Aprendizaje
por
Valis
género
masturbación
Lo que había cambiado su vida desde el verano. Su padre había conseguido un ascenso y la familia se mudó por fin de vuelta a Europa después de una docena de maravillosos años en Doa. Alquilaron un chalet precioso en un barrio residencial, con el tamaño necesario para albergar multitudinarias fiestas de re-encuentro con parientes que la recordaban como un bebé risueño, y no se acababan de creer la transformación operada en su cuerpo. Empezó el primer año de instituto en una enorme y cosmopolita escuela privada y enseguida se hizo íntima de una compañera del coro llamada Nadia, contralto, igual que ella, y con quien compartía partitura en los ensayos. En su fiesta de cumpleaños Nadia le presentó a su hermano mayor, que ya estaba en la universidad, y empezaron a salir.
Para su sorpresa, descubrió que no era obligatorio para un tío atacar directamente su recién estrenado escote. Por lo menos no aquel chaval corpulento y retraído a quien sus colegas llamaban Valis, por su afición a la literatura fantástica. Él más bien la paseaba por el parque hablándole de lo que fuese, desde clásicos del cine porno, hasta viajes a Florencia o París, insertando frases en aquellos lenguajes tan musicales para ella asociados a los flamígeros textos de Bellini, Donizetti, o los más intimistas de Faure, que en N memorizaba para el coro sin comprender una sola palabra.
En la terraza del parque compraban cubos gigantes de helado con chocolate caliente o sirope de frambuesa que se comían bajo las glicinias del mirador, probando los sabores directamente de los labios del otro. Y cuando se besaban Valis se entregaba con suavidad, asegurándose de que ella se sentía cómoda antes de dar el siguiente paso. Demoraban días enteros besándose. N era una aprendiz habilidosa y desenvuelta. Aprendía rápidamente los movimientos de su entrenador personal y se los devolvía enriquecidos con sorprendentes invenciones de su cosecha. Se besaban desinhibidamente hasta que las sienes les brillaban de sudor y sus corazones martilleaban desbocadamente contra la pared interior de sus cajas torácicas. Entonces se separaban un par de milímetros, como para respirar, sus mandíbulas muertas como los miembros de dos luchadores después de un duro combate, y se miraban agotados pero incapaces de separarse, acariciándose con el dorso de los dedos.
Justo antes de abandonar la India el cuerpo de N había empezado a desarrollarse dando paso a una criatura celestial, combinación perfecta de la esbelta elegancia de mamá y el vigor atlético de papá. De golpe, tardíamente, su pecho comenzó a crecer, y en cuestión de meses alcanzó y superó a sus compañeras más precoces. Y a pesar de lo repentino y monumental de la transformación, la novicia se encontraba enteramente a gusto y orgullosa dentro de su nuevo cuerpo.
Bien entrada la tarde alcanzan el extremo más distante del parque. N le retuerce un dedo y tira de él, agachándose por debajo de unas ramas, a dentro de un círculo de vegetación. Se sientan frente a frente y ella toma la iniciativa. Se desabrocha la blusa y le muestra orgullosa como el sujetador blanco eléctrico que él le había comprado en el Etam ya le queda pequeño. Mantiene abiertas las solapas de la blusa como quien descubre un collar de diamantes, invitándole a contemplar el prodigio. Su pecho luce tan saludable que a Valis se le antoja que podría amamantar una maternidad entera ella sola. Sin embargo las copas de su sostén nuevo le ciñen apenas la mitad de cada seno. Debe de dolerle. Adelanta dos dedos y presiona levemente la esfera partida.
-Ooops, lo siento. Creo que acabas de batir a mi madre... Necesitarás una talla más que ella.
N se abotona la camisa y lo agarra de la nuca para obligarlo a que le mire a los ojos. Es más fiel que uno de esos perros a los que les ponen un hueso en el hocico y no se atreven a morderlo hasta que la dueña chasca los dedos.
