Cielo Riveros le hacen anal por primera vez
por
Cielo Yamile Katherine Miriam Riveros caballero
género
hetero
Cielo Riveros le hacen anal por primera vez
Cielo Riveros estaba jadeando, era la última en llegar al claro donde el resto del grupo estaba esperando por ella.
–¡Por fin! –dijo uno de sus compañeros de clase–. ¿Podemos seguir, Señorita Jiménez? Tenemos como quince minutos esperándola, y si seguimos a su ritmo llegaremos demasiado tarde como para bañarnos en el río.
Varios chicos más secundaron su opinión.
Cielo Riveros miró el suelo avergonzado, nunca había sido muy adepta a los deportes o actividades físicas, y por culpa de ella el resto del grupo tenía que andar a su ritmo.
El Profesor Castillo se acercó hasta la Profesora Jiménez y empezaron a conversar en voz baja; mientras Cielo Riveros recuperaba el aliento, se quedó maravillada contemplando el paisaje. Era su último año de secundaria, y a modo de despedida, se había organizado una excursión para acampar en las montañas. A pesar de que varios estudiantes no habían asistido, eran un grupo numeroso. Además de la señorita Jiménez y el señor Castillo, dos profesores más se habían ofrecido para guiar la excursión y supervisar a los muchachos.
El Profesor Castillo alzó la voz y se dirigió al grupo.
–Los chicos más rápidos vayan con el Profesor Otero. Los que van a velocidad media irán guiados por la Profesora Silva y Profesora Jiménez, y yo iré de último para acompañar a los estudiantes que necesitan ir más despacio.
Todos empezaron a recoger sus bolsos y emprendieron la marcha. Cielo Riveros tenía su morral a sus pies y bebía agua de una botella. Su pecho aún subía y bajaba con la respiración acelerada, presionando su generoso busto contra el escote de su camiseta. El Profesor la observaba de soslayo y se relamió los labios, imaginando como se sentirían aquellos jugosos senos en su boca.
–No te sientas mal por no ir a la misma velocidad que los demás Cielo Riveros, –dijo a modo de consuelo.
Ella lo miró y sonrió con timidez antes de responder–. Gracias profe, la verdad es que siempre he sido muy lenta.
–Quizás en excursiones, pero yo sé de primera mano que en mi clase resuelves los problemas antes que cualquiera de tus compañeros.
Esta vez su sonrisa iluminó su rostro. Ella era una de las mejores estudiantes, y tenía calificaciones sobresalientes en materias numéricas, como en la clase de Física del Profesor Castillo.
Con tono más bajo, el Profesor Castillo dijo–. Te apuesto que una chica tan lista como tú simplemente no ha encontrado una actividad física en donde has logrado sobresalir. Todo es cuestión de experimentar.
Las palabras de su Profesor estaban cargadas con un doble sentido que le hubiesen sonrosado las mejillas de no estar acalorada por la caminata. ¿Acaso era posible que el Profesor Castillo se le estaba insinuando? La sola idea de que él estuviese interesado en ella más que una alumna hizo que su corazón se acelerara. Siempre le había gustado, era un hombre que a pesar de sus cuarenta años estaba en muy buena forma. Sumado a eso su cabello oscuro y rasgos masculinos, varias chicas de la escuela cuchicheaban entre ellas acerca de lo bueno que estaba el Profesor de Física.
Antes de iniciar la excursión, Cielo Riveros nunca imaginó la lección de Física que le daría su adorado profesor.
Cielo Riveros batalló contra su timidez y aprovechó que estaban a solas en aquel majestuoso claro, rodeados del frondoso verdor del paisaje y el cielo azul.
–¿Qué clase de actividades físicas cree que debería probar? –dijo con un tono que imitaba aquel doble sentido que había insinuado momentos atrás.
–Se me ocurre uno en particular que pudiésemos experimentar ahorita. –Dijo girándose para encararla. Se acercó a ella en pocos pasos y alzó su cara hacia la suya con un dedo bajo su mentón, besando sus labios con sensualidad.
