El tío Alberto por la puerta trasera
por
Anitaslut44
género
hetero
Al día siguiente de esa tremenda cogida que me había dado el tío Alberto, mi adorado Víctor regresó repentinamente de su viaje y así el viejo no pudo cumplir su amenaza de romperme el culo “como nadie me lo había roto en toda mi vida…”
Esa noche de reencuentro con mi esposo, tuvimos una culeada magnífica y con ello se me calmó un poco el deseo de ser sometida otra vez por ese viejo. Don Alberto continuó levantándose mujeres, vaya a saber dónde las conseguía, para después traerlas al departamento del fondo, donde las hacía aullar y gritar de placer durante casi toda la noche…
Cada vez que oía los gritos de las mujeres, mi concha se humedecía pensando que yo podría ser la que estuviera entrelazada en el cuerpo de ese hombre, gimiendo y jadeando con su enorme verga dentro de mi cuerpo.
Varios días después, el viejo tuvo la oportunidad de someterme otra vez a sus deseos salvajes… y por supuesto eso a mí me dejó como loca…
Esa mañana acompañé a Víctor hasta la puerta a despedirlo. Llevaba todavía la ropa de cama que usaba en verano: un pequeño top bien ajustado a mis tetas y un mini short de algodón que apenas me cubría la cola.
Don Alberto a esa hora venía desde afuera y se quedó conversando algo con mi esposo. Verlos juntos charlando animadamente me provocó un poco de morbo. En ese momento me vinieron a la mente las imágenes de aquella culeada en manos del viejo.
Besé a Víctor y regresé adentro, para empezar con las labores domésticas.
Unos minutos después, la puerta de la cocina se abrió. Giré pensando que Víctor había regresado para buscar algo olvidado; pero allí estaba parado Don Alberto, mirándome de arriba abajo, con una sonrisa socarrona.
“Qué putita amaneciste hoy, Anita, con esa cola redonda casi al aire…”
“Hoy tenemos todo el día libre para que pruebes mi verga en ese culito…”
Sus últimas palabras retumbaron en mi cabeza y me sacaron del trance donde estaba sumergida. Lo enfrenté para decirle:
“Usted está loco, tío, esa verga suya es demasiado grande para mi culo”.
Ya vas a ver cómo te entra toda adentro y vas a pedirme más todavía…”
Dijo mientras atravesaba el umbral y se abalanzaba sobre mi cuerpo. Me arrinconó contra una pared y pasó sus manos a mi espalda, donde aferró mis nalgas y las apretó con todas las ganas. Esas manos callosas apretando mi culo hicieron que me excitara al máximo, mientras el viejo besaba mi cuello y mordisqueaba mi oreja.
“Despacio, tío, no quiero que Víctor encuentre moretones en mi cuello”
Le supliqué, mientras ya empezaba a jadear de placer sintiendo el contacto de todo su cuerpo apretando el mío. Supe que estaba perdida; otra vez iba a ser su puta para que él hiciera conmigo lo que se le antojara…
Me arrancó el top de un manotazo y se puso a lamer mis pezones erectos. Luego de repente, también me desgarró el breve short de algodón, dejándome completamente desnuda, a merced de sus enormes manos.
Sin ninguna dificultad me aferró por las nalgas y me cargó entre sus brazos, para llevarme hasta mi habitación, donde me depositó sobre la cama.
Don Alberto se desvistió y otra vez pude ver esa verga enorme que unos días atrás me había provocado tantos orgasmos. No me dio tiempo a nada, se lanzó sobre la cama y enseguida empecé a sentir sus dedos desplazar los pliegues de mis labios externos, lo cual no le fue difícil, ya que se encontraban muy bien lubricados debido a mi calentura…
“Hoy estás apretada otra vez, nena… mi sobrino te cogió anoche…?”
Sin dejar de suspirar, asentí con mi cabeza y el viejo se rio a carcajadas.
“Entonces la debe tener muy chiquita, aquí ni se nota que estuvo él…”
Me dijo con sarcasmo, mientras chupaba sus dedos llenos de mi esencia y volvía a meterlos en mi concha, provocándome aullidos de placer.
