Reminiscencias IV.
por
Juan Alberto
género
incesto
La luces del mundo se encendían en el exterior, suaves haces de sol se filtraban por las espesas cortinas. Carla sintió a su pequeña hija Theresa acurrucada a su lado. La noche anterior ella se había deslizado al lado de su madre y luego de sentirla, besarla y acariciarla, buscó solo la protección de sus brazos y se quedó profundamente dormida.
Carla no me sintió apegada a ella, estiró su mano buscándome, cuando me encontró un poco separado de ella, se volteo y su rostro se ilumino sonriente y feliz. La pequeña Antonella dormía abrazada a mí y yo la tenía acurrucada en mis brazos, nos observó por un rato y concluyo que era lo más hermoso que había visto. Los cuatro durmiendo en la misma cama, mi cama, como una gran y única familia. Carla a la hora habitual sacudió el hombro de Theresa ligeramente:
—¡Ya! … ¡Es hora de levantarse! … ¡Shhhh! … ¡En silencio! …
Theresa peleó un poco con sus mechones y se levantó de la cama. Carla pasó una mano sobre mí y suavemente sacudió a la pequeña Antonella. Cuando se movió y abrió sus ojos juguetones, Carla se llevo un dedo a sus labios:
—¡Shhhh! … levántate … no hagas ruidos …
Cuando estuvieron las tres en la cocina, Carla le preguntó a la pequeña Antonella:
—¿Cómo es que terminaste al lado del tío Mauro? …
Theresa dejo de lado sus deliciosos cereales e intervino inmediatamente corrigiéndola:
—¡Mami! … es “Mauro” a secas … no el “tío Mauro” …
—¡Oh! … tienes razón … excusa mi error … Entonces, pequeña … ¿cómo fue? …
—Mami … al lado tuyo no había ningún espacio … así que me acomodé al lado de Mauro …
—¡Hmm! … ¿y dormiste bien? …
—Sí, mami … como cuando estoy contigo y … ¡me abrazo! … y huele bien, ¿sabes? …
Dijo Antonella muy contenta, luego se echó otra cucharada de cereales a la boca, chorreando un poco sobre el individual. Theresa se sintió un poco celosa de su hermana menor y exclamó:
—¡La próxima vez, quiero dormir al lado de Mauro, mami! …
La pequeña no aguantó y dijo:
—¡Pero yo fui primera! … ¿no es cierto, mami? …
Carla pensó que iba a haber bronca entre las dos. Antes de intervenir con las chicas, llegué yo y entré a la cocina con un par de boxers naranja, los cabellos enmarañados y en punta. Sonreía acercándome a las chicas, besé a Carla en la mejilla:
—Buenos días … dormí increíblemente bien …
Luego me acomodé en un taburete a servirme el café que me había preparado ella. Carla se percató de que yo no me había dado cuenta de nada, entonces quiso bromear:
—¿Y cómo fue eso? …
Me preguntó con cara de póker, me giré sorprendido ¿cómo ella me preguntaba eso? Y le dije:
—¡Anoche! … ¿acaso no recuerdas nada? …
—No … digo ... ¿cómo fue dormir con Antonella? …
Me entró un desconcierto, mire a la pequeña y ésta se estaba sonriendo divertida y me dijo:
—¡Dormí contigo! …
—¿Cómo? …
Carla suspiró y me explicó:
—Anoche las chicas me buscaron en mi cuarto y al no encontrarme se fueron a tu dormitorio … Theresa durmió abrazada a mi y tú abrazaste a Antonella toda la noche ...
Fingiendo pesar me agregó:
—… estoy devastada … deberías haberme abrazado a mi toda la noche después de … “todo” lo nuestro …
La miré entre divertido y confundido, después como niño malo le respondí:
—¿Y quien se recuerda? … ¡Nunca he dormido mejor en mi vida y todo gracias a Antonella! … ¡Gracias pequeña! …
La chicuela me miró con ojos encendidos de contenta:
—¡De nada! …
Carla notó que Theresa me miraba interesada y ya sabía lo que estaba pasando por su mente. De seguro que la próxima vez se colaría en la cama conmigo, ella estaba un poco celosa de su hermana menor y no aceptaba haber sido superada por ella. Pero no quiso hacerse un problema y continuó a prepararme el desayuno. Carla había planeado ir a comprar algunas flores para remozar el jardín, me pidió de limpiar algunos sectores bien definidos del patio y me dejó solo a trabajar con la limpieza de la maleza y remoción de tierra, ella se fue en compañía de sus hijas.