Cuando terminó el beso, Cielo Riveros abrió los ojos y lo miró, la emoción galopaba en su pecho como un corcel desbocado.
–¿Quieres?
Ella solo asintió a modo de respuesta. Después de consentir a su propuesta, el Profesor Castillo rodeó su cintura con los brazos y presionó su cuerpo núbil y curvo hacia el suyo. Cubrió sus labios con los suyos, devorando su boca en un beso hambriento. Sus manos no perdieron tiempo en deslizar de su cintura hasta su trasero, apretando su voluptuosa carne entre sus dedos.
Un gemido escapó de sus labios cuando sintió sus manos hurgar bajo la liga de sus licras, trazando el triángulo de su tanga antes de enganchar el dedo medio bajo el hilo y ocupar su lugar, perdiéndose entre la grieta de sus nalgas. Su dedo pecaminoso momentáneamente toco el círculo oscuro de su ano, para seguir y perderse entre los pliegos de su raja. La sensación de besarlo y sus caricias tan explícitas evocaron una ráfaga de humedad de su interior. Su crema recubría el dedo de su profesor y empezó a contonear las caderas mientras seguía sobando la entrada de su coño. Cielo Riveros resolló cuando sintió aquel dedo penetrar su hendidura. Su mano seguía acunada entre sus nalgas, separándolas levemente mientras el dedo medio entraba y salía, resbalando en su nata.
Su otra mano subió hasta sus tetas, y sin pudor alguno haló la camiseta y su sostén para revelar un pezón que se irguió bajo la presión de sus yemas que lo pellizcaban con tal intensidad que la sensación de placer estaba bordeada de un pequeño dolor que lo hacía aún más estimulante.
Cielo Riveros tenía la mente cegada de placer, cuando tocó el bulto rígido entre sus piernas apretó sus músculos interiores, anhelando tener al Profesor Castillo enterrado en su canal.
Cuando dejó de besarla, ella gimoteó a modo de protesta, pero él le dijo en ese momento.
–Sígueme.
Reajustó la camiseta, cubriendo su seno expuesto y sacó la mano que había estado metida en sus licras. Antes de moverse, se llevó el dedo a la nariz, inhalando su aroma cítrico para luego chupar la extremidad, saboreando su crema frente a ella. Lejos de intimidarla, Cielo Riveros sintió un chispazo en su pepita al ver a su Profesor chuparse el dedo que hace instantes estaba enterrado en su raja.
Entonces tomó su mano y la guió fuera del sendero hacia los árboles. Después de andar unos minutos se detuvo.
–Aquí, –dijo señalando un espacio rodeado de arbustos. Sacó una manta de su bolso y la colocó sobre la grama–. Acuéstate aquí.
Cielo Riveros hizo lo que le ordenó y el Profesor Castillo se quitó la franela y los pantalones cortos, quedando completamente desnudo salvo por sus botas de montañismo.
Su verga estaba dura e hinchada, se quedó allí parado unos momentos, dejando que Cielo Riveros lo contemplara. Ella estaba embelesada, sus fantasías no se comparaban a la realidad de ver al Profesor Castillo parado sobre ella completamente desnudo, su virilidad surgiendo como un roble de su cuerpo.
Entonces el Profesor Castillo inclinó el cuerpo, primero arruchó la camiseta por encima de su pecho, revelando esas dos suaves colinas. Se llevó un pezón a la boca, chupándolo con fuerza mientras estrujaba sus tetas con las manos, pellizcando el otro pezón entre los dedos. Tras chupar y morder sus sensibles picos, enganchó los dedos en la liga de sus licras y tanga, bajando ambas prendas hasta que quedaron en sus tobillos.
Se arrodilló frente a ella y alzando sus tobillos sujetados el uno al otro por su ropa, posicionó sus piernas alrededor de su cabeza. Instantes después, Cielo Riveros gemía y se retorcía mientras la lengua del Profesor Castillo lamía su raja mojada y su pepita. Alzaba las caderas, buscando fundir su sexo contra la boca que la estaba comiendo. Un gozo decadente la invadía, pero cuando sentía su placer escalar, el profesor retiró su boca y se desenredó del abrazo amarrado de sus piernas.
