El coñito de mi hija - Primera Parte.
por
Juan Alberto
género
incesto
Tengo que confesar que desde la primera vez que vi a mí mujer cambiando los pañales de Luisita, mi verga tuvo un estremecimiento. Rápidamente salí del baño para evitar que mi esposa se diera cuenta de mi grotesca reacción al mirar ese diminuto coñito de mi bebita. ¡Oh, Dios! ¡Qué terribles pensamientos pasan por mi cabeza! ¡La veo desnudita hasta en sueños!
Pasaron los años y nunca me atreví a rozarla con mis pensamientos morbosos terribles, me parecía enloquecer a veces al encontrarla media desnuda camino del baño, mi cabeza daba vueltas viéndola dar carreritas y saltitos desde su dormitorio al baño e viceversa. Imposible permanecer impasible e indiferente delante a tanta belleza, tanto candor e inocencia, tanta sensualidad natural, tanta frescura infantil. Pero se hizo adolescente, sí, adolescente porqué mi Luisita se estaba haciendo mujer. Poco antes de cumplir los doce tuvo su primer periodo menstrual. Ahora tiene trece y su cuerpecito ya notablemente no es de niñita, es de una mujer jovencita. Sus redondeces y sinuosidades han aumentado. Tiene un culito firme y a forma de pera que se lo comería a besos. Sus incipientes tetitas crecen cada día más; de primitivos montecitos protuberantes con marcados pezoncitos en su ajustada remera, han crecido y comenzado a inflar sus vestidos y blusas, como mitades de naranjitas. Hace unos días la puerta de su cuarto estaba semiabierta y la vi delante al espejo de su armario vestida solo con sus pequeñas bragas, sus manos no bastaban para cubrir esos meloncitos amplios que se expanden deliciosos en su pecho, con unas areolas pequeñas y unos delicados ápices de carne oscurecida que chuparía para un deleite sublime.
Se que no es posible, soy su padre. Un día no muy lejano será otro a gozar de sus delicias; será otro quien palpará la carnecita firme, delicada y tiernas de sus adorables tetitas; será otro quien ensanchará su cuevita vaginal y entrará en su vientre; será otro quien la penetrará y romperá el sello divino de su himen que hasta hoy se conserva intacto; será otro a gustarse la exquisita redondez de su trasero a forma de corazón. ¡Oh!, que sublime placer probará el afortunado individuo que recibirá las caricias aterciopeladas de esos glúteos esponjosos en su polla. Yo soy solo el hombre que contribuyó a traerla a este mundo, la he adiestrada, le he enseñado a vivir y a manejarse contra todo tipo de obstáculo que la vida nos pone por delante. Luego cuando el plato estará listo, aromático y listo a servirse; llegará el elegido que se la comerá. ¡Oh!, pobre de mí destinado a sufrir este destino inexorable y cruel: ¿Por qué al menos no puedo probar una vez esa exquisitez? ¿Por qué no puedo también yo besar esos labios de deliciosas frutillas? ¿Por qué no puedo también yo chupar esos pitorros puntiagudos de sus tetitas? ¿Por qué no puedo también yo rozar con mi polla cabezona esos labiecitos apretados de su vaginita? ¿Por qué no puedo también yo entrar en ese jardín del edén húmedo y rosado? ¿Por qué no puedo también yo entrar en ese templo púdico e inmaculado?
¡Oh, Dios! Perdóname, estoy blasfemando.
Sí, soy un hereje. Es un pecado que me atormenta de siempre, intento de ocultarlo y controlarlo, pero es más fuerte que yo, aparece una y otra vez a darme vuelta el cerebro. Todo en mí anhela hacerle el amor a mí nenita. Sí, es verdad, tiene solo trece años, pero al igual que un día hermoso se ve desde que comienza la mañana, mí bebita está resplandeciendo como el astro sol que irradia por sobre todos nosotros el goce de la vida y crece como una completa y bien hecha mujercita.
Mi nenita será más esplendente que el mismo sol y me irradiará su calor. Es imposible detenerme, admiro sus fotografías en la playa, ¡Qué maravilloso espectáculo de encantadora femineidad! Mi mano urgentemente se va a mi sexo, lo toco, lo meneo, lo estiro y lo froto hasta llegar a un tembloroso orgasmo pensando de estar dentro la pancita de mi criatura hermosa. Eyaculo y vacío mis pelotas con el mismo semen que contribuyó a generar esa gema preciosa. Miró esas fotografías reveladoras y ordeño mi pija hasta hacer salir la última gota. Cierro los ojos y sueño el más horrendo y maravilloso pecado. El incesto. Este pecado prohibido ha sido momentáneamente saciado, pero en mi mente está grabado a fuego. Embelesado y extasiado de placer innatural, siento que alguien me toca la espalda. Si no me vino un infarto en ese momento, jamás me vendrá. Ella, mi bebita, mi criaturita de las fotos me ha sorprendido infraganti, sus fotos están esparcidas sobre la mesa, algunas manchadas con mi nacarado semen.
No había nada que explicar, la evidencia estaba toda delante de sus ojos. Sus fotos mojadas de esperma y mi polla goteante envuelta en toallitas desechables empapadas de semen. Las pruebas eran concluyentes, todo me rendía culpable.
Después de los primeros instantes de desconcierto, mi instinto perverso estaba intacto en mi corazón, y un segundo después me recompuse tratando de esconder torpemente mi verga, pero ella exclamó:
—¡Papi! … ¡Eres un cerdo! … ¡Te estas pajeando con mis fotos! … ¿Acaso te excitan? …
Me quedé mudo y después de unos segundos ella continuó:
—¡Papá! … ¿Es verdad? … ¿Te hiciste una … ehm … mirando mis fotos? … ¿Eso quiere decir que soy linda … es así? …
Se me había ido el habla, tragué un poco de saliva, mi rostro estaba enrojecido de vergüenza. Le pasé un brazo por la cintura y le dije:
—Sí, tesoro mío … no puedo negarlo … me tienes que perdonar, pero es más fuerte que yo … eres demasiado hermosa y no he podido resistir la fascinación de tu beldad …
No dijo nada más, se dejó acariciar, incluso me dio un besito delicado en la mejilla. Levanté mi rostro y le devolví el beso en su mentón. El perfume de juventud que emanaba de su cuerpo fue como un Viagra para mí polla que, aunque recién había eyaculado, lo sentí vibrar volviéndose a poner duro y macizo. Se hizo un silencio absoluto, mis manos se movieron prontamente bajo su faldita, acercándose a esas carnes frescas que apenas había visto en fotos. Mi bebita se abrazó a mi cuello, alcancé sus pequeñas bragas ¡Oh, Dios! Que delicioso paraíso me ofrecía mi nenita, dejaba que las manos de su papi se movieran sobre la ranurita cerrada de su panocha, sentí en las yemas de mis dedos como se humedecía instantáneamente. Me pregunté si a trece años una bebita podía secretar los suficientes fluidos que se necesitan para una penetración de una polla. Dedeé su coñito por unos diez minutos, fueron más que suficiente para hacer que mi pija se pusiera dura como el acero. Me puse en pie y por algunos segundos mi nenita pudo ver mi obelisco de carne apuntando hacia el cielo, tal vez era la primera vez que veía un pene adulto. Le di un delicado besito en sus labios de fresas, después la levanté de peso tomándola por debajo de sus piernas y la llevé a la sala de estar, cerca del diván. Pocos segundo me tomaron para quitarle las bragas y la hice sentar. Enseguida con una famélica voracidad, hundí mi rostro entre esas piernecitas diáfanas y puras, comenzando una chupada de panocha que se quedará para siempre en mi memoria.
