla se endureciera aún más y creciera al menos un centímetro más. Sus nalgas estaban rojizas después de haber estado aplastadas sobre la mesa, su delicioso coño estaba empapado. Ahora sí que quería follarla desesperadamente; su culo a forma de pera estaba frente a mi y a mí disposición.


Tomé mi miembro y lo acerqué al triangulo que formaba su apretado coño entre sus piernas. La punta de mi erección separó sus regordetes labios que prestamente abrigaron mi cabezota con un cálido apriete. Los vellos rojizos hacían parecer su panochita como si estuviera en llamas. La sensación de penetrar su apretada panocha fue simplemente sensacional.


Tomé sus caderas y empujé mi polla dentro de su conchita, adorando la perfección de su maravilloso culo; aferrando bien sus flancos, comencé a follarla con mi pija dura, gruesa, caliente y desesperada por correrse dentro el acogedor coño de mi hermana. Su rosada panocha se estiraba adhiriéndose a mí maciza verga. Me vi hundirme en su fabuloso coño repetidas veces, primero suavemente y luego poco a poco fui aumentando la velocidad, estrellándome enérgicamente contra sus dulces nalgas.
—¡Jesús, mío! … ¡Estoy en el paraíso! …
Dije gimiendo y con algunos guturales gruñidos de goce. La exquisita respuesta de mi hermana, fueron varios apretones de sus nalgas muy placenteros.


Las manos de María aferraron los bordes de la mesa y gimió crispando sus manos, sus nudillos se pusieron blancos. Retiré mi pene casi por completo de su vagina y luego lo volví a meter con fuerza, María chilló y apretó sus glúteos. Mi polla brillaba con sus fluidos, volví con un rápido movimiento de mete y saca, mi pija chapoteaba en su encharcado chocho de fino terciopelo que envolvía acogedoramente mi verga. Era un placer puro y genuino.


Pero pronto una fuerza impulsiva y egoísta se apoderó de mí. Empecé a follar a mi hermana, gozando de la vista de mi pija encajándose en su frondoso coño rojizo. La follé enérgicamente amando como su vagina se apoderaba de mi polla, casi negándose a dejarla retirarse de su cálida envoltura y dándome una contracción de bienvenida cada vez que afondaba toda mi longitud dentro de ella.


María gemía aferrada firmemente a la mesa. La follé cada vez con más fuerza, necesitaba correrme, encontrar esa sensación liberatoria y de desahogo explotando dentro de ella, llenándola con mi esperma. Mi ingle abofeteó sus nalgas haciendo estremecer a su hermoso culo. La mesa crujió y resbaló sobre el piso de baldosas. Sus glúteos temblaban cada vez que la embestía con fuerza. Mi polla estaba dura a más no poder. ¡Oh, Dios! ¡Era tan jodidamente bueno follar a mi hermana!
—Sí, Lucio … córrete en mí … dame tu semen … lléname toda …
Gemía y jadeaba mi hermana, animándome con contracciones de su coño.
—¡¡Carajo!! …
Grité al expeler el primer borbotón de esperma profundamente dentro del coño de María. Estrellé su culito contra mi ingle y le di varias embestidas cortitas descargando una copiosa avalancha de semen dentro de su inundado coño.


María jadeó y se contorsionó cómo si sintiera cada chorro de mi semen caliente brotando y esparciéndose dentro de su coño, me hizo enloquecer. Seguí empujando hasta la última gota dentro de ella, le di todo lo que tenía. Por un momento me sentí alto en el cielo, y luego, quizás demasiado pronto, la cresta de la onda pasó. La transpiración cubría mi frente, mis movimientos terminaron y finalmente me retiré de ella. Extasiado y jadeante, me derrumbe suavemente sobre su espalda.


