Anita y un camionero audaz
por
Anitaslut44
género
hetero
Estábamos recién casados con Anita y un fin de semana fuimos invitados por unos amigos a pasarlo con ellos en una pequeña estancia que tenían en el interior.
La noche del domingo, cuando quisimos a regresar a Buenos Aires, nuestro auto no quiso arrancar. A pesar de los esfuerzos que hicimos, todo fue inútil.
Nuestros amigos dijeron que recién el lunes habría disponible algún mecánico que pudiera repararlo, pero Ana y yo debíamos regresar a nuestros trabajos; así que finalmente nuestro anfitrión llamó a un amigo camionero, que justo esa noche debía partir para Buenos Aires. El hombre aceptó encantado llevarnos, diciendo que así el viaje le resultaría más ameno…
Un rato después nos subimos al camión de Beto, un tipo alegre y campechano. Durante la primera hora de viaje charlamos bastante y compartimos unos mates, hasta que yo empecé a cabecear; estaba realmente muerto de sueño.
Beto me ofreció echar una siesta y para ello me indicó una pequeña cabina con un catre detrás de los asientos. Me recosté allí y pronto perdí el sentido.
Apenas notó que yo estaba fuera de combate, Beto abandonó el doble sentido de los chistes que le contaba a Anita, pasando a ser lisa y llanamente de índole sexual…
Pero yo en realidad, estaba escuchando todo atentamente, aunque simulaba tener los ojos cerrados…
Le contó a mi esposa un par de anécdotas bien calientes y libidinosas, presionándola luego para que ella confesara a su vez algo que jamás había contado.
“Dale, Ana, tu marido está completamente anestesiado”. Se rió mientras se comía con la mirada a mi mujercita. Ella contó que no tenía secretos conmigo y que nunca me había engañado con otro hombre.
La siguiente anécdota de Beto fue simplemente una excusa absurda para decir que su verga era enorme. Ana le dijo que seguramente no era cierto…
“Por qué habría de mentirte, Anita, seguramente nunca viste nada tan grande…”
Le preguntó a Ana si quería apostar… si él ganaba, Ana tendría que chupársela…
Ana cometió el error de apostar… y ella ganó, confirmando que el caminero había exagerado, aunque de todos modos, por la expresión de su cara, el tipo la tenía bastante grande…
Beto se había bajado el cierre y sacado la pija del pantalón. Pero aunque había perdido la apuesta, no la había guardado. Observé que Ana no podía dejar de mirarla. Ambos estaban callados, pero de repente vi que Beto tomaba una mano de mi mujercita y la acercaba a su verga. Ana se dejó llevar, en silencio, como hipnotizada. Tocó esa carne tibia y cada vez más dura. Ya no pudo ni quiso soltarla. La acarició con ternura y la verga del camionero creció más.
Estuvieron así algunos minutos. Anita terminó agarrándola toda entre sus dedos, mientras él manejaba. Finalmente Beto avanzó sobre ella, siempre en silencio, le tomó la nuca con delicadeza y lentamente hizo que Ana inclinara su cabeza sobre esa pija enorme…
Ella ofreció una mínima resistencia, mirando hacia mi lado, comprobando mi respiración pesada, como si estuviera profundamente sin sentido.
Y finalmente Anita claudicó. Se llenó la boca con la verga dura del tipo y su lengua recorrió cada centímetro de esa cosa enorme. Lo pajeó y lo mamó, al mismo tiempo que Beto la manoseaba las tetas y el culo con una mano libre, sin dejar de conducir…
Quince minutos chupándole la pija hicieron que Beto por fin explotara en la boca llenándosela de leche. Anita se tragó todo y se limpió los labios con una servilleta.
“Lástima que atrás está el cornudo de tu marido, sino te pegaba una cogida mortal”.
Le dijo el tipo, mientras se acomodaba la verga dentro de sus pantalones.
Eso pareció excitar a mi mujercita, que respondió intercambiando teléfonos con él.
Un rato después simulé desperezarme de mi siesta y reaparecí en la cabina. El resto del viaje fue entretenido, con Beto contando algunas anécdotas más, mientras miraba de reojo las tetas de mi esposa…
Una semana más tarde llamó a casa, diciendo que tenía un viaje a Buenos Aires y si podía pasar a visitarnos.
