Cielo Riveros es follada

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hetero

Cielo Riveros es follada
por cura y se vuelve puta
Follarte a un cura cuenta como pecado capital
Desde muy pequeña mis padres me han intentado educar bajo la doctrina cristiana pero no con muy buen resultado que digamos. En ocasiones alcanzaban unos extremos un tanto agobiantes como el tener que rezar antes de dormir, dar las gracias a Dios por habernos levantado, y hasta bendecir la mesa si salíamos a tomar unas tapas al bar de enfrente.

Pero lo peor no solo era eso, sino que una vez por semana tenía que ir a confesarme con el padre Damián. Mi madre decía que era algo necesario, ya que al ser una adolescente me pasaba pecando las 24 horas del día y razón no le faltaba; pero de ahí a tener que ir todos los jueves a contarle mis intimidades a un hombre mayor había una gran diferencia.

Mi madre pensaba que yo no lo sabía pero un día cuando cogí el teléfono con intención de llamar a mi amiga Sonia lo descubrí todo. Una vez que yo había llegado a casa después de confesarme, mi madre llamaba al padre Damián para saber si verdaderamente había ido a confesarme o si incluso había pecado mucho.

El cura, obviamente, no podía contarlo todo más que nada porque quedaba bajo el secreto de confesión, pero si dejaba caer un poco por qué camino iban mis pecados.
Como otro jueves cualquiera llegué a la Iglesia y tras sentarme en el confesionario comencé a contarle algunos pecados menores al padre Damián; como que siempre me la pasaba diciendo palabrotas, metiéndome con mi hermano o enfadada con mis padres, pero cansada de contarle siempre lo mismo, decidí hacer uso de mi inspiración y hacer alarde de mis fantasías sexuales.

No quise asustarlo de primeras por lo que le dije que en algunas ocasiones solía masturbarme, y si no lo hacía viendo porno era grabándome mientras me tocaba, porque el simple hecho de saber que una cámara estaba captando como mis dedos se iban introduciendo muy lentamente en mi vagina y que luego alguien pudiese verlo y disfrutar igual que yo me excitaba de una manera impresionante.

El padre Damián tras escucharlo emitió una tos seca y cortarte para que parase, pero desesperada alegué que si había ido a confesarme era porque llevaba una semana inmersa en el más profundo pecado de la carne; masturbándome pensando en hombres…mujeres y que incluso había empezado a introducirme ciertos objetos con forma de falo por mi ano todavía virgen.

Desde hacía un rato el padre Damián parecía haber empezado un voto de silencio, incluso llegué a pensar que me había sumergido tanto en mi historia que no me había dado cuenta de que se podría haber marchado ofendido por mis delitos carnales, por lo decidí mirar dentro del confesionario y salir de dudas. Tras levantarme, corrí un poco la cortina y allí estaba el padre Damián, con la cabeza echada hacia atrás y los ojos en blanco; masturbándose con una mano mientras con la otra sujetaba un rosario dejando pasar entre sus dedos una a una las bolas de cuentas pidiendo perdón por lo que estaba haciendo.

El padre Damián tenía la polla más pequeña que había visto en toda mi vida, no le cabía a penas en la mano, le debía de medir unos 13 cm de largo, se la sujetaba con tres dedos, pero eso sí, se la meneaba a una velocidad impresionante. Mis ojos no podían dejar de seguir el movimiento, hasta tal punto de que mi boca empezó a segregar saliva suplicándome que me la metiese hasta alcanzarme la campanilla o hasta donde alcanzasen esos 13 cm de hipnótica carne erecta.
Fui descorriendo la cortina lentamente, hasta tal punto de que el padre Damián se percató de mi presencia. Al verme se quedó petrificado pero antes de poder articular palabra alguna, se escucharon unos pasos de fondo, por lo que el padre Damián para evitar escándalo alguno; me cogió de la muñeca y me arrastró hacia dentro ocultándome con él en el confesionario.

Caí de rodillas, y acto seguido con su dedo índice sobre sus labios me ordenó guardar silencio. Avocó su cabeza hacia la abertura que creaba el confesionario y la cortina para cerciorarse de la presencia de algún peligro.

Mi cabeza se encontraba sujeta entre sus muslos, tenía su polla a menos de 2 cm de la cara. Cada vez que intentaba escaparme de esa jaula de carne el padre Damián volvía a ejercer presión sobre mí, así que tras varios intentos fallidos por librarme de él, recordé cómo los espías conseguían siempre escapar de sus trampas con una llave maestra, pero en este caso no iba a usar una llave precisamente, sino más bien mi lengua.

Comencé a darle pequeños lametones al cirio pascual del padre Damián, al instante él se retrajo intentando que la cosa no fuese a más después de todo lo que ya había sucedido, pero el instinto junto como mi lengua le jugaron una mala pasada y cometió el error de soltarme, por lo que con cada uno de mis brazos agarre sus piernas e inmovilizándole yo a él comencé a chupársela. El padre Damián presa del placer se quitó el alzacuellos y comenzó a morderlo mientras una parte de su subconsciente mandaba un débil señal a una de sus manos para que me intentase apartar de su miembro, pero al ver que no podía quitarme de entre sus piernas por mucha más fuerza que ejerciese, decidió abrirse la sotana y mientras seguía mordiendo el alzacuellos comenzó a arañarse con la mano restante el pecho en forma de castigo aunque yo sé que eso no lo hacía por flagelarse, sino porque en el fondo le ponía aún más cachondo.

Para nuestra sorpresa, cuando nos encontrábamos en el punto más álgido, se escucharon dos toques provenientes del otro lado del confesionario acompañado de un ''Ave maría purísima'', tanto él como yo paramos al instante e intentamos hacer como si no hubiese nadie en esos tres metros cuadrados de madera, pero la señora que había al otro lado no era tanto como nosotros pensamos y dijo ''venga padre, no se haga de rogar, le he oído rezar hace un momento'' y a la vieja no le faltaba razón, lo había escuchado rezar pero no por devoción sino más bien para librarse del demonio que le había hecho prisionero.

El padre Damián no encontró otra solución que abrir la ventanilla y responder como lo hizo conmigo en su momento, pero en este caso no creo que la cosa fuese a acabar igual. Por lo que mientras esa mujer buscaba penitencia por sus pecados cometidos, decidí seguir con mi labor pero ya no con la boca sino más bien con mis manos, esos 13 cm no daban para ambas cosas, era o boca o mano, pero las dos juntas no casaban.

