Noche insomne
por
Juan Alberto
género
bisexual
Es la madrugada de una cálida noche de noviembre. La luna brilla alto en el cielo pintando la noche con su pálido bicolor. Alrededor de la finca todo es silencio y en paz. La señora Luisa siente el calor de la noche y da vueltas en la cama un poco inquieta. Quisiera sentarse y leer un poco, pero luego desiste y se escabulle de la cama donde su marido duerme profundamente.
Unas horas antes hicieron el amor … bueno, él se corrió en su coño peludo y ella se quedo mirando el claror de la ventana insatisfecha. Tenía muchas ganas, él comenzó a acariciarla en sueños y ella se dejo poseer. Tampoco quería darle motivos para discutir. Por suerte no sucedía muy a menudo. Ya no era un placer yacer con su esposo, pero evitaba de rechazarlo.
Todo se limitaba a algunos momentos fugaces, quizás por el cansancio, quizás por su edad. Eran ocasiones esporádicas. Generalmente él lo hacía rápido, la acariciaba un poco, empujaba dentro de ella por un par de minutos y luego le rociaba el vientre para no embarazarla. Todo lo hacía él solo.
Luisa había intentado de dormir otro poco, pero estaba ofuscada y extremadamente despierta. Quizás insomne. Su marido se había corrido esta vez dentro de ella. Estaba confundida. Sabía que estaba menstruando y era difícil que la embarazara. Sería raro que eso sucediera.
Ahora ella estaba en la sala de estar, sentada en el sofá y no sabía si encender o no el televisor. Se recostó para mantener el semen de su marido dentro de su vagina.
Todavía no se había lavado, le gustaba esa sensación de mantener dentro la blanquecina leche pegajosa del hombre. Por lo menos se había reservado ese pequeño placer secreto para sí. Ella se había acostado limpia, recién bañada y él se había aprovechado de eso. Ahora estaba toda untada en su coño, le había dejado olores y sensaciones mezcladas de placer, comenzaba a sentirse ardiente y lujuriosa. A veces le bastaba solo ese pensamiento, se masturbaba y finalmente se corría de verdad.
Pero esta vez estaba incomoda y silenciosa. Había algo que la perturbaba y se sentía molesta. Trataba de no pensar en ello. Pero una y otra vez esas imágenes volvían a su mente. Había presenciado la cópula entre perros. Un día antes, mientras volvía hacia la casa, cerca del granero, un perro había montado a una perra y había quedado pegado a ella.
Ahora creía sentirse como esa perra, con su coño lleno del semen de su marido, su macho. El calor la hacía sudar y se le iba a la cabeza. Sola y en la oscuridad, su nerviosismo parece aumentar. Una obsesión ocupa su cerebro. Una curiosidad morbosa, anhelos y deseos que no puede explicar. Se siente excitada. La imágenes de la cruza de esas bestias no la dejan paz.
En realidad, no sabe lo que quiere, se levanta mecánicamente y, en la oscuridad sale de la casa al jardín. La noche es amiga. La noche es cómplice. Se siente temeraria y abre la puerta del jardín hacia el granero.
El cielo esta despejado, la luna se ha puesto detrás de los lejanos cerros al oeste, las estrellas no arrojan suficiente luz y Luisa en su camisón blanco parece un anima en pena, se siente protegida por las penumbras que la hace sentir desinhibida, tose ligeramente aún confusa. Es inútil tratar de esconder sus sensaciones. Quiere saber y entenderse a si misma. Camina no sabe hacia donde, trata de encontrar sin saber lo que busca. No sabe que le deparan los próximos minutos. Un enigma más en su vida, pero tiene curiosidad y quiere acercarse al gran perro negro de los vecinos.
En el silencio de la noche, la aprensión se apodera de ella y la amenaza con hacerla desistir, pero el sentimiento que siente en su cuerpo la envalentona lo suficiente como para seguir.
Está completamente sola. Solo una suave y cálida brisa mueve las hojas de los árboles, por el resto, todo es silencio. El canto de algún grillo enamorado la distrae a veces. Pero ella camina resuelta, tiene una misión que cumplir; baja sigilosamente hasta la puerta del granero y toca sin saber bien que o quien esperar. Responde solo el silencio. Recién ahora se da cuenta que está en pantuflas y se siente incomoda. “Toc-toc”, con los nudillos vuelve a tocar la puerta. Nadie. Piensa que es mejor volver a casa y se gira lentamente.
