Mis bebitos.

por
género
incesto

Soy Raquel, madre divorciada con tres hijos adolescentes. Dos hombrecitos y una mujercita, todos viven conmigo. Nunca hubo remilgos en la familia, los crie con mucha libertad, no tenía problema de que me vieran desnuda, ya sea en la bañera cuando me bañaba con ellos o en mi cuarto cuando me cambiaba de ropa. Jamás se me pasó por la cabeza nada extraño. Pero eso iba a cambiar.

Todo comenzó el día que vi a Mauro, mi hijo mayor de catorce años, masturbándose desnudo en su cama. Nunca los había visto en comportamientos sexuales a ninguno de ellos. Un día que subí al segundo piso, la puerta de la habitación de Mauro estaba entreabierta, me asomé al pasar y lo vi desnudo sobre su cama. Sostenía una revista en su regazo, justo frente a su pija y, el movimiento de su brazo era inequívoco, se estaba masturbando.

Algo parecido sucedió con Antonio, mi hijo menor de algo más de doce años, lo vi en la ducha. No es que se veía tan bien con el vapor del agua y el vidrio fumé, pero sus movimientos eran los naturales de un chico masturbándose.

Nunca dije nada a ninguno de los dos, después de todo es un acto natural que los chicos se masturben, especialmente ellos a esa edad. Pensé que era lindo y divertido; mis cachorros estaban creciendo.

Después de haberme topado con ellos en más de una oportunidad practicando la masturbación. Me entró la curiosidad sobre que revista usaban para masturbarse, las mujeres somos curiosas, y para que decir las madres. Me decidí a averiguar lo que llamaba su atención sexualmente. El día que ellos se iban a visitar a su padre, mi ex. Decidí que era el día apropiado para satisfacer mi curiosidad de mujer y madre. Busqué por todos lados en la habitación de los chicos y, mis esfuerzos dieron resultados, en el último cajón del escritorio de Mauro había una revista de desnudos un poco ajada. La tomé y comencé a hojearla para ver si lograba ver qué tipo de mujeres eran las que más atraía a su lujuriosa atención. Había muchas mujeres hermosas, todas mostrando generosamente sus pechos de todos los tamaños y sus coños, algunas peludas y otras rasuradas como yo.

Al centro de la revista había una pagina con un pliegue, como un marcador, la abrí rápidamente y me quedé estupefacta, con la boca abierta. Ahí sujetada con un scotch, estaba una antigua fotografía mía en una osada posición sensual, no se me veía nada, pero estaba vestida en la lencería cachonda que me regalaba mi exesposo, pude apreciar que había manchas de semen reseco en los costados de mi foto.

Al principio me entró una ira atroz, me enfadé, me sentí humillada y, porque no, hasta violada en mi intimidad. Tuve toda la intención de hacer pedazos la fotografía, pero sentí un cosquilleo en mis senos que poco a poco se extendió por mi abdomen, me estaba excitando y sentimientos lujuriosos se apoderaron de mí. Me vino a la cabeza “aquí tienen a todas esas modelos preciosas desnudas y calientes y, se masturban con una foto mía vestida en lencería”. Los chicos siempre me adulan y me dicen que soy linda, pero siempre pensé que lo decían como hijos y, no mirándome con quizás que ojos y haciéndose ideas sobre mí y, mi trasero o mis bubis, ¡¡Qué demonios!!

Tengo el cabello teñido de rubio, mido un metro sesenta y cinco, peso cincuenta kilos. Me mantengo en forma con yoga, caminatas y ejercicios, soy delgada y quizás por esto, mis senos 34C se ven un poquito grandes y mis sensibles pezones están siempre duritos con la estimulación del sujetador.

Nunca me consideré particularmente sexy, aunque si mi exmarido opinaba lo contrario. Pero jamás pensé en ser una mamá calentorra. Después de mi divorcio solo me he dedicado a mis hijos y quizás me he relegado un poco.

Cuanto más pensaba en mis hijos, más se mojaban mis bragas. Ahora los imaginaba con sus pollas endurecidas chorreando mi fotografía. Luego de un par de días mi imaginación se expandió e imagine chupando sus pijas calientes, duras y rebosantes de esperma joven. Toda esta situación había desencadenado en mí a una mujer que yo no conocía, me sentía encendida, viva y con una lujuriosa excitación incestuosa, pero no sabía que hacer y decidí no decir nada … por el momento.

