Reminiscencias III.

por
género
incesto

Temprano en la mañana, Carla se levantó y se fue a la cocina. Theresa y Antonella habían dormido con ella viendo una película de terror hasta tardas horas de la noche, aduciendo luego de tener miedo de ir a sus propios lechos.

Mientras preparaba café pensó a la noche anterior cuando me encontró en silencio y en la oscuridad, bebiendo un trago. Sin duda había notado la botella casi vacía en la mesita de centro.

Comenzó a lavar la vajilla de la cena de la noche recién pasada. Se sentía agradecida de estar una vez más junto a mí. Si bien su marido no era uno de los mejores. Las niñas lo extrañaban. Habían perdido a su padre y sentían un profundo dolor, qué, a veces, las hacía sentirse culpables y nada de lo que ella dijera las hacía mejorar sus estados de ánimo.

Se había juntado conmigo hacía menos de una semana y las chicas se habían recuperado, habían vuelto a vivir, estaban otra vez como jóvenes adolescentes llenas de energías y alegres. Se sentían seguras y protegidas otra vez.

Lo sé que ella estaba preocupada. Me veía beber casi todas las noches. A veces no me veía, pero encontraba botellas de licor, vino o latas de cerveza vacías. No quería verme alcoholizado, me miraba con cierta angustia y ansiedad.

Habíamos intentado de abordar el delicado tema que estaba pendiente entre nosotros. Yo quería, pero ella era reticente. Cuando ella había tratado de enfrentarlo, yo la evadía sin animo de encarar el pasado doloroso.

Ruidos de carrera la sacaron de sus pensamientos. Sonriendo vio a su pequeña hija Antonella de ocho años correr hacia la isla de la cocina y saltar sobre un taburete, más atrás venía Theresa, su hija de diez años, bostezaba y caminaba con paso cansino. Trataba desesperadamente de arreglar su melena de rebeldes cabellos rubios que se enredaban y caían en mechones sobre su rostro.
—Mami … tengo hambre …—Dijo la pequeña Antonella subiendo su muñeca a la mesa.
—Yo también … —Exclamó Theresa malhumorada.
—¿Qué es lo que quieren comer, chicas? … —Preguntó Carla mirándolas con paciente orgullo.
—Mami, yo quiero ese cereal rico con miel y con leche …
—Sí, mamá … un poco de Cornflakes andarían bien …
—Buena elección muchachitas … creo que yo también comeré algo de eso …
Impacientemente Theresa puso los ojos en blanco y miro hacia el cielo. Carla se rio ante su expresión. Antonella admiraba a su hermana mayor y trataba de imitarla en todo, cosa que a Theresa la sacaba de quicio, pero al menos ahora ya no peleaban a gritos. Carla sacó de la nevera un pack de jugo de naranja y lo sirvió a las chicas, se apoyó a la isla y sorbió un poco de café.

Entré un poco tambaleante a la cocina, tenía el cabello revuelto y estaba somnoliento, mal afeitado y vistiendo solo mis boxers escoceses de cuadros rojos, azules y nada más. Carla me dio una mirada de admiración, yo sabía que ella se sentía atraída por mí. Con mis treinta y cinco años, me mantenía en buen estado atlético. Algunos vellos canosos cubrían mi pecho musculoso. Pero todavía me sentía exhausto.
—Buenos días, querido … luces horrible … —Dijo Carla sonriendo.
—¡Tu cabello está de punta! … —Opinó Theresa.
—¡Oh, tío! … estás casi desnudo … —Concluyó Antonella casi con un chillido.
Miré mi atuendo e informé a la audiencia:
—¡No! ... no estoy desnudo ... estos son mis pantalones cortos …
—¡No! … ¡No es verdad! … ¡Esa es tu ropa interior! …
Dijo Antonella triunfante mientras Carla y Theresa sonreían. Carla me estiró su mano con una humeante taza de café caliente:
—Ten … parece que lo necesitas …
—Sí, gracias … entonces, ¿Cuáles son los planes para hoy? …
Pregunté sorbiendo mi café.
—Bueno … terminar de desempacar y ordenar nuestros cuartos … ya estamos instaladas … pero hay cositas que debemos organizar …
—Entonces yo iré a la ciudad a resolver algunos asuntos pendientes … estaré de regreso para esta tarde …
—Esta bien … te esperaremos … vuelve pronto …
*****

Hice todas mis diligencias y volví casi al ocaso. Carla en su habitación con baño privado, se había duchado. Se vistió y se fue a preparar la cena. Llegué a casa a ducharme; las chicas también se estaban duchando y preparándose para la cena.

Carla todavía pensaba en charlar conmigo sobre nuestro pasado de juventud, pero yo no sabía si era apropiado o no. La cena estuvo deliciosa, Carla era una maravillosa cocinera y tanto sus hijas como yo, nos declaramos saciados y la felicitamos por la comida.

A las diez en punto Carla mandó a las niñas a dormir. Complacido noté que después de darle el beso de las buenas noches a su madre, las chicas vinieron a mí espontáneamente y me dieron también el beso de las buenas noches. Carla las miraba feliz.

