El coñito de mi hija - Segunda Parte.

por
género
incesto

Ciertamente mis preocupaciones continuaban, solo que mi débil carne cancelaba de mi cerebro cualquier aprensión. La única cosa que ocupaba mi mente era esa fisurita rosada con incipiente vellitos púbicos y de exquisito sabor,


Era sábado y estaba en mi emprendimiento, una agencia de publicidad y había decidido recuperar algo de trabajo atrasado. Mi criaturita debía reunirse conmigo para luego ir juntos al Mall a comprar algunas cositas para ella, la esperaba con ansias solo en mi oficina. Cerca de mediodía escuché el timbre, respondí el citófono:
—¡Papi! … soy yo … Luisa …
El sonido infantil de su vocecita hizo que mi verga diera un respingo y abultara mis pantalones espontáneamente, tenía demasiados deseos de mi chicuela.
—¡Sí, amor! … ¡Ahorita abro! …
Dije presionando el botón de apertura de la cerradura eléctrica. ¡Maldición! Mi polla se puso dura como palo en segundos, me levanté acomodando mi verga y fui a abrir la puerta de la oficina, apenas giré el pomo de la puerta mi hija se abalanzó en mis brazos, se colgó de mi cuello y comenzó a restregar sus pechitos contra mi cuerpo mientras me besaba como solo ella sabe besar. Por las venas de esta chiquilla corre fuego y sangre, pensé-


Mi polla vibraba y palpitaba luchando contra mis boxers, parecía querer expresarse: ¡El coñito! ¡El coñito! ¡Llegó el coñito! Eso era lo que parecía decir con cada agitado latido. Mi ingle estaba pegada al vientre de mi hija y es posible que mi sensible pija captara lo que le sucedía a esa panocha a pocos centímetros. Velozmente cerré la puerta y la llevé colgando de mí al único diván de la oficina, sin decir palabras comencé a deshacerme de sus vestidos. Pocos segundos bastaron para tenerla completamente desnuda y pude admirar la perfección de su fúlgida belleza, un loco frenesí se apoderó de mí, necesitaba nutrirme de ese cuerpecito perfecto. En un abrir y cerrar de ojos, me desnudé completamente. Miré el gordito monte de venus apenas cubierto por esos vellitos incipientes e imaginé el fuego que mi chicuela tenía entre sus muslos apretados. Con una vocecita de niñita caprichosa me dice:
—¡Papi! … ¡Papito! … ¡Bésame la panocha! ...
Sentada sobre el diván, abrió sus piernas y contemporáneamente con sus manitas aferró el borde de sus labios vaginales, mostrándome su rosada conchita llena de cálidos jugos, que hinchada y deseosa se contraía invitante. Me arrodillo delante a ese prodigio de la madre naturaleza, a mis narices llega el olor ocre, es un perfume paradisiaco y particular de su vulvita casi escondida por sus labios abotagados y húmedos, hay una leve capa de sudor sobre su pubis, me parece como el rocío de la mañana que moja su panocha fresca y joven. Comienzo a besar la parte interna de sus sedosos muslos, primero a derecha y luego a izquierda, luego deslizo mi lengua sobre su rajita exquista y olorosa cargada de lascivia y libidinosidad, mientras se la lamo me doy cuenta de que es la primera vez que ella usa la palabra “panocha” y esto me infla el pecho y mis pensamientos reciben una chicoteada de incitación. Ya no la veo más como mi bebita, ahora sé que tengo para mí lujuria a una mujer, una joven mujer un poco puta, sedienta de semen y famélica de la verga de su padre.


