Un buen hijo

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voyeur

Hace poco más de un mes, cumplí 15 años. En términos generales, supongo que he sido buen hijo, mejor estudiante y gran compañero. Un jovencito normal, bah, o al menos así lo creí, hasta que, con la pubertad, llegaron los impulsos sexuales.
Como todos, sufrí transformaciones, despertó mi líbido, la curiosidad y tempranamente, tuve mi tan ansiado debut. Fue por entonces que, lenta pero seguramente, comencé a asumir que, mi madre, podía despertarme fantasías eróticas. En un intento por negarlas y alejarlas de mi mente, las catalogaba como perversiones, pero nada podía cambiar. No se trataba de desear sexo con ella. Lo que me hacía despertar en las noches, era imaginarla acostada con un tipo o dos. Me deleitaba imaginarme observando la escena.

No sólo trataba de rechazar esa faceta mía, sino encontrarle algún tipo de explicación. Mi madre debía tener alguna responsabilidad en ello. Pero, por mucho que me empeñaba, todo indicaba lo contrario.

Eugenia, tal el nombre de ella, era joven aún, de apenas 37 años de edad, rubia, cabello largo, ensortijado, pasando los hombros, ojos verdes, estatura mediana, buen busto, buena cola, linda, muy linda. Poseedora de un aire inocente, era cariñosa conmigo, dedicada a su trabajo y por si poco fuera, desde que papá la abandonara hace 4 años, cerrada a todo tipo sentimiento amoroso. Esto último, podría explicar que ansiara que ella tuviera una vida sexual activa. Pero en modo alguno, mi ya declarado voyerismo. De hecho, en más de una oportunidad, aunque ella cuidaba mucho que no la vean - ni yo ni nadie -, como me encantaba, logré espiarla mientras se cambiaba o aprestaba a bañarse. Todo, desde que, teniendo unos 12 años, la vi, con una bombacha chica blanca y sin corpiño, y quedé impactado por ese cuerpo hermoso. Creo que fue la primera vez que una mujer me calentó. Muy poco después, comencé a imaginarla, con toda clase de tipos, incluso desagradables. Me sentía perverso, pero me calentaba e irritaba mucho, a la vez. Con todo, jamás, habría osado imaginar a dónde nos llevarían, tanto a ella como a mí, mis morbosas inclinaciones.

Mamá y yo, sabíamos bastante de computación. Personalmente, la usaba exclusivamente para mis estudios y navegar por Internet. Mi madre en cambio, sólo como complemento de la actividad laboral.

Como casi todo joven de mi edad, intentaba ingresar a sitios de corte porno, videos o similar y de hecho, lo lograba. Entonces, ocurría: colocaba a mi madre en lugar de la ocasional protagonista. Demás está decir que, varias veces, llegué al orgasmo en alas de mi ensoñación.

Una mañana, en el colegio, uno de mis compañeros, me comentó que había abierto un perfil, en una página erótica y se divertía allí. Me sugirió que hiciera lo mismo, dándome detalles precisos para lograrlo. Mientras lo escuchaba, se me ocurrió algo distinto, algo muy perverso, a la par que excitante.

No bien regresé a casa, alborotado con mi idea y aprovechando que mamá llegaba tarde, prendí la máquina y tras revisar las páginas comentadas por mi amigo, encontré la que consideré ideal. No era mi intención, inscribirme falseando mis datos, sino abrir otro perfil, absolutamente real, el de......... mamá.

Le puse un nick sugerente, una dirección de correo electrónico acorde con el mismo, pero respetando en lo esencial sus rasgos, medidas aproximadas y toda virtud reconocible. Desde ya, agregué los que serían sus supuestos gustos sexuales y lo que yo buscaba: dos hombres de características especiales, para que se acostaran con ella. Y allí quedó inscripta. Al día siguiente, abrí el correo y hallé el primer mensaje.

Era de un tipo de 55 años. Se describía como muy bien dotado y me pedía una foto. Por un momento, me sentí desalentado. No había pensado en la foto y si bien poseía varias de ella, no eran del tipo requerido para el sitio. Eugenia ni siquiera usaba bikini, de modo que resultaba imperativo obtener una de corte incitante, que no era el estilo de ella.

