Brígida mi madre, mi novia, mi esposa - 2da parte.
por
Juan Alberto
género
hetero
Brígida respondía a mis besos y su mano viajaba por toda la longitud de mi miembro que latía fuertemente, mis boxers cayeron al suelo y ella acerco su vientre a mi polla, por la diferencia de estatura mi pene estaba casi penetrando el orificio de su pequeño ombligo, ella espalmaba las incipientes gotitas de semen en su abdomen plano — quiero un hijo tuyo … — me dijo en un susurro y yo la estreché a mí sintiendo esos maravillosos senos que estaban aptos para alimentar a cualquier bebé.
Ella estaba con sus brazos flojos caídos a sus lados, deslicé la delgada tela del camisón sobre sus hombros y la fuerza de gravedad hizo el resto, la prenda se esfumó casi invisible hacia el piso dejándola ante mí completamente desnuda, estaba bajo mi embrujo, rodeé su cuello y la levanté en mis brazos, ella rodeó mi cuello con los suyos, la llevé como una prometida novia a sus aposentos, la puerta de su dormitorio estaba entreabierta y superamos el vano de la entrada y su lecho matrimonial me pareció el pasaje lógico a un nuevo nivel en nuestra relación, estaba a punto de tomar posesión carnal de la viuda de papá, la deposité delicadamente sobre el lecho, acerqué mis labios a su boca roja y sensual, pero ella me detuvo —¿estás seguro?— me preguntó con sus rendidos ojos —sí … más que antes … más que nunca— le dije y ella me abrazó con fuerzas, nos besamos por largo rato, no había ninguna prisa, no había ningún espacio, no había ningún tiempo, solo nuestra especial dimensión de amor.
Entre besos y caricias me despojé de mis vestidos, compartíamos todavía el agradable y dulce sabor del moscatel fresco y espumante que nos habíamos bebido, sus senos de terciopelo se dejaban acariciar por los vellos de mis pectorales y sentía sus duros pezones como si quisieran traspasar mi piel, las sinuosas y femeninas formas de ella se acomodaban a la tosca humanidad de mi atlético cuerpo de macho, la hacían parecer frágil bajo mi ímpetu y fogosidad, nuestras manos exploraban nuestros cuerpos cóncavos y convexos, la protuberancia de sus senos me hechizaba, mientras ella estaba encantaba ante la prominencia y grosor de mi verga, me desplacé entre esas colinas blancas y túrgidas y me apoderé de sus pezones, Brígida gemía y yo respirada con afano, continué a mover mis labios sobre su vientre afelpado, su ombligo me pareció interesante de explorar con mi lengua y me detuve a succionar y lamer la pequeña cavidad, pero mi viaje tenía un destino, así que reanudé mi navegación en ese mar de sinuosas curvas, me detuve ante la insolencia de un clítoris enhiesto y arrogante, apenas cubierto de delgados pliegues rosados, desafiante al ataque de mi lengua, lo rodee seguro de vencerlo, latía y brillaba, húmedo y caliente, mi lengua se encorvaba y se preparaba a la escaramuza, como un rayo le di un latigazo y escuche un gemido, casi un quejido, había dado en el blanco, me lancé en avante y lo aplasté con mi lengua refregándolo sin misericordia, un chillido rompió el aire, el oponente reaccionaba y sucumbía con estertores, la lid no estaba ganada, había una nueva reacción enérgica, así que extendí las fuerzas de mis labios y con una continua maniobra de succión, la contendiente se rindió con espasmos convulsivos y gritos guturales, un torrente de fluidos inundaban la hendedura fragante, cálida, invitante y deliciosa.
Brígida mantenía sus dedos enredados en mis cabellos, mientras su pelvis continuaba a estremecerse en mi boca, su respirar cansino en la agonía de su orgasmo, su cabeza estaba girada a un flanco y su lengua humectaba una y otra vez sus labios entreabiertos, sus ojos completamente cerrados y su frente ceñuda estaba cubierta por un velo de sudor, sus esplendidos senos subían y bajaban al ritmo afanoso de su respiración, me acomodé con mi verga a punto de explotar, acariciando su rostro angelical —¡oh! mi dios, Nino … creí morir … estuvo fabuloso— me dijo abriendo sus ojos claros y tratando de encuadrar mi imagen.
Le respondí con un beso en su frente, mientras mis brazos la estrechaban en una caricia envolvente y protectora —no saldrás más de mis brazos … no saldrás más de mi vida— susurré en su oído y ella se acurrucó a mi con dulzura, permanecimos sin hablar, no había necesidad, nuestra conexión era perfecta, su mano se había aferrado a mi pene e insinuaba una suave caricia, una vez recuperada de su exaltación, procedió a besarme la barbilla, las mejillas, mi nariz, mi frente, luego su lengua hurgueteó en mis labios, haciéndose espacio y buscando la compañía de mi lengua, ambas se entregaron a una intriga de caricias que nos hacía gemir a ella y a mí, me empujó con energía sobre mis espaldas y su mano volvió a adueñarse de mi miembro, sus ojos vidriosos de deseos, ponían en la mira la cabezota de mi glande bruñido y emanando gotas perladas de semen, fue como un imán para sus labios.
La vi que se inclinaba y la tibieza de sus labios me envió directo al paraíso, las venas de mi cuello se hincharon y un gran flujo sanguíneo se concentro en mi sexo, permanecía con mis ojos cerrados pero podía sentir cada cosa, su respiración estimulando mi piel, sus manos iban de mis bolas a mi vientre, descendían a mis muslos, para volver a envolver mis cojones, su cabeza subía y bajaba y mi pene dentro de ella podía advertir la variedad de movimientos de su lengua y también la estrechez aterciopelada de su garganta, si podía haber poesía en una mamada, este es el caso, ella veneraba mi pija, como idolatrándola, rindiendo un voto casi religioso y reverencial a la felación.