Nos sentamos en silencio en la sala de estar; yo con un trago y ella con una taza de café. Por su actitud, sabía que tenía que decirme algo, y comenzó:
—¡Sabes? … has hecho muy bien a mis niñas … estoy muy agradecida de ti … ellas han vuelto a ser felices …
—Tus hijas son fantásticas … no tienes nada que agradecerme …
—Han cambiado desde que llegaron aquí … han vuelto a ser las niñas de antes … y si ellas están felices, yo también lo estoy … te agradezco por eso …
—Carla … no es nada … estoy feliz de ayudar …
—Sí … pero es más de lo que podría haber imaginado … me gustaría que nos quedáramos aquí … pero … ¡uhm! …
Ese tono vacilante me preocupó demasiado y alarmado la interrumpí:
—¿Pero que? …
—Es que no es tan simple, Mauro … necesito que hablemos … entre nosotros existió algo … si no lo enfrentamos siempre se cruzará en nuestros caminos y podría arruinar todo …
—Pero por qué quieres volver sobre el pasado … ¿no te parece suficientemente doloroso?... no quiero lastimarte más de lo que lo he hice, Carla … no podría soportarlo …
Vi que ella se movía inquieta y me miraba realmente sorprendida:
—¿Tú me lastimaste? … ¿Cuándo? … ¿Cómo? …
Tomé un sorbo de licor y baje mi vista al piso apesadumbrado:
—Bueno … cuando eras pequeña me aproveche de ti … luego me escapé … te dejé sola a soportar la ira de mamá y papá …
—¡Alto! … ¡Detente! … ¿Deveras piensas eso? …
No sabía que cosa no había comprendido. Siempre me había sentido el culpable de todo lo acaecido entre ella y yo. Ella no era más que una niña. Yo como hermano mayor la debía proteger y no abusar de ella. Papá me había castigado con justa razón por ello y, yo escapé dejándola sola con el enfurecimiento de nuestros padres. Al no recibir respuesta de mi parte, Carla agregó:
—… papá y mamá nunca me culparon y nunca se desquitaron conmigo … ellos te culparon solo a ti, porque eras más grande que yo …
—Gracias a Dios por eso …
Dije todavía cabizbajo y compungido por los recuerdos.
—¡Mauro! … ¡Mírame, por favor! …
Sorbí de mi vaso y me giré a mirarla.
—Escúchame bien … tú nunca te aprovechaste de mi … lloré por semanas después que te fuiste … todas las noches me quedaba en vela esperando sentirte volver … solo con el paso de los años entendí que no podías volver … debe haber sido muy duro para ti …
—Bueno … queda el consuelo de que por lo menos encontraste el amor … tienes dos hijas que son una maravilla …
—En parte tienes razón … mis hijas son mi tesoro y son preciosas … pero jamás encontré el amor … mi marido fue una via de escape del lado de nuestros padres …
—¡Uhm! … te vi … ¿sabes? …
—¿Me viste? … ¿Y dónde? …
—El día que te casaste … en la iglesia …
—¿Cómo? … ¿Tú estuviste allí? …
El rostro de ella era de un asombro infinito e increíble.
—¡Sí! … te miraba subrepticiamente desde la parte de atrás … eras la novia más hermosa que nunca haya visto …
—Pe-pero … ¿Por qué no me avisaste? …
—También vi a nuestros padres … no quise enfrentarme con ellos …
Carla no salía de su asombro. Nos quedamos en silencio. Los recuerdos iban y venían. Entonces le dije sonriendo:
—Me cambiaste, Carla …
—¿En que sentido? …
—Quedaste grabada a fuego en mi cerebro … definiste lo que era sexy para mí … eso afectó toda mi vida …
—¿Por qué? …
—Desde ese día todas las mujeres que conocí, las comparé contigo … busqué mujeres delgadas y menudas … debían parecerse a ti … como ese día … el día de tu boda … nunca encontré una, así como tú … y nunca encontré el amor …
La miré entrañablemente y continué:
—… veras … en ese momento no lo sabía … pero me enamoré de ti … y jamás he dejado de estarlo …
Volví a beber el resto de mi trago, muy entristecido y con un suspiro de alivio, agregué:
—… por eso no quiero volver a causarte daño … no quiero que te vayas por mi culpa … te quiero aquí conmigo … a ti y a las niñas … lo que pasó fue hace muchísimos años … ahora somo adultos …
Los ojos de Carla estaban llenos de lágrimas, tragaba saliva sin poder emitir palabra alguna, tenía en su garganta un nudo de emoción, casi le costaba respirar:
—¡Oh, Mauro! … ¡Eres un idiota! … ¡Jamás dejé de amarte! … ¡Eres y serás por siempre mi único y verdadero amor de mi vida? …
La miré sorprendido, la miré como si fuera la primera vez que la veía, cómo esa tarde que lucía tan hermosa en la iglesia.
—¡Deveras! … ¿Es eso cierto? …