–Estás haciendo mucho ruido Cielo Riveros, creo que tendré que hacer algo para silenciarte.
Antes de que ella pudiese decir algo, el profesor se había puesto de pie y caminó hasta donde yacía su cabeza recostada sobre la manta. Ella alzó la vista y vio su verga y su saco sobre ella mientras se acercaba cada vez más a su rostro. El Profesor Castillo se había posicionado sobre su cara, Cielo Riveros separó los labios y engullo la longitud que ahora entraba en su boca. Él se apoyo sobre sus brazos y rodillas, al principio movía las caderas lentamente de adelante hacia atrás, dejándole acostumbrarse a su tamaño. Cuando notó que Cielo Riveros tenía la mandíbula más relajada, acercó su cabeza a su sexo y volvió a lamer su clítoris.
Al sentir aquella lengua hurgar entre sus pliegues, Cielo Riveros fue consumida por una lujuria salvaje, mientras el placer entre sus piernas aumentaba con cada lamida que el Profesor le propiciaba, ella le siguió el ritmo, chupando su verga lo más que podía. Ahora sus gemidos estaban notablemente mitigados por la carne caliente que arremetía contra su cara. A pesar de que ella estiraba el cuello para tragar lo más que podía de su sexo, había momentos donde le faltaba el aire, ya que por la posición ella no controlaba cuánto chupaba, él simplemente mecía su pelvis y se cogía su boca una y otra vez, llegando hasta el fondo de su garganta.
Los gemidos de Cielo Riveros hicieron que la piel de su cabeza y su tronco vibraran, su verga ahogaba los gritos de éxtasis que ahora desprendía por el orgasmo que la tenía sacudiendo las caderas violentamente. Si permanecía un poco más así se vaciaría en su boca, pero el quería llenarla de leche en otro orificio, por lo que se levantó de su posición, dejándola temporalmente expuesta.
Contempló su cuerpo joven, regodeándose ante la escena de ver sus tetas grandes y suaves moviéndose al compás de su respiración entrecortada y el triángulo de su sexo a plena vista mientras que sus licras y ropa interior estaban por sus tobillos.
–Ahora acuéstate boca abajo Cielo Riveros.
Cuando lo hizo, aquellas nalgas redondas y voluptuosas estaban allí para su placer. Se arrodilló, dejando que las piernas de Cielo Riveros quedaran entre las suyas. Recorrió la grieta de sus nalgas hasta hallar su húmeda abertura. Tras esparcir su humedad, colocó su cabeza lisa y rosada en su entrada y penetró su raja.
Un gemido estrangulado brotó de los labios de Cielo Riveros al sentirse embestida por su profesor. Sintió su pecho apoyarse sobre su espalda y susurró en su oído.
–¿Te gusta Cielo Riveros?
Entre jadeos excitados ella respondió.
–Sí, profe, sí. Me encanta como me lo metes. Qué rico. Está demasiado rico.
–Te. Gusta. Así. –dijo, cada palabra enfatizada por una brutal embestida de su sexo en su coño.
–Sísísísísísísísí, –respondía, su afirmación extendida en un solo aliento como un mantra.
–¿Puedo pedirte algo Cielo Riveros?
–Sí profe, lo que quiera, pídeme lo que quiera.
–Quiero llenarte ese culito de leche. Quiero metértelo por el culo, ¿me dejas?
Solo vaciló un segundo antes de decir– ¿Duele mucho?
–Solo un poco al principio Cielo Riveros, pero si te relajas ya verás que se sentirá muy rico. Anda muñeca, déjame ser el primero en abrirte ese culito. Te lo quiero llenar de mi leche.
–Está bien profe, lo que usted quiera. Quiero que me llene el culo de leche.
Sacó su verga del guante caliente de su sexo, separó sus nalgas y vislumbró el circulo oscuro de su ano. Escupió, mojando aquel nudo cerrado con su saliva para luego perforar su esfínter con su glande.
