La última visita del mecánico
por
Anitaslut44
género
hetero
Anita estaba bastante calmada desde la última cogida que le había dado en nuestra propia casa ese enorme negro jamaiquino amigo de Ricardo,
Por las tardes me recibía con poses sexy cuando yo volvía de la oficina y por las noches se ponía mucho más cariñosa. Era raro en esos días no despertarme en plena noche con la boca de mi dulce esposa alrededor de mi verga bien endurecida. Cogíamos hasta el amanecer y nos quedábamos abrazados, muy cansados pero también muy relajados.
Hasta que una tarde Ana me llamó, para decirme que había reaparecido el mecánico, luego de varias semanas de ausencia y que esa noche vendría a casa a cenar. Me dio un poco de bronca, pero luego me tranquilicé, pensando que tendría la oportunidad de ver otra vez a mi delicada mujercita enculada por este bruto desconsiderado y miserable.
Llegué un poco tarde a casa, algo demorado por el tránsito y encontré que Anita ya había tomado un baño de burbujas y se había maquillado. Ahora se paseaba completamente desnuda por la casa, usando solamente unos zapatos de taco alto que estilizaban sus hermosas piernas.
Verla así me calentó sobre manera. Pude sentir que mi pija se endurecía y trataba de salirse de mis pantalones. Yo también me desnudé; me acerqué por detrás a ella mientras estaba inclinada en cuatro patas buscando algo debajo de la cama y así como estaba la tomé por las caderas y le metí hasta el fondo mi verga a punto de estallar.
Anita se sobresaltó por la sorpresa y trató de debatirse para zafar de mi abrazo, diciendo que estaba muy caliente reservándose para que la cogiera Ricardo con su maravillosa pija. Mientras más luchaba por escapar, más adentro sentía yo que estaba enterrándole mi verga.
Finalmente ella se abandonó y comenzó a gemir muy despacio, mientras seguía insultándome entre jadeos y suspiros. Mi tranca bien endurecida entraba y salía con facilidad de su empapada concha; podía ver mi verga recubierta por sus jugos.
En menos de cinco minutos sentí una especie de electricidad que me recorría el cuerpo y tomando las suaves caderas de Ana con firmeza, empujé hacia a delante y allí me quedé por fin quieto, sintiendo como estallaba de placer en un orgasmo infernal, mi leche invadiendo el interior de esa concha ardiente y humedecida.
Besé su espalda desnuda y finalmente la liberé de mis garras. Ella se levantó con una expresión de disgusto, diciendo que no había podido acabar y por lo tanto estaba mucho más caliente que antes. Se encerró en el baño y no disimuló algunos aullidos que dejó escapar mientras se masturbaba…
Más tarde, ya más relajada, Anita bajó al comedor. Estaba espectacular, su hermoso cuerpo apenas cubierto con un breve vestido de terciopelo color negro, que dejaba descubierta su espalda y tenía un tremendo escote en el centro. Tenía los mismos tacones que tanto me habían excitado mientras la cogía como a una perrita. Al verme sentado en el sillón se paró delante del televisor e inclinó la cintura, para mostrarme que no llevaba ropa interior.
“Así estoy más cómoda y Ricardo puede meterme sus dedos si quiere…” Dijo ronroneando.
Al escucharla y verla así ofreciéndome su culo, mi verga volvió a endurecerse. Ana lo notó y estalló en una carcajada, diciéndome que me aguantara. Con un poco de suerte, Ricardo me permitiría quedarme a mirar…
“Dijo que me extraña y que está muy, muy caliente, así que es muy posible que quiera cogerme a solas, sin que puedas estar presente esta noche”.
Le recriminé esto último, diciéndole que nuestro trato con ese mecánico miserable era que podía cogerla como quisiera, pero yo debería estar presente siempre…
A las diez en punto apareció Ricardo, siempre con la misma cara de lujuria y la eterna estúpida sonrisa a flor de labios. Por supuesto a mí apenas me saludó y fue directamente a abrazar a Anita.