El tiempo ha pegado una súbita mejoría. Llega un verano anticipado que conserva la frescura de abril pero no ha tenido tiempo de colorear su palidez. N sale de los ensayos del coro a la carrera; la blusa del uniforme, el cuaderno de partituras amenazando con salir por los aires; los rotundos senos de estreno parece que se van a desprender del pecho. Desde que conoció a aquel reflexivo y perverso estudiante de física a mitad de curso N exprime cada segundo de esta nueva e inesperada era de los descubrimientos. Cierra los ojos e inclina la cabeza 45 grados para ofrecerle unos labios ya preparados, cálidos y esponjosos, que el entrenamiento ha convertido en herramientas de precisión. Valis contempla la criatura que tiene a su disposición, aspirando su intenso olor entre ante gastado y mondas de naranja. La cabeza le da vueltas pensando en lo que puede llegar a hacerle en cuanto sepa sólo un poquito más, hasta donde alcanzará su talento innato. N permanece con los ojos cerrados y la boca entreabierta, aparentemente entregada, esperando el contacto para cerrarse como un cepo y demostrarle lo que sabe. Tan pronto como note el roce en los labios se endurecerá, lo ceñirá por el cuello y luchará como una pantera. Imagina aquel cuerpo vestido de otra manera, mostrado en otro contexto... matarían por él. Y sin embargo allí la tiene, inmóvil, enteramente para él, aguardando la presión de sus manos en donde quiera que él desee posarlas. Podría distinguir sus pies huesudos entre miles de pares, sus peculiares nalgas respingonas entre cientos de miles. Podría hacerlo incluso con los ojos vendados; el olor que desprende es más irrepetible que la combinación de sus 40.000 genes en cada célula de su cuerpo. N arroja el cuaderno y la chaqueta sobre el césped, le aplica una llave de judo y se desploman rodando juntos sobre cientos de minúsculas margaritas de corazón amarillo y ribetes lila, y comienzan un nuevo round.
Atardece. N yace estirada sobre Valis en el extremo más distante del parque, el lugar favorito para sus particulares combates de lucha íntima. Han estado forcejeando un buen rato, testando hasta donde eran capaces de llevar uno al otro, y luego sus bocas se distanciaron, unidas por un collar de saliva. La retó con sus ojos grises. Ella deslizó sus piernas alrededor de las suyas, apretándolas como una enredadera, y estirando hacia atrás sus largos brazos completó el agarre ciñéndolo por detrás del cuello. Haciendo firme en las piernas entrelazadas aplastó el cuerpo de Valis contra el suelo hasta incrustar su miembro rígido dentro de sus nalgas y comenzó a rotar las caderas como una apisonadora. Conforme las pupilas de Valis se empequeñecían N se iluminó con una sonrisa maligna. Apretaba tan fuerte que los elegantes músculos de su pálido cuello, se tensaban como sogas bajo un forro de terciopelo.
-Te gusta, pequeñín?
Valis acertó a apresar un mechón de su melena pajiza y deslizó la otra mano por dentro de su blusa. N frunció la nariz en un gesto de pícara, sus glúteos duros como ruedas de molino, probando la resistencia de su inmigrante favorito. Muchas parejas necesitarían doce sesiones de sexo convencional para causarse una cantidad de placer semejante. Quizá por eso que nunca habían pasado de ahí. No lo necesitaban, al menos todavía. Aquello los satisfacía plenamente, y podían hacerlo a cualquier hora en cualquier sitio. De hecho lo hacían continuamente. Sus citas consistían en charla y masajes intercalados a partes iguales. Solo cambiaba el decorado. Un parque, un bus, una playa, una cervecería, un cine o la habitación de él si sus colegas de piso no se ponían muy pesados.
-Nur.
-hm?
-Me quieres?
La amiga de su hermana pequeña abrió sus ojazos, entre divertida y enternecida. Llevaban tres meses saliendo, explorando ingenua y obcecadamente cada rincón de sus cuerpos en busca de nuevas zonas erógenas. De hecho se daban auténticas palizas y N se mostraba capaz de seguir cualquier ritmo que él quisiese imponer. Pero él siempre había tratado de parecer frío y descomprometido, como si dejarse llevar le resultase una vulgaridad poco compatible con sus pretensiones intelectuales. Parecía como si él asumiese un papel de tutor forzado por su condición de universitario. Le lleva apenas tres o cuatro años pero se comporta como si perteneciese a otra generación. Aunque claramente no era el caso, le hablaba como si hubiese vivido experiencias que una estudiante de secundaria no podía ni concebir, y eso le obligase a instruirla, a desmontar sus preconceptos infantiles y sustituirlos por su ácido escepticismo materialista. En realidad era él quien se nutría de la vitalidad, de la franqueza, de la frescura de N, de su falta de preocupaciones y prejuicios.
Otras veces habían discutido el concepto amor y Valis siempre acababa hablando de sustancias químicas y zonas profundas del encéfalo. Así que la pregunta la pilló desprevenida.
Sin dejar de hacer girar su pelvis, N le susurró al oído.
-Pues claro, tonto.