Un par de días después de que mis hijos regresaran de visitar a su padre. Sospeché que ellos volverían a masturbarse con mi fotografía. De propósito me aseguré de nos dejarlos a solas con el tiempo necesario para hacerlo, los quería hacer sufrir un poco. Iba a ser mi venganza, los iba a torturar.

Comencé a girar por casa con vestimentas más reveladoras, que realzaran mi culo y mis senos. Disfruté al verlos caminar con furiosas erecciones sin poder desahogar sus impetuosas necesidades onanísticas.

Estaba trabajando en mi oficina, lo hago con teletrabajo, y escuché a mi hijo Mauro que subía las escaleras. Me detuve, me asomé a la puerta y subí las escaleras sigilosamente. Me acerque a su puerta, había puesto la tele con un volumen alto, inmediatamente supe el por qué. Abrí la puerta lo suficiente para poder mirar y lo vi magreando su polla desesperadamente. Tenía la revista casi frente a su pija gorda y dura. Quería poder observar su polla lo mejor posible; así al ojo debía medir unos respetables dieciséis o dieciocho centímetros, pero era gorda como una lata de bebida energética, su prepucio aterciopelado cubría y descubría un glande violáceo y lustroso, algunas gotitas nacaradas de su precioso semen comenzaban a aflorar por su agujerito en la cabeza de su miembro masculino.

Realmente tenía ganas de ver su rostro congestionado por la lujuria y el placer al momento de lanzar sus borbotones de esperma al aire, a sabiendas que lo hacía mirando una fotografía mía calentorra. Lo vi mover su mano velozmente mientras arrugaba su frente, comenzó a gemir y balbucear algunas palabras un poco incoherentes al principio, pero luego le escuche claramente decir:
—¡Puta! … ¡Puta! … ¡Chupa mi verga! … ¡Oh, mami! ... ¡Oh, mami! ...
Me impresiono ver la vehemencia y lujuria en sus ojos brillosos cuando los abrió, gruesas hebras de perlado semen aterrizaron en su remera, unos cinco chorros potentes, luego su miembro chorreaba en su mano que exprimía su verga para hacer brotar toda su lechita de vida. Me di cuenta de tener mi boca semiabierta con mi lengua humedeciendo mis labios y queriendo saborear ese líquido denso que afloraba potente de su pene que continuaba duro como palo, mi mano se movía involuntariamente entre mis piernas tembleques. Me enderecé un poco choqueada e impresionada por haber asistido a un acto tan excitante, porque no hay nada que me caliente más que ver a un hombre masturbarse, pero este era mi hijo que me había calentado al límite máximo. No podía quedarme así y decidí tomar alguna acción.