Esa boca fervorosa la quería en mis labios, así que con delicadez la atraje hacia arriba, sus labios tenían sabor a mí, la bese con mucha pasión, mi pene encabritado reclamaba su sexo, poco a poco ella me monto a horcajadas y comenzó a rozar mi glande con su monte de venus, la hendedura de su conchita paseaba sobre mi glande arriba y abajo, Brígida se posesionó de mi asta y la introdujo en su estrecha vagina lanzando un gemido y quejido al sentirse penetrada, nuestra unión era divina, mis sensaciones eras las suyas y la calidez y sensualidad de su cuerpo me transmitía sus sentimientos que eran los míos, estábamos integrados el uno en el otro, con una pasión que sobrepasaba el todo, en modo inconmensurable.
Hicimos el amor con mil caricias, nuestros gemidos y quejidos se confundían en esa dimensión foránea, en un mundo nuevo, habíamos iniciado una nueva vida, éramos pareja finalmente, nuestra felicidad infinita, Brígida danzaba con su vientre y mi verga seguía su ritmo, sin apremios yo me brindaba a ella como ella se entregaba a mí, la pasión y fogosidad comenzaron a rebasar nuestros sentidos, la sentí agitarse y estremecerse, mi ímpetu iba en aumento, Brígida estaba bramando y gimiendo sin control, sus músculos vaginales masticaban y sobajeaban mi verga que sin poder resistirse a tanta estimulación, disparó los primeros borbotones dentro de su sexo palpitante, parecía que parte de mi cerebro y mi esencia se versaban en esa cavidad cálida y acogedora, el cuerpo entero de ella convulsionaba sobre mí transmitiéndome espasmos de placer y lujuria.
Participios y gerundios no bastaban para expresar la pasión conjugada del verbo amar que ella me procuraba y que yo le retribuía envolviéndola en un abrazo que irradiaba un calor infinito, no había adverbio que pudiese complementar las oraciones que emanaban nuestros espíritus y corazones, ese amor libre, ese amor perpetuo, ese amor digno, ese amor generoso, sincero, veraz y real, mi respiración afanosa junto a la de ella, era el vestigio del apetito sexual en que ambos nos habíamos satisfecho y saciado en este momento mágico, nos mirábamos con ojos soñadores llenos de promesas tacitas, nos sentíamos dueños del mundo y como tal ya nada importaba, nos teníamos el uno al otro, nos pertenecíamos, la coraza del amor nos protegía.
—Nino … ¿crees que seremos criticados? — preguntaba preocupada ella —no lo sé … tampoco me importa … si restamos juntos ya nada importa … importa solo lo que sentimos— dije con un tono de voz nítido y seguro abrazándola para transmitirle el ímpetu y brío de este incipiente sentimiento que nos involucraba, ella era mi novia, mi prometida esposa, todo mi futuro estaba con ella, nada podría interponerse en nuestra felicidad y si ella quería un hijo mío, yo estaba dispuesto a darle muchos más.
—Amor … somos un hombre y una mujer … nos amamos … nada podría contener la fuerza de nuestro amor … para mí eres toda mi vida …— le dije posando mi mano ávida de su sinuoso cuerpo en su amplia cadera, así de costado como estaba sus senos descansaban casi uno sobre el otro con esos pezones que no se condicen con el tamaño de esas tetas exuberantes, me sentía revivir en esa erección en ciernes que aminoraba la distancia con su piel hasta casi tocarla, mi verga volvía a estirarse, Brígida ciertamente se percató, pero no hizo nada, no se movió, como hechizada del tamaño que estaba alcanzando mi pija, solo cuando vio que ya no crecía más, su mano trato de envolver mi asta enhiesta, no lográndolo del todo, se enderezó y con ambas manos apresó mi pene, luego levanto sus manos y con el circulo formado por la circunferencia de mi polla, me miro a través del agujero sonriendo feliz, me causo risa también a mí, agarré sus manos y la tiré sobre mí para besar esa boca de niña malcriada que a veces adoptada su rostro, ciertamente la amaba, ciertamente me hacía muy feliz.
Una mano de Brígida no soltaba su presa, así como mis besos sobre sus labios la excitaban, su mano masturbaba exquisitamente mi miembro, sentía como su pulgar se detenía en el ápice de mi verga y jugaba con las gotas que afloraban incesantemente del profundo de mis huevos, ella no pudo resistir y con devoción se plegó hasta alcanzar ese miembro que ahora le pertenecía por completo y como tal lo comenzó a saborear, lamiendo sus flancos venosos, descubriendo mi glande perlado haciendo escurrir mi prepucio hacia abajo mientras acariciaba mi escroto presionando suavemente mis cojones, su abrigadora boca acogía benévola toda la longitud de mi polla, hasta presionar ese tejido muscular donde termina el paladar, casi introduciéndolo en su garganta.
Mi mano alcanzó su pierna y la crucé sobre mi pecho, luego aferré sus caderas y poco a poco fui tirando su chocho hacia mi boca, nos fusionamos en un solo ser amorfo y salvaje, nos estábamos devorando nuestros sexos, alimentándonos de erotismo y lujuria, nutríamos nuestra pasión con fogosas lamidas y apasionadas libaciones, el sensible clítoris de ella se mostraba en toda su belleza y no perdí tiempo en agredirlo con mi lengua, la sentí temblar y gemir, su felación era perfecta, audaz y atrevida, pero yo quería subirme otra vez a ese carro que me llevaba a la paz física y espiritual de correrme al interior de su concha, así que la empujé sobre su espalda, quedándome entre sus muslos, presenté mi verga a la entrada de su chocho y mirando su rostro angelical, me hundí en ese océano de fluidos que me portaban a derroteros de placer.
Una vez más estábamos haciendo el amor, Brígida envolviéndome en un abrazo de bienvenida de piernas y brazos, sus tetas lucían aplastadas por mi fogosidad, nuevamente nuestros cuerpos se acoplaban perfectamente, como una maquinaria de movimiento perpetuo, mis pistón subiendo y bajando en la estrecha camisa de su chocho sediento de mi semilla, hembra caliente esperando de recibir el semen que la fecundaría, su coño receptivo se contraía para ordeñar mi vástago y extraer el caldo semen dentro de su fértil conchita, macho y hembra buscando la reproducción para la continuación de la especie y no solo por el placer y el goce que eso conllevaba.