Valis reventó, clavó sus dedos en las esferas de N con toda su fuerza pero ella aguantó impávida. Lo había batido en el duelo de caderas y había convertido con sus nalgas su soberbio miembro erecto en un amasijo de carne fláccida. Su vocecita ronca pero insegura no parecía salir de aquel pedazo de cuerpo atlético, aquella hembra cuyos pechos podían amamantar a toda la ciudad.
-Y tu?
Valis se había rendido ya, le había soltado las tetas y rechinaba los dientes arrancando manojos de margaritas.
-No lo sé, pero sé que te deseo como un enfermo.
Incorporándose sobre él y estirando los pliegues de su maltratada faldita, N le suplicó.
-Pues llévame a casa, y enséñame a hacerte más cosas.
En lugar de tomar la avenida que rodeaba el parque, lo travesaron cogidos de la mano colina arriba y pendiente abajo casi a la carrera.
-Mis padres no están, y mis hermanos solo salen de sus habitaciones para asaltar la nevera -explicó N sin dejar de tirar de él cada vez que aflojaba el paso.
En veinticinco minutos se plantaron delante de la afilada villa sobre el Belvedere que la familia de N había alquilado a su llegada de la India. N señaló el ático que coronaba el antiguo pero coqueto edificio.
-Esa es mi habitación, verás que vistas –le dijo arrastrándolo con un apretón fuerte pero cariñoso, como si fuera ciego.
Para llegar a su cuarto había que subir los doce tramos de una escalera de madera de castaño de 2 metros de ancho y atravesar una puerta gruesa y pesada de un extraño formato alto y estrecho.
-Los zapatos se quedan aquí fuera -ordenó mostrando sus deliciosos y tiernos pies. La puerta tenía un rústico picaporte metálico pero no llave, lo cual daba un poco igual porque para abrirla había que levantar una enorme palanca metálica y empujar ese pedazo de puerta que podría resistir el asalto de una brigada de bomberos, así que cualquier intento de entrar exige invertir el tiempo y el ruido suficientes para poner en guardia a los inquilinos de la habitación.
-Papá está de cena con los compañeros de trabajo, y mamá tienen todos los sábados partida de cartas, o más bien concurso de beber té verde, en casa de los Hartley, los únicos otros residentes orientales de los alrededores.
Valis pensó que por mucho té que se bebiese, la madre de N regresaría en cualquier momento, pero encerrarse con N y su libido tras aquel muro de madera de un cuarto de tonelada era un riesgo que valía la pena correr.
Dentro, un estrecho balcón con gruesas contraventanas perforadas filtraba zigzagueante la luz sobre una cama sorprendentemente grande cubierta con un ecléctico surtido de telas sedosas desordenadamente enrolladas alrededor. Ni rastro de almohada, lo que impedía saber a ciencia cierta dónde debían ir la cabeza y los pies. Encima de aquel caos épico yacía un tigre gigante de peluche, elegantemente ataviado con turbante, que la madre de N había portado durante todo el trayecto a través de las múltiples conexiones de vuelos y controles de seguridad desde Doa.
Al otro lado de la cama un armario de doble puerta que N se apresuró a cerrar.
-Aquí no se mira –le advirtió apretando los labios -esto es privado.
Cuando N desbloqueó las puertas del balcón y las abrió de un empujón, la brisa salada invadió la habitación y la claridad esmeralda del océano los cegó. Los ojos de Valis delataron su asombro y las mejillas de N se abultaron de orgullo mostrando dos hoyuelos tallados en el marfil.
-Sabías que el Kama Shastra, la "Disciplina del placer", lo escribió el toro guardián de la morada de Shiva y su esposa Parvati, testigo privilegiado del arte amatorio de la pareja? Puedes imaginarte a la bestia escuchando los gemidos de la todopoderosa pareja, perseguido por el estruendo de las indómitas e interminables cópulas entre la fuerza transformadora y la madre suprema.
-Pobre bicho… menudas pajas se haría!
-Con las pezuñas? –se burló él.
N lo empujó sin contemplaciones y se desabrochó el cinturón. Valis cruzó las manos tras la nuca observando como aquella celestial criatura luchaba por desembarazarse de sus vaqueros slim fit.
-El bueno del toro tuvo que dejar fe, quiso dejar constancia, y que los mortales accediésemos a aquella sabiduría. Redactó los tratados que componen el Kama Shastra para guiarnos en el uso del placer para alcanzar la felicidad marital, la devoción por la pareja, la renuncia a cualquier aspiración que no sea satisfacer hasta el agotamiento a la persona amada.
-Cuanto complicamos luego todo...- suspiró N, al fin en ropa interior, poniendo una barrita de pachuli a quemar y abalanzándose sobre su chico.