Carla se levantó de su sillón, posó su bebida y se acercó a mí. El brazo de mi hermana pasó por mi hombro y se apoyó a mí. Miré sus hermosos ojos zafirinos brillantes y llorosos, amables y gentiles, familiares y tan extrañados. La tomé por la cintura y la tire a mi regazo. No se resistió cuando apoyé mis labios en sus preciosos labios y nos fundimos en un beso lleno de reminiscencias. La paz se apoderó de ella. Estaba finalmente en su hogar, donde pertenecía, exactamente donde debía y quería estar para siempre. Con gemidos de placer ella se revolvió en mis brazos, movía sus labios en un suave y amoroso beso, con un suspiro me dijo:
—Desde los diez años que soñaba con volver a besarte … esos recuerdos siempre han estado conmigo … es bueno saber que nunca te perdí … y es bueno estar de nuevo junto a ti …
Su cuerpo se estremecía y se estrechaba a mí, como queriéndose meter dentro de mí, quizás ella no sabía que desde siempre estaba toda entera dentro de mí, me dijo:
—… ¡uhmm! … no sabes cuanto extrañé tu besos … jamás tuve una sintonía similar con mi marido … y jamás me llevo al paroxismo de un orgasmo como lo hacías tú …
Me reí complacido, luego un poco nerviosa me dijo:
—… tengo que confesarte una cosa …
—¿Uhm? … ¿Qué cosa? …
—Bueno … descubrí que soy bisexual …
—¿Deveras? …
—¡A-há! …
—Bueno … supongo que si tu esposo no te satisfacía … tenías que encontrar una válvula de escape … es comprensible … y debe ser muy excitante verte a ti con otra mujer …
Carla se sonrió dándome una malévola y juguetona mirada.
—¡Uhmm! ... no es tan así … pero … ahora me gustaría ir a la cama contigo … no sabes cuanto tiempo he añorado eso … estar con el hombre que amo … ¿quieres? …
—¡Oh!, por supuesto …
—Pero hay un problema …
—¿Y cuál sería ese problema? …
—Theresa y Antonella a menudo se meten en la cama por la noche para dormir conmigo … si no me encuentran se preocuparan y me buscaran …
—No creo que lo hagan … están cansadas, exhaustas … probablemente dormirán toda la noche …
Hizo un ligero carraspeo para aclarar su garganta y me dijo:
—Tengo que decirte algo más … no fue con otra mujer con quien descubrí de ser bisexual … fue con Theresa …
—¡Oh, no! … ¿Theresa? … ¿La pequeña? … ¡Pero si solo tiene diez años! …
Tomó mi mano y sonriendo me dijo:
—Yo también tenía diez años cuando hicimos el amor por vez primera … ¿recuerdas? …
—Pero eso fue diferente …
—¿Cuál es la diferencia? …
Me quedé silente sin encontrar una respuesta adecuada, al parecer ella lo sabía mejor que yo.
—Bueno … debo admitir que tienes razón … solo que ella parece mucho más joven …
—Pero no lo es … va a cumplir once … ¿acaso te molesta? …
—¿Theresa es feliz? …
—Lo has visto por tus propios ojos … es una chica normal y feliz … también Antonella …
Me sorprendió la última afirmación de mi hermana:
—¡Oh! … quieres decir … ¿te refieres a la pequeñita? … ¿ella también? …
—¡A-há! … nos descubrió a las dos en la cama desnudas … tuvo curiosidad y quiso saber …
Me miró con esa mirada llena de picardía en sus ojos azulinos que brillaban con luz propia:
—¿Lo encuentras igual de emocionante? …
—No sé … ¿Qué haces con ellas? … ¿Qué tan a menudo? … ¿Podría asistir y verlas en algún momento? …
Se rio relajada y aliviada al descargar en mí su secreto inmenso:
—Sí … creo que sí …
Parecía envalentonada y corajuda, como si hubiese espantado todos los demonios de su entorno, como protegida por su amor eterno. Necesitaba volver a sentirme a su lado, frotó su muslo contra mi pierna y dijo:
—¿Sabes? … soñé infinitas veces el momento en que dormiríamos juntos en la misma cama … nunca hemos dormido juntos … creo que ahora es la hora de tener esa experiencia … ven … vamos …
Aferró mi mano, se puso de pie y tiró de mi mano para levantarme:
—Mauro … quiero acariciar y que me acaricien …
Le sonreí levantándome del sillón, luego la seguí a su dormitorio. Ella cerró la puerta tras nosotros y dijo:
—Métete a la cama … tardaré un par de minutos …
Carla no se demoró mucho. La vi salir del baño con su camisón que apenas cubría sus largas y esbeltas piernas. Miles de veces había soñado con esto. Sonriendo se recostó a mi lado, se acercó mucho a mí y sentí sus manos y sentí su aroma. Era como un momento mágico. Sus ojos zafirinos eran cálidos y gentiles. La besé, solo un suave roce para expresarle mi amor, para decirle cuanta falta me había hecho, demostrarle cuan enamorado estaba de ella. La estreché un poco a mí diciéndole:
—Esto se siente de maravillas …
—¡Oh, sí! … se siente muy bien …
Susurró Carla. Me relajé con ella a mi lado. Me parecía un sueño sentir su cuerpo y los latidos de su corazón, su respiración. Me sentía bien. Había encontrado el amor. Había encontrado a mi hermana. Estaba tan en paz conmigo mismo que todo se me nubló y me quedé dormido con ella a mi lado.
*****