Cielo Riveros resolló de dolor ante la invasión de su verga en aquel orificio virginal, pero aún así trató de relajarse, quería complacerlo.
–Respira profundo muñeca, solo duele al principio, –dijo mientras presionaba su miembro entre sus nalgas, forzando aquel círculo apretado a estirarse para recibirlo completamente.
Cielo Riveros jadeaba, con cada centímetro que avanzaba, un remolino de sensaciones extrañas la asediaban a medida que la penetraba.
–Ya casi –murmuró mientras hincaba sus dedos en la carne de sus nalgas mientras contemplaba como el culito de Ana engullía su verga.
–Me duele profe –gimoteó.
–Relájate Cielo Riveros. Lleva tu mano y frótate el clítoris.
Ella introdujo su mano entre la manta y su cuerpo y halló su pepita, apenas empezó a frotarla sintió que el dolor en su culo empezaba a transformarse en un placer erótico que jamás había sentido antes.
–Así es muñeca. Frótatela rico.
Contrajo el ceño en dolor cuando lo sacó un poco para volver a entrar, pero con cada embestida la incomodidad cedía para darle paso a una creciente sensación de placer. Al principio dolió, pero el Profesor Castillo tenía razón, a medida que se enterraba en ella con una cadencia más acelerada, ella empezó a alzar las nalgas para complementar su ritmo.
Aquel anillo nunca antes penetrado ahora se contraía y apretaba alrededor de su verga, el Profesor Castillo se la estaba cogiendo intensamente, sus caderas hacían un sonido seco cada vez que se estrellaban contra sus nalgas.
El único ruido en medio de ese rincón escondido entre los arbustos eran los gemidos de ambos y el choque de su piel colisionando mientras se entregaban al placer perverso de su encuentro clandestino.
–¡Qué rico como me coges por el culo profe! –exclamó Cielo Riveros, rendida totalmente ante el gozo obsceno que le provocaba el Profesor Castillo enterrando su verga hasta el fondo de su culo–. ¡Ay sí, así, así! ¡Entiérramelo todo profe!
Él la agarró por el cabello, halando su cabeza hacia atrás mientras decía–. ¿Te gusta así Cielo Riveros? ¿Te gusta cuando tu profe te lo mete por el culo?
–¡Sí profe! ¡Sí! ¡Métemelo hasta el fondo!
El Profesor Castillo la siguió embistiendo con pasión salvaje, enterrando su verga en lo más profundo de aquel culito. Cielo Riveros seguía frotando su clítoris con un ritmo implacable y la inevitable ola de placer escalaba en su interior hasta que su cuerpo fue sacudido por un orgasmo de una intensidad antes desconocida. Sus gemidos eran sollozos de éxtasis mientras su cuerpo convulsionaba una y otra vez, la descarga eléctrica de su clítoris por la llenura de su culo le nubló la razón, cada aliento un grito desgarrado.
–Qué rico acabas Cielo Riveros. Estoy a punto de correrme muñeca. Tu profe te va a llenar ese culo de leche.
–Sí, por favor profe, ¡lléname el culo de tu leche!
Al sentir aquel canal prohibido ahorcando su sexo, el profesor percibió como sus bolas se apretaban y su verga se contraía antes de soltar el primer chorro de semen caliente y viscoso. Su esencia salía a borbotones, inundándola. Tenía el culo tan lleno de su leche que hilos blancos y pegajosos se deslizaban de su orificio cada vez que sacaba su verga para volverla a meter.
Siguió cogiéndola por el culo con menos rapidez mientras se vaciaba en ella.
–Eso se siente increíble, –murmuró Cielo Riveros, sintiéndose delirante y desconectada de la realidad.
–¿Ves que solo tienes que experimentar cosas diferentes para descubrir tus talentos? Sin duda en esta lección de física has sacado la nota máxima. Siempre serás mi mejor alumna.
–Eso es porque usted es el mejor profesor –respondió Cielo Riveros con una sonrisa traviesa.