-Nosotros no -corrigió él -Moisés, Jesucristo y Mahoma, por ese orden. Y cientos de miles de fanáticos que siguieron sus desvaríos al pié de la letra, que desterraron, quemaron y lapidaron hasta asociar en nuestro subconsciente la idea de placer corporal a la de pecado que merece pena de muerte.
N se incorporó sobre el codo, dándole la espalda, mojó la yema del índice con la lengua, pescó su miembro liberando el glande, y lo cosquilleó en la parte más sensible.
-Dime cuando te gusta.
Valis la agarró del pelo, tirando cuando ella lograba estimular el lugar exacto con la fuerza justa. Así guiada, a N le costó pocos segundos hacer que el miembro de Valis se hinchase dentro de su puño hasta hacer ceder su potente agarre, y la cabeza aflorase y creciese como un vigoroso brote de leño subiendo en busca de luz. Apretó con todas sus fuerzas maravillada de que algo que había sido un pellejo pudiese ahora volverse duro como el mármol con apenas unas suaves caricias de la yema humedecida de su dedo. Más que un simple dedo podría ser una varita mágica.
-El toro guardián se llamaba Nandi, y tenía tanta familiaridad con Parvathi y Shiva, que le dejaban acceder a su alcoba como árbitro de los juegos de la pareja.
Empuñando la raíz, N atacó el punto sensible más levemente si cabe, empleando ahora su uña recortada. Tan levemente que no sabría si realmente estaba haciendo contacto de no ser por la reacción de él, que se retorcía como una serpiente herida tirándole del pelo, pero sin dejar de hablar.
-Si eres un dios puedes aguantar lo que quieras sin correrte, no?
El miembro de Valis le abrasaba el puño, refulgía palpitante, iba a chorrear lava. En lugar de apresurarse N ralentizó sus caricias, dilató sus toques mágicos. Como queriendo que él le suplicase.
-Shhh, si, claro… pero si eres una diosa también!
Ahora le tiraba del pelo con las dos manos, le dolía, pero no quería decírselo. Prefería verlo fuera de si, incapaz de controlarse.
-Dime en que piensas cuando te la masturbas.
-Yo?
-Si, dímelo, me dijiste que te encantaba fantasear. Si no me lo dices paro.
Valis resopló. Salvado por la campana. Tiró de ella hasta traerla a su altura y la acarició con el dorso de los dedos.
-Pues en ti claro.
-Déjate de rollos –le censuró levantando la barbilla -lo que quiero es los detalles.
Sin dejar de mirarlo, volvió a empuñar su miembro.
-Eh, bueno, ayer me imaginé que te subastaban.
N abrió sus ojazos, divertida.
-Era una subasta a la que asistían los jeques más ricos del mundo, gángsters, uh, celebridades del deporte…
-Por que pujaban?
-Por… uf, por el derecho a estar en mi lugar… y que tú les hicieses esto. Un emperador colombiano de la coca… ah, acababa de superar la colosal puja de un… uh, un magnate del petróleo… Se estaba relamiendo el bigotillo a la espera del mazo, uh, cuando la rusa campeona del mundo de salto con… mmm, pértiga… mmm, le… le… levantó su... ahh, ahí no…
-Ahí sí!
-Ahí noooo
-Si, si shhhiiii,
-Ahhhh, aprieta, ahhhh…
-Me encanta, parece que te vas a morir.
-Es que tú podrías matar a un hombre con tus manos sin necesidad de estrangularlo.
Ella entornó los ojos y empezó a dibujar en el aire signos mudras ante sus pupilas metálicas, como si fuese a hipnotizarlo.
-Y a un toro?
-Cómo?
-Piensas que podría matar a un toro con estas manos?
Valis sintió la sangre calentando la cara interna de sus muslos
-Ese toro que escribió el Kama Sutra tras ver follar a Shiva y Parvathi –susurró N posándose de nuevo sobre su vientre –si me dan una noche, crees que podría con él.
-El Kama Sutra tiene siete partes. Si el toro te hubiese conocido habría escrito mínimo otras siete… pero la parte conocida es la segunda la de las posturas… de la unión sexual, se llama...
-De que tratan las otras partes?
-De como relajar a una chica...
-Qué más?
-De como... satisfacer a una esposa...
-Qué más?
-De como... eleghhir una a... mante.