Por otra parte, carecíamos de cámara digital y aún en caso de poseerla, la mayor dificultad que enfrentaría, sería poder retratarla en ropa interior o similar, sin que se diera cuenta.

Con todo, mi fantasía bien valía aceptar el desafío y comencé a planear la manera de conseguir el tan ansiado y necesario trofeo, la foto.

Uno de mis mejores amigos, Marquitos, tenía cámara digital de última generación. Sin dudarlo, con una buena excusa, se la pedí y me la prestó.

Volví a casa, sumamente motivado, a la par que inquieto e indeciso. Tenía la cámara, pero no el consentimiento de quien resultaría “retratada”. No tenía idea de cómo y cuando tendría ocasión de cumplir mi fantasía.

Para mi mayor asombro y agrado, esa misma noche, tuve un inesperado golpe de suerte. Tenía que dar un examen. Como era su costumbre, para el supuesto de necesitarla mientras estudiaba, al irse a acostar, mi mamá entornó la puerta de su dormitorio. En cuanto ella se retiró, saqué la cámara de su escondite y me acerqué sigilosamente al cuarto de ella. Me invadió una lasciva y bien conocida corriente eléctrica, cuando vi que se estaba sacando el pantalón, mientras miraba el televisor. Sin pensarlo, accioné el disparador de la cámara, captándola, precisamente, cuando quedó sólo con una polera azul y una estrecha bombacha negra. Estaba más que satisfecho cuando, siempre de espaldas a mí, extrajo también la parte superior, quedando simplemente, en insinuante ropa interior. Alcancé a sacar otras dos fotos, antes que se pusiera su camisón grueso.

Volví a guardar la cámara y me senté a estudiar. No podía concentrarme. Estaba temblando, mi cabeza funcionaba a mil, era un torbellino de fantasías verdaderamente depravadas. Al día siguiente, las horas escolares se hicieron interminables. Sólo pensaba en volver a casa, cargar las fotos de mamá y completar su perfil. En cuanto estuve frente al monitor, así lo hice y el resultado final, con mis especiales connotaciones sexuales, me calentó. Pero... había que esperar.

Mi hazaña dio frutos rápidos y casi inauditos. Un aluvión de tipos escribieron. En los mail, aparecían, desde las palabras más tiernas, hasta las más burdas groserías y vilezas. Seleccioné detenidamente los mensajes y me quedé con tres. No obstante, hubo uno que despertó mi morbo hasta el límite.

Un tipo invitaba a chatear. Por los horarios que proponía, estaba en línea. Figuraba con 56 años, no tenía foto, pero decía ser morocho, de 1,95 metros de estatura, robusto, superdotado y con tendencias carnales muy particulares. Me perturbó al máximo, imaginarlo con mamá. Estaba virilmente excitado y no podía reprimirlo. Casi sin pensarlo, encendí el messenger y lo contacté. Apareció de inmediato, saludando a mamá. Comencé a temblar de miedo, sin que por ello se apagara el fuego en que ardía, pero me di cuenta que no debía escribir mucho, puesto que podía delatarme por la forma de expresarme. El chat fue de presentación, me hacía preguntas sobre el estado civil, si tenía hijos y si vivía sola. Le respondí la verdad, pero hacía silencios.

Repentinamente, adujo tener que salir en breves momentos, invitándome a contactarnos, al día siguiente a la misma hora, a lo que asentí.

Al otro día, miraba ansioso el reloj. A la hora señalada, abrí el chat privado y allí estaba. No salía de mi entusiasmo, cuando inesperadamente, me pidió lo autorice a conectar la webcam. Quedé petrificado al verlo. No lo había imaginado así: Era físicamente como se había descrito, pero sus cabellos eran largos y desprolijos, barba también larga y desarreglada. Junto a él, había otro sujeto sentado. Pese a no estar completamente visible, denotaba ser algo más flaco, de edad similar al otro y totalmente pelado. Ambos, eran corpulentos, muy macizos, musculosos y tenían el torso descubierto. Era lo único que podía visualizar, pero imaginé que estaban completamente desnudos. El contacto original, pidió que prenda la mía, para poder vernos. Por supuesto que no podía hacerlo, pretendiendo carecer de la misma. Me puse nervioso y antes de reponerme, escribieron riendo y mirando a la cámara:

– Decime quien sos y quien es la mujer de las fotos.
Fue como una puñalada, quedé helado, sin poder escribir, habían descubierto que no era mamá y seguían mirando a la cámara esperando una respuesta de mi parte.