Yo estaba disfrutando increíblemente, cada que el viejo metía sus dedos en mi vagina, sentía una descarga eléctrica dentro de mi cuerpo; hasta que finalmente apareció mi primer orgasmo.
Don Alberto sonrió al notar mi estado de entrega total y metió su cabeza entre mis muslos, para continuar la tarea de hacerme gozar con su lengua.
Apenas comenzó a chuparme la concha y jugar con mi clítoris, experimente un par de orgasmos consecutivos. Fueron tremendos, me dejaron temblando sin control. Pero el viejo no me dio tregua, ya que siguió lamiendo mi vagina y metiendo sus dedos a fondo, mientras disfrutaba de verme retorciéndome de placer y suplicándole que no se detuviera.
Después de hacerme acabar otras tres veces, acercó su poderosa verga a mi boca y me ordenó que se la chupara. Yo la tomé entre mis manos y comencé a tratar de metérmela en la boca, pero otra vez fue una tarea imposible…
Fui de a poco comiéndola cada vez más, mientras sentía cómo esa pija descomunal crecía dentro de mi boca. De repente Don Alberto me empujó suavemente, se bajó de la cama y jaló de mis tobillos hasta dejarme casi al borde, con mis pies apoyados en el suelo. Me abrió los muslos y se inclinó sobre mi cuerpo. Apoyó la punta de su verga sobre mis labios vaginales y comenzó a jugar, dándome golpes con ella sobre mi abertura…
“Te gusta mi verga, puta, quiero que lo digas en voz alta…” Me ordenó.
Yo estaba tan caliente, que sin pensarlo le grité con todas mis ganas:
“Me encanta su verga, tío, quiero que me coja y no juegue más conmigo…”
Sonrió otra vez y poco a poco introdujo su verga entre mis labios externos; rozando mi clítoris y entrando despacio hasta el fondo de mi húmeda y muy dilatada vagina. Se quedó quieto unos segundos y después comenzó con su ritmo de meter y sacar lentamente.
Yo estaba muy caliente y comencé a mover mi cuerpo contra su verga, quería que me cogiera con más ímpetu, quería sentir dolor con esa pija maravillosa enterrada en mi concha.
El viejo entonces colocó mis tobillos sobre sus hombros y, en esa posición, pudo meterme más a fondo todo el largo de su gruesa verga. Me hizo delirar y unos instantes después comenzó a bombearme con todo, arrancándome varios orgasmos consecutivos y tremendos…
Después me hizo cabalgar sobre él y finalmente me tomó desde atrás.
De repente Don Alberto me dijo:
“Ahora te voy a dar vaselina, para entrar en ese culito redondo y estrecho”
Volví a decirle que esa verga en mi culo seguramente me provocaría no solo dolor, sino también algún desgarro; su pija era demasiado gruesa.
Pero él ya ni siquiera me escuchaba. Siguió lamiendo mis labios vaginales, mientras metía un dedo con vaselina en mi entrada anal, pasando i dilatando despacio mi esfínter. Cada vez que su dedo entraba, me provocaba una especie de calambre en todo mi cuerpo.
Después de un buen rato esparciendo vaselina y metiéndome hasta tres de sus gruesos dedos, el viejo se incorporó y me hizo apoyar sobre mis codos y rodillas.
“Así me gusta… como una verdadera perra…” Dijo riéndose.
Se arrodilló detrás de mí y entonces comencé a sentir esa punta dura tratando de penetrar mi esfínter. El dolor era intenso, pero apreté los dientes para que Don Alberto no supiera que me estaba destrozando.
Sentía que ese tronco enorme me quemaba el recto; a pesar de que se estaba deslizando suavemente, gracias a la abundante cantidad de vaselina que me lubricaba bastante bien…
Comencé a aferrar las sábanas con mis manos y hundí mi cara en una almohada, tratando de soportar el dolor y el ardor. En un momento traté de debatirme para sacármela, pero el viejo me soltó una palmada en las nalgas; me aferró por la cintura y de un golpe me la metió toda. Al sentirla así de repente, no pude contener un grito y las lágrimas. El dolor ya era insoportable. Le supliqué que me sacara esa serpiente enorme de mi culo, pero él insistió, hundiéndose todavía un poco más.