De la negra noche oscura se perfila una sombra negra que se mueve y se agazapa, se sobresalta y se siente amenazada por un gruñido feroz, se mueve rápido como el viento. La forma oscura, torva y siniestra ladra y gruñe, no da la impresión de ser juguetón sino una bestia dispuesta al ataque, lista para desmembrar con velocidad felina a su oponente.
Por un segundo Luisa tiembla y se congela, retrocede sobre sus pasos. Se siente aterrorizada. El enorme perro aparece frente a ella agresivo y decidido. Ladra feroz un par de veces, de entremedio de sus afilados colmillos se eleva un vapor y la saliva cuela por sus fauces, es la bruma del amanecer que se anuncia.
La bestia ocupa la única via de escape y de repente la seguridad de la casa parece demasiado lejos e inalcanzable. El enorme cuerpo lleno de músculos colma todos los espacios. No hay refugio contra la ferocidad del animal. Luisa no sabe que hacer y solo atina a decir casi en susurro para no ser escuchada:
—¡Blacky! … ¡Blacky soy yo! …
Inmediatamente el perro alza sus orejas y parece cambiar de actitud. Probablemente él también está asustado y se siente amenazado por esta figura de largo manto blanco. La tensión disminuye y desvanece. El lobo en él regresa a la parte ancestral de su cerebro de bestia y rápidamente se vuelve un cachorro, un enorme cachorro. Sin embargo, su cola sigue alzada, está inquieto:
—¡Soy Luisa, cariño! …
Se acerca con cautela y rasquetea entre sus orejas y luego acaricia su lomo.
—¡Espera, Blacky! …
Entra en el granero y de una repisa saca una bolsas con galletas para perros. Ahora está afuera dándole algunas galletas al perro negro. Se siente excitada, pero no sabe por qué. Lo que sea. Está decidida a descubrirlo. Quiere saber. La curiosidad le produce ansiedad, deseos, un anhelo que nunca antes había sentido.
El perro se mantiene en su lugar haciendo crujir las galletas entre sus dientes. Se gira y olfatea primero a tierra y luego su nariz se eleva a percibir los aromas de la noche.
Superando su repulsión y sus temores Luisa le anima a seguirla dentro del granero. El perro se acerca y muerde otra galleta con avidez. Ya están dentro del granero y Luisa junta el pesado portón, a este punto están ocultos de miradas indiscretas.
Luisa deja que el perro recoja otra galleta directamente de su mano. Su enorme boca está llena de saliva; con la lengua áspera moja parte de su mano. Ella solo aprieta sus muslos estrechamente sin saber por qué. Ella no siente asco. Está obsesionada con esa larga lengua. Su actitud es nueva y las sensaciones también. Ni siquiera se le pasa por la cabeza el sexo puro. Pero se siente anormalmente excitada.
Ya no siente temor y está decidida a probar cómo responde el perro a su curiosidad. No sabe como hacerlo. Es un juego que no conoce. Tiene que hacer algo … pero ¿qué?
El perro está ignaro de las cosas que pasan fugaces por la mente de Luisa. Solamente está feliz de estar al lado de un humano que le demuestra afecto y cuyas manos huelen a exquisitas galletas. Luisa en cambio parece en un trance tratando de resolver una disyuntiva que le atenaza el corazón.
Cautamente pone una mano sobre la cabeza del perro y desciende a acariciar su poderoso cuello, sintiendo la tensión y el poderío de sus músculos. Poco a poco su mano desciende a la panza oscura y peluda de Blacky.
Ella está muy tensa y siente un poco de temor a lo desconocido, teme la reacción del enorme animal. Pero lo engatusa con pequeños susurros y delicadas carantoñas. Un lengüetazo a su mejilla la llena de coraje y logra estirar su mano debajo del perro que está agachado sobre sus patas traseras.
