La madre de mi esposa, mi suegra - Segunda parte.

por
género
incesto

Magdalena seguía fingiendo mojigatería, aunque después de un rato de caricias, besos, lamidas y masajes, lograba relajarse y dejarse andar, aunque a regañadientes. Solo que se sentía culpable por su hija, siempre me preguntaba por ella y trataba de sonsacarme detalles íntimos de nuestras relaciones de pareja y, cuando yo le contaba todas las guarradas que mi esposa y yo hacíamos, abría sus inmensos ojos y me regañaba con la cantinela de siempre:
—¡Pero qué cerdo! … ¡Eres un cerdo asqueroso! … ¡Has acostumbrado a mi hija a hacer tus mismas cochinadas! …
Ya no había convicción es sus reproches, parecían superficiales y creo que hasta se excitaba y se sentía aliviada al saber que a su hija no le faltaba nada en la cama. Yo la desafiaba agarrando sus tetas y pellizcándole el culo:
—¡Ah!, pero si parece que también a ti te gustan estas gorrinadas, ¿eh? …
Ella me miraba con ojos lascivos y metía sus manos a mi cremallera sacando prontamente mi verga, la acariciaba en adoración, besaba mi glande y su lengua envolvía mi pija y no cesaba de chupar mi verga hasta que le llenaba la boca de lechita.

Nos veíamos una o dos veces por semana en secreto, yo venía a casa suya y en ese momento deteníamos al mundo, la follaba hasta hacerla enloquecer. Se notaban ciertos cambios en ella, entendió que ya no debía fingir conmigo y no se oponía a nada. Yo le había cogido cariño, me alegré de verla abierta a experimentar todo y de hecho, hasta se había tornado más puntillosa. Días atrás nos habíamos concordado para juntarnos y estar solos en su casa. Por motivos fortuitos de trabajo, me retrasé y llegué casi una hora más tarde y me pintó el mono, me recibió con el ceño fruncido:
—¡Claro! … ¡Te presentas a la hora que quieres! … ¡Ni siquiera me llamaste! … ¡Estás viniendo a ver a tú puta! … ¡Soy una tonta al confiar en un cerdo imbécil como tú! … ¡Vienes cuando te conviene! … ¡Y yo la estúpida tengo que estar lista!, ¿no? …
Una verdadera escena de celos, no me molestó para nada, al contrario, esto me confirma de que a ella le importa nuestra relación. Me acerco a ella por detrás, la abrazo presionando mi pija endurecida en su amplio trasero y le susurro suavemente:
—¡Vamos! … ¿Qué es lo que quiere mi suegrita predilecta? … ¡Estoy aquí solo para ti! … ¡Estoy a tú disposición! … ¡Puedes hacer lo que quieras conmigo! … ¡Soy tuyo! … ¡En este momento tú comandas! …
La acaricio y beso su cuello, mordisqueo sus sensibles lóbulos, ella lucha para soltarse, pero sin convicción alguna, sigo manteniéndola apretada a mi erección, se mueve hasta voltearse y quedar con sus protuberantes tetas en mi pecho.
—¡Mira que no soy tú puta! … ¡Recuérdalo! …
La beso y la atraigo más hacia mí, sonriéndole le digo:
—¿Y quien dijo eso? … ¡Eres mi reina! … ¡Mi princesa! … ¡Eres mi todo! …
Mantiene su mirada provocadora, pero me permite que mis manos alcancen sus nalgas, se las aprieto y abro el surco de sus glúteos ensanchando su agujero trasero, luego le deshago el nudo de la bata y libero sus blancas y lechosas montañas de esponjosa carne, sus dos melones están a la vista y me lanzo en picada a lamer y chupar sus erizados pezones duros como aceitunas y la siento estrecharse a mí, gimiendo y estremeciéndose, con los ojos cerrados se abandona a mis caricias.

Como en una especie de danza me muevo abrazado junto a ella hasta el diván, donde la deposito con dulzura y la acuesto, descubro su cuerpo exquisito, está completamente desnuda, excepto por un par de medias rojas autoadherentes que cubren sus esbeltas piernas hasta sus muslos. Le ha crecido un poco de su vello púbico y se ven sensacional esos vellitos ralos creciendo en su monte de venus, la beso justo ahí y ella se estremece y yo me embriago con el aroma de su coño perfumado. Se nota que se había preparado para nuestra cita.