Sigo lamiendo y chupando ese surco de miel, dando golpecitos con la punta de mi lengua sobre esos pliegues mojados y engurruñados que cubren su clítoris, ella cierra fuerte sus piernas, tiembla toda y se corre con sus piernas agarrotadas, apretando mis mejillas y sus manitas empujando sin control mi cabeza para alejarla de su sensible botoncito que late enloquecido atrapado entre mis labios. Se estremece una y otra vez, jadea con gritos ahogados, luego cae con sus cabeza hacia atrás, sus brazos recogidos sobre sus pechitos y arquea su espalda en una pose de indecible y lujurioso goce. Veo sus tetitas apuntando al cielo, su rostro se mueve de lado a lado y sus cabellos enmarañados cubren su rostro sicalípticamente. Pareciera mucho más grande de sus trece años. Solo su pubis todavía imberbe delata su corta edad. Es una cerdita, una marranita en miniatura. Sin embargo, es una chanchita que tuvo la audacia y el descaro de pedirle a su padre de chuparle su “panocha”.


Tengo la polla dura como el acero, su coñito está ahí abierto e invitante, parece que todavía se contrae con su orgasmo. Paso mi verga hacia arriba y hacia abajo sobre su labia virginal. Ella está todavía con sus ojos cerrados y su cara de goce post-orgásmica, con sus labios semiabiertos en una lasciva sonrisita. Apoyo mi amoratado glande en el agujerito empapado y con un golpe de glúteos se lo meto de una sola embestida. Grita como si hubiese apuñalado su corazón, le he roto su himen. Con sus ojitos abiertos como platos me mira aterrorizada, tiende sus bracitos para alejarme, pero es inútil mi peso es superior a sus fuerzas, además la tengo aferrada de sus pierna y nalgas. Me quedo quieto sintiendo la estrechez de su coñito y veo un hilo de sangre que escurre y baña mi verga, mi polla está dentro su pancita. Ella se agita y me da golpes de puño sobre mi pecho:
—¡Quieta, tesoro! … ¡Detente! … ¡No tengas miedo! … ¡Sé que te duele, pero pronto pasará! … ¡Cálmate! … ¡Es tu primera vez! … ¡Tranquila, amorcito! … eso pasa … pasa …
Me quedo inmóvil por unos segundos manteniendo mi verga firme dentro de su chocho, suelto sus piernecitas y dulcemente acaricio sus mejillas, llora, solloza y ríe, todo junto. Me hace ver una mueca de dolor, poco a poco se calma y ya no lucha.
—¡Ay! … ¡Argh! … ¡Yo no quería! … ¡Malo! … ¡Me has causado dolor! … ¡Ay! … ¡Ay! …
Sin prestar mucho oído a sus lamentos, empujo mi pija más adentro de su panocha. Lentamente comienzo a moverme atrás y adelante, me muevo dentro de su vulvita estrecha hasta que mis cojones se estrellan contra su culito. También yo siento un dolorcito, pero el placer es mucho más intenso. Recuerdo mis años de juventud, esta es la segunda vez que rompo un himen, es el de mi chicuela. La primera fue un amor de esos que no se olvidan. Mi mujer no era virgen cuando me case con ella, pero prontamente después de casarnos, le rompí el culo.


A pesar de todo, me siento un poco confundido, esto no estaba en programa, sucedió en forma del todo espontanea. No supe controlarme, ver y sentir el coñito de mi hija tan receptivo, invitante y en la posición precisa, me hizo empujar y desvirgar a mi dulce bebita. No se puede llorar sobre la leche versada y ya no puedo detenerme. La follo despacito, pero la follo. Escucho sus sollozos que acompañan mis ligeros embistes, escucho el chapoteo de mi verga mezclada con sus fluidos y su sangre, me prende un ligero temor, como si la hubiese desventrada, imagino un lago de sangre. Empujo y empujo, cinco, diez, veinte veces y las válvulas de mi bolas se abren haciéndome descargar una series de chorros copiosos dentro de su chochito. Ella ya no llora y reacciona:
—¿Eh? … ¡Te corriste dentro de mí! ... ¿Estás loco? … ¿Y si me dejas preñada? …
—No, ángel mío … no … no puedes quedar embarazada con la primera vez …
Miento descaradamente para calmarla. Saco mi pene de su estrecha vagina y miro preocupado la cantidad de su hemorragia. Suspiro aliviado al constatar que es muy poca.
—¡Papá! … papi ¿Por qué lo hiciste?...
—¡Sí, tesoro! … no debía … ¡uhm! … fue más fuerte que yo … ¡créeme! … ¡perdóname! … ¡te ruego me perdones! …
Acongojada corre hacia el pequeño baño de la oficina, abrumado se me contrae el corazón, siento pena de mi mismo, veo a mi chicuela como víctima de mi egoísmo y mezquindad que no supe controlar