El viernes a la noche se apareció con dos botellas de buen vino.
Ya desde que se había confirmado su visita, noté que Ana estaba un poco alterada.
Se vistió bastante sexy, con una minifalda bastante corta y una blusa ajustada, que dejaba apreciar sus hermosas tetas turgentes.
Cenamos y realmente lo pasamos muy bien. No noté nada raro, aunque se advertía que entre ellos dos había una especie de química especial.
Entre el vino y el cansancio por una larga jornada agotadora en mi trabajo, a las dos de la mañana me rendí, viendo que Beto no amagaba irse…
Me disculpé con él, alegando cansancio y les dije que me retiraba a descansar. Pero sabía que algo iba a ocurrir entre ellos y me quedé con la puerta de la habitación apenas entreabierta, escuchando todo lo que hablaban…
Anita le espetó directamente: “Te zarpaste mal, cómo se te ocurre venir hasta aquí?”
Beto ni siquiera le contestó: solamente se desabotonó los pantalones, como para que su verga erecta se asomara por la bragueta abierta.
“Vamos, putita, te debo una buena culeada desde hace una semana…” Le dijo.
Entonces Ana se acuclilló en el piso y fue gateando hasta esa verga enorme, metiéndosela una vez más en su delicada boca. Comenzó a lamerla y a chuparla en toda su extensión.
De repente Beto la tomó por el rostro con ambas manos y la hizo detenerse. Le metió una mano por debajo de la falda y luego de unos segundos, sacó sus dedos manchados con los fluidos de mi caliente mujercita...
“Ah, ni siquiera te pusiste bombachita… y ya estás chorreando, putita…” Sonrió.
Beto se levantó y se ubicó detrás de ella, entre sus muslos abiertos. Así en esa posición, aferró a mi esposa por las caderas y la atrajo hacia él, enterrando su gruesa verga en una sola embestida, bien a fondo en la delicada concha de Ana.
Ella gimió con un gesto de sorpresa; seguramente no esperaba que esa verga se sintiera tan enorme en su concha bien lubricada. Pero enseguida se relajó y comenzó a empujar hacia atrás, yendo al encuentro de las caderas de Beto, que ahora la penetraba con más ritmo y más velocidad. Sus embates eran casi violentos, lo que causaba en Ana unos gemidos y aullidos muy audibles…
De repente disminuyó su ritmo y entonces Ana lo miró para pedirle que la cogiera con todo, que no le tuviera compasión. Pero Beto finalmente se salió y la miró sonriendo.
“Te dije que iba a culearte y eso es lo que pienso hacer ahora” Le advirtió, mientras apuntaba la cabeza de su pija a la estrecha entrada trasera de mi dulce mujercita.
Ana apenas atinó a rogarle: “Despacio, por favor”. Cuando comenzó a sentir que esa tremenda verga se abría paso entre sus nalgas, buscando atravesar su esfínter, para hundirse a fondo en su delicado ano…
“Qué hermosura de culo, Anita, me encanta rompértelo con mi verga…” Suspiró el camionero, mientras comenzaba a bombear con más ímpetu, haciendo que Ana abriera la boca para gritar con todo el aire de sus pulmones.
Beto se inclinó sin dejar de cogerla y la tomó de los cabellos, susurrando a su oído:
“Putita divina … nunca le rompí el culo a una perra tan puta y caliente como vos…”
Y comenzó a imprimirle más velocidad a la culeada. Ella jadeaba sonoramente.
“No pares… no pares, por favor… quiero acabar con tu pija enterrada en mi culo” Sollozó Ana. Y efectivamente, unos instantes después, Ana aulló como una loca y tuvo un tremendo orgasmo mientras el tipo le seguía taladrando la cola sin descanso.
Beto todavía aguantó otro par de minutos, hasta que lo vi tensarse y aferrar las caderas de Ana. Se quedó quieto, mientras su verga descargaba todo su semen en el ahora bien dilatado ano de mi mujercita…
Mientras se despedían, regresé a la cama para acostarme. Un rato después vino Ana, oliendo a sexo, y se recostó a mi lado. Yo seguía con los ojos cerrados, cuando mi adorada esposa me abrazó desde atrás y susurró a mi oído: “Te amo…”
La noche del domingo, cuando quisimos a regresar a Buenos Aires, nuestro auto no quiso arrancar. A pesar de los esfuerzos que hicimos, todo fue inútil.
