Una noche diferente con los amigos de mi esposo
por
Anita slut
género
traiciones
Otro viernes por la noche de lo más aburrido y rutinario. Después de cenar en casa Víctor me había llevado en vilo hasta la cama y me había arrancado la ropa a manotazos, para luego meterme su verga dura y acabar dentro de mi concha en menos de cinco minutos…
Me pidió disculpas por esa especie de eyaculación precoz, pero se justificó diciendo que era por el estrés laboral que venía sufriendo desde hace unos meses. Me dio un beso y enseguida perdió el sentido, apenas apoyó la cabeza sobre la almohada…
Yo me quedé mirando el techo en penumbras, mientras me metía un par de dedos en mi concha húmeda, que por culpa del apuro de Víctor, había quedado bastante insatisfecha. Realmente me había quedado con ganas de acabar yo también, pero esa noche ni siquiera mis habilidosos dedos pudieron lograrlo…
Pronto caí rendida yo también: había sido una semana larga y pesada en el trabajo; por suerte, el sábado y domingo descansaríamos un poco.
En algún momento de la noche me pareció oír voces entre mis sueños. Al principio fueron muy lejanas, pero luego algunas risas fueron haciéndose cada vez más claras. Abrí mis ojos e inmediatamente noté que Víctor no estaba acostado a mi lado en nuestra cama.
Me levanté todavía a medio despertar y presté atención a los sonidos. Indudablemente las risas provenían desde la cocina. Así como estaba vestida, apenas con una remera larga y sin tanga, salí al pasillo y me dirigí hacia abajo.
Al llegar al comedor me asusté por lo que pude ver: en la cocina estaba mi adorado Víctor, amordazado y atado a una silla. Pero lo peor de todo era el resto de la escena: las risas eran de Pablo y Juan Carlos, los mejores amigos de mi esposo, que ahora parecían ser sus captores.
“Qué están haciendo?” Pregunté algo asustada.
“Te estábamos esperando, Anita” Dijo Juan Carlos, mientras giraba hacia mí.
Noté cierto tono de maldad en su voz y entonces intenté correr hacia la puerta de calle, pero Pablo fue mucho más rápido; me tomó por detrás y me levantó en vilo con un solo brazo. Me inmovilizó con facilidad y me llevó de regreso a la cocina.
“Qué les pasa; se volvieron locos? Suéltenme” Les grité mientras intentaba zafar del abrazo.
No entendía lo que estaba pasando; por otra parte, siempre me había calentado Juan Carlos, con su imagen de macho recio; bien apuesto y musculoso. Ahora llevaba un look descuidado, sin afeitarse, lo que hacía parecer todavía más macho… Pablo siempre me había dedicado sus oscuros ojos cargados de lujuria, como si pudiera cogerme solamente con la mirada…
Pero por supuesto, no era el momento para enfiestarme con ambos; menos todavía delante del ahora tan indefenso Víctor…
Pablo se acercó para ser el primero en manosearme. Comenzó a sobarme mis tetas casi con furia, con violencia. Víctor abrió sus ojos desmesuradamente, pero no podía hacer nada…
“Te voy a comer entera, Anita”. Pablo me susurró al oído, mientras mi esposo se debatía tratando de liberarse de las ataduras.
Juan Carlos todavía me tenía sujeta con firmeza, pero una de sus manos bajó por mi cuerpo y pronto sentí que un dedo penetraba mi esfínter anal, haciéndome saltar por la sorpresa y provocándome un aullido de dolor.
“Ni siquiera trae bombachita, la muy puta… yo me voy a encargar de ese culito hermoso” Dijo.
Intenté debatirme para zafar de su abrazo, pero Pablo me tomó por la cintura y me comió la boca en un beso profundo; mientras Juan Carlos se arrodilló a mis espaldas y metió su lengua en mi culo, comenzando a lamerlo y a lubricarme la entrada anal… Entre ambos me volvían loca…
Zafé mis labios de la boca de Pablo y les supliqué sollozando:
“Por favor, les pido que terminen con esto, mi esposo está presenciando todo”
“Justamente, si le encanta mirar todo… tiene el pito bien parado tu marido” Dijo Pablo riendo.