No teniendo experiencia, Luisa queda sorprendida cuando descubre que la enorme bestia no se inquieta, no siente malestar. Encuentra debajo un enorme bulto carnoso, peludo y suave. Pero nada más.
Suavemente obliga al animal a ponerse de pie. Sin embargo, a pesar de todo, no encuentra mucho más entre sus patas, más atrás están sus cojones. Se impacienta, como puede ser posible que no haya nada aquí. Ella había sido testigo que el perro tenía una cosa grande, gruesa y rojiza. Ahora palpa solo pelo. Se siente avergonzada de sus absurdas palpaciones y retoques … no se reconoce en esta loca situación. ¿Dónde está ese miembro que le pareció maravilloso? ¿Será que lo han castrado? ¿Tan pronto? ¿Pero nooo, imposible?
Decide que ya basta, tiene que terminar con esta locura. Pero … justo cuando está a punto de quitar la mano del cálido pelaje de Blacky, algo vibra y se endurece en ese saco peludo.
El propio perro se inquieta y jadea, quizás incrédulo. Sin embargo, en la mano de Luisa, algo húmedo y caliente comienza a emerger, se siente duro como un hueso. Ella también se inquieta y se sobresalta, pero ¿qué es esto? El contacto es inesperado, siente que le quema la piel. Vence la repulsión espontanea y vuelve a palpar hacia abajo, hasta llegar a las pequeñas bolas calientes.
Algo que no estaba segundos antes, ahora está. La mujer no sabe como comportarse. ¿Qué se hace en una situación como esta? El contacto directo con la polla del perro la atemoriza. Tener en su mano esa cosa caliente y dura que continúa a crecer es algo nuevo para ella. Le gustaría excitarse, pero no puede conseguirlo, por lo menos no lo suficiente. Esa cosa mojada y resbaladiza se siente extraña. Pero tampoco tiene deseos de soltarla.
Algo en su cabeza le ordena masturbar esa pija, pero no sabe cual es el modo adecuado y tentativamente comienza a frotar el grueso pene del perro, con algunos movimientos horizontales de atrás hacia adelante. Le parece atinado ese modo clásico de tratar una pija, con la otra mano acaricia suavemente los peludos cojones.
La polla del perro pierde consistencia, no aguanta la erección, se parece a su marido. La bestia pierde la concentración. Después de todo no está habituado a la manipulación de su pene por parte de una humana. Él no conoce coño humano.
Repentinamente se siente un ruido muy fuerte, como si viniera de la casa. Luisa se levanta y se voltea hacia allí. Escucha un rugido de un motor en la lejanía y se da cuenta que esa es la origen del ruido.
Al estar volteada, algo grande y duro empuja su trasero, es el hocico de Blacky que la olfatea y la explora. Ese toque suave e inesperado hace estallar en la cabeza de la mujer toda la lascivia reprimida, irrefrenablemente se baja de golpe las bragas hasta las rodillas, arqueando el trasero a favor del animal.
Tan pronto como sintió la áspera lengua barriendo sus apretados glúteos, pensó “Estoy loca”, pero sus manos se posaron en sus nalgas para ensanchar el espacio y permitirle al perro lengüetear su agujerito en medio a sus posaderas. Su coño empezó a fluir todos los jugos secretamente conservados allí; incluso el semen del orgasmo de su marido depositado en ella unas horas antes. Comenzó a sentir su sangre hervir en sus venas y sentía las pulsaciones en sus pezones y sus sienes.
Luisa ahora se siente caliente, tiene un macho a su disposición y no lo puede desaprovechar. Se vuelve a agachar al lado del perro. Sin siquiera pensarlo su mano baja a su vientre en busca del tesoro, hermoso y candente que le quemaba la mano segundos antes. Esta vez lo aferra con decisión y energía.
Ha entendido que el animal tiene una sensibilidad distinta a la de un hombre. Aprieta la polla una y otra vez, esta se endurece en segundos y la bestia mueve sus ancas como si quisiera follar su mano. Luisa gime excitada y comienza a explorar el pene del perro. Es dos veces más larga que la de su esposo y lo mismo de su grosor. Con sus dedos palpa toda la longitud de esa pija mojada. El glande es puntiagudo como una frambuesa y tiene un agujero, desde donde seguramente sale su semen. El cuerpo cilíndrico es grueso, muy grueso: luego viene una parte como un huevo que es aún más gruesa. Luisa mueve toda esa masa de carne rojiza atrás y adelante, atrás y adelante.