A media tarde la F-150 estacionó en el ingreso de la casa, venía repleto de plantas. Yo estaba sentado solo en pantalones cortos, descalzo y muy sudado. Miraba a través del celular. Carla encontró que el progreso en el jardín había sido poco o nada, pensó que con ella ausente las cosas no funcionaban y que debía supervisarme, fingiéndose molesta me dijo:
—¡Oye, tú! … ¡Holgazán! …
Inmediatamente la enfoqué con mi celular y comencé a sacarle una serie de fotografías con su ceño fruncido. Las pequeñas en tanto comenzaban a descargar las plantas. Inmediatamente me fui tras ella grabando sus movimientos; cuando se percataron de que las estaba grabando, comenzaron a comportarse como actrices, a reír al celular y posar, entonces yo las comencé a incitar:
—¡Eso, chicas! … ¡Excelente pose! … ¡Sonrían a la foto! … ¡Eso, Antonella, muestra más esa pierna! … ¡Arregla tu pelo Theresa! … ¡Maravillosas! … ¡Maravillosas! …
Carla sacudió la cabeza y luego ofendida se puso a arreglar las plantas donde quería que fueran plantadas. Una vez que ella se hizo cargo, las cosas comenzaron a hacerse en modo más eficiente. Más tarde me dijo que lucía muy sexy y se tuvo que contener de lanzarse en mis brazos y besarme, debido a la presencia de sus hijas.
Una vez terminada la labor jornalera, nos duchamos, cenamos y luego nos sentamos a mirar la Tv, las chicas se habían sentado una a cada lado mío y yo las tenía abrazadas a ambas mientras se reían viendo a Shrek haciendo de la suyas con Burro. Carla encontraba eso muy tierno de él y sentía un regocijo especial estando en mi casa. Esto hizo que se sintiera aún más atraída a mí.
Carla terminó de lavar el último plato, se limpio las manos y se acercó, ninguna de las chicas se movió de mi lado. Mi hermana no se interesó mucho de la comedia y se sentó en un extremo a embadurnar sus manos con crema humectante. Disfrutaba al verme abrazando a sus hijas, me veía relajado y disfrutando de la compañía de las pequeñas, compartiendo sus risotadas y comentarios sobre lo divertido que era Burro. Parecía el retrato de la familia idílica.
Verme tan alegre con las niñas, hizo que su mente divagara en lo más íntimo, es esos sueños que siempre había tenido de adolescente, mucho antes de casarse. Su imaginación había sido vívida y muy activa. Todos sus sueños eróticos me tenían a mi como principal protagonista; incluso después del matrimonio; en los momentos que estaba al lecho con su marido, ella imaginaba de estar conmigo, eso la ayudaba a encontrar el placer que nunca su esposo logró darle.
Después estaban todas esas fantasías eróticas que siempre había querido probar y que jamás lo manifestó con su marido. Ella quería el sexo oral, anal y porque no, sexo fuera del matrimonio; sexo espontaneo con extraños, solo por el placer de hacerlo.
Comenzó poco a poco a sentirse más caliente, sus pechos parecieron inflarse y sus pezones le ardían, su coño rápidamente generó ingente cantidades de fluidos y tuvo que juntar sus piernas para evitar de tocarse. El solo mirarme la rendía sensible y cachonda. Se imaginó tomando mi tremenda erección en su boca, chupándome y acariciándome con su lengua, tomando mis cojones en sus manos, ¿Cómo se sentiría mi semen en su boca, con mi pene chorreando esperma y latiendo bajo su lengua? Sé sorprendió cuando escuchó mi voz:
—¿Estás bien? … Pareces agitada y acalorada …
Mis hijas se voltearon a mirar mi rostro, me sonrojé y no sabía que responder:
—¡Ehm! … ¿yo? … estoy bien … es el calor de lavar los platos con agua caliente …
La quedé mirando de cerca y vi sus mejillas ruborizadas, sus fosas nasales dilatadas y sus pezones duros a través de su remera. Definitivamente no eran los platos.
—¡Ah, sí … ah! … Sí tu lo dices …
Le dije sonriendo enigmáticamente. Más se ruborizó al comprender que yo sabía que ella estaba con pensamientos calientes.
Apenas metió las niñas a dormir, vino a sentarse junto a mí. Con la televisión apagada y una suave iluminación de la lampara de mesa, la tomé por sus hombros y la atraje hacia mí.
