Nuestros cuerpos desnudos

por
género
lésbico

Su presencia intenpestiva y de sorpresa en mi casa auguraba una convivencia llena de dudas, misterios y mucha excitación.
A sus más de sesenta años su cuerpo no parecía tener signos de la edad.
1,60 mts. de altura, ojos claros, su cabello teñido no ocultaba sus raíces castañas, sus pequeños pechos de unos 85 centímetros de contorno, pezones puntudos y salidos en medio de sus aerolas oscuras, su vientre casi chato, que dejaba ver prematuras arrugas en él.

Sus piernas bien torneadas, pies pequeños, que al caminar mi espalda eran un placer, su forma de caminar, su suave voz, todo me caía bien, todo estaba dado para que nuestros contactos sexuales fueran intensos y ardientes.

Los casi veinte años que me llevaba de edad no eran óbice que ella tuviera iniciativa en juegos y poses eróticas.

Su tupido pubis a mi instancia fue depilado quedando absolutamente libre de vello.

Su estadía en casa se manifestaba en un creciente morbo erótico donde la ropa no tendría lugar. Así desnudas pasaron los días de esa semana en Buenos Aires.

Un día me untó en vaselina, puso una toalla sobre la cama, se untó ella y comenzamos un juego donde nuestros resbalosos cuerpos no podían sostenerse, sólo los labios nos aseguraban un contacto más seguro, tomó los dedos de mis pies uno a uno, los masajeó con extrema dulzura, los besó y uno a uno puso en su boca mordizquiándomelos y besándolos. Yo en la cama tirada llevaba mi mano a mi pubis y me masturbaba hasta no poder ahogar el grito de mi éxtasis y orgasmo.

Tendida en la cama boca a bajo, sus labios recorrieron todo mi cuerpo, sus besos detrás de mis rodillas me excitaron y mi folículos pilosos se erectaron, mientras con su vagina se masturbaba sobre mis glúteos, sus labios comenzaron una danza sobre mi cuello y orejas, junto a risas y comentarios por demás eróticos que mantenían mi deseo, mientras mi flujo vaginal fluía cual rio de montaña en época de verano.

Un olor vaginal invadió el dormitorio, nuestras vaginas mojadas dejaban caer abundante flujo, sobre todo yo más joven que ella, luego de su masturbación sobre mis glúteos dejó que mi boca fuera a su boca, mientras nuestras manos ensayaban un baile figurado y cada una se masturbaba a si misma.

La ducha juntas permitió risas, que una la pasara el jabón a la otra, que una la lavara el pelo a la otra, que orináramos mientras nos bañábamos. Nos secamos y encremamos nuestros cuerpos, un suave olor a perfume invadía nuestro dormitorio, juntas nos dormimos mirándonos y sonriéndonos.

Me despertó el olor a café, ella venía con una bandeja en la mano, desnuda, un humeante café y tostadas nos servirían para reconfortándonos luego de una jornada particularmente intensa.

La noche daba lugar a la tarde, cada una se secó el pelo y nos acomodamos en un sillón del living, desnudas una al lado de la otra, nuestros pies sobre una mesa pequeña. La charla transcurría sin sobresaltos, cada una contó a la otra su vida por completo, aparentemente sin ocultarnos nada.

Yo era su primera mujer, ella la segunda o tercera, su bisexualidad incipiente mi bisexualidad parecía dejar lugar al lesbianismo en forma decidida en un camino sin retorno.

Pusimos música y bailamos, desnudas una enfrente de la otra, nuestros senos se bamboleaban al compás de los Beatles y otros conjuntos de los sesenta y setenta de la juventud de ella.

Sonó su teléfono celular, era su esposo, la charla fue normal, ella le expresó que todo lo que había venido a hacer a Buenos Aires le llevaría unos días más, pareció que él no objetó nada.

A las mañanas nuestras vidas se bifurcaban, ella iba a hacerse estudios médicos de rutina, o trámites administrativos, yo a mi trabajo. Ella llegaba antes que yo, la mesa estaba servida, ella vestida cuanto más con un delantal de cocina dejando ver su desnudo cuerpo.

Yo iba al baño me bañaba y comenzaba la rutina de la cena, nuestras manos se buscaban y no pocas veces debíamos interrumpir la misma en medio de una ardiente pasión.

Su avidez sexual era intensa, era como si hiciera tiempo que no sintiera placer, me pedía que no hiciera nada y ella recorría cada centímetro cuadrado de mi cuerpo con sus manos y su boca, cuando depositaba ella en mi pubis mis manos iban a su cabeza y la apretaba sobre el mismo.

La semana prevista se nos iba como el agua cuando se la quiere agarrar con las manos. La última noche me pidió que le modele, me sentó en una banqueta e hizo varios dibujos de mis cuerpo, además me sacó fotos y yo a ella.

La última noche fue la más apasionada de todas, comimos en la cama, quisimos aprovechar cada minuto para el placer mutuo. La habitación olía a intenso flujo vaginal, en un momento el olor a transpiración de ambas pareció ser más fuerte.

En un momento tomó un paquete, me dijo_Es para Vos...

Lo abro y era uno de los dibujos que había hecho de mi, que me lo había encuadrado. quedé absorta, la abracé me puse a llorar, sabía que lo vivido era irrepetible, no pensaba dejar a su esposo, lo nuestro era una fantasía, una hermosa fantasía hecha realidad.

La salida del sol indicaba la proximidad de la partida, mientras se bañaba le completaba su bolso de viaje, casi al terminar de vestirse sonó el portero eléctrico indicando que el taxi que la llevaría al aeropuerto ya estaba.

Nos confundimos en un prolongado abrazo, ella finamente vestida, maquillada y arreglada, yo desnuda con los pelos revueltos, no nos besamos. Cuando se acercó a la puerta me dí vuelta para no verla.

Escuché la misma cerrarse y la angustia se apoderó de mí, empecé a sollozar, para luego llorar agitadamente, sin poder parar el angustiante llanto. Me arrojé desnuda en la cama, boca abajo, seguí llorando hasta que me adormecí.

No sé cuanto tiempo pasó mi profundo sueño cedió al sonar de mi teléfono, mi socia me preguntaba porque no había ido a trabajar, inventé una escusa banal y en una hora estaba en nuestro negocio.

En toda la tarde pensé en mi veterana compañera de sexo, no quería llamarla, lo hice desde mi casa, una monótona voz me decía del otro lado del teléfono que el cliente telefónico no existía.
escrito el
2016-01-30
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