De repente el pene parece palpitar y el huevo comienza a aumentar su volumen con gran excrecencia, hasta ponerse grueso del tamaño de un puño. Instintivamente ella entiende que el perro está por gozar y su mano sacude frenéticamente la pija goteante. Sus senos le cosquillean y su entrepierna moja su peludo coño.
Luisa está estupefacta, el perro gime mientras ella lo pajea a dos manos. Blacky da saltitos, resbala y tiembla moviendo sus cuartos traseros. Se está corriendo. Luisa lo mira desconcertada ¡¡Pero que manera de eyacular!! Literalmente está meando esperma por su pene.
El semen caliente, trasparente y pegajoso sale a chorros continuos, sin parar, es una cantidad increíble en comparación con el varón humano. Estando agachada apunta la pija hacía sus muslos y entrepierna, también su vientre recibe borbotones cálidos de semen. Blacky gime desconcertado y da pequeños ladridos, parece atemorizado.
El claror por el este avisa que el padre sol está por aparecer. Son más de las cinco, es la madrugada, ya se sienten algunos trinos de los pájaros y Luisa escapa del granero hacia el refugio de la casa, como un vampiro que no puede ser tocado por los rayos del sol. Se encierra en el baño, sus sienes laten salvajemente y sus fosas nasales se inflan con sus agitada respiración.
Esta excitada, caliente y confundida. Su coño reboza de cálidos fluidos, se sienta en el inodoro y se masturba, su orgasmo llega violento en segundos. Es la última locura de la noche de insomnio; con los dedos recoge el semen que resbala sobre ella y se los lleva a la boca. Tiene sentimientos encontrados, se siente sucia … pero le gusta el sabor. Y entonces comprende que ira por más la próxima vez.
FIN
----- ----- ----- ----- ----- ooo ----- ----- ----- ----- -----
Los comentarios vuestros son un incentivo para seguir contando historias y relatos, vuestra opinión es siempre invaluable, negativa o positiva, es valiosa y relevante, todo nos ayuda a crecer como escritores y narradores de hechos vividos o imaginados, comenten y voten, por favor.
luisa_luisa4634@yahoo.com
Unas horas antes hicieron el amor … bueno, él se corrió en su coño peludo y ella se quedo mirando el claror de la ventana insatisfecha. Tenía muchas ganas, él comenzó a acariciarla en sueños y ella se dejo poseer. Tampoco quería darle motivos para discutir. Por suerte no sucedía muy a menudo. Ya no era un placer yacer con su esposo, pero evitaba de rechazarlo.
Todo se limitaba a algunos momentos fugaces, quizás por el cansancio, quizás por su edad. Eran ocasiones esporádicas. Generalmente él lo hacía rápido, la acariciaba un poco, empujaba dentro de ella por un par de minutos y luego le rociaba el vientre para no embarazarla. Todo lo hacía él solo.
Luisa había intentado de dormir otro poco, pero estaba ofuscada y extremadamente despierta. Quizás insomne. Su marido se había corrido esta vez dentro de ella. Estaba confundida. Sabía que estaba menstruando y era difícil que la embarazara. Sería raro que eso sucediera.
Ahora ella estaba en la sala de estar, sentada en el sofá y no sabía si encender o no el televisor. Se recostó para mantener el semen de su marido dentro de su vagina.
Todavía no se había lavado, le gustaba esa sensación de mantener dentro la blanquecina leche pegajosa del hombre. Por lo menos se había reservado ese pequeño placer secreto para sí. Ella se había acostado limpia, recién bañada y él se había aprovechado de eso. Ahora estaba toda untada en su coño, le había dejado olores y sensaciones mezcladas de placer, comenzaba a sentirse ardiente y lujuriosa. A veces le bastaba solo ese pensamiento, se masturbaba y finalmente se corría de verdad.