A trece años mi bebita tenía un incipiente mechón de vellitos oscuros, como la piel de un durazno y fue allí donde concentre en meter mi boca, mentón y nariz, en medio a esa párvula fisurita. En la media hora de lamidas y chupadas, sentí estremecer su cuerpo entero más de una vez. Tuve que forzar sus piernas abiertas para seguir lamiendo y chupando sus jugos. Sus piernas estaban volando en el aire temblando y tiritando de lujurioso placer, como para decirle al mundo entero de que el goce del sexo ha sido, es, y será siempre el supremo placer de la raza humana.
No tenía más lengua que darle y me detuve, no tanto por cansancio, sino porque me senté frente a ella y con cuatro o cinco refriegue de mi verga, salpiqué varios chorros de semen sobre mi nenita que me miraba asombrada e impertérrita. Recogió en silencio sus braguitas y se dirigió hacia el baño, mientras la miraba que se alejaba, mi pensamientos se fue al futuro. ¿Tendré o no la fortuna de hacerla completamente mía? No quise seguir soñando con ese terrible deseo incestuoso y pecaminoso.
Al día siguiente, reunido con un grupo de amigos, vine a conocimiento en los líos legales interminables en que se había metido un tipo por follarse una puta de quince años. Esa era la otra cara del maravilloso juego prohibido que yo estaba haciendo con mi pequeña. Las circunstancias se comentaban en extenso y yo pensaba a mí propia situación. Creo que ellos se dieron cuenta de que la cosa probablemente me estaba afectando, así que disimuladamente fingí sentirme mal y abandoné el bar. Regresé a casa confuso y aturdido, mentalmente decidí de interrumpir esa peligrosa relación inmediatamente. Apenas entré al ingreso de la casa, mi bebita me esperaba ansiosa y se colgó de mi cuello dándome un beso apasionado en la boca. Tuve que luchar para alejarla con el riesgo de que mi mujer nos atrapara. Obviamente se dio cuenta de mi frialdad y se quedó intrigada.
Por algunos días fui fuerte y me quedé con mis convicciones. Estaba aterrorizado por las consecuencias que podían acarrearnos como familia si alguien nos descubriera. Pero la carne es débil y la atracción demasiado fuerte. Estaba hechizado por la belleza de esa criatura divina. En un momento en que nos encontramos solos ella y yo, me preguntó:
—Papi … ¿Por qué estás enojado conmigo? … ¿Cosa te he hecho? … ¿Acaso ya no me quieres? …
—Bebita, mía … nunca dejaré de quererte … justo porque te quiero tanto es porque quiero cancelar de mi mente lo que hicimos el otro día … te pido me perdones … fui débil … no lo volveremos a hacer jamás … nunca más …
—¿No quieres volver a hacerme todos esos cariñitos, papi? … eres malo, ¿sabes? … muy malo …
—Compréndeme, tesoro … eres una gema preciosa … eres una mujercita ya … yo soy tu padre y me debo comportar como tal … sufro porque no me dejas indiferente … sufro porque nunca te podré tener … ¿entiendes? …
—Papi … desde ese día no hago otra cosa que pensar a ti … recuerdo cuando me besabas … ahí … jamás pensé en sentir una cosa tan fascinante y hermosa … tú me la hiciste descubrir, papi … lo sé que mamá no nos debe atrapar … pero podríamos hacerlo los viernes … cuando mamá va al salón de belleza … dime que sí, papito … dime que sí …
Concluyó casi suplicando, su lamentoso ruego hizo estremecer no solo a mi corazón. Escuchar de sus labios cuanto le había gustado mi lengua era demasiado para mí. La estreché a mí, como buscando en ella la fuerza para resistir, en cambio fue como el desmoronamiento del dique bajo la presión desbordante del agua. Se estiró hacia arriba y busco mis labios fogosamente, un torbellino arrollador de lujuria y placer se apoderó de mí y ya no pude resistir. ¡Dios mío!, mi hija, una chicuela de trece años se me ofrecía abiertamente, creo que humanamente era imposible negarme.
Mientras la besaba mi mano se deslizó bajo su vestido, los últimos vestigios de la diga de mis principios había cedido y mi mente fue inundada de incestuosos pensamientos. Con frenético ímpetu le bajé sus calzoncitos, casi se los arranco. Estamos en pie, siendo ella un poco más bajita, se aferra a mí presionando su rostro sobre mi pecho. Lo levanta y planto otro beso en sus labios. Gusto ese apasionado beso tomándole sus redondos glúteos desnudos mientras ella revuelca su lengua dentro de mi boca. Esta mujercita en miniatura quiere matarme, inconscientemente me está destruyendo. Todo mi ser está concentrado en ese beso, chupo su lengua y ella chupa la mía, no me pregunto donde habrá aprendido a besar así ni quien se lo ha enseñado, disfruto de ese beso prohibido y libidinoso que mi nenita me regala candorosamente. Cuando nos separamos un poco beso sus cabellos, me parece estar en un sueño celestial, pero sintiendo las cándidas nalgas de mi bebita en mis manos vuelvo a la realidad, comienzo a pasar una de mis manos por su vientre liso, deslizándome poco a poco más abajo, hasta rozar esos vellitos de su coño casi imberbe que no logran esconder el tesoro que hay entre sus piernas, su deliciosa panocha.
Así, estoy tocando la rajita húmeda de mi hija, acaricio esos labiecitos afelpados ya mojados. ¡Oh, Dios! Es la vulva de mi bebita, mi criaturita, tiene solo trece años este cuerpecito, a solo trece años parece modelado por un artista. No encuentro las palabras apropiadas para describir toda su belleza. Estoy obsesionado al pensar que estoy violando leyes atávicas que nos rigen por hace cientos de años; las leyes del incesto tan excitantes que me hacen arriesgar todo: mi trabajo, mi familia, mi futuro; todo a cambio del placer de poseer este tesoro de la naturaleza.
Mi nenita que asemeja tanto a su madre, su piel es clara, a mis ojos parece muy sana y real. Entonces me boto por la pendiente de la perversión y me inclino buscando sus tetitas. ¡Qué carnecita más aterciopelada, firme; con pezoncitos ligeramente engurruñados! ¡Me hacen sentir vértigos alucinantes! Ella tiene los ojos cerrados, la observo como goza con mis caricias, luego se inclina y me susurra al oído:
—Papi … vamos … vamos a mi dormitorio, papá …
En las penumbras del pasillo, llevándola con una mano sobre su espalda, nos dirigimos a su cuarto, sobre el piso quedaron sus braguitas como un mudo testigo que nos ve alejarnos hacia el pecado inminente.