Después de ese doloroso momento tuve problemas de conciencia por satisfacer mis apetitos sexuales, pero el día siguiente, después de ese lábil arrepentimiento, volví a ser el bastardo de siempre y comencé a pensar en ese sublime momento y el inmenso placer que probé al penetrar el coñito virgen de mi hija, el haber sentido la estrechez de sus carnecitas frescas; pero más que nada, el placer físico de haber sido su primer hombre. Y ahora todavía la deseo, mucho más que antes.


Esa tarde y la mañana siguiente mi hija me miraba con cierto resquemor, al menos a mis ojos, pero después de mediodía la encontré más calmada. Trataba de interrogarla con mi mirada, pero ella desviaba su mirada, no quería verme. Comencé a preocuparme cuando después de cenar no quiso venir a la sala de estar, se retiró inmediatamente a su habitación sin siquiera saludarme.


Quería saber como estaba, pero también que me dijera lo que pensaba. Así luego de un rato, me levanté y abrí su puerta un par de centímetros y le pregunté:
—¡Cariño! … ¿Estás bien? …
—Estoy bien … pero estoy enojada contigo …
Un millar de horrendos pensamientos se agolparon en mi mente, entré sin decir nada y le di una caricia sobre sus cabellos, ella giró el rostro al lado contrario, para mí fue como una bofetada en pleno rostro:
—Buenas noches, cariño … buenas noches …
—¡Urg! … buenas noches, papá …
*****


Vivi una decena de días terribles. Además del temor de haberla dejado preñada, existía el agravante angustioso de sentirme rechazado por mi hermosa bebita. Una tarde me quedé en la cocina reflexionando en lo horrenda que se había convertido mi vida. Mi mujer se había retrasado en el salón de belleza. Vi pasar a mi hija hacía el baño, pero ni siquiera me miró. Luego al volver entró en la cocina sonriente y se acercó a mí, me volvió el alma al cuerpo y le sonreí, ella se inclinó y me dio un beso en la mejilla exclamando alborozada:
—¡Papi! … ¡Papi! … ¡Me llegó! … ¡Me llegó! …
Luego agregó con ojos lucientes:
—… ¡Oh, papá! … tuve tanto miedo, ¿sabes? …
Como el viento majestuoso barre del cielo los oscuros nubarrones. Así sus palabras arrollaron las negras nubes que oprimían mi corazón. Mi rostro se iluminó, tome su manita y se las besé, un beso de agradecimiento.
—¡Te lo había dicho, amorcito! … ¡Te lo había dicho! …
Mantiene sus ojos en mi mirada, mis ojos recorren su boca de fresas y rosas. La miro en una muda suplica y ella muerde su labio inferior, luego se inclina y besa mis labios, es un beso puro, es un beso de verdadero amor.


Amo a mi chicuela, mejor dicho, nos amamos porque también ella se deja transportar de los sentimientos. Ahora se cuelga a mi cuello, nuestras afanosas respiraciones y jadeos se funden, luego su lengüita sale tímidamente en busca de mi lengua en ese beso interminable y en decimas de segundo, el frenesí del beso se transforma en un revolcón de lenguas dentro nuestras voraces bocas.
—Tesorito, mío … tengo tantas ganas de ti … estos últimos días han sido los más terribles de mi vida …
—También para mí, papi …
Responde y luego vuelve a besarme. Temo el pronto regreso de su madre y le digo:
—Nenita … tu madre regresará de un momento a otro … ¿cuándo crees que podremos estar solos tu y yo?...
—Mañana sábado, papi … puedo hacerme la rata y vengo a tu oficina …


