Bebe mi semen sin saberlo

por
género
masturbación

Sandra era una chica preciosa. La conocí en el instituto, aún mantenemos el contacto.
En el marco de esta historia, ella tiene 18 años, es una estudiante eficaz de periodiosmo de primer año y su dedicación le impide cultivar sus amistades. Yo, por aquel entonces, había dejado de estudiar. No me motivaba asistir a las clases y el único incentivo que encontré en mi último año para no faltar, fue el de ver a esa multitud de adolescentes con sus yoga pants y sus shorts ajustados (aunque a veces ni eso lograba sacarme de la cama).
Sandra no escapaba de la norma de lo que una teenager se supone que es. En un cuerpo lleno de fiebre que está puliendo los últimos detalles de lo que ha sido un largo desarollo, Sandra tenía unos buenos pechos redondos y erguidos. Esas tetas se dejaban ver en las camisetas de tirantes que ella solía usar, siempre escotadas y ajustadas a su cintura fina y arqueada, que desembocaba en un culo que daba la sensación de estar siempre a punto de estallar. En las masturbaciones nocturnas que durante mi purbetadle dediqué, me imaginaba su ano sobresalido, como si una botella de champán acabara de ser abierta y su cabidad anal albergara el licor de los ricos. Ese culo me mataba. Sus piernas era fuertes y proporcionales, toda ella lo era. Su cuerpo lo describiría como "de lo bueno, de la mejor manera".
Era morena y tenía rasgos latinos: su piel era café con leche, sus ojos eran negros y grandes, y su boca roja convergía en sus labios superiores e inferiores, con dos lunares negros respectivamente.
Aún así ella pasaba despacercibida. Sus lentes y las ridículas camisas con las que aparecía a primera hora del día, enfundando las tirantes que llevaría el resto de la jornada, luego, cuando el calor la atosigara. hacían de ella una chica discreta respecto a las demás jovencitas que sí enseñaban todas sus bazas.
Yo centraba igualmente mi atención en ella, invocando erecciones en las clases donde acechaba sus gestos y sus tics, descubriendo un erotismo que era fruto de la contención sobre sí mismo, un sentido sexual que se dejaba entrever solamente para mí en su concentración. Ella miraba la pizarra, mordía el bolígrafo prestando atención a la pizarra, se acomodaba las tiras del sujetador. Las notas de tiza blanca llenaban la pared verde, los demás anotaba con destreza y yo contemplaba como ella apretaba sus fuerzas hacia la mesa, apretando sus redondos pechos contra ella, evidenciando su intocable escote. Se detenía, siempre era la primera en terminar. Volvía a morder el bolígrafo ya harta de este aislamiento, introducía el tubo en la boca y lo mordía, un acto tan sugerente pero que sólo yo notaba. Increíble. Fue ahí cuando su fuerza no se contuvo y mordió de tal manera que el plástico se rompió, salpicando la tinta azul por toda su boca y su escote. Inmediatamente lo asocié a una gran corrida sobre ella. Me imaginé enfrente de ella, arrodillada, expectante de mi falo, abriendo su boca, relamiendo sus dos puntos, jadeante y asombrada al recibir mi corrida sobre su ñengua.
Mis compañeros se rieron, pero para mí significó toda una epifanía. Debía pedirle salir, lógicamente mi obsesión no podía ser reprimida por más tiempo. Éramos amigos, de los buenos, hacía unos meses. Los dos éramos jóvenes e inexpertos cuando a ella le fallaron todas sus amistades y únicamente yo estuve allí para asistirla. Me convertí en su confidente y eso lamentablemente me alejaba de lo que yo realmente quería. La introduje en mi círculo, le presenté a ciertas personas. No permití que sufriera en soledad. Labró otras compañías que compartíamos gracias a mí, aunque yo gozaba de una mención especial que a las claras impedía cualquier romance. Cuando por fin decidí dejar de pensar y le planteé una cita, ella me dijo que ya tenía una cita ese día, con mi mejor amigo Germán.
Las cosas entre ellos fueron a mejor y llegaron a consolidarse, mi resentimiento se fue disipando con los meses y entablé relación con otra chica. Nuestra amistad seguía siendo especial, seguíamos quedando a solas para charlar de nuestras cosas, nos reíamos y nos lo pasábamos bien. Nos explicábamos los pormenores de nuestras relaciones, tanto en el ámbito amoroso como sexual. Llegué a enterarme de la considerable profundidad oral de Sandra, de sus multiorgasmos, y todo junto con los relatos de Germán me formaban una propia imagen pornográfica de ella más avanzada.