Miré a Víctor y él inclinó la cabeza, como avergonzado. Era verdad, bajo su pijama podía ver una tremenda erección que provocaba un enorme bulto.
En ese instante una de las manos de Pablo descendió hasta mi vagina y comenzó a tocarla, acertando un dedo justo en mi clítoris, lo cual me hizo ponerme en puntas de pie con un salto.
Juan Carlos continuaba lamiendo mi culo; sentía su lengua entrar en mi orificio anal y eso me producía sensaciones indescriptibles de placer. Cerré mis ojos y me abandoné al placer que me estaban dando estos dos hijos de puta; no podía hacer otra cosa, era inútil resistirme…
De repente Pablo se bajó los pantalones, dejando a la vista una tremenda verga enorme y dura.
“Te gusta, Ana? Te parece más grande que la de tu marido, bebota?”. Preguntó sonriendo.
Yo quedé hipnotizada con la visión de tan magnífica verga; por supuesto, mucho más grande que la de mi esposo. Asentí sin pronunciar palabra, sin poder quitarle mi vista de encima…
“Vas … vas a cogerme… con eso??” Le pregunté un poco atontada.
“No seas tan ansiosa… el primer turno le toca a Juan Carlos…” Me respondió riendo.
Juan Carlos también se había incorporado e imitando a su amigo se había quitado los pantalones.
De repente sentí su verga apoyarse entre mis nalgas abiertas. Intenté girar para mirar el tamaño de esa cosa, pero él me tomó por los cabellos y me obligó a mirar hacia adelante, o mejor dicho, hacia donde estaba sentado Víctor.
Pablo se acercó por delante y entre ambos me apretaron con sus cuerpos.
”Por favor, ya es suficiente, déjenme tranquila…” Volví a suplicar débilmente, casi entregada…
Mis ojos se encontraron con los de Víctor y creí entender que me pedía perdón por no poder hacer nada para defenderme. Yo también le pedí perdón con la mirada, sabiendo que mi resistencia duraría poco y muy pronto estaría gimiendo entre sus amigos, pidiéndoles a gritos que me cogieran más y más… Mi calentura iba en aumento entre estos dos turros…
De repente me arrancaron la remera a jirones, dejándome ahora completamente desnuda.
Me estaba volviendo loca de placer, mientras ambos mordisqueaban mis pezones bien erectos.
Juan Carlos me volcó sobre la mesa de la cocina, haciendo que mis tetas se aplastaran contra la tabla fría. Intenté mirarlo, pero él me sostuvo la cabeza con firmeza, obligándome a enfrentar mi mirada con la de mi esposo maniatado, que seguía debatiéndose inútilmente…
“Por favor, Juan Carlos, no… somos amigos… por qué hacen esto?” Pregunté desesperada, mientras sentía la cabeza de su verga restregándose durísima entre mis cachetes…
“Tu marido no te dijo nada, no te contó que nos debe mucho dinero a nosotros dos??”
Entonces ya no pregunté nada más, ahora entendía que estos dos turros iban a cobrarse la deuda con mi cuerpo. A esta altura mi calentura pedía a gritos una buena verga y por esa razón yo ya estaba ofreciendo mucha menor resistencia de la necesaria.
De repente sentí que esa tremenda verga comenzaba a abrirse paso en mi vagina con violencia.
“Ayyy, me duele mucho, esa pija es muy grande, más despacio, por favor!!” Supliqué llorando.
Pero Juan Carlos solamente largó una carcajada y siguió embistiendo con furia mi concha. Su amigo se acercó a mi cara con su verga en la mano y comenzó a masturbarse mientras me miraba.
“Esta hembra necesita verga… un buen macho que la coja como debe ser…” Dijo Pablo.
“Si… quiero verga” Me escuché decir a mí misma entre sollozos, sintiendo que mi cuerpo se erizaba de placer al sentirse poseída de esa manera tan brutal y violenta.
