Seducción. - Primera Parte.

por
género
incesto

Jamás olvidare la vez primera que vi el pene de mi hijo. Tenía cuarenta años y eran meses que no sucedía nada con mi esposo. Él un muchacho adolescente de dieciséis años con las hormonas revolucionadas a mil, pero todavía virgen.

Yo lo sabía porque Aurelio y yo hablábamos de todo sin problemas. Incluyendo el sexo. Mi bebé me había confidenciado su dificultad para relacionarse con las chicas debido a su excesiva timidez. Tal pusilanimidad lo había llevado a ser un chico taciturno y solitario, que se dedicaba a frecuentes sesiones onanísticas en la privacidad de su habitación.

El olor que se respiraba entrando en su cuarto era inconfundible. Prácticamente todas las mañanas cuando le arreglaba su cama, invariablemente me encontraba un par de boxers con trazas evidentes de semen. Nunca hice nada para decirle que no lo hiciese. Un poco para no hacerlo sentir mal, un poco porque resultaba embarazoso; y debo confesar, porque también el fuerte olor a semen masculino me despertaba una fuerte excitación.

Emociones que finalmente se hicieron evidentes una tarde que, estando solos en casa, me dirigí a su cuarto para ofrecerle algún bocadillo, abrí suavemente la puerta y lo vi acostado en su cama, estaba completamente vestido, pero había tirado fuera su pija entiesada y con su mano derecha la subía y bajaba, bajaba y subía mirando una revista con desnudos.

Después de tantos años, está era la primera vez que veía el pene de mi hijo adolescente. Sin embargo, me sorprendió sentir maripositas en mi estómago. No sentí vergüenza sino deseo, tampoco sentí repulsión sino atracción. Su polla estaba muy parada, larga como el promedio, pero su grosor era destacable y también su dureza.

Yo, una mujer que no tenía sexo normalmente, vi solo un pene masculino maravilloso. Tal vez fue por eso por lo que mientras lo miraba furtivamente para que él no me descubriera, mis bragas se mojaron. Debería haberme ido, pero no fui capaz. Estaba violando su privacidad, pero no había modo que me perdiera este espectáculo excelso.

Me quedé a observar la paja de mi hijo hasta el final. Mis ojos no se despegaron ni un instante de su pija, hasta que Aurelio se corrió. Incluso conté los chorros, cinco borbotones que mi hijo recogió en una remera usada.

Tuve apenas tiempo de alejarme de su puerta e irme a mi dormitorio, antes que Aurelio saliera de su cuarto. Solo entonces me di cuenta de la reacción de mi cuerpo: estaba temblando y entre las piernas sentí la humedad de mi placer. Me había corrido por primera vez después de tanto tiempo, quizás demasiado. Y lo había logrado solo con mirar el duro pene de mi hijo.

Desde ese día todo cambió. La pija enhiesta de mi Aurelio se transformó en mi pensamiento fijo. Esa inolvidable imagen de su polla recta y tiesa, larga y durísima era siempre presente en mi mente; mientras limpiaba la cocina; mientras cocinaba; cuando salía a hacer las compras y también las pocas veces que su padre se animaba a tocarme, el miembro de mi hijo estaba allí en mi cabeza.

Cada vez que entraba en su habitación y sentía ese aroma ocre de macho, un palpito me recorría todo el cuerpo. En las tardes me ponía de guardia cerca de su puerta para poder volver a verlo. A veces lo lograba y otras no. Todas esas veces que no lo lograba me ponía histérica y de mal genio. Lo necesitaba. Se había transformado en una especie de droga. Era mí única fuente de placer.

Después de tanto años, también yo comencé a masturbarme con una cierta frecuencia. Imaginaba su pene. Me parecía de tocarlo. De sentir su consistencia. Su tibieza. Imaginaba como sería chuparlo hasta hacerlo que se corriera en mi boca.

Y las noches, si puedo decirlo, eran todavía más calientes. Soñaba con él. En esos sueños el me tomaba en todas las posiciones. Me follaba con el ímpetu de un adolescente y la dulzura de un hijo. Aurelio me poseía como jamás permití a hombre alguno de poseerme, ni siquiera a su padre. Cada centímetro de mi piel lo hacía suyo. Mí cuerpo entero le pertenecía. Las mañanas mi chocho amanecía empapado, una sopa de placer en medio a mi entrepierna. Todo gracias a la magnifica pija de mi hijo.