Arrodillado junto al sofá. Abro sus muslos y me inclino hacia su manjar femenino, toco delicadamente sus labios mayores regordetes y sobresalientes, mi lengua repta como una sierpe y penetra sus delicados pliegues, ella abre aún más sus piernas y gime y se contorsiona en un frenesí, es un crescendo de chillidos y bufidos que se le escapan en resoplidos de placer, disfruta con mi lengua enterrada profundamente en su manantial de fluidos. Yo me deleito y degusto su néctar agridulce, ella suspira profundamente y me chilla moviendo su pelvis:
—Eres un puerco hijo de puta … tú sabes como conseguir todo de mí … y te aprovechas! …
Desde mi posición, no hago más que beber y deglutir continuando a chupar su empapada concha, no digo nada, solo expreso con lametones de apreciación a su sabroso coño maduro:
—¡Ummm! … ¡Hmmm! … ¡Qué delicatessen! … ¡Qué magnifico coño que tienes! … Levanta un poco tú culo para saborearte por completo … ¡Vamos!, dale a papi tu culito hermoso …
Ella levanta ambas piernas y yo separo sus nalgas para hozar en su pequeño agujerito tratando de empujarme más allá de su esfínter. La estimulación se vuelve irresistible para ella y comienza a sacudir su pelvis salvajemente y a chillar:
—¡Santo Jesús! … ¡Qué cerdo que eres! … ¡Uhmmm! … ¡Oooohhhh! … ¿¿Me quieres volver loca?? …
Aumento la velocidad de mis lametones y los alterno entre su coño y su engurruñado agujerito que adquiere vida propia al comenzar a contraerse autónomamente, ella delira:
—¡¡Guau!! … ¡Nooo! … ¡Por favor! … ¡Déjame! … ¡Me estás haciendo morir! …
Levanto mi cabeza y la dejo ir, ella salta y corre desnuda hacia el baño, me seco la boca con el dorso de mi mano, me levanto y la sigo lentamente, la encuentro sentada en el inodoro meando. Veo claramente la humedad en sus incipientes vellitos mojados por su orina, sus enormes tetas penden y bambolean con sus movimientos, me fascina la escena que se me presenta. Me mira todavía un poco trastornada por su orgasmo y luego me dice:
—¿Qué hace parado ahí en la puerta como un deficiente? … ¡Entra! …
Me muevo hacia ella y cuando estoy a su alcance me desabrocha el cinturón, baja la cremallera de mis pantalones y me los tironea hacia abajo junto a mis boxers. Mi pija salta hacia la libertad y blande el aire tiesa como mármol, ella se pasa su lengua por sus labios, luego lo aferra con una mano y lo tira hacia su boca famélica, literalmente lo hace desaparecer como en un acto de magia, sus labios tocan mis propios vellos púbicos y la siento hacer fuerzas por tragarlo aún más. Hábilmente inicia una mamada fabulosa, que la rinde más excitante por la forma en que acaricia mis bolas. Son minutos de puro placer, siento como la lava caliente de mi semen se alborota en mis cojones, la presión y la temperatura van aumento, le advierto que si sigue así me correré en su boca y ella aumenta la succión y velocidad de sus chupadas y me mira interrogativamente. Apenas logro sacárselo de la boca y exploto en su rostro, la veo que cierra sus ojos y se deja bañar completamente por una serie de borbotones de esperma candente, sus parpados están cubiertos por una película viscosa y perlada de semen que escurre por sus mejillas, baja por su mentón y comienza a gotear sobre sus tetas y luego sobre sus muslos. Aún toda cubierta por mi leche, la veo sonreír complacida. Ahora si que parece una puta de esas de revistas porno, ¡¡Cómo me gustaría fotografiarla así!! Con esos aires de puta caliente, el placer y la satisfacción están dibujados en su rostro.