Cuando quedábamos solía fotografiarla si llevaba buenos escotes, descargaba las escasas capturas de sus redes sociales que ella misma subía, sus modelitos de fiesta, sus biquinis, etc.
Cuando mi novia me la chupaba me imaginaba que era Sandra quien lo hacía, trasladaba los relatos de mi mejor amigo que con tanta envidía me obligaba a escuchar, sólo para poder imaginar. La devoción por ella era tan profundo que me bastaba con imaginarla con nuevos detalles para satisfacerme. Claro que me hubiera encantado follármela, pero al no poder, tenía suficiente con masturbarme con el papel fictício que ella representaba para mí.
El tiempo pasó. Hubo realmente etapas donde convivimos sin ningún tipo de tensión sexual por mi parte, pero el deseo de ella se manifestaba en arrebatos cada vez más incontrolables. Yo dejé el instituto y ella siguió estudiando en su sueño de ser periodista. Me conseguí un trabajo nocturno y pude vivir con eso. Era un adolescente pero podría independizarme pronto, al cumplir la mayoría de edad. A falta de dos semanas para los exámenes de selectividad ella enfermó. Me dijo que estaba mal y que arovecharía el tiempo libre en su casa para estudiar. Su novio, que aún iba al instituto, no estaría con ella, así que lo vi claro: iría a visitarla por sorpresa.
Cuando toqué el timbre, ella apareció con unos shorts cortos de algodón grises, junto con una camisa de tirantes negras y ¡sin sujetador! Se alegró muchísmo al verme. Comentó su hastío respecto al deber académico y respondió positivamente a la película y a las palomitas que había traído conmigo. Entramos en su habitación y dejé mi campera sobre una silla; no era la primera vez que estaba allí. La película transcurrió sin problemas hasta que decidimos recostarnos sobre la cama. Paramos el film, nos acomodamos y continuamos. Ahora yo estaba abrazado a ella, estratégicamente con la polla enfocada directamente al culo de Sandra. Me olvidé completamente de la película mientras iniciaba mi propia cinta basada en las fantasías con ella. Mi pene empezó a agrandarse, cuando ya de por sí solo es de monstruosas dimensiones. Creo que ella lo notó porque se distanció de mi erección. Al moverse, pero, estimuló la punta de mi falo al quedarse atrapado en su raja por unos segundos. Avergonzado me senté y ella pareció compadecerse de mí. Seguimos mirando la película, aunque ahora, yo sentado y ella recostada, podía admirar las nalgas de su culo de forma notoria. La cintura proseguía esa ondulación, hasta que los pechos se aplastaban en yuxtaposición sobre la cama. Ella me pidió que me pusiera cómodo de nuevo, que me acostara. Que me acostara de nuevo con ella. Me estiré intentando contener la erección, repitiendo los trucos que todo hombre utliza en esos casos, pero era inútil. El espacio entre su cuerpo y la pared era excaso, así que no pude distanciarme. La erección se marcó aún más y todo motivado porque Sandra, al no encontrar su sitio, se movía sin parar. Mi polla empezó a chocar con sus nalgas, a fregarse de una forma que parecía voluntaria. La excitación fue tal que me corrí como nunca me he corrido en mi vida. La erección menguó y ella pudo quedarse quieta para establecerse finalmente en mi pene. Su respiración era normal, a diferencia de la mía que encontraba agitación en el intento de dismular esa misma agitación. La película terminó. Se hizo tarde y yo tuve que irme. Al ella levantarse sonó un ruido como cuando dos objetos se despegan. Ella se asombró pero yo sabía lo que era. Me acompañó hasta la puerta. Nos abrazamos para darnos la despedida cuando yo me di cuenta de que me faltaba el abrigo. Ella, educada y con una tierna y momentánea preocupació fue rápidamente corriendo hasta su habtación en busca de mi campea. Cuando se dio la vuelta vi como el short de algodón gris se alejaba con una mancha negra en culo. Estaba mojado. El culo de Sandra estaba mojado con mi semen.