Brígida sentía en sus entrañas mi pene y su regocijo era evidente, lo sentía y sus movimientos ardorosos eran para satisfacerme, deseaba hacerlo, quería que esa unión carnal fuese mucho más que eso, nuestras almas se habían saldadas con esa conexión connubial y nos trasportaba como en un sueño de deseos y anhelos frescos, ese afán de querer sentirse junto a mí, de pertenecerme y de adueñarse de mí, de necesitar esas caricias, esos sonidos, la tibieza de mi cuerpo junto al suyo, ella me sabía de ella como yo la sabía mía, nuestro ardor reiterado nos procuraba goces exquisitos, bajo el peso de mi cuerpo, con mi pene en lo profundo de su sexo, los gemidos de mi princesa se hacían cada vez más ardientes, sus uñas arañaban mi piel y su pelvis luchaba por absorber más de mí, me imploraba en susurros y sollozos que le diera más, que se lo hiciera con más fuerza, sus chillidos temblorosos y sus piernas y sus muslos trepidaban con desesperación, su cabeza se movía de lado a lado con su respiración agitada buscando aire, buscando bocanadas de oxígeno, ahogada en el placer de su orgasmo, empujando mis nalgas, amarrando mis glúteos con sus piernas haciéndome rociar sus paredes vaginales con mi esperma líquido para extinguir ese incendio, esa pira que ardía al interior de su esencia de mujer.
Sus ojos claros centelleaban como una candela al aire en una tempestad, parecía despertarse de un sueño eterno, su rostro pleno de satisfacción con una sonrisa diáfana, nos besábamos y acariciábamos sin cesar, como para cerciorarnos que estábamos viviendo una realidad, mi pene goteando mis jugos masculinos hizo abandono de esa gruta acogedora que lo abrigaba, con un gemido ella se aferró a mi para mantenerme a su flanco, para no dejarme huir, la calidez de su cuerpo, su abrumadora aroma de mujer, obnubiló mi mente y me sumergí en la bruma de un sueño sosegado, de paz.
Pasaron los días y semanas y nuestras vidas continuaban a arar el fértil terreno de nuestra pasión, donde íbamos creando surcos donde sembrar el fruto de nuestro amor, la pasión se concentraba mayormente en una activa actividad sexual, ambos jóvenes, nos sentíamos con esa fuerza, con ese ardor, con esa fogosidad característica de la juventud, ella adoraba mis caricias y se mantenía cercana y al alcance de mis manos que la buscaban una y otra vez, los pequeños toques, el roce ligero a sus pezones, un beso reposado a sus parpados, un mordisco leve a sus labios para robarle un beso, todas caricias que nos regalaban esa atmosfera adecuada a la pasión que se desataba y nos compelía a unir nuestros sexos y copular repetidas veces tanto durante el día, como durante las horas de la noche, era una sed insaciable que sentíamos el uno por el otro, ambos teníamos iniciativas para incitar al otro a enredarse en esa jungla de garatusas donde terminaban nuestros cuerpos fusionados dándonos placeres infinitos.
Esa noche, fuera se había desencadenado un temporal de viento y lluvia, relámpagos y truenos ensordecedores, Brígida salía de la ducha y yo la esperé con una copita de vino en la mano, por primera vez ella me rechazó la bebida, me extrañó pero no quise darle ninguna importancia, su sonrisa franca me decía que nada sucedía, solo que no quería beber, así que yo me senté en el diván a terminar de ver el noticiero en la Tv, ella se fue a terminar de vestirse al dormitorio, al cabo de un rato, vestida con su negligé que apenas cubría su chochito cubierto por unos calzoncitos tipo bikini de color violeta, se sentó junto a mí mientras yo sorbeteaba mi Riesling, pase mi brazo por sus hombros y le ofrecí un sorbo, pero ella movió su cabeza en sentido negativo, entonces bebí un poco y atrayendo su rostro, la bese en los labios haciéndola sentir el sabor del mosto, ella levantó su cabeza para mirarme con una sonrisa esplendida, dulce e idílica —no seas malito … no tengo intención de beber … — me dijo y yo bese su frente.
Se acurrucó a mi sintiéndose segura en mis brazos, como que necesitaba ser protegida, quería sentirse apapachada y para mí era como estar en la gloria, la tenía muy juntito a mi y su calor me irradiaba esas sensaciones ya conocidas de deseos por su ser, por su cuerpo, muy luego estábamos besándonos, nuestras caricas se hacían poco a poco más osadas, mis manos trataban de colmar la magnitud de sus senos desnudos, mis dedos rozaban una y otra vez sus macizos pezones, Brígida movía sus muslos donde su conchita comenzaba a encenderse, sus dedos dibujaban la forma de mi verga bajo mis shorts, le bajé su calzoncito hasta las rodillas y ella hábilmente termino de deslizarlos a sus tobillos, para finalmente hacerlos caer al piso, puse una mano en su vientre y ella me la tomó con ternura y la frotó suavemente sobre su piel haciéndome acariciar su tersa tez, como si fuera una caricia especial para ella, mantuvo mi mano cerca de su ombligo y me pareció sentir algo inexplicable dentro de mí, pero poco a poco moví mis dedos hasta alcanzar su túrgido clítoris.
Brígida se estremeció y abrió su boca en un gemido, junto sus muslos como para esconder su lascivia y su lujuria, estaba tan caliente como yo o quizás más, aún cuando nuestras copulaciones eran frecuentes, hacer el amor con ella no tenía nada de rutinario, era siempre una cosa fresca, intuitiva, adivinando el deseo del otro, recibir y entregar amor y pasión, nos descubríamos una y otra vez, siempre habían novedosas sensaciones y esto era como algo nuevo, más sentido, más deseado, más afectivo y esperado, conocíamos nuestros cuerpos a la perfección, pero recorríamos los centímetros de piel explorando su tersura y calidez por nuevas sendas, adivinando el embrujo y el hechizo de ese sentimiento, la acomodé sobre el diván con sus piernas abiertas y me arrodille fervorosamente ante ese templo de placer, me incliné con fervor y mi lengua acarició sus muslos, bese su vientre y ella se estremeció, su pubis pronto brillaba con mi saliva y mi lengua comenzó a hundirse en la hendedura de su sexo que emanaba su esencia delicada y cautivante.