Sin perder más tiempo, abrí la puerta del todo y entré directamente a su habitación; Mauro me miró asustado:
—¡Demonios, mamá! … ¿Qué haces aquí? … ¿Cómo entras sin llamar? … ¡Oh, no! …
Rápidamente cerró la revista y trató de meterla debajo del edredón. Mis ojos no daban crédito a cuanto hermosa era su polla, se veía algo enrojecida, palpitaba furiosa y estaba brillosa chorreando las últimas gotitas de semen. Me encantó que ni siquiera trató de cubrirse, lo más que le preocupaba era esconder la revista, yo ya sabía el porqué, pero quería cerciorarme. Mientras todo eso pasaba por mi mente, le sonreí:
—¡Ay, Mauro! … yo ya he visto esa cosa tuya miles de veces …
Pudorosamente sus manos se fueron a cubrir su pene endurecido.
—Pero mami … ¿por qué no llamaste antes de entrar? …
Sin decir palabra alguna, me senté a su lado:
—¡Mami! … ¿Qué estás haciendo? … ¡Vete! … ¡Vete! …
—¡Ay, hijo! … no te avergüences … todos los hombres se masturban …
Miré hacia su entrepierna con la esperanza de ver su pija, pero no tuve suerte, así que tomé la revista que asomaba bajo el cobertor:
—Excusa … ¿puedo ver esto? … quiero ver cuales son las mujeres que te provocan así tanto …
Se movió como un rayo y dejando su pija al descubierto, me arrebato la revista de las manos:
—¡Nooo! … ¡Por favor! … no hay nada que ver allí … nada que te pueda interesar …
—¡Ok … ok! … ¡Está bien, Mauro! … no miraré a tus mujeres …
Ahora tenía una clara vista de su pene, quizás eran poco más de dieciocho centímetros de largo y de un rojo/purpura, estaba bañado como con una capa de glasé de su propio semen, otra vez me saboreé los labios contemplando la pija de mi hijo, una parte de mi me empujaba a agacharme y meterlo en mi boca, pero desistí y no lo hice.
—¡Mamá! … ¡por favor! … ¡deja de mirar mi polla! …
—¿Por qué? … no hay nada de qué avergonzarse … tienes una hermosa polla … estoy segura de que la mujer con que fantaseas estaría muy feliz con tu polla, hijo …
Le volví a sonreír y Mauro pareció relajarse un poco, pero su polla empezó a perder consistencia y yo no quería eso:
—Mauro … dime la verdad … ¿alguna vez has tenido una chica que te acaricie la polla y haga que te corras? …
—¡Pero mami! … ¿por qué me preguntas eso? …
—Soy mujer … soy curiosa … y soy tu madre … tengo el derecho a saberlo, hijo …
—¡Ehm! … nnn-no … ninguna chica me ha tocado ahí …
Se veía compungido y vulnerable, lo que me excitó mucho, tanto que le dije:
—¿Puedo masturbarte? …
Se movió inquieto, también su polla dio como un salto, me miró fijamente:
—¿Qué? … pe-pero tu eres mi madre … ¿no crees que sería una cosa rara? …
Hice como que no le escuché y le dije:
—Soy una mujer … ¿acaso no me encuentras atractiva? …
Se quedó momentáneamente en silencio, luego respondió:
—Eres muy linda, mami … siempre peleo con mis amigos porque dicen que eres calentorra … pero …
No le dejé terminar diciéndole:
—Bueno … entonces podrías fingir que soy la chica de la revista que acaricia tu pene, ¿no? …
El lujurioso resplandor de sus ojos me dio a entender que lo había convencido, pero se quedó silente por un instante, para luego decir:
—¡Uhm! … ¡sí! … creo que podrías hacer eso … pero aún así eres mi madre …
—Entonces será nuestro secreto … no lo diremos a nadie, ¿de acuerdo? …
—Está bien … no lo diremos a nadie …
—Sí … piensa solo que soy tu mujer de fantasía …
Mi hijo no dijo nada más, lentamente se recostó y yo me acerqué a su pene palpitante. Inmediatamente sentí su maravillosa consistencia, grueso, macizo, caliente, suavemente aterciopelado, duro, húmedo y pegajoso con su liquido preseminal que no cesaba de emanar de su glande. Nunca había visto tanto liquido preseminal en la polla de ningún otro hombre, probablemente su juventud le otorgaba toda esta exuberancia masculina preciosa.

Lo comencé a acariciar lentamente, gustándome cada segundo de este delicioso placer de sentir otra vez una pija en mis manos y, no me importaba que fuera la polla de mi hijo mayor. Mientras lo movía acompasadamente arriba y abajo, lo escuché gemir:
—¡Oh, eso se siente tan bien! … hazlo un poquito más rápido, mami … tienes manitos santas madre mía … ¡qué rico que me lo haces! …
Aceleré mis caricias a su garrote candente y tieso, estaba fascinada mirando su meato que dejaba escapar continuamente ese líquido blanquecino que inundaba mis fosas nasales de un aroma magnético y seductor. Con mi mano libre circundé sus bolas hirvientes y me agaché un poco a mirar de cerca esa maravilla que da vida. Mi hijo estaba con su mirada en su pija y en mi rostro que estaba a centímetros de su glande lustroso, sus ojos estaban achinados y vidriosos.
—¿Estás bien, tesoro? … ¿Lo estoy haciendo bien? … ¿Imaginas que soy la mujer de tus sueños que juega con tu pene? …
—¡Oh, sí! … lo haces muy bien … ya quisiera que la mujer de mis sueños fuera como tú, mami … solo que no te detengas …
Dijo con dificultad para mantener su respiración tranquila, estaba jadeando, entonces agregó:
—… más rápido, mami … ¡Oh, mami! … me voy a correr … ¡Hmmmm! … ¿Umpf! … ¿Umpf! …
—¡Guau, hijo! … sí que te pone caliente esa mujer … me pone celosa, ¿sabes? …
Estaba excitada como nunca, mi entrepierna era un charco delicioso, mi coño latía y se contraía, si continuaba así, iba a tener un orgasmo sin siquiera tocarme.

