La despedida de soltera de mi madre

por
género
incesto

Mi madre nos reunió a todos un día, para decirnos que había decidido volver a casarse, después de llevar unos cuantos años de divorcio de mi padre.

Anita me preguntó si mi madre se había vuelto loca como para reincidir en el matrimonio casi a sus sesenta años, pero yo le dije que a mí me parecía bien; no le haría nada mal tener una buena compañía a su lado.

El candidato era un tal Rubén, un hombre de su edad, que a mí me resultaba un muy buen tipo; casi ideal para mi madre. Le comenté la cuestión a mi padre por teléfono y estuvo riéndose a carcajadas durante varios minutos.

Una semana antes del evento, mi madre y sus amigas decidieron salir de joda a festejar una especie de despedida de soltera y, como sabían que iban a intoxicarse de alcohol, me pidieron si podía oficiar de conductor responsable.
Anita se iba en esos días al interior, invitada a la fiesta de casamiento de una amiga; por lo tanto, a mí me daba lo mismo cualquier lugar para pasar la noche. Un amigo me prestó una especie de minivan, donde podría traer sanas y salvas a las viejas locas amigas de mi madre.

Hacía bastante que no veía a algunas de ellas. Recordé las muchas pajas que me había hecho cuando era adolescente, espiando a esas mujeres que por entonces usaban minifaldas, tacos altos, labios pintados de rojo, blusas ceñidas, tetas sueltas y el pelo bien salvaje. Desde mi visión de púber imberbe, eran todas unas perras muy cogibles…

Esa noche en cuestión me sorprendió encontrarlas tan bien conservadas, bastante apetecibles varias de ellas, pese a estar todas rozando los sesenta años como mi madre… Todas estaban divorciadas o eran viudas, a ninguna de ellas la esperaba un marido en su casa. Por eso mi madre me advirtió que algunas se quedarían a pasar la noche en la casa de ella luego de la fiesta.

La reunión se hizo en la casa de Martha, una veterana bastante baqueteada por los años, pero que todavía parecía tener las mismas hormonas de una pendeja de veinte años. Apenas me vio se me abalanzó encima y me comió la boca en un profundo beso de lengua que me dejó loco y con una tremenda erección…

Otra de las invitadas era Susana, una señora rubia que me había provocado dolorosas erecciones en mi adolescencia, cuando se cruzaba delante de mi vista vistiendo jeans ultra ceñidos a su escultural cuerpo. Todavía mantenía un cuerpo increíble, con unas curvas perfectas y seguía moviendo ese redondo culo como cuando era más joven. Mi verga comenzó a titilar apenas la vi en la reunión.

También estaba Sarita, una morocha que rajaba la tierra cuando era joven y que se mantenía igual de sensual tal como la recordaba. Cuando se acercó a darme un beso con sus labios carnosos, directamente posó su mano en mi entrepierna y mi verga agradecida volvió a agitarse. Me guiñó un ojo y me dijo que alguna vez podríamos vernos a solas, si Anita no se enteraba…

Otra de las presentes era Grace, la peor de todas; a quien recordaba como una puta calentona que le hacía subir la temperatura a todos los tipos que se le cruzaban en su camino. Llevaba un vestido corto que realzaba sus largas piernas enfundadas en medias de nylon. Sus tacos de aguja eran tremendos y terminaron por endurecer mi pija dentro de mis pantalones…

Las demás amigas también estaban muy, muy cogibles. La única que parecía una señora que llevaba bien su edad, era mi madre, que estaba muy feliz de poder encontrarse con ese grupo de viejas locas y festejar su propia locura de querer reincidir en el matrimonio…

Después de saludar a todas quise volver a casa, pero todas insistieron en que me quedara para cuidarlas. Habían contratado los servicios de unos strippers y pretendían que yo estuviera presente por si algo raro sucedía.
Me senté a cenar en medio de esa docena de pende viejas locas y realmente la pasé muy bien. Sentía que más de una mano se estiraba por debajo de la mesa para acariciarme la entrepierna… La comida estuvo regada por unas cuantas botellas de buen tinto Malbec y cuando quise acordarme, todas las señoras estaban al borde de una curda infernal.

Pronto aparecieron los strippers y las señoras comenzaron a delirar como locas desatadas, incluyendo a mi propia madre; algo que me resultó desconocido para mí…
Los muchachos comenzaron su show y las señoras se transformaron en una banda de locas que aullaban como lobas en celo y se comportaban como auténticas perras callejeras.