Creo que soy el único padre que avala que su hija estudiante se salte la escuela. Eso es lo que hice. Ahora mi nenita está aquí conmigo, entre mis brazos. En la intimidad de mi oficina nadie vendrá a disturbar nuestro idilio. Nos damos un largo y apasionado beso como primer contacto. Levantó su remera por sobre su cabeza y saltan fuera sus maravillosas tetitas. ¡Qué hermosas que son! Son un goce para mis ojos. Mi bebita no se ha puesto sujetador. ¡Como me hacía falta esta carnecita lechosa y suave! Las acaricio con la palma de mis manos disfrutando su firmeza, su delicadez. Ahueco mis manos y las noto más creciditas. Aprieto delicadamente con mis dedos esas cerecitas maduras que son sus pezoncitos. Sus tetitas no son tan grandes como las de su madre, pero para mí son de la medida exactas y precisas de una princesa. Se las chupo, toco y lamo, repentinamente se me corta la respiración, mientras mordisqueo y succiono su pechito, siento el cierre de mis pantalones que viene bajado. Mi libidinosa putita va en busca de la verga de su papi.


Tenemos varias horas a nuestra disposición, pero no logro contenerme y frenar mi frenético deseo por ella. Pocos momentos después mi polla está profundamente en su boca y yo con mis ojos cerrados gozando y escuchando los ruidos que hace mi nenita chupando, lamiendo, besando y ordeñando mi pija con inusitado ahínco, es evidente que ella también echaba de menos mi polla. Juega con mi prepucio, acaricia mis bolas, miro y veo los cabellos que ocultan su rostro moviéndose en modo ondulatorio mientras mama mi polla incansablemente llevándome al éxtasis de la lujuria. Siento que estoy por correrme y lo tomo en mi mano. Solo yo conozco el ritmo justo, quizás algún día mi bebita también sabrá, aprenderá y lo hará en modo natural. Solo mi hinchado glande resta en su boca viniendo acariciado por sus frenéticas lamidas y chupadas. Instintivamente pongo una mano sobre su cabeza para follar su boquita y me corro en un río nacarado de semen candente, en el frenesí de mi corrida, creo haber empujado mi polla muy dentro de su boca, inyectando los primeros borbotones directamente en sus amígdalas.


Se levanta, me mira y traga todo. Mi hija es una gema preciosa y yo la tomo en mis brazos, acurrucándola contra mi pecho sintiendo sus pechitos duros aplastándose contra mis pectorales, la beso saboreando el sabor de mi esperma. Ahora ha llegado el turno de ella, es mi deber hacerla gozar. Con las yemas de mis dedos le toco la fessurina estrecha y jugosa. La acomodo sobre el diván y lamo su ranurita, limpio toda su humedad con mi lengua, beso su pubis, sus muslos y abro ese tesoro oculto lleno de mieles y ambrosías de su pequeño chochito. Me doy de lleno a la tarea de devorar su coñito empapado y la hago venir, dos veces casi continuas, me regala su sopita de humores para saciar mi sed de ella, me bebo ávidamente ese caldo que escurre desde su diminuta panocha, la escucho chillar enloquecida:
—¡Ummmm … papi! … ¡Qué ricooo! … ¡Me gusta! … ¡Oooohhhh! … ¡Mmmmmm! …
Gemía y se contorsionaba empujando su ingle contra mi boca y tiraba mis cabellos hacia su chochito divino, mientras yo perdido en un trance de lascivia infinita, me bebía el torrente sabroso de sus juguitos. Luego repentinamente abrí sus piernas y la penetré diciéndole.
—Nada temas, tesorito … en estos días no eres fértil … puedo correrme dentro de ti … no existe peligro alguno …
Se lo dije porque la noté preocupada cuando le metí improvisamente mi polla en su coñito. Solo puedo decir que también esta fue una follada memorable, se corrió al instante cuando la embestí velozmente. Luego me corrí sobre sus nalguitas mientras la follaba a lo perrito y estoy seguro de que ella también volvió a correrse.


Para mí era el segundo orgasmo y esto me permitió gozar mucho más tiempo de su maravillosa y estrecha vagina. Pude jugar con sus tetitas, palparlas concienzudamente, tirar y pellizcar sus pezoncitos duros, chuparlos y mordisquearlos. Su cuerpecito era simplemente maravilloso; y que decir de sus nalguitas estupendas, era un goce psicológico cabalgar su culito de chicuela en flor, su inmaculada piel agregaba un plus a todo el goce que me hacía sentir.