Podría haber cerrado el chat, pero no quería, toda mi fantasía se derrumbaría y no lo deseaba.

Decidí jugarme y decir la verdad, omitiendo mis móviles más íntimos. De inmediato atisbé una mezcla de burla y desconfianza en la mirada de ambos hombres. Pensé que darían por concluido el chateo, pero en cambio me preguntaron

– ¿Por qué haces esto?¿ En verdad, es tu mamá?

No contesté enseguida. En el fondo, experimentaba cierto temor, pero no quería abandonar y les respondí que lo hacía para divertirme, pero que ahora me estaba arrepintiendo.

Ambos individuos se cruzaron miradas y luego escribieron:

- ¿Arrepentido de haber iniciado el juego o de haber expuesto a tu mamá?

Me sentí atrapado. Ni siquiera yo conocía la respuesta precisa. Como tardé en responder y de hecho no lo hice, escribieron:

- No te preocupes, pibe. También nosotros fantaseamos con nuestras mamis. Ahora no tenemos tiempo, pero con seguridad, podemos ayudarte y orientarte. Al fin somos dos desconocidos y lo que nos digas quedará entre nosotros. Mañana nos conectamos de nuevo, un poquito más temprano y si puede confortarte, intercambiamos teléfonos. Te sentirías más relajado, escuchando una voz en lugar de la letra fría e impersonal.

Admito que no lo pensé siquiera, pero se ganaron mi confianza y les proporcioné mi número telefónico. De todos modos, convinimos en que previamente nos conectaríamos vía chat. Cerca de la hora de la cena, sonó el teléfono. Contestó mamá, pero nadie respondió. La misma situación se reiteró minutos después.

Mientras poníamos los cubiertos en la mesa, pensé que podían haber sido ellos, para corroborar mi sinceridad. Mi cabeza, comenzó a trabajar aceleradamente. Comprendí que había cometido un grave error. Que con ese dato, podían optar por delatarme o, por el contrario, intentar trabar otro tipo de contacto, no ya conmigo, sino con ella. La idea empezó a disgustarme. No tenía claro si porque me excluía o porque realmente exponía a mi madre a una situación desagradable.

Esa noche, mientras cenábamos, miraba a mamá. Creo que fue la primera vez que la observé como el hijo adolescente que era. Estaba a punto de lograr mi más caro objetivo, pero, por fin, alcanzaba a vislumbrar que el precio era ella misma.

Me llevé mis inquietudes a la cama. No podía dormirme, cualquier ruido me alteraba, daba vueltas, me sentía incómodo conmigo mismo. Mis sentimientos hacia ella y mis delirios, libraban una batalla de dudoso desenlace. No podía dejar de imaginarla a ella, a merced de los fulanos que, sin saber bien como, no sólo me habían descubierto, sino, infundido seguridad, cuando sólo perseguían otra finalidad, fuere cual fuere. Pese a ello o por ello, las ideas, las poses que imaginaba – muchas extraídas de mis paseos por sitios eróticos -, me calentaron, al punto de tener que masturbarme, para calmar mis ansias. Por otro lado, el contacto entre ellos y Eugenia, implicaba dejar en descubierto, mi ardid y mis mentiras. La reacción de mi madre, sería impredecible. En síntesis, pugnaba entre mis deseos, mis miedos y el grado de exposición de ella, sobre lo que ellos me alertaron. Finalmente, decidí que, de contactarlos en el chat, pondría punto final a esta situación. Les diría que todo, incluso mi madre, era mentira. Así logré descansar.

No obstante, al día siguiente, predominaron nuevamente mis instintos más primitivos. Al regresar del colegio, casi como un autómata, me conecté, temiendo no encontrar a mis nuevos “amigos”, para deshacerme de ellos. Para mi regocijo, aparecieron de inmediato, saludándome cordialmente. Esta vez, confirmé que estaban desnudos y que, además, sus miembros viriles, guardaban proporción con su musculatura. Mis fantasías se aceleraron de inmediato y olvidé todo lo que había ensayado. Sugirieron comenzar chateando y luego continuar por línea y acepté.