Se retiró lentamente de su cuerpo, contemplando la perfecta O abierta de su ano al sacar su verga.
FIN
Cielo Riveros estaba jadeando, era la última en llegar al claro donde el resto del grupo estaba esperando por ella.
–¡Por fin! –dijo uno de sus compañeros de clase–. ¿Podemos seguir, Señorita Jiménez? Tenemos como quince minutos esperándola, y si seguimos a su ritmo llegaremos demasiado tarde como para bañarnos en el río.
Varios chicos más secundaron su opinión.
Cielo Riveros miró el suelo avergonzado, nunca había sido muy adepta a los deportes o actividades físicas, y por culpa de ella el resto del grupo tenía que andar a su ritmo.
El Profesor Castillo se acercó hasta la Profesora Jiménez y empezaron a conversar en voz baja; mientras Cielo Riveros recuperaba el aliento, se quedó maravillada contemplando el paisaje. Era su último año de secundaria, y a modo de despedida, se había organizado una excursión para acampar en las montañas. A pesar de que varios estudiantes no habían asistido, eran un grupo numeroso. Además de la señorita Jiménez y el señor Castillo, dos profesores más se habían ofrecido para guiar la excursión y supervisar a los muchachos.
El Profesor Castillo alzó la voz y se dirigió al grupo.
–Los chicos más rápidos vayan con el Profesor Otero. Los que van a velocidad media irán guiados por la Profesora Silva y Profesora Jiménez, y yo iré de último para acompañar a los estudiantes que necesitan ir más despacio.
Todos empezaron a recoger sus bolsos y emprendieron la marcha. Cielo Riveros tenía su morral a sus pies y bebía agua de una botella. Su pecho aún subía y bajaba con la respiración acelerada, presionando su generoso busto contra el escote de su camiseta. El Profesor la observaba de soslayo y se relamió los labios, imaginando como se sentirían aquellos jugosos senos en su boca.
–No te sientas mal por no ir a la misma velocidad que los demás Cielo Riveros, –dijo a modo de consuelo.
Ella lo miró y sonrió con timidez antes de responder–. Gracias profe, la verdad es que siempre he sido muy lenta.
–Quizás en excursiones, pero yo sé de primera mano que en mi clase resuelves los problemas antes que cualquiera de tus compañeros.
Esta vez su sonrisa iluminó su rostro. Ella era una de las mejores estudiantes, y tenía calificaciones sobresalientes en materias numéricas, como en la clase de Física del Profesor Castillo.
Con tono más bajo, el Profesor Castillo dijo–. Te apuesto que una chica tan lista como tú simplemente no ha encontrado una actividad física en donde has logrado sobresalir. Todo es cuestión de experimentar.
Las palabras de su Profesor estaban cargadas con un doble sentido que le hubiesen sonrosado las mejillas de no estar acalorada por la caminata. ¿Acaso era posible que el Profesor Castillo se le estaba insinuando? La sola idea de que él estuviese interesado en ella más que una alumna hizo que su corazón se acelerara. Siempre le había gustado, era un hombre que a pesar de sus cuarenta años estaba en muy buena forma. Sumado a eso su cabello oscuro y rasgos masculinos, varias chicas de la escuela cuchicheaban entre ellas acerca de lo bueno que estaba el Profesor de Física.
Antes de iniciar la excursión, Cielo Riveros nunca imaginó la lección de Física que le daría su adorado profesor.
Cielo Riveros batalló contra su timidez y aprovechó que estaban a solas en aquel majestuoso claro, rodeados del frondoso verdor del paisaje y el cielo azul.
–¿Qué clase de actividades físicas cree que debería probar? –dijo con un tono que imitaba aquel doble sentido que había insinuado momentos atrás.
–Se me ocurre uno en particular que pudiésemos experimentar ahorita. –Dijo girándose para encararla. Se acercó a ella en pocos pasos y alzó su cara hacia la suya con un dedo bajo su mentón, besando sus labios con sensualidad.
Cuando terminó el beso, Cielo Riveros abrió los ojos y lo miró, la emoción galopaba en su pecho como un corcel desbocado.