El sol de la mañana ya estaba alto en el cielo. Estaba un tanto confundido, extrañado. Pensé de haber bebido demasiado, pero no, era solo que no me había despertado en mi cama. Esta era la cama de Carla, mi hermana. Las cortinas estaban tiradas y la luz del sol que entraba era tenue. Había dormido como nunca. Pacíficamente, sin darme vueltas y sin sueños inquietos. Me sentía descansado y con una renovada energía, los fantasmas se habían ido de mi vida.

Sonreí cuando escuché el ruido de las chicas haciendo sus cosas y jugando. Luego la voz autoritaria de Carla restableciendo el silencio. Luego hubo un ruido de ollas. Seguramente estaban en la cocina.

Antes de levantarme olí la almohada e inhale el arome de Carla, su esencia única persistía sobre la almohada, una mezcla exótica de frutos frescos y flores perfumadas. Simplemente maravilloso. Podía imaginarla claramente. Vi su imagen de hermosa novia en la iglesia. Ahora una madre joven de treinta y dos años. Estatura media, espigada, insinuantes curvas en todos los lugares correctos, parecía apenas cambiada. Amaba esos insondables ojos azules como el zafiro; intensos y llenos de comprensión, amor y dulzura; pero al mismo tiempo capaces de mostrar firmeza y determinación cuando se enfadaba. Sus cabellos seguían siendo cortos, le daba un aire de inocencia y dignidad. ¡Dios!, cuanto la había extrañado.

Renovado, enérgico y optimista, me levanté, agarré mi ropa y me dirigí a mi habitación. Una vez que me afeité y duché, me cambié ropa y me fui a la sala de estar. Antonella y Theresa estaba sentadas en sendos taburetes en la isla de la cocina. Se quedaron en silencio cuando me vieron. Se giraron hacia su madre y Carla les sonrió.
—Ven … tómate un poco de café …
Dijo dirigiéndose a mí y colocando una taza humeante frente a mí. El rico e intenso aroma de café llenó mis fosas nasales.
—… pareces relajado y descansado …
Agregó ella con una afectuosa sonrisa. Las chicas me miraban por el rabillo del ojo y se reían, había tazones de cereal vacíos frente a ellas. Cómo siempre la más pequeña era la más bochinchera:
—¡Dormiste en la cama con mamá! … ¡Dormiste en la cama con mamá! …
—¡Antonella! … ¡Por Dios! … ¡Qué te dije! …
—Perdona mamá … se me chisporroteó ...
La pequeña Antonella se encogió de hombros solamente y me sonrió astuta. Theresa estaba luchando con sus rebeldes cabellos, me miró malévolamente, se sonrió y me dijo:
—Te ves tan relajado, tío Mauro … ¿Por qué? …
Carla levantó sus brazos al cielo y exclamó:
—¡Oh, Dios mío! … ¡Pero que chismosas! … te vieron durmiendo en mi cama …
—¿Deveras? …
Con sus brillantísimos ojos azules, Carla me anunció:
—Las chicas y yo hemos tenido una extensa conversación … y piensan que es genial …
—¡Genial! … ¡Que cosa sería tan genial! … ¿Acaso mis pantaloncitos cortos a cuadritos? …
Todas se rieron, pero la más pequeña dijo:
—Esos no son tus pantalones … son tus calzoncillos, tío mauro …
—Bueno … si ustedes piensan que mis calzoncillos son geniales … yo estoy completamente de acuerdo con ustedes …
Volvieron a reírse y otra vez Antonella no resistió y dijo:
—Mami … él no entiende … explícale …
Laura sonriéndome dio la vuelta por la isla y me beso la mejilla:
—Nosotros … cabecita dura …
Fingiéndome asombrado al máximo, pregunté:
—¿Les dijiste? …
Carla asintió con la cabeza y volvió a besar mi mejilla y yo volví a preguntar:
—¿Todo? … ¿Les contaste todo? …
Esta vez fue Theresa la que intervino:
—¡Todo, tío Mauro! … mamá nos contó todo …
Y la pequeña Antonella gritó:
—¡Y yo me quedaré con el dormitorio de mamá! … ¿No es cierto, mami? …
Theresa algo enfada dijo:
—¡No … no lo harás! …
—¡Mami! … ¡Mami! … yo soy la más chiquita … dile que me quedaré con tu dormitorio, mami …
—¡Chicas! … ¡Basta! …
Dijo Carla un poco bruscamente.
—Pero mami …
Antonella interrumpió su berrinche por una firme mirada de Carla. Nos quedamos todos en silencio, las miré una a una a las tres y me sonreí. No pude evitarlo. Se veían muy lindas. Carla se separó de mí y me preguntó:
—¿Qué quieres desayunar? …
—Creo que aparte de este café … solo beberé un poco de jugo de naranja …
Pasamos el día ordenando la casa y por la tarde, Carla quiso que limpiáramos el patio y el jardín. Me divertí mucho viendo a las chicas como se perseguían y jugaban juntas. A veces Antonella sacaba de quicio a Theresa y esta la perseguía hasta cuando la chica buscaba refugio en los brazos de Carla, su madre para que la defendiera. Era el simple placer de la vida. ¡Dios! Que me hizo sentir bien.