Los embates de Juan Carlos recrudecieron en violencia y velocidad, cada vez más profundos en mi ahora dolorida concha. Pablo de pronto me tomó por la nuca y me atrajo a su pija, metiéndomela en la boca. Enseguida acabó en mi garganta, sosteniéndome firme para obligarme a tragarme toda su leche caliente.
Al mismo tiempo Juan Carlos comenzó a gemir y entonces sentí su semen hirviente llenándome las entrañas. A pesar de todo placer que me habían dado entre ambos, no me había sido posible acabar a mí. Sentía mi concha llena de semen a punto de explotar en un orgasmo que no terminaba de llegar…
“Ahora es mi turno” Dijo Pablo mientras su amigo sacaba su verga de mi vagina bien dilatada.
Su pija no había perdido nada de firmeza. Se ubicó a mis espaldas, entre mis piernas y escupió sobre mi entrada anal para lubricarla. Intenté levantarme, pero me sostuvo apoyando con rudeza una mano en mi cintura.
“No, Pablo, por la cola no, por favor… tu pija es demasiado grande” Le rogué casi llorando.
“Te voy a dar por culo hasta que grites diciendo que te encanta como te lo rompo, Ana”
Me convencí de que era totalmente inútil resistirme más. Tal vez ser sodomizada podría hacerme acabar con un buen orgasmo anal. Me preocupaba solamente la rudeza de Pablo y que pudiera lastimarme y terminar con el ano desgarrado.
Pero entonces ya no me debatí más, facilitando así la tarea de Pablo, que ahora me hacía sentir la gruesa cabeza de su tremenda pija rozando contra mi entrada anal; lentamente fue metiéndola mientras yo me quejaba con dolor, pero a la vez suspiraba de placer. Sentí que esa cosa enorme me partía en dos; estaba realmente dura como un fierro y mi culo parecía incapaz de soportar algo así tan firme y gruesa.
“Este culito tiene hambre y yo le voy a dar de comer” Dijo Pablo sonriendo mientras comenzaba a moverse lentamente, entrando y saliendo con suavidad.
Sentí un placer inusitado, me encontraba dominada y cautivada por los dos amigos de mi esposo, que ahora me miraba fijo, con una mirada de reproche, como si yo fuera la culpable de todo.
Entonces giré mi cabeza hacia Pablo y le pedí a gritos que me rompiera bien el culo, que era suya, que me cogiera todo lo que quisiera, que la suya era la mejor pija que me había cogido…
Pablo sonrió y miró fijamente a Víctor, mientras comenzaba a bombearme el culo con más violencia y rapidez.
De repente me la sacó del culo y me hizo arrodillar frente a él y a Juan Carlos. Los dos comenzaron a masturbarse, obligándome mantener mi boca abierta para recibir sus descargas de leche. Yo mientras bajé mi mano y comencé a acariciar mi clítoris, buscando el tan ansiado orgasmo que todavía no había llegado.
Por fin mi orgasmo comenzó a manifestarse, mi voz entrecortada se hizo jadeante y el clímax me envolvió completamente¸ sentí como se me erizaba hasta el último rincón de la piel. Finalmente con un largo gemido expresé que estaba acabando y ahora mis manos se cerraban en torno a algún pedazo de tela, pero tenía los ojos cerrados e imaginé entonces que podía llegar a ser una de las remeras de los dos hombres.
De pronto pude oír a lo lejos una música que me resultaba vagamente conocida. Pronto la reconoció como la música de mi despertador que sonaba todas las mañanas.
Cerré mis ojos todo lo que pude, tratando de ignorar ese sonido agudo, pero en un instante mis dos nuevos amantes se evaporaron en el aire.
La música se hizo insoportable, hasta que por fin me animé a abrir mis ojos. Me encontré acostada en mi propia cama, con mis manos todavía aferrando las sábanas como producto de mi intenso orgasmo.
“Por favor, cambiemos el ruido horrible de ese aparato” Dijo Víctor a mi lado, a medio despertar.