A tientas alcanza una toalla y se limpia lo mejor que puede, unta algo de mi semen en sus pezones, luego me mira con severidad:
—¡Eres un marrano pervertido!, ¿Sabes? … ¡Te gustan estas travesuras!, ¿Eh? …
—¿Por qué! … ¿Hubieras preferido tragarlo? … ¡Mira que también es bueno para tu piel! … ¡No tiene nada ni de pervertido ni sucio! … ¡Es una cosa de mucha intimidad! … Como cuando te orinas encima …
Se le iluminan los ojos al escucharme, y zalameramente me dice:
—¡Ah!, sí … ¡Ah! … ¡Veamos! …
Ágilmente se levanta precedida por sus enormes tetas y entra en la bañera, con gestos de su mano me invita a meterme en la vasca y a sentarme. Llena la tina hasta mitad con agua tibia, con su pie me hace recostar y se para sobre mí, luego separa sus piernas y descarga toda la orina que aún le quedaba en cuerpo, una lluvia amarillenta, una lluvia dorada que rebota en mi pecho y me baña por completo, disfruto de la tibieza de su meada, ella me observa atentamente, como una tigresa que marca su territorio, sacando de su interior todo su instinto animal.
—¡Cerdo cabrón! … ¡Te inundaré de meados para que huelas a mí! … ¡Me perteneces! … ¿¿No te gusta hacerme tu puta?? … ¡¡Pues yo te haré mi cerdo!! … ¡¡Solo mío!! … ¿¿Te gusta?? …
—¡Vamos, bebé! … ¡Sí qué me gusta! … ¡De ahora en adelante te comportaras como mi puta! …
Me levanto y me siento en la tina, levantando mi cabeza hacia sus piernas, lanzo mi lengua a su coño chorreante y bebo las últimas gotas de su orina con avidez, ella gruñe y gime golpeada por escalofríos, luego se acuclilla en esa agua ahora mezclada y enturbiada por su orina, con sus manos me baña y se salpica el agua sobre sus tetas y sonriendo me dice:
—¡Ahora sí estamos a la par! … ¡Somos dos cerditos pervertidos! …
Nos quedamos a relajarnos, ella se voltea y se apoya en mi pecho, yo tomo la esponja y baño sus tetas formidables, jugando a tirar de sus pezones, ella acompaña mi mano y me deja hacer. Luego de un rato ella quita el tapón de la vasca, nos levantamos y nos aseamos con la ducha de mano, luego ella sale y me alcanza una toalla, luego prende otra y comienza a secarse. Nos volvemos a vestir, ella solo con su bata y yo con mis prendas, debo regresar a casa donde me espera mi esposa. Nos deleitamos con un café reponedor, la miro y la veo aliviada, liberada; cuando estoy a punto de irme me atrae hacia ella y me besa con verdadera pasión, al momento de despedirse me dice:
—Alberto … no sé como lo haces … pero logras sacar la mujer que hay en mi … me haz hecho mujer otra vez … ya no me basta que nos veamos a escondidas … tengo ganas de disfrutar contigo … quiero probar de todo contigo, ¿me entiendes? …
Me parecía increíble escuchar de los labios de mi suegra esa especie de confesión, nunca pensé en que ella pudiera transformarse tan radicalmente. Ahora pegada a mí no hacía más que sobajear mi pene y arrimarse a mi cuerpo como una gata en celo, no sabía que responderle:
—Magda … estoy feliz de que sea así … pero debemos ser cautos … Luisa podría descubrirnos …
—¿Y qué más da? … ¿Qué más quiere ella? … ¡Has dicho que la follas tres veces a la semana! … ¿De qué podría quejarse? …
Con una cierta picardía y maliciosamente la corrijo:
—Algunas semanas cuatro y hasta seis …
—¡Oye!, ¡Oye! … ¡No exageres! … ¡Tienes que dejar algo para mí! …
Me sonrío ante sus objeciones y la saludo diciéndole:
—No tienes de que preocuparte … hay de sobra para dos … ¡¡Cómo me gustaría follarte junto a tú hija!! … ¡Sería un sueño tenerlas a las dos en mi cama! …
Frunce el ceño y antes de cerrar la puerta me espeta:
—¡Ándate, cerdo! …

Me voy sonriendo y pensando a si sería factible reunirlas a las dos bajo un mismo techo y sobre una misma cama. No es fácil manejar a una mujer sensible e insatisfecha, menos aún si es apasionada y con la menopausia ad-portas, entonces el asunto se complica, pero pienso que mi mujer podría aceptarlo. Debo encontrar el modo justo de meter a estas dos tigresas en la misma jaula.

(Continuara …)

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escrito el
2022-12-20
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