Cuando comencé a hacerle la paja se pudo ver como la voz del padre Damián se empezaba a entrecortar, cosa que fue notada por dicha anciana la cual le preguntó si se encontraba bien. Ante esa situación el padre decidió intentar quitarse a la anciana de encima antes de correrse y de que nos descubriesen pero al darme cuenta de ello, me quite la bragas y se las metí en la boca, provocando que las venas de su polla sobresaliesen aún más debido a la excitación.

Me fui levantando poco a poco sin hacer ruido alguno hasta quedarme de pie frente a él y fue entonces cuando supe que me estaba mirando, me levante aquel vestido de monja que a mi madre le encantaba que usase siempre para ir a la iglesia, y aprovechando la poca visibilidad que había a través de la ventanilla, agarré su polla con mi mano, y sentándome sobre él, me la introduje en la vagina. Comencé a moverme lentamente mientras esa vieja pesada no paraba de contarnos su vida, pero solo de ponerme en situación me excitaba aún más, el padre Damián se quitó el rosario que llevaba en el cuello y pasándolo por detrás de mi espalda, me ató las muñecas y sacándose mis bragas de su boca me las introdujo en la mía.

Una vez lista para la acción, era él el que se empezó a mover como si de la serpiente pecadora se tratase. La mujer cansada de que el padre Damián no le hiciese caso, decidió ver qué ocurría y tras correr la cortina pudo er testigo de cómo el demonio conseguía introducirse hasta el rincón más profundo de la casa de Dios y robarle a uno de sus ángeles.

El padre Damián y yo nos corrimos mientras mirábamos la cara de aquella mujer, fue perfecto. Mi coño se iba llenando de la leche bendita del padre Damián mientras el cuerpo y corazón de esa mujer caían desmayado y sin vida al suelo presa de la situación.
Eliminando así al único testigo de nuestra desdicha, es como si Dios se hubiese apiadado de nuestras almas y nos diese una segunda oportunidad, la cual no desaprovecharíamos para volver a vernos.

Lo mejor de todo no fue sino la alegría que inundó a mí madre tras hablar con el padre Damián por teléfono aquella noche; diciéndole que había sido una chica muy buena, que había conseguido limpiarme todos mis pecados y que no veía el momento para volver a verme el jueves siguiente.
El padre Damián llevaba un par de días nervioso, Cielo Riveros, una de sus feligresas más devotas y fieles a su iglesia, hacía tiempo que no se pasaba por su confesionario. Siempre se ha dicho que el secreto mejor guardado es aquel que está a la vista de todos, así que haciendo uso de esa frase, Cielo Riveros y el padre Damián sin apenas darse cuenta comenzaron un romance del que tardarían bastante en salir.

Todo empezó cuando la madre de Cielo Riveros le dio por pensar que su hija no andaba con buenas compañías y que sin darse cuenta estaba tirando su futuro por la borda, pero quién le diría a aquella madre que la solución de llevarla al confesionario del padre Damián, sería la peor decisión de sus vidas.

Cada jueves, la madre de Cielo Riveros mandaba a su hija a la iglesia, esta debía confesase y así librase tanto de los malos espíritus como de los pecados cometidos, pero digamos que el Padre Damián tenía una manera peculiar de expirar los pecados de sus feligreses, follándoselos más concretamente.

Era el tercer jueves del mes que Cielo Riveros no aparecía por la iglesia y el Padre Damián empezaba a sospechar que algo malo podía estar pasando. Por un momento, pensó en llamar a casa de Cielo Riveros como tenía la sana costumbre de hacer, pero algo en su mente y sobre todo en su conciencia le decía que no lo hiciera. Temía la idea de que una madre o peor aún, un padre histérico, le preguntase si se había follado a su hija, y como buen cura y siervo de Dios, la mentira no estaba permitida.

Ya era la quinta vuelta que aquel cura desesperado daba a la iglesia, era tal el grado de calentura, que no se sabía que estaba más dura, si la cruz de madera que portaba en el pecho o aquellos centímetros que le colgaban de la entrepierna. Hubo un momento en el que el padre Damián recordó la misa que tenía preparada a las seis de la tarde para las novicias, con un poco de suerte daría misa, recitaría el salmo y con el aburrimiento conseguiría pensar en otra cosa que no fuera el sexo.

Cuando el padre Damián llegó al convento, dos de las madres superioras salieron a su encuentro para darle la bienvenida. Una de ellas se arrodilló y tras besarle la mano le dedico un caluroso y respetuoso; buenas tardes padre. La otra, sin embargo, más anciana y con los mismos o incluso mayores aires de grandeza le dedicó la misma frase que la madre anterior pero con un tono más serio. Después de haberle enseñado las nuevas instalaciones al padre Damián, las madres superioras lo condujeron hacia el salón principal del convento.

Las manecillas del reloj cada vez estaban más cerca de marcar las seis en punto, aquella tarde la iglesia se veía preciosa; las flores en los pasillos, las velas colgadas de las paredes, los familiares de las novicias vestidos con sus mejores galas y por si fuera poco, una alfombra roja que guiaba a las muchachas desde la entrada del edificio hasta el altar, donde ya se encontraban los monaguillos. Los tronos mayores, estaban situados junto a aquellos monaguillos.

El trono de la derecha, estaba reservado para el padre Juan, agradable anciano donde los haya, nunca ha dado ningún problema como siervo del señor. El asiento de la izquierda, estaba el padre Isaías, otro trozo de pan puesto por el mismísimo Dios en las filas del cristianismo.

Y por último el asiento del centro, ocupado nada más y nada menos que por el padre Damián; este no era sino el peor ejemplo de todos los allí presentes. La vida del padre Damián era conocida por todos, y sino por una gran parte del personal religioso. No era la primera vez que los pecados de lujuria que este había cometido habían atravesado los muros de su iglesia y llegado hasta el mismísimo Vaticano. Pero el hecho de que el Papa fuese amigo desde la infancia del padre Damián le salvaba en más de una ocasión.