Estaba tan ensimismada mirando la cara de delicia y lujuria de mi hijo, con su pelvis en el aire, sus piernas tiesas, estaba listo para descargar su esperma …, cuando entro Antonio, mi hijo menor ignaro de lo que estaba sucediendo en el dormitorio de su hermano:
—Mauro … ¿Dónde está la … re … vis … ta? …
Se quedó boquiabierto, atónito viendo mi mano que se movía velozmente pajeando a su hermano mayor. Ahora me enteraba que compartían mi fotografía para pajearse como locos. Solo que ellos no sabían que yo sabía. Me giré a mirarlo sin dejar de acariciar la pija de Mauro:
—¡Ah, jovencito! … ¿Así que tú también te masturbas con las fotos de esa revista? …
—¡Ehm, mami! … bueno … yo … ¡uhm, no! … ¡ehm! … mami … no sé … ¡uhm! … ¡sí! …
Mauro se apoyó en sus codos y grito:
—¡Vete, Antonio! … ¡Sal de aquí! … ¡Vete! … ¡Vete! …
Le pegué un buen apretón a sus bolas y le dije:
—¡Mauro, no le grites a tu hermano! … ¡no le hables así a mí chiquitico! …
Reduje mis caricias; no quería que mi hijo se corriera todavía y le dije al más pequeño:
—Mira, amorcito … mami estará feliz de masturbarte después que termine con tu hermano … siempre y cuando puedas imaginar que soy una de las chicas de la revista … ¿te gustaría eso? …
—¡Ehm, mami! … bueno … yo … ¡Uhm! … ¿Deveras lo harías? …
—Sí, tesorito de mamá … siempre que tú también lo quieras ...
Se le iluminaron los ojitos a Antonio y con cierto alborozo me contestó:
—¡Sí, mami! … ¡Sí, mami! …
—Entonces toma la revista y ve a tu cuarto a esperarme que termine aquí …
Antonio rápidamente cogió la revista y salió corriendo de la habitación.

Volví la atención a mi hijo Mauro, acariciando su polla con vehemencia, esta vez con mis dos manos. Me di cuenta de que él estaba listo para correrse, su afanosa respiración se hacía más entrecortada, sus gemidos más audibles y se retorcía sobre la cama. Mi coño era una sopa y estaba obteniendo placer por cuenta propia. Hubiera querido que mi hijo me lamiera y chupara mi panochita en ese preciso instante, pero no me atreví a hacerlo, bueno, por lo menos no esta vez. Me arrodille entre las piernas de él, mirándolo de frente a sus ojos cerrados, su rostro desfigurado en una agónica mueca, mis manos se movían más de prisa a lo largo de su pene húmedo y reluciente:
—¡Oh, mami! … no te detengas … por favor sigue más rápido … eso, más rápido … ¡Oh, mami! … me voy a correr … ¡Mami, me voy a correr! …
Mi hijo casi me gritaba entre sus afanosos respiros. Me miraba acariciando su pija de una forma cargada de deseos y lujuria. Me acerqué más a la punta de su pene, el agujerito de su glande se contraía y asomaban gotitas, mis ojos fijaban esa ranurita como en un trance, como hipnotizada por lo que iba a suceder, casi en un plegaria le dije a mi hijo:
—¡Córrete, niño mío! … ¡Córrete para mami! … ¡Ahora puedes correrte, Mauro! … ¡Córrete para mamá mi amor! … ¡Dame todo tu semen caliente y delicioso! …
Salieron como un géiser los primeros cálidos chorros y aterrizaron en mis labios y barbilla. Instintivamente lamí mis labios saboreando el zumo bendito de mi hijo. Mauro tenía los ojos cerrados y lamenté que no viera a su madre tragar parte de su lechita. Levanté la cabeza cuando los chorros de semen siguieron salpicando desde su polla, algunos aterrizaron en mi brazo. Apunté su pija hacia arriba, podía sentir como la copiosa cantidad de semen pasaba por mi mano entre la palma y mis dedos, para ser expelida potentemente por su polla. No recuerdo haber tenido nunca un hombre que se corriera así tanto solo por mí.

Había un pañuelo en la cama, lo tomé y limpie el semen de mi hijo de su abdomen, con mi mano libre exprimí hasta la última gota de su semen y limpie su polla. Le sonreí y él me hizo notar su semen en mi brazo y en mi cara disculpándose, pero le dije que no se preocupara y que no era la primera vez que tenía mi rostro lleno de esperma. Me dirigí al baño, tan pronto como cerré la puerta, lamí el semen de mi barbilla y con un extenso lengüetazo, recogí lo de mi brazo, me acerqué al espejo y vi mi boca llena de semen, luego lo tragué. El joven esperma de mi hijo era simplemente exquisito. A la rápida me enjuagué y lave un poco y me fui a la habitación de mi otro hijo, no veía la hora de ver cuánto se correría por mí y quería también tener el sabor de mi pequeñito.

