Mi primera y única vez.
por
Juan Alberto
género
bisexual
Hay cosas que suceden porque tienen que suceder, no se van a buscar a sabiendas, simplemente suceden, así fue como un día en casa de Vanessa, me encontré a hacer su confidente después de trabajar con ella por muchos años y haber entablado con ella una amistad especial, ella entre tantos temas que habíamos tocado esa tarde, mientras saboreábamos unos dulces con un café achocolatado, me confiesa de ser lésbica, quedé como de estuco, nunca lo hubiese imaginado, es verdad que tampoco nunca le había conocido un novio, pero de ahí a pensar que le gustaran las mujeres hay un largo trecho, pero como se usa decir, toda caminata se inicia con un primer paso.
Vanessa continuó con su confesión diciéndome que yo era su sueño prohibido, que ansiaba y soñaba de hacerme el amor, debo decir que estaba perpleja, tanto así que no supe reaccionar cuando me quitó suavemente mi tacita de café, se acomodó más cerca de mí en el diván y rozo mis labios con los suyos, una cosa en mi interior me decía de levantarme e irme, pero entre mis piernas se estaba encendiendo una verdadera fogata, un rio de lava caliente comenzó a emanar de mi chocho, sus cabellos rojos y el perfume de Chanel obnubilaron mi cerebro, me encontré abriendo mi boca para hacerle lugar a su lengua y mezclar nuestras jugosas salivas, el poco de razón que me quedaba se ahogo en un mar de pasión alocada que se apoderó de mi cuerpo, si ella lo deseaba, yo no tenía voluntad para oponerme, como el corderito que va al sacrificio, restaba inerme ante esta situación que me sobrepasaba y ella se dio cuenta.
Los brazos de Vanessa eran ya un imán que me atraía más y más, sus manos viajaban por todo mi cuerpo y no se en que momento me desnudó completamente y me encontré a refregar mis tetas con las suyas, sus muslos sobre los míos se deslizaban suavemente como si fuesen parte de un mecanismo perfectamente aceitado y coordinado, su concha sobre mi concha me resultaba un acto licito y natural, yo que me consideraba una amante de la verga, dispuesta a coger con miembros de cualquier dimensión, ahora refregaba mi chuchita lampiña contra un chochito igual de suave y peladito como el mío y me gustaba.
Ella sin despegarse de mis labios, sofocó mis gemidos de agonía al alcanzar un primer y maravilloso orgasmos que también me sorprendió por la espontaneidad y rapidez, pero mi “amiguita” tenía más planes para conmigo y sin dejar de mordisquear mis pezones inserto un par de dedos en mi concha que me hicieron encorvar mi espalda y gemir con sus atrevidas caricias, su lengua bífida hizo circulitos en mi ombligo para continuar su desplazamiento hacia mi vagina, adueñándose de mis inflamados labios y atrapando ese capullo rosado que me hizo estremecer una vez más, cual si fuese una lapa, ella hizo vibrar mi diapasón de carne que transmitió sones paradisiacos a todo mi cuerpo, haciéndome gritar y apoderarme de sus cabellos para no dejarla ir de mi concha trepidante que exigía un desahogo, mil mariposas se alzaron en vuelo desde mi bajo vientre, haciendo cosquillitas en mis muslos y sobrevolando, abanicaron mis tetas y mis pezones endurecidos, me corrí en modo salvaje en su boca que no cesaba de beber de esa fuente que hasta ahora había humedecido hasta la cubierta de su diván, no podía cerrar mis piernas, quería solo abrirlas y que no dejara de mover esa lengua suya sobre mis excitadas partes íntimas.
Vanessa tenía una mirada irresistible de lujuria, me levantó la pierna y comenzó a besar mi pie, lustrando mis uñas rosadas y saboreando la juntura de mis dedos, uno por uno mis dedos desaparecieron en su boca, jamás había supuesto que mis pies pudiesen tener algún valor erótico, pero esas cosquillitas recorrían toda mi pierna y se centraban en mi chocho haciendo que agarrara mis propias tetas y me las apretara hasta hacer que me dolieran, pellizque mis pezones hasta chillar como una marrana en celo, cuando bajé mis ojos ella se había arrodillada ante mi casi religiosamente, sus deditos se hacían lugar en mis bañadas carnes y su mano los empujaba suavemente dentro de mí, sin pausar su empuje rítmico y suave, su mano entera se adentró en mi chocho que la acogió como un guante, mis labios vaginales se cerraron a la altura de su pulso y succionaban esa extremidad profundamente incrustada en mí, si me lo hubiesen contado no lo hubiese creído, pero el goce era fenomenal, me estremecí toda por tercera vez y me vine gritando su nombre y empujando mi cuerpo entero contra la mitad de su brazo.