El tiempo fue pasando y unos cuantos murmullos comenzaron a llenar las paredes de aquel habitáculo. El padre Damián preguntó a uno de los monaguillos qué estaba sucediendo.

-Parece ser que falta una de las novicias Padre.

-Que la manden a buscar entonces dijo este.

-La han buscado por todo el convento, pero no aparece prosiguió aquel joven monaguillo.

Cansada y preocupada, toda la sala se levantó de sus asientos y comenzó a buscar a aquella novicia. El padre que no iba a ser menos, debía buscar como el que más, o por lo menos aparentarlo, así que tras remangarse la sotana, se levantó de su asiento y puso manos a la obra.

-¡Teresa!...¡Teresa!...se escuchaba una y otra vez de fondo.

En esos momentos, el padre Damián recordó sus días de juventud, en los que se escapaba del seminario para poder irse con sus amigos; unas veces jugaban al fútbol, otras robaban vino de la eucaristía y otras simplemente se escondía en el seminario y esperaban a que los buscasen los profesores solo para reírse de ellos. Por esa razón, el padre Damián llegó a la conclusión de que si quería encontrar a Teresa, debía pensar como ella.

Después de estrujarse la mente, el padre Damián recordó que detrás de la antigua capilla, había una pequeña caseta donde dormía el conserje. El padre y sus amigos solían ir allí porque el conserje les dejaba fumar y de vez en cuando les enseñaba alguna revista subida de tono.

Cuando el padre Damián llegó a la caseta, la puerta para su sorpresa estaba entreabierta. Por un momento dudó en si entrar o no, hacía años que nadie vivía allí y los monjes del convento son muy cuidadosos a la hora de tratar los materiales y sobre todo de cerrar las puertas de las celdas una vez terminada la tarea en ellas. Pero teniendo en cuenta la gravedad que suponía la desaparición de una novicia, colocó sus dedos entre el espacio que formaba aquel trozo de madera y el marco de la misma, y fue empujándola suavemente hasta que pudo introducir lo suficiente su cabeza como para poder ver qué estaba sucediendo dentro.

Sus ojos por un instante parpadearon quedando así ojipláticos, ¿Era cierto lo que estaban viendo? Frente a él se encontraba una muchacha que sollozaba frente a un espejo, al mismo tiempo que fustigaba su espalda con una especie de cuerda que se había convertido en una especie de látigo improvisado.

En ese momento, el crujido de la madera de la puerta, avisó a aquella joven de la presencia del padre Damián. Esta inmediatamente se dio la vuelta, cayendo sobre sí misma y quedando de rodillas frente al padre.

-¿Se puede saber qué haces hija mía? Por qué te castigas de esa forma.

Aquella joven que no sabía qué decir en esos momentos continuó llorando.

-Venga, sabes que puedes contármelo, no tengas miedo insistió el Padre Damián.

-Lo que me sucede padre es que no merezco el vestir el hábito de esta iglesia y mucho menos el perdón de nuestro señor Jesucristo, decía la novicia al mismo tiempo que asestaba otro golpe sobre su espalda semidesnuda.

-¿Y por qué crees que no mereces ser perdonada hija?

-He tenido pensamientos padre…

-Es normal hija, todos a veces nos salimos del buen camino, pero para eso está nuestro señor Jesucristo, que nos ayuda y nos devuelve a su rebaño con el resto de hermanos.

-Ya padre, pero esta semana he sufrido los pecados de la carne y me he dejado llevar por ellos…Me he tocado y hasta he tenido deseos de querer hacer el acto sexual.

El padre Damián se fue acercando lentamente, hasta estar lo suficientemente cerca de ella como para arrodillarse y ponerse su altura;

-Levántate hija mía, decía el padre Damián, mientras cogía a esta del brazo y hacía que se levantase. Mírate al espejo, eres preciosa, ¿De veras piensas que nuestro señor querría verte así? Prosiguió aquel cura mientras comenzaba a pasar sus asquerosas y sucias manos por el cuerpo de la novicia Teresa. Además, es imposible no caer ante una tentación tan grande como es la de tu cuerpo, finalizó al mismo tiempo que restregaba su nariz por los hombros de esta y se impregnaba de su esencia más pura.

Frente aquel espejo se encontraban aquellos seres, uno disfrazado de novicia y otro de cura. Pero estoy seguro que si ese espejo mostrase la realidad, verían a dos demonios deseosos el uno por el otro.

-Piensa que hasta los mismísimos Adán y Eva sufrieron la tentación de la carne y el pecado. Y sin culpa alguna cayeron en sus garras.

-Ya padre, pero la ira de Dios les castigó echándoles del Edén.

-Lo sé hija, lo sé dijo este resignado besando al mismo tiempo una de las mejillas de Teresa. Pero a partir de ese día ambos aprendieron la lección. Por eso la moraleja de esa historia es que debes equivocarte para aprender.

-¿Qué hace padre? Dijo Teresa mientras empezaba a notar como aquel cura clavaba ahora sus manos sobre sus senos.

-No lo sé hermana, pero ahora mismo tengo unos deseos irremediables de recorrer su cuerpo con mis manos, es la primera vez que me sucede esto. El padre Damián como buen cura era un estratega de la palabra y sobre todo la oratoria, no era la primera mujer que tocaban sus manos y aún menos su polla, por lo que ahora mismo, sus deseos más profundos era el de desvirgar a aquella novicia antes de que alguno de los monaguillos se le adelantase.

Teresa había encontrado en el padre Damián un apoyo para su sentimiento de vacío espiritual y sobre todo de culpa por todo aquello que estaba sintiendo, así que sin pensárselo dos veces, Teresa comenzó a quitarse el hábito lentamente. Primero desabrochó uno de los botones que sujetaban su cintura, luego otro que sujetaba el peso del hábito del cuello y por último…aquella pesada tela cayó al suelo. Era lo único bueno que tenía ser un cura o una monja, que la ropa se quitaba en un abrir y cerrar de ojos, era una comodidad y más si tenías que follar, en esos momentos no tienes tiempo de perderlo bajando una bragueta, desabrochando un cinturón o mucho peor…un sujetador.

La primera mujer a la que el padre Damián le quitó un sujetador casi se quedó dormida con todo lo que tardó en hacerlo, por eso, desde aquel día, se prometió a sí mismo que nunca más volvería follar, aunque parece ser que del dicho al hecho hay un trecho, y en este caso…un coño virgen.