En la tenue luz de su habitación se consumirá el incesto, allí me desnudo y mi angelita me imita. Ese cuerpecito lo había visto desnudo otras veces hace algunos años, ahora parecía haberse enriquecido de sinuosas formas. Sus tetitas habían crecido y llamaban mi atención mientras me quitaba mis boxers. Que espectáculo mí mujercita que muestra un ralo bosquecillo de vellitos sobre su monte de Venus, que hacen parecer más hinchado el monte de su pubis.
Si un adulto hace el amor con una menor de dieciocho años, comete el delito de pedofilia. Quisiera ver yo al legislador permanecer indiferente ante tal esplendor de madre natura. Yo lo ignoro, solo siento el ardiente deseo de disfrutar de esa carne fresca, tersa y turgente; de hecho, unos instantes después mi boca se impregna de cada centímetro de esa tez lechosa y justo cuando estoy chupando uno de eso pezones que parecen pitorros, siento una manita que atrapa mi sexo, engrosado y caliente. Casi en un susurro la escucho decir:
—Papi … puedo tocártelo … nunca he tocado ninguno, ¿sabes? …
—Sí, bebita … es tuyo … es todo tuyo …
La pequeñita no solo lo toca, también quiere verlo. Delicadamente aleja mi cabeza que estaba pegada a su pezón. Estira su cuello para mirar su mano que por primera vez toca una polla. Mi hija parece encantada, lo guarda y lo tira mientras una ligera sonrisa se dibuja en sus labios. Me doy cuenta de que también ella está gozando a concho el momento sublime que estamos viviendo; sabía de tener en mano la pija de su padre, la misma polla que la engendró dentro el vientre de su madre. La verga prohibida, ilegal y vedada para sus manos. Está emocionada, lo toca, lo toma entre el pulgar y el índice, lo aferra y alguna gotita asoma. Pienso que de una de esas gotitas nació ella. Es un momento excepcionalmente único que dura pocos segundos. Luego se apodera de él con su diminuta mano y comienza a ir hacia arriba y hacia abajo, hacia arriba y hacia abajo, hacia arriba y hacia abajo. Si bien mi chicuela es una inexperta, no puedo desconocer que la teoría la sabe. Sabe muy bien como masturbar una polla.
El momento es demasiado bello como para interrumpirla y, mientras vuelvo a chupar sus tetitas, mi nenita me masturba hasta llegar a mi orgasmo. Ni siquiera le doy un preaviso, quiero observar sus expresiones y reacciones. Cuando siente los borbotones de esperma salpicando sus dedos, lo suelta velozmente como si le quemara la mano, pasada la sorpresa su instinto la obliga a tomar mi polla y a continuar con la masturbación hasta el final. Al termino, sea su brazo y su mano están mojados de semen, varias salpicaduras cayeron en su vientre y se formó una poza en su ombliguito. Rápidamente la limpio con mis boxers y continúo a besarle las tetitas, palpando sus labiecitos vaginales abundantemente mojados, también hago deslizar mi dedo sobre su túrgido clítoris, arrancándole varios placenteros gemidos, entre los cuales la escucho decir:
—Papi … hazme con la boca ... chúpame, papi ... así como el otro día …
—¡Claro que sí, bebita mía! … abre bien tus piernas …
Me baje de su camita, ella se recostó atravesada y yo la tiré un poco hacia mí y comencé a hacerla gozar. Delante de mis ojos el divino edén, la pequeña vulvita de mi tesorito de trece años, ya mojada y caliente y mentalmente abierta e invitante para que su papi se la lamiera y chupara.
Mi bebita se había estremecido y tentado de escapar de mi lengua bien tres veces, bebi tres veces todos los juguitos que emanaron de su estrecha panocha al momento que se corría chillando y gruñendo. Miré mi reloj y vi que teníamos al menos una hora antes de que regresara su madre. Estaba feliz de haberla hecho gozar por tres veces con mi lengua. Debido a la exquisita actividad que estaba haciendo con mi hija, mi polla tornó a ponerse dura como una roca. Me arrodillé muy cerquita de ella con mi verga apuntando amenazante a sus labiecitos enrojecidos, le puse un cojín bajo sus redondas nalgas, ella se levantó en sus codos cuando sintió mi glande presionando el surco vaginal de su virginal panocha. Primero se lo hice pasear en medio al surco mojado de sus labios mayores, estrellándome suavemente contra su clítoris, ella se mantenía curiosa a gemir y mirar mi lasciva maniobra. Me encantaba apuntar mi polla hacia el ojetillo de su vulva y dejarlo resbalar fuera, mi nenita temblaba de placer cuando mi glande desaparecía entre sus hinchados labios mayores y emergía rebotando contra su monte de Venus. Me gustaba observar la atención con que miraba mi polla deslizándose entre su labia vaginal todavía virgen. Me detuve un momento y estaba muy cerca de eyacular sobre ella.
—Nenita mía … ¿Por qué no pruebas también tú con tu boca? …
Las palabras me salieron todas de una sola vez. Ella se puso seria y me miró. Entonces insistí:
—¡Vamos, cariño! … es hora de que tú también aprendas …
Fijando su mirada en mi verga, se inclinó como si fuese un autómata. Se había extendido sobre la cama con sus tetitas sobre el cojín y estiró ambas manos para coger mi pene, lo acerqué más a ella, abrió un poco su boca, antes de metérselo en la boca me miró a los ojos. La calidez de su boca me encendió el corazón, me reactivó el cerebro, hizo que mi pene vibrara más duro de lo que estaba. Probe un placer indescriptible, mi nenita quizás por vergüenza no volvió a mirarme, se dedicó plenamente a la tarea que le había asignado, comenzó a besarme la punta, el tronco, pero más que nada me lo chupaba y jugaba con su lengua alrededor de la corona de mi glande. Tiraba hacia atrás la piel de mi prepucio y hacia deslizar su boca hacia arriba y hacia abajo repetidas veces, sentí su mano acariciar mis bolas. Mirándola desde lo alto su cabeza andaba hacia atrás y hacia adelante, engullendo cada vez más mi pija. Nunca me había sentido tan excitado, pero no quería correrme en su boca, aunque si no me faltaban las ganas:
—Cariñito … estoy por correrme … si no lo quieres en la boca, dímelo …
—¿Cómo te lo hace mamá? …
Me preguntó sin mirarme y volviéndose a tragar mi polla.
