Probando la zanahoria en la verdulería

por
género
incesto

Un día como cualquier otro salí a hacer algunas compras por el barrio y, luego de pasar por varios lugares, terminé en una verdulería a pocas cuadras de mi casa.
Allí atendía un verdulero bastante descarado, que a todas las mujeres nos decía continuamente procacidades con doble sentido. Pero esa mañana era diferente. Yo estaba muy caliente porque Víctor no me había cogido en las últimas noches, aduciendo que estaba estresado por el exceso de trabajo y además decía que andaba con mucho cansancio acumulado y realmente no quería dejarme con las ganas; pero era mucho peor todavía que ni siquiera intentara cogerme…
Entonces esa mañana, las procacidades de este hombre ordinario tenían un efecto bastante grave en mi cuerpo, haciéndome humedecer la concha y endureciéndome los pezones por la excitación. Me sentía muy caliente y eso era irreversible.
“Usted ya probó mi banana?” Me preguntó, mostrando un plátano enorme.
“Me imagino que debe estar bastante dura” Respondí yo, sin quedarme atrás…
Mientras le contestaba así, no podía quitar mi vista de su entrepierna, donde se veía un bulto bastante considerable. Me imaginé que el tipo también se estaba calentando conmigo…
Le pedí todas las verduras que necesitaba, pero al llegar a las zanahorias, me dijo que las había traído hacía unos minutos y estaban en unos cajones al fondo.
Respondí que haría otras compras y volvería más tarde.
Cuando regresé, ya casi era mediodía y el verdulero estaba solo y cerrando.
“Las zanahorias siguen en el fondo; pase para elegirlas Usted misma” Me dijo.
Pasé delante de él, sintiendo que sus ojos se clavaban en la raja de mi culo, bastante notable debajo de mis calzas de gimnasia. El hombre venía casi pegado detrás de mí; podía sentir su aliento en mi nuca y eso me calentaba todavía más.
Comencé a balancear mis caderas y el tipo lanzó un suspiro de aprobación. De pronto me detuve en seco y él no pudo evitar atropellar mi cola con su verga bien endurecida. Me pidió perdón, pero yo sabía que eso era lo que el tipo buscaba…
El contacto de su verga contra mis nalgas terminó de hacerme mojar la concha…
Llegamos a una especie de galpón de chapas, donde estaban acumulados varios cajones. A un lado había una pequeña cama, con un colchón grueso y sábanas limpias. El verdulero vio mi expresión de asombro y explicó:
“Este colchón es para las clientas que tardan mucho en decidirse” Intentó aclarar. Pero a mí no me quedó claro qué era lo que debían decidir.
“Ahí están las zanahorias” Me señaló un cajón en el suelo.
Me doblé por la cintura para mirar las zanahorias de cerca y entonces lo sentí.
Su verga endurecida se apoyó contra mis nalgas bien marcadas, mientras el tipo me aferraba por las caderas con sus gruesas manos. Me quedé quieta, sabiendo que estaba tomando un camino del que no podría regresar…
“Qué le parece esta zanahoria…?” Me susurró al oído, apretándome más…
Antes que pudiera yo decir algo, el verdulero me bajó las calzas hasta las rodillas, quedando a la vista mi tanga roja metida entre mis cachetes. Deslizó una mano acariciando mis muslos y subió hasta rozar mis labios vaginales con sus dedos.
“Le gusta a la señora, esta poronga dura que tengo para ella…?” Preguntó.
“Si, me gusta…” Respondí apenas en un leve suspiro.
El hombre entonces me hizo girar y fue empujándome con su verga hasta la cama. Me decía que me iba a llenar de pija y de leche, como yo andaba buscando.
Me deje llevar. Ya estaba totalmente entregada y solo quería sentir adentro de mi concha esa verga dura y enorme de ese tipo tan ordinario. Realmente necesitaba calmar un poco esa calentura que me tenía tan loca en esos días…
Me tiró boca abajo sobre las sábanas y me dijo que iba a hacerme morder ese colchón de lo duro que me iba a coger.
Yo no decía nada. Solo me dejaba llevar y recordaba que, en ese mismo momento, mi adorado Víctor se estaba estresando otro poco más en su oficina.
Pero ya nada me importaba. Tenía hambre de este verdulero ordinario y su tremenda verga que ya estaba lista para penetrarme. Me iba a dejar la concha bien abierta y llena de semen pegajoso y caliente.
El tipo no perdió tiempo en preliminares. Sabía que mi concha estaba bien mojada a esa altura. Me arrancó la tanga roja de un tirón, destrozándola en pedazos. Se los guardó en un bolsillo y metió dos de sus gruesos dedos en mi vagina. Me revolvió bien el interior, mientras me llamaba “puta” y me decía lo mojada y caliente que estaba mi concha.