Media hora después escuché que cerraba el agua de la ducha. El agua había hervido y serví café para ella y para mí. Me senté a la mesa a esperarla. Apareció repuesta y fresca, su cabellera roja lucía más oscuro por la humedad; sus ojos brillaban como dos soles y su ceño ligeramente fruncido en su hermoso rostro.
—Creo que necesitaré explicarte el principio básico de un “rapidín” …
Dijo sentándose a la mesa y tomando la taza de café. La miré entre divertido y serio, lo más inocentemente posible le pregunté:
—¿Qué? … ¿Acaso eso no fue lo suficientemente “rapidín”? …
María se relajó y me sonrió respondiendo:
—Bueno … no fue tan rápido como debería haber sido …
Tomó un sorbo de café y me preguntó:
—¿Qué planeas hacer hoy? …
—Bueno … pensaba juntarme con mi hermana y … bueno … tu sabes … hacer cositas bonitas …
Levantó sus cejas en rápida sucesión y me sonrió pícaramente.
*****


No sé en qué momento nos confundimos. Nos juntábamos todos los fines de semana y teníamos una maratón de relaciones sexuales. Pensé que todo estaba impulsado por sus deseos de quedar embarazada y tener un bebé. El disfrute que obteníamos tanto ella como yo, era nada más que un beneficio secundario, una ventaja más. Ciertamente fueron días muy bellos y gocé con su entusiasmo. Nunca había tenido tanto sexo regularmente. Me sentía sorprendentemente relajado y cómodo al respecto. Y el aspecto ilícito del incesto lo rendía el todo más excitante. Pero debo admitir que comencé a sentir celos de Andrés, el marido de María. Cada vez que lo imaginaba en la cama con mi hermana mi odio hacia él se reforzaba. No era para nada divertido sentirme así.


María aclaró las cosas a su manera y de modo indeleble.


Dos meses y medio después que comenzamos a tener sexo; diez fines de semana de placer lujurioso, incestuoso, secreto e intenso; de fuertes y satisfactorios orgasmos; de posiciones sexuales sorprendentes y aventureras. María irrumpió en mi casa, la puerta se abrió y cerró de golpe.
—¡Lucio! … ¡Lucio! …
Gritó entrando de prisa en la cocina y saliendo rápidamente al constatar que no me encontraba allí. Me encontró dormitando en el sofá con la tele encendida:
—¡Tengo que contarte algo muy hermoso! … ¿Adivinas qué? …
Irradiaba una inaudita energía, reía alegre de placer y felicidad. Nunca la había visto tan bonita, su tez resplandecía, sus ojos brillaban y sus cabellos sueltos en una melena llameante, como una verdadera leona. Me estiré bostezando, sus palabras me llegaban desde muy lejos y no lograba asimilar lo que intentaba decirme:
—¿Qué? …
Dije tratando de encuadrarla con mis ojos somnolientos. Luego como un relámpago, su luz resplandeciente me golpeo y balbuceé:
—¿Estas …? … ¿Acaso, estás …? …
—¡Siii! … ¡Siii! … ¡Siii! …
Gritó dando sus característicos saltitos de felicidad, no supe que decir, solo pude expresar sinceramente:
—¡Felicidades! …
María se empinó en punta de pies y susurró en mi oído:
—Gracias …
Tuve un breve destello de depresión; ¿Era este el final de nuestra intimidad? ¿Ya no lo volvería a hacer conmigo? Me surgió un profundo odio hacia su marido. Sin embargo, la abracé con fuerza y traté de sentirme feliz por ella. Entonces ella aclaró mi malentendido.


Sonrío plena de alegría. Sus hermosos ojos relampagueando. Tomó de mi mano e inclinándose en fingida complicidad, me dijo en un susurro:
—¿Quieres que lo celebramos en la cama? …
Se me olvidó toda mi sensación de depresión y la seguí a mi dormitorio, observando de cerca su maravilloso culo cubierto por un ajustado jeans. En ese preciso momento, me di cuenta de que lo que sentíamos el uno por el otro se había vuelto más de lo que ninguno de nosotros jamás sospechó. Pero estaba contento, me sentía feliz con ella a mi lado. Pero comenzaban a surgir las complicaciones:


Nos juntamos a cenar con papá y mamá, nos juntábamos raramente, generalmente solo para mantenernos en contacto entre nosotros. Mamá coludida con María organizaron todo. Era la única forma en que papá y yo nos veíamos. No nos odiábamos, teníamos solo diferencia de ideas, una cosa de hombres.