“Putita mía, qué ganas tenía de venir a cogerte… me extrañaste, perra?”.
Le preguntó a Ana, mientras la mantenía abrazada por la cintura y una de sus manos se deslizaba por debajo del vestido. Enseguida ella pegó un respingo de sorpresa, imaginé que un dedo de ese turro había entrado en su cavidad anal. El muy estúpido sonrió diciendo:
“Así me gusta, nena, que mantengas siempre este culo bien estrecho para mi verga”.
Es decir, iba a sodomizarla sin compasión el muy hijo de puta.
Mi mujercita anunció alegremente que la cena estaría lista en unos minutos. El mecánico sonrió y se sentó junto a mi esposa. Podía ver que su mano estaba debajo de la mesa, seguramente entre las piernas de Ana, disfrutando de la humedad de su concha…
Después de cenar Ricardo intentó disfrutar de mi whisky, pero le anuncié que no había comprado más desde la última vez que él mismo había vaciado todas mis existencias del bar. Dijo riendo:
“Ya que no queda nada espirituoso, tendré que contentarme con el cuerpo de tu mujercita…”
Al mismo tiempo alzó a mi grácil esposa por su delicada cintura y la cargó sobre un hombro.
“Vas a tener que escuchar detrás de la puerta; hoy tengo ganas de disfrutar esta putita yo solo…”
Con Anita colgada de su hombro subió las escaleras en dos pasos y se encerraron en nuestro dormitorio. Un par de minutos después comencé a escuchar los suaves gemidos de mi esposa.
Este bruto rara vez le daba sexo oral, así que imaginé a Anita en cuatro patas y a este desconsiderado cogiéndola desde atrás. Casi enseguida se oyeron los chirridos de la cama, señal de que, efectivamente, habían prescindido del sexo oral…
Los gemidos de Anita pronto se convirtieron en jadeos y alaridos de placer, mezclados con gritos y pedidos para que la cogiera más fuerte…
Pronto se calló, pero casi enseguida dejó escapar otro aullido, demostrando que comenzaba a tener un buen orgasmo. Después hubo un silencio prolongado y entonces la suave voz de Ana comenzó in crescendo:
“Por favor, más despacio… me duele mucho… ayyyyy, despacio!!!”.
Estaba metiéndosela por el culo, el muy turro. Ese culo hermoso que Ana me había estado negando por casi dos semanas… ahora otra vez este bruto ordinario lo estaba disfrutando como el mejor.
Pronto Ana comenzó a jadear y la cama volvió a chirriar. Esta vez el que gritó en voz alta fue Ricardo, cuando evidentemente vació todo su semen en el ahora no tan cerrado culo de ella…
La puerta del dormitorio se abrió y apareció Ana, que me besó dulcemente al verme parado allí.
Dijo que la había pasado bastante bien y que Ricardo se quedaría toda la noche con ella, porque pretendía echarse un polvo mañanero antes de irse a su casa. Volvió a besarme y se dirigió al baño. Pude ver que caminaba con dificultad y que corría semen entre sus interminables torneadas piernas.
Me acosté en el sillón del comedor y antes de las ocho de la mañana, los gemidos de Ana y los chirridos de nuestra cama me despertaron. Otra vez ese hijo de puta estaba gozando del delicioso cuerpo de mi mujercita.
Un rato después bajó el mecánico, ya vestido para irse. Subí a ver en qué estado había dejado a mi esposa, luego de cogérsela por un par de horas interminables.
Ana estaba boca abajo en la cama, su cuerpo lleno de moretones y arañazos, los muslos abiertos dejaban ver el semen deslizándose hasta manchar las sábanas. Esta vez habían tenido sexo oral, porque varias manchas de semen cubrían el bello rostro de Ana y manchaban sus cabellos…
Ella levantó la vista y sonrió, diciendo que ese mecánico bruto y ordinario la había disfrutado por última vez. Había venido a despedirse de las bondades del cuerpo de mi esposa, porque había conseguido un trabajo en Europa y en un par de días ya estaría viajando, para no volver más…
Respiré aliviado, sintiendo que por fin comenzábamos a despertar de nuestra horrenda pesadilla…
Por las tardes me recibía con poses sexy cuando yo volvía de la oficina y por las noches se ponía mucho más cariñosa. Era raro en esos días no despertarme en plena noche con la boca de mi dulce esposa alrededor de mi verga bien endurecida. Cogíamos hasta el amanecer y nos quedábamos abrazados, muy cansados pero también muy relajados.