El exquisito sabor salino de sus rosadas carnes, era libado por mí lengua y portado a mis papilas que lo recibía con delicia, mis besos continuaban a viajar por la suave piel de su entrepierna, ella confiadamente se dejaba acariciar por todas partes, incluso cuando levanté sus piernas y expuse a mis ojos la maravilla rosada y rugosa de su ano, no hizo más que gemir y acomodarse para facilitarme la degustación de tan acogedor orificio, me concentré a besar y lamer su ojetillo y mi deleite tanto como el suyo se incrementaron, volví a lamber sus labios vaginales y con mis dedos separé el portal de ingreso de su chuchita mojada e inflamada de ardor, mi boca entera succionó ese fluido continuo de zumo sabroso y apetitoso, Brígida comenzó a manipular mis cabellos tirando de ellos y refregando mi rostro en su chocho, sus quejidos y gemidos terminaban en sollozos y chillidos, estaba cercana al orgasmo y yo lo sabía, inserí me lengua en la profunda tibieza de su coño y luego atrapé su clítoris en mis labios y no lo solté hasta sentir sus temblorosas sacudidas.
—¡Aaahhh! Nino … ¡ooohhh! … ¡ssiii! … ¡asiii! … — Brígida gritaba y convulsionaba en un espasmódico orgasmo, sus muslos habían aprisionado mi rostro y solo mi lengua no cesaba de moverse en el ápice de su sexo estimulando ese botoncito que le ocasionaba estremecimientos y sacudidas junto con gritos de placer, puse mis manos en su vientre acariciándola dulcemente y ella tomo mis manos y acompaño mis caricias, ella pausadamente abrió sus piernas y yo comencé a subir con mis caricias, bese su pancita y me encontré con esas colinas blancas y esponjosas de sus senos, me comí sus pezones y subí a besar su cuellos y mordisquear sus lóbulos, besé sus parpados que cubrían esos ojos que tanto me gustan, mi pene casi escapaba de mis shorts así que con un rápido movimiento me los saqué y apoyé la puntita en su pubis, ella inició un movimiento buscando el ápice de mi verga y la hizo deslizarse entre los hinchados labios de su vulva.
Nuestras caricias continuaron con una que otra palabra para transmitirnos ese amor que estábamos sintiendo, luego ella tomó mi pene y los hizo entrar en su acuosa vagina, la tibieza y ardor de su panocha, poco a poco fue cediendo espacio a mi verga, ella bajó un poco su pelvis y mi miembro entero desapareció en su conchita, estaba empalada totalmente y gimiendo mientras rotaba sus caderas, con mucha ternura comencé a meter y sacar mi polla desde su acogedora gruta, Brígida no hacía más que gemir y acomodar su pelvis a mis mullidos embates, todo era con mucha dulzura y con mesurada pasión.
No se si la palabra sería “disfrutar”, pero nos complacíamos a cabalidad nuestra sana lujuria, el ver sus pechos que rebotaban arriba y abajo, tomando mil formas diferentes, sus muslos abiertos y levantados para permitir el máximo de penetración, sus manos aferrando mis antebrazos para atraer mi cuerpo y maximizar mis movimientos de impregnación, como macho yo quería depositar mi semilla en su fértil matriz una y mil veces con el sueño de que uno de mis nadadores violara la fortaleza de su ovulo y dar por fin inicio a la descendencia que tanto ella como yo queríamos.
Brígida me amarró con sus piernas y comencé a darle unas violentas embestidas, el arqueo de su espalda me anunciaba su orgasmo inminente, atrapé sus pequeños pezones para inmovilizar esas tetas que saltaban de un lado a otro y ella se estremeció toda y comenzó a convulsionar, su hermoso rostro estaba desfigurado en una mueca de goce y dolor, como en un trance mágico, su hechizo me hizo explotar y me corrí con fuerza, sintiendo la rociada de esperma que expelía mi verga en un estertor de fuego, mi propio rostro se deformó en ese agónico clímax.
Quede desfallecido y con una respiración jadeante y afanosa, ella igualmente estaba tratando de recuperarse y me había abrazado también con sus brazos —¡Oh, amor! … ha sido maravilloso — dijo ella mientras besaba mí hombro —estoy dichosa … me haces tan feliz en todos los sentidos … y ahora más que antes … — agregó en un tono con cierto alborozo boyante —¿Y por que mí amor? … ¿Qué es lo que te rinde tan feliz esta vez? … — le pregunté un tanto intrigado —¿Realmente no te has dado cuenta? … — me dijo estimulando aún más mí curiosidad —Te lo juro tesoro que no sé que intentas decirme … — repliqué, ella me sonreía y tomo mi mano para colocarla en su vientre —Tengo más de cuatro semanas de atraso y me hice la prueba que me compré en la farmacia … y su resultado fue positivo, tesoro … ¡positivo! … — me dijo eufórica, a mi no me salía el habla —¿Quieres decir que estamos embarazados? … bueno … quiero decir que tú … ¿tú estás embarazada? … ¿que esperamos un bebé? … — le dije casi balbuceante —Sí amor mío … tengo hora para mi ginecóloga la próxima semana, para ya tengo una muestra positiva … creo que será confirmado en breve, cuando vea a mi ginecóloga … — me dijo exultante.
Fue una tarde muy conmocionada, le hice mil preguntas y ella busco en mí mil respuestas, estábamos ambos eufóricos y no terminábamos de hablar del o de la bebé, para mi bastaba que naciera una personita sana para darle tanta felicidad como a su madre y ella se tranquilizó, nos quedamos dormidos, ella muy acurrucada a mí y yo protegiéndola a ella y a nuestro futuro hijo o hija.
Brígida confirmó con la ginecóloga su gravidez, al cabo de un tiempo supo que esperábamos un varoncito y al segundo mes de embarazo me presenté ante ella con un anillo de compromiso y le pedí de ser mi esposa, con sus ojos nublados en lagrimas y muy emocionada, Brígida acepto y poco antes del cuarto mes nos convertimos en marido y mujer con un encargo en camino. Hasta el día de hoy que mi hijo Andrés cumple doce años, jamás me he sentido tan feliz de amar a mi esposa, nuestro amor sigue renovándose día a día, mi madrastra se transformó en mi prometida y ahora es la esposa que siempre soñé.