Yo solo gemí y abrí un poco las piernas. Eso lo excitó más todavía. En par de segundos se quitó los pantalones y me tomó por los cabellos, para hacerme girar la cabeza y que pudiera admirar su magnífica verga. Era realmente algo enorme.
“Te va a encantar tragarte esta pija, nena”. Me dijo, metiéndola entre mis labios.
Apenas me entraba la cabeza bien gruesa de esa tremenda poronga; pese a que el verdulero me empujaba tomándome por la nuca, para que me la tragara entera. Así estuvo cogiéndome la boca durante unos diez minutos, hasta que sentí el líquido pre seminal recorriendo mi boca.
Me la sacó de golpe, dejándome recuperar la respiración.
Me hizo poner de pie y girar, dándole la espalda. Me dio un par de azotes en las nalgas con una de sus pesadas manos y me advirtió:
“Te voy a partir en cuatro, como se hace con una buena perrita como vos…”
Me levantó una pierna y yo tuve que tomarme de sus hombros para mantener el equilibrio. Así de pie como estábamos, agarró su verga con una mano y la condujo entre mis labios vaginales bien abiertos y lubricados.
Comenzó a cogerme así de pie, con largos embates, mientras me metía un dedo en el culo. Me cogía mientras no dejaba de decirme todo tipo de insultos y groserías.
Yo gemía y me salían chillidos destemplados en cada bombeada que me propinaba con su implacable poronga gruesa y dura como una piedra.
De repente se salió y me empujó boca abajo sobre el colchón; tomándome por la cintura, haciendo que mi culo se levantara en el aire.
“Hoy vas a volver a tu casa con la concha bien abierta y llena de leche, puta”.
Me penetró violentamente, haciéndome aullar de dolor. Me excitaba escuchar las cosas que me decía. Su verga amplificaba con cada golpe en mi concha, cada palabra del tipo. Me cogía bien duro, pero yo lo estaba disfrutando más que él.
Me hizo acabar y aullar como a una verdadera perra. Apenas se dio cuenta de mi orgasmo, me la sacó y me gritó que me abriera las nalgas con mis manos.
Le supliqué que no me cogiera por el culo. Esa verga era demasiado gruesa para soportarla en mi ano. Pero el muy bruto ordinario insistió:
“Viniste aquí por verga, pedazo de puta… y yo voy a darte toda la que quieras…”
Me entregué a su lascivia; sabía que no iba a poder evitar que ese hombre me rompiera el culo. No sentí miedo. Sabía que iba a doler un poco, pero igual iba a disfrutar esa verga taladrándome la puerta trasera…
Apoyé mi cara sobre las sábanas y me preparé para sentir el embate. El bruto pasó toda su verga por la hendidura de mis nalgas, luego me las abrió y sentí que me escupía en mi estrecha entrada. Luego apoyó esa enorme cabeza y finalmente empujó sin compasión. Me la metió hasta casi la mitad y se detuvo unos segundos. Después siguió penetrando, hasta que sentí sus bolas chocando contra mi cola.
Yo solo dejaba escapar unos quejidos y lamentos; suplicándole que me la sacara; pero al mismo tiempo estaba disfrutando como nunca esa enculada infernal. Nunca nadie me había clavado por el culo con tanta dureza. El tipo comenzó a bombearme como loco. Mientras, me azotaba las nalgas con sus manos…
Estuvo cogiéndome por el culo durante más de media hora; incansable; hasta que de repente no pudo aguantar más y explotó en el fondo de mi castigado ano.
Se vistió; eligió las zanahorias y me dejó ir, sin mi tanga roja y con el culo rebalsando de semen. Al salir a la calle noté que me dolía bastante y me ardía la cola, lo cual me hacía caminar de una manera algo graciosa…
Al llegar a mi casa encontré que Víctor estaba ahí sentado mirando televisión, porque había suspendido su actividad vespertina en la oficina. Pude ver en sus ojos que él sabía que yo venía de hacerme coger por alguien; pero, por supuesto, no me dijo nada. Evité besarlo para que mi adorado esposo pudiera sentir el semen del verdulero en mis labios.
Sonreí y le dije que iba a preparar un rico almuerzo, pero después de darme una ducha, ya que venía de caminar bajo el sol y me sentía transpirada y sucia…
Esa noche preparé una rica ensalada de zanahorias para la cena y entonces… al día siguiente tuve que regresar a la verdulería por más…
escrito el
2016-09-08
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