Me preguntaron sobre mamá, si salía con hombres, como había logrado las fotos, si me había calentado verla así y finalmente que me había movido a trucar la página. A partir de allí, sonó el teléfono y la charla, alternada con uno y otro, continuó por línea directa. Les contestaba muy poco, más bien evasivamente. Presentía que todo se me iba de las manos, dejaba de ser mi juego, para ser el de ellos. Me arrepentí de no haber sostenido mi decisión nocturna. Pero ya estaba hecho. No podía echarme atrás y les seguí la corriente, hasta donde pude. Puse por excusa que tocaban el timbre y corté la comunicación.

Quedé consternado. Mis emociones, continuaban encontradas. Mezcla de mórbida inquietud y temor. Algo iba a pasar, pero no sabía a ciencia cierta que sería.

Al llegar mamá, aún no me había calmado, lo que no le pasó inadvertido. Después de interrogarme reiteradamente, sobre la razón de mi estado, le conté la verdad a medias. Pretexté que había sido un juego inocente y que la había tomado de espaldas, para que no la reconocieran. Me puse a llorar y le pedí repetidamente, que me perdonara.

Cuando esperaba una violenta y horrorizada reacción, ella acariciándome la cabeza me pidió que me tranquilizara, garantizándome que ella arreglaría todo. Acto seguido, se sentó a la computadora y me pidió la clave para abrir el messenger. Instantes después, para mi sorpresa, uno de los tipos se contactó, pidiendo autorización para la webcam.

Era el que tenía cabellera y estaba en pijama. Indudablemente, no esperaba encontrarse ni conmigo ni con ninguna mujer de la página.

Mamá le escribió que era ella en realidad. Él, no le creyó, efectuando un comentario, obviamente dirigido a mí. Por toda respuesta, ella prendió nuestra webcam. El tipo, al verla cambió su expresión, a la par que, gestualmente, llamaba a su compañero. Éste, no se hizo desear, apareciendo detrás, con una gran sonrisa. Entablaron de inmediato un diálogo que, me pareció normal al principio. Al rato, cambió de tono. Comenzaron las palabras fuertes. Quedé asombrado, ante la audacia de mamá. Retrucaba toda provocación sensual y hasta parecía a gusto chateando. Respondió preguntas tales como: si hacía mucho que no lo hacía, si había probado con dos hombres y toda clase de supuestas o reales fantasías sexuales, sin inmutarse ni mentir.

Los interrogantes de ambos, eran cada vez más íntimos e impertinentes, a lo que Eugenia no dejaba de replicar, revelando cierto placer, al participar en un aparente desafío, entre ambas partes. Repentinamente, uno de ellos, sugirió que todos se exhibieran de alguna forma, para que el juego fuera más erótico. Para mi sorpresa, mamá, en mi presencia, comenzó a desabrochar su camisa, hasta exponer el nacimiento de sus pechos e incluso acariciarlos, en forma sugerente. Por su parte ellos, descubrieron sus antepechos y simulaban querer tocarla a través de la pantalla. Mami, se incorporó, levantó su pollerita lentamente y poniéndose de espaldas, les mostró su culo y piernas, cubiertas por unas convenientes pantymedias. Ellos ya mostraban una expresión casi “babosa”. Sus manos, estaban en sus bultos, visiblemente hinchados. Evidentemente, mamá, estaba logrando calentarlos. Sin dejar de estar de espaldas a la cámara, giró su rostro y les sonrió provocativamente. Yo no salía de mi estupor y encandilamiento. No comprendía que perseguía ella, con toda esta actuación y como pensaba “arreglarlo todo”, según me había dicho que haría.

Pero por encima de todo raciocinio, mi líbido despertó. No podía permitir que ella se diera cuenta, por lo que, argumentando que me era intolerable verla así, me fui a mi dormitorio, desde donde, no sólo podía continuar espiando, sino masturbarme. Y así lo hice, sin dejar de mirar a mi madre que, para todo esto, parecía estar modelando para ellos, sin exponerse más que hasta donde había llegado, pero dejando ver ese culo divino que tiene, enseñándolo a los “babosos”, que no podían ocultar que lo deseaban. Al acabar, quedé como agotado y me fui a higienizar.

Al regresar, continuaban chateando. Por cierto, no podía leer los mensajes cruzados, pero, ya estaban todos sentados, sin taparse ninguno la parte superior del torso.