Cómo de costumbre mamá se había encargado de cocinar un delicioso lomo al jugo con papas asadas al horno; ensaladas varias, cebollitas en escabeche que papá y yo adorábamos. Papá sirvió un Chardonnay del valle del Maule delicioso, María fue la única a rechazarlo. La conversación a la mesa fue divertida y amena. Cada vez que veía a mamá y papá observándonos orgullosos, me preguntaba por qué no hacíamos más seguido estas reuniones. María y yo estábamos satisfechos con nuestros padres, nos gustaban. Gente inteligente, bien informada y articulada.


Finalmente, mamá sirvió café, la cena había concluido. Solo entonces María con un notorio rubor en su rostro, anunció su embarazo. Mamá dijo que ella lo sabía desde el momento en que María entró a la casa, solo con mirarla se había dado cuenta de todo. Papá se limitó a sonreír con bastante orgullo. Pero después de todos los dimes y diretes femeninos de costumbre; se hizo un silencio incomodo. Mamá miró a María con ojos escrutadores y preguntó:
—Cariño, ¿Dónde está tu marido? … ¿Por qué Andrés no está aquí celebrando con nosotros? …
Se hizo un silencio que se podía cortar con una navaja, mamá continuo con sus preguntas:
—…cariño … ¿Hay problemas entre ustedes dos? …
Sus ojos de madre conocedora estudiaron el rostro silente de María, entonces vino la fatídica pregunta:
—María … ¿Es Andrés el padre? …
El rubor alegre de mi hermana se desvaneció, su rostro palideció. Las cosas se estaban saliendo de su carril rápidamente. Y luego empeoraron. Mamá se volvió hacia mí y me estudió por un momento largo. Traté de respirar tranquilo y adoptar una expresión neutra, de póker, como si fuera un simple jugador más en esta partida, pero sentí en mi piel la profundidad de la mirada de mamá. No sé porque me miraba tanto; ¿Qué estaba viendo en mí? Sus ojos me sondearon intensamente, luego se abrieron ampliamente y se giró hacia mi hermana. Con una voz sorprendentemente tranquila y gentil dijo:
—Es de tu hermano, ¿verdad? …
Nunca he entendido ni entenderé cómo las madres son capaces de descubrir todo y saber todo. Es un arte oscuro que dominan solo ellas y es aterrador. Durante toda mi infancia mamá siempre adivinaba todas mis travesuras, nunca pude mantener nada en secreto, ella sabía siempre todo. Pero lo que más me sorprendió fue la reacción de papá y mamá. ¡No hubo ninguna! ¿Dónde estaba la condena, la indignación, el impacto y el revuelo? ¿Dónde están los gritos escandalizados y la decepción?
—¿María? …
Dijo mamá esperando una respuesta. Mi hermana desvió la mirada y tomó una servilleta de la mesa comenzando a doblarla en el intento de hacer un origami. Mamá insistió:
—Hija … ¿Quieres contarnos que sucedió? …