Antonio ya estaba acostado desnudo en su cama, su pene no era más pequeño que el de Mauro, imaginé que iba a crecer mucho más que el de su hermano mayor, pero no era tan grueso y su prepucio me pareció aún más delicado y afelpado.
—¿Estás listo, querido? … si no quieres, no lo hacemos … ¿Qué dices? …
—¡Oh no, mami! … bueno … ¡Oh, mami! … ¡Sí quiero! … ¡Sí mami, házmelo! …
—No pareces tan seguro … ¿crees que puedes fingir que soy la mujer con la cual fantaseas cuando miras esa revista? …
Me dio un poco de risa, porque Antonio miró mi fotografía en la revista y luego miró mis tetas y el centro de mi falda tratando de adivinar mi coño debajo de mi prenda. Su polla pareció palpitar y ponerse aún más dura, mientras un hilito de trasparente liquido se derramó por el costado de su pene. me senté a su lado y agarré su polla. Mientras lo acariciaba lentamente, sentí la tibieza de su crema chorrear por mis dedos, entonces le dije:
—Tú polla y la de tú hermano son más grandes que la de tú padre …
—¿En serio? …
—Sí … el de tu padre era poco más de quince centímetro … en cambio tú y tu hermano la tienen varios centímetros más grande … estoy segura de que harás feliz a muchas chicas con tu hermoso pene, hijo querido …
Antonio a diferencia de su hermano, se quedó afirmado en sus codos y con los ojos muy abiertos mirando como mi mano subía y bajaba por su pija. Lo vi morderse sus labios y soplar un mechón rebelde de sus cabellos mientras comenzaba a gemir. Él comenzó a balbucear algunas incoherencias, afiné mi oído para escucharle decir:
—¡Más rápido! … ¡Más rápido! … más rápido, mami … haz que me corra …
No pude evitar de preguntarle:
—Hijo … ¿estás pensando a esa mujer de tus fantasías? …
Me miró con los ojos achinados y vidriosos, luego se fijo en mis tetas que rebotaban un poco arriba y abajo con el movimiento de mi mano, sé que mis pezones se traslucían en mi blusa blanca. Con una voz ronca y gutural, apretando los dientes me respondió:
—A la mismita, mami … a la mismita … me parece estar viéndola, haciéndome lo que tú me haces … no te vayas a detener ni por nada al mundo … por favor … más rapidito …
Muy pronto Antonio comenzó a dar muestras de que iba a correrse, duró menos que mi hijo Mauro. Siendo tan pequeño, tenía menos control de su cuerpo. Me moví entre sus piernas, sabía ya que ambos me deberían haber imaginado así, en esa posición tenían una buena visual de mis tetas, de repente le escuché exclamar:
—¡Lo haré, mami! … ¡Lo haré! …
—¿Qué? … ¿Qué quieres hacer? … ¿Qué quieres decir? …
—¡Mami, me voy a correr! … ¡Ya no me puedo contener! …
—¡No te detengas, hijo! … ¡Córrete! … ¡Córrete para mamá! … ¡Puedes correrte para mí! …
Con su polla dura como el granito, Antonio liberó una primera andanada de pequeños chorritos que se desbordaron por mis dedos, tenía mi mano firmemente alrededor de su pene y sentí pasar por mi mano como una pelota, me incliné para mirar de cerca y recibí un bolón de espeso semen en mis ojos que me encegueció, puse mi mano sobre su pene para evitar que otros misiles de semen me golpearan tan violentamente e incliné su polla hacia su abdomen. Parecían rayos estelares de esperma que salían disparados de su pene hacia el infinito, algunos resbalaban por mi brazo, otros quedaron apresados en la palma de mi mano y algunos más cayeron en el vientre de él. No podía creer el gruñido salvaje y gemido que dio mi pequeño hijo cuando salió de su pene esa bola de lefa caliente, el placer debe haber sido indescriptible, Antonio cayo hacia atrás con los ojos cerrados, parecía desmayado, subrepticiamente saqué mi lengua y lamí y chupé su pija que todavía lanzaba débiles borbotones de esperma. Los recogí en mi lengua y rápidamente me los trague sin poder deleitarme demasiado con su sabor, pero me asusté al no verlo reaccionar:
—¡Antonio! … ¡Antonio, querido! … ¿Estás bien? …
—¡Oh, mami! … ¡Oh! … mamá … nunca había sentido algo tan bueno …
Había olvidado de traer el pañuelo conmigo, así que usé mis dedos para recoger el máximo de semen de Antonio; luego me fui rápidamente al baño:
—Volveré enseguida … necesito limpiar esto …
Una vez sola en el baño devoré su semen de todos los lugares en que me había bañado con su esperma; sabía tan rico como el de Mauro, quizás un poquito dulzón. Mientras limpiaba mis parpados pegajosos de semen, me miré al espejo y vi mi rostro de mujer radiante. Había disfrutado haciéndole unas pajas a mis dos hijos y me había tragado parte de su semen. Sabía ciertamente que estaba mal, pero me puso tan caliente. Después me vinieron algunos arrepentimientos y me sentí algo culpable. Pero ¿culpable de qué? Solo les he hecho un par de pajas. No es como si me los hubiera follado, ¿no? Pero en algún lugar muy dentro de mí, algo me decía que esto no terminaría aquí y quizás iba a suceder algo más.