—¿Se puede saber que pensamientos hicieron que te pusieras roja y jadeante? …
—¡Yo no estaba jadeando! …
—Sí … es verdad … pero tu respiración era algo agitada … y tus ojos brillaban excitados …
Me miró con esa cara de niña traviesa y me sonrió:
—¿En serio? …
—¡A-há! … tenías la mirada de un niño hambriento mirando a la fabrica de pasteles …
—¡Nooo! …
—¡Oh, sí señora! … entonces … dime, ¿en que pensabas? …
—Si quieres saberlo, tendrás que llevarme a la cama …
Me levanté, la tomé de la mano y nos fuimos a mi dormitorio, apenas cerramos la puerta, Carla se detuvo, se giró, se puso en punta de pies y me dio un beso en la mejilla susurrándome:
—Métete a la cama … en un minuto estaré contigo …
Carla salió a saltitos hacia su propia habitación, una vez allí busco en su tocador y encontró lo que quería. Se fue al baño donde se preparó y se vistió, mirándose satisfecha al espejo. Contenta regresó a mi dormitorio. Yo estaba ya en la cama, había colocado un poco de música suave y la lampara de la mesita de noche estaba al mínimo, la semi penumbra le daba un carácter especial a la habitación, de compañía e intimidad. Me miró con sus profundos ojos zafirinos.
Se había puesto una remera de muñeca como esas que usaba en su infancia y unos calzoncitos de bikini que rememoraban a los que ella usaba en los momentos en que tantos años atrás nos bañábamos en la piscina. Me parecía haber vuelto a esa época, solo que ahora ella era toda una mujer, sus esplendorosos y turgentes senos presionaban la delgada tela de la camiseta. Sus caderas eran mucho más anchas luego de la maternidad que le había dejado también un sexy abultamiento en su vientre. Mis ojos no se cansaban de recorrer su tierno cuerpo con admiración, mientras ella se movía al pie de la cama, no pude dejar de observar:
—Eres tan hermosa y sexy …
Carla me sonrió con esa carita de niña loca y lentamente comenzó a tirar de la sábana hacia abajo, descubriendo mi pecho, mi estómago y con tironcitos traviesos y excitados, descubrió mis boxers que ya presentaba un respetuoso abultamiento, el contorno de mi erección era evidente.
Con movimientos felinos se subió a la cama y agazapada como una tigresa se movió a mi lado, desplazándose sobre sus manos y rodillas; hizo salir mi erección por la abertura de mis boxers y besó suavemente mi glande, luego por la misma abertura metió su nariz e inhaló profundamente. Sus pezones se estremecieron olisqueando mi fragancia de hombre y su coño comenzó a generar copiosos fluidos. Me acarició con la palma de su mano y le encantó sentir las pulsaciones en esas gruesas venas azulinas del carnoso cuerpo de mi pene. Extendí mis manos para jalarla hacia mí, pero ella prontamente se alejó y se sentó sobre sus talones, dijo;
—No … aún no …
Luego metió sus dedos en el dobladillo de la remera y la levantó hasta sacársela por la cabeza regalándome un bellísima vista de sus senos protuberantes y firmes. Miré sus calzoncitos y luego continué a admirar sus preciosos pechos, le dije sonriendo complacido:
—Tienes unos pechos maravillosos … son perfectos …
Me sonrió con una juguetona sonrisa, estaba dichosa con mi cumplido, ella tomó sus senos entre sus manos acariciándolos suave y seductoramente, se sentía excitada. Le encantaba sentirse con mis ojos encima, y se tocaba frotándose sus pezones para mi deleite.
—¡Dios! … cómo me gusta estar contigo …
Notó que mi pija se movía y sin dejar de sonreír colocó su mano sobre mis los vellos de mi abdomen plano, jugueteó un poco con ellos y luego siguió esa senda peluda por debajo de la cintura de los boxers en busca de mi pene. Estaba muy excitada, se veía la ansiedad y la lujuria en su mirada lasciva. Yo también me sentí extremadamente excitado, algo que solo Carla me hacía sentir, ella estaba dentro de mí, mi cuerpo y mi alma le pertenecían. Mi amor por ella no había cambiado ni un ápice, la amaba con todo mi ser, ¿Cómo el incesto entre hermana y hermano puede estar equivocado cuando genera un sentimiento tan puro y genuino?
Su mano siguió deslizándose bajo la delgada tela de mis boxers, la punta de su dedo hizo contacto con algo de humedad candente y resbaladiza que comenzaba a rezumar de mi pija, llegó a la punta de mi erección. La vi sonreír contenta y emocionada, estaba espalmando mi líquido preseminal al largo de mi verga y envolvió mi pene en su cálida mano, ella sabía cómo excitarme al máximo.
Me miró con esos hechiceros ojos azules mientras tomaba mi erección en su mano, sosteniéndolo firme acerco su rostro y aspiró profundamente el olor que emanaba mi cuerpo:
—Me encanta tu pija dura en mi mano … la eché de menos por tantos años … tiene una fragancia única … ningún hombre huele ni sabe como tú … amo tanto todo de ti, hermano mío …
Con su pulgar froto la cabeza de mi glande y mi polla se flexionó prepotente entre sus dedos. Soltó mi pija y metió ambas manos en el borde de mi boxers y comenzó a jalarlos hacia abajo hasta quitármelos, todo el rato sin despegar sus ojos de cielo sobre mi pija que se estremecía libre.