—¡Ehm! … ella a veces se lo bebe todo … otras no … hazlo como quieras hacerlo … puedes hacerme venir en tu boca y luego lo escupes …
No respondió absolutamente nada, así que iba a ser una sorpresa. Ya no pude contenerme más:
—Amorcito, me corro … ¡Umpf! … ¡Umpf! … me corro … ¡Aaahhh! … ¡Umpf! … ¡Umpf! …
Mi tesoro había querido contentar a su papi. Lo recibió todo en su boca, dejándome vaciar completamente mis pelotas, luego se enderezó y manteniendo una mano cerca de su boca, la abrió y me mostró toda mi densa esperma flotando sobre y bajo su lengua, una evidencia de mi pecado. Luego de carreritas se dirigió al baño cubriéndose la boca para escupirlo, me pareció ver a una ninfa del Olimpo moviendo su escultural juventud. Pensé a cuál sería el nuestro futuro. Solo el todopoderoso lo sabe, yo solo sé que mañana será un nuevo día.
El día siguiente nos mirábamos en un modo diferente, nos preparábamos para salir, ella a la escuela y yo al trabajo. De continuo nuestras miradas cómplices se encontraban y me parecía adivinar una feliz sonrisa en sus ojos. Por suerte yo había tenido una discusión con mi mujer y estábamos enojados. Esto me permitía estar más tiempo cerca de mi nenita.
La acompañe a la escuela en mi carro y casi llegamos atrasados, porque en la soledad de mi auto, ella se lanzo a mis brazos a besarme y yo no podía alejar su tentador cuerpo del mío. El fruto prohibido era demasiado dulce y no me pude resistir, cediendo cada vez más al erotismo que desplegaba mi hija con su sensual frescura y deliciosa juventud. El hecho de tener solo trece años le jugaba a su favor y alimentaba mi ego. Tener su cuerpecito flexible y delicado estrecho entre mis brazos, sintiéndome abrazado por sus tiernos bracitos y anegar mi lengua en su pequeña boca; eran sin duda, elementos que me llevaban a volar sueños fuera de este mundo. Así fue como tuve que conducir a toda velocidad para llegar justo a tiempo a la entrada de su escuela.
Finalmente llegué también a mi trabajo, estas sensaciones y sentimientos ocuparon mi mente por casi la entera jornada. De regreso a casa cené y mi mujer se retiró a dormir dejándonos solos a mi hija y a mí. Estaba todavía sentado a la mesa cuando ella vino y se sentó a caballito sobre mis piernas, obviamente su faldita se arremangó sobre sus tiernos muslos que estaban allí tentadores a mis ávidas manos las cuales volaron a acariciar la tersa, suave y cálida piel de sus piernas, había sido una tacita invitación a hacerlo. Le tiré más arriba su falda para acariciar sus firmes nalgas y me apoderé de ellas para sostenerla. Nos besamos y la estreché presionando mi ingle hacia la convergencia de sus piernas; maldije mis vestidos y los suyos por mantener separado mi polla de esa maravillosa y cálida panocha; palpé sus glúteos por sobre mus calzoncitos y espontáneamente ella exclamó:
—¡Espera, papi! …
Y salto ligera de mi regazo al piso y en menos que canta un gallo se quitó sus bragas, mi corazón comenzó a latir enloquecidamente, si apareciera mi esposa en este momento estaríamos en un serio problema, pero la atracción por ese sexo impúber, la excitación que me produce el constatar que mi bebita ya no es una bebita, todo me lleva a perder la razón y correr el riesgo que podría terminar con un desastre.
Me suelto el botón de mi pantalones y bajo el cierre y cuando mi amazonita se vuelve a montar sobre mis piernas se encuentra mi verga dura y lustrosa parada frente a la rajita apretada de su coñito. Lo tomo en mi mano y lo deslizo en el surco caliente de su hendedura palpitante, hacia arriba y hacia abajo en forma repetitiva, ella se cuelga de mis brazos y me besa con pasión acompañando su beso con movimientos de sus caderas restregando su conchita sobre mi amoratado pene. Me siento en el séptimo cielo teniendo entre mis brazos a mi hijita, una chicuela adolescente que con sus trece años emana una sensualidad cautivadora, deliciosamente hechizadora, que captura tu alma. Los estímulos son difíciles de describir.
Froto mi glande sobre su botoncito, la escucho chillar. Siento que mi orgasmo esta cercano, me detengo. Aún cuando mi posición no es cómoda, logro posicionar mi glande sobre su clítoris y cosquilleó los pliegues de su capucha y ella se estremece y me aprieta fuerte con sus brazos susurrándome:
—¡Oh, papi! … ¡Oh, papi! … ¡Me corro! … ¡Ssiii! … ¡Me corrooo! … ¡Umpf! … ¡Aaaahhhh! …
Siento que mi nenita me moja mi regazo. Con esos juguitos frescos sumerjo mi glande continuando a restregar mi polla sobre su diminuta panocha. Estamos con nuestros labios pegados y no logro contener mi desahogo:
—¡Ooohhh! … ¡Umpf! … ¡Umpf! … ¡Aaaahhhh! … ¡Ummmm! …
Salpico mi semen sobre los fluidos emanantes de su conchita, sobre su falda y la estrecho a mi pecho, para luego jugar con sus bien formadas tetitas. Un poco en serio y un poco en broma le digo:
—Veamos si eres capaz de hacerlo poner duro otra vez …
Ella se baja de mi regazo y observa mi polla desinflada y blandengue; me ayuda a bajarme los pantalones a mis tobillos y abro mis piernas para ella. Es una insinuación e invitación para que me haga una buena mamada. Mi polla está todavía embadurnada de esperma, pero para ella no es un problema, se acurruca entre mis piernas y sonriéndome se lo mete en la boca.
Es un contrasto ver su rostro angelical y joven, engullendo mi enorme polla, lo grabo en mi mente, pero esas imágenes vienen inmediatamente superadas de las sucesivas. Ella acaricia mi pene, lo chupa, toca mis bolas, lo toma con sus manitas y lo mueve verticalmente; es fantástico ver su párvula boquita tragándose mi salchichón. Recién he eyaculado, se necesita tiempo para que me vuelva a recuperar, mi pija no da signos de vida; su lengüita gira y se envuelve alrededor de mi glande, pero no obtiene el esperado éxito. Pero después de la tremenda primera mamada que me hizo sobre su camita, seguramente probó mucho gusto, porque ahora me mira contenta mientras trabaja con su lengua sobre mi polla inerte.
Ella siente las vibraciones de mi polla, siente como la sangre comienza a llenar esos vasos sanguíneos y como mi verga comienza a tomar consistencia. Toma mi polla con ambas manos y mientras las mueves hacia arriba y hacia abajo, su lengua comienza a lamber mi glande al mismo modo en que un perrito lengüetea el agua de su recipiente. Luego vuelve a chuparlo ansiosamente, me estoy gozando hasta espiritualmente esta magistral mamada de mi chicuela que me lo ha hecho endurecer una vez más.
Cerca de veinte minutos después de reciproco deleite, me vinieron los primeros temblores, tensé mis piernas y mis nalgas se pusieron duras:
—¡Oooohhhh! … ¡Ooohhh! … ¡Umpf! … ¡Aaahhh! … ¡Aaahhh! …
Me corrí. No fue abundante, pero suficiente para que mi bebita recibiera su premio, esta vez se lo tragó todo, luego se levanto y me dio a sentir el sabor de mi propio semen en un apasionado beso, metiendo su lengua contra la mía. Es un sueño, realmente estoy viviendo un sueño maravilloso.
