Ordeñador de toros

por
género
zoophilia

Sólo quien ha intentado ordeñar una vaca puede imaginar lo agradable que es ordeñar un toro. María solía ordeñar a sus vacas por la noche, cuando las ubres ya estaban hinchadas de leche.
Esa tarde en el establo había un gran semental que bramaba con ese tono bajo y serio que se extendió por todo el establo.
Realmente era un semental de gran tamaño y María, curiosa, se acercó a él para comprobar que todo estaba en orden. Cuando se acercó, vio que el toro estaba visiblemente excitado, su pene colgaba y por momentos se ponía rígido como un gran palo, deseoso de penetrar y montar a las vacas de las que solo lo separaba una valla, pero de las que el toro percibido a través de los olores que esparcían en el aire y delataba el deseo de las vacas excitadas por su ansioso mugido.
Al ver esa escena, María tuvo un escalofrío por la espalda y sintió por un momento el placer de ver a ese gran toro montando una vaca, imaginando como se comportaría, tal vez primero la olfatearía y lamiría para luego montarla con fuerza, subiéndose sobre ella. caderas y penetrándola con ese largo y grueso pene suyo hasta vaciar sus bolas hinchadas de esperma y placer.
Al imaginar aquella escena, se dio cuenta para su gran sorpresa que se había mojado ligeramente y esto la hizo sentir aún más atraída por aquel gran toro al que empezaba a ver casi como un posible amante fogoso, como si se tratara del legendario Minotauro, quien Había ido a su establo para darle placer. Ahora, la curiosidad fue reemplazada por el interés acompañado por el deseo de María de intentar tocar ese gran toro para ver cómo reaccionaría ante su contacto. Ella se acercó y comenzó a acariciarle el lomo, pero no como se suele hacer con los animales, sino sintiendo un placer particular al contacto con su suave y cuidado vellón aterciopelado, que le proporcionaba sensaciones de placer que nunca antes había sentido. lo cual la cautivó tanto que sintió que el placer se extendía por todo su cuerpo y llegaba directamente al lugar donde se estaba mojando.
Poco a poco se fue excitando y sus manos inconscientemente fueron bajando cada vez más por los musculosos muslos del toro en busca de un placer que se hacía cada vez más intenso y presente en el cuerpo y la mente de María quien ahora estaba completamente envuelta en el deseo de aquel gran toro. .
De hecho, fue una sorpresa para ella sentir sus manos mojarse ante el contacto del gran miembro del toro, que se puso tenso y rígido ante el contacto de esa manita que lo acariciaba con delicadeza y. fluyó hacia arriba y hacia abajo a lo largo de esa polla dura y turgente.
Continuó así hasta que una mano ya no le alcanzó y tuvo que agacharse para tomar también con la otra mano ese enorme miembro que, aunque grande, parecía escaparse de ella por lo húmedo y turgente que estaba, de modo que tuvo que agarrarlo bien entre sus manos y apretarlo como si fuera una ubre y como solía hacer con las vacas, empezó a apretarlo aplicando una ligera presión desde la parte debajo de los testículos hasta la capilla, como si para ordeñar esa enorme polla que se volvía cada vez más dura bajo los golpes de ese ansioso agarre.
El toro permaneció casi inmóvil, sólo haciendo ligeros movimientos a derecha e izquierda con su cola que por momentos llegaba delicadamente al rostro de María, como si quisiera acariciarla para demostrarle lo agradecido que estaba por el placer que le estaba brindando.
María, de rodillas bajo el toro, agarró con fuerza aquel miembro suyo y lo ordeñó afanosamente, animada por el deseo y la pasión, mientras el placer se extendía por su cuerpo y la hacía sentir como una de esas vacas que mugían en el establo, incluso ellas Estaban ansiosos por el placer que estaba experimentando.
Ese abrazo duró un tiempo indefinido hasta que María sintió un abundante chorro en sus manos que el toro anunció con un poderoso bramido, como lo hace el trueno ante el relámpago, fue su poderoso chorro de esperma el que llenó sus manos y hasta mojó su rostro y su vestido.
Las vacas del establo respondieron con profundos mugidos de deseo, como si también ellas quisieran saborear el placer de aquel esperma que estaba todo en manos de María, como un regalo recibido de un dios que, bajado a aquel toro, había asumido un disfraz mágico. . de un Minotauro.
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2024-08-03
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