Pero esta vez estaba incomoda y silenciosa. Había algo que la perturbaba y se sentía molesta. Trataba de no pensar en ello. Pero una y otra vez esas imágenes volvían a su mente. Había presenciado la cópula entre perros. Un día antes, mientras volvía hacia la casa, cerca del granero, un perro había montado a una perra y había quedado pegado a ella.
Ahora creía sentirse como esa perra, con su coño lleno del semen de su marido, su macho. El calor la hacía sudar y se le iba a la cabeza. Sola y en la oscuridad, su nerviosismo parece aumentar. Una obsesión ocupa su cerebro. Una curiosidad morbosa, anhelos y deseos que no puede explicar. Se siente excitada. La imágenes de la cruza de esas bestias no la dejan paz.
En realidad, no sabe lo que quiere, se levanta mecánicamente y, en la oscuridad sale de la casa al jardín. La noche es amiga. La noche es cómplice. Se siente temeraria y abre la puerta del jardín hacia el granero.
El cielo esta despejado, la luna se ha puesto detrás de los lejanos cerros al oeste, las estrellas no arrojan suficiente luz y Luisa en su camisón blanco parece un anima en pena, se siente protegida por las penumbras que la hace sentir desinhibida, tose ligeramente aún confusa. Es inútil tratar de esconder sus sensaciones. Quiere saber y entenderse a si misma. Camina no sabe hacia donde, trata de encontrar sin saber lo que busca. No sabe que le deparan los próximos minutos. Un enigma más en su vida, pero tiene curiosidad y quiere acercarse al gran perro negro de los vecinos.
En el silencio de la noche, la aprensión se apodera de ella y la amenaza con hacerla desistir, pero el sentimiento que siente en su cuerpo la envalentona lo suficiente como para seguir.
Está completamente sola. Solo una suave y cálida brisa mueve las hojas de los árboles, por el resto, todo es silencio. El canto de algún grillo enamorado la distrae a veces. Pero ella camina resuelta, tiene una misión que cumplir; baja sigilosamente hasta la puerta del granero y toca sin saber bien que o quien esperar. Responde solo el silencio. Recién ahora se da cuenta que está en pantuflas y se siente incomoda. “Toc-toc”, con los nudillos vuelve a tocar la puerta. Nadie. Piensa que es mejor volver a casa y se gira lentamente.
De la negra noche oscura se perfila una sombra negra que se mueve y se agazapa, se sobresalta y se siente amenazada por un gruñido feroz, se mueve rápido como el viento. La forma oscura, torva y siniestra ladra y gruñe, no da la impresión de ser juguetón sino una bestia dispuesta al ataque, lista para desmembrar con velocidad felina a su oponente.
Por un segundo Luisa tiembla y se congela, retrocede sobre sus pasos. Se siente aterrorizada. El enorme perro aparece frente a ella agresivo y decidido. Ladra feroz un par de veces, de entremedio de sus afilados colmillos se eleva un vapor y la saliva cuela por sus fauces, es la bruma del amanecer que se anuncia.
La bestia ocupa la única via de escape y de repente la seguridad de la casa parece demasiado lejos e inalcanzable. El enorme cuerpo lleno de músculos colma todos los espacios. No hay refugio contra la ferocidad del animal. Luisa no sabe que hacer y solo atina a decir casi en susurro para no ser escuchada:
—¡Blacky! … ¡Blacky soy yo! …
Inmediatamente el perro alza sus orejas y parece cambiar de actitud. Probablemente él también está asustado y se siente amenazado por esta figura de largo manto blanco. La tensión disminuye y desvanece. El lobo en él regresa a la parte ancestral de su cerebro de bestia y rápidamente se vuelve un cachorro, un enorme cachorro. Sin embargo, su cola sigue alzada, está inquieto:
—¡Soy Luisa, cariño! …
Se acerca con cautela y rasquetea entre sus orejas y luego acaricia su lomo.
—¡Espera, Blacky! …
Entra en el granero y de una repisa saca una bolsas con galletas para perros. Ahora está afuera dándole algunas galletas al perro negro. Se siente excitada, pero no sabe por qué. Lo que sea. Está decidida a descubrirlo. Quiere saber. La curiosidad le produce ansiedad, deseos, un anhelo que nunca antes había sentido.