Mientras regresábamos a casa, le dije que para mí era muy importante gozar corriéndome dentro de mi pareja, de ese modo mi placer era absoluto. El no hacerlo representaba un enorme sacrificio para mí. La píldora para mí hija no era una opción viable, ya que, según algunos amigos ginecólogos, me habían hecho saber que para una adolescente puede ser contraproducente para su salud integral. Por lo tanto, no entendía que ella comenzara a tomar anticonceptivos, pero también me parecía una oportunidad estupenda para convencerla a que me diera también su culito. Soñaba con penetrar esos párvulos glúteos marmolados de mí hija.


Pasaron varios días en que no tuvimos el espacio-tiempo para encontrarnos. Así fue como a la hora en que salía de la escuela, dejé la oficina y fui a buscarla. Recibí como una puñalada directa a mi corazón. La vi junto a un muchachito de su edad. Me sentí como un monstruo, en vez de estar contento viéndola compartir alegremente con un chico, me cubrió un manto de celos. Sé que no es justo, pero no pude evitarlo. Antes de que me viera me alejé y volví al trabajo.


En casa casi siempre lográbamos estar juntos por algunos minutos, pero no eran suficientes para nosotros. De todas maneras, eran momentos explosivos que reflejaban todo el deseo que teníamos el uno por el otro. Donde fuese que nos encontráramos, en la cocina, en la sala de estar o en su habitación, estrechaba a mí su cuerpecito adorado, besando su dulce y carnosa boca; le levantaba su faldita para disfrutar palpando fugazmente su coñito, cosa que me mandaba en completo éxtasis.


Varias de esas veces mi caliente bebita se había quitado sus bragas y se ponía a lo perrito sobre el sofá, desde allí veíamos la entrada de la casa y podíamos regularnos con el regreso de mi esposa. Cuando eso sucedía, ella se tiraba abajo su faldita y yo me escapaba rápidamente hacia el baño.


En esas furtivas oportunidades, más de una vez presenté mi amoratado glande a la entrada apretada de su culito. Sé por experiencia que para cosechar es necesario sembrar. Así comencé en todos nuestros encuentros a pasear la yema de mi pulgar por sobre ese agujerito a forma de estrella, después follé su culito con mi dedito meñique. Otro día forcé mi dedo medio y mi dedo anular en ese caliente y angosto orificio, follándola profundamente con mis falanges mientras me comía su sabroso coñito. Luego un día después de meterle tres deditos en su apretado ano, mi nenita me preguntó:
—¡Papi! … no estarás pensando en meterme tú enorme polla en mi culito, ¿verdad? …
Mientras succionaba su turgente clítoris, le respondí:
—¿Y por qué no, amorcito? … ¡Sería lo ideal para nuestros jueguitos! … ¡Nos divertiríamos mucho más y no correríamos ningún riesgo! …
—¡Oh, papi! … pero ¿estás loco? … con esa tremenda polla me partirás en dos … no, no y no … sería demasiado doloroso … me harías daño, papi …
Tuve que usar toda mi diplomacia para persuadirla, pero ella se atrincheró en que sería doloroso y le daba mucho miedo.
—Ven esta tarde a mi oficina …
—¡Sí! … pero …
—Pero ¿qué? …
—¡Papá! … no … ¿eh? … yo no quiero eso, ¿sabes? …
—Ven, cariñito … ven … verás que será lindo también para ti …
—¡Ay, papi! … ¡Eso, no! … ¡No vengo a ninguna parte! …
Conociéndola, yo sabía que ella iba a venir, mi putita es muy caliente y no se iba a perder una tarde de orgasmos. De hecho, después de mediodía sonó el citófono de la oficina, rápidamente abrí el portón del edificio. Suspiré aliviado sintiendo el ascensor que subía los pisos hacia mi oficina. No hizo más que entrar y se puso inmediatamente a la defensiva diciéndome que no me hiciera extrañas ideas:
—Entonces ese “no” es definitivo … ¿uhm? …
—¡Ay, papi! … ¡No insistas! … ¡Tengo demasiado miedo! … ¡Me dolerá! …
—¡No seas exagerada! … ¡Ese agujerito es elástico! … ¡No sentirás ningún dolor! … debes saber que muchas mujeres lo hacen … es más … una vez que lo prueban solo quieren hacerlo por ahí …
Teníamos toda la tarde para nosotros. Comencé a desnudarla una prenda a la vez. La besé apasionadamente mientras le quitaba su cortavientos, otro beso ardoroso con una chupaba de lengua y le quité su blusita, con caricias y besos le quité la falda, los zapatos y las medias del colegio. Finalmente la despojé de su remera y su tanga roja. En principio pensé que estaba sin bragas, pero había un hilito interdental perdido entre sus nalgas. Ella muy sumisa se dejaba hacer, pero sentí su temeroso temblor.
—¡No, papi! … ¡No! … ¡Ya te dije que no! …
Me repitió cuando pasé la yema de mi dedo medio entre sus nalguitas y sobre su agujerito apretado. Me desnudé completamente y la atraje hacia mí, adoro sentir sus tiernas tetitas en mi pecho. Siendo que ella es bajita, la hice subir sobre una mesita de centro que uso para ofrecer café a las visitas y clientes de mi oficina, a esa altura podía gozar de sus pechitos, claro que debía alzar mi rostro para besarla. Que lujuriosa visión ver sus tetitas perderse entre los vellos de mi pecho, luego me regocijé chupando y mordisqueando con la punta de mis dientes las fresitas arrugaditas de sus pequeños pezones.