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luisa_luisa4634@yahoo.com
Ella estaba con sus brazos flojos caídos a sus lados, deslicé la delgada tela del camisón sobre sus hombros y la fuerza de gravedad hizo el resto, la prenda se esfumó casi invisible hacia el piso dejándola ante mí completamente desnuda, estaba bajo mi embrujo, rodeé su cuello y la levanté en mis brazos, ella rodeó mi cuello con los suyos, la llevé como una prometida novia a sus aposentos, la puerta de su dormitorio estaba entreabierta y superamos el vano de la entrada y su lecho matrimonial me pareció el pasaje lógico a un nuevo nivel en nuestra relación, estaba a punto de tomar posesión carnal de la viuda de papá, la deposité delicadamente sobre el lecho, acerqué mis labios a su boca roja y sensual, pero ella me detuvo —¿estás seguro?— me preguntó con sus rendidos ojos —sí … más que antes … más que nunca— le dije y ella me abrazó con fuerzas, nos besamos por largo rato, no había ninguna prisa, no había ningún espacio, no había ningún tiempo, solo nuestra especial dimensión de amor.
Entre besos y caricias me despojé de mis vestidos, compartíamos todavía el agradable y dulce sabor del moscatel fresco y espumante que nos habíamos bebido, sus senos de terciopelo se dejaban acariciar por los vellos de mis pectorales y sentía sus duros pezones como si quisieran traspasar mi piel, las sinuosas y femeninas formas de ella se acomodaban a la tosca humanidad de mi atlético cuerpo de macho, la hacían parecer frágil bajo mi ímpetu y fogosidad, nuestras manos exploraban nuestros cuerpos cóncavos y convexos, la protuberancia de sus senos me hechizaba, mientras ella estaba encantaba ante la prominencia y grosor de mi verga, me desplacé entre esas colinas blancas y túrgidas y me apoderé de sus pezones, Brígida gemía y yo respirada con afano, continué a mover mis labios sobre su vientre afelpado, su ombligo me pareció interesante de explorar con mi lengua y me detuve a succionar y lamer la pequeña cavidad, pero mi viaje tenía un destino, así que reanudé mi navegación en ese mar de sinuosas curvas, me detuve ante la insolencia de un clítoris enhiesto y arrogante, apenas cubierto de delgados pliegues rosados, desafiante al ataque de mi lengua, lo rodee seguro de vencerlo, latía y brillaba, húmedo y caliente, mi lengua se encorvaba y se preparaba a la escaramuza, como un rayo le di un latigazo y escuche un gemido, casi un quejido, había dado en el blanco, me lancé en avante y lo aplasté con mi lengua refregándolo sin misericordia, un chillido rompió el aire, el oponente reaccionaba y sucumbía con estertores, la lid no estaba ganada, había una nueva reacción enérgica, así que extendí las fuerzas de mis labios y con una continua maniobra de succión, la contendiente se rindió con espasmos convulsivos y gritos guturales, un torrente de fluidos inundaban la hendedura fragante, cálida, invitante y deliciosa.
Brígida mantenía sus dedos enredados en mis cabellos, mientras su pelvis continuaba a estremecerse en mi boca, su respirar cansino en la agonía de su orgasmo, su cabeza estaba girada a un flanco y su lengua humectaba una y otra vez sus labios entreabiertos, sus ojos completamente cerrados y su frente ceñuda estaba cubierta por un velo de sudor, sus esplendidos senos subían y bajaban al ritmo afanoso de su respiración, me acomodé con mi verga a punto de explotar, acariciando su rostro angelical —¡oh! mi dios, Nino … creí morir … estuvo fabuloso— me dijo abriendo sus ojos claros y tratando de encuadrar mi imagen.
Le respondí con un beso en su frente, mientras mis brazos la estrechaban en una caricia envolvente y protectora —no saldrás más de mis brazos … no saldrás más de mi vida— susurré en su oído y ella se acurrucó a mi con dulzura, permanecimos sin hablar, no había necesidad, nuestra conexión era perfecta, su mano se había aferrado a mi pene e insinuaba una suave caricia, una vez recuperada de su exaltación, procedió a besarme la barbilla, las mejillas, mi nariz, mi frente, luego su lengua hurgueteó en mis labios, haciéndose espacio y buscando la compañía de mi lengua, ambas se entregaron a una intriga de caricias que nos hacía gemir a ella y a mí, me empujó con energía sobre mis espaldas y su mano volvió a adueñarse de mi miembro, sus ojos vidriosos de deseos, ponían en la mira la cabezota de mi glande bruñido y emanando gotas perladas de semen, fue como un imán para sus labios.
La vi que se inclinaba y la tibieza de sus labios me envió directo al paraíso, las venas de mi cuello se hincharon y un gran flujo sanguíneo se concentro en mi sexo, permanecía con mis ojos cerrados pero podía sentir cada cosa, su respiración estimulando mi piel, sus manos iban de mis bolas a mi vientre, descendían a mis muslos, para volver a envolver mis cojones, su cabeza subía y bajaba y mi pene dentro de ella podía advertir la variedad de movimientos de su lengua y también la estrechez aterciopelada de su garganta, si podía haber poesía en una mamada, este es el caso, ella veneraba mi pija, como idolatrándola, rindiendo un voto casi religioso y reverencial a la felación.
Esa boca fervorosa la quería en mis labios, así que con delicadez la atraje hacia arriba, sus labios tenían sabor a mí, la bese con mucha pasión, mi pene encabritado reclamaba su sexo, poco a poco ella me monto a horcajadas y comenzó a rozar mi glande con su monte de venus, la hendedura de su conchita paseaba sobre mi glande arriba y abajo, Brígida se posesionó de mi asta y la introdujo en su estrecha vagina lanzando un gemido y quejido al sentirse penetrada, nuestra unión era divina, mis sensaciones eras las suyas y la calidez y sensualidad de su cuerpo me transmitía sus sentimientos que eran los míos, estábamos integrados el uno en el otro, con una pasión que sobrepasaba el todo, en modo inconmensurable.