El perro se mantiene en su lugar haciendo crujir las galletas entre sus dientes. Se gira y olfatea primero a tierra y luego su nariz se eleva a percibir los aromas de la noche.
Superando su repulsión y sus temores Luisa le anima a seguirla dentro del granero. El perro se acerca y muerde otra galleta con avidez. Ya están dentro del granero y Luisa junta el pesado portón, a este punto están ocultos de miradas indiscretas.
Luisa deja que el perro recoja otra galleta directamente de su mano. Su enorme boca está llena de saliva; con la lengua áspera moja parte de su mano. Ella solo aprieta sus muslos estrechamente sin saber por qué. Ella no siente asco. Está obsesionada con esa larga lengua. Su actitud es nueva y las sensaciones también. Ni siquiera se le pasa por la cabeza el sexo puro. Pero se siente anormalmente excitada.
Ya no siente temor y está decidida a probar cómo responde el perro a su curiosidad. No sabe como hacerlo. Es un juego que no conoce. Tiene que hacer algo … pero ¿qué?
El perro está ignaro de las cosas que pasan fugaces por la mente de Luisa. Solamente está feliz de estar al lado de un humano que le demuestra afecto y cuyas manos huelen a exquisitas galletas. Luisa en cambio parece en un trance tratando de resolver una disyuntiva que le atenaza el corazón.
Cautamente pone una mano sobre la cabeza del perro y desciende a acariciar su poderoso cuello, sintiendo la tensión y el poderío de sus músculos. Poco a poco su mano desciende a la panza oscura y peluda de Blacky.
Ella está muy tensa y siente un poco de temor a lo desconocido, teme la reacción del enorme animal. Pero lo engatusa con pequeños susurros y delicadas carantoñas. Un lengüetazo a su mejilla la llena de coraje y logra estirar su mano debajo del perro que está agachado sobre sus patas traseras.
No teniendo experiencia, Luisa queda sorprendida cuando descubre que la enorme bestia no se inquieta, no siente malestar. Encuentra debajo un enorme bulto carnoso, peludo y suave. Pero nada más.
Suavemente obliga al animal a ponerse de pie. Sin embargo, a pesar de todo, no encuentra mucho más entre sus patas, más atrás están sus cojones. Se impacienta, como puede ser posible que no haya nada aquí. Ella había sido testigo que el perro tenía una cosa grande, gruesa y rojiza. Ahora palpa solo pelo. Se siente avergonzada de sus absurdas palpaciones y retoques … no se reconoce en esta loca situación. ¿Dónde está ese miembro que le pareció maravilloso? ¿Será que lo han castrado? ¿Tan pronto? ¿Pero nooo, imposible?
Decide que ya basta, tiene que terminar con esta locura. Pero … justo cuando está a punto de quitar la mano del cálido pelaje de Blacky, algo vibra y se endurece en ese saco peludo.
El propio perro se inquieta y jadea, quizás incrédulo. Sin embargo, en la mano de Luisa, algo húmedo y caliente comienza a emerger, se siente duro como un hueso. Ella también se inquieta y se sobresalta, pero ¿qué es esto? El contacto es inesperado, siente que le quema la piel. Vence la repulsión espontanea y vuelve a palpar hacia abajo, hasta llegar a las pequeñas bolas calientes.
Algo que no estaba segundos antes, ahora está. La mujer no sabe como comportarse. ¿Qué se hace en una situación como esta? El contacto directo con la polla del perro la atemoriza. Tener en su mano esa cosa caliente y dura que continúa a crecer es algo nuevo para ella. Le gustaría excitarse, pero no puede conseguirlo, por lo menos no lo suficiente. Esa cosa mojada y resbaladiza se siente extraña. Pero tampoco tiene deseos de soltarla.
Algo en su cabeza le ordena masturbar esa pija, pero no sabe cual es el modo adecuado y tentativamente comienza a frotar el grueso pene del perro, con algunos movimientos horizontales de atrás hacia adelante. Le parece atinado ese modo clásico de tratar una pija, con la otra mano acaricia suavemente los peludos cojones.
La polla del perro pierde consistencia, no aguanta la erección, se parece a su marido. La bestia pierde la concentración. Después de todo no está habituado a la manipulación de su pene por parte de una humana. Él no conoce coño humano.
