El perrito de mi amiga Julia
por
Anitaslut44
género
hetero
Mi amiga Julia, con quien había compartido muchos años en la escuela secundaria, tenía que ausentarse del país por un par de semanas y no tenía ningún conocido que pudiera cuidar de su mascota en su ausencia.
Me atreví a ofrecerle mi ayuda; después de todo, conocía a ese perro muy bien y sabía que yo podría cuidarlo con el mismo amor que le daba mi amiga.
A mi adorado Víctor no le cayó demasiado bien la idea. Siempre le habían gustado los felinos y pensaba que nuestra gata Matilda podría sufrir con la invasión temporal de ese perro.
El bicho en cuestión era un hermoso ejemplar de Doberman, color negro azabache, pelo brillante, de ojos vivaces y una expresión recia. Era tal vez un poco grande de cuerpo, bastante percherón, pero para nada pasado de peso.
Julia estaba encantada y agradecida con mi actitud solidaria…
Su lindo perro, que se llamaba Argos, también pareció adaptarse bastante bien a su nuevo hogar temporal. Pude notar que tenía todo grande en su cuerpo, lo cual incluía su verga colorada. Yo no tenía ninguna experiencia en sexo con perros, pero realmente me excitaba pensar en la enorme y dura verga de Argos.
Durante los primeros días traté de hacerme amiga de Argos; lo mimaba mucho, lo alimentaba, lo acariciaba todo el tiempo y lo llevaba a pasear por el barrio.
Era verano y un día Víctor se quejó del olor que emanaba el cuerpo de nuestro huésped. Me sugirió que le diera un buen baño en la terraza.
Era mi oportunidad para manosearle bien ese fornido cuerpo y masajearle con abundante jabón esa respetable verga canina…
Lo metí en una especie de tina grande que había en la terraza y aproveché para masajearle la verga colorada. El bicho se quedó muy quieto y tranquilo mientras yo jugaba con su pito endurecido y lo pajeaba.
Esa misma noche Víctor se iba de viaje al interior, así que entonces me decidí a tener una oportunidad para probar la verga de Argos…
Llevé al bicho a mi habitación y me desnudé por completo. Puse una película porno en el video y comencé a meterme un consolador en mi concha, logrando que muy pronto sintiera mi vagina inundada por mis propios jugos…
Mientras tanto, el perro estaba echado sobre la alfombra, mirando mi concha mojada con expresión aburrida. Cuando acabé por segunda vez, me levanté del suelo y acerqué mi vulva al hocico de Argos…
Enseguida reaccionó, levantando la cabeza y comenzando a lamer mis labios vaginales. Comencé a gemir, sintiendo esa lengua rugosa que saboreaba mis jugos.
Mi huésped me provocó otros dos orgasmos seguidos, que me dejaron como loca.
De repente el perrito se puso de pie y caminó hasta ubicarse a mis espaldas. Yo me coloqué en posición de sumisión total, apoyada en la alfombra sobre mis codos y rodillas, ofreciéndole al bicho mi concha abierta y chorreante.
Argos acercó su hocico a mis labios vaginales y comenzó a olfatearme. Sentía su aliento caliente en la entrada de mi concha y eso me provocaba un placer inusitado.
Pensé que eso iba a ser todo por esa noche, pero de repente Argos se levantó y montó sobre mi espalda, sujetándome con sus patas delanteras.
Agaché mi cabeza y miré entre sus patas, donde pude ver su gruesa punta roja asomando fuera de su capullo peludo. Tuve miedo por su tamaño, pero pensé que si me resistía, tal vez el perro así alzado pudiera morderme.
Sentí que movía sus caderas tratando de penetrar alguno de mis dos orificios…
Un dolor intenso y repentino me indicó que finalmente Argos me la había metido por el culo. Se quedó quieto unos segundos y luego comenzó a bombearme en rápida sucesión, con embestidas furiosas y violentas.
Comencé a gritar de dolor como una loca; su verga realmente me estaba lastimando; pero no podía hacerle entender eso al pobre Argos. Yo había provocado la situación y el bicho solamente había seguido sus instintos naturales.