Minutos después, apagaron el chat. Eugenia apagó la computadora y vino a mi cuarto. Allí me explicó que esta “clase de individuos”, como los llamó, gustaban del sexo virtual e intentaba complacer sus expectativas, para poder sacarlos de encima, al entender que mucho más de ella, no podrían esperar. No me convenció del todo. No podía olvidar que tenían el número de teléfono y no sabía bien si eran ellos, yo o los tres, los que estábamos desconformes. Finalmente, mi sueño no se había cumplido en absoluto.

Pasamos el fin de semana fuera de casa y el lunes, retomamos nuestras actividades cotidianas. Confieso, que estaba tentado de contactar a mis amigos, pero me abstuve porque ya no podía hacerlo.

Al anochecer, cuando mi madre ya se había puesto cómoda, para trabajar en la computadora, sonó el teléfono. Fue ella quien respondió. Era uno de mis amigos, que ahora se identificó como “Miguel” y la invitaba a continuar chateando con la webcamb. Eugenia, trató de poner excusas, pero ante la insistencia aceptó. Fue entonces cuando me dijo que me fuera, puesto que, indudablemente, esta vez, iba a tener que “revelarles” algo más, para satisfacerlos y dejarles bien en claro, que no iba a ir más allá.

No necesito decir que me coloqué estratégicamente, para no perderme nada, al menos de lo que ella haría. Aunque poco vislumbraba de Miguel y su amigo, me pareció que estaban completamente desnudos. Pronto se confirmó mi sospecha, ante la expresión de mi madre, de sorpresa y disgusto a la vez. Sin embargo, sin inmutarse, se sacó la remerita que llevaba puesta y quedó en corpiño. Indudablemente, estaba decidida a “complacerlos” como me dijera, aún con desagrado.

Por un rato, todo siguió igual, sin poder enterarme del intercambio entre ellos y Eugenia. Inopinadamente, mi madre, con suaves y sensuales movimientos, comenzó a bajar los breteles de sostén, hasta dejar sus senos totalmente en descubierto. Acto seguido, estando con un short corto, apoyó los talones en el sillón donde estaba sentada, se reclinó y empezó a acariciar sus preciados pechos, mientras era admirada por sus observadores. También me admiré. No la creía capaz de tanto. Puesto que me enardecí de inmediato, no quería pensar, como estarían ellos. Especialmente cuando, siempre con movimientos sinuosos, comenzó a deslizar una de sus manos hacia la entrepierna. Me ofusqué, al punto de irme en seco de sólo verla así. Creo que empecé a desear estar ahí, con ella, pero sabía que no podía hacerlo.

Los días siguientes, ya no hubo llamados telefónicos. El martes, tras encender la computadora, mi mamá me envió al dormitorio. Yo, como siempre, espiaba. En esta ocasión, se puso una casaca transparente por todo ropaje y se sentó frente al monitor. No se la quitó en ningún momento, pero repitió, con ligeros cambios, lo que había hecho el día anterior. Ellos estaban que explotaban, mostrándole sus erectos penes, muy hinchados por la visible calentura. El miércoles, con el mismo atuendo, se alejó del monitor y practicó una auténtica masturbación. Yo ya enloquecía. Empezaba a preguntarme si no alentaba instintos incestuosos hacia mi madre, sin por ello dejar de imaginarla en vivo con ambos “amigos”. Y yo, por supuesto, observando todo. Para todo esto, mi madre me reiteró que, si continuaba con eso, era porque así se lo solicitaban y que se prestaba, para saciarlos y lograr que, cuanto antes, buscaran otra para tener el sexo virtual que tanto les atraía. También que, por ese motivo, no consideraba prudente que yo viera lo que acontecía.

Y así llegamos al día jueves. Cuando todo estaba encendido aún, sonó el teléfono. Sin dejar de mirar a los tipos, atendió. Otra vez era Miguel. Mamá levantó la voz y apagó la cámara. Quería saber que ocurría y me trasladé a la habitación de ella, que tenía el otro teléfono. Esta era mi historia y necesitaba saber como continuaría. Muy despacio, levanté el tubo, tapé el micrófono y escuché. El diálogo subía de tono. Cuando tomé el auricular, escuché que, muy livianamente, como si fuera lo más natural, le decía que era hora que los invitara a una “fiestita privada”, para “conocerse mejor”. Me recorrió una sensación de placentero éxtasis. Mi quimera parecía tomar cuerpo.