A ella le fue muy bien en la selectividad y consiguió entrar en periodismo. Como estudiaba en la ciudad cada vez nos veíamos menos, quedando una vez en ese año, después del incidente del que ella nada me comentó. Menos mal, quedé muy preocupado aquel día por si algo había cambiado. Tras mi preocupación ella me dijo por el chat que sólo era la falta de tiempo y nada más. Nuestra relación siguió siendo buena, aunque ahora hablámos cibernéticamente más que nada. Mi relación amorosa se quebró y la suya también, aunque ahora ella se dedicaba a sexo fugaz en la universidad, con diferentes hombres. Siempre me dio igual que una mujer se acostara con muchos hombres y que a una mujer no le debía influir si a mí me importaba o no.
Ella pasaba por el pueblo los findes de semana. Se acercaba ya la primavera del año siguiente cuando ella fue a la biblioteca en una de sus largas jornadas de estudio. Me dijo que me pasara por allí y que así podríamos vernos, cosa que me pareció bien. Cuando llegué ella estaba acabando de repasar un apartado. Estaba con su ya típica camisa de tiras negra, que se ponía evidentemente por su comodidad. Esta vez pero llevaba sujetador y sus tetas se comprimían en un escote brutal con una raya negra como un precipicio. Me pidió que le trajera un café, si era tan amable, mientras ella terminaba, así que me dirigí a las máquinas de la planta de abajo. Al pasar junto a los baños se me ocurrió una perversa idea: pajearme y correrme dentro de su café. Pero no, ella era mi amiga. Compré su café y el mío: para esos momentos mi polla ya empezaba a bombear sangre cada vez más caliente. Al llegar a su mesa comprobé como un estúpido que me había olvidado de mi café. Le dejé el suyo a su alcance. Entonces ocurrió algo rápido y maravilloso. Ella, más torpe y distraída que yo por haberme olvidado el café, había derramado el café encima suyo, dejando todo hecho un estropicio: sus apuntes, su cuello pegajoso y su camiseta de tiras, ahora mojada por el café y más ceñida todavía. Ella maldijo todo lo que pudo mientras yo la veía apretarse los pechos para extrar todo el café que en su camiseta había. La asistí con unas servilletas y le dije que no se preocupara, que le traería otro café. Me fui y ella exclamó que qué haría sin mí, que soy un amor.
Interpretando todo esto como una señal y con mi polla más dura que una piedra fui en busca de la máquina de café. Compré café solo. Rápidamente me encerré en el baño de señoras (me dio más morbo allí) y me hice una paja rápida a la salud de Sandra, pensando en cómo se estrujaba sus tetas para que el café saliera, en cómo ya había mancillado sus shorts año atrás. Cuando me corrí lo hice demasiado, como compensando tantos años de deseo. El café se llenó hasta arriba y unas burbujas giraban en el centro cuando yo lo revolvía. Caliente como estaba, los residuos de semen que tenía enganchado en la punta los puse sobre el borde de la taza de plástico. Me lavé las manos y me largué. Cuando llegué Sandra recibió mi café cerrando sus libros empapados. Su escote parecía liberado. Ella recogió el café y se lo bebió de un sorbo. Quise morir de la erección que tenía al ver que Sandra estaba tragando mi esperma. Le pregunté qué tal el café y dijo que el del bar de enfrente estaba mejor. Cuando retiró su taza de la boca y yo pensé que no podía pasar nada más morboso y excitante, el grumo de corrida, el semen último, el que había puesto en los bordes, había quedado como un moco sobre el lunar del labio superior de Sandra. Ella se notó algo líquido encima de su boca y lo chupó como queriendo secárselo. ¡Ella pasó la lengua por mi corrida! No sólo había ingerido una gran cantidad de semen mío sino que ahora jugaba con él. La excitación me derribó por completo al ver que Sandra, en el movimiento circular de su lengua, no había tragado el pegote de semen para nada, sino que lo tenía en el labio inferior. Juro que no podré olvidar la imagen de Sandra con mi semen sobre sus dos lunares, revolviéndose en él con su lengua.
Lo tuvo allí unos segundos, lo tocó, luego se pasó la mano por la cara para que, al fin, lo poco que quedaba de aquella paja en el baño de señoras fuera tragado por ella, en una acción de aspirada succión, con su lengua. Hizo shuuuuup...
escrito el
2016-07-12
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