Por la tarde estábamos todos cansados, mientras el sol comenzaba a descender por el oeste, nos sentamos fuera de casa contemplando como las sombras de alargaban y comenzaba a descender la oscuridad.
Las chicas entraron a ducharse bajo la supervisión de su madre. Luego Carla salió a hacerme compañía bajo el porche:
—Nos ayudaste mucho hoy … obviamente te hizo bien descansar …
—Sí … y estoy un poco cansado …
Miré el cuerpo de mi hermana, vestía pantalones cortos de jeans, sus piernas largas muy bonitas, esbeltas y bronceadas. Su blusa blanca amarrada a la cintura enfatizaba sus senos. Nunca fueron demasiado grandes, pero parecían llenos y lucían muy bien en su grácil y esbelto cuerpo. Carla se quedó quieta y divertida mientras yo admiraba su anatomía perfecta, con sus ojos zafiro brillando me preguntó:
—¿Piensas que me he convertido en una bella dama? …
—Eres realmente hermosa … me sorprende que no haya aparecido otro tipo en tu vida …
—No quería a nadie … tal vez, inconscientemente te esperaba a ti, Mauro …
Dentro de mi hubo un revuelo. Me sentí profundamente emocionado, un sentimiento que estaba dentro de mí por más de veinte años afloraba al tenerla cerca. Nunca encontré a alguien que me estimulara sexualmente de verdad, mis compañeras de cama fueron pocas y distantes entre sí. Apagaban mi deseo sexual del momento, pero luego me sentía vacío. Carla despertaba algo completamente diferente en mí, colmaba todos mis vacíos.

Con esa picardía suya característica en sus ojos azules me dijo:
—Entonces … es una pena de que estes tan cansado … yo tenía planes, ¿sabes? …
Inmediatamente supe de que se trataba y señalé:
—Siempre una ducha me hace revivir … tú tampoco te has duchado … nunca nos hemos duchado juntos … eso es algo que no hemos hecho juntos …
—¡Pffff! … hay un sinfín de cosas que no hemos hecho juntos …
—Creo que me gustaría explorar cosas nuevas … cómo esta …
—¿Estás seguro de que eso es lo que quieres? …
—¡Oh, sí! … ¡Absolutamente! …
Me acerqué a ella y tomé su mano de uñas finamente pintadas. Sus hermosos ojos se encendieron como luceros, apretó mi mano y me sonrió. Así nos sorprendieron sus dos hijas. Theresa dijo solo:
—¡Oh, mira! …
Mientras la alborotadora Antonella canturreaba:
—¡Están tomados de la mano! … ¡Mamá y tío Mauro, están tomados de la mano! …
Inmediatamente me di cuenta de que las chicas nos señalaban como hermano y hermana viviendo juntos. Nos miramos y Carla captó subito el punto y dijo:
—Chicas … ustedes deberían llamar a su tío, Mauro …
La pequeñaja enseguida la miró inquisitivamente:
—¿Ah? …
Mientras Theresa un poco confundida dijo:
—Pero, mamá … eso es lo que hacemos ya … “tío Mauro” …
Me dio risa la confusión y sonriendo a las chicas les dije:
—Mami quiere decir que me llamen simplemente “Mauro” y no “Tío Mauro” …
Casi al unísono dijeron:
—¿Por qué? …
Le dejé a Carla la tarea de explicarles y yo me fui a tomar una ducha.

La promesa intrínseca de una nueva intimidad con Carla me llevó a un estado de excitación moderado y constante; un sentimiento especial, esa sensación de excitación que se anticipa y que solo comparten los amantes. Había un dejo de ilícito en toda la situación que me entusiasmaba tanto como en el pasado, el incesto entre ella y yo.

Durante la cena ella estuvo siempre muy pendiente de mí y yo de ella. Nos mirábamos como colegiales enamorados. Carla tenía ese rizo en las comisuras de sus labios, sus ojos centelleaban brillantes e intensos, que la hacían lucir muy hermosa. Pude ver en ella a la niña, la hermosa niña de diez años que yació conmigo. Me surgió una atracción profunda y fuerte por ella.

Estábamos sentados el uno al lado del otro, con Antonella a mi lado y Theresa al lado de ella, pasé mi brazo sobre sus hombros y me sentí relajado. No quiso beber más cuando le ofrecí una segunda copa de vino a la cena, me miró y dijo:
—Por favor, Mauro … no bebas … eso no te ayuda en nada …
Considerando el adormecedor consuelo del alcohol, desistí y dejé la botella en la mesa.