Eugenia, terminante, dijo que no. Que de ninguna manera excedería el marco de lo virtual. Me desmoralicé por un momento. Entonces Miguel, con tono casi amenazante, pero simpáticamente, le respondió:

- Ya tenemos tu dirección. Con el teléfono no fue difícil obtenerla.

Somos hombres de recursos, al fin. Mañana es viernes, un día ideal. Podemos estar allí a las 22.00 horas.

- Aunque viniesen, no les abriría – respondió Eugenia.-

- Te repito que somos hombres de recursos, respondió su interlocutor.

- Yo que vos, me relajo y me preparo para vivir un momento inolvidable. Y cortaron la comunicación. Logré colgar, a la par que mamá y salí del cuarto. Someramente, me relató lo sucedido por teléfono, mientras apagaba totalmente la computadora, visiblemente alterada. Luego, se recompuso y me dijo que no me preocupara. Que podía manejar la situación.

Creo que jamás imaginó que, lejos de estar preocupado, estaba radiante. Había logrado mi objetivo: ver a mi madre con dos hombres a la vez. Ni por un segundo dudé, que llegaría a ocurrir. Presa de mi excitación, le dije que estaba seguro que todo saldría bien, pero que mejor me retiraba porque tenía que madrugar. No podía seguir mirándola, sin que mi alegría me delatara.

Yo sentía que volaba, hasta se me ocurrió que podría intervenir y eso me excitaba al máximo, pero ignoraba como se desarrollaría todo. Ciertamente, esa noche no pude dormir y el viernes, pareció más largo que de costumbre. Eugenia, regresó de su trabajo y como siempre, se fue a bañar. Se colocó un camisón largo hasta los tobillos, grueso, se acomodó el cabello, prendió un cigarrillo y se sentó en el comedor a escuchar música. Se la veía muy tranquila. Sin embargo, dijo no tener apetito y ni siquiera recordó poner la mesa o prepararme algo a mí. Tampoco tenía apetito, de modo que me encerré en mi habitación, a esperar. De pronto, escuché el timbre. Nada ocurrió. Entonces, la campanilla sonó sin interrupción, seguida de golpes en la puerta y voces. No entendí lo que decían, pero al fin, salí de mi cuarto y abrí la puerta. Allí estaban.

Prácticamente me empujaron al entrar y llamaron a mamá por su nick. Ella apareció con el celular en la mano, amenazando con llamar a la policía. Por mi parte, cerré con llave y trabé la puerta. Uno de ellos, se abalanzó sobre mamá y le arrebató el celular, tomándola fuertemente por los brazos. El otro, me preguntó dónde estaba el dormitorio y yo lo señalé con la mano. Mi madre entonces me dijo:

- ¿Qué estás haciendo? Me estás entregando...!!!

Ambos la arrastraron hasta la habitación. Los seguí y vi que mamá se resistía pero, uno de ellos, le rasgó el camisón desde el escote, dejándola semidesnuda. La tiró sobre la cama, donde la sostuvo, poniendo su cuerpo encima y reteniendo fuertemente sus brazos. Su compañero, sonriendo, se desvestía lentamente. Mamá trataba de patear. Forcejeaba, pero todo era inútil. El que la sostenía, le dijo muy suave e irónicamente que se relajase y disfrutara. Eugenia, desbordada por la situación, dejó de luchar, mirándome con un desesperado interrogante. Yo cerré la puerta del cuarto y me apoyé en la puerta, del lado interior, cruzando mis brazos.

El que resultó ser Miguel, ya desnudo, se acostó junto a ella, besándola torpemente en el cuello, espalda y por fin los pechos.