Asombrosamente, cuando María finalmente se derrumbó y se allanó a explicar el todo; su anhelo por un bebé, la infertilidad de Andrés, el hecho de que no había relación genética entre nosotros y algunos detalles más; papá y mamá lo aceptaron y se lo tomaron con toda calma. Eso realmente me confundió y los admiré aún más. Esta fue la cena más extraña de mi vida. Cuando encontré el suficiente coraje para preguntarle, le dije:
—Mamá … ¿Cómo es qué tú y papá no se han escandalizado y no nos han echado de casa con un puntapié en el trasero a María y a mí? …
Mi madre tomó la mano de papá, le dio un apretón gentil y amoroso diciéndole:
—Querido … creo que tienes que ser tú a responder a Luciano …
Papá miró a mamá nervioso, luego arrastró su silla, se aclaró la garganta de una repentina carraspera y comenzó:
—Y bien … ¡ehm! … bueno … ¡uhm! … quiero decir … ¡uhm! …
Mamá se impacientó y lo interrumpió:
—¡Oh, Dios! … no hay caso contigo …
Se volvió a nosotros y con la afectuosa sonrisa de siempre, dijo:
—Lo que tu padre intenta decirte, es que lo comprendemos … hay veces que suceden cosas insólitas que no podemos controlar … sucede más a menudo de lo que piensan …
—¿Eso que significa, mami? …
Preguntó María ya más repuesta de la situación que tuvo que aclarar. Mamá la miró con infinito amor y afecto, luego respondió:
—¿Nunca se preguntaron por qué no habíamos tenido nuestros propios hijos? …
María me miró interrogativamente y dijo:
—Porque uno de ustedes era infértil, ¿no? …
Mamá tomó la mano de ella, se rio entre dientes y le respondió:
—No … ese era el menor de nuestros problemas …
Miró a papá tiernamente, con sus ojos llenos de amor y continuó:
—…nunca tuvimos hijos porque era demasiado arriesgado … no nos atrevimos … vuestro padre y yo estamos algo emparentados …
María movía la cabeza desconcertada. Mis ojos se abrieron como platos y mi mandíbula estuvo muy cerca de tocar el piso del comedor. Se produjo un denso y leve silencio por algunos segundos y María volvió a preguntar:
—¿Cómo emparentados? …
Mamá volvió a mirar a papá con ese afecto inmenso y expresó:
—Cariño … es hora de que los niños lo sepan … ¿no crees? …
Luego volviéndose a nosotros confesó:
—…ese agradable y cariñoso grandulón que ustedes ven ahí … es mi hermano …
Se hizo un silencio indescriptible. María y yo nos miramos, luego los miramos a ellos. De repente pude apreciar la veracidad de lo expresado por mamá. Ellos tenían los mismos ojos, la similitud entre ellos era evidente, sus bocas casi iguales, la complexión de sus rostros; solo los carnosos labios de mamá eran más finos y femeninos.


Fue una cena larga, nos dijimos tantas cosas, compartimos nuestros sentimientos y nuestra condición, para María la novedad de que papá y mamá eran hermanos de sangre fue liberatorio; pero al final, volvimos a lo nuestro y mamá preguntó sobre Andrés, que sabía él. María respondió que todavía no sabía nada del embarazo y que se lo comunicaría a la brevedad. Luego nos despedimos con sendos besos y algunas lágrimas, nos sentíamos más cerca que nunca.


No pasaron ni dos semanas y vino otro choque imprevisto y revelador. Andrés le era infiel a María. Una amiga muy cercana a ella se lo confidenció por celular. Además, le dijo que su amante no era otra mujer, sino un hombre. En realidad, para mí no fue tanto una sorpresa, siempre lo encontré un poco amanerado, egocéntrico y su manía por su físico musculoso y escultural.


María se sentó cabizbaja y en silencio en la cocina mientras sorbía su taza de café, me contó todo casi sin aliento. Miraba fijamente el anillo de bodas que aún portaba al dedo, un solitario diamante montado en platino, se lo sacó y sintió una plena liberación. No quedaba nada de su relación con Andrés. Nada la agitaba, no había recuerdos de momentos cariñosos, ni sonrisas de placer. En su lugar sintió tristeza por no haber podido formar la familia que ella soñaba durante estos casi cinco años con Andrés. El anillo era el símbolo del fallido matrimonio.


La apañé entre mis brazos y traté de consolarla. Pero me dijo que no había necesidad de eso. Que ella sentía algo muy intenso por mí y que había desplazado y superado a su relación con Andrés. Por supuesto me sentí feliz. Me dijo que solo quería estar conmigo. Que solo yo la rendía feliz. Que estaba dispuesta a enfrentarse con cualquiera con tal de defender nuestro amor. Lo nuestro no era solamente un enamoramiento; tampoco un amor de parentesco, sino un verdadero y gran amor entre un hombre y una mujer.


La acurruqué a mi y la sentí temblar con lágrimas de placer. Se sentía maravilloso sentirla vibrar entre mis brazos. La amaba, la amaba de verdad. Se estaba convirtiendo en mi todo. Nos besamos con pasión y luego corrimos a mi dormitorio. Nunca más nos separamos.

FIN

***** ***** ***** ***** ***** ***** ***** ***** *****

El regalo más preciado de quien escribe es saber que alguien está leyendo sus historias. Un correo electrónico, a favor o en contra, ¡Tiene la magia de alegrar el día de quien construye con palabras, una sensación y un placer!

luisa_luisa4634@yahoo.com

escrito el
2023-08-20
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