No podía continuar así. Su pene era mí obsesión ya de algunos meses, me di cuenta de ello cuando entendí que no podía mirarlo a la cara sin mirar primero a su entrepierna y pensar al objeto de mis deseos escondido bajo sus pantalones. Sentía como mi coño se contraía e invariablemente mis bragas se humedecían. Debía hacer algo ¿¿Pero qué cosa??

Aurelio era un muchacho tímido con las chicas y también un poco conmigo. No podía afrontarlo de frente y revelarle todo. Probablemente lo habría traumatizado y asustado, habría perdido la ocasión de lograr mi objetivo. Decidí que el único modo sería estimular sus locas hormonas de adolescente y confiar en que eso lo haría reaccionar y acercarse íntimamente a mí o al menos que se abriera un poco más conmigo.

Así fue como decidí comenzar a mostrarme ante sus ojos. Mi único pensamiento era entrar en sus fantasías eróticas. Quería que la madre que él amaba tanto se transformara a sus ojos en la mujer que tenía que conquistar y luego follar. Quería ser el objeto de sus pajas. Y comencé a hacer de todo para lograrlo.

En las mañana al desayuno me presentaba en la cocina con medias oscuras auto adherentes. Con mi bata de levantarme muy corta y abajo sin sujetador, en modo que el pudiera notar mis senos exuberantes que bamboleaban libres bajo mi vestimenta. Otras veces con una blusa estrecha donde podían verse mis pezones oscuros que amenazaban con romper la delgada tela.

Cada ocasión era buena para llevar adelante mis propósitos. Entraba en su dormitorio a provocarlo en todos los modos posibles. Vestida con una cortísima falda, me subía a la escala que había comprado intencionalmente para estas ocasiones y fingía de hacer limpieza sobre su armario, me inclinaba lo suficiente para que pudiera ver bajo mi falda mis bragas ya húmedas.

Siempre con la excusa de la limpieza, me agachaba mientras vestía mis más ajustados leggins donde se dibujaban claramente los gruesos labios de mi panocha. Había iniciado a notar que me miraba de soslayo cuando pensaba que yo estaba distraída. Generalmente sus ojos estaban pegados a mi culo redondo y firme a pesar de mi edad.

Cuando regresaba del colegio, lo esperaba con un rico almuerzo y una remera escotada ampliamente donde pudiera notar mis senos 36D. Me movía voluptuosamente delante a él tratando de lograr que mirara mis túrgidos pechos. A veces me desconsolaba un poco su falta de atención. Mi hijo me miraba solo de reojo. No me daba ninguna señal clara de que mis formas y atenciones lo estaban excitando sexualmente y mis deseos de poseer ese magnifico pene crecía y crecía de día en día.

Esto fue porque una tarde decidí de salir de toda duda. Durante el almuerzo le dije a Aurelio que mi auto estaba en el taller y le pedí de acompañarme a hacer algunas compras. Sabía que a él no le gustaba salir al Mall, pero logré convencerlo y así nos encontramos el uno al lado del otro en su pequeña Mini Cooper.

Para la ocasión elegí el vestido más corto y escotado de mi guardarropa. Me calcé unas sandalias con un altísimo taco, amarradas con un lazo a mis tobillos. De seguro ningún hombre habría podido evitar de girarse a mirarme con lascivia y deseos.

Mí Aurelio no fue la excepción. Cuando subí a su auto percibí su mirada y su excitación. A cada semáforo sus ojos iban y venían de mis tetas o descendían a mirar mis piernas generosamente desnudas y expuestas. Pero él no imaginaba que esto era solo el inicio.