Tiró los boxers detrás de ella e hipnotizada por mi erección se inclinó a besar mi pija, la tomé por los hombros y puse un beso en sus labios, se estremeció cuando mi mano se ahuecó para tomar su redondo seno, la acaricie y pellizqué suave y tiernamente su pezón que comenzaba a ponerse rígido, dio pulsos de placer que se hicieron sentir en su coño, haciendo que se apretara y palpitara.
Terminando el beso, susurró con una tierna mirada:
—Solo relájate … amo hacerte lo que te voy a hacer ahora …
Se enderezó siempre sonriente y tomó con delicia mi pija en su mano, lo levantó y acarició con lentitud amorosamente, lo apretó en su mano sintiendo las pulsaciones, mi pene estaba caliente y vivo, deslizó su mano a la base de mi polla, se inclinó y deslizó mi verga erecta y dura en su boca, sus labios con suavidad envolvieron mi glande y su lengua hizo remolinos alrededor de mi corona.
—¡Jesús! … Carla …
Gemí apasionadamente, ella me regalo la mejor de sus sonrisas con su boca llena de mi pene. su lengua recogió las gotas de pre-semen sedoso y pegajoso. Me chupo suave y lamio sus labios como si saboreara el mejor de los manjares. Estaba contenta de hacerme gemir de placer y se daba cuenta de que las pulsaciones en mi pija aumentaban.
Se sorprendió cuando puse mi mano en su nuca y empujé su cabeza arriba y abajo:
—¿No lo estoy haciendo bien? … —Preguntó sensualmente.
—¡Diablos, no! … ¡Solo que quiero participar! … —Respondí con una sonrisa.
Estiré mi mano y toqué una de sus nalgas, acaricié su trasero y deslicé mis dedos a tocar su coño por sobre sus bragas. Carla se estremeció y apretó sus muslos, su coño estaba húmedo y caliente. Metí mis dedos en la banda elástica de la parte trasera y la tiré hacia abajo:
—¡Quítatelos! …
Carla se movió coquetamente, se los bajó quitándoselos en forma erótica, luego volvió a arrodillarse a mi lado para continuar a jugar con mi polla en su boca. La jalé de las caderas suavemente y le pedí:
—¡Ven! … sobre mi … a horcajadas …
Ella entendió todo, me sonrió y montó mi cabeza, Carla se inclinó sobre mi estomago y continuó a chupar mi pija, su ingle estaba a centímetros de mi boca, podía percibir la calidez y fragancia de su coño empapado, metí mi nariz casi en el hoyuelo de su culo y lamí sus labios mayores cubiertos de suaves vellos. Ella gimió ante el repentino placer que la sacudió y la hizo sentir exquisitos escalofríos que le erizaron la piel cuando mi lengua se hundió en esa fosa caliente y jugosa de su maravilloso coño. Chupó mi polla ardorosamente prodigándome deliciosas cosquillas que me hicieron apretar mi glúteos y empujar mi polla más en su boca. Nos chupábamos y lamiamos nuestros sexos con infinito placer, era una intensa experiencia que explorábamos por vez primera.
Cuando ataqué la extremidad de su hendidura y chupé con fuerza su clítoris, Carla chilló, resopló e inhaló con fuerza, una oleada de deleite y goce la hizo estremecer y empujo con fuerza su coño contra mi boca. Acarició con vehemencia mi pija y trató de concentrarse, queriendo prodigarme la mejor de las mamadas, dejarme un seño de lascivia, lujuria y placer, se sonrió para si misma cuando recordó el video “Garganta profunda” y volvió a tragarse mi verga hasta que mi glande amenazó con obturarle su garganta haciéndola toser.
Antes de que volviera a intentarlo, mi lengua atacó con voracidad su diminuto botoncito y ella sintió un agudo pulso de placer, mi lengua se movía hábilmente en su chocho, tal como lo había hecho cuando ella tenía diez años. Ella así lo sintió. Sintió cuando mis dedos se deslizaron en su coño apretado y mi lengua rasgueo el ápice de su botoncito, sus muslos se tensaron y temblaron, esa sensación se extendió a todo su cuerpo y su corazón se aceleró.
Carla estaba decidida a llevarme al vértice del placer y hundió mi pija en su boca famélicamente, rápidamente comenzó a mover su cabeza verticalmente. Chupó y jugueteó con la punta de su lengua y con la mano libre ahuecó mis testículos, acariciándolos suavemente.
Pero la excitación de su cuerpo estalló cuando mi lengua se centró en su clítoris, elevándola en una nube de placer y lujuria desbocada, hundió su vientre y trato de contenerse, estaba borracha del sabor a verga, cogió mi erección profundamente, pero mareada de placer sus caderas se encabