Reminiscencias II.
por
Juan Alberto
género
incesto
—Pero es verdad, Carla … nunca me había corrido así de fuerte … ¿Y tú? … ¿Te corriste? …
Mi hermana movió la cabeza negativamente:
—No … pero me gustó, fue agradable … y no me dolió demasiado …
Me sentí una mierda. En ningún momento pensé en ella. Debería haberme asegurado de que ella se corriera primero. Debería haber hecho que ella lo disfrutara tanto como yo. Pero no sabía cómo y, siendo mi primera vez, tampoco sabía cómo controlarme.
Lo saqué de su coño y me acomodé en la cama a su lado.
—Lo siento, Carla … pero no me pude contener …
Me miró y me sonrió en modo sincero:
—Está bien … me gustó … si quieres podemos volver a intentarlo …
Me toqué mi parte adolorida; le sonreí y respondí:
—No … no ahora … necesito tiempo para poder recuperarme …
La siguiente media hora la utilizamos para hablar de lo increíble que había sido correrse durante el sexo. Era algo diferente y sublime, intenso como nada al mundo. Carla me dijo que ella también quería experimentar eso, así que acordamos volver a intentarlo a la brevedad.
El sábado después del sexo con ella, descubrí pequeñas manchas de sangre y semen en mi cama, cambié la sábana y la hice desaparecer dónde jamás nadie la encontraría.
El domingo continuaba el mal tiempo y la lluvia piqueteaba sobre nuestro techo, nos mantuvimos encerrados en casa, pero eso no impidió que nos besáramos en cada oportunidad que nos juntábamos. Carla me susurró al oído que ella también estaba bastante adolorida ahí abajo.
El lunes amaneció muy oscuro y nublado, ya no había lluvia, pero había una opresora humedad en el aire seco y sin brisa alguna.
El martes fue iluminado por un descolorido y tibio sol. Con una fina brisa por el oriente. Estaba lleno de energía, hice prontamente mis tareas y justo una hora después de almuerzo nos fuimos a la piscina, la temperatura estaba bastante agradable. Juntos y desnudos saltamos a la piscina. La contagiosa sonrisa de Carla estaba de vuelta y con ella toda su vitalidad y energía, amaba esa sonrisa y sus ojos que brillaban de emoción. Mi erección fue instantánea, estaba excitado ante la perspectiva de tener sexo con mi hermana otra vez.
Después de chapotear y jugar por un rato, salimos del agua y nos sentamos al cobijo de las sombras del gran algarrobo. Me recordé todo el rato de lo egoísta que había sido la última vez. No podía volver a suceder nada parecido, estaba decidido a hacerlo lo mejor para ella y tenía un plan. Había oído hablar de sexo oral.
Sintiendo nuestros cuerpos, nos besamos y acariciamos. Me fascinaba su coño sin vellos. Era tan pequeño y sexy, flexible y cálido, su rajita excitante e invitante, húmeda y delicada. Sus labios hinchados abrazaban mi dedo cuando penetraba su hendidura escondida, sintiendo la húmeda tibieza de su profundidad, mi polla se alzaba enhiesta. Sus caricias también me excitaban. Rompí el beso y le dije:
—Recuéstate …
Se recostó y vio que me acomodaba entre sus piernas:
—¿Qué me vas a hacer? …
—Te haré sentir bien …
Le dije sonriendo y dándole un beso fugaz a su monte de venus, luego bese su coño con mis labios. Su coño era suave como la seda y emanaba un aroma celestialmente divino. Lamí su hendidura, de abajo hacia arriba hasta alcanzar su montículo protuberante donde comenzaba a aflorar su clítoris, Carla me sonrió entusiasta.
Volví más abajo y probé con mi lengua, deslizándola por ese surco cerrado de sus labios mayores, presioné con mi lengua y se abrieron como por magia. Miré ese interior brillante y mojado, quería saborear su manjar. Sabía a un néctar maravilloso; ligero y dulzón con un matiz exótico y excitante, un sabor que se grabo a fuego en mi cerebro. Subí con mi lengua por esa ranurita hasta toquetear su botoncito y lo froté con la punta de mi lengua. Carla gimió y se recostó más cómoda:
—¡Oh, Mauro! … Sí que me estás haciendo sentir bien …
Succioné delicadamente su clítoris, Carla gimió en modo audible; esto me confirmaba que lo estaba haciendo bien, me concentré chupando alternadamente su agujerito y su clítoris. Contemporáneamente mi dedo índice sondeaba la caliente y húmeda vulva que parecía contraerse famélicamente triturando mi dedo, presionando mi primer nudillo. Carla jadeó y comenzó a mover sus caderas follando mi cara, frotando con fuerza su coño contra mi boca. Chupé con más ardor y froté su coño cada vez más húmedo. Ella comenzó a jadear cada vez con más fuerza y entre sollozos y gemidos siseó:
—¡Ooohhh, Mauro! … ¡Hmmmm! … ¡Esta sucediendo! … ¡Hmmmm! …
Carla temblaba completamente con sus muslos apretados contra mis orejas e intentaba alejarse de mi lengua que perseguía y atacaba su clítoris inflamado sin misericordia, jadeaba con los ojos cerrados y sus caderas se movían enloquecidas.
Cuando comenzó a calmarse y se detuvo, me moví hacia arriba, mi erección dura que casi me dolía. Estirando la mano guié la punta de mi polla su húmeda hendidura, presionando en sus empapados labios, encontré el hoyito de su vagina. Me quedé quieto y esperé. Finalmente ella abrió los ojos y me sonrió con sus ojos vidriosos:
—¡Eso fue increíble! … ¡El mejor hasta ahora! …
Sonriendo con placer y orgullo, empujé. Carla jadeó. Mi glande penetró su coño muy resbaladizo, su vagina tan increíblemente apretada me acogió con aterciopeladas sensaciones. Ella se rio con su risa de niña y empujó su coño contra mí pija y me hundí en ella, una vez más afondé mí polla hasta donde podía entrar; dos tercios, ni más ni menos; tampoco intente profundizar mucho más. Ella me dijo:
—¡Ummmm! … ¡Así está mejor! … ¡No me dolió nada! …
Complacido la besé, me retiré y acaricié su pequeño cuerpo, mi pija se tensaba. Esta vez estaba todo bajo mi control. Disfruté cada embestida, toda sensación de penetrar su estrecho chocho, follar a mi hermana lentamente era sublime, el sexo con ella me llevaba más cerca del paraíso.
Nuestros movimientos eran muy coordinados, jugábamos con nuestras lenguas, rozábamos nuestros labios. La follé con movimientos largos; casi sacando toda mi polla de su conchita y luego sumergiéndome todo lo que ella podía aceptar. Amaba su estrechez y su frágil y delicada complexión física bajo de mí. Mi erección pulsaba y punzaba dura como acero, pero no me apresuré, el sexo con mi hermana era demasiado bueno e intentaba prolongarlo lo más posible. Hubiera querido durar una eternidad, pero no era posible. Demasiado pronto el placer dentro de mí comenzó a aumentar y mí pene parecía más y más duro. La tomé por los hombros y me acosté con todo mi peso sobre ella. Carla me envolvió con sus brazos apretando aún más su coño, sentí que mi erección estaba completamente dentro de ese guante afelpado de su chocho estrecho, me masajeaba, sobajeaba y succionaba con su coño. Se apretó desesperadamente a mí y por primera vez sentí sus uñas incrustándose en mi espalda, chilló y gritó:
—¡Oooohhhh! … Mauro … ¡Mmmmm! … ¡Huumummm! …
Su clímax la golpeó salvajemente y su coño apretó mi pene casi dolorosamente. No pude resistir un segundo más y jadeando, estrechándola y mordiéndola me corrí casi junto a ella.
