El pollón de mi profesor
por
Carlitos
género
gay
Cuando terminamos 2º de Bachillerato, decidimos hacer un viaje de fin de curso como colofón a nuestra trayectoria en el instituto antes de entrar en la universidad. Entre todos convencimos a dos profesores para que nos acompañasen al viaje, ya que no todos mis compañeros habían cumplido la mayoría de edad, en mi caso hacia un par de meses que había cumplido los 18. Nos fuimos una semana a un hotel de Lanzarote. Los alumnos compartíamos habitaciones de 3, mientras que los profesores dormían cada uno en una habitación.
Yo tuve la mala suerte de alojarme en la habitación que coincidía justo en frente con la de otro profesor, por lo que muchas de las escapadas a media noche se vieron frustradas por este profesor. No nos tenían permitido salir de las habitaciones del hotel de noche, pero como éramos muy jóvenes y teníamos muchas ganas de fiesta, intentábamos escaparnos para irnos a otras habitaciones o salir de juerga fuera del hotel.
El profesor que se alojaba justo en frente de mi habitación era mi profesor de Filosofía. Era aparentemente joven, tendría unos 38 o 40 años, pero como digo no los aparentaba ya que vestía siempre en camiseta y vaqueros. Tenía el pelo largo, aunque lo llevaba recogido en una coleta y siempre tenía barba de 3 o 4 semanas. Era muy alto y corpulento, a decir verdad muchas alumnas le tiraban los tejos aunque él siempre pasaba del tema. Por lo general, teníamos muy buena relación con él y cuando le ofrecimos que nos acompañara al viaje nos dijo que sí enseguida. Este profesor ya me había pillado un par de veces de noche intentando salir de mi habitación, así que estaba bastante cabreado conmigo. Una de las últimas noches me quedé despierto hasta las 2 de la mañana y quedé con un amigo de otra habitación para intentar salir del hotel y darnos una vuelta por alguna discoteca de Lanzarote. Cuando me decidí a salir de mi habitación, el pasillo del hotel estaba en absoluto silencio y no había nadie merodeando por la zona. Cuando cerré la puerta de mi habitación escuché abrirse la de enfrente. Era mi profesor. Me había vuelto a pillar. Intenté abrir rápidamente mi puerta, pero con los nervios no atinaba a encajar la tarjeta en el lector para abrirla. Entonces noté como alguien me cogía del hombro y me volvía bruscamente hacía él.
– ¿Se puede saber a dónde ibas? Me preguntó mi profesor.
– Nada, nada, a dar una vuelta que no podía dormir. Le contesté.
– ¿A las 2 de la mañana? ¡Estoy harto de que intentes salir constantemente del hotel! Ahora mismo vas a llamar a tus padres y contarles lo que pretendías hacer. Me contestó él.
– ¿Qué? ¿A mis padres? ¿Ahora? No, por favor. De verdad yo me vuelvo a mi habitación y no salgo más. Le respondí
– No, Carlos. Ya te has pasado de la raya. O los llamas tú, o los llamo yo. Tú decides.
– ¡No! Por favor, de verdad, lo prometo. No saldré más.
Así nos llevamos un rato discutiendo en el pasillo. Mi profesor insistía en que llamara a mis padres para contarles lo que había pasado y yo, como es lógico, intentaba evitar a toda costa esa llamada. Al poco rato mi profesor entró en su habitación y cogió su teléfono móvil. Con el nerviosismo de la situación no me había fijado, pero mi profesor solo llevaba una camiseta de pijama blanca y unos calzoncillos anchos de cuadros. Volvió a salir fuera y me dijo: -Dame el número de tu casa. Voy a llamar ahora mismo.
-¡No! Por favor. Le insistí.
A lo que él me respondió: -Baja el tono de voz. La gente esta durmiendo. Entra un momento en mi habitación.
Cuando entré en la habitación él cerró la puerta y me mandó a sentarme. Como tenía la silla llena de ropa, opté por sentarme en el borde de la cama. Entonces volví a fijarme en él. Los calzoncillos que llevaba dejaban notar un buen carajo colgando, de hecho se le marcaba bastante. Cuando quise darme cuenta estaba mirándome fijamente y me dijo:
-¿Qué miras? ¿Tienes algún problema?
A lo que yo le respondí: -No, ninguno. Solo que me extraña verlo así.
Él se miró de arriba abajo y me contestó: -¿Cómo quieres que duerma? ¿Con una armadura?