Cuando le pedí que me acompañara dentro de la tienda de Veronica’s Secrets, se ruborizó y dijo que prefería esperar afuera. Era en evidente dificultad e inmediatamente imaginé su pene poniéndose duro bajo sus jeans. Le sonreí del modo más sexy posible y en un tono maternal le dije:
—Pero Aurelio … necesito tu opinión de hombre …
Me miró con aflicción, pero le dije que se aproximaba mi aniversario de matrimonio y quería preparar algo sexy para su padre. Entramos en el negocio y me probé de todo: Bragas, Tangas, Culotes, medias oscuras y claras, ligas y portaligas, corsés y fajas, pantys y autoadherentes. Y sometí cada prenda al escrutinio atento de mi hijo. Sentí los ojos de Aurelio sobre cada centímetro de mi piel, percibí su excitación y pude apreciar el bulto en sus pantalones que crecía minuto a minuto.

Durante el regreso a casa Aurelio se mantuvo en silencio, pero dentro de su pequeña auto no viajaban ya un hijo con su madre, sino una mujer y un muchacho que denotaba su tensión sexual. Yo deseaba su pija y ahora su pija deseaba a su madre.

Pronto tuve la maravillosa certeza, apenas llegamos a casa. Aurelio dijo que necesitaba ir al baño, en cuanto cerró la puerta lo seguí y miré por el ojo de la cerradura, se estaba masturbando desesperadamente y vertió su semen en el inodoro después de un minuto y a mis oídos llegaron atenuados sus gemidos y un balbuceo inconfundible mientras los borbotones brotaban de su pene:
—¡Ooohhh! … mami …
Esos sonidos dispararon un orgasmo espontaneo en mí. Se me nubló la vista y las piernas me temblaron, mi fluidos mojaron mis bragas y humedecieron mis muslos, tuve que correr a buscar una toalla absorbente. Había logrado mi objetivo: Su pene me deseaba. Esa verga que deseaba desde hace meses ahora también me deseaba. Había eyaculado por mí. Me sentí orgullosa y ganosa. Ahora debía satisfacerlo.

Después de esa tarde de compras todo había cambiado entre mí y Aurelio, excepto una cosa: Mis fuertes deseos por su pija. Ahora también él no lograba ocultar los deseos sexuales que probaba por mí y muy pronto el mismo lo hizo evidente, aunque no en modo directo.

Las trazas de esperma que antes encontraba en sus boxers, había comenzado a encontrarlas también en otras partes: Cómo mis calzados, las primeras fueron las sandalias que calcé el día de las compras. También manchó mi bragas y tangas usadas

Más de una vez cuando abrí el cajón de mi ropa interior, encontré algunas machas del color y olor inequivocables. Era semen eyaculado del pene de mi hijo, la pija que deseaba más que cualquier otra cosa.

Noté que Aurelio no resistía más. Mi joven macho tenía necesidad de descargarse y lo hacía usando mi ropa íntima. Pero quería más de mí y también yo lo deseaba y quería más de él.

Decidí una tarde que había llegado el momento de hacerle entender a mi hijo que su madre sabía. Él estaba a casa de unos amigos, su padre como habitual, regresaría muy tarde del trabajo, o por lo meno eso me decía él. Entonces me dediqué libremente a una larga sesión de autoerotismo, empapando con mi desatado placer un par de bragas, que luego dejé en plena vista sobre la cama de mi hijo. esperé su regreso y apenas entró en su habitación me colé escondida detrás de su puerta. Él encontró inmediatamente mis bragas negras sobre su edredón.

Primero empalideció y luego se ruborizó. Pensé que tal vez había exagerado. Pensé de no ser una buena madre. Pero estos pensamientos duraron solo pocos segundos. El tiempo suficiente para que mi hijo se acostara sobre su cama, tomara mis bragas todavía húmedas, se las metiese sobre el rostro, tirara fuera su verga endurecida e iniciara una frenética paja que terminó con una copiosa eyaculada sobre mis mismas bragas que había vestido una hora antes.

Mis fluidos y su semen, finalmente se habían unido en esas delgadas bragas. El semen de mi hijo estaba mezclado con mis humores de madre. Después de haber visto el sublime pene de mi hijo disparando hebras de esperma en mis bragas, corrí a mi habitación, cerré la puerta y me bote sobre la cama a masturbarme como loca. Un potentísimo orgasmo convulsionó todo mi cuerpo y tranquilizó mi alma.