Mientras el otro se quitaba la ropa, Miguel llevó la mano de ella a su erecto miembro, sin dejar de manosearla. El otro, ya desnudo, se arrodilló y comenzó a chuparle la vagina, obligándola a abrirse totalmente de piernas, que apretaba y acariciaba mientras chupaba. Miguel, forzaba a mamá a tomarle el miembro, mientras se acomodó mejor para introducirlo en la vagina. Comenzó la penetración, retirándose el compañero, que pasó a lamerle todo el cuerpo. Miguel, aceleró el ritmo, provocando visible molestia a mamá. Todo me parecía muy rutinario. Casi sin darme cuenta, desde mi posición, sugerí con gestos al compañero, que la penetrara por atrás. Miguel, que continuaba bombeando la vagina, me miró sonriente y se reubicó. Comenzó a dar vuelta a Eugenia, que estaba casi sin fuerzas. El otro tipo, lubricó bien el pene y la entrada del ano. Pausada, pero firmemente, comenzó una dolorosa penetración. La cola de mamá se resistía a ser abierta y el tipo ahora empujaba mas fuerte para romper esa resistencia.

Mamá lanzó un agudo grito cuando sintió el miembro que empezaba a abrirse camino por su virgen agujero. Miguel, la sostuvo firmemente, mientras su pene estaba todo dentro de la vagina y facilitó la entrada del otro. El culo de Eugenia se dilataba más, para recibir con mucho dolor a su visitante. Me puso como loco, presenciar una doble penetración. Me acerqué para ver mejor y noté que la respectiva pija, había invadido la mitad del dolorido y tan bonito, trasero de ella. Mamá, se retorcía del dolor y gritaba para que le sacaran todo de adentro. Noté que las lágrimas corrían por su rostro.

En medio de un intenso espasmo, acompañado de un gemido, Miguel acabó, extrayendo lo suyo y bañando en semen a mamá. Como continuaba erecto, sin interrupción, lo acercó a la boca de Eugenia, obligándola a succionarlo. Ella alcanzó a suplicar que no, que la dejaran, pero fue contraproducente. Sólo logró excitarlo más y que, de un golpe se la metiera hasta la garganta.

Fue el acabose para ella, que parecía querer vomitar. Para mí, irme en seco. Hasta el otro, lanzó un gemido de placer. Toda la situación favoreció que Eugenia, sin querer, se distendiera, por puro agotamiento. Esto, fue bien aprovechado por el ignoto amigo, para hundir totalmente el pene en el ano y empezar a moverse más libremente, metiendo y sacando a un ritmo gradualmente creciente, hasta empujar violentamente en cada arremetida.

Duró bastante, hasta acabarle con un grito adentro. La sacó y pude ver que estaba manchada de sangre y semen. Se quedó tendido al lado de ella, ponderando el hermoso culo que acababa de desvirgar.

Estuvieron un rato los tres en silencio. Yo estaba todo mojado, pero ni siquiera me daba cuenta. Sentía que faltaba algo. Mamá lloraba bajito y quedó volteada de espaldas, totalmente entregada y carente de energías. Ellos, le acariciaban la espalda, las nalgas y hurgaban con los dedos, mientras se miraban y sonreían. De pronto, Miguel se incorporó y dijo al amigo:

- ¿ Te acordás que bien se masturbaba?
¿ No te gustaría verlo aquí y ahora?
Así como preguntaba, tomaba la mano de mamá, instándola a que se masturbara, pidiéndole que introdujera la mayor cantidad de dedos posible dentro de su vagina. Ella, agotada, al sentir que la volvían a dar vuelta, imploró que la dejaran, que ya no soportaba más. Ellos le dijeron que si consentía masturbarse, no la penetrarían más.

Apenas podía moverse, pero con esfuerzo, lenta y rítmicamente, se colocó tres dedos dentro, mientras ellos se masturbaban también, igual que yo. Aunque intentaba disimularlo, ella sintió placer, denotándolo con su leve y débil gemir. No debió pasarle inadvertido a ninguno, ya que los dos tipos acabaron enseguida, igual que yo. Finalmente, fue ella quien se estremeció gimiendo, por el goce que se proporcionaba a sí misma. Estábamos todos exhaustos. Ellos se vistieron, pasando por turno al baño. Yo me quedé con ella, mirándola. Los tipos, tomaron sus cosas y salieron por la puerta sin despedirse siquiera y literalmente, ignorando mi presencia. La observé unos minutos. Lloraba, se quejaba y temblaba. Me acerqué y empecé a besarla dulcemente por todo el rostro, frente, ojos, mejillas, sorbía sus lágrimas y al fin dije:

- No te preocupes mami, yo voy a ser más suave.
por
escrito el
2015-11-16
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