—¡Uoouuu! … ¡Umpf! … ¡Umpf! … ¡Ooohhh! …
Un enorme pulso de placer me sacó de este mundo enviándome en una dimensión paralela de goce y lujuria, mi pene explotó, una ráfaga de borbotones salió de mi pija. Gruñí de placer, acaricié a mi hermana mientras me corría dentro de ella en éxtasis. Cada pulsación era más exquisita que la otra, cada chorrito llenaba más y más su estrecho coñito. Mi cuerpo se sacudió y me abandoné a un letárgico orgasmo que me dejó agotado y muy satisfecho. Ella todavía apretada a mí, susurro a mi oído:
—¡Guau! … eso fue fabuloso … me corrí dos veces seguidas …
*****
Sentado en la oscura sala de mi casa, con una hermosa luna matizando de un azul pálido al entero mundo, miré a través de la ventana y me llegó el saludo grillar de los grillos. Mis recuerdo estaban todos ahí muy vívidos. Bebi un sorbo de licor. Recordé el día que mamá sorprendió a Carla saliendo desnuda de mi cama. Ella y papá habían vuelto del trabajo más temprano de lo acostumbrado y nos sorprendieron en el acto. Su pregonada mente abierta se cerró para nosotros. El incesto y el sexo entre menores no estaba permitido. Recuerdo la cara de papá deformada por la ira.
Me dio una severa paliza. Todavía conservo cicatrices de la hebilla de su cinturón en mi espalda. Recordé a Carla llorando desesperado tratando de detenerlo. Más tarde esa noche recogí una pequeña cantidad de dinero que había ahorrado y me escabullí en una noche de luna menguante.
A los quince años estaba solo contra el mundo. Nunca más vi a Carla ni a nadie de mi familia, tampoco intente tener una comunicación con ella. Todo termino esa noche de la paliza.
*****
Años después, por las redes me enteré de que ella se casaba con un amigo mío. Llegué inobservado y me situé en la parte de atrás de la iglesia discretamente, en el lugar más oscuro. Mi hermana de dieciocho años lucía como una princesa, bellísima. Era hermosa como un ángel divino, sus cabellos oscuros y ondulados. Lucía preciosa con su elegante vestido blanco. Se mantenía delgada con un busto pequeño y sensual, menuda pero sofisticada y elegante. Me invadieron unos celos y envidia terribles al verla casarse con otro hombre. Subrepticiamente como llegué, me escabullí en las penumbras del templo y desaparecí.
Años después, cuando ella cumplía veintidós, la volví a ver. Estaba embarazada de su primera hija, Theresa. Fue en el funeral de nuestros padres fallecidos en un accidente. Me miró incrédula, como si viera un espectro del pasado. De sus hermosos ojos azules brotaron inmensas lagrimas que resbalaron por sus mejillas.
—¿Tú? … ¿Mauro? … ¿Eres tú? …
Luego de abrazarme y llorar a mares abrazada a mi pecho. Hablamos y nos consolamos. Al final despedimos y agradecimos a las pocas personas que asistieron a las exequias. Después nos pusimos al día, sobre todo; ni una sola vez comentamos lo sucedido entre nos dos, nunca lo comentamos.
La visité cuando nació Theresa, su primera hija y, un par de años después cuando nació su segunda hija, Antonella. Luego no volvimos a vernos, nos distanciamos otra vez.
Supe que su esposo la maltrataba y lo odié. Preferí estar lejos de esa relación toxica.
Ahora, ocho años después el bastardo se había ido por un ataque cerebro vascular y, Carla estaba de vuelta a mi vida y no quería hablar de nosotros. Tenía un desproporcionado temor de que pudiera suceder alguna cosa que volviera a separarnos. ¿Sera eso lo que me está causando esta profunda depresión?
Suspiré al frescor de la noche, termine mi trago y me fui a la cama.
*****
(Continuará …)
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Los comentarios vuestros son un incentivo para seguir contando historias y relatos, vuestra opinión es siempre invaluable, negativa o positiva, es valiosa y relevante, todo nos ayuda a crecer como escritores y narradores de hechos vividos o imaginados, comenten y voten, por favor.
luisa_luisa4634@yahoo.com
Mi hermana movió la cabeza negativamente:
—No … pero me gustó, fue agradable … y no me dolió demasiado …
Me sentí una mierda. En ningún momento pensé en ella. Debería haberme asegurado de que ella se corriera primero. Debería haber hecho que ella lo disfrutara tanto como yo. Pero no sabía cómo y, siendo mi primera vez, tampoco sabía cómo controlarme.
Lo saqué de su coño y me acomodé en la cama a su lado.
—Lo siento, Carla … pero no me pude contener …
Me miró y me sonrió en modo sincero:
—Está bien … me gustó … si quieres podemos volver a intentarlo …
Me toqué mi parte adolorida; le sonreí y respondí:
—No … no ahora … necesito tiempo para poder recuperarme …
La siguiente media hora la utilizamos para hablar de lo increíble que había sido correrse durante el sexo. Era algo diferente y sublime, intenso como nada al mundo. Carla me dijo que ella también quería experimentar eso, así que acordamos volver a intentarlo a la brevedad.
El sábado después del sexo con ella, descubrí pequeñas manchas de sangre y semen en mi cama, cambié la sábana y la hice desaparecer dónde jamás nadie la encontraría.
El domingo continuaba el mal tiempo y la lluvia piqueteaba sobre nuestro techo, nos mantuvimos encerrados en casa, pero eso no impidió que nos besáramos en cada oportunidad que nos juntábamos. Carla me susurró al oído que ella también estaba bastante adolorida ahí abajo.
El lunes amaneció muy oscuro y nublado, ya no había lluvia, pero había una opresora humedad en el aire seco y sin brisa alguna.
El martes fue iluminado por un descolorido y tibio sol. Con una fina brisa por el oriente. Estaba lleno de energía, hice prontamente mis tareas y justo una hora después de almuerzo nos fuimos a la piscina, la temperatura estaba bastante agradable. Juntos y desnudos saltamos a la piscina. La contagiosa sonrisa de Carla estaba de vuelta y con ella toda su vitalidad y energía, amaba esa sonrisa y sus ojos que brillaban de emoción. Mi erección fue instantánea, estaba excitado ante la perspectiva de tener sexo con mi hermana otra vez.
Después de chapotear y jugar por un rato, salimos del agua y nos sentamos al cobijo de las sombras del gran algarrobo. Me recordé todo el rato de lo egoísta que había sido la última vez. No podía volver a suceder nada parecido, estaba decidido a hacerlo lo mejor para ella y tenía un plan. Había oído hablar de sexo oral.
Sintiendo nuestros cuerpos, nos besamos y acariciamos. Me fascinaba su coño sin vellos. Era tan pequeño y sexy, flexible y cálido, su rajita excitante e invitante, húmeda y delicada. Sus labios hinchados abrazaban mi dedo cuando penetraba su hendidura escondida, sintiendo la húmeda tibieza de su profundidad, mi polla se alzaba enhiesta. Sus caricias también me excitaban. Rompí el beso y le dije:
—Recuéstate …
Se recostó y vio que me acomodaba entre sus piernas:
—¿Qué me vas a hacer? …
—Te haré sentir bien …
Le dije sonriendo y dándole un beso fugaz a su monte de venus, luego bese su coño con mis labios. Su coño era suave como la seda y emanaba un aroma celestialmente divino. Lamí su hendidura, de abajo hacia arriba hasta alcanzar su montículo protuberante donde comenzaba a aflorar su clítoris, Carla me sonrió entusiasta.