Teresa se encontraba desnuda, de rodillas con la cabeza erguida junto al padre Damián. Esta empezó a rezar, cada vez más fuerte a medida que escuchaba como se iba desabrochando una a una las polleras de la sotana del padre Damián.

-Padre nuestro que estás en los cielos santifica…fue entonces cuando la túnica del padre Damián cayó al suelo frente a sus ojos y con ella, el pene del padre Damián, el cual impactó sobre la cara de Teresa haciendo que esta no pudiese seguir con su oración.

Era la primera vez que Teresa veía un pene, sus ojos no podrían haberse fijado en otra cosa aunque hubiese querido. Los testículos del padre Damián eran de un tamaño asombroso, pero su pene todavía lo era más. Ambos parecieron mirarse por un momento, el pene miraba a Teresa y esta le devolvía la mirada.

Cogiendo su sexo con una de las manos, el padre Damián comenzó a pasar suavemente el capullo por la boca de Teresa, el propio roce de este con los labios y el olor que desprendían aquellos 26 centímetros de carne erecta, parecieron descifrar la contraseña que tenía la boca de aquella novicia, la cual se abrió de par en par.

El padre Damián fue introduciendo lentamente su miembro, pero fueron las ganas desmedidas de Teresa la que la abalanzaron sobre su sexo. Sin saber cómo, aquella niña comenzó a felar el miembro del padre Damián como muy pocas mujeres se lo habían hecho. La lengua de Teresa recorría todos y cada uno de los centímetros que conformaban aquel pene. Era impresionante no solo la rapidez con la que lo hacía, sino la facilidad con la que succionaba los testículos del padre Damián al mismo tiempo que le miraba a los ojos para saber si estaba haciendo bien su misión.

Cuando el cirio pascual del padre Damián estuvo lo suficientemente duro, este puso a Teresa de espaldas a él mirando hacia el espejo. Así que estando los dos contemplando el reflejo del otro, el padre Damián se escupió en la punta de los dedos y tras restregarlos repetidamente por la punta de su sexo, levantó sutilmente una de las nalgas de Teresa y sin apartar la mirada de aquel espejo, comenzó a follársela como nunca antes lo habían hecho.

Pero viendo el daño que su pene le estaba produciendo a Teresa, por un momento en su vida el Padre Damián se apiadó del alma de esa novicia y decidió parar. Así que ante la imposibilidad de no poder seguir follándose a Teresa, el padre Damián no pudo hacer otra cosa que ponerse de rodillas y susurrar con las manos cogidas y los ojos cerrados;

-Bendice señor estos alimentos que voy a tomar y sin coger aire tras acabar la frase, clavó su boca en el coño de aquella novicia. Su lengua comenzó a moverse como la serpiente entre las ramas del árbol del paraíso, unas veces subía, otras veces bajaba y de vez en cuando clavaba sus dientes sobre aquel conejo, que como bien sabemos son una de las presas favoritas de los reptiles que se arrastran por el suelo. Debido al placer que aquella lengua estaba produciendo en su coño virgen, Teresa comenzó a retroceder, sus piernas estaban empezando a fallar hasta que tuvo la suerte de que su culo tropezó con una mesa que había en aquella habitación. El padre Damián, pasando sus brazos para cada uno de los muslos de aquella joven indefensa, la sentó sobre la mesa y abriéndole por completo las piernas retomó su tarea.

Teresa volvió a rezar, esperando esta vez poder articular más de cuatro palabras seguidas.

-Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea su lengua…digo tu nombre, venga a nosotros tu orgasmo…Su respiración entrecortada mezclada con sus gemidos de excesivo placer sobrepasaron la oración hasta tal punto de que sus gritos empezaban a escucharse notablemente.

-Abre la boca y muerde esto dijo el padre Damián. En ese momento el padre se quitó la cruz de madera que colgaba de su cuello y haciendo que Teresa la mordiese, consiguió que la ira de Dios ocultase durante unos instantes aquellos gemidos que podrían delatar a ambos.

Aquel proceso siguió su curso, la lengua del padre Damián cada vez se iba clavando más y más fuerte en los adentros del sexo de la novicia Teresa, al mismo tiempo que esta mordía la cruz e imploraba a los cielos que nunca terminase ese día. Y en ese momento en el que Teresa eyaculó sobre la cara del padre Damián, también lo hizo su primera menstruación, haciendo que todo se empapase de rojo y se convirtiese en el bautizo del mismísimo Satanás.

En ese instante, la puerta de la caseta volvió a crujir. Un grito sordo sonó en aquel momento, era la madre superiora. Esta vez parecía que no solo era la desaparecida la novicia Teresa, sino que ahora todos también buscaban al padre Damián.

-¡¿Pero qué hacéis!? vociferó. Pero el momento en el que la madre superiora cruzó el umbral de la puerta, el crucifijo que reposaba en la parte superior de esta, cayó sobre su cabeza, impactando de lleno sobre su nuca y haciendo que esta muriese en el acto.

El padre Damián se preguntó en aquel momento qué fuerza era quien le ayudaba. ¿Por qué Dios le seguía salvando una y otra vez de todos los pecados que este cometía? ¿Qué juicio le esperaría el día que muriese? Pero como si sus propios pensamientos hubiesen llegado al más allá, fue esta vez el demonio el que hizo que sonase el teléfono del padre Damián.

-Padre Damián, soy Cielo Riveros, estoy embarazada…
Habían pasado unos cuantos meses desde aquella fatídica llamada que Cielo Riveros le había hecho al Padre Damián, nueve, para ser más exactos.

-Padre Damián, estoy embarazada. Esta frase se repetía una y otra vez en la cabeza de aquel cura que parecía haber sido maldecido por un demonio, más concretamente…por sí mismo.

El Padre Damián, solía pensar que él era el propio causante de tanta desgracia en su vida, pero como le repitieron en el seminario un día, otro y así hasta terminar sus estudios “Dios nuestro señor tiene siempre una misión para nosotros”, así que ¿Quién era él para ir en contra de los designios del señor? Además, como cura, debía devolver a toda oveja descarriada del rebaño, así que si la novicia Teresa tenía dudas acerca de su fe, la misión del Padre Damián era devolvérsela…hasta con su polla si fuese necesario.