-Y qué más? interrogó N, mordiéndose pícaramente la puntita de la lengua. Lo tenía otra vez. Le había pillado el punto. Los ojos de Valis giraron hacia adentro, su piel se erizó y comenzó a temblar mientras su abultado miembro entraba en erupción, escupiéndole cuatro chorros calentísimos. Agarró la cabeza de N como un balón y la envolvió con su cuerpo inánime. Tras cinco minutos durante los que sólo se oyó los topetazos de su corazón tomó aire y dijo.
-De como renovar el vigor sexual debilitado.
Continuará…
Para su sorpresa, descubrió que no era obligatorio para un tío atacar directamente su recién estrenado escote. Por lo menos no aquel chaval corpulento y retraído a quien sus colegas llamaban Valis, por su afición a la literatura fantástica. Él más bien la paseaba por el parque hablándole de lo que fuese, desde clásicos del cine porno, hasta viajes a Florencia o París, insertando frases en aquellos lenguajes tan musicales para ella asociados a los flamígeros textos de Bellini, Donizetti, o los más intimistas de Faure, que en N memorizaba para el coro sin comprender una sola palabra.
En la terraza del parque compraban cubos gigantes de helado con chocolate caliente o sirope de frambuesa que se comían bajo las glicinias del mirador, probando los sabores directamente de los labios del otro. Y cuando se besaban Valis se entregaba con suavidad, asegurándose de que ella se sentía cómoda antes de dar el siguiente paso. Demoraban días enteros besándose. N era una aprendiz habilidosa y desenvuelta. Aprendía rápidamente los movimientos de su entrenador personal y se los devolvía enriquecidos con sorprendentes invenciones de su cosecha. Se besaban desinhibidamente hasta que las sienes les brillaban de sudor y sus corazones martilleaban desbocadamente contra la pared interior de sus cajas torácicas. Entonces se separaban un par de milímetros, como para respirar, sus mandíbulas muertas como los miembros de dos luchadores después de un duro combate, y se miraban agotados pero incapaces de separarse, acariciándose con el dorso de los dedos.
Justo antes de abandonar la India el cuerpo de N había empezado a desarrollarse dando paso a una criatura celestial, combinación perfecta de la esbelta elegancia de mamá y el vigor atlético de papá. De golpe, tardíamente, su pecho comenzó a crecer, y en cuestión de meses alcanzó y superó a sus compañeras más precoces. Y a pesar de lo repentino y monumental de la transformación, la novicia se encontraba enteramente a gusto y orgullosa dentro de su nuevo cuerpo.
Bien entrada la tarde alcanzan el extremo más distante del parque. N le retuerce un dedo y tira de él, agachándose por debajo de unas ramas, a dentro de un círculo de vegetación. Se sientan frente a frente y ella toma la iniciativa. Se desabrocha la blusa y le muestra orgullosa como el sujetador blanco eléctrico que él le había comprado en el Etam ya le queda pequeño. Mantiene abiertas las solapas de la blusa como quien descubre un collar de diamantes, invitándole a contemplar el prodigio. Su pecho luce tan saludable que a Valis se le antoja que podría amamantar una maternidad entera ella sola. Sin embargo las copas de su sostén nuevo le ciñen apenas la mitad de cada seno. Debe de dolerle. Adelanta dos dedos y presiona levemente la esfera partida.
-Ooops, lo siento. Creo que acabas de batir a mi madre... Necesitarás una talla más que ella.
N se abotona la camisa y lo agarra de la nuca para obligarlo a que le mire a los ojos. Es más fiel que uno de esos perros a los que les ponen un hueso en el hocico y no se atreven a morderlo hasta que la dueña chasca los dedos.
El tiempo ha pegado una súbita mejoría. Llega un verano anticipado que conserva la frescura de abril pero no ha tenido tiempo de colorear su palidez. N sale de los ensayos del coro a la carrera; la blusa del uniforme, el cuaderno de partituras amenazando con salir por los aires; los rotundos senos de estreno parece que se van a desprender del pecho. Desde que conoció a aquel reflexivo y perverso estudiante de física a mitad de curso N exprime cada segundo de esta nueva e inesperada era de los descubrimientos. Cierra los ojos e inclina la cabeza 45 grados para ofrecerle unos labios ya preparados, cálidos y esponjosos, que el entrenamiento ha convertido en herramientas de precisión. Valis contempla la criatura que tiene a su disposición, aspirando su intenso olor entre ante gastado y mondas de naranja. La cabeza le da vueltas pensando en lo que puede llegar a hacerle en cuanto sepa sólo un poquito más, hasta donde alcanzará su talento innato. N permanece con los ojos cerrados y la boca entreabierta, aparentemente entregada, esperando el contacto para cerrarse como un cepo y demostrarle lo que sabe. Tan pronto como note el roce en los labios se endurecerá, lo ceñirá por el cuello y luchará como una pantera. Imagina aquel cuerpo vestido de otra manera, mostrado en otro contexto... matarían por él. Y sin embargo allí la tiene, inmóvil, enteramente para él, aguardando la presión de sus manos en donde quiera que él desee posarlas. Podría distinguir sus pies huesudos entre miles de pares, sus peculiares nalgas respingonas entre cientos de miles. Podría hacerlo incluso con los ojos vendados; el olor que desprende es más irrepetible que la combinación de sus 40.000 genes en cada célula de su cuerpo. N arroja el cuaderno y la chaqueta sobre el césped, le aplica una llave de judo y se desploman rodando juntos sobre cientos de minúsculas margaritas de corazón amarillo y ribetes lila, y comienzan un nuevo round.