Cuando salí del baño los encontré a ambos en el cuarto de Antonio, cuchicheaban entre ellos y tenían la famosa revista con ellos. No logré captar lo que estaban diciendo, pero estaba segura de que hablaban de mí. Cuando me vieron ambos se quedaron muy callados, entonces les pregunté:
—Y … chicos … ¿qué les pareció todo? …
El primero en hablar fue Mauro:
—¡Oh, mami! … lo hiciste realmente bien …
—Estabas muy calentorra, mami …
Agregó Antonio con una amplia sonrisa.
—Entonces no les importó que fuera vuestra madre a pajearlos en vez de la mujer de vuestros sueños de esa famosa revista, ¿eh? …
Se miraron entre ambos quizás con un poco de desconcierto, pero luego se rieron de buena gana y respondieron casi al unísono:
—¡Oh, no! … ¡No, mami! … ¡Imagínate! ...
Me giré para salir del dormitorio de Antonio y escuche a mi hijo pequeño decirle al hermano mayor:
—¡Vamos! … ¡Ya! … ¡Anda y dile! …
—¡Cállate, pendejo! … ¡No digas nada! …
Me volví y miré a mi hijo pequeño:
—¿Que sucede? … no sean tímidos … hablen …
Entonces mi hijo pequeño se escondió un poco detrás de su hermano mayor y me dijo:
—Pero … no te enojas, ¿eh? …
—Ni siquiera sé que es lo que quieren … hablen, ¡Por Dios! …
Mauro se hizo escudo de su hermano menor, y fue el pequeño que hablo:
—Mami … ¡ehm! … bueno … nos preguntábamos … ¡uhm! … sí … sí …
Mauro impacientemente termino la pregunta:
—¿Volverás a masturbarnos … alguna otra vez? …
Me los quedé mirando, parecían muy unidos y cómplices en su lujuria, podía haber dicho que no, pero me sentí tan caliente y lujuriosa volviendo a pensar en sus penes llenos de leche, que le pregunté:
—Chicos … ¿ustedes se masturban? …
Ambos se pusieron rojos, avergonzados por mi pregunta. Antonio me miró, suspiró y dijo:
—¡Ehm! … sí …
Miré al pequeño que salía de detrás de su hermano y solo asintió con su cabeza farfullando:
—¡Ah-á! …
Me divirtió muchísimo este coloquio con mis bebés, era muy cachondo e íntimo, pensé por un momento y luego les dije:
—Bueno … pero tienen que cumplir algunas obligaciones … primero: buenas calificaciones en el colegio … segundo: debemos estar solos en casa, vuestra hermana mayor no debe saber nada de esto … tercero: debo tener a disposición el tiempo necesario, no pueden interferir con mi trabajo … ¿estamos? …
Hubo un verdadero alborozo en los muchachos, Mauro fue el primero en responder, luego Antonio:
—¡Vale! …
—¡Oh sí, mami! … ¡Vale! … ¡Vale! …
—Entonces yo estaré feliz de hacerlo …
Ambos me sonrieron; les devolví la sonrisa y salí de la habitación. Así, ese verano comenzó toda una ardiente lujuria incestuosa de eventos en casa nuestra …

(Continuará …)
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escrito el
2023-06-26
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