“Despacio, Anita, tu culo ahora se va a amoldar a mi verga…”
Permaneció quieto por unos instantes y luego inició el conocido mete y saca de mi trasero en llamas…
Unos minutos después de bombearme, ya comencé a sentir menos dolor y más placer. Empecé a gozar esa invasión salvaje dentro de mi trasero. Al final terminé yendo yo con mi cuerpo yendo al encuentro de esa verga dura que me empalaba brutalmente por el culo…
“Voy a acabar otra vez…” Alcancé a gritar entre sollozos entrecortados.
“Cuando quieras, perra, yo te voy a llenar ese culo de leche caliente”. Dijo.
Momentos después sentí como acababa en un orgasmo intenso mientras sentía más dura y más grande la verga de Don Alberto; que seguía incansable taladrándome el trasero. Siguió así unos minutos, sin darme respiro, hasta que de repente sentí su semen hirviente llenando mi ano.
El viejo se salió muy despacio de mi cuerpo, me dio un par de palmadas en las nalgas y se fue a su habitación sin decir una sola palabra. Yo me quedé allí rendida de cansancio boca abajo sobre mi cama; la misma cama que compartía con mi esposo, tratando de recuperar mi ritmo cardíaco, mientras sentía el semen del tío Alberto salir de mi ahora dilatado ano.
Me relajé demasiado, porque me desperté casi cuando empezaba a caer el sol. Me levanté para darme una ducha y sacarme del cuerpo el sudor, el olor a sexo y por supuesto, los restos de semen del viejo.
Esa noche mi adorado esposo me invitó a cenar afuera y yo lo agradecí porque realmente había quedado demasiado agotada para cocinar algo después de semejante maratón sexual vespertina. Por suerte, al regresar a casa Víctor se disculpó porque también estaba agotado y un poco estresado por su trabajo; así que lo abracé en la cama, mientras mi culo seguía palpitando…y mis ratones seguían pensando en la verga del tío Alberto.
Esa noche de reencuentro con mi esposo, tuvimos una culeada magnífica y con ello se me calmó un poco el deseo de ser sometida otra vez por ese viejo. Don Alberto continuó levantándose mujeres, vaya a saber dónde las conseguía, para después traerlas al departamento del fondo, donde las hacía aullar y gritar de placer durante casi toda la noche…
Cada vez que oía los gritos de las mujeres, mi concha se humedecía pensando que yo podría ser la que estuviera entrelazada en el cuerpo de ese hombre, gimiendo y jadeando con su enorme verga dentro de mi cuerpo.
Varios días después, el viejo tuvo la oportunidad de someterme otra vez a sus deseos salvajes… y por supuesto eso a mí me dejó como loca…
Esa mañana acompañé a Víctor hasta la puerta a despedirlo. Llevaba todavía la ropa de cama que usaba en verano: un pequeño top bien ajustado a mis tetas y un mini short de algodón que apenas me cubría la cola.
Don Alberto a esa hora venía desde afuera y se quedó conversando algo con mi esposo. Verlos juntos charlando animadamente me provocó un poco de morbo. En ese momento me vinieron a la mente las imágenes de aquella culeada en manos del viejo.
Besé a Víctor y regresé adentro, para empezar con las labores domésticas.
Unos minutos después, la puerta de la cocina se abrió. Giré pensando que Víctor había regresado para buscar algo olvidado; pero allí estaba parado Don Alberto, mirándome de arriba abajo, con una sonrisa socarrona.
“Qué putita amaneciste hoy, Anita, con esa cola redonda casi al aire…”
“Hoy tenemos todo el día libre para que pruebes mi verga en ese culito…”
Sus últimas palabras retumbaron en mi cabeza y me sacaron del trance donde estaba sumergida. Lo enfrenté para decirle:
“Usted está loco, tío, esa verga suya es demasiado grande para mi culo”.