Aquellos meses fueron muy duros para todos, el Padre Damián y la novicia Teresa tuvieron que explicar varias veces ante la policía y sobre todo ante los jueces cómo había sucedido todo. El cuerpo de la madre superiora todavía estaba caliente cuando uno de los jóvenes monaguillos, que buscaba no solo a la novicia Teresa sino también al ahora desaparecido Padre Damián, se asomó por la puerta de aquella cabaña atraído por el fuerte estruendo que había provocado el cuerpo de la madre superiora y la cruz al caer al suelo.

-Pero qué coñ…musitó aquel joven.

El Padre Damián y la novicia Teresa se estaban vistiendo todavía cuando le vieron aparecer.

-Hijo, todo esto tiene una explicación. No debes decir nada de lo que has visto ¿De acuerdo? Exclamaba aquel cura desesperado.

Todo habría sido más fácil si aquel monaguillo hubiese prestado atención a las palabras del Padre Damián, sin embargo, hacía rato que algo parecía moverse por la parte inferior de la túnica del joven. El padre Damián que no lo pasó por alto decidió aprovecharse de ello;

-¿Te gustaría probar lo que se siente al follarte a una mujer? Por cierto, ¿Cómo te llamas hijo mío? Dijo el cura con voz dulce.

-Mi…Mi…Miguel señor, respondió aquel joven superado por la situación.

Así que una vez sabido el nombre de su víctima, aquella serpiente vestida con túnica negra y alzacuellos blanco, preparó en segundos su discurso y rodeando por completo la figura del joven, se puso a sus espaldas y comenzó a susurrarle;

-Imagina Miguel a la hermana Teresa atada a la cama solo para ti. Sus extremidades presas de movimiento alguno, permitiéndote hacerle todo cuanto desees. Tu lengua recorriendo todos y cada uno de los centímetros que conforman la piel de su cuerpo, tus dientes y tus labios siendo cómplices de cómo os claváis sobre sus pechos y empezáis a succionar sus pezones. Todo esto al mismo tiempo que cada latido de tu corazón va mandando sangre a tu polla y esta se va llenando por completo hasta estar lo suficientemente dura como para penetrarla e instantáneamente…lo haces. Todas las posturas que quieras Miguel, todas son válidas para nuestro Señor, siempre y cuando consigas solo una cosa…que Teresa se corra.

Lo sé por experiencia, una de las posturas que más les gusta a las mujeres es la de “a cuatro patas”, imagínatelo Miguel, Teresa sentada sobre sus manos y rodillas, a tu entera merced, al mismo tiempo que no solo la penetras sino que clavas tu mano sobre su culo en forma de azote, haciendo que no se le olvide que es el hombre quien Dios puso como ejemplo de su fuerza en la tierra.

Y todo eso podrías tenerlo con el simple hecho de mantener la boca cerrada y olvidar todo lo que has visto hace un rato. ¿No crees que decir la verdad es un precio muy alto a cambio de todo lo que perderías? Además, la verdad hace mucho daño a la gente, las personas viven más felices en la ignorancia. Sino mira lo que le ha sucedido a la madre superiora, Dios la ha castigado por cometer el pecado de entrometerse en vidas ajenas. ¿Tú quieres que te suceda lo mismo? ¿O prefieres disfrutar del maravilloso cuerpo que Dios te ha dado?

Con el cerebro completamente lavado y la polla dura por aquellas palabras, el monaguillo aceptó el trato. No fueron pocos los encuentros que Teresa y Miguel tuvieron solo en la cabaña del seminario, sino en todos y cada uno de los rincones de aquella casa construida en el nombre de Dios, pero bueno, eso ya son otros relatos eróticos que no nos conciernen por el momento.

Habiéndose solucionado todo, el Padre Damián tenía otra tarea aún más difícil…saber qué iba a suceder no solo con él y con Cielo Riveros, sino con el hijo que esperaban. Así que sin más preámbulos, puso rumbo hacia el hospital.

-Buenas tardes; la paciente Cielo Riveros García Morales, soy el cura de su parroquia y vengo a hacerle una visita dijo este a la recepcionista.

-Habitación 665, planta número 6 respondió la empleada.

Conforme el Padre Damián iba andando hacia el ascensor, se puso a pensar en lo curiosa que le parecía la asignación de la planta en la que se hospedaba Cielo Riveros. Sería cosa del destino o pura casualidad ¿Quién sabe? Terminó con esta pregunta el padre Damián con sus pensamientos, justamente cuando el tono del ascensor, le avisó que había llego a la sexta planta. Nada más salir de aquella caja elevadora, el Padre Damián se encontró de frente con los padres de Cielo Riveros;

-Buenas tardes dijo este.

Inmediatamente la madre de Cielo Riveros se lanzó sollozando a los brazos del cura.

-Qué desgraciados que somos Padre Damián dijo esta entre llantos.

-Por qué hija mía, un bebé siempre es una alegría para la casa, ya lo dijo Jesús añadió este.

-¿Se está riendo usted de nosotros? sonó por detrás, era el padre de Cielo Riveros. Mi hija va a tener un bebé que no sabemos de quién coño es, ¿Cómo vamos a estar contentos?

-Eso no es ahora lo importante, lo principal es que Cielo Riveros esté bien y el bebé nazca sano dijo el Padre Damián con intención de reconfortar la mente de aquellos desdichados, aún a sabiendas de que él era el principal causante de la tragedia por la que aquella familia estaba pasando.

-Pedro, por qué no bajas a la cafetería a por un café mientras me quedo con el Padre Damián aquí, rezando por el alma de nuestra hija.

El marido, con desgana terminó aceptando el pedido. Así que al mismo tiempo que se cerraban de nuevo las puertas del ascensor pero ahora con Pedro, el padre de Cielo Riveros, se escuchaba en el pasillo a la madre;

-Ave María purísima.

-Sin pecado concebida.

-¿Por qué nos tiene que pasar esto a nosotros Padre? Somos una familia de bien, católica, vamos siempre a misa, rezamos, no hacemos mal a nadie, ¿Por qué el señor nos manda este castigo?