Hicimos el amor con mil caricias, nuestros gemidos y quejidos se confundían en esa dimensión foránea, en un mundo nuevo, habíamos iniciado una nueva vida, éramos pareja finalmente, nuestra felicidad infinita, Brígida danzaba con su vientre y mi verga seguía su ritmo, sin apremios yo me brindaba a ella como ella se entregaba a mí, la pasión y fogosidad comenzaron a rebasar nuestros sentidos, la sentí agitarse y estremecerse, mi ímpetu iba en aumento, Brígida estaba bramando y gimiendo sin control, sus músculos vaginales masticaban y sobajeaban mi verga que sin poder resistirse a tanta estimulación, disparó los primeros borbotones dentro de su sexo palpitante, parecía que parte de mi cerebro y mi esencia se versaban en esa cavidad cálida y acogedora, el cuerpo entero de ella convulsionaba sobre mí transmitiéndome espasmos de placer y lujuria.
Participios y gerundios no bastaban para expresar la pasión conjugada del verbo amar que ella me procuraba y que yo le retribuía envolviéndola en un abrazo que irradiaba un calor infinito, no había adverbio que pudiese complementar las oraciones que emanaban nuestros espíritus y corazones, ese amor libre, ese amor perpetuo, ese amor digno, ese amor generoso, sincero, veraz y real, mi respiración afanosa junto a la de ella, era el vestigio del apetito sexual en que ambos nos habíamos satisfecho y saciado en este momento mágico, nos mirábamos con ojos soñadores llenos de promesas tacitas, nos sentíamos dueños del mundo y como tal ya nada importaba, nos teníamos el uno al otro, nos pertenecíamos, la coraza del amor nos protegía.
—Nino … ¿crees que seremos criticados? — preguntaba preocupada ella —no lo sé … tampoco me importa … si restamos juntos ya nada importa … importa solo lo que sentimos— dije con un tono de voz nítido y seguro abrazándola para transmitirle el ímpetu y brío de este incipiente sentimiento que nos involucraba, ella era mi novia, mi prometida esposa, todo mi futuro estaba con ella, nada podría interponerse en nuestra felicidad y si ella quería un hijo mío, yo estaba dispuesto a darle muchos más.
—Amor … somos un hombre y una mujer … nos amamos … nada podría contener la fuerza de nuestro amor … para mí eres toda mi vida …— le dije posando mi mano ávida de su sinuoso cuerpo en su amplia cadera, así de costado como estaba sus senos descansaban casi uno sobre el otro con esos pezones que no se condicen con el tamaño de esas tetas exuberantes, me sentía revivir en esa erección en ciernes que aminoraba la distancia con su piel hasta casi tocarla, mi verga volvía a estirarse, Brígida ciertamente se percató, pero no hizo nada, no se movió, como hechizada del tamaño que estaba alcanzando mi pija, solo cuando vio que ya no crecía más, su mano trato de envolver mi asta enhiesta, no lográndolo del todo, se enderezó y con ambas manos apresó mi pene, luego levanto sus manos y con el circulo formado por la circunferencia de mi polla, me miro a través del agujero sonriendo feliz, me causo risa también a mí, agarré sus manos y la tiré sobre mí para besar esa boca de niña malcriada que a veces adoptada su rostro, ciertamente la amaba, ciertamente me hacía muy feliz.
Una mano de Brígida no soltaba su presa, así como mis besos sobre sus labios la excitaban, su mano masturbaba exquisitamente mi miembro, sentía como su pulgar se detenía en el ápice de mi verga y jugaba con las gotas que afloraban incesantemente del profundo de mis huevos, ella no pudo resistir y con devoción se plegó hasta alcanzar ese miembro que ahora le pertenecía por completo y como tal lo comenzó a saborear, lamiendo sus flancos venosos, descubriendo mi glande perlado haciendo escurrir mi prepucio hacia abajo mientras acariciaba mi escroto presionando suavemente mis cojones, su abrigadora boca acogía benévola toda la longitud de mi polla, hasta presionar ese tejido muscular donde termina el paladar, casi introduciéndolo en su garganta.
Mi mano alcanzó su pierna y la crucé sobre mi pecho, luego aferré sus caderas y poco a poco fui tirando su chocho hacia mi boca, nos fusionamos en un solo ser amorfo y salvaje, nos estábamos devorando nuestros sexos, alimentándonos de erotismo y lujuria, nutríamos nuestra pasión con fogosas lamidas y apasionadas libaciones, el sensible clítoris de ella se mostraba en toda su belleza y no perdí tiempo en agredirlo con mi lengua, la sentí temblar y gemir, su felación era perfecta, audaz y atrevida, pero yo quería subirme otra vez a ese carro que me llevaba a la paz física y espiritual de correrme al interior de su concha, así que la empujé sobre su espalda, quedándome entre sus muslos, presenté mi verga a la entrada de su chocho y mirando su rostro angelical, me hundí en ese océano de fluidos que me portaban a derroteros de placer.
Una vez más estábamos haciendo el amor, Brígida envolviéndome en un abrazo de bienvenida de piernas y brazos, sus tetas lucían aplastadas por mi fogosidad, nuevamente nuestros cuerpos se acoplaban perfectamente, como una maquinaria de movimiento perpetuo, mis pistón subiendo y bajando en la estrecha camisa de su chocho sediento de mi semilla, hembra caliente esperando de recibir el semen que la fecundaría, su coño receptivo se contraía para ordeñar mi vástago y extraer el caldo semen dentro de su fértil conchita, macho y hembra buscando la reproducción para la continuación de la especie y no solo por el placer y el goce que eso conllevaba.