Ya vas a ver cómo te entra toda adentro y vas a pedirme más todavía…”
Dijo mientras atravesaba el umbral y se abalanzaba sobre mi cuerpo. Me arrinconó contra una pared y pasó sus manos a mi espalda, donde aferró mis nalgas y las apretó con todas las ganas. Esas manos callosas apretando mi culo hicieron que me excitara al máximo, mientras el viejo besaba mi cuello y mordisqueaba mi oreja.
“Despacio, tío, no quiero que Víctor encuentre moretones en mi cuello”
Le supliqué, mientras ya empezaba a jadear de placer sintiendo el contacto de todo su cuerpo apretando el mío. Supe que estaba perdida; otra vez iba a ser su puta para que él hiciera conmigo lo que se le antojara…
Me arrancó el top de un manotazo y se puso a lamer mis pezones erectos. Luego de repente, también me desgarró el breve short de algodón, dejándome completamente desnuda, a merced de sus enormes manos.
Sin ninguna dificultad me aferró por las nalgas y me cargó entre sus brazos, para llevarme hasta mi habitación, donde me depositó sobre la cama.
Don Alberto se desvistió y otra vez pude ver esa verga enorme que unos días atrás me había provocado tantos orgasmos. No me dio tiempo a nada, se lanzó sobre la cama y enseguida empecé a sentir sus dedos desplazar los pliegues de mis labios externos, lo cual no le fue difícil, ya que se encontraban muy bien lubricados debido a mi calentura…
“Hoy estás apretada otra vez, nena… mi sobrino te cogió anoche…?”
Sin dejar de suspirar, asentí con mi cabeza y el viejo se rio a carcajadas.
“Entonces la debe tener muy chiquita, aquí ni se nota que estuvo él…”
Me dijo con sarcasmo, mientras chupaba sus dedos llenos de mi esencia y volvía a meterlos en mi concha, provocándome aullidos de placer.
Yo estaba disfrutando increíblemente, cada que el viejo metía sus dedos en mi vagina, sentía una descarga eléctrica dentro de mi cuerpo; hasta que finalmente apareció mi primer orgasmo.
Don Alberto sonrió al notar mi estado de entrega total y metió su cabeza entre mis muslos, para continuar la tarea de hacerme gozar con su lengua.
Apenas comenzó a chuparme la concha y jugar con mi clítoris, experimente un par de orgasmos consecutivos. Fueron tremendos, me dejaron temblando sin control. Pero el viejo no me dio tregua, ya que siguió lamiendo mi vagina y metiendo sus dedos a fondo, mientras disfrutaba de verme retorciéndome de placer y suplicándole que no se detuviera.
Después de hacerme acabar otras tres veces, acercó su poderosa verga a mi boca y me ordenó que se la chupara. Yo la tomé entre mis manos y comencé a tratar de metérmela en la boca, pero otra vez fue una tarea imposible…
Fui de a poco comiéndola cada vez más, mientras sentía cómo esa pija descomunal crecía dentro de mi boca. De repente Don Alberto me empujó suavemente, se bajó de la cama y jaló de mis tobillos hasta dejarme casi al borde, con mis pies apoyados en el suelo. Me abrió los muslos y se inclinó sobre mi cuerpo. Apoyó la punta de su verga sobre mis labios vaginales y comenzó a jugar, dándome golpes con ella sobre mi abertura…
“Te gusta mi verga, puta, quiero que lo digas en voz alta…” Me ordenó.
Yo estaba tan caliente, que sin pensarlo le grité con todas mis ganas:
“Me encanta su verga, tío, quiero que me coja y no juegue más conmigo…”
Sonrió otra vez y poco a poco introdujo su verga entre mis labios externos; rozando mi clítoris y entrando despacio hasta el fondo de mi húmeda y muy dilatada vagina. Se quedó quieto unos segundos y después comenzó con su ritmo de meter y sacar lentamente.
Yo estaba muy caliente y comencé a mover mi cuerpo contra su verga, quería que me cogiera con más ímpetu, quería sentir dolor con esa pija maravillosa enterrada en mi concha.