-Hija mía, el señor no manda castigos, sino pruebas para que le demostremos la fe que tenemos en él. Por eso, debéis aceptar al bebé como una bendición y alegraros de su llegada. La virgen María quedó embarazada a través de nuestro señor, y San José, sin cabreo alguno, aceptó a Jesús como su hijo, porque él sabía que todo era obra de Dios, por eso vosotros debéis hacer lo mismo con vuestro nieto.

-Tiene razón padre, pero es tan difícil dijo aquella madre desconsolada al mismo tiempo que volvía a abrazar al Padre Damián.

-¿Qué haces hija? Dijo el cura sorprendido al ver cómo esta le intentaba dar un beso en la boca.

-Béseme padre, mi marido hace meses que no me toca, desde que se enteró de lo de Cielo Riveros dice que el sexo es asqueroso y que él tiene la culpa de todo lo que nos ha sucedido. Tóqueme padre, hágalo como lo hacía conmigo cuando organizábamos el rastrillo de los domingos en la Iglesia.

Por un momento, el Padre Damián llegó a pensar cómo había sido capaz, no solo de follarse a Cielo Riveros y dejarla embarazada, sino mucho tiempo antes, follarse a su madre. Lo que no entiende todavía, es como sabiendo que hubo algo entre ellos hace años, esta mandaba todo los jueves a Cielo Riveros para que se confesase. ¿Querría tener la madre una excusa para acercarse de nuevo al Padre Damián o habría otro motivo?

-Hija, esos días fueron oscuros para ambos, ninguno de nosotros debemos sentirnos orgullosos de ello, ya pagamos por nuestros pecados. Ahora es tiempo de mirar hacia delante.

-Tiene usted razón, dijo aquella madre al mismo tiempo que volvía a colocarse bien la falda y sacar su mano de la entrepierna del Padre Damián.

-Iré a hablar un rato a solas con Cielo Riveros, a ver cómo se encuentra dijo el padre para poder escapar de aquella situación de tensión.

Cuando el Padre Damián abrió la puerta y vio a Cielo Riveros, ambos no supieron cómo reaccionar.

-Qué tal estás dijo este tras cerrar la puerta.

-Bien respondió Cielo Riveros de manera escueta.

-¿Cómo vas a llamar al bebé?

-Creo que María respondió la futura mamá.

-Le piensas decir algo a tus padres sobre que yo soy el pa…

Fue en ese momento cuando la matrona irrumpió en la habitación haciendo que la conversación quedase en nada.

-Qué tal estás Cielo Riveros preguntó esta.

-Bien, pero cada vez las contracciones son más frecuentes y dolorosas.

Una pequeña sonrisa de complicidad por entender la situación en la que se encontraba Cielo Riveros, hizo que se le dibujase una pequeña sonrisa en la cara a aquella matrona.

-Es normal, las madres primerizas como tú, dilatéis más lento que otras mujeres que ya han sido mamás, por eso mientras tanto, debes seguir haciendo los ejercicios de dilatación y sobre todo, tomártelo con paciencia ¿Vale?

-Incluso el padre Damián puede ayudarte a hacer los ejercicios, terminó diciendo la mujer mientras salía por la misma puerta por la cual había entrado que hace unos minutos.

Fueron pasando los minutos, pero ninguno de los ejercicios conseguía quitarle, o aunque fuese reducirle el dolor a Cielo Riveros durante un tiempo.

-Déjame que vea cómo va esto dijo el Padre Damián al mismo tiempo que levantaba parte de la bata que cubría el sexo de Cielo Riveros.

-¿Qué hace Padre Damián? dijo Cielo Riveros con voz temblorosa al mismo tiempo que notaba como aquel cura iba restregando sus dedos lentamente por el sexo de su sierva.

-La enfermera ha dicho que debía ayudarte con los ejercicios de dilatación ¿No? Pues eso hago hija mía. A medida que los dedos del Padre Damián iban recorriendo cada una de las cavidades que formaban el coño de Cielo Riveros, este iba subiendo lentamente su cuerpo a la camilla sobre la que esta se encontraba acostada, hasta tal punto de encontrarse de rodillas frente a ella.

Una vez que el padre Damián estaba en la posición de penitencia, se fue remangando lentamente la sotana con la mano que le quedaba libre, ya que la otra, a través de sus dedos, estaba ocupada generándole placer a Cielo Riveros.

El monitor que quedaba junto a ellos, comenzó a pitar de manera frenética. Las pulsaciones de Cielo Riveros iban tan deprisa, que aquel aparato pero sobre todo el corazón de esta, parecía que iban a explotar en cuestión de segundos. La situación empeoró cuando el Padre Damián, estuvo lo suficientemente cerca de Cielo Riveros como para empezar a restregarle su polla, por los labios del coño de Cielo Riveros. Por un momento, el monitor reflejó la imagen del feto, la cual no pasó desapercibida para el Padre Damián, este quedó privado ante la belleza de la vida. Fue en ese instante cuando se dio cuenta de que estaba a punto de follarse a una embarazada, ese pensamiento le puso todavía más cachondo de lo que estaba, así que sin pudor alguno, introdujo su pene por completo por aquel maravilloso orificio que Dios había creado en todos y cada uno de los cuerpos de las mujeres.

Una mancha de color negro comenzó a visionarse en aquel monitor, se movía a gran velocidad, aparecía durante unos segundos en la pantalla y un segundo después desaparecía. Estaría bien que todos esos aparatos indicasen con un pequeño cartel, todo lo que va apareciendo en la pantalla pensó el Padre Damián. Pasaron varios segundos hasta que este se dio cuenta de que la mancha que se desvanecía una y otra vez ante sus ojos…era su polla. El tamaño de sexo del Padre Damián no había pasado desapercibido por aquel monitor. Aquella imagen era preciosa, a una lado su polla y al otro su hija. Hubiese pedido una copia a las enfermeras del hospital para enmarcarla en su despacho de la iglesia, pero no sería una buena idea pensó en ese momento.

-Tóqueme las tetas susurraba Cielo Riveros mientras se intentaba tapar la cara con la almohada, inclinando de vez en cuando la cabeza para observar la escena. Nunca antes había estado embarazada y aún menos ser follada por un cura estándolo, ese pecado debía ser el más grande si Dios los hubiese juzgado en ese mismo momento, pensó ella. No sabía por qué, pero desde pequeña, siempre le había gustado ser la mala, y sobre todo…ser castigada.

Las manos del padre Damián apretaron aquellas ubres como el suicida se agarra a la repisa del balcón en el momento justo en el que se da cuenta de que no era tan buena idea precipitarse al vacío por un día malo. Aquellas manos habían hecho de todo, talar árboles en el seminario, poner cemento, matar cerdos durante la matanza, dar la eucaristía, masturbaciones…pero tocar las tetas de una embarazada…jamás. En el momento en el que aquellos dedos apretaron los dos bultos que Cielo Riveros tenía por tetas, un líquido blanquecino salió disparado hacia su boca, cayendo por completo en ella.

-Esto es leche dijo el Padre Damián tras tragar aquella sustancia espesa.

Sin pensárselo ni un segundo más, continuó apretándolas, manchándolo todo a su alrededor. A media que cada chorro de leche salía de aquellas tetas e impactaba sobre él, este se sentía más sucio todavía.

El pene del Padre Damián hacía tiempo que no paraba de entrar y salir del coño de Cielo Riveros. Ambos jadeaban como dos perros en celo, hasta tal punto de evadir la propia idea de que Cielo Riveros iba a dar a luz, todo era una fantasía en sus cabezas, pero eso les estaba dando morbo y placer, que eran sus drogas favoritas.

-Corred, corred se escuchaba de fondo por los pasillos. El padre Damián supuso que serían los médicos junto con los padres de Cielo Riveros quienes vendrían corriendo, avisados por las altas pulsaciones de su hija, pero ya era tarde, El Padre Damián no se había follada solo a su Cielo Riveros, sino también…a su nieta.

-Hijo de la gran p…se escuchó decir al padre de Cielo Riveros desde la puerta, al mismo tiempo que este se abalanzaba sobre él.

Otra persona en su sano juicio hubiera parado ante la sorpresa, pero al Padre Damián todo le daba igual ya, su lista de pecados era interminable y sabía que merecía castigo por ellos, así que echándole más leña al fuego, agarró con firmeza los muslos de Cielo Riveros, y antes de recibir un puñetazo a manos de su suegro, el Padre Damián se corrió como nunca antes lo había hecho en el coño de Cielo Riveros, llenando por completo de semen, no solo el coño de Cielo Riveros sino también el cuerpo de su hija.
El frío de las esposas recorriendo el grosor de las muñecas, era una sensación que el Padre Damián jamás olvidaría.

-Está usted detenido por la presunta violación de la paciente, tiene derecho a guardar silencio, todo lo que diga podrá ser utilizado en su contra, si no puede costearse un abogado se le asignará uno de oficio.

Esa frase era una de las preferidas del Padre Damián, los días en los que este no tenía que cumplir con sus obligaciones eclesiásticas, gastaba su tiempo en el bar de enfrente de la capilla o viendo series policiales.

En más de una ocasión, el Padre Damián fantaseaba con la idea de ser el protagonista de aquellos capítulos. Le hubiese encantado ser el policía que arrestaba al culpable, para luego follárselo en el calabozo a cambio de su libertad, o ser él mismo el acusado y dejar que una policía subida de tono hiciese con él lo que quisiera. En cualquiera de los casos, el Padre Damián quería estar presente en la escena, tal vez eso fue lo que le impulsó a cometer aquella oleada de folladas, tanto a Cielo Riveros en el confesionario de la Iglesia y en el hospital, como a la novicia Teresa el día de su ordenamiento.

Varios policías tuvieron que intervenir para impedir que el padre de Cielo Riveros se abalanzase sobre aquel cura y lo matase a golpes. Nadie daba crédito a todo lo que había sucedido en aquella habitación hace apenas unos minutos. La madre de Cielo Riveros se encontraba totalmente derrumbada en una de las esquinas de la sala, sentada en el suelo, abrazándose a sí misma, metiendo la cabeza entre el hueco que formaban sus brazos. ¿Cómo era posible que con todo lo que ella había rezado por su hija, esta hubiese sucumbido a las tentaciones del mismísimo demonio? Se repetía una y otra vez.

Por otro lado, Cielo Riveros no quitaba atención a todos y cada uno de los detalles que su vista alcanzaba a ver; la sonrisa del padre Damián siendo esposado, cómo este mismo pasaba por delante de su padre sin apartar la mirada, desafiándolo a que se deshiciese de los policías que le estaban sujetándolo y le diese su merecido, el llanto ahogado de su madre, los latidos acelerados del feto en el monitor, la sensación del semen del padre Damián cayendo por sus piernas, todo sumaba a lo que probablemente fuese el mejor día de su vida.

Nada más salir del hospital, los policías que escoltaban al padre Damián, lo empujaron sin ningún pudor a la parte trasera del coche de policía. Durante el trayecto ninguno de los allí presentes se dignó a mediar palabra. Aquellos policías le repugnaba el simple hecho de tener que dirigirse a una figura como la que representaba el Padre Damián. De vez en cuando, estos echaban una mirada por el retrovisor para ver qué hacía, pero a diferencia de esos dos hombres de ley, el Padre Damián con la cabeza apoyada en la ventanilla, miraba glorioso el paisaje al mismo tiempo que sonreía. Parecía como si quisiera apreciar por última vez, la obra que un día creo el que fue su padre, Dios todo poderoso.

Cuando llegaron a la cárcel, el padre Damián tuvo que pasar un reconocimiento exhaustivo. Este no daba crédito al trato que estaba recibiendo; lo desvistieron por completo como si fuese un animal, le cachearon, le dieron una vestimenta que olía a sudor y por si fuese poco le asignaron una de las peores celdas del centro. Todo esto se debía a que el nuevo alcaide era muy estricto con las violaciones, por eso condenaba tajantemente a todos lo que se atrevían a cometer tal acto.

Cuando el padre Damián llegó a su celda, descubrió que esta apenas tenía un colchón tirado en el suelo y un agujero para hacer sus necesidades, así que tras contemplar aquella escena, decidió que lo mejor sería dar una vuelta por el patio y terminar de ver las instalaciones.

Como sucede en una comunidad de vecinos, no pasó más de una hora en que todos los presos supiesen por qué un cura como el padre Damián había terminado en la cárcel. Los susurros se fueron haciendo cada vez más presentes a medida que el cura se iba cruzando con sus compañeros de prisión. Harto de que todo el mundo hablase de él y lo señalase, el padre Damián decidió retirarse a la capilla, la cual construyó el alcaide hace años para los presos, encontrando así una forma de librarse de los demonios que los atormentaban y los habían llevado a cometer sus delitos.

-Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme, dijo el Padre Damián tras arrodillarse en uno de los bancos de la primera fila. Sé que no he actuado con buena fe señor, estoy dispuesto a cumplir la penitencia que tu hijo, “el hombre” me imponga, pero por favor, necesito una muestra de tu castigo y a la vez de tu perdón. ¿Qué puedo hacer para qué me perdones? ¿Fustigarme? Lo haré. ¿Arrancarme los ojos? Lo haré.

No contento con su plegaria, el padre Damián se levantó y se fue acercando lentamente al cristo crucificado que había tras el altar, hasta estar lo suficientemente cerca como para apreciar una muesca de felicidad en la cara de este. Parecía como si el cristo se estuviese riendo de algo en especial.

-Por favor Señor, mándeme una señal insistió el padre Damián.

Fue en ese momento cuando en una de las esquinas de la sala pareció escucharse algo.

-¿Hola? Dijo el Padre Damián, ¿Quién anda ahí?

La figura de una persona comenzó a dibujarse a lo lejos. El padre Damián se tranquilizó más al pensar que solo sería uno de los presos que querría gastarle una broma o que mejor aún, vendría a la capilla a rezar como él. Pero para su sorpresa todo empeoró cuando la poca luz que había en aquel lugar, le permitió ver que aquel hombre no estaba solo, sino que venía acompañado por un grupo de más presos, los cuales ocultaban su rostro tras una careta con la cara del mismísimo demonio.

El padre Damián fue retrocediendo hasta toparse de espaldas con el altar, pero cuando intentó mirar hacia los lados buscando una posible escapatoria, se dio cuenta de que ya era tarde, estaba rodeado.

-¡No! Alejadse de mí vociferaba este.

-Pero qué sucede padre, cómo puede tenerle miedo al demonio, si él es quien nos hace ser como somos. ¿Quién sino hizo que usted cometiese aquella atrocidad en el hospital?

-Yo no violé a nadie, éramos amantes y el hijo que esperaba es mío. Yo no he hecho nada.

-Claro, claro, yo tampoco violé a mi mujer y luego la maté, aquí somos todos inocentes dijo el mismo preso.

Aquellos hombres con cabeza de demonio se fueron aproximando al padre Damián, y cuando menos se lo esperó, estos se abalanzaron sobre aquel cura, empezando a desvestirlo y maniatarlo.

-No, por favor, parad, yo solo quería rezar y pedirle perdón a Dios.

-¿Perdón Padre? ¿Por qué debería usted disculparse? Si nos acaba de decir que era inocente. Además, creemos que la gente de su calaña se merece ser juzgada por alguien como nosotros.

-Solo Dios puede juzgarme gritó el Padre Damián entre sollozos.

-Con que solo puede juzgarle Dios eh, eso ya lo veremos.

El padre Damián se encontraba atado de pies a cabeza. Aquellos lunáticos habían hecho una auténtica obra maestra, hasta tal punto que ni el más experto en Shibari podría haber conseguido. Por un momento, cualquier persona habría supuesto que el padre Damián estaba rezando, si no fuese por dos razones; la primera que este estaba desnudo, y la segunda, porque una cuerda rodeaba su cuello atando al mismo tiempo sus muñecas y sus pies, imposibilitando cualquier plan de fuga que se pasase por su cabeza en esos momentos.

Los presos se fueron turnando el cuerpo del padre Damián como el que cambia sus cromos repetidos a la salida de clase con sus amigos. Algunos de ellos se comportaban como verdaderas bestias, introducían sus miembros sin ningún pudor, ya fuese por la boca o el ano, o incluso los dos a la vez, hasta tal punto de hacerle vomitar o incluso, defecarse encima. Las penetraciones eran constantes, no existía lapso de tiempo alguno que le permitiese al padre Damián respirar antes de la siguiente follada.

Fue en ese momento cuando el Padre Damián se dio cuenta que el castigo que le había puesto su padre todo poderoso, era morir de placer, solo así podría abandonar su cuerpo manchado por el pecado y ascender con su alma pura al reino de los cielos.

-Más por favor, quiero más empezó a suplicar el padre Damián.

Fue entonces cuando uno de los presos cogió el cáliz que reposaba sobre el mármol del altar y acercándoselo a su sexo comenzó a eyacular hasta echarlo todo dentro.

- Pasároslo y correros dentro.

Como si del jefe del grupo se tratase, todos siguieron la orden al pie de la letra, y cuando el cáliz estaba lo suficientemente lleno como para empezar a desbordarse, se lo acercaron a la cara del padre Damián.

-Bebe exclamó el jefe de los presos, al mismo tiempo que iba acercando el cáliz a la boca del padre Damián. Así me gusta, que te lo tragues todo.

Cuando no quedó ninguna gota de semen en el cáliz, los presos desataron al padre Damián.

-Recuerda que todavía te queda comulgar, exclamó el jefe de los presos. Tras aquella frase, todos comenzaron a golpearlo hasta dejarlo semiinconsciente. Pero cuando parecía que toda aquella pesadilla había terminado, estos cogieron de nuevo las cuerdas y arrastrando el cuerpo del Padre Damián lo colgaron en la cruz que había sobre el altar, justamente encima del cristo.

-Padre, por qué me has abandonado dijo este.

Fue en ese preciso instante cuando uno de los presos escaló la cruz y situándose a la espalda del padre, le susurró al oído;

-Nos ha mandado nuestro jefe, ya es hora de que te reúnas con él dijo el preso jefe al mismo tiempo que se quitaba la máscara.

¡Era el alcaide! El padre Damián no daba crédito a lo que sus ojos estaban viendo. Así que tras aquella terrorífica frase y la expresión demoniaca en la cara del alcaide, este sacó un cuchillo y sin pensárselo dos veces, pasó su filo por el cuello del padre Damián, haciendo que muriese desangrado ante la mirada de aquellos demonios disfrazados de hombres.

Fin.
escrito el
2025-01-12
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