Atardece. N yace estirada sobre Valis en el extremo más distante del parque, el lugar favorito para sus particulares combates de lucha íntima. Han estado forcejeando un buen rato, testando hasta donde eran capaces de llevar uno al otro, y luego sus bocas se distanciaron, unidas por un collar de saliva. La retó con sus ojos grises. Ella deslizó sus piernas alrededor de las suyas, apretándolas como una enredadera, y estirando hacia atrás sus largos brazos completó el agarre ciñéndolo por detrás del cuello. Haciendo firme en las piernas entrelazadas aplastó el cuerpo de Valis contra el suelo hasta incrustar su miembro rígido dentro de sus nalgas y comenzó a rotar las caderas como una apisonadora. Conforme las pupilas de Valis se empequeñecían N se iluminó con una sonrisa maligna. Apretaba tan fuerte que los elegantes músculos de su pálido cuello, se tensaban como sogas bajo un forro de terciopelo.
-Te gusta, pequeñín?
Valis acertó a apresar un mechón de su melena pajiza y deslizó la otra mano por dentro de su blusa. N frunció la nariz en un gesto de pícara, sus glúteos duros como ruedas de molino, probando la resistencia de su inmigrante favorito. Muchas parejas necesitarían doce sesiones de sexo convencional para causarse una cantidad de placer semejante. Quizá por eso que nunca habían pasado de ahí. No lo necesitaban, al menos todavía. Aquello los satisfacía plenamente, y podían hacerlo a cualquier hora en cualquier sitio. De hecho lo hacían continuamente. Sus citas consistían en charla y masajes intercalados a partes iguales. Solo cambiaba el decorado. Un parque, un bus, una playa, una cervecería, un cine o la habitación de él si sus colegas de piso no se ponían muy pesados.
-Nur.
-hm?
-Me quieres?
La amiga de su hermana pequeña abrió sus ojazos, entre divertida y enternecida. Llevaban tres meses saliendo, explorando ingenua y obcecadamente cada rincón de sus cuerpos en busca de nuevas zonas erógenas. De hecho se daban auténticas palizas y N se mostraba capaz de seguir cualquier ritmo que él quisiese imponer. Pero él siempre había tratado de parecer frío y descomprometido, como si dejarse llevar le resultase una vulgaridad poco compatible con sus pretensiones intelectuales. Parecía como si él asumiese un papel de tutor forzado por su condición de universitario. Le lleva apenas tres o cuatro años pero se comporta como si perteneciese a otra generación. Aunque claramente no era el caso, le hablaba como si hubiese vivido experiencias que una estudiante de secundaria no podía ni concebir, y eso le obligase a instruirla, a desmontar sus preconceptos infantiles y sustituirlos por su ácido escepticismo materialista. En realidad era él quien se nutría de la vitalidad, de la franqueza, de la frescura de N, de su falta de preocupaciones y prejuicios.
Otras veces habían discutido el concepto amor y Valis siempre acababa hablando de sustancias químicas y zonas profundas del encéfalo. Así que la pregunta la pilló desprevenida.
Sin dejar de hacer girar su pelvis, N le susurró al oído.
-Pues claro, tonto.
Valis reventó, clavó sus dedos en las esferas de N con toda su fuerza pero ella aguantó impávida. Lo había batido en el duelo de caderas y había convertido con sus nalgas su soberbio miembro erecto en un amasijo de carne fláccida. Su vocecita ronca pero insegura no parecía salir de aquel pedazo de cuerpo atlético, aquella hembra cuyos pechos podían amamantar a toda la ciudad.
-Y tu?
Valis se había rendido ya, le había soltado las tetas y rechinaba los dientes arrancando manojos de margaritas.