Finalmente, las chicas se despidieron de besos y se fueron a la cama sonriéndonos felices. Carla se relajó contra mí y su mano se apoyó en mi muslo. Nos quedamos en silencio con la televisión apagada, nos llegaron los sonidos de la noche, el grillar de los grillos, en la lejanía el ulular de una corneja y el volar de hojas debido a la brisa moderada que anunciaba la fin del verano. Carla rompió el silencio:
—¡Tanto tiempo esperándote! … pero ahora estoy nerviosa …
—No deberías …
Miró la oscurecida pantalla de la Tv y dijo:
—Mauro … ya no soy esa niña … soy mucho mayor y soy madre …
—Lo sé y lo he pensado … había ese aspecto de tu juventud que me atraía … eras una niña locuaz …
Suavemente ella se rio y apretó mi muslo, pero continué:
—… pero era a ti a quien amaba … tus ojos … tu sonrisa … tu forma de ser … amaba todo de ti y todavía lo hago … no importa que hayamos envejecido …
Me sonrió, se enderezo y me miró a los ojos intensamente, como solo ella sabe mirar:
—Estoy cansada de esperar … te necesito … quiero que vayamos al lecho juntos …
Diciendo eso se levantó y me tiró de la mano. Me levante y me fui tras de ella, entramos al dormitorio principal y ella se volteó contra mí. Me abrazó y se acurrucó bajo mi barbilla, sentí las suaves sinuosidades de su cuerpo y mi cuerpo comenzó a reaccionar y fortalecerse. Ella me quedaba a la perfección apegada a mí. Tan esbelta, tan fina, tan grácil; toda una mujer. Podía sentir sus firmes pechos presionados contra mí. Bajé mis manos, sus caderas eran estrechas. Cuando sonriente levantó su cara, bese a mi hermana en sus labios, casi un roce suave y su lengua se unió a la mía. Mis manos se ahuecaron para acariciar su trasero redondeado y firme, descubriendo esa sensual femineidad de sus curvas en toda su belleza. Una suave erección comenzó a endurecer mi pene.

Carla frotó mi espalda y presionó su vientre contra mi dureza; fue una sensación maravillosa y jamás olvidada. Cuando el beso terminó, me miró sonriente con sus expresivos ojos y me dijo:
—Me alegro de poder excitarte todavía …
—No tienes idea cuanto …
Le dije apretando su trasero con mis manos. Suavemente se separó de mí y comenzó a desabotonar su blusa, botón a botón me miraba. No recuerdo cuantos, pero hacía años que soñaba a mi hermana así, coqueteándome mientras se desnudaba, embelesado me la quedé mirando. Por fin era mía otra vez, no había cambiado nada, era tan hermosa como esa primera vez, era tan hermosa como ese día de su boda. Era toda mi vida, era la única mujer que realmente siempre había deseado.

Sus ojos brillaban como gemas en la tenue luz del dormitorio. Cuando hubo desabotonado su blusa la abrió, revelándome un sencillo sostén turquesa y el escote de sus senos, se quitó la prenda y sus dedos se fueron al botón de sus pantaloncitos cortos, bajó la cremallera y con un sensual movimiento de caderas los empujó hacia abajo, sus bragas eran a juego con el sostén, satinadas, brillantes y sencillas con bordados laterales.

Cuando se quitó los pantaloncitos, se puso de pie y se giró dejándome inspeccionarla. En mis recuerdos no había cambiado prácticamente nada, estaba tan bella como siempre. Me quité mi camisa y la admiré; su estrecha cintura, un cuerpo esbelto y harmonioso, su trasero firme y redondeado, un fino ensanchamiento de sus caderas. Su abdomen no era del todo liso, la maternidad le había dejado un sensual abultamiento de mujer madura bajo su ombligo.

Me desabotoné y me quité los jeans, mi erección se hizo patente en mis boxers. Carla me sonrió inspeccionándome abiertamente, luego cuando la atraje hacia mí, me dijo:
—Te has transformado en un hombre muy sexy, ¿sabes? …
Sus manos se posaron en mi pecho y jugó con mis vellos pectorales. Pasé mis manos por sus rizados, suaves y fragantes cabellos diciéndole:
—Tu has hecho un mejor trabajo … luces espectacularmente sexy …
Ella se abrazó a mí y le hice notar:
—Tus manos están frías …
—Tal vez son los nervios … hace muchos años que no estoy con un hombre …
Se puso de puntillas y me besó, rozando su nariz con la mía. Mis manos rodearon su espalda y con un giro de mis dedos, su sostén se abrió. Ella se echó un poco para atrás y encogió sus hombros, mire hacia abajo y vi sus hermosos y puntiagudos senos grandes como dos manzanas maduras, sus areolas de color ligeramente más oscuros, sus pezones suaves pero protuberantes. Sus pechos eran firmes y llenos, ligeramente respingados hacia arriba, la gravedad casi no los impactaba. Deslicé uno de sus pezones entre mis dedos, Carla se estremeció y gimió. Se sentía maravillosamente en mi mano su seno maduro.

Carla metió sus dos manos por los costados de mi boxers y los dejó caer al suelo. Su mano se apoderó de mi erección, su suave y delicado toque era excitante; mi pija se levantó aún más poniéndose rígida y más gruesa; se acercó a mi oído y me susurró:
—Es mucho más grande de lo que recordaba …
Por unos instantes nos quedamos así, yo acariciando su seno y ella con su tierna mano envolviendo mi pene. Entonces ella abrió la palma de la mano y presionó mi erección contra mi vientre, sentí el cálido y húmedo placer preseminal en mi abdomen. Nos movimos en cámara lenta hacía la cama y nos dejamos caer en ella, el uno al lado del otro. Carla no soltaba mi pija entiesada, deslicé mi mano y la metí dentro de sus bragas. Sentí la maraña sedosa de su vello púbico, la forma de su monte de venus, los costados hinchados y calientes de su coño estrechándose al vértice de sus piernas y puse mi mano sobre la plenitud de su vulva, tan sensual y excitante.

