Le revientan el culo a Samuel

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género
gay

Todos los hombres de Valencia no dejaban de pensar en un machote en específico: Samuel M. V., entretanto célebre por seudónimos como «Samuel el Mama Vergas» o «Samuel el Marica del Vestuario». Durante la anterior semana se había corrido la voz sobre el rumor de que Samuel se encontraba prisionero en los vestuarios de hombres en la facultad valenciana. Abierto de piernas, con su trasero musculoso y velludo al descubierto, su macizo cuerpo invitando a ser degustado por todos los medios imaginables... Las habladurías eran ciertas: había un delicioso macho atado de manos y pies en los vestuarios para todo aquel deseoso de descargar las pelotas. Muy pronto, se convirtió en un pasatiempo encantador para el estudiante promedio meterse en el vestuario de hombres después de una ardua jornada de estudio. Aquel sitio era la gloria. Estaba abarrotado de tíos calenturientos, todos ellos con los pantalones y los calzoncillos a medio bajar, dejando al descubierto sus miembros duros y brillantes que no dejaban de toquetear. Formaban todos ellos una larga fila, y ansiosos esperaban su turno para vaciar la lefa dentro de un culo en específico: el de Samuel.

Ya expliqué en el anterior relato cómo fue que los estudiantes de la facultad, al ver a Samuel, todo él un maromo con rostro perfecto de mandíbula marcada, de espalda ancha y nalgas abultadas entrar por las puertas de la universidad, no tardaron en urdir un plan para acorralarlo en los vestuarios del gimnasio. Ahí, en contra del deseo y la sexualidad de Samuel, lo desnudaron por completo, y lo manosearon e incluso escupieron y pegaron. Pero estos solo fueron preparativos previos a una acción mayor que muy pronto se desataría. Samuel, rodeado de tíos y de pollas esperando fervientemente a ser mamadas, no tuvo cómo defenderse. Una vez dejó de tratar de librarse de todos esos tíos restregándole las pollas en la cara, una vez dejó de suplicarles que lo dejaran ir, pues él no era maricón y lo que le gustaba eran las mujeres, una vez que comprendió que luchaba con desventaja en un combate perdido, pues no existía escapatoria alguna, entendió que su mejor opción era sucumbir al dominio de los hombres calientes. Al fin y al cabo, nada perdía por probar. Quizá incluso le gustara. Así, aunque llevaba toda la vida creyéndose heterosexual, aceptó que lo usasen como a un juguete. No llegó a imaginar lo que ocurriría, desde luego. Sobre los hombres se dibujaron sonrisas enormes, de puro anhelo y fiereza, y antes de que Samuel se viese alarmado y cambiase de opinión, ocurrió. Lo agarraron por sus jugosos cachetes del culo y se los abrieron de par en par. Enormes y rígidas pollas le atravesaron el culo sin condón ni lubricación. Samuel gritó pasmado. Trató huir una vez más, pero ya tenía la polla bien metida en el culo y los tíos lo sujetaban fuertemente por las caderas. Le reventaron el ano a base de potentes embestidas. Hicieron de tremendo macho una puta. Se turnaron a aquel juguete como, y entre todos gozaron de Samuel por delante y por detrás, excitándose con cada uno de los gemidos que el chaval profería y apenas dejándole tiempo para respirar, pues lo obligaban a tener una polla entre los los labios en todo momento. Sin quererlo, Samuel demostraría aquel día que era un tragapollas excepcional, por lo que los hombres decidieron esposarlo en las duchas del vestuario y exponerlo como atracción o esclavo sexual, a disposición de cualquier tío que cayese víctima de su encanto. Para evitar que el secuestro de Samuel trascendiera, nada de lo ocurrido se contó a los profesores del centro escolar.

Samuel sigue aún prisionero. Según me han contado se alimenta a base de lefa, cuando no por la boca por el culo, y parece ser que su nueva ocupación como puto lo tiene enteramente ocupado. Es un macho muy atractivo, y es posible que a ti que lees esto te interese saber qué aspecto tiene, para hacerte una idea de la clase de hombre del que puedes gozar sin piedad ni remordimiento.