El potente orgasmo me dejo sin fuerzas y temblando de pies a cabeza, me sentí agobiada cuando su mano dejó mi concha, sus labios sobre los míos me hicieron reaccionar y comprendí que ella quería también un alivio a su concupiscencia, así que la hice alzarse y sentar cómodamente en su diván, me fui a besar sus tetas que eran un medida más pequeñas que las mías y a gozar de esos irreverentes pezones que se erguían túrgidos e invitantes, ella empujaba sus tetas en mis labios gimiendo apasionadamente, suavemente me deslicé más abajo sintiendo el vaho característico del olor a sexo femenino por el cual los machos enloquecen y están dispuestos a hacer cualquier cosa, ese chocho caliente ahora era mío, yo en mis masturbaciones había probado el sabor de mis jugos vaginales, pero sentir en las papilas gustativas el sabor aspro y salado de una conchita ajena es harina de otro costal, ese pequeño boquete rosado tenía su magnetismo propio, besé su coño como si fuera una boca, chupe esos labiecitos carnosos y degusté su vagina como un plato refinado, exquisito de gourmet, delicioso, su clítoris era como la guinda de la torta, merodeé entorno a ese montículo, esa fortaleza que desafiaba mis ataques, hasta que enardecida lo suficiente, me la comí de sorpresa, Vanessa lanzo un grito apagado cuando mis labios atraparon ese insolente apéndice de carne, rosado y lustroso, mi lengua se volvió loca y lo machacó incansablemente, su dueña se revolcaba en el diván lanzando guturales chillidos y su cuerpo explotó en espasmódicas convulsiones, me alejé lo suficiente para observar las contracciones de su chocho, justo en ese instante mi rostro fue bañado por unos chorritos de su eyaculación femenina, no me podía perder esa delicia y cubrí su concha con mi boca para no dejar perder una gota de ese zumo, manjar de delicias.
Vanessa se relajó y yo me acomodé a su lado en el amplio diván, la estreché a mi cuerpo y la envolví en un abrazo de amantes, nos sumimos en un ligero letargo acariciando nuestros cuerpos en medio al olor de conchita fresco que emanaban de todos nuestros poros, habíamos tenido un goce pleno e inesperado, me duché y me fui a casa donde me esperaba mi esposo ignaro de las cachondeces mías, esa noche con sentimientos de culpa le hice la mejor mamada de su vida, pidiendo intrínsicamente un perdón, pero sin ningún remordimiento de arrepentimiento, mi marido no lo sabe, pero en el trabajo veo a Vanessa casi a diario y nos saludamos como buenas amigas, no hemos vuelto a hacerlo, pero los días que ella se detiene a conversar un poco más conmigo y por casualidad nos tocamos, de mi chocho salen chispas y por la noche mi marido es el afortunado a placar mi calentura.
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Los escritores necesitamos de ustedes lectores, aún más de sus comentarios en cualquier sentido, gracias …
luisa_luisa4634@yahoo.com
Vanessa continuó con su confesión diciéndome que yo era su sueño prohibido, que ansiaba y soñaba de hacerme el amor, debo decir que estaba perpleja, tanto así que no supe reaccionar cuando me quitó suavemente mi tacita de café, se acomodó más cerca de mí en el diván y rozo mis labios con los suyos, una cosa en mi interior me decía de levantarme e irme, pero entre mis piernas se estaba encendiendo una verdadera fogata, un rio de lava caliente comenzó a emanar de mi chocho, sus cabellos rojos y el perfume de Chanel obnubilaron mi cerebro, me encontré abriendo mi boca para hacerle lugar a su lengua y mezclar nuestras jugosas salivas, el poco de razón que me quedaba se ahogo en un mar de pasión alocada que se apoderó de mi cuerpo, si ella lo deseaba, yo no tenía voluntad para oponerme, como el corderito que va al sacrificio, restaba inerme ante esta situación que me sobrepasaba y ella se dio cuenta.
Los brazos de Vanessa eran ya un imán que me atraía más y más, sus manos viajaban por todo mi cuerpo y no se en que momento me desnudó completamente y me encontré a refregar mis tetas con las suyas, sus muslos sobre los míos se deslizaban suavemente como si fuesen parte de un mecanismo perfectamente aceitado y coordinado, su concha sobre mi concha me resultaba un acto licito y natural, yo que me consideraba una amante de la verga, dispuesta a coger con miembros de cualquier dimensión, ahora refregaba mi chuchita lampiña contra un chochito igual de suave y peladito como el mío y me gustaba.