Carla soltó mi pija y se quitó las bragas. Se estiró boca arriba, tomó mi mano y la guió de regreso a su coño. Inclinándome, la besé mientras mis dedos rozaban su suave y sedoso vello púbico, recorriendo su ranura de abajo hacia arriba, cuando mis dedos rozaron sus húmedos labios vaginales, Carla metió su lengua a mi boca gimiendo.

Nuestro beso se hizo cada vez más profundo y apasionado, su lengua incitando a la mía, su brazo rodeando mi cuello. La acaricie ahí abajo, sus suaves labios se apartaron empujados por mis dedos y su tibia humedad les dio la bienvenida. Su clítoris pareció crecer bajo mi pulgar. También creció la excitación. La quería. La quería para mí. La deseaba desesperadamente.

Todavía besándonos, mi hermana me guió encima de ella, sus rodillas se abrieron haciéndome espacio. Repentinamente me sobresalté:
—¡No tenemos protección! … ¡No he comprado condones! …
Ella se separó ligeramente de mí y me sonrió:
—Tonto … estoy protegida … tomo la píldora …
Sus ojos bailaban brillando con ese calor de ella, se clavaron en los míos cuando me pregunto:
—¿Acaso te molestaría tener un hijo juntos? …
—Si es sano … por supuesto que no … sería maravilloso …
Carla me sonrió complacida. Estiró su mano y delicadamente aferró mi erección guiando la punta de mi pene a lo largo de su rajita, sus labios fueron separados por mi gorda cabezota. Me emocioné cuando presentó mi pene a la entrada de su cálido agujero, lista para penetrarla. Una experiencia nueva, pero tan familiar, la punta de mi erección se introdujo en ella cuando presioné, su coño húmedo se sentía tan cómodo, tan hermoso, tan conocido. Me traía maravillosas reminiscencias.

Inhaló con fuerza, hundió su vientre y separó más sus piernas. Terminamos el beso y nos miramos a los ojos, vi la niña en ella incitándome, me moví con movimientos lentos y cortos, brindándole y brindándome placer. Muy lentamente penetraba a mi hermana, más y más profundo, su coño era como un suavísimo guante de felpa y, me agarraba tirándome más adentro. Finalmente, nuestras ingles se tocaron, mi pene estaba duro y grueso completamente enterrado en su caverna pulsando de placer.

Carla suspiro gimiendo, me sonrió levemente, me apretó a ella con su brazos, su coño aferraba mi polla profundamente, me susurró:
—Echaba de menos esto … no te muevas … quiero sentirte así … quédate así un rato …
Moví mi cabeza afirmativamente sin dejarla de mirar, me gustaba contemplar sus ojos centelleantes mientras estaba dentro de ella. La bese una y otra vez; besos cortitos, casi un roce de labios, quería tenerla para mí, quería sentirla, quería hacerle sentir mi amor por ella. Éramos perfectos, absolutamente perfectos. Encajábamos de maravillas el uno en el otro.

Tome su pecho redondo en mi mano, como sopesándolo, estaba todavía juvenilmente firme y sexy. Tocando su pezón, lo deslice entre mis dedos y los frote delicadamente, sentí que arqueaba su espalda respondiendo a mis caricias y empujando su pecho hinchado en mi mano, con su pezón apretándose, endureciéndose, creciendo como una guinda madura.

Ella tiró de mi pasando sus dedos por mis cabellos y unió sus labios a los míos, nuestras bocas se asentaron una contra otra. Abriéndose y moviendo lenguas de fuego que iban ganando en intensidad.

Incapaz de controlarme, preferí sacar mi pene de su coño, pero no me fue fácil, su chocho me succionaba y me tiraba dentro provocándome oleadas de placer. Restregué mi pene por todo el surco de su vagina y luego la penetré de nuevo, deslizándome en esa delicia apretada de su coño, un húmedo agarre de terciopelo me recibió y me estrujó tirándome dentro. Nuestro beso se hizo más intenso, nuestras lenguas se desafiaron a una lucha alegre de placer, y me retiré una vez más, la sensación era indescriptible, el coño de mi hermana me transportaba a otra dimensión, así que volví a ese paraíso.

Carla se movió debajo de mí, sus caderas danzaban una danza árabe, se levantaban para encontrarme y se contorsionaban incitantes e invitantes, la follé lentamente en una danza de íntima lujuria y placer.