La voz profunda y grave que tiene, salida desde su garganta de nuez bien marcada, ya es un adelanto al machote heterazo con que tratamos, y eso que aun no te he hablado de sus atributos. Si lo miras de abajo hacia arriba, te impresionará cómo sus piernas velludas y musculosas dan de repente lugar a un par de nalgas firmes y redondas. Aquí la tela del pantalón se ciñe y aprieta ese jugoso melocotón que Samuel tiene por culo; delicioso melocotón gordo, que si se desnuda muestra un culazo de macho velludo donde incrustar la barbilla para saborear su ojete estrecho. Pero si lo prefieres, Samuel ofrece también unas exquisitas delicias frontales. Porque, como si con su enorme culo no estuviese satisfecho, posee un par de huevos gordos y colgantes que sostienen su picha erecta de veintiocho centímetros: semejante escopeta, rígida y venosa, incita incluso al más heterosexual de los hombres a tragársela entera por la boca, hasta chocar la barbilla contra sus pelotas, o a cabalgarla con brío. Puedes frotar sus seis abdominales marcados, o untar aceite sobre su cintura estrecha, su espalda ancha y sus brazos musculosos. Si lo que prefieres es disfrutar de su boca, puedes besarlo u obligarlo a que te coma la polla. Es todo un espectáculo ver cómo este tiarrón de veinticuatro años, con nariz fina y ojos de cazador rudo, envuelve sus labios carnosos en torno de tu polla. Cómo, al mismo tiempo que la chupa, tú tiras de su cabello castaño y le revientas la garganta mientras él se atraganta con cada una de tus inserciones. Puedes en realidad hacer lo que te venga en gana con él durante la media hora que durará tu turno. Solo necesitarás imaginación y, con el fin de que Samuel aprenda que dar placer a otros hombres es lo único para lo que sirve, hacerlo disfrutar como nadie anteriormente.

Tal fue el caso del anterior miércoles, cuando Samuel apenas cumplía su segundo día como prisionero en los vestuarios. No puede esperarse, por razones obvias, que la sexualidad de un hombre heterosexual se vea alterada en un plazo de tiempo tan corto. Samuel, que había perdido la cuenta de los tíos que lo habían follado al llegar al número cincuenta, estaba harto de tragar pollas. Sí. Una parte de él sentía un placer enorme, mucho mayor al de masturbarse o de follar a una mujer, cuando un nuevo pene le ensanchaba un poco más el ojete. Se sintió atendido como un rey cuando, en un momento dado, se entregó a cinco tíos al mismo tiempo, pajeando una polla con la mano derecha, otra con la izquierda, saboreando una más con la boca y dos bien metidas en el ojete. Es una pena que no se puedan reproducir los gemidos de placer que Samuel profirió, en especial cuando los cinco se corrieron al mismo tiempo y lo llamaron el mejor puto de toda Valencia. Pero como cualquier hombre heterosexual de mente cerrada, Samuel era incapaz de aceptar todo ese disfrute experimentado. A ratos, su masculinidad frágil lo incitaban a huir de los vestuarios, recuperar su vida normal y olvidar todo lo ocurrido en los vestuarios. Se le ocurrió que en algún momento dejarían de acudir hombres a su encuentro. Podía aprovechar la noche, cuando la afluencia hubiese disminuido, para romper las esposas y escapar de las duchas. Mejor aún: alguien del equipo de limpieza del centro podía entrar en los vestuarios y, al ver su miserable condición, apiadarse de él y alarmar a la policía.

¡Qué tonto que fue! Tuvo razón en prever que su clientela mermaría, pero hasta ahí llegaron sus dotes previsoras. En el silencio nocturno, la puerta del vestuario se abrió. Entró un hombre de alrededor de treinta años de barba y bigote, vestido de limpiador. Vio a Samuel, esposado y de piernas abiertas, el culo como un tomate por la de embestidas que lo habían perforado. Se quedó perplejo. La fregona con la que había estado limpiando se le cayó de las manos. «Estoy salvado, el limpiador está aquí», pensó Samuel, aun empapado en lefa, «¡Ya saca el móvil del bolsillo. Sí. Ahora debe de estar marcando a la policía… Pero, ¿qué? ¡No! ¡Debo de estar equivocado! Me parece que ha entrado a WhatsApp… Está llamando a alguien… pero, ¿a quién?». El misterio fue resuelto tan pronto como el desconocido habló, momento en que las esperanzas de Samuel se esfumaron. «Juan, macho, ¡lo que te dijeron es cierto! Rápido, tío, diles a Sergio, Raúl y Aarón que vengan. Está buenísimo, ¡y qué culazo tiene! A este lo partimos en dos entre todos y lo dejamos sin caminar un mes entero por lo menos.»

¡No me explayaré sobre la de cosas que los limpiadores hicieron con Samuel esa noche, cual amo hace con su esclavo! Solo diré que el último de los limpiadores tenía una polla de nada menos que de treinta centímetros. Que por plazo de una hora solo se oyeron arcadas en el vestuario, y durante una segunda hora el estruendo de caderas chocando repetidamente contra un culo, junto a las súplicas y a los gritos de dolor de Samuel. Ese mismo hombre estaba hecho un oso macizo y peludo. Sus amigos sabían que, por su manera de reventar culos con aquel monstruo entre sus piernas, muchos hombres habían dejado de ser pasivos de la noche a la mañana...
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2024-09-30
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