Comenzaron a bailar provocando a los tres strippers y pude ver que, mientras alzaban sus vestidos durante el baile, algunas de ellas no llevaban ropa interior… y lo que era peor, algunas de ellas llevaban el pubis muy bien depilado…

En algún momento Martha, la anfitriona, arrastró a uno de los strippers ya desnudo y se encerró con él en su dormitorio. Unos minutos más tarde, un concierto de gemidos indicó que ese pibe estaba disfrutando de una buena veterana caliente… El resto de las amigas deliraban, coreando los gemidos y aullidos de Martha.

Mi madre estaba bastante excitada y hasta casi diría algo pasada de alcohol, pero se comportaba como una perfecta dama.

De repente Sarita se arrancó la falda, dejando a la vista de sus amigas ese hermoso culo redondo y con un rápido movimiento se sentó a horcajadas sobre uno de los strippers, empalándose en su verga erecta hasta el fondo.
Las demás amigas comenzaron a alentarla, mientras Sarita se deslizaba sobre la enorme pija de ese chico y se movía sobre él frenéticamente.

Grace se acercó a mí, diciendo que yo debía guardar el secreto de todo lo que había visto esa noche. Le aseguré que no habría problema, pero aproveché para decirle que debería darme algo a cambio.
Ella miró hacia abajo y descubrió mi erección; apoyó su mano sobre mi bulto y me susurró al oído que me daría algo a cambio que jamás olvidaría.

Entonces Grace tomó mi mano y me condujo al jardín del fondo. Allí me dio la espalda, se levantó su breve vestido, dejándome ver que ella tampoco llevaba ropa interior y se apoyó contra una pared.
La tomé por las caderas y me hundí en su concha humedecida de un solo empujón. Grace gimió y comenzó a mover su culo contra mi verga. La tomé por las tetas y me sorprendió la firmeza que tenían. No podía creer que esa mujer tan sensual tuviera casi sesenta años…

Mientras la cogía recordé las pajas que me hacía mirando sus largas piernas. El calor de su concha me envolvía. De repente Grace tembló y abrió la boca, aullando mientras acababa en un orgasmo infernal. La sujeté con firmeza y me hundí por última vez en su concha ardiente, sintiendo que me vaciaba en ella. Después de llenarle la concha con mi última gota de semen, Grace se desprendió de mi verga y me besó de una manera tierna y sensual al mismo tiempo. Me aseguró que estaba arrepentida de no haber intentado arrebatarme la virginidad cuando ella era más joven…

Volvimos al interior, para encontrar que ahora Susana se había quitado sus ajustados pantalones y estaba con su pecho apoyado contra un sillón, a cuatro patas, mientras recibía desde atrás la gruesa verga del segundo stripper. Susana jadeaba enloquecida mientras recibía ese embate. Lo cual volvió a empalarme casi al instante, recordando cómo me calentaba su culo y todas sus curvas en el pasado.

Sentí una mano que se deslizaba desde atrás por mi cintura y terminaba acariciando mi bulto. Era Betty. Otra veterana muy interesante; la divorciada más reciente de todo el grupo. Se la notaba muy caliente y… todavía bastante sobria. Tomó mi mano y me arrastró a la habitación de Martha. Me hizo sentar en la cama y desprendió el cierre de mis pantalones, encontrando enseguida mi verga siempre erecta. Se puso en cuclillas y zambulló su cabeza sobre mi vientre, comiéndose mi pija entre sus labios. Jamás se me había ocurrido pensar que Betty podía chupar una pija de esa manera. Era algo increíble. Me hizo acabar en menos de tres minutos y me sonrió complacida mientras se tragaba hasta la última gota de mi leche…

Betty me dejó sentado en el borde de la cama y salió del dormitorio; pero unos segundos después entró la rubia Susana, todavía desnuda de la cintura para abajo, mostrando el semen fresco que se deslizaba entre sus muslos. Sonrió al ver mi verga semi erecta y dijo que el stripper le había parecido un poco flojo: solamente le había provocado dos orgasmos. Se acercó más y me susurró al oído todavía mantenía su culo intacto y que siempre había pensado en mí para terminar con su virginidad anal…