Mi polla se movía autónomamente, impaciente en espera de su momento. Ondulaba y pulsaba a la espera de introducirse en esa joven panocha. No lo tocaba, lo dejaba menguar libremente, fue mi pequeñita que, sentándose sobre la mesita, lo tiró y lo hizo entrar dulcemente en su boca. Los carnosos labios de su rosada boquita se cerraron firmemente alrededor del cuerpo engrosado de mi pija, se había tragado de una sola vez todo mi glande. Me acariciaba chupándolo ávidamente, con la mano derecha jugaba con mis bolas, mientras que con la izquierda me rozaba el surco velludo de mi culo. Levantó su mirada buscando mis ojos y empujó su dedito dentro de mi recto; nunca entenderé porqué lo hizo, pero le llene de borbotones de esperma su sedienta boquita. Sabía que se lo habría tragado todo. El espectáculo de ver a una chicuela de trece año tragando semen, es y siempre será un escena de extrema lujuria.


Le lamí y chupé su panocha por más de media hora, me bebí con inmenso placer toda su exquisita ambrosía. Varios fuertes estremecimiento tuvo su frágil cuerpecito, ella empujaba su coñito contra mi boca cada vez que se corría chillando de loco placer, tirando mi cabeza contra su coño con desesperación.


Yo anhelaba hacerle su culito, ella estaba temerosa. Con todos esos jueguitos mi verga había tornado a su dureza y longitud normal cuando erecto. La puse a lo perrito para follar su chocho, ella se giró y me dijo no con el dedo, era como una plegaria de que no penetrase su culito, yo guié mi cabezona polla sobre el surco cerrado de su panocha empapada de fluidos y dulcemente lo deslicé dentro de su coñito. Aferré sus caderas y le di una treintena de fuertes embistes profundos, enseguida lo saqué y lo paseé sobre el surco de su trasero:
—¡No, papi! … ¡No! … ¡Por favor, no! …
—¡Vamos, cariño! … ¡Déjame hacer! … ¡Vamos! …
Afligida y asustada ella meneaba su culo de lado a lado, haciéndole el quite a mi polla. Entonces me arrodillé y comencé a besar sus nalguitas, lamí el agujerito de su culo teniendo abierto los glúteos de su trasero. Abrí bien sus nalgas e introduje mi lengua en ese estrecho orificio, luego la penetré con dos y después tres dedos. Con su hoyito bien abierto, procedí a penetrarla con mi lengua, dejando un cumulo de saliva alrededor de su agujerito. Luego me levanté y le metí mi polla directamente en su coño empapado para lubricarlo.