Pensé que me había desgarrado el culo, pero unos instantes después, el dolor por suerte dejó paso al placer. Comencé a gemir, sintiendo esa enorme verga colorada entrar y salir de mi ahora dilatado ano…
Sus caderas golpeaban mis nalgas, a la vez que con cada embestida me iba metiendo cada vez más y más su larga verga…
Me abandoné al placer y dejé caer mi cabeza sobre la alfombra, quedando mi culo erguido en el aire y ese noble bicho taladrándome el culo frenéticamente
De pronto sucedió lo que yo ya me imaginaba: aumentaron sus embestidas, golpeando cada vez más violentamente contra mis nalgas y mi esfínter terminó vencido por esa bola que tienen los perros en el medio de la verga.
Argos se detuvo repentinamente y me pareció que alcanzó su pico de placer, ya que un gemido lastimero salió de su garganta, a la vez que yo sentía un verdadero río de semen inundando mi recto…
Luego de ello intentó retirase, pero le fue imposible: habíamos quedado abotonados con esa bola gruesa aprisionada entre las paredes internas de mi ano…
Yo presentí que iba a tener otro orgasmo vaginal, que resultó tremendamente placentero, mientras Argos seguía derramando su semen en el fondo de mi recto…
Estuvimos casi media hora en esa misma posición, abotonados sin poder despegarnos ni un solo milímetro, mientras el bicho continuaba llenando mi culo con su semen caliente. Finalmente Argos se relajó y sentí que tiraba hacia atrás, tratando de despegarse. El vacío que sentí mientras se retiraba, estuvo a punto de provocarme un nuevo orgasmo.
Argos volvió a acostarse en la alfombra, mientras se lamía su verga colorada, ahora manchada con su semen y mis fluidos.
Coloqué un pequeño espejo entre mis muslos para ver cómo me había quedado la entrada anal. Me asusté un poco, estaba muy dilatada y enrojecida, además de seguir dejando escapar una cantidad increíble de semen.
Jamás un hombre me había hecho disfrutar así del sexo anal; ni siquiera Víctor con toda su experiencia y sus rabiosas ganas. Realmente Argos me dejó enloquecida.
Volví a hacerme sodomizar por Argos en otras dos oportunidades, aprovechando siempre las ausencias de Víctor.
Unos días después de devolverlo a su legítima dueña, Julia me llamó desesperada, diciendo que su fiel Argos había subido a su cama mientras ella estaba acostada boca abajo y había intentado romperle el culo… Algo que el noble bicho nunca había hecho.
Era algo extraño, le respondí, ya que conmigo se había comportado muy, muy bien…
Me atreví a ofrecerle mi ayuda; después de todo, conocía a ese perro muy bien y sabía que yo podría cuidarlo con el mismo amor que le daba mi amiga.
A mi adorado Víctor no le cayó demasiado bien la idea. Siempre le habían gustado los felinos y pensaba que nuestra gata Matilda podría sufrir con la invasión temporal de ese perro.
El bicho en cuestión era un hermoso ejemplar de Doberman, color negro azabache, pelo brillante, de ojos vivaces y una expresión recia. Era tal vez un poco grande de cuerpo, bastante percherón, pero para nada pasado de peso.
Julia estaba encantada y agradecida con mi actitud solidaria…
Su lindo perro, que se llamaba Argos, también pareció adaptarse bastante bien a su nuevo hogar temporal. Pude notar que tenía todo grande en su cuerpo, lo cual incluía su verga colorada. Yo no tenía ninguna experiencia en sexo con perros, pero realmente me excitaba pensar en la enorme y dura verga de Argos.
Durante los primeros días traté de hacerme amiga de Argos; lo mimaba mucho, lo alimentaba, lo acariciaba todo el tiempo y lo llevaba a pasear por el barrio.
Era verano y un día Víctor se quejó del olor que emanaba el cuerpo de nuestro huésped. Me sugirió que le diera un buen baño en la terraza.
Era mi oportunidad para manosearle bien ese fornido cuerpo y masajearle con abundante jabón esa respetable verga canina…
Lo metí en una especie de tina grande que había en la terraza y aproveché para masajearle la verga colorada. El bicho se quedó muy quieto y tranquilo mientras yo jugaba con su pito endurecido y lo pajeaba.
Esa misma noche Víctor se iba de viaje al interior, así que entonces me decidí a tener una oportunidad para probar la verga de Argos…
Llevé al bicho a mi habitación y me desnudé por completo. Puse una película porno en el video y comencé a meterme un consolador en mi concha, logrando que muy pronto sintiera mi vagina inundada por mis propios jugos…
Mientras tanto, el perro estaba echado sobre la alfombra, mirando mi concha mojada con expresión aburrida. Cuando acabé por segunda vez, me levanté del suelo y acerqué mi vulva al hocico de Argos…
Enseguida reaccionó, levantando la cabeza y comenzando a lamer mis labios vaginales. Comencé a gemir, sintiendo esa lengua rugosa que saboreaba mis jugos.