Al escuchar eso mi verga dio un salto y quedó apuntando hacia el techo. Susana ronroneó y subió a la cama, ubicándose a cuatro patas. De la mesa de luz de Martha sacó un pote de gel lubricante y se metió un par de dedos bien cargados dentro de su entrada trasera. Me arrodillé entre sus muslos invitantes y le pregunté si le gustaba bien duro. Susana largó una carcajada, diciendo que ésa era la única forma que conocía para coger…

La penetré de un violento golpe, haciendo que Susana se impulsara hacia adelante y gritara a todo pulmón, sintiendo que mi verga le llenaba ese apretado culo virgen en una sola estocada, hasta el fondo, a lo bruto…
Enseguida la amiga de mi madre comenzó a balancearse, empalándose cada vez más y más en mi verga dura y ahora un poco dolorida. Después de una buena bombeada anal, Susana dijo que estaba por acabar, que la sensación de tener mi pija enterrada en su culo era increíble. Un intenso orgasmo le recorrió el cuerpo y entonces eso aceleró mis arremetidas, haciéndome acabar también a mí en ese glorioso trasero…

Cuando salimos de la habitación, los tres strippers ya no estaban; pero, viendo que también faltaban algunas señoras, me imaginé que los pibes habían sido sorteados en alguna especie de rifa y que ahora estarían disfrutando de alguna concha veterana, pero todavía en carrera.

Mi madre estaba sentada en un rincón conversando con una de sus amigas formales, que parecía horrorizada con el comportamiento de las locas del grupo. Las demás estaban en distinto estado de desnudez, la mayoría con manchas de semen fresco en sus ropas, sus cabellos o sus rostros.

Susana apareció otra vez vestida y anunció que ya era hora de terminar la joda y retirarnos. Fui reuniendo a las señoras que estaban algo pasadas de alcohol y las acomodé en la minivan. Dejé en primer lugar a mi madre en su casa y luego comencé a llevar a sus amigas a la seguridad de sus hogares.

Grace se despidió diciéndome que todavía sentía mi semen hirviendo dentro de su concha en llamas y que antes de irse a la cama se masturbaría pensando en mí…

Betty me aseguró que me llamaría para que la llevara a coger; no le había alcanzado solamente con chuparme la pija… Me comió la boca de una manera infernal y se despidió dejándome saludos para Anita…

Susana también me comió la boca en un beso de lengua profundo que me dejó loco y me puso otra vez la verga a punto de estallar. Me dijo estaba satisfecha de haberme entregado su culo virgen y que debíamos repetir el encuentro alguna vez, en algún hotel donde pudiéramos coger por horas sin que nada nos importara. Con eso me volvió a dejar loco…

La última que quedaba a bordo de la minivan era Sarita, esa morocha infernal que siempre me había calentado tanto.
Estaba despatarrada en el último asiento, desmayada. Me detuve frente a su casa y me acerqué a despertarla. Sus piernas abiertas dejaban ver su pubis depilado brillando en la oscuridad. Sus labios vaginales dilatados dejaban salir el semen que había depositado uno de los strippers en el fondo de su concha…

Me dediqué a acariciarla, mientras hundía mis dedos en el fondo de su dilatada vagina. Sarita gimió con los ojos cerrados y de repente susurró muy suavemente, pidiéndome que la cogiera. Levanté sus piernas hasta mis hombros y la penetré despacio, comenzando a bombearla con delicadeza, mientras sentía el calor y la humedad de esa hermosa concha que parecía pertenecer a una chica de veinte años.
Sarita siguió gimiendo todo el tiempo. Antes de vaciarme dentro de ella, me pareció que su respiración se agitaba y se quedaba unos segundos quieta, dándome a entender que ella también había acabado…
Entré a su departamento usando sus llaves y la dejé recostada en la cama, todavía desmayada, pero con una expresión de relajación absoluta en su sensual rostro….

Cuando llegué a mi casa caí rendido en mi propia cama. Amanecía cuando sonó el teléfono en la mesa de luz. Era Anita, que todavía a esa hora estaba disfrutando la fiesta de casamiento de sus amigos.
Me preguntó cómo me había ido con las viejas locas. Le dije que la cena había sido excelente, porque Martha era una cocinera excelente; pero el resto de la reunión me había resultado aburrida, escuchando anécdotas repetidas de esas señoras veteranas, que todavía me trataban como si yo fuera un adolescente…
escrito el
2016-12-10
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