Entonces, todavía con mis piernas temblando después de semejante orgasmo que había tenido en mis sueños, comencé a levantarme de la cama
Me pidió disculpas por esa especie de eyaculación precoz, pero se justificó diciendo que era por el estrés laboral que venía sufriendo desde hace unos meses. Me dio un beso y enseguida perdió el sentido, apenas apoyó la cabeza sobre la almohada…
Yo me quedé mirando el techo en penumbras, mientras me metía un par de dedos en mi concha húmeda, que por culpa del apuro de Víctor, había quedado bastante insatisfecha. Realmente me había quedado con ganas de acabar yo también, pero esa noche ni siquiera mis habilidosos dedos pudieron lograrlo…
Pronto caí rendida yo también: había sido una semana larga y pesada en el trabajo; por suerte, el sábado y domingo descansaríamos un poco.
En algún momento de la noche me pareció oír voces entre mis sueños. Al principio fueron muy lejanas, pero luego algunas risas fueron haciéndose cada vez más claras. Abrí mis ojos e inmediatamente noté que Víctor no estaba acostado a mi lado en nuestra cama.
Me levanté todavía a medio despertar y presté atención a los sonidos. Indudablemente las risas provenían desde la cocina. Así como estaba vestida, apenas con una remera larga y sin tanga, salí al pasillo y me dirigí hacia abajo.
Al llegar al comedor me asusté por lo que pude ver: en la cocina estaba mi adorado Víctor, amordazado y atado a una silla. Pero lo peor de todo era el resto de la escena: las risas eran de Pablo y Juan Carlos, los mejores amigos de mi esposo, que ahora parecían ser sus captores.
“Qué están haciendo?” Pregunté algo asustada.
“Te estábamos esperando, Anita” Dijo Juan Carlos, mientras giraba hacia mí.
Noté cierto tono de maldad en su voz y entonces intenté correr hacia la puerta de calle, pero Pablo fue mucho más rápido; me tomó por detrás y me levantó en vilo con un solo brazo. Me inmovilizó con facilidad y me llevó de regreso a la cocina.
“Qué les pasa; se volvieron locos? Suéltenme” Les grité mientras intentaba zafar del abrazo.
No entendía lo que estaba pasando; por otra parte, siempre me había calentado Juan Carlos, con su imagen de macho recio; bien apuesto y musculoso. Ahora llevaba un look descuidado, sin afeitarse, lo que hacía parecer todavía más macho… Pablo siempre me había dedicado sus oscuros ojos cargados de lujuria, como si pudiera cogerme solamente con la mirada…
Pero por supuesto, no era el momento para enfiestarme con ambos; menos todavía delante del ahora tan indefenso Víctor…
Pablo se acercó para ser el primero en manosearme. Comenzó a sobarme mis tetas casi con furia, con violencia. Víctor abrió sus ojos desmesuradamente, pero no podía hacer nada…
“Te voy a comer entera, Anita”. Pablo me susurró al oído, mientras mi esposo se debatía tratando de liberarse de las ataduras.
Juan Carlos todavía me tenía sujeta con firmeza, pero una de sus manos bajó por mi cuerpo y pronto sentí que un dedo penetraba mi esfínter anal, haciéndome saltar por la sorpresa y provocándome un aullido de dolor.
“Ni siquiera trae bombachita, la muy puta… yo me voy a encargar de ese culito hermoso” Dijo.
Intenté debatirme para zafar de su abrazo, pero Pablo me tomó por la cintura y me comió la boca en un beso profundo; mientras Juan Carlos se arrodilló a mis espaldas y metió su lengua en mi culo, comenzando a lamerlo y a lubricarme la entrada anal… Entre ambos me volvían loca…
Zafé mis labios de la boca de Pablo y les supliqué sollozando:
“Por favor, les pido que terminen con esto, mi esposo está presenciando todo”
“Justamente, si le encanta mirar todo… tiene el pito bien parado tu marido” Dijo Pablo riendo.