-No lo sé, pero sé que te deseo como un enfermo.
Incorporándose sobre él y estirando los pliegues de su maltratada faldita, N le suplicó.
-Pues llévame a casa, y enséñame a hacerte más cosas.
En lugar de tomar la avenida que rodeaba el parque, lo travesaron cogidos de la mano colina arriba y pendiente abajo casi a la carrera.
-Mis padres no están, y mis hermanos solo salen de sus habitaciones para asaltar la nevera -explicó N sin dejar de tirar de él cada vez que aflojaba el paso.
En veinticinco minutos se plantaron delante de la afilada villa sobre el Belvedere que la familia de N había alquilado a su llegada de la India. N señaló el ático que coronaba el antiguo pero coqueto edificio.
-Esa es mi habitación, verás que vistas –le dijo arrastrándolo con un apretón fuerte pero cariñoso, como si fuera ciego.
Para llegar a su cuarto había que subir los doce tramos de una escalera de madera de castaño de 2 metros de ancho y atravesar una puerta gruesa y pesada de un extraño formato alto y estrecho.
-Los zapatos se quedan aquí fuera -ordenó mostrando sus deliciosos y tiernos pies. La puerta tenía un rústico picaporte metálico pero no llave, lo cual daba un poco igual porque para abrirla había que levantar una enorme palanca metálica y empujar ese pedazo de puerta que podría resistir el asalto de una brigada de bomberos, así que cualquier intento de entrar exige invertir el tiempo y el ruido suficientes para poner en guardia a los inquilinos de la habitación.
-Papá está de cena con los compañeros de trabajo, y mamá tienen todos los sábados partida de cartas, o más bien concurso de beber té verde, en casa de los Hartley, los únicos otros residentes orientales de los alrededores.
Valis pensó que por mucho té que se bebiese, la madre de N regresaría en cualquier momento, pero encerrarse con N y su libido tras aquel muro de madera de un cuarto de tonelada era un riesgo que valía la pena correr.
Dentro, un estrecho balcón con gruesas contraventanas perforadas filtraba zigzagueante la luz sobre una cama sorprendentemente grande cubierta con un ecléctico surtido de telas sedosas desordenadamente enrolladas alrededor. Ni rastro de almohada, lo que impedía saber a ciencia cierta dónde debían ir la cabeza y los pies. Encima de aquel caos épico yacía un tigre gigante de peluche, elegantemente ataviado con turbante, que la madre de N había portado durante todo el trayecto a través de las múltiples conexiones de vuelos y controles de seguridad desde Doa.
Al otro lado de la cama un armario de doble puerta que N se apresuró a cerrar.
-Aquí no se mira –le advirtió apretando los labios -esto es privado.
Cuando N desbloqueó las puertas del balcón y las abrió de un empujón, la brisa salada invadió la habitación y la claridad esmeralda del océano los cegó. Los ojos de Valis delataron su asombro y las mejillas de N se abultaron de orgullo mostrando dos hoyuelos tallados en el marfil.
-Sabías que el Kama Shastra, la "Disciplina del placer", lo escribió el toro guardián de la morada de Shiva y su esposa Parvati, testigo privilegiado del arte amatorio de la pareja? Puedes imaginarte a la bestia escuchando los gemidos de la todopoderosa pareja, perseguido por el estruendo de las indómitas e interminables cópulas entre la fuerza transformadora y la madre suprema.
-Pobre bicho… menudas pajas se haría!
-Con las pezuñas? –se burló él.
N lo empujó sin contemplaciones y se desabrochó el cinturón. Valis cruzó las manos tras la nuca observando como aquella celestial criatura luchaba por desembarazarse de sus vaqueros slim fit.
-El bueno del toro tuvo que dejar fe, quiso dejar constancia, y que los mortales accediésemos a aquella sabiduría. Redactó los tratados que componen el Kama Shastra para guiarnos en el uso del placer para alcanzar la felicidad marital, la devoción por la pareja, la renuncia a cualquier aspiración que no sea satisfacer hasta el agotamiento a la persona amada.
-Cuanto complicamos luego todo...- suspiró N, al fin en ropa interior, poniendo una barrita de pachuli a quemar y abalanzándose sobre su chico.
-Nosotros no -corrigió él -Moisés, Jesucristo y Mahoma, por ese orden. Y cientos de miles de fanáticos que siguieron sus desvaríos al pié de la letra, que desterraron, quemaron y lapidaron hasta asociar en nuestro subconsciente la idea de placer corporal a la de pecado que merece pena de muerte.