Hasta que una tarde Ana me llamó, para decirme que había reaparecido el mecánico, luego de varias semanas de ausencia y que esa noche vendría a casa a cenar. Me dio un poco de bronca, pero luego me tranquilicé, pensando que tendría la oportunidad de ver otra vez a mi delicada mujercita enculada por este bruto desconsiderado y miserable.
Llegué un poco tarde a casa, algo demorado por el tránsito y encontré que Anita ya había tomado un baño de burbujas y se había maquillado. Ahora se paseaba completamente desnuda por la casa, usando solamente unos zapatos de taco alto que estilizaban sus hermosas piernas.
Verla así me calentó sobre manera. Pude sentir que mi pija se endurecía y trataba de salirse de mis pantalones. Yo también me desnudé; me acerqué por detrás a ella mientras estaba inclinada en cuatro patas buscando algo debajo de la cama y así como estaba la tomé por las caderas y le metí hasta el fondo mi verga a punto de estallar.
Anita se sobresaltó por la sorpresa y trató de debatirse para zafar de mi abrazo, diciendo que estaba muy caliente reservándose para que la cogiera Ricardo con su maravillosa pija. Mientras más luchaba por escapar, más adentro sentía yo que estaba enterrándole mi verga.
Finalmente ella se abandonó y comenzó a gemir muy despacio, mientras seguía insultándome entre jadeos y suspiros. Mi tranca bien endurecida entraba y salía con facilidad de su empapada concha; podía ver mi verga recubierta por sus jugos.
En menos de cinco minutos sentí una especie de electricidad que me recorría el cuerpo y tomando las suaves caderas de Ana con firmeza, empujé hacia a delante y allí me quedé por fin quieto, sintiendo como estallaba de placer en un orgasmo infernal, mi leche invadiendo el interior de esa concha ardiente y humedecida.
Besé su espalda desnuda y finalmente la liberé de mis garras. Ella se levantó con una expresión de disgusto, diciendo que no había podido acabar y por lo tanto estaba mucho más caliente que antes. Se encerró en el baño y no disimuló algunos aullidos que dejó escapar mientras se masturbaba…
Más tarde, ya más relajada, Anita bajó al comedor. Estaba espectacular, su hermoso cuerpo apenas cubierto con un breve vestido de terciopelo color negro, que dejaba descubierta su espalda y tenía un tremendo escote en el centro. Tenía los mismos tacones que tanto me habían excitado mientras la cogía como a una perrita. Al verme sentado en el sillón se paró delante del televisor e inclinó la cintura, para mostrarme que no llevaba ropa interior.
“Así estoy más cómoda y Ricardo puede meterme sus dedos si quiere…” Dijo ronroneando.
Al escucharla y verla así ofreciéndome su culo, mi verga volvió a endurecerse. Ana lo notó y estalló en una carcajada, diciéndome que me aguantara. Con un poco de suerte, Ricardo me permitiría quedarme a mirar…
“Dijo que me extraña y que está muy, muy caliente, así que es muy posible que quiera cogerme a solas, sin que puedas estar presente esta noche”.
Le recriminé esto último, diciéndole que nuestro trato con ese mecánico miserable era que podía cogerla como quisiera, pero yo debería estar presente siempre…
A las diez en punto apareció Ricardo, siempre con la misma cara de lujuria y la eterna estúpida sonrisa a flor de labios. Por supuesto a mí apenas me saludó y fue directamente a abrazar a Anita.
“Putita mía, qué ganas tenía de venir a cogerte… me extrañaste, perra?”.