Brígida sentía en sus entrañas mi pene y su regocijo era evidente, lo sentía y sus movimientos ardorosos eran para satisfacerme, deseaba hacerlo, quería que esa unión carnal fuese mucho más que eso, nuestras almas se habían saldadas con esa conexión connubial y nos trasportaba como en un sueño de deseos y anhelos frescos, ese afán de querer sentirse junto a mí, de pertenecerme y de adueñarse de mí, de necesitar esas caricias, esos sonidos, la tibieza de mi cuerpo junto al suyo, ella me sabía de ella como yo la sabía mía, nuestro ardor reiterado nos procuraba goces exquisitos, bajo el peso de mi cuerpo, con mi pene en lo profundo de su sexo, los gemidos de mi princesa se hacían cada vez más ardientes, sus uñas arañaban mi piel y su pelvis luchaba por absorber más de mí, me imploraba en susurros y sollozos que le diera más, que se lo hiciera con más fuerza, sus chillidos temblorosos y sus piernas y sus muslos trepidaban con desesperación, su cabeza se movía de lado a lado con su respiración agitada buscando aire, buscando bocanadas de oxígeno, ahogada en el placer de su orgasmo, empujando mis nalgas, amarrando mis glúteos con sus piernas haciéndome rociar sus paredes vaginales con mi esperma líquido para extinguir ese incendio, esa pira que ardía al interior de su esencia de mujer.
Sus ojos claros centelleaban como una candela al aire en una tempestad, parecía despertarse de un sueño eterno, su rostro pleno de satisfacción con una sonrisa diáfana, nos besábamos y acariciábamos sin cesar, como para cerciorarnos que estábamos viviendo una realidad, mi pene goteando mis jugos masculinos hizo abandono de esa gruta acogedora que lo abrigaba, con un gemido ella se aferró a mi para mantenerme a su flanco, para no dejarme huir, la calidez de su cuerpo, su abrumadora aroma de mujer, obnubiló mi mente y me sumergí en la bruma de un sueño sosegado, de paz.
Pasaron los días y semanas y nuestras vidas continuaban a arar el fértil terreno de nuestra pasión, donde íbamos creando surcos donde sembrar el fruto de nuestro amor, la pasión se concentraba mayormente en una activa actividad sexual, ambos jóvenes, nos sentíamos con esa fuerza, con ese ardor, con esa fogosidad característica de la juventud, ella adoraba mis caricias y se mantenía cercana y al alcance de mis manos que la buscaban una y otra vez, los pequeños toques, el roce ligero a sus pezones, un beso reposado a sus parpados, un mordisco leve a sus labios para robarle un beso, todas caricias que nos regalaban esa atmosfera adecuada a la pasión que se desataba y nos compelía a unir nuestros sexos y copular repetidas veces tanto durante el día, como durante las horas de la noche, era una sed insaciable que sentíamos el uno por el otro, ambos teníamos iniciativas para incitar al otro a enredarse en esa jungla de garatusas donde terminaban nuestros cuerpos fusionados dándonos placeres infinitos.
Esa noche, fuera se había desencadenado un temporal de viento y lluvia, relámpagos y truenos ensordecedores, Brígida salía de la ducha y yo la esperé con una copita de vino en la mano, por primera vez ella me rechazó la bebida, me extrañó pero no quise darle ninguna importancia, su sonrisa franca me decía que nada sucedía, solo que no quería beber, así que yo me senté en el diván a terminar de ver el noticiero en la Tv, ella se fue a terminar de vestirse al dormitorio, al cabo de un rato, vestida con su negligé que apenas cubría su chochito cubierto por unos calzoncitos tipo bikini de color violeta, se sentó junto a mí mientras yo sorbeteaba mi Riesling, pase mi brazo por sus hombros y le ofrecí un sorbo, pero ella movió su cabeza en sentido negativo, entonces bebí un poco y atrayendo su rostro, la bese en los labios haciéndola sentir el sabor del mosto, ella levantó su cabeza para mirarme con una sonrisa esplendida, dulce e idílica —no seas malito … no tengo intención de beber … — me dijo y yo bese su frente.
Se acurrucó a mi sintiéndose segura en mis brazos, como que necesitaba ser protegida, quería sentirse apapachada y para mí era como estar en la gloria, la tenía muy juntito a mi y su calor me irradiaba esas sensaciones ya conocidas de deseos por su ser, por su cuerpo, muy luego estábamos besándonos, nuestras caricas se hacían poco a poco más osadas, mis manos trataban de colmar la magnitud de sus senos desnudos, mis dedos rozaban una y otra vez sus macizos pezones, Brígida movía sus muslos donde su conchita comenzaba a encenderse, sus dedos dibujaban la forma de mi verga bajo mis shorts, le bajé su calzoncito hasta las rodillas y ella hábilmente termino de deslizarlos a sus tobillos, para finalmente hacerlos caer al piso, puse una mano en su vientre y ella me la tomó con ternura y la frotó suavemente sobre su piel haciéndome acariciar su tersa tez, como si fuera una caricia especial para ella, mantuvo mi mano cerca de su ombligo y me pareció sentir algo inexplicable dentro de mí, pero poco a poco moví mis dedos hasta alcanzar su túrgido clítoris.
Brígida se estremeció y abrió su boca en un gemido, junto sus muslos como para esconder su lascivia y su lujuria, estaba tan caliente como yo o quizás más, aún cuando nuestras copulaciones eran frecuentes, hacer el amor con ella no tenía nada de rutinario, era siempre una cosa fresca, intuitiva, adivinando el deseo del otro, recibir y entregar amor y pasión, nos descubríamos una y otra vez, siempre habían novedosas sensaciones y esto era como algo nuevo, más sentido, más deseado, más afectivo y esperado, conocíamos nuestros cuerpos a la perfección, pero recorríamos los centímetros de piel explorando su tersura y calidez por nuevas sendas, adivinando el embrujo y el hechizo de ese sentimiento, la acomodé sobre el diván con sus piernas abiertas y me arrodille fervorosamente ante ese templo de placer, me incliné con fervor y mi lengua acarició sus muslos, bese su vientre y ella se estremeció, su pubis pronto brillaba con mi saliva y mi lengua comenzó a hundirse en la hendedura de su sexo que emanaba su esencia delicada y cautivante.
