Un negro disfruta de Ana

por
género
hetero

Después del brutal trato callejero que había sufrido Ana, organizado por Ricardo, las cosas continuaron a un ritmo más o menos normal, o eso era lo que yo creía…

Una tarde terminé mis tareas antes de lo previsto y regresé a casa temprano.
Me extrañó el hecho de no encontrar a Anita en la cocina a esa hora, así que subí a nuestra habitación a cambiarme de ropa.

Ya desde la escalera pude oír los inconfundibles gemidos y jadeos de mi mujercita cuando alcanza un orgasmo. Me preparé para lo peor, otra vez encontraría a ese mecánico turro Ricardo rompiéndole el culo a Ana en cuatro patas, pero no fue así.

Mi dulce mujercita estaba sobre la cama, boca arriba con sus hermosas piernas bien abiertas, los ojos cerrados, vestida solamente con una liviana camiseta de algodón, que dejaba adivinar sus hermosos pezones bien erectos por la excitación.
Estaba metiéndose un enorme consolador negro de látex en su delicada concha, mientras gemía suavemente de placer.
Me quedé observando la escena desde la puerta, mientras sentía que mi verga iba despertando ante tan espectacular visión. Ana abrió sus ojos y me vio, pero volvió a cerrarlos, dedicándose de lleno a su placer.

Unos instantes después su escultural cuerpito se arqueó hacia arriba y dejó escapar un fuerte gemido, denotando que su nuevo juguete había cumplido muy bien su función.
Me acerqué a besarla, mientras le acariciaba el clítoris, sintiendo la humedad de sus fluidos, que ya se deslizaban sobre las sábanas. Le pregunté por ese nuevo aparato, para mi hasta hoy desconocido y entonces me respondió que se lo había traído Ricardo.

“Cuándo te lo trajo?” Inquirí con cara de sorpresa y preocupación.
“Hace un rato, vino a hacerme la cola otra vez y me trajo este regalo…”

No le creí, diciéndole que era una broma, pero por toda respuesta se puso boca abajo y tomó una de mis manos, haciendo que metiera mis dedos dentro de su firme culo. Era verdad, tenía el ano totalmente dilatado, donde mis dedos entraban con toda facilidad, pudiendo sentir el semen todavía fresco, desparramándose por esa hermosa raja.

Me puse totalmente loco, otra vez ese hijo de puta le había roto el culo a mi esposa sin mi presencia; sentía que eso era una traición de los dos.

Ana me dijo que se sentía muy caliente y no tenía paciencia para esperarme, por lo tanto, había llamado a Ricardo para que viniera a cogerla antes de mi regreso.
Mi dulce mujercita se preocupó al verme tan furioso, así que se acercó a mi bragueta para liberar mi endurecida pija y me dijo ronroneando que su cuerpo ya estaba lleno de leche, pero Ricardo la había cogido directamente sin sexo oral, por lo tanto su boquita estaba sedienta, lista para recibir algo grande. Mientras me susurraba esto, me chupó la verga hasta que me hizo acabar.
La muy turra me dejó sin más ánimo para seguir protestando…

Un rato después, mientras Anita se masturbaba bajo la ducha, llamó Ricardo, preguntándome si ya había visto como le había dejado la cola bien abierta y llena de semen. Lo insulté con todo lo que se ocurrió, recordándole nuestro trato de estar siempre presente cuando se cogiera a mi mujer.
Pero lo único que logré fue hacerlo reír a carcajadas.

“No te enojes Flaco, si te quedaste caliente, esta noche llevo a otro amigo para que disfrute esa linda concha que hay en tu casa, así que vos ahora ni la toques…

Quedamos entonces que vendría a la noche a enfiestar a Ana con otro amigo suyo.

Mi mujercita quedó enloquecida con la novedad y pude escuchar a través de la puerta del baño como alcanzaba otro de sus increíbles orgasmos bajo la ducha.

Después de cenar Ana subió a vestirse para la ocasión. Cuando volvió al comedor sentí otra vez que mi verga comenzaba a despertar en una dolorosa erección. Llevaba nuevamente ese diminuto vestido color dorado, bajo el cual parecía ir completamente desnuda, unos altos zapatos de taco con tiras que rodeaban sus perfectas piernas, enfundadas en medias de nylon que resaltaban su firmeza. Estaba muy sexy. Esta vez fastidio que fuera a disfrutarla un desconocido.

Finalmente aparecieron Ricardo y su amigo. Esta vez se trataba de un macizo hombre de raza negra, brasileño, que casi no cabía por la puerta. Sonrió mostrando todo el esplendor de su blanca dentadura cuando vio de cerca a Ana, ya desnudándola con la mirada y seguro calculando la forma en que iba a cogerla.

Creo que mi esposa debe haberse mojado encima cuando vio el tamaño de negro que tenía adelante. Por mi parte, ni quería imaginarme el pedazo de verga negra que calzaría semejante gigante. Realmente la iba a destrozar a mi dulce Ana.