Me adormecí apagada del placer y cuando me desperté era ya plena noche. Mi marido estaba acostado a mi lado, pero mi primer pensamiento fue mi hijo. Mi único hombre era él. Pensé a lo que podría suceder a la mañana siguiente. Pensé a que pasaba por la cabeza de Aurelio ahora que sabía que yo sabía. Pensé a que venía a continuación en nuestra relación tacita y secreta. Porque no tenía ninguna duda de que esto estaba recién comenzando. Mi hijo me necesitaba y yo lo necesitaba. Debíamos solo encontrar el modo. No sé cómo ni cuándo me quedé dormida.

La mañana siguiente encontré un mensaje escrito en una servilleta. Lo tome con las manos que me temblaban. La caligrafía la reconocí inmediatamente. Escuetamente había escrito: “¿Qué quieres de mí, mamá?”

Mi hijo me había tomado por sorpresa una vez más. No quería por ningún motivo salir al descubierto. No tenía ninguna intención de rendirme la vida fácil. Aurelio había entendido muy bien cuanto lo deseaba y entendía comandar el juego a su manera.

Era totalmente consciente de que el vórtice en el que estábamos a punto de entrar era muy peligroso, pero el deseo por la polla de mi hijo era más fuerte que cualquier otra cosa. Me importaba un comino la moral, la ética, incluso mí respeto propio. Tomé apresuradamente un lápiz y escribí bajo su frase inquisitiva: “¡Lo quiero todo!”

Sabía de arriesgar mucho: Mi rol de madre, mi rol de esposa, mi lugar en la sociedad. Sabía de romper todas las convenciones sociales por él, mi hijo. Por su pija estaba dispuesta a cualquier cosa.

Dejé la servilleta asomada bajo su almohada y esperé su regreso. A la hora de almuerzo cruzamos nuestras miradas muchas veces sin que ninguno de nosotros lograra decir una palabra, pero debajo de sus shorts noté su incipiente erección y yo en mi entrepierna estaba completamente mojada. Al final de la comida, Aurelio sacó de su bolsillo una servilleta doblada y mirándome intensamente la puso sobre la mesa. Su mirada era la de un hombre a su mujer. Como un macho mira a su hembra.

“Sácate las bragas y métete sobre la mesa”, había escrito mi hijo. Bajé mi vista llena de vergüenza, pero mi excitación vencía cualquier embarazo y decidí contentarlo. Aurelio no me despegaba los ojos de mi cuerpo. Plegué ligeramente mis rodillas, metí mi mano bajo mi falda y comencé a hacer descender mis bragas en el modo más sensual posible. Me los saqué y me senté sobre la mesa a su completa disposición.

Aurelio rápidamente tomó en su mano mis bragas, las acercó primero a su nariz para olfatear mi aroma de mujer, las desdobló delante a mis ojos, y comenzó a lamer el centro de mis bragas que había estado en contacto con mis empapados labios. Mi hijo estaba lamiendo el sabor de mi cuquita frente a mí. La sensación fue mucha. Apreté fuertemente mis muslos, me afirmé con las manos a la mesa y me corrí temblando. Aurelio se alejó con mis bragas cerca de su nariz y se fue a su habitación.

Regresó cinco minutos después. Cinco minutos en que pensé de todo, pero mi deseo principal era uno solo: Su pene. Traía en mano mis bragas, las mismas que me había quitado delante de él y me extendió otra servilleta. No vacilé ni un segundo y leí sus palabras: “Ahora métetelas” Miré su intensa mirada que me decía todo lo que no había visto hasta ahora: Deseo, pasión, ganas, excitación, trasgresión.

Cuando tomé en mano de vuelta mis bragas, me las puse lentamente sabiendo bien lo que estaba haciendo. Sentí la humedad entre las piernas, sabía muy bien que esta vez junto a mis fluidos a mojar los labios de mi panocha ardorosa, también estaba su esperma. El semen de mi hijo.

Aurelio me miró mientras me volvía a poner mis bragas llenas de su semen y regresó a su habitación. Por ese día él se declaro satisfecho, pero yo no. No veía la hora de saber cuál sería su próximo movimiento. Me tenía en ascuas y mi panocha se derretía más rápido que los hielos del Ártico. No sabía que límites me haría superar, pero ya sabía que mis deseos y fantasías se realizarían más temprano que tarde.

(Continuará …)
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2023-05-11
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