(Continuará …)
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Pasaron los años y nunca me atreví a rozarla con mis pensamientos morbosos terribles, me parecía enloquecer a veces al encontrarla media desnuda camino del baño, mi cabeza daba vueltas viéndola dar carreritas y saltitos desde su dormitorio al baño e viceversa. Imposible permanecer impasible e indiferente delante a tanta belleza, tanto candor e inocencia, tanta sensualidad natural, tanta frescura infantil. Pero se hizo adolescente, sí, adolescente porqué mi Luisita se estaba haciendo mujer. Poco antes de cumplir los doce tuvo su primer periodo menstrual. Ahora tiene trece y su cuerpecito ya notablemente no es de niñita, es de una mujer jovencita. Sus redondeces y sinuosidades han aumentado. Tiene un culito firme y a forma de pera que se lo comería a besos. Sus incipientes tetitas crecen cada día más; de primitivos montecitos protuberantes con marcados pezoncitos en su ajustada remera, han crecido y comenzado a inflar sus vestidos y blusas, como mitades de naranjitas. Hace unos días la puerta de su cuarto estaba semiabierta y la vi delante al espejo de su armario vestida solo con sus pequeñas bragas, sus manos no bastaban para cubrir esos meloncitos amplios que se expanden deliciosos en su pecho, con unas areolas pequeñas y unos delicados ápices de carne oscurecida que chuparía para un deleite sublime.
Se que no es posible, soy su padre. Un día no muy lejano será otro a gozar de sus delicias; será otro quien palpará la carnecita firme, delicada y tiernas de sus adorables tetitas; será otro quien ensanchará su cuevita vaginal y entrará en su vientre; será otro quien la penetrará y romperá el sello divino de su himen que hasta hoy se conserva intacto; será otro a gustarse la exquisita redondez de su trasero a forma de corazón. ¡Oh!, que sublime placer probará el afortunado individuo que recibirá las caricias aterciopeladas de esos glúteos esponjosos en su polla. Yo soy solo el hombre que contribuyó a traerla a este mundo, la he adiestrada, le he enseñado a vivir y a manejarse contra todo tipo de obstáculo que la vida nos pone por delante. Luego cuando el plato estará listo, aromático y listo a servirse; llegará el elegido que se la comerá. ¡Oh!, pobre de mí destinado a sufrir este destino inexorable y cruel: ¿Por qué al menos no puedo probar una vez esa exquisitez? ¿Por qué no puedo también yo besar esos labios de deliciosas frutillas? ¿Por qué no puedo también yo chupar esos pitorros puntiagudos de sus tetitas? ¿Por qué no puedo también yo rozar con mi polla cabezona esos labiecitos apretados de su vaginita? ¿Por qué no puedo también yo entrar en ese jardín del edén húmedo y rosado? ¿Por qué no puedo también yo entrar en ese templo púdico e inmaculado?
¡Oh, Dios! Perdóname, estoy blasfemando.
Sí, soy un hereje. Es un pecado que me atormenta de siempre, intento de ocultarlo y controlarlo, pero es más fuerte que yo, aparece una y otra vez a darme vuelta el cerebro. Todo en mí anhela hacerle el amor a mí nenita. Sí, es verdad, tiene solo trece años, pero al igual que un día hermoso se ve desde que comienza la mañana, mí bebita está resplandeciendo como el astro sol que irradia por sobre todos nosotros el goce de la vida y crece como una completa y bien hecha mujercita.
Mi nenita será más esplendente que el mismo sol y me irradiará su calor. Es imposible detenerme, admiro sus fotografías en la playa, ¡Qué maravilloso espectáculo de encantadora femineidad! Mi mano urgentemente se va a mi sexo, lo toco, lo meneo, lo estiro y lo froto hasta llegar a un tembloroso orgasmo pensando de estar dentro la pancita de mi criatura hermosa. Eyaculo y vacío mis pelotas con el mismo semen que contribuyó a generar esa gema preciosa. Miró esas fotografías reveladoras y ordeño mi pija hasta hacer salir la última gota. Cierro los ojos y sueño el más horrendo y maravilloso pecado. El incesto. Este pecado prohibido ha sido momentáneamente saciado, pero en mi mente está grabado a fuego. Embelesado y extasiado de placer innatural, siento que alguien me toca la espalda. Si no me vino un infarto en ese momento, jamás me vendrá. Ella, mi bebita, mi criaturita de las fotos me ha sorprendido infraganti, sus fotos están esparcidas sobre la mesa, algunas manchadas con mi nacarado semen.
No había nada que explicar, la evidencia estaba toda delante de sus ojos. Sus fotos mojadas de esperma y mi polla goteante envuelta en toallitas desechables empapadas de semen. Las pruebas eran concluyentes, todo me rendía culpable.
Después de los primeros instantes de desconcierto, mi instinto perverso estaba intacto en mi corazón, y un segundo después me recompuse tratando de esconder torpemente mi verga, pero ella exclamó:
—¡Papi! … ¡Eres un cerdo! … ¡Te estas pajeando con mis fotos! … ¿Acaso te excitan? …
Me quedé mudo y después de unos segundos ella continuó:
—¡Papá! … ¿Es verdad? … ¿Te hiciste una … ehm … mirando mis fotos? … ¿Eso quiere decir que soy linda … es así? …
Se me había ido el habla, tragué un poco de saliva, mi rostro estaba enrojecido de vergüenza. Le pasé un brazo por la cintura y le dije:
—Sí, tesoro mío … no puedo negarlo … me tienes que perdonar, pero es más fuerte que yo … eres demasiado hermosa y no he podido resistir la fascinación de tu beldad …
No dijo nada más, se dejó acariciar, incluso me dio un besito delicado en la mejilla. Levanté mi rostro y le devolví el beso en su mentón. El perfume de juventud que emanaba de su cuerpo fue como un Viagra para mí polla que, aunque recién había eyaculado, lo sentí vibrar volviéndose a poner duro y macizo. Se hizo un silencio absoluto, mis manos se movieron prontamente bajo su faldita, acercándose a esas carnes frescas que apenas había visto en fotos. Mi bebita se abrazó a mi cuello, alcancé sus pequeñas bragas ¡Oh, Dios! Que delicioso paraíso me ofrecía mi nenita, dejaba que las manos de su papi se movieran sobre la ranurita cerrada de su panocha, sentí en las yemas de mis dedos como se humedecía instantáneamente. Me pregunté si a trece años una bebita podía secretar los suficientes fluidos que se necesitan para una penetración de una polla. Dedeé su coñito por unos diez minutos, fueron más que suficiente para hacer que mi pija se pusiera dura como el acero. Me puse en pie y por algunos segundos mi nenita pudo ver mi obelisco de carne apuntando hacia el cielo, tal vez era la primera vez que veía un pene adulto. Le di un delicado besito en sus labios de fresas, después la levanté de peso tomándola por debajo de sus piernas y la llevé a la sala de estar, cerca del diván. Pocos segundo me tomaron para quitarle las bragas y la hice sentar. Enseguida con una famélica voracidad, hundí mi rostro entre esas piernecitas diáfanas y puras, comenzando una chupada de panocha que se quedará para siempre en mi memoria.