Yo me comencé a reír y le dije: -No, hombre no… Y me volví a fijar en el bulto que se le marcaba tras los calzoncillos. Él se dio cuenta de que lo miraba pero no dijo nada más. Volvió a pedirme el número de mi casa y yo volví a negarme. Me fijé de nuevo en su paquete y noté como cada vez se le marcaba más la polla. Se estaba empalmando. Soltó el móvil en la mesita de noche y se sentó junto a mí al borde de la cama. Recuerdo como cuando se sentó, la tela de los calzoncillos tiró suavemente hacía atrás marcándose por completo todo el rabo. Me puso la mano en la rodilla y me dijo:
-Que sea la última vez eh Carlos. Vete si quieres a tu habitación.
Yo lo miré y volví a mirarle el paquete. Parecía que aquello crecía por momentos, cada vez la tenía más grande. Me entraban ganas de tocársela, de meter la mano dentro de esos calzoncillos. Pero me contuve y me levanté para marcharme a mi habitación. Cuando no había dado ni tres pasos él me dijo:
– O si quieres, puedes quedarte un poco.
Yo me volví para mirarle y tenía una de sus manos acariciándose el paquete. Se desabrochó un botón de los calzoncillos y asomó la cabeza de la polla entre la tela. Él volví a contestar:
– No has dejado de mirármela desde que entraste.
Entonces él se levantó de la cama y se puso frente a mí. Yo no pude contener una risita nerviosa y un resoplido por las ganas que me entraban de agarrarle el nabo. Él se metió la mano por dentro de los calzoncillos y con ayuda de la otra se sacó por completo la polla y los huevos. Me cogió la mano y la puso sobre su rabo. La tenía muy dura, parecía que estuviese agarrando una barra de acero en vez de una polla. Yo comencé mover la mano de arriba hacia abajo, acariciándosela muy despacio. Él soltó un gemido y se quitó la camiseta, dejando al descubierto su pecho. Tenía vello, pero sólo en la zona pectoral. Me miró y me dijo:
– Vamos. Mejor en la cama.
Yo estaba muy nervioso. No sabía muy bien qué hacer ni cómo reaccionar y mucho menos que íbamos a hacer en esa habitación. Al llegar a la cama se quitó los calzoncillos, dejando al descubierto todo su cuerpo. Se tumbó boca arriba y me dijo:
-Chúpamela.
Le agarré la polla y comencé a chupársela. Tenía la polla tan gorda que casi no me cabía dentro de la boca. A la vez que se la mamaba lo masturbaba con la mano, de arriba abajo sin parar de hacerlo y cada vez más rápido. Recuerdo como no paraba de mover las piernas y como empujaba su polla hasta el fondo de mi garganta. Así una y otra vez, follándome la garganta, metiéndome la polla hasta el fondo. No tardó mucho en agarrarme la cabeza con las dos manos y a envestirme fuertemente con su polla. No dejaba que parara. Mientras se la chupaba me decía:
– Uff, así. Sigue así. Sigue chupándomela.
Y él continuaba meciéndose, empujando con el rabo y follándome la garganta. Llegó un momento en el que pensé que no podía más. Me metía la polla en la boca con tanta fuerza que no me daba tiempo a respirar. Levanté los ojos para mirarlo y estaba con la boca abierta y los ojos como platos. Su expresión cambiaba por momentos, a la vez que su cuerpo se agarrotaba y sus manos apretaban con más y más fuerza mi cabeza sobre su polla. Gemía más y más fuerte y su respiración se aceleraba estrepitosamente. Volvió los ojos hacía mí y me dijo:
– Ya, ya estoy. Quiero que te la tragues. Ohhhh…
Y sin darme tiempo a reaccionar se corrió por toda mi boca, llegándome hasta la garganta. Toda su lefa caliente se esparcía por mi boca. No paraba de correrse. Casi no me cabía más en la boca, así que no me lo pensé y me trague toda la corrida. No fue muy agradable. Nunca lo había hecho, pero tan poco había tenido nunca en la boca semejante cimbrel. Le solté la polla sobre la barriga y me quedé mirándolo como se retorcía de placer. Como aún le quedaba algo de semen en la punta volví a meterme su polla en la boca, algo más flácida que antes pero conservando todo su tamaño. Al rozar mi lengua con su glande se encogió todo su cuerpo, baje con la lengua por su nabo hasta llegar a los huevos y se los lamí varias veces.
Él se quedó un rato tendido en la cama y yo me levanté para ir al baño a beber algo de agua. Cuando volví estaba sentado de nuevo al filo de la cama, mirándome fijamente. Yo fui a hablar pero me cortó antes de que pudiera hacerlo diciéndome:
– No hace falta que te diga que lo que ha pasado no se lo puedes contar a nadie…
– No, no. Tranquilo. Tan poco nadie lo creería. Le contesté
– Así mejor. Ahora vete a tu habitación. Me respondió.