El viejo entonces colocó mis tobillos sobre sus hombros y, en esa posición, pudo meterme más a fondo todo el largo de su gruesa verga. Me hizo delirar y unos instantes después comenzó a bombearme con todo, arrancándome varios orgasmos consecutivos y tremendos…
Después me hizo cabalgar sobre él y finalmente me tomó desde atrás.
De repente Don Alberto me dijo:
“Ahora te voy a dar vaselina, para entrar en ese culito redondo y estrecho”
Volví a decirle que esa verga en mi culo seguramente me provocaría no solo dolor, sino también algún desgarro; su pija era demasiado gruesa.
Pero él ya ni siquiera me escuchaba. Siguió lamiendo mis labios vaginales, mientras metía un dedo con vaselina en mi entrada anal, pasando i dilatando despacio mi esfínter. Cada vez que su dedo entraba, me provocaba una especie de calambre en todo mi cuerpo.
Después de un buen rato esparciendo vaselina y metiéndome hasta tres de sus gruesos dedos, el viejo se incorporó y me hizo apoyar sobre mis codos y rodillas.
“Así me gusta… como una verdadera perra…” Dijo riéndose.
Se arrodilló detrás de mí y entonces comencé a sentir esa punta dura tratando de penetrar mi esfínter. El dolor era intenso, pero apreté los dientes para que Don Alberto no supiera que me estaba destrozando.
Sentía que ese tronco enorme me quemaba el recto; a pesar de que se estaba deslizando suavemente, gracias a la abundante cantidad de vaselina que me lubricaba bastante bien…
Comencé a aferrar las sábanas con mis manos y hundí mi cara en una almohada, tratando de soportar el dolor y el ardor. En un momento traté de debatirme para sacármela, pero el viejo me soltó una palmada en las nalgas; me aferró por la cintura y de un golpe me la metió toda. Al sentirla así de repente, no pude contener un grito y las lágrimas. El dolor ya era insoportable. Le supliqué que me sacara esa serpiente enorme de mi culo, pero él insistió, hundiéndose todavía un poco más.
“Despacio, Anita, tu culo ahora se va a amoldar a mi verga…”
Permaneció quieto por unos instantes y luego inició el conocido mete y saca de mi trasero en llamas…
Unos minutos después de bombearme, ya comencé a sentir menos dolor y más placer. Empecé a gozar esa invasión salvaje dentro de mi trasero. Al final terminé yendo yo con mi cuerpo yendo al encuentro de esa verga dura que me empalaba brutalmente por el culo…
“Voy a acabar otra vez…” Alcancé a gritar entre sollozos entrecortados.
“Cuando quieras, perra, yo te voy a llenar ese culo de leche caliente”. Dijo.
Momentos después sentí como acababa en un orgasmo intenso mientras sentía más dura y más grande la verga de Don Alberto; que seguía incansable taladrándome el trasero. Siguió así unos minutos, sin darme respiro, hasta que de repente sentí su semen hirviente llenando mi ano.
El viejo se salió muy despacio de mi cuerpo, me dio un par de palmadas en las nalgas y se fue a su habitación sin decir una sola palabra. Yo me quedé allí rendida de cansancio boca abajo sobre mi cama; la misma cama que compartía con mi esposo, tratando de recuperar mi ritmo cardíaco, mientras sentía el semen del tío Alberto salir de mi ahora dilatado ano.
Me relajé demasiado, porque me desperté casi cuando empezaba a caer el sol. Me levanté para darme una ducha y sacarme del cuerpo el sudor, el olor a sexo y por supuesto, los restos de semen del viejo.
Esa noche mi adorado esposo me invitó a cenar afuera y yo lo agradecí porque realmente había quedado demasiado agotada para cocinar algo después de semejante maratón sexual vespertina. Por suerte, al regresar a casa Víctor se disculpó porque también estaba agotado y un poco estresado por su trabajo; así que lo abracé en la cama, mientras mi culo seguía palpitando…y mis ratones seguían pensando en la verga del tío Alberto.
1
votos
votos
evaluación
1
1
Continuar leyendo cuentos del mismo autor
historia previa
Miriam aparece otra vezsiguiente historia
Por la puerta de atrás
Comentarios de los lectores sobre la historia erótica