Le preguntó a Ana, mientras la mantenía abrazada por la cintura y una de sus manos se deslizaba por debajo del vestido. Enseguida ella pegó un respingo de sorpresa, imaginé que un dedo de ese turro había entrado en su cavidad anal. El muy estúpido sonrió diciendo:
“Así me gusta, nena, que mantengas siempre este culo bien estrecho para mi verga”.
Es decir, iba a sodomizarla sin compasión el muy hijo de puta.
Mi mujercita anunció alegremente que la cena estaría lista en unos minutos. El mecánico sonrió y se sentó junto a mi esposa. Podía ver que su mano estaba debajo de la mesa, seguramente entre las piernas de Ana, disfrutando de la humedad de su concha…
Después de cenar Ricardo intentó disfrutar de mi whisky, pero le anuncié que no había comprado más desde la última vez que él mismo había vaciado todas mis existencias del bar. Dijo riendo:
“Ya que no queda nada espirituoso, tendré que contentarme con el cuerpo de tu mujercita…”
Al mismo tiempo alzó a mi grácil esposa por su delicada cintura y la cargó sobre un hombro.
“Vas a tener que escuchar detrás de la puerta; hoy tengo ganas de disfrutar esta putita yo solo…”
Con Anita colgada de su hombro subió las escaleras en dos pasos y se encerraron en nuestro dormitorio. Un par de minutos después comencé a escuchar los suaves gemidos de mi esposa.
Este bruto rara vez le daba sexo oral, así que imaginé a Anita en cuatro patas y a este desconsiderado cogiéndola desde atrás. Casi enseguida se oyeron los chirridos de la cama, señal de que, efectivamente, habían prescindido del sexo oral…
Los gemidos de Anita pronto se convirtieron en jadeos y alaridos de placer, mezclados con gritos y pedidos para que la cogiera más fuerte…
Pronto se calló, pero casi enseguida dejó escapar otro aullido, demostrando que comenzaba a tener un buen orgasmo. Después hubo un silencio prolongado y entonces la suave voz de Ana comenzó in crescendo:
“Por favor, más despacio… me duele mucho… ayyyyy, despacio!!!”.
Estaba metiéndosela por el culo, el muy turro. Ese culo hermoso que Ana me había estado negando por casi dos semanas… ahora otra vez este bruto ordinario lo estaba disfrutando como el mejor.
Pronto Ana comenzó a jadear y la cama volvió a chirriar. Esta vez el que gritó en voz alta fue Ricardo, cuando evidentemente vació todo su semen en el ahora no tan cerrado culo de ella…
La puerta del dormitorio se abrió y apareció Ana, que me besó dulcemente al verme parado allí.
Dijo que la había pasado bastante bien y que Ricardo se quedaría toda la noche con ella, porque pretendía echarse un polvo mañanero antes de irse a su casa. Volvió a besarme y se dirigió al baño. Pude ver que caminaba con dificultad y que corría semen entre sus interminables torneadas piernas.
Me acosté en el sillón del comedor y antes de las ocho de la mañana, los gemidos de Ana y los chirridos de nuestra cama me despertaron. Otra vez ese hijo de puta estaba gozando del delicioso cuerpo de mi mujercita.
Un rato después bajó el mecánico, ya vestido para irse. Subí a ver en qué estado había dejado a mi esposa, luego de cogérsela por un par de horas interminables.
Ana estaba boca abajo en la cama, su cuerpo lleno de moretones y arañazos, los muslos abiertos dejaban ver el semen deslizándose hasta manchar las sábanas. Esta vez habían tenido sexo oral, porque varias manchas de semen cubrían el bello rostro de Ana y manchaban sus cabellos…
Ella levantó la vista y sonrió, diciendo que ese mecánico bruto y ordinario la había disfrutado por última vez. Había venido a despedirse de las bondades del cuerpo de mi esposa, porque había conseguido un trabajo en Europa y en un par de días ya estaría viajando, para no volver más…
Respiré aliviado, sintiendo que por fin comenzábamos a despertar de nuestra horrenda pesadilla…
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