Me di media vuelta y salí de la habitación. Al cerrar la puerta me quedé unos segundos mirándolo, esperando a ver si me decía algo pero se giró y se volvió a echar en la cama. Cerré la puerta y me fui a mi habitación.
La experiencia fue inolvidable, como lo fue el calentón que me dejó el muy cabrón de mi profesor.
Yo tuve la mala suerte de alojarme en la habitación que coincidía justo en frente con la de otro profesor, por lo que muchas de las escapadas a media noche se vieron frustradas por este profesor. No nos tenían permitido salir de las habitaciones del hotel de noche, pero como éramos muy jóvenes y teníamos muchas ganas de fiesta, intentábamos escaparnos para irnos a otras habitaciones o salir de juerga fuera del hotel.
El profesor que se alojaba justo en frente de mi habitación era mi profesor de Filosofía. Era aparentemente joven, tendría unos 38 o 40 años, pero como digo no los aparentaba ya que vestía siempre en camiseta y vaqueros. Tenía el pelo largo, aunque lo llevaba recogido en una coleta y siempre tenía barba de 3 o 4 semanas. Era muy alto y corpulento, a decir verdad muchas alumnas le tiraban los tejos aunque él siempre pasaba del tema. Por lo general, teníamos muy buena relación con él y cuando le ofrecimos que nos acompañara al viaje nos dijo que sí enseguida. Este profesor ya me había pillado un par de veces de noche intentando salir de mi habitación, así que estaba bastante cabreado conmigo. Una de las últimas noches me quedé despierto hasta las 2 de la mañana y quedé con un amigo de otra habitación para intentar salir del hotel y darnos una vuelta por alguna discoteca de Lanzarote. Cuando me decidí a salir de mi habitación, el pasillo del hotel estaba en absoluto silencio y no había nadie merodeando por la zona. Cuando cerré la puerta de mi habitación escuché abrirse la de enfrente. Era mi profesor. Me había vuelto a pillar. Intenté abrir rápidamente mi puerta, pero con los nervios no atinaba a encajar la tarjeta en el lector para abrirla. Entonces noté como alguien me cogía del hombro y me volvía bruscamente hacía él.
– ¿Se puede saber a dónde ibas? Me preguntó mi profesor.
– Nada, nada, a dar una vuelta que no podía dormir. Le contesté.
– ¿A las 2 de la mañana? ¡Estoy harto de que intentes salir constantemente del hotel! Ahora mismo vas a llamar a tus padres y contarles lo que pretendías hacer. Me contestó él.
– ¿Qué? ¿A mis padres? ¿Ahora? No, por favor. De verdad yo me vuelvo a mi habitación y no salgo más. Le respondí
– No, Carlos. Ya te has pasado de la raya. O los llamas tú, o los llamo yo. Tú decides.
– ¡No! Por favor, de verdad, lo prometo. No saldré más.
Así nos llevamos un rato discutiendo en el pasillo. Mi profesor insistía en que llamara a mis padres para contarles lo que había pasado y yo, como es lógico, intentaba evitar a toda costa esa llamada. Al poco rato mi profesor entró en su habitación y cogió su teléfono móvil. Con el nerviosismo de la situación no me había fijado, pero mi profesor solo llevaba una camiseta de pijama blanca y unos calzoncillos anchos de cuadros. Volvió a salir fuera y me dijo: -Dame el número de tu casa. Voy a llamar ahora mismo.
-¡No! Por favor. Le insistí.
A lo que él me respondió: -Baja el tono de voz. La gente esta durmiendo. Entra un momento en mi habitación.
Cuando entré en la habitación él cerró la puerta y me mandó a sentarme. Como tenía la silla llena de ropa, opté por sentarme en el borde de la cama. Entonces volví a fijarme en él. Los calzoncillos que llevaba dejaban notar un buen carajo colgando, de hecho se le marcaba bastante. Cuando quise darme cuenta estaba mirándome fijamente y me dijo:
-¿Qué miras? ¿Tienes algún problema?
A lo que yo le respondí: -No, ninguno. Solo que me extraña verlo así.
Él se miró de arriba abajo y me contestó: -¿Cómo quieres que duerma? ¿Con una armadura?
Yo me comencé a reír y le dije: -No, hombre no… Y me volví a fijar en el bulto que se le marcaba tras los calzoncillos. Él se dio cuenta de que lo miraba pero no dijo nada más. Volvió a pedirme el número de mi casa y yo volví a negarme. Me fijé de nuevo en su paquete y noté como cada vez se le marcaba más la polla. Se estaba empalmando. Soltó el móvil en la mesita de noche y se sentó junto a mí al borde de la cama. Recuerdo como cuando se sentó, la tela de los calzoncillos tiró suavemente hacía atrás marcándose por completo todo el rabo. Me puso la mano en la rodilla y me dijo:
-Que sea la última vez eh Carlos. Vete si quieres a tu habitación.