Repentinamente se siente un ruido muy fuerte, como si viniera de la casa. Luisa se levanta y se voltea hacia allí. Escucha un rugido de un motor en la lejanía y se da cuenta que esa es la origen del ruido.
Al estar volteada, algo grande y duro empuja su trasero, es el hocico de Blacky que la olfatea y la explora. Ese toque suave e inesperado hace estallar en la cabeza de la mujer toda la lascivia reprimida, irrefrenablemente se baja de golpe las bragas hasta las rodillas, arqueando el trasero a favor del animal.
Tan pronto como sintió la áspera lengua barriendo sus apretados glúteos, pensó “Estoy loca”, pero sus manos se posaron en sus nalgas para ensanchar el espacio y permitirle al perro lengüetear su agujerito en medio a sus posaderas. Su coño empezó a fluir todos los jugos secretamente conservados allí; incluso el semen del orgasmo de su marido depositado en ella unas horas antes. Comenzó a sentir su sangre hervir en sus venas y sentía las pulsaciones en sus pezones y sus sienes.
Luisa ahora se siente caliente, tiene un macho a su disposición y no lo puede desaprovechar. Se vuelve a agachar al lado del perro. Sin siquiera pensarlo su mano baja a su vientre en busca del tesoro, hermoso y candente que le quemaba la mano segundos antes. Esta vez lo aferra con decisión y energía.
Ha entendido que el animal tiene una sensibilidad distinta a la de un hombre. Aprieta la polla una y otra vez, esta se endurece en segundos y la bestia mueve sus ancas como si quisiera follar su mano. Luisa gime excitada y comienza a explorar el pene del perro. Es dos veces más larga que la de su esposo y lo mismo de su grosor. Con sus dedos palpa toda la longitud de esa pija mojada. El glande es puntiagudo como una frambuesa y tiene un agujero, desde donde seguramente sale su semen. El cuerpo cilíndrico es grueso, muy grueso: luego viene una parte como un huevo que es aún más gruesa. Luisa mueve toda esa masa de carne rojiza atrás y adelante, atrás y adelante.
De repente el pene parece palpitar y el huevo comienza a aumentar su volumen con gran excrecencia, hasta ponerse grueso del tamaño de un puño. Instintivamente ella entiende que el perro está por gozar y su mano sacude frenéticamente la pija goteante. Sus senos le cosquillean y su entrepierna moja su peludo coño.
Luisa está estupefacta, el perro gime mientras ella lo pajea a dos manos. Blacky da saltitos, resbala y tiembla moviendo sus cuartos traseros. Se está corriendo. Luisa lo mira desconcertada ¡¡Pero que manera de eyacular!! Literalmente está meando esperma por su pene.
El semen caliente, trasparente y pegajoso sale a chorros continuos, sin parar, es una cantidad increíble en comparación con el varón humano. Estando agachada apunta la pija hacía sus muslos y entrepierna, también su vientre recibe borbotones cálidos de semen. Blacky gime desconcertado y da pequeños ladridos, parece atemorizado.
El claror por el este avisa que el padre sol está por aparecer. Son más de las cinco, es la madrugada, ya se sienten algunos trinos de los pájaros y Luisa escapa del granero hacia el refugio de la casa, como un vampiro que no puede ser tocado por los rayos del sol. Se encierra en el baño, sus sienes laten salvajemente y sus fosas nasales se inflan con sus agitada respiración.
Esta excitada, caliente y confundida. Su coño reboza de cálidos fluidos, se sienta en el inodoro y se masturba, su orgasmo llega violento en segundos. Es la última locura de la noche de insomnio; con los dedos recoge el semen que resbala sobre ella y se los lleva a la boca. Tiene sentimientos encontrados, se siente sucia … pero le gusta el sabor. Y entonces comprende que ira por más la próxima vez.
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Los comentarios vuestros son un incentivo para seguir contando historias y relatos, vuestra opinión es siempre invaluable, negativa o positiva, es valiosa y relevante, todo nos ayuda a crecer como escritores y narradores de hechos vividos o imaginados, comenten y voten, por favor.
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