Mi huésped me provocó otros dos orgasmos seguidos, que me dejaron como loca.
De repente el perrito se puso de pie y caminó hasta ubicarse a mis espaldas. Yo me coloqué en posición de sumisión total, apoyada en la alfombra sobre mis codos y rodillas, ofreciéndole al bicho mi concha abierta y chorreante.
Argos acercó su hocico a mis labios vaginales y comenzó a olfatearme. Sentía su aliento caliente en la entrada de mi concha y eso me provocaba un placer inusitado.
Pensé que eso iba a ser todo por esa noche, pero de repente Argos se levantó y montó sobre mi espalda, sujetándome con sus patas delanteras.
Agaché mi cabeza y miré entre sus patas, donde pude ver su gruesa punta roja asomando fuera de su capullo peludo. Tuve miedo por su tamaño, pero pensé que si me resistía, tal vez el perro así alzado pudiera morderme.
Sentí que movía sus caderas tratando de penetrar alguno de mis dos orificios…
Un dolor intenso y repentino me indicó que finalmente Argos me la había metido por el culo. Se quedó quieto unos segundos y luego comenzó a bombearme en rápida sucesión, con embestidas furiosas y violentas.
Comencé a gritar de dolor como una loca; su verga realmente me estaba lastimando; pero no podía hacerle entender eso al pobre Argos. Yo había provocado la situación y el bicho solamente había seguido sus instintos naturales.
Pensé que me había desgarrado el culo, pero unos instantes después, el dolor por suerte dejó paso al placer. Comencé a gemir, sintiendo esa enorme verga colorada entrar y salir de mi ahora dilatado ano…
Sus caderas golpeaban mis nalgas, a la vez que con cada embestida me iba metiendo cada vez más y más su larga verga…
Me abandoné al placer y dejé caer mi cabeza sobre la alfombra, quedando mi culo erguido en el aire y ese noble bicho taladrándome el culo frenéticamente
De pronto sucedió lo que yo ya me imaginaba: aumentaron sus embestidas, golpeando cada vez más violentamente contra mis nalgas y mi esfínter terminó vencido por esa bola que tienen los perros en el medio de la verga.
Argos se detuvo repentinamente y me pareció que alcanzó su pico de placer, ya que un gemido lastimero salió de su garganta, a la vez que yo sentía un verdadero río de semen inundando mi recto…
Luego de ello intentó retirase, pero le fue imposible: habíamos quedado abotonados con esa bola gruesa aprisionada entre las paredes internas de mi ano…
Yo presentí que iba a tener otro orgasmo vaginal, que resultó tremendamente placentero, mientras Argos seguía derramando su semen en el fondo de mi recto…
Estuvimos casi media hora en esa misma posición, abotonados sin poder despegarnos ni un solo milímetro, mientras el bicho continuaba llenando mi culo con su semen caliente. Finalmente Argos se relajó y sentí que tiraba hacia atrás, tratando de despegarse. El vacío que sentí mientras se retiraba, estuvo a punto de provocarme un nuevo orgasmo.
Argos volvió a acostarse en la alfombra, mientras se lamía su verga colorada, ahora manchada con su semen y mis fluidos.
Coloqué un pequeño espejo entre mis muslos para ver cómo me había quedado la entrada anal. Me asusté un poco, estaba muy dilatada y enrojecida, además de seguir dejando escapar una cantidad increíble de semen.
Jamás un hombre me había hecho disfrutar así del sexo anal; ni siquiera Víctor con toda su experiencia y sus rabiosas ganas. Realmente Argos me dejó enloquecida.
Volví a hacerme sodomizar por Argos en otras dos oportunidades, aprovechando siempre las ausencias de Víctor.
Unos días después de devolverlo a su legítima dueña, Julia me llamó desesperada, diciendo que su fiel Argos había subido a su cama mientras ella estaba acostada boca abajo y había intentado romperle el culo… Algo que el noble bicho nunca había hecho.
Era algo extraño, le respondí, ya que conmigo se había comportado muy, muy bien…
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