Volví más abajo y probé con mi lengua, deslizándola por ese surco cerrado de sus labios mayores, presioné con mi lengua y se abrieron como por magia. Miré ese interior brillante y mojado, quería saborear su manjar. Sabía a un néctar maravilloso; ligero y dulzón con un matiz exótico y excitante, un sabor que se grabo a fuego en mi cerebro. Subí con mi lengua por esa ranurita hasta toquetear su botoncito y lo froté con la punta de mi lengua. Carla gimió y se recostó más cómoda:
—¡Oh, Mauro! … Sí que me estás haciendo sentir bien …
Succioné delicadamente su clítoris, Carla gimió en modo audible; esto me confirmaba que lo estaba haciendo bien, me concentré chupando alternadamente su agujerito y su clítoris. Contemporáneamente mi dedo índice sondeaba la caliente y húmeda vulva que parecía contraerse famélicamente triturando mi dedo, presionando mi primer nudillo. Carla jadeó y comenzó a mover sus caderas follando mi cara, frotando con fuerza su coño contra mi boca. Chupé con más ardor y froté su coño cada vez más húmedo. Ella comenzó a jadear cada vez con más fuerza y entre sollozos y gemidos siseó:
—¡Ooohhh, Mauro! … ¡Hmmmm! … ¡Esta sucediendo! … ¡Hmmmm! …
Carla temblaba completamente con sus muslos apretados contra mis orejas e intentaba alejarse de mi lengua que perseguía y atacaba su clítoris inflamado sin misericordia, jadeaba con los ojos cerrados y sus caderas se movían enloquecidas.
Cuando comenzó a calmarse y se detuvo, me moví hacia arriba, mi erección dura que casi me dolía. Estirando la mano guié la punta de mi polla su húmeda hendidura, presionando en sus empapados labios, encontré el hoyito de su vagina. Me quedé quieto y esperé. Finalmente ella abrió los ojos y me sonrió con sus ojos vidriosos:
—¡Eso fue increíble! … ¡El mejor hasta ahora! …
Sonriendo con placer y orgullo, empujé. Carla jadeó. Mi glande penetró su coño muy resbaladizo, su vagina tan increíblemente apretada me acogió con aterciopeladas sensaciones. Ella se rio con su risa de niña y empujó su coño contra mí pija y me hundí en ella, una vez más afondé mí polla hasta donde podía entrar; dos tercios, ni más ni menos; tampoco intente profundizar mucho más. Ella me dijo:
—¡Ummmm! … ¡Así está mejor! … ¡No me dolió nada! …
Complacido la besé, me retiré y acaricié su pequeño cuerpo, mi pija se tensaba. Esta vez estaba todo bajo mi control. Disfruté cada embestida, toda sensación de penetrar su estrecho chocho, follar a mi hermana lentamente era sublime, el sexo con ella me llevaba más cerca del paraíso.
Nuestros movimientos eran muy coordinados, jugábamos con nuestras lenguas, rozábamos nuestros labios. La follé con movimientos largos; casi sacando toda mi polla de su conchita y luego sumergiéndome todo lo que ella podía aceptar. Amaba su estrechez y su frágil y delicada complexión física bajo de mí. Mi erección pulsaba y punzaba dura como acero, pero no me apresuré, el sexo con mi hermana era demasiado bueno e intentaba prolongarlo lo más posible. Hubiera querido durar una eternidad, pero no era posible. Demasiado pronto el placer dentro de mí comenzó a aumentar y mí pene parecía más y más duro. La tomé por los hombros y me acosté con todo mi peso sobre ella. Carla me envolvió con sus brazos apretando aún más su coño, sentí que mi erección estaba completamente dentro de ese guante afelpado de su chocho estrecho, me masajeaba, sobajeaba y succionaba con su coño. Se apretó desesperadamente a mí y por primera vez sentí sus uñas incrustándose en mi espalda, chilló y gritó:
—¡Oooohhhh! … Mauro … ¡Mmmmm! … ¡Huumummm! …
Su clímax la golpeó salvajemente y su coño apretó mi pene casi dolorosamente. No pude resistir un segundo más y jadeando, estrechándola y mordiéndola me corrí casi junto a ella.