Ricardo adivinó mi preocupación y se acercó a decirme:
“Flaco no te asustes, el negro dice que es de putos darle por el culo a una mujer, así que esta vez va a quedarle la colita intacta a mi putita, pero si este boludo se la pierde, yo la voy a disfrutar después, qué te parece…?”

Joao, que así se llamaba este monumento de ébano, no quería perder tiempo en preliminares, simplemente se quitó su remera, dejándonos envidiar su musculoso torso y luego se desprendió los pantalones, liberando una gigantesca serpiente negra que parecía una pija… o era al revés?
De todas maneras, era terriblemente enorme.

Anita se acercó y se arrodilló frente a él, lista para practicarle una buena fellatio.
Ricardo también se acercó con un vaso de whisky en la mano, listo para no perderse detalle de esa sesión de sexo oral.
Mi esposa comenzó a recorrer con su delicada lengua ese tremendo pedazo de carne de color negro. Todavía estaba en reposo, pero ya medía casi como mi brazo, bastante grueso, con una cabeza enorme.
Ana intentó tragarse esa verga entera pero no lo logró, así que el amigo Joao debió conformarse con una buena lamida, la mejor que debe haber recibido en su vida.

Luego de un buen rato de frustrados intentos de rodearla con los labios de Anita, el gigante negro dijo que estaba listo, con su verga durísima, dispuesto a disfrutar de la vagina de una mujer blanca casada.

Ella entonces se puso de pie y felinamente caminó hasta el sillón principal, balanceando sus caderas, provocando que Ricardo se tomara la entrepierna y comenzara a tocarse.
Se inclinó sobre el respaldo, levantando el corto vestidito dorado y sacando la cola, mostrando que estaba lista para gozar. Sus labios vaginales se veían bien estrechos, pero totalmente humedecidos por la excitación que le había producido chupar esa gigantesca verga negra.
El brasileño se aproximó lentamente, sosteniendo su increíble herramienta con ambas manos y muy suavemente la apoyó sobre la vagina que se le ofrecía descaradamente.
La penetró muy despacio, solamente el enorme glande al principio, para ver la reacción de Ana ante semejante invasión. Ella no se quejó, simplemente dejó escapar un suave gemido, dando a entender que no le dolía…

El negro entonces empujó un poco más adelante sus poderosas caderas, haciendo que Anita esta vez abriera la boca sin emitir ningún sonido. Enseguida se retiró por completo, pero mi esposa le pidió que volviera a penetrarla, porque ella lo podría aguantar; quería que la cogiera bien duro y no se preocupara por sus gritos.

Joao entonces se impulsó hacia adelante otra vez, llegando hasta el fondo de esa delicada vagina en una sola embestida. Ana comenzó a jadear y gemir más alto, gritando que siguiera así, mientras empujaba sus suaves caderas hacia atrás, al encuentro de esa gigantesca serpiente negra que ahora brillaba cubierta con los flujos vaginales.
El negro era incansable. La cogió durante un largo sin cambiar de posición ni decaer en el ritmo, mientras Ana alcanzaba al menos cuatro orgasmos, algunos temblando en silencio y otros aullando a todo pulmón.

De repente Joao sujetó a mi esposa firmemente por las caderas y lanzó un alarido salvaje, dejando saber que había acabado en el fondo de esa hermosa concha. Luego se quedó unos instantes muy quieto, disfrutando como su semen caliente inundaba el interior de mi delicada esposa.
Finalmente se la sacó muy lentamente, mientras ella gemía suavemente. Mi esposa descansó unos instantes recuperando el aliento y luego desapareció dentro del baño.
Ricardo volvió a reírse a carcajadas, mientras comentaba jocosamente:
“Flaco, parece que ahora tu mujercita es adicta a las grandes vergas negras!”
No pude reír, pensando en esa enorme pija negra que había disfrutado de Lorena.

El negro me agradeció que le hubiera permitido cogerse a mi esposa y se despidió muy alegremente, llevándose del brazo al hijo de puta de Ricardo antes de que pudiera articular palabra. Yo cerré la puerta detrás de ellos, y respiré aliviado, pensando que iba a poder disfrutar de la cola de Ana, imaginando que su concha castigada por esa enorme verga negra estaría imposible de tocar por varios días.

Ella salió del baño un poco decepcionada al ver la ausencia de Ricardo, pero enseguida su bello rostro se iluminó cuando me desnudé y vio lo que tenía para darle, mi verga totalmente endurecida y lista para disfrutarla como ella quisiera.

Me mostró como le había dejado la concha ese tremendo pedazo de negro: los labios externos más enrojecidos e inflamados que nunca y la entrada de la vagina totalmente dilatada. Realmente estaba bien abierta.

Fuimos a la cama y le hice la cola con mucha suavidad, pero mientras la oía gemir de placer con mi pija enterrada en el fondo de su estrecho ano, seguía todavía pensando hasta cuando íbamos a soportar este nuevo estilo de vida, que evidentemente, ya estaba por completo fuera de control.
escrito el
2016-09-15
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