Todo se intensificaba, mí erección pareció crecer, ponerse más rígida y palpitar más rápido. Terminamos el beso para poder respirar. La respiración se hizo afanosa y rumorosa, jadeábamos el uno en brazos del otro. Enterré mi rostro en su cuello e inhalé su esencia con los ojos cerrados, reminiscencias de veinticinco años atrás atravesaron mi mente. Era la niña. Era mi hermana que tenía bajo de mí con mi pene profundamente enterrado en ella. Sus aroma era increíble, tenía otra vez ese aroma de frutos y flores frescas, quería morderla y masticar ese aroma tan familiar, tan extrañado, tan sublime. Mis fosas nasales se abrieron e inhale su perfume atrayéndola apasionadamente a mí, me sentí borracho de esa fragancia tan de ella, su olor era embriagador.
Sentí sus gemidos y su susurro:
—¡Oh, mi Dios! … esto es maravilloso …
Me moví más rápido. Amándola y amando cada sensación, hicimos el amor y follamos suavemente, sin complicaciones, solo la excitación de nuestro amor, el universo entero era ella y yo flotando en el cosmos infinito, éramos Alpha y Omega.

La excitación creció, el deseo floreció y la necesidad de desahogo llegó a una vertiginosa velocidad. Estaba follando a mi hermana, me concentré en ello, esperándola, conteniéndome, esperando que ella llegara al ápice al igual que yo y recibir el bálsamo y el regocijo de la liberación y desahogo. Era difícil, una tarea titánica con su coño estrujándome de esa manera, con su sexo inundado por mi sexo, un masaje erótico como ningún otro. La presión creció y mi cuerpo se tensó.

No pude, no fui capaz de detener mi orgasmo. Hacer el amor con ella después de veinticinco años, después de tanto anhelarla, después de tanto soñarla. Era mejor que cualquier cosa que hubiese podido imaginar. Estaba en el cielo apretando mis glúteos y llenando su coño de semen. Era absolutamente perfecto.
—¡Oh, Carla! … ¡Hermana! … lo siento … no pude aguantar más …
Le dije jadeando y aún con mi pene pulsando dentro de ella. Me abrazó en manera maternal:
—Córrete Mauro … quiero todo lo tuyo …
Sus caderas se enroscaron con mis últimas embestidas, succionándome profundamente dentro de su vagina tremendamente excitante. Como si se hubiera roto una presa, mi pene continuaba a pulsar dentro de ella y a disparar chorritos que comenzaban a debilitarse. Fue un orgasmo intenso, una dicha explosiva y agonizante.

Nuestros cuerpos todavía se mecían acompasadamente, me acarició la espalda. Un relajo y una paz post orgásmica se apoderó de mí, esa tranquilidad que solo se puede sentir cuando estás con alguien a quien amas profundamente.

Carla no había alcanzado el clímax. Sin embargo, había sentido algo aún más intenso y sus ojos se humedecieron. Le encantaba sentir mi peso, como una coraza protectora. Disfrutó con el placer que había soñado por años, pero que nunca pensó que volvería a sentir. Disfruto de mis miradas, le encantó escuchar su nombre en mis labios. Sentía mi amor, sabía que yo la amaba con adoración y nuestro sentimiento era poderoso.

La sentí sollozar y me quise apartar, pero ella me retuvo con sus brazos y piernas:
—¡No! … todavía no … no te alejes de mí …
Me quedé sosteniéndome en mi brazos, sus lágrimas caían silenciosas. Mi pene se ablandó y se deslizó fuera de ella, sentí la cálida sensación de mi semen brotando de su chocho enrojecido.

En ese momento yo no lo sabía, pero Carla estaba sintiendo mi semen fecundador en su coño fértil. Estaba muy contenta de haber escuchado de mí que desearía tener un hijo con ella. ¿Cómo reaccionarían sus hijas? ¡Cómo se sentiría tener una familia más grande? Entonces ella supo que también lo deseaba desesperadamente.

El amor de mi hermana por mí era casi doloroso, a veces la abrumaba, pero también estaba lleno de alegrías. Le encantaba sentirme dentro de ella, sentirme decir que la amaba, beneficiarse de mis acciones gentiles y consideradas. Todo eso era superior a un orgasmo. Esa intimidad era mucho más poderosa y satisfactoria. La hacía sentir joven, la sentir como esa vez que siendo niña me dejó que la penetrara por la primera vez, esa intensidad nunca había disminuido, estaba intacta. Ella me amaba de verdad, yo era su único y verdadero amor, me adoraba. Escondiendo su rostro en mí cuello susurró:
—Te amo …
Me aparte y me acomodé a su lado. La miré a los ojos y le dije:
—Yo también te amo …
Se acurrucó a mí y, le pregunté:
—¿Por qué lloras? … ¿Te hice algún daño? … ¿Hice algo mal? …
—¡Idiota! … lloro de felicidad … me haces muy feliz …

No acurrucamos muy juntitos y me dormí casi de inmediato y ella se durmió junto a mí.
*****

Mucho más tarde, en la oscuridad, me despertaron algunos movimientos sobre la cama. Carla me daba la espalda y gemía. Theresa su hija mayor le chupaba las tetas y su manita estaba perdida entre los muslos de ella. Los gemidos de la niña me decían que había venido a buscar el consuelo de su madre. Carla la acurrucó a su pecho y la abrazó dulcemente …

(Continuará …)

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escrito el
2023-07-08
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