—¡Uoouuu! … ¡Umpf! … ¡Umpf! … ¡Ooohhh! …
Un enorme pulso de placer me sacó de este mundo enviándome en una dimensión paralela de goce y lujuria, mi pene explotó, una ráfaga de borbotones salió de mi pija. Gruñí de placer, acaricié a mi hermana mientras me corría dentro de ella en éxtasis. Cada pulsación era más exquisita que la otra, cada chorrito llenaba más y más su estrecho coñito. Mi cuerpo se sacudió y me abandoné a un letárgico orgasmo que me dejó agotado y muy satisfecho. Ella todavía apretada a mí, susurro a mi oído:
—¡Guau! … eso fue fabuloso … me corrí dos veces seguidas …
*****
Sentado en la oscura sala de mi casa, con una hermosa luna matizando de un azul pálido al entero mundo, miré a través de la ventana y me llegó el saludo grillar de los grillos. Mis recuerdo estaban todos ahí muy vívidos. Bebi un sorbo de licor. Recordé el día que mamá sorprendió a Carla saliendo desnuda de mi cama. Ella y papá habían vuelto del trabajo más temprano de lo acostumbrado y nos sorprendieron en el acto. Su pregonada mente abierta se cerró para nosotros. El incesto y el sexo entre menores no estaba permitido. Recuerdo la cara de papá deformada por la ira.
Me dio una severa paliza. Todavía conservo cicatrices de la hebilla de su cinturón en mi espalda. Recordé a Carla llorando desesperado tratando de detenerlo. Más tarde esa noche recogí una pequeña cantidad de dinero que había ahorrado y me escabullí en una noche de luna menguante.
A los quince años estaba solo contra el mundo. Nunca más vi a Carla ni a nadie de mi familia, tampoco intente tener una comunicación con ella. Todo termino esa noche de la paliza.
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Años después, por las redes me enteré de que ella se casaba con un amigo mío. Llegué inobservado y me situé en la parte de atrás de la iglesia discretamente, en el lugar más oscuro. Mi hermana de dieciocho años lucía como una princesa, bellísima. Era hermosa como un ángel divino, sus cabellos oscuros y ondulados. Lucía preciosa con su elegante vestido blanco. Se mantenía delgada con un busto pequeño y sensual, menuda pero sofisticada y elegante. Me invadieron unos celos y envidia terribles al verla casarse con otro hombre. Subrepticiamente como llegué, me escabullí en las penumbras del templo y desaparecí.
Años después, cuando ella cumplía veintidós, la volví a ver. Estaba embarazada de su primera hija, Theresa. Fue en el funeral de nuestros padres fallecidos en un accidente. Me miró incrédula, como si viera un espectro del pasado. De sus hermosos ojos azules brotaron inmensas lagrimas que resbalaron por sus mejillas.
—¿Tú? … ¿Mauro? … ¿Eres tú? …
Luego de abrazarme y llorar a mares abrazada a mi pecho. Hablamos y nos consolamos. Al final despedimos y agradecimos a las pocas personas que asistieron a las exequias. Después nos pusimos al día, sobre todo; ni una sola vez comentamos lo sucedido entre nos dos, nunca lo comentamos.
La visité cuando nació Theresa, su primera hija y, un par de años después cuando nació su segunda hija, Antonella. Luego no volvimos a vernos, nos distanciamos otra vez.
Supe que su esposo la maltrataba y lo odié. Preferí estar lejos de esa relación toxica.
Ahora, ocho años después el bastardo se había ido por un ataque cerebro vascular y, Carla estaba de vuelta a mi vida y no quería hablar de nosotros. Tenía un desproporcionado temor de que pudiera suceder alguna cosa que volviera a separarnos. ¿Sera eso lo que me está causando esta profunda depresión?
Suspiré al frescor de la noche, termine mi trago y me fui a la cama.
*****
(Continuará …)
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Los comentarios vuestros son un incentivo para seguir contando historias y relatos, vuestra opinión es siempre invaluable, negativa o positiva, es valiosa y relevante, todo nos ayuda a crecer como escritores y narradores de hechos vividos o imaginados, comenten y voten, por favor.
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