Nuestros amigos dijeron que recién el lunes habría disponible algún mecánico que pudiera repararlo, pero Ana y yo debíamos regresar a nuestros trabajos; así que finalmente nuestro anfitrión llamó a un amigo camionero, que justo esa noche debía partir para Buenos Aires. El hombre aceptó encantado llevarnos, diciendo que así el viaje le resultaría más ameno…
Un rato después nos subimos al camión de Beto, un tipo alegre y campechano. Durante la primera hora de viaje charlamos bastante y compartimos unos mates, hasta que yo empecé a cabecear; estaba realmente muerto de sueño.
Beto me ofreció echar una siesta y para ello me indicó una pequeña cabina con un catre detrás de los asientos. Me recosté allí y pronto perdí el sentido.
Apenas notó que yo estaba fuera de combate, Beto abandonó el doble sentido de los chistes que le contaba a Anita, pasando a ser lisa y llanamente de índole sexual…
Pero yo en realidad, estaba escuchando todo atentamente, aunque simulaba tener los ojos cerrados…
Le contó a mi esposa un par de anécdotas bien calientes y libidinosas, presionándola luego para que ella confesara a su vez algo que jamás había contado.
“Dale, Ana, tu marido está completamente anestesiado”. Se rió mientras se comía con la mirada a mi mujercita. Ella contó que no tenía secretos conmigo y que nunca me había engañado con otro hombre.
La siguiente anécdota de Beto fue simplemente una excusa absurda para decir que su verga era enorme. Ana le dijo que seguramente no era cierto…
“Por qué habría de mentirte, Anita, seguramente nunca viste nada tan grande…”
Le preguntó a Ana si quería apostar… si él ganaba, Ana tendría que chupársela…
Ana cometió el error de apostar… y ella ganó, confirmando que el caminero había exagerado, aunque de todos modos, por la expresión de su cara, el tipo la tenía bastante grande…
Beto se había bajado el cierre y sacado la pija del pantalón. Pero aunque había perdido la apuesta, no la había guardado. Observé que Ana no podía dejar de mirarla. Ambos estaban callados, pero de repente vi que Beto tomaba una mano de mi mujercita y la acercaba a su verga. Ana se dejó llevar, en silencio, como hipnotizada. Tocó esa carne tibia y cada vez más dura. Ya no pudo ni quiso soltarla. La acarició con ternura y la verga del camionero creció más.
Estuvieron así algunos minutos. Anita terminó agarrándola toda entre sus dedos, mientras él manejaba. Finalmente Beto avanzó sobre ella, siempre en silencio, le tomó la nuca con delicadeza y lentamente hizo que Ana inclinara su cabeza sobre esa pija enorme…
Ella ofreció una mínima resistencia, mirando hacia mi lado, comprobando mi respiración pesada, como si estuviera profundamente sin sentido.
Y finalmente Anita claudicó. Se llenó la boca con la verga dura del tipo y su lengua recorrió cada centímetro de esa cosa enorme. Lo pajeó y lo mamó, al mismo tiempo que Beto la manoseaba las tetas y el culo con una mano libre, sin dejar de conducir…
Quince minutos chupándole la pija hicieron que Beto por fin explotara en la boca llenándosela de leche. Anita se tragó todo y se limpió los labios con una servilleta.
“Lástima que atrás está el cornudo de tu marido, sino te pegaba una cogida mortal”.
Le dijo el tipo, mientras se acomodaba la verga dentro de sus pantalones.
Eso pareció excitar a mi mujercita, que respondió intercambiando teléfonos con él.
Un rato después simulé desperezarme de mi siesta y reaparecí en la cabina. El resto del viaje fue entretenido, con Beto contando algunas anécdotas más, mientras miraba de reojo las tetas de mi esposa…
Una semana más tarde llamó a casa, diciendo que tenía un viaje a Buenos Aires y si podía pasar a visitarnos.