A trece años mi bebita tenía un incipiente mechón de vellitos oscuros, como la piel de un durazno y fue allí donde concentre en meter mi boca, mentón y nariz, en medio a esa párvula fisurita. En la media hora de lamidas y chupadas, sentí estremecer su cuerpo entero más de una vez. Tuve que forzar sus piernas abiertas para seguir lamiendo y chupando sus jugos. Sus piernas estaban volando en el aire temblando y tiritando de lujurioso placer, como para decirle al mundo entero de que el goce del sexo ha sido, es, y será siempre el supremo placer de la raza humana.
No tenía más lengua que darle y me detuve, no tanto por cansancio, sino porque me senté frente a ella y con cuatro o cinco refriegue de mi verga, salpiqué varios chorros de semen sobre mi nenita que me miraba asombrada e impertérrita. Recogió en silencio sus braguitas y se dirigió hacia el baño, mientras la miraba que se alejaba, mi pensamientos se fue al futuro. ¿Tendré o no la fortuna de hacerla completamente mía? No quise seguir soñando con ese terrible deseo incestuoso y pecaminoso.
Al día siguiente, reunido con un grupo de amigos, vine a conocimiento en los líos legales interminables en que se había metido un tipo por follarse una puta de quince años. Esa era la otra cara del maravilloso juego prohibido que yo estaba haciendo con mi pequeña. Las circunstancias se comentaban en extenso y yo pensaba a mí propia situación. Creo que ellos se dieron cuenta de que la cosa probablemente me estaba afectando, así que disimuladamente fingí sentirme mal y abandoné el bar. Regresé a casa confuso y aturdido, mentalmente decidí de interrumpir esa peligrosa relación inmediatamente. Apenas entré al ingreso de la casa, mi bebita me esperaba ansiosa y se colgó de mi cuello dándome un beso apasionado en la boca. Tuve que luchar para alejarla con el riesgo de que mi mujer nos atrapara. Obviamente se dio cuenta de mi frialdad y se quedó intrigada.
Por algunos días fui fuerte y me quedé con mis convicciones. Estaba aterrorizado por las consecuencias que podían acarrearnos como familia si alguien nos descubriera. Pero la carne es débil y la atracción demasiado fuerte. Estaba hechizado por la belleza de esa criatura divina. En un momento en que nos encontramos solos ella y yo, me preguntó:
—Papi … ¿Por qué estás enojado conmigo? … ¿Cosa te he hecho? … ¿Acaso ya no me quieres? …
—Bebita, mía … nunca dejaré de quererte … justo porque te quiero tanto es porque quiero cancelar de mi mente lo que hicimos el otro día … te pido me perdones … fui débil … no lo volveremos a hacer jamás … nunca más …
—¿No quieres volver a hacerme todos esos cariñitos, papi? … eres malo, ¿sabes? … muy malo …
—Compréndeme, tesoro … eres una gema preciosa … eres una mujercita ya … yo soy tu padre y me debo comportar como tal … sufro porque no me dejas indiferente … sufro porque nunca te podré tener … ¿entiendes? …
—Papi … desde ese día no hago otra cosa que pensar a ti … recuerdo cuando me besabas … ahí … jamás pensé en sentir una cosa tan fascinante y hermosa … tú me la hiciste descubrir, papi … lo sé que mamá no nos debe atrapar … pero podríamos hacerlo los viernes … cuando mamá va al salón de belleza … dime que sí, papito … dime que sí …
Concluyó casi suplicando, su lamentoso ruego hizo estremecer no solo a mi corazón. Escuchar de sus labios cuanto le había gustado mi lengua era demasiado para mí. La estreché a mí, como buscando en ella la fuerza para resistir, en cambio fue como el desmoronamiento del dique bajo la presión desbordante del agua. Se estiró hacia arriba y busco mis labios fogosamente, un torbellino arrollador de lujuria y placer se apoderó de mí y ya no pude resistir. ¡Dios mío!, mi hija, una chicuela de trece años se me ofrecía abiertamente, creo que humanamente era imposible negarme.
Mientras la besaba mi mano se deslizó bajo su vestido, los últimos vestigios de la diga de mis principios había cedido y mi mente fue inundada de incestuosos pensamientos. Con frenético ímpetu le bajé sus calzoncitos, casi se los arranco. Estamos en pie, siendo ella un poco más bajita, se aferra a mí presionando su rostro sobre mi pecho. Lo levanta y planto otro beso en sus labios. Gusto ese apasionado beso tomándole sus redondos glúteos desnudos mientras ella revuelca su lengua dentro de mi boca. Esta mujercita en miniatura quiere matarme, inconscientemente me está destruyendo. Todo mi ser está concentrado en ese beso, chupo su lengua y ella chupa la mía, no me pregunto donde habrá aprendido a besar así ni quien se lo ha enseñado, disfruto de ese beso prohibido y libidinoso que mi nenita me regala candorosamente. Cuando nos separamos un poco beso sus cabellos, me parece estar en un sueño celestial, pero sintiendo las cándidas nalgas de mi bebita en mis manos vuelvo a la realidad, comienzo a pasar una de mis manos por su vientre liso, deslizándome poco a poco más abajo, hasta rozar esos vellitos de su coño casi imberbe que no logran esconder el tesoro que hay entre sus piernas, su deliciosa panocha.
Así, estoy tocando la rajita húmeda de mi hija, acaricio esos labiecitos afelpados ya mojados. ¡Oh, Dios! Es la vulva de mi bebita, mi criaturita, tiene solo trece años este cuerpecito, a solo trece años parece modelado por un artista. No encuentro las palabras apropiadas para describir toda su belleza. Estoy obsesionado al pensar que estoy violando leyes atávicas que nos rigen por hace cientos de años; las leyes del incesto tan excitantes que me hacen arriesgar todo: mi trabajo, mi familia, mi futuro; todo a cambio del placer de poseer este tesoro de la naturaleza.
Mi nenita que asemeja tanto a su madre, su piel es clara, a mis ojos parece muy sana y real. Entonces me boto por la pendiente de la perversión y me inclino buscando sus tetitas. ¡Qué carnecita más aterciopelada, firme; con pezoncitos ligeramente engurruñados! ¡Me hacen sentir vértigos alucinantes! Ella tiene los ojos cerrados, la observo como goza con mis caricias, luego se inclina y me susurra al oído:
—Papi … vamos … vamos a mi dormitorio, papá …
En las penumbras del pasillo, llevándola con una mano sobre su espalda, nos dirigimos a su cuarto, sobre el piso quedaron sus braguitas como un mudo testigo que nos ve alejarnos hacia el pecado inminente.