–¿Quieres?
Ella solo asintió a modo de respuesta. Después de consentir a su propuesta, el Profesor Castillo rodeó su cintura con los brazos y presionó su cuerpo núbil y curvo hacia el suyo. Cubrió sus labios con los suyos, devorando su boca en un beso hambriento. Sus manos no perdieron tiempo en deslizar de su cintura hasta su trasero, apretando su voluptuosa carne entre sus dedos.
Un gemido escapó de sus labios cuando sintió sus manos hurgar bajo la liga de sus licras, trazando el triángulo de su tanga antes de enganchar el dedo medio bajo el hilo y ocupar su lugar, perdiéndose entre la grieta de sus nalgas. Su dedo pecaminoso momentáneamente toco el círculo oscuro de su ano, para seguir y perderse entre los pliegos de su raja. La sensación de besarlo y sus caricias tan explícitas evocaron una ráfaga de humedad de su interior. Su crema recubría el dedo de su profesor y empezó a contonear las caderas mientras seguía sobando la entrada de su coño. Cielo Riveros resolló cuando sintió aquel dedo penetrar su hendidura. Su mano seguía acunada entre sus nalgas, separándolas levemente mientras el dedo medio entraba y salía, resbalando en su nata.
Su otra mano subió hasta sus tetas, y sin pudor alguno haló la camiseta y su sostén para revelar un pezón que se irguió bajo la presión de sus yemas que lo pellizcaban con tal intensidad que la sensación de placer estaba bordeada de un pequeño dolor que lo hacía aún más estimulante.
Cielo Riveros tenía la mente cegada de placer, cuando tocó el bulto rígido entre sus piernas apretó sus músculos interiores, anhelando tener al Profesor Castillo enterrado en su canal.
Cuando dejó de besarla, ella gimoteó a modo de protesta, pero él le dijo en ese momento.
–Sígueme.
Reajustó la camiseta, cubriendo su seno expuesto y sacó la mano que había estado metida en sus licras. Antes de moverse, se llevó el dedo a la nariz, inhalando su aroma cítrico para luego chupar la extremidad, saboreando su crema frente a ella. Lejos de intimidarla, Cielo Riveros sintió un chispazo en su pepita al ver a su Profesor chuparse el dedo que hace instantes estaba enterrado en su raja.
Entonces tomó su mano y la guió fuera del sendero hacia los árboles. Después de andar unos minutos se detuvo.
–Aquí, –dijo señalando un espacio rodeado de arbustos. Sacó una manta de su bolso y la colocó sobre la grama–. Acuéstate aquí.
Cielo Riveros hizo lo que le ordenó y el Profesor Castillo se quitó la franela y los pantalones cortos, quedando completamente desnudo salvo por sus botas de montañismo.
Su verga estaba dura e hinchada, se quedó allí parado unos momentos, dejando que Cielo Riveros lo contemplara. Ella estaba embelesada, sus fantasías no se comparaban a la realidad de ver al Profesor Castillo parado sobre ella completamente desnudo, su virilidad surgiendo como un roble de su cuerpo.
Entonces el Profesor Castillo inclinó el cuerpo, primero arruchó la camiseta por encima de su pecho, revelando esas dos suaves colinas. Se llevó un pezón a la boca, chupándolo con fuerza mientras estrujaba sus tetas con las manos, pellizcando el otro pezón entre los dedos. Tras chupar y morder sus sensibles picos, enganchó los dedos en la liga de sus licras y tanga, bajando ambas prendas hasta que quedaron en sus tobillos.
Se arrodilló frente a ella y alzando sus tobillos sujetados el uno al otro por su ropa, posicionó sus piernas alrededor de su cabeza. Instantes después, Cielo Riveros gemía y se retorcía mientras la lengua del Profesor Castillo lamía su raja mojada y su pepita. Alzaba las caderas, buscando fundir su sexo contra la boca que la estaba comiendo. Un gozo decadente la invadía, pero cuando sentía su placer escalar, el profesor retiró su boca y se desenredó del abrazo amarrado de sus piernas.