Miré a Víctor y él inclinó la cabeza, como avergonzado. Era verdad, bajo su pijama podía ver una tremenda erección que provocaba un enorme bulto.
En ese instante una de las manos de Pablo descendió hasta mi vagina y comenzó a tocarla, acertando un dedo justo en mi clítoris, lo cual me hizo ponerme en puntas de pie con un salto.
Juan Carlos continuaba lamiendo mi culo; sentía su lengua entrar en mi orificio anal y eso me producía sensaciones indescriptibles de placer. Cerré mis ojos y me abandoné al placer que me estaban dando estos dos hijos de puta; no podía hacer otra cosa, era inútil resistirme…
De repente Pablo se bajó los pantalones, dejando a la vista una tremenda verga enorme y dura.
“Te gusta, Ana? Te parece más grande que la de tu marido, bebota?”. Preguntó sonriendo.
Yo quedé hipnotizada con la visión de tan magnífica verga; por supuesto, mucho más grande que la de mi esposo. Asentí sin pronunciar palabra, sin poder quitarle mi vista de encima…
“Vas … vas a cogerme… con eso??” Le pregunté un poco atontada.
“No seas tan ansiosa… el primer turno le toca a Juan Carlos…” Me respondió riendo.
Juan Carlos también se había incorporado e imitando a su amigo se había quitado los pantalones.
De repente sentí su verga apoyarse entre mis nalgas abiertas. Intenté girar para mirar el tamaño de esa cosa, pero él me tomó por los cabellos y me obligó a mirar hacia adelante, o mejor dicho, hacia donde estaba sentado Víctor.
Pablo se acercó por delante y entre ambos me apretaron con sus cuerpos.
”Por favor, ya es suficiente, déjenme tranquila…” Volví a suplicar débilmente, casi entregada…
Mis ojos se encontraron con los de Víctor y creí entender que me pedía perdón por no poder hacer nada para defenderme. Yo también le pedí perdón con la mirada, sabiendo que mi resistencia duraría poco y muy pronto estaría gimiendo entre sus amigos, pidiéndoles a gritos que me cogieran más y más… Mi calentura iba en aumento entre estos dos turros…
De repente me arrancaron la remera a jirones, dejándome ahora completamente desnuda.
Me estaba volviendo loca de placer, mientras ambos mordisqueaban mis pezones bien erectos.
Juan Carlos me volcó sobre la mesa de la cocina, haciendo que mis tetas se aplastaran contra la tabla fría. Intenté mirarlo, pero él me sostuvo la cabeza con firmeza, obligándome a enfrentar mi mirada con la de mi esposo maniatado, que seguía debatiéndose inútilmente…
“Por favor, Juan Carlos, no… somos amigos… por qué hacen esto?” Pregunté desesperada, mientras sentía la cabeza de su verga restregándose durísima entre mis cachetes…
“Tu marido no te dijo nada, no te contó que nos debe mucho dinero a nosotros dos??”
Entonces ya no pregunté nada más, ahora entendía que estos dos turros iban a cobrarse la deuda con mi cuerpo. A esta altura mi calentura pedía a gritos una buena verga y por esa razón yo ya estaba ofreciendo mucha menor resistencia de la necesaria.
De repente sentí que esa tremenda verga comenzaba a abrirse paso en mi vagina con violencia.
“Ayyy, me duele mucho, esa pija es muy grande, más despacio, por favor!!” Supliqué llorando.
Pero Juan Carlos solamente largó una carcajada y siguió embistiendo con furia mi concha. Su amigo se acercó a mi cara con su verga en la mano y comenzó a masturbarse mientras me miraba.
“Esta hembra necesita verga… un buen macho que la coja como debe ser…” Dijo Pablo.
“Si… quiero verga” Me escuché decir a mí misma entre sollozos, sintiendo que mi cuerpo se erizaba de placer al sentirse poseída de esa manera tan brutal y violenta.