En la tenue luz de su habitación se consumirá el incesto, allí me desnudo y mi angelita me imita. Ese cuerpecito lo había visto desnudo otras veces hace algunos años, ahora parecía haberse enriquecido de sinuosas formas. Sus tetitas habían crecido y llamaban mi atención mientras me quitaba mis boxers. Que espectáculo mí mujercita que muestra un ralo bosquecillo de vellitos sobre su monte de Venus, que hacen parecer más hinchado el monte de su pubis.
Si un adulto hace el amor con una menor de dieciocho años, comete el delito de pedofilia. Quisiera ver yo al legislador permanecer indiferente ante tal esplendor de madre natura. Yo lo ignoro, solo siento el ardiente deseo de disfrutar de esa carne fresca, tersa y turgente; de hecho, unos instantes después mi boca se impregna de cada centímetro de esa tez lechosa y justo cuando estoy chupando uno de eso pezones que parecen pitorros, siento una manita que atrapa mi sexo, engrosado y caliente. Casi en un susurro la escucho decir:
—Papi … puedo tocártelo … nunca he tocado ninguno, ¿sabes? …
—Sí, bebita … es tuyo … es todo tuyo …
La pequeñita no solo lo toca, también quiere verlo. Delicadamente aleja mi cabeza que estaba pegada a su pezón. Estira su cuello para mirar su mano que por primera vez toca una polla. Mi hija parece encantada, lo guarda y lo tira mientras una ligera sonrisa se dibuja en sus labios. Me doy cuenta de que también ella está gozando a concho el momento sublime que estamos viviendo; sabía de tener en mano la pija de su padre, la misma polla que la engendró dentro el vientre de su madre. La verga prohibida, ilegal y vedada para sus manos. Está emocionada, lo toca, lo toma entre el pulgar y el índice, lo aferra y alguna gotita asoma. Pienso que de una de esas gotitas nació ella. Es un momento excepcionalmente único que dura pocos segundos. Luego se apodera de él con su diminuta mano y comienza a ir hacia arriba y hacia abajo, hacia arriba y hacia abajo, hacia arriba y hacia abajo. Si bien mi chicuela es una inexperta, no puedo desconocer que la teoría la sabe. Sabe muy bien como masturbar una polla.
El momento es demasiado bello como para interrumpirla y, mientras vuelvo a chupar sus tetitas, mi nenita me masturba hasta llegar a mi orgasmo. Ni siquiera le doy un preaviso, quiero observar sus expresiones y reacciones. Cuando siente los borbotones de esperma salpicando sus dedos, lo suelta velozmente como si le quemara la mano, pasada la sorpresa su instinto la obliga a tomar mi polla y a continuar con la masturbación hasta el final. Al termino, sea su brazo y su mano están mojados de semen, varias salpicaduras cayeron en su vientre y se formó una poza en su ombliguito. Rápidamente la limpio con mis boxers y continúo a besarle las tetitas, palpando sus labiecitos vaginales abundantemente mojados, también hago deslizar mi dedo sobre su túrgido clítoris, arrancándole varios placenteros gemidos, entre los cuales la escucho decir:
—Papi … hazme con la boca ... chúpame, papi ... así como el otro día …
—¡Claro que sí, bebita mía! … abre bien tus piernas …
Me baje de su camita, ella se recostó atravesada y yo la tiré un poco hacia mí y comencé a hacerla gozar. Delante de mis ojos el divino edén, la pequeña vulvita de mi tesorito de trece años, ya mojada y caliente y mentalmente abierta e invitante para que su papi se la lamiera y chupara.
Mi bebita se había estremecido y tentado de escapar de mi lengua bien tres veces, bebi tres veces todos los juguitos que emanaron de su estrecha panocha al momento que se corría chillando y gruñendo. Miré mi reloj y vi que teníamos al menos una hora antes de que regresara su madre. Estaba feliz de haberla hecho gozar por tres veces con mi lengua. Debido a la exquisita actividad que estaba haciendo con mi hija, mi polla tornó a ponerse dura como una roca. Me arrodillé muy cerquita de ella con mi verga apuntando amenazante a sus labiecitos enrojecidos, le puse un cojín bajo sus redondas nalgas, ella se levantó en sus codos cuando sintió mi glande presionando el surco vaginal de su virginal panocha. Primero se lo hice pasear en medio al surco mojado de sus labios mayores, estrellándome suavemente contra su clítoris, ella se mantenía curiosa a gemir y mirar mi lasciva maniobra. Me encantaba apuntar mi polla hacia el ojetillo de su vulva y dejarlo resbalar fuera, mi nenita temblaba de placer cuando mi glande desaparecía entre sus hinchados labios mayores y emergía rebotando contra su monte de Venus. Me gustaba observar la atención con que miraba mi polla deslizándose entre su labia vaginal todavía virgen. Me detuve un momento y estaba muy cerca de eyacular sobre ella.
—Nenita mía … ¿Por qué no pruebas también tú con tu boca? …
Las palabras me salieron todas de una sola vez. Ella se puso seria y me miró. Entonces insistí:
—¡Vamos, cariño! … es hora de que tú también aprendas …
Fijando su mirada en mi verga, se inclinó como si fuese un autómata. Se había extendido sobre la cama con sus tetitas sobre el cojín y estiró ambas manos para coger mi pene, lo acerqué más a ella, abrió un poco su boca, antes de metérselo en la boca me miró a los ojos. La calidez de su boca me encendió el corazón, me reactivó el cerebro, hizo que mi pene vibrara más duro de lo que estaba. Probe un placer indescriptible, mi nenita quizás por vergüenza no volvió a mirarme, se dedicó plenamente a la tarea que le había asignado, comenzó a besarme la punta, el tronco, pero más que nada me lo chupaba y jugaba con su lengua alrededor de la corona de mi glande. Tiraba hacia atrás la piel de mi prepucio y hacia deslizar su boca hacia arriba y hacia abajo repetidas veces, sentí su mano acariciar mis bolas. Mirándola desde lo alto su cabeza andaba hacia atrás y hacia adelante, engullendo cada vez más mi pija. Nunca me había sentido tan excitado, pero no quería correrme en su boca, aunque si no me faltaban las ganas:
—Cariñito … estoy por correrme … si no lo quieres en la boca, dímelo …
—¿Cómo te lo hace mamá? …
Me preguntó sin mirarme y volviéndose a tragar mi polla.
—¡Ehm! … ella a veces se lo bebe todo … otras no … hazlo como quieras hacerlo … puedes hacerme venir en tu boca y luego lo escupes …
No respondió absolutamente nada, así que iba a ser una sorpresa. Ya no pude contenerme más:
—Amorcito, me corro … ¡Umpf! … ¡Umpf! … me corro … ¡Aaahhh! … ¡Umpf! … ¡Umpf! …
Mi tesoro había querido contentar a su papi. Lo recibió todo en su boca, dejándome vaciar completamente mis pelotas, luego se enderezó y manteniendo una mano cerca de su boca, la abrió y me mostró toda mi densa esperma flotando sobre y bajo su lengua, una evidencia de mi pecado. Luego de carreritas se dirigió al baño cubriéndose la boca para escupirlo, me pareció ver a una ninfa del Olimpo moviendo su escultural juventud. Pensé a cuál sería el nuestro futuro. Solo el todopoderoso lo sabe, yo solo sé que mañana será un nuevo día.