–Estás haciendo mucho ruido Cielo Riveros, creo que tendré que hacer algo para silenciarte.
Antes de que ella pudiese decir algo, el profesor se había puesto de pie y caminó hasta donde yacía su cabeza recostada sobre la manta. Ella alzó la vista y vio su verga y su saco sobre ella mientras se acercaba cada vez más a su rostro. El Profesor Castillo se había posicionado sobre su cara, Cielo Riveros separó los labios y engullo la longitud que ahora entraba en su boca. Él se apoyo sobre sus brazos y rodillas, al principio movía las caderas lentamente de adelante hacia atrás, dejándole acostumbrarse a su tamaño. Cuando notó que Cielo Riveros tenía la mandíbula más relajada, acercó su cabeza a su sexo y volvió a lamer su clítoris.
Al sentir aquella lengua hurgar entre sus pliegues, Cielo Riveros fue consumida por una lujuria salvaje, mientras el placer entre sus piernas aumentaba con cada lamida que el Profesor le propiciaba, ella le siguió el ritmo, chupando su verga lo más que podía. Ahora sus gemidos estaban notablemente mitigados por la carne caliente que arremetía contra su cara. A pesar de que ella estiraba el cuello para tragar lo más que podía de su sexo, había momentos donde le faltaba el aire, ya que por la posición ella no controlaba cuánto chupaba, él simplemente mecía su pelvis y se cogía su boca una y otra vez, llegando hasta el fondo de su garganta.
Los gemidos de Cielo Riveros hicieron que la piel de su cabeza y su tronco vibraran, su verga ahogaba los gritos de éxtasis que ahora desprendía por el orgasmo que la tenía sacudiendo las caderas violentamente. Si permanecía un poco más así se vaciaría en su boca, pero el quería llenarla de leche en otro orificio, por lo que se levantó de su posición, dejándola temporalmente expuesta.
Contempló su cuerpo joven, regodeándose ante la escena de ver sus tetas grandes y suaves moviéndose al compás de su respiración entrecortada y el triángulo de su sexo a plena vista mientras que sus licras y ropa interior estaban por sus tobillos.
–Ahora acuéstate boca abajo Cielo Riveros.
Cuando lo hizo, aquellas nalgas redondas y voluptuosas estaban allí para su placer. Se arrodilló, dejando que las piernas de Cielo Riveros quedaran entre las suyas. Recorrió la grieta de sus nalgas hasta hallar su húmeda abertura. Tras esparcir su humedad, colocó su cabeza lisa y rosada en su entrada y penetró su raja.
Un gemido estrangulado brotó de los labios de Cielo Riveros al sentirse embestida por su profesor. Sintió su pecho apoyarse sobre su espalda y susurró en su oído.
–¿Te gusta Cielo Riveros?
Entre jadeos excitados ella respondió.
–Sí, profe, sí. Me encanta como me lo metes. Qué rico. Está demasiado rico.
–Te. Gusta. Así. –dijo, cada palabra enfatizada por una brutal embestida de su sexo en su coño.
–Sísísísísísísísí, –respondía, su afirmación extendida en un solo aliento como un mantra.
–¿Puedo pedirte algo Cielo Riveros?
–Sí profe, lo que quiera, pídeme lo que quiera.
–Quiero llenarte ese culito de leche. Quiero metértelo por el culo, ¿me dejas?
Solo vaciló un segundo antes de decir– ¿Duele mucho?
–Solo un poco al principio Cielo Riveros, pero si te relajas ya verás que se sentirá muy rico. Anda muñeca, déjame ser el primero en abrirte ese culito. Te lo quiero llenar de mi leche.
–Está bien profe, lo que usted quiera. Quiero que me llene el culo de leche.
Sacó su verga del guante caliente de su sexo, separó sus nalgas y vislumbró el circulo oscuro de su ano. Escupió, mojando aquel nudo cerrado con su saliva para luego perforar su esfínter con su glande.