El viernes a la noche se apareció con dos botellas de buen vino.
Ya desde que se había confirmado su visita, noté que Ana estaba un poco alterada.
Se vistió bastante sexy, con una minifalda bastante corta y una blusa ajustada, que dejaba apreciar sus hermosas tetas turgentes.
Cenamos y realmente lo pasamos muy bien. No noté nada raro, aunque se advertía que entre ellos dos había una especie de química especial.
Entre el vino y el cansancio por una larga jornada agotadora en mi trabajo, a las dos de la mañana me rendí, viendo que Beto no amagaba irse…
Me disculpé con él, alegando cansancio y les dije que me retiraba a descansar. Pero sabía que algo iba a ocurrir entre ellos y me quedé con la puerta de la habitación apenas entreabierta, escuchando todo lo que hablaban…
Anita le espetó directamente: “Te zarpaste mal, cómo se te ocurre venir hasta aquí?”
Beto ni siquiera le contestó: solamente se desabotonó los pantalones, como para que su verga erecta se asomara por la bragueta abierta.
“Vamos, putita, te debo una buena culeada desde hace una semana…” Le dijo.
Entonces Ana se acuclilló en el piso y fue gateando hasta esa verga enorme, metiéndosela una vez más en su delicada boca. Comenzó a lamerla y a chuparla en toda su extensión.
De repente Beto la tomó por el rostro con ambas manos y la hizo detenerse. Le metió una mano por debajo de la falda y luego de unos segundos, sacó sus dedos manchados con los fluidos de mi caliente mujercita...
“Ah, ni siquiera te pusiste bombachita… y ya estás chorreando, putita…” Sonrió.
Beto se levantó y se ubicó detrás de ella, entre sus muslos abiertos. Así en esa posición, aferró a mi esposa por las caderas y la atrajo hacia él, enterrando su gruesa verga en una sola embestida, bien a fondo en la delicada concha de Ana.
Ella gimió con un gesto de sorpresa; seguramente no esperaba que esa verga se sintiera tan enorme en su concha bien lubricada. Pero enseguida se relajó y comenzó a empujar hacia atrás, yendo al encuentro de las caderas de Beto, que ahora la penetraba con más ritmo y más velocidad. Sus embates eran casi violentos, lo que causaba en Ana unos gemidos y aullidos muy audibles…
De repente disminuyó su ritmo y entonces Ana lo miró para pedirle que la cogiera con todo, que no le tuviera compasión. Pero Beto finalmente se salió y la miró sonriendo.
“Te dije que iba a culearte y eso es lo que pienso hacer ahora” Le advirtió, mientras apuntaba la cabeza de su pija a la estrecha entrada trasera de mi dulce mujercita.
Ana apenas atinó a rogarle: “Despacio, por favor”. Cuando comenzó a sentir que esa tremenda verga se abría paso entre sus nalgas, buscando atravesar su esfínter, para hundirse a fondo en su delicado ano…
“Qué hermosura de culo, Anita, me encanta rompértelo con mi verga…” Suspiró el camionero, mientras comenzaba a bombear con más ímpetu, haciendo que Ana abriera la boca para gritar con todo el aire de sus pulmones.
Beto se inclinó sin dejar de cogerla y la tomó de los cabellos, susurrando a su oído:
“Putita divina … nunca le rompí el culo a una perra tan puta y caliente como vos…”
Y comenzó a imprimirle más velocidad a la culeada. Ella jadeaba sonoramente.
“No pares… no pares, por favor… quiero acabar con tu pija enterrada en mi culo” Sollozó Ana. Y efectivamente, unos instantes después, Ana aulló como una loca y tuvo un tremendo orgasmo mientras el tipo le seguía taladrando la cola sin descanso.
Beto todavía aguantó otro par de minutos, hasta que lo vi tensarse y aferrar las caderas de Ana. Se quedó quieto, mientras su verga descargaba todo su semen en el ahora bien dilatado ano de mi mujercita…
Mientras se despedían, regresé a la cama para acostarme. Un rato después vino Ana, oliendo a sexo, y se recostó a mi lado. Yo seguía con los ojos cerrados, cuando mi adorada esposa me abrazó desde atrás y susurró a mi oído: “Te amo…”
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