El día siguiente nos mirábamos en un modo diferente, nos preparábamos para salir, ella a la escuela y yo al trabajo. De continuo nuestras miradas cómplices se encontraban y me parecía adivinar una feliz sonrisa en sus ojos. Por suerte yo había tenido una discusión con mi mujer y estábamos enojados. Esto me permitía estar más tiempo cerca de mi nenita.
La acompañe a la escuela en mi carro y casi llegamos atrasados, porque en la soledad de mi auto, ella se lanzo a mis brazos a besarme y yo no podía alejar su tentador cuerpo del mío. El fruto prohibido era demasiado dulce y no me pude resistir, cediendo cada vez más al erotismo que desplegaba mi hija con su sensual frescura y deliciosa juventud. El hecho de tener solo trece años le jugaba a su favor y alimentaba mi ego. Tener su cuerpecito flexible y delicado estrecho entre mis brazos, sintiéndome abrazado por sus tiernos bracitos y anegar mi lengua en su pequeña boca; eran sin duda, elementos que me llevaban a volar sueños fuera de este mundo. Así fue como tuve que conducir a toda velocidad para llegar justo a tiempo a la entrada de su escuela.
Finalmente llegué también a mi trabajo, estas sensaciones y sentimientos ocuparon mi mente por casi la entera jornada. De regreso a casa cené y mi mujer se retiró a dormir dejándonos solos a mi hija y a mí. Estaba todavía sentado a la mesa cuando ella vino y se sentó a caballito sobre mis piernas, obviamente su faldita se arremangó sobre sus tiernos muslos que estaban allí tentadores a mis ávidas manos las cuales volaron a acariciar la tersa, suave y cálida piel de sus piernas, había sido una tacita invitación a hacerlo. Le tiré más arriba su falda para acariciar sus firmes nalgas y me apoderé de ellas para sostenerla. Nos besamos y la estreché presionando mi ingle hacia la convergencia de sus piernas; maldije mis vestidos y los suyos por mantener separado mi polla de esa maravillosa y cálida panocha; palpé sus glúteos por sobre mus calzoncitos y espontáneamente ella exclamó:
—¡Espera, papi! …
Y salto ligera de mi regazo al piso y en menos que canta un gallo se quitó sus bragas, mi corazón comenzó a latir enloquecidamente, si apareciera mi esposa en este momento estaríamos en un serio problema, pero la atracción por ese sexo impúber, la excitación que me produce el constatar que mi bebita ya no es una bebita, todo me lleva a perder la razón y correr el riesgo que podría terminar con un desastre.
Me suelto el botón de mi pantalones y bajo el cierre y cuando mi amazonita se vuelve a montar sobre mis piernas se encuentra mi verga dura y lustrosa parada frente a la rajita apretada de su coñito. Lo tomo en mi mano y lo deslizo en el surco caliente de su hendedura palpitante, hacia arriba y hacia abajo en forma repetitiva, ella se cuelga de mis brazos y me besa con pasión acompañando su beso con movimientos de sus caderas restregando su conchita sobre mi amoratado pene. Me siento en el séptimo cielo teniendo entre mis brazos a mi hijita, una chicuela adolescente que con sus trece años emana una sensualidad cautivadora, deliciosamente hechizadora, que captura tu alma. Los estímulos son difíciles de describir.
Froto mi glande sobre su botoncito, la escucho chillar. Siento que mi orgasmo esta cercano, me detengo. Aún cuando mi posición no es cómoda, logro posicionar mi glande sobre su clítoris y cosquilleó los pliegues de su capucha y ella se estremece y me aprieta fuerte con sus brazos susurrándome:
—¡Oh, papi! … ¡Oh, papi! … ¡Me corro! … ¡Ssiii! … ¡Me corrooo! … ¡Umpf! … ¡Aaaahhhh! …
Siento que mi nenita me moja mi regazo. Con esos juguitos frescos sumerjo mi glande continuando a restregar mi polla sobre su diminuta panocha. Estamos con nuestros labios pegados y no logro contener mi desahogo:
—¡Ooohhh! … ¡Umpf! … ¡Umpf! … ¡Aaaahhhh! … ¡Ummmm! …
Salpico mi semen sobre los fluidos emanantes de su conchita, sobre su falda y la estrecho a mi pecho, para luego jugar con sus bien formadas tetitas. Un poco en serio y un poco en broma le digo:
—Veamos si eres capaz de hacerlo poner duro otra vez …
Ella se baja de mi regazo y observa mi polla desinflada y blandengue; me ayuda a bajarme los pantalones a mis tobillos y abro mis piernas para ella. Es una insinuación e invitación para que me haga una buena mamada. Mi polla está todavía embadurnada de esperma, pero para ella no es un problema, se acurruca entre mis piernas y sonriéndome se lo mete en la boca.
Es un contrasto ver su rostro angelical y joven, engullendo mi enorme polla, lo grabo en mi mente, pero esas imágenes vienen inmediatamente superadas de las sucesivas. Ella acaricia mi pene, lo chupa, toca mis bolas, lo toma con sus manitas y lo mueve verticalmente; es fantástico ver su párvula boquita tragándose mi salchichón. Recién he eyaculado, se necesita tiempo para que me vuelva a recuperar, mi pija no da signos de vida; su lengüita gira y se envuelve alrededor de mi glande, pero no obtiene el esperado éxito. Pero después de la tremenda primera mamada que me hizo sobre su camita, seguramente probó mucho gusto, porque ahora me mira contenta mientras trabaja con su lengua sobre mi polla inerte.
Ella siente las vibraciones de mi polla, siente como la sangre comienza a llenar esos vasos sanguíneos y como mi verga comienza a tomar consistencia. Toma mi polla con ambas manos y mientras las mueves hacia arriba y hacia abajo, su lengua comienza a lamber mi glande al mismo modo en que un perrito lengüetea el agua de su recipiente. Luego vuelve a chuparlo ansiosamente, me estoy gozando hasta espiritualmente esta magistral mamada de mi chicuela que me lo ha hecho endurecer una vez más.
Cerca de veinte minutos después de reciproco deleite, me vinieron los primeros temblores, tensé mis piernas y mis nalgas se pusieron duras:
—¡Oooohhhh! … ¡Ooohhh! … ¡Umpf! … ¡Aaahhh! … ¡Aaahhh! …
Me corrí. No fue abundante, pero suficiente para que mi bebita recibiera su premio, esta vez se lo tragó todo, luego se levanto y me dio a sentir el sabor de mi propio semen en un apasionado beso, metiendo su lengua contra la mía. Es un sueño, realmente estoy viviendo un sueño maravilloso.
(Continuará …)
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