Los embates de Juan Carlos recrudecieron en violencia y velocidad, cada vez más profundos en mi ahora dolorida concha. Pablo de pronto me tomó por la nuca y me atrajo a su pija, metiéndomela en la boca. Enseguida acabó en mi garganta, sosteniéndome firme para obligarme a tragarme toda su leche caliente.
Al mismo tiempo Juan Carlos comenzó a gemir y entonces sentí su semen hirviente llenándome las entrañas. A pesar de todo placer que me habían dado entre ambos, no me había sido posible acabar a mí. Sentía mi concha llena de semen a punto de explotar en un orgasmo que no terminaba de llegar…
“Ahora es mi turno” Dijo Pablo mientras su amigo sacaba su verga de mi vagina bien dilatada.
Su pija no había perdido nada de firmeza. Se ubicó a mis espaldas, entre mis piernas y escupió sobre mi entrada anal para lubricarla. Intenté levantarme, pero me sostuvo apoyando con rudeza una mano en mi cintura.
“No, Pablo, por la cola no, por favor… tu pija es demasiado grande” Le rogué casi llorando.
“Te voy a dar por culo hasta que grites diciendo que te encanta como te lo rompo, Ana”
Me convencí de que era totalmente inútil resistirme más. Tal vez ser sodomizada podría hacerme acabar con un buen orgasmo anal. Me preocupaba solamente la rudeza de Pablo y que pudiera lastimarme y terminar con el ano desgarrado.
Pero entonces ya no me debatí más, facilitando así la tarea de Pablo, que ahora me hacía sentir la gruesa cabeza de su tremenda pija rozando contra mi entrada anal; lentamente fue metiéndola mientras yo me quejaba con dolor, pero a la vez suspiraba de placer. Sentí que esa cosa enorme me partía en dos; estaba realmente dura como un fierro y mi culo parecía incapaz de soportar algo así tan firme y gruesa.
“Este culito tiene hambre y yo le voy a dar de comer” Dijo Pablo sonriendo mientras comenzaba a moverse lentamente, entrando y saliendo con suavidad.
Sentí un placer inusitado, me encontraba dominada y cautivada por los dos amigos de mi esposo, que ahora me miraba fijo, con una mirada de reproche, como si yo fuera la culpable de todo.
Entonces giré mi cabeza hacia Pablo y le pedí a gritos que me rompiera bien el culo, que era suya, que me cogiera todo lo que quisiera, que la suya era la mejor pija que me había cogido…
Pablo sonrió y miró fijamente a Víctor, mientras comenzaba a bombearme el culo con más violencia y rapidez.
De repente me la sacó del culo y me hizo arrodillar frente a él y a Juan Carlos. Los dos comenzaron a masturbarse, obligándome mantener mi boca abierta para recibir sus descargas de leche. Yo mientras bajé mi mano y comencé a acariciar mi clítoris, buscando el tan ansiado orgasmo que todavía no había llegado.
Por fin mi orgasmo comenzó a manifestarse, mi voz entrecortada se hizo jadeante y el clímax me envolvió completamente¸ sentí como se me erizaba hasta el último rincón de la piel. Finalmente con un largo gemido expresé que estaba acabando y ahora mis manos se cerraban en torno a algún pedazo de tela, pero tenía los ojos cerrados e imaginé entonces que podía llegar a ser una de las remeras de los dos hombres.
De pronto pude oír a lo lejos una música que me resultaba vagamente conocida. Pronto la reconoció como la música de mi despertador que sonaba todas las mañanas.
Cerré mis ojos todo lo que pude, tratando de ignorar ese sonido agudo, pero en un instante mis dos nuevos amantes se evaporaron en el aire.
La música se hizo insoportable, hasta que por fin me animé a abrir mis ojos. Me encontré acostada en mi propia cama, con mis manos todavía aferrando las sábanas como producto de mi intenso orgasmo.
“Por favor, cambiemos el ruido horrible de ese aparato” Dijo Víctor a mi lado, a medio despertar.
Entonces, todavía con mis piernas temblando después de semejante orgasmo que había tenido en mis sueños, comencé a levantarme de la cama
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