Cielo Riveros resolló de dolor ante la invasión de su verga en aquel orificio virginal, pero aún así trató de relajarse, quería complacerlo.
–Respira profundo muñeca, solo duele al principio, –dijo mientras presionaba su miembro entre sus nalgas, forzando aquel círculo apretado a estirarse para recibirlo completamente.
Cielo Riveros jadeaba, con cada centímetro que avanzaba, un remolino de sensaciones extrañas la asediaban a medida que la penetraba.
–Ya casi –murmuró mientras hincaba sus dedos en la carne de sus nalgas mientras contemplaba como el culito de Ana engullía su verga.
–Me duele profe –gimoteó.
–Relájate Cielo Riveros. Lleva tu mano y frótate el clítoris.
Ella introdujo su mano entre la manta y su cuerpo y halló su pepita, apenas empezó a frotarla sintió que el dolor en su culo empezaba a transformarse en un placer erótico que jamás había sentido antes.
–Así es muñeca. Frótatela rico.
Contrajo el ceño en dolor cuando lo sacó un poco para volver a entrar, pero con cada embestida la incomodidad cedía para darle paso a una creciente sensación de placer. Al principio dolió, pero el Profesor Castillo tenía razón, a medida que se enterraba en ella con una cadencia más acelerada, ella empezó a alzar las nalgas para complementar su ritmo.
Aquel anillo nunca antes penetrado ahora se contraía y apretaba alrededor de su verga, el Profesor Castillo se la estaba cogiendo intensamente, sus caderas hacían un sonido seco cada vez que se estrellaban contra sus nalgas.
El único ruido en medio de ese rincón escondido entre los arbustos eran los gemidos de ambos y el choque de su piel colisionando mientras se entregaban al placer perverso de su encuentro clandestino.
–¡Qué rico como me coges por el culo profe! –exclamó Cielo Riveros, rendida totalmente ante el gozo obsceno que le provocaba el Profesor Castillo enterrando su verga hasta el fondo de su culo–. ¡Ay sí, así, así! ¡Entiérramelo todo profe!
Él la agarró por el cabello, halando su cabeza hacia atrás mientras decía–. ¿Te gusta así Cielo Riveros? ¿Te gusta cuando tu profe te lo mete por el culo?
–¡Sí profe! ¡Sí! ¡Métemelo hasta el fondo!
El Profesor Castillo la siguió embistiendo con pasión salvaje, enterrando su verga en lo más profundo de aquel culito. Cielo Riveros seguía frotando su clítoris con un ritmo implacable y la inevitable ola de placer escalaba en su interior hasta que su cuerpo fue sacudido por un orgasmo de una intensidad antes desconocida. Sus gemidos eran sollozos de éxtasis mientras su cuerpo convulsionaba una y otra vez, la descarga eléctrica de su clítoris por la llenura de su culo le nubló la razón, cada aliento un grito desgarrado.
–Qué rico acabas Cielo Riveros. Estoy a punto de correrme muñeca. Tu profe te va a llenar ese culo de leche.
–Sí, por favor profe, ¡lléname el culo de tu leche!
Al sentir aquel canal prohibido ahorcando su sexo, el profesor percibió como sus bolas se apretaban y su verga se contraía antes de soltar el primer chorro de semen caliente y viscoso. Su esencia salía a borbotones, inundándola. Tenía el culo tan lleno de su leche que hilos blancos y pegajosos se deslizaban de su orificio cada vez que sacaba su verga para volverla a meter.
Siguió cogiéndola por el culo con menos rapidez mientras se vaciaba en ella.
–Eso se siente increíble, –murmuró Cielo Riveros, sintiéndose delirante y desconectada de la realidad.
–¿Ves que solo tienes que experimentar cosas diferentes para descubrir tus talentos? Sin duda en esta lección de física has sacado la nota máxima. Siempre serás mi mejor alumna.
–Eso es porque usted es el mejor profesor –respondió Cielo Riveros con una sonrisa traviesa.
Se retiró lentamente de su cuerpo, contemplando la perfecta O abierta de su ano al sacar su verga.
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