Yo lo miré y volví a mirarle el paquete. Parecía que aquello crecía por momentos, cada vez la tenía más grande. Me entraban ganas de tocársela, de meter la mano dentro de esos calzoncillos. Pero me contuve y me levanté para marcharme a mi habitación. Cuando no había dado ni tres pasos él me dijo:
– O si quieres, puedes quedarte un poco.
Yo me volví para mirarle y tenía una de sus manos acariciándose el paquete. Se desabrochó un botón de los calzoncillos y asomó la cabeza de la polla entre la tela. Él volví a contestar:
– No has dejado de mirármela desde que entraste.
Entonces él se levantó de la cama y se puso frente a mí. Yo no pude contener una risita nerviosa y un resoplido por las ganas que me entraban de agarrarle el nabo. Él se metió la mano por dentro de los calzoncillos y con ayuda de la otra se sacó por completo la polla y los huevos. Me cogió la mano y la puso sobre su rabo. La tenía muy dura, parecía que estuviese agarrando una barra de acero en vez de una polla. Yo comencé mover la mano de arriba hacia abajo, acariciándosela muy despacio. Él soltó un gemido y se quitó la camiseta, dejando al descubierto su pecho. Tenía vello, pero sólo en la zona pectoral. Me miró y me dijo:
– Vamos. Mejor en la cama.
Yo estaba muy nervioso. No sabía muy bien qué hacer ni cómo reaccionar y mucho menos que íbamos a hacer en esa habitación. Al llegar a la cama se quitó los calzoncillos, dejando al descubierto todo su cuerpo. Se tumbó boca arriba y me dijo:
-Chúpamela.
Le agarré la polla y comencé a chupársela. Tenía la polla tan gorda que casi no me cabía dentro de la boca. A la vez que se la mamaba lo masturbaba con la mano, de arriba abajo sin parar de hacerlo y cada vez más rápido. Recuerdo como no paraba de mover las piernas y como empujaba su polla hasta el fondo de mi garganta. Así una y otra vez, follándome la garganta, metiéndome la polla hasta el fondo. No tardó mucho en agarrarme la cabeza con las dos manos y a envestirme fuertemente con su polla. No dejaba que parara. Mientras se la chupaba me decía:
– Uff, así. Sigue así. Sigue chupándomela.
Y él continuaba meciéndose, empujando con el rabo y follándome la garganta. Llegó un momento en el que pensé que no podía más. Me metía la polla en la boca con tanta fuerza que no me daba tiempo a respirar. Levanté los ojos para mirarlo y estaba con la boca abierta y los ojos como platos. Su expresión cambiaba por momentos, a la vez que su cuerpo se agarrotaba y sus manos apretaban con más y más fuerza mi cabeza sobre su polla. Gemía más y más fuerte y su respiración se aceleraba estrepitosamente. Volvió los ojos hacía mí y me dijo:
– Ya, ya estoy. Quiero que te la tragues. Ohhhh…
Y sin darme tiempo a reaccionar se corrió por toda mi boca, llegándome hasta la garganta. Toda su lefa caliente se esparcía por mi boca. No paraba de correrse. Casi no me cabía más en la boca, así que no me lo pensé y me trague toda la corrida. No fue muy agradable. Nunca lo había hecho, pero tan poco había tenido nunca en la boca semejante cimbrel. Le solté la polla sobre la barriga y me quedé mirándolo como se retorcía de placer. Como aún le quedaba algo de semen en la punta volví a meterme su polla en la boca, algo más flácida que antes pero conservando todo su tamaño. Al rozar mi lengua con su glande se encogió todo su cuerpo, baje con la lengua por su nabo hasta llegar a los huevos y se los lamí varias veces.
Él se quedó un rato tendido en la cama y yo me levanté para ir al baño a beber algo de agua. Cuando volví estaba sentado de nuevo al filo de la cama, mirándome fijamente. Yo fui a hablar pero me cortó antes de que pudiera hacerlo diciéndome:
– No hace falta que te diga que lo que ha pasado no se lo puedes contar a nadie…
– No, no. Tranquilo. Tan poco nadie lo creería. Le contesté
– Así mejor. Ahora vete a tu habitación. Me respondió.
Me di media vuelta y salí de la habitación. Al cerrar la puerta me quedé unos segundos mirándolo, esperando a ver si me decía algo pero se giró y se volvió a echar en la cama. Cerré la puerta y me fui a mi habitación.
La experiencia fue inolvidable, como lo fue el calentón que me dejó el muy cabrón de mi profesor.
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