Ella sin despegarse de mis labios, sofocó mis gemidos de agonía al alcanzar un primer y maravilloso orgasmos que también me sorprendió por la espontaneidad y rapidez, pero mi “amiguita” tenía más planes para conmigo y sin dejar de mordisquear mis pezones inserto un par de dedos en mi concha que me hicieron encorvar mi espalda y gemir con sus atrevidas caricias, su lengua bífida hizo circulitos en mi ombligo para continuar su desplazamiento hacia mi vagina, adueñándose de mis inflamados labios y atrapando ese capullo rosado que me hizo estremecer una vez más, cual si fuese una lapa, ella hizo vibrar mi diapasón de carne que transmitió sones paradisiacos a todo mi cuerpo, haciéndome gritar y apoderarme de sus cabellos para no dejarla ir de mi concha trepidante que exigía un desahogo, mil mariposas se alzaron en vuelo desde mi bajo vientre, haciendo cosquillitas en mis muslos y sobrevolando, abanicaron mis tetas y mis pezones endurecidos, me corrí en modo salvaje en su boca que no cesaba de beber de esa fuente que hasta ahora había humedecido hasta la cubierta de su diván, no podía cerrar mis piernas, quería solo abrirlas y que no dejara de mover esa lengua suya sobre mis excitadas partes íntimas.
Vanessa tenía una mirada irresistible de lujuria, me levantó la pierna y comenzó a besar mi pie, lustrando mis uñas rosadas y saboreando la juntura de mis dedos, uno por uno mis dedos desaparecieron en su boca, jamás había supuesto que mis pies pudiesen tener algún valor erótico, pero esas cosquillitas recorrían toda mi pierna y se centraban en mi chocho haciendo que agarrara mis propias tetas y me las apretara hasta hacer que me dolieran, pellizque mis pezones hasta chillar como una marrana en celo, cuando bajé mis ojos ella se había arrodillada ante mi casi religiosamente, sus deditos se hacían lugar en mis bañadas carnes y su mano los empujaba suavemente dentro de mí, sin pausar su empuje rítmico y suave, su mano entera se adentró en mi chocho que la acogió como un guante, mis labios vaginales se cerraron a la altura de su pulso y succionaban esa extremidad profundamente incrustada en mí, si me lo hubiesen contado no lo hubiese creído, pero el goce era fenomenal, me estremecí toda por tercera vez y me vine gritando su nombre y empujando mi cuerpo entero contra la mitad de su brazo.
El potente orgasmo me dejo sin fuerzas y temblando de pies a cabeza, me sentí agobiada cuando su mano dejó mi concha, sus labios sobre los míos me hicieron reaccionar y comprendí que ella quería también un alivio a su concupiscencia, así que la hice alzarse y sentar cómodamente en su diván, me fui a besar sus tetas que eran un medida más pequeñas que las mías y a gozar de esos irreverentes pezones que se erguían túrgidos e invitantes, ella empujaba sus tetas en mis labios gimiendo apasionadamente, suavemente me deslicé más abajo sintiendo el vaho característico del olor a sexo femenino por el cual los machos enloquecen y están dispuestos a hacer cualquier cosa, ese chocho caliente ahora era mío, yo en mis masturbaciones había probado el sabor de mis jugos vaginales, pero sentir en las papilas gustativas el sabor aspro y salado de una conchita ajena es harina de otro costal, ese pequeño boquete rosado tenía su magnetismo propio, besé su coño como si fuera una boca, chupe esos labiecitos carnosos y degusté su vagina como un plato refinado, exquisito de gourmet, delicioso, su clítoris era como la guinda de la torta, merodeé entorno a ese montículo, esa fortaleza que desafiaba mis ataques, hasta que enardecida lo suficiente, me la comí de sorpresa, Vanessa lanzo un grito apagado cuando mis labios atraparon ese insolente apéndice de carne, rosado y lustroso, mi lengua se volvió loca y lo machacó incansablemente, su dueña se revolcaba en el diván lanzando guturales chillidos y su cuerpo explotó en espasmódicas convulsiones, me alejé lo suficiente para observar las contracciones de su chocho, justo en ese instante mi rostro fue bañado por unos chorritos de su eyaculación femenina, no me podía perder esa delicia y cubrí su concha con mi boca para no dejar perder una gota de ese zumo, manjar de delicias.
Vanessa se relajó y yo me acomodé a su lado en el amplio diván, la estreché a mi cuerpo y la envolví en un abrazo de amantes, nos sumimos en un ligero letargo acariciando nuestros cuerpos en medio al olor de conchita fresco que emanaban de todos nuestros poros, habíamos tenido un goce pleno e inesperado, me duché y me fui a casa donde me esperaba mi esposo ignaro de las cachondeces mías, esa noche con sentimientos de culpa le hice la mejor mamada de su vida, pidiendo intrínsicamente un perdón, pero sin ningún remordimiento de arrepentimiento, mi marido no lo sabe, pero en el trabajo veo a Vanessa casi a diario y nos saludamos como buenas amigas, no hemos vuelto a hacerlo, pero los días que ella se detiene a conversar un poco más conmigo y por casualidad nos tocamos, de mi chocho salen chispas y por la noche mi marido es el afortunado a placar mi calentura.
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