N se incorporó sobre el codo, dándole la espalda, mojó la yema del índice con la lengua, pescó su miembro liberando el glande, y lo cosquilleó en la parte más sensible.
-Dime cuando te gusta.
Valis la agarró del pelo, tirando cuando ella lograba estimular el lugar exacto con la fuerza justa. Así guiada, a N le costó pocos segundos hacer que el miembro de Valis se hinchase dentro de su puño hasta hacer ceder su potente agarre, y la cabeza aflorase y creciese como un vigoroso brote de leño subiendo en busca de luz. Apretó con todas sus fuerzas maravillada de que algo que había sido un pellejo pudiese ahora volverse duro como el mármol con apenas unas suaves caricias de la yema humedecida de su dedo. Más que un simple dedo podría ser una varita mágica.
-El toro guardián se llamaba Nandi, y tenía tanta familiaridad con Parvathi y Shiva, que le dejaban acceder a su alcoba como árbitro de los juegos de la pareja.
Empuñando la raíz, N atacó el punto sensible más levemente si cabe, empleando ahora su uña recortada. Tan levemente que no sabría si realmente estaba haciendo contacto de no ser por la reacción de él, que se retorcía como una serpiente herida tirándole del pelo, pero sin dejar de hablar.
-Si eres un dios puedes aguantar lo que quieras sin correrte, no?
El miembro de Valis le abrasaba el puño, refulgía palpitante, iba a chorrear lava. En lugar de apresurarse N ralentizó sus caricias, dilató sus toques mágicos. Como queriendo que él le suplicase.
-Shhh, si, claro… pero si eres una diosa también!
Ahora le tiraba del pelo con las dos manos, le dolía, pero no quería decírselo. Prefería verlo fuera de si, incapaz de controlarse.
-Dime en que piensas cuando te la masturbas.
-Yo?
-Si, dímelo, me dijiste que te encantaba fantasear. Si no me lo dices paro.
Valis resopló. Salvado por la campana. Tiró de ella hasta traerla a su altura y la acarició con el dorso de los dedos.
-Pues en ti claro.
-Déjate de rollos –le censuró levantando la barbilla -lo que quiero es los detalles.
Sin dejar de mirarlo, volvió a empuñar su miembro.
-Eh, bueno, ayer me imaginé que te subastaban.
N abrió sus ojazos, divertida.
-Era una subasta a la que asistían los jeques más ricos del mundo, gángsters, uh, celebridades del deporte…
-Por que pujaban?
-Por… uf, por el derecho a estar en mi lugar… y que tú les hicieses esto. Un emperador colombiano de la coca… ah, acababa de superar la colosal puja de un… uh, un magnate del petróleo… Se estaba relamiendo el bigotillo a la espera del mazo, uh, cuando la rusa campeona del mundo de salto con… mmm, pértiga… mmm, le… le… levantó su... ahh, ahí no…
-Ahí sí!
-Ahí noooo
-Si, si shhhiiii,
-Ahhhh, aprieta, ahhhh…
-Me encanta, parece que te vas a morir.
-Es que tú podrías matar a un hombre con tus manos sin necesidad de estrangularlo.
Ella entornó los ojos y empezó a dibujar en el aire signos mudras ante sus pupilas metálicas, como si fuese a hipnotizarlo.
-Y a un toro?
-Cómo?
-Piensas que podría matar a un toro con estas manos?
Valis sintió la sangre calentando la cara interna de sus muslos
-Ese toro que escribió el Kama Sutra tras ver follar a Shiva y Parvathi –susurró N posándose de nuevo sobre su vientre –si me dan una noche, crees que podría con él.
-El Kama Sutra tiene siete partes. Si el toro te hubiese conocido habría escrito mínimo otras siete… pero la parte conocida es la segunda la de las posturas… de la unión sexual, se llama...
-De que tratan las otras partes?
-De como relajar a una chica...
-Qué más?
-De como... satisfacer a una esposa...
-Qué más?
-De como... eleghhir una a... mante.
-Y qué más? interrogó N, mordiéndose pícaramente la puntita de la lengua. Lo tenía otra vez. Le había pillado el punto. Los ojos de Valis giraron hacia adentro, su piel se erizó y comenzó a temblar mientras su abultado miembro entraba en erupción, escupiéndole cuatro chorros calentísimos. Agarró la cabeza de N como un balón y la envolvió con su cuerpo inánime. Tras cinco minutos durante los que sólo se oyó los topetazos de su corazón tomó aire y dijo.
-De como renovar el vigor sexual debilitado.
Continuará…
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