El exquisito sabor salino de sus rosadas carnes, era libado por mí lengua y portado a mis papilas que lo recibía con delicia, mis besos continuaban a viajar por la suave piel de su entrepierna, ella confiadamente se dejaba acariciar por todas partes, incluso cuando levanté sus piernas y expuse a mis ojos la maravilla rosada y rugosa de su ano, no hizo más que gemir y acomodarse para facilitarme la degustación de tan acogedor orificio, me concentré a besar y lamer su ojetillo y mi deleite tanto como el suyo se incrementaron, volví a lamber sus labios vaginales y con mis dedos separé el portal de ingreso de su chuchita mojada e inflamada de ardor, mi boca entera succionó ese fluido continuo de zumo sabroso y apetitoso, Brígida comenzó a manipular mis cabellos tirando de ellos y refregando mi rostro en su chocho, sus quejidos y gemidos terminaban en sollozos y chillidos, estaba cercana al orgasmo y yo lo sabía, inserí me lengua en la profunda tibieza de su coño y luego atrapé su clítoris en mis labios y no lo solté hasta sentir sus temblorosas sacudidas.
—¡Aaahhh! Nino … ¡ooohhh! … ¡ssiii! … ¡asiii! … — Brígida gritaba y convulsionaba en un espasmódico orgasmo, sus muslos habían aprisionado mi rostro y solo mi lengua no cesaba de moverse en el ápice de su sexo estimulando ese botoncito que le ocasionaba estremecimientos y sacudidas junto con gritos de placer, puse mis manos en su vientre acariciándola dulcemente y ella tomo mis manos y acompaño mis caricias, ella pausadamente abrió sus piernas y yo comencé a subir con mis caricias, bese su pancita y me encontré con esas colinas blancas y esponjosas de sus senos, me comí sus pezones y subí a besar su cuellos y mordisquear sus lóbulos, besé sus parpados que cubrían esos ojos que tanto me gustan, mi pene casi escapaba de mis shorts así que con un rápido movimiento me los saqué y apoyé la puntita en su pubis, ella inició un movimiento buscando el ápice de mi verga y la hizo deslizarse entre los hinchados labios de su vulva.
Nuestras caricias continuaron con una que otra palabra para transmitirnos ese amor que estábamos sintiendo, luego ella tomó mi pene y los hizo entrar en su acuosa vagina, la tibieza y ardor de su panocha, poco a poco fue cediendo espacio a mi verga, ella bajó un poco su pelvis y mi miembro entero desapareció en su conchita, estaba empalada totalmente y gimiendo mientras rotaba sus caderas, con mucha ternura comencé a meter y sacar mi polla desde su acogedora gruta, Brígida no hacía más que gemir y acomodar su pelvis a mis mullidos embates, todo era con mucha dulzura y con mesurada pasión.
No se si la palabra sería “disfrutar”, pero nos complacíamos a cabalidad nuestra sana lujuria, el ver sus pechos que rebotaban arriba y abajo, tomando mil formas diferentes, sus muslos abiertos y levantados para permitir el máximo de penetración, sus manos aferrando mis antebrazos para atraer mi cuerpo y maximizar mis movimientos de impregnación, como macho yo quería depositar mi semilla en su fértil matriz una y mil veces con el sueño de que uno de mis nadadores violara la fortaleza de su ovulo y dar por fin inicio a la descendencia que tanto ella como yo queríamos.
Brígida me amarró con sus piernas y comencé a darle unas violentas embestidas, el arqueo de su espalda me anunciaba su orgasmo inminente, atrapé sus pequeños pezones para inmovilizar esas tetas que saltaban de un lado a otro y ella se estremeció toda y comenzó a convulsionar, su hermoso rostro estaba desfigurado en una mueca de goce y dolor, como en un trance mágico, su hechizo me hizo explotar y me corrí con fuerza, sintiendo la rociada de esperma que expelía mi verga en un estertor de fuego, mi propio rostro se deformó en ese agónico clímax.
Quede desfallecido y con una respiración jadeante y afanosa, ella igualmente estaba tratando de recuperarse y me había abrazado también con sus brazos —¡Oh, amor! … ha sido maravilloso — dijo ella mientras besaba mí hombro —estoy dichosa … me haces tan feliz en todos los sentidos … y ahora más que antes … — agregó en un tono con cierto alborozo boyante —¿Y por que mí amor? … ¿Qué es lo que te rinde tan feliz esta vez? … — le pregunté un tanto intrigado —¿Realmente no te has dado cuenta? … — me dijo estimulando aún más mí curiosidad —Te lo juro tesoro que no sé que intentas decirme … — repliqué, ella me sonreía y tomo mi mano para colocarla en su vientre —Tengo más de cuatro semanas de atraso y me hice la prueba que me compré en la farmacia … y su resultado fue positivo, tesoro … ¡positivo! … — me dijo eufórica, a mi no me salía el habla —¿Quieres decir que estamos embarazados? … bueno … quiero decir que tú … ¿tú estás embarazada? … ¿que esperamos un bebé? … — le dije casi balbuceante —Sí amor mío … tengo hora para mi ginecóloga la próxima semana, para ya tengo una muestra positiva … creo que será confirmado en breve, cuando vea a mi ginecóloga … — me dijo exultante.
Fue una tarde muy conmocionada, le hice mil preguntas y ella busco en mí mil respuestas, estábamos ambos eufóricos y no terminábamos de hablar del o de la bebé, para mi bastaba que naciera una personita sana para darle tanta felicidad como a su madre y ella se tranquilizó, nos quedamos dormidos, ella muy acurrucada a mí y yo protegiéndola a ella y a nuestro futuro hijo o hija.
Brígida confirmó con la ginecóloga su gravidez, al cabo de un tiempo supo que esperábamos un varoncito y al segundo mes de embarazo me presenté ante ella con un anillo de compromiso y le pedí de ser mi esposa, con sus ojos nublados en lagrimas y muy emocionada, Brígida acepto y poco antes del cuarto mes nos convertimos en marido y mujer con un encargo en camino. Hasta el día de hoy que mi hijo Andrés cumple doce años, jamás me he sentido tan feliz de amar a mi esposa, nuestro amor sigue renovándose día a día, mi madrastra se transformó en mi prometida y ahora es la esposa que siempre soñé.
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