Nunca sabré si se apiadó de mí o simplemente cambio de parecer. Tome sus manitas y las puse sobre sus nalgas indicándole de mantenerlas abiertas. Mi tierna bebita enterró su rostro sobre los cojines del diván y se dejó amar.
—¡Escúchame, amor! … ¡Empuja! … ¡Empuja con fuerza! … ¡Verás que te gustará! …
Como una flor abre sus pétalos a los primeros rayos del sol, así se fue abriendo el agujerito virgen y apretado de su ano. Primero apoyé mi cabezón glande sobre la invitante aberturita rosado-oscura, temblé al instante que comencé a encular a mi bebita amada, la cabeza de mi polla entró y fue estrangulada por el anillo anal que quiso interponerse, luego ella empujó y yo también, la mitad de mí polla estaba dentro de mi nenita, su fresco y carnoso culito ya no era más virgen, su culito de trece años había cedido y perdido su virginidad. Mientras presiono y presiono, ella tienta de hacer un último intento de escapar, pero la tengo aferrada de sus caderas. Vuelvo a presionar y mi vientre se estrella con sus glúteos, toda mi verga está dentro de esa cálida cuevita:
—¡Despacito, papi! … ¡Despacito! … ¡Me duele un poco! ...
Mete su mano hacia atrás y trata de detenerme. Es demasiado débil para contrarrestar mi fogosidad, la tomo de sus flancos, primero lentamente y poco a poco voy aumentando mi velocidad y mi ímpetu. La cabalgo como a una joven potranca mientras una miríada de lucientes estrellas explota en mi cerebro. No escucho el ahogado gemido de mi hija, voy atrás y adelante, atrás y adelante cada vez más rápido y aferrado a sus sinuosas caderas, llego al orgasmo.
—¡Aaaahhhh! ... ¡Aaaahhhh! ... ¡Me corro! ... ¡Umpf! … ¡Umpf! … ¡Umpf! …
Millones de descargas eléctricas recorren mi espina dorsal lo que me provoca violentas vibraciones. Entre gruñidos y embestidas descargo un océano de esperma en su intestino, la aferro todavía empalada en mi pija y me derrumbo sentado con su culito estrecho apretujando mi polla. Estoy en un estado de paroxismo absoluto, es un deleite que me lleva al éxtasis. Me recupero un poco y la lleno de carantoñas y besos, ella tiene el ceño un poco fruncido y me dice:
—Es eso lo que querías, ¿no? … ¿Te ha gustado? … ¡Yo creí que iba a ser peor, papi! …
Su rostro se relaja y me regala una coqueta sonrisa, yo la estrecho más a mí y susurro en su oído:
—¡Lo haremos muchas veces más, tesorito! … ¡Verás que te gustará! …
Después de ese día y por los siguientes siete meses, gozamos a lo grande de nuestro amor ilícito, prohibido, perverso y depravado. A veces la hacía gozar con mi boca, otras con mi polla, pero a excepción de sus días fértiles, siempre eyaculaba en su estrecho culito.


Había llegado al punto de volverme un idiota obsesionado de tanto follar a mi bebita. Una tarde en mi oficina estábamos follando, mi criaturita gozaba con los veinte centímetros de polla que tenía dentro de su ano. Estaba pronto a gritar de placer al momento de explotar con copiosos chorros dentro de su culito, pero el grito quedó trunco en mí garganta. La que gritó fue mi mujer que nos miraba desde el recuadro de la puerta. Es el fin, pensé. Mi vida estaba a pedazos. Todo había terminado.

Fin

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El regalo más preciado de quien escribe es saber que alguien está leyendo sus historias. Un correo electrónico, a favor o en contra, ¡Tiene la magia de alegrar el día de quien construye con palabras, una sensación y un placer!

luisa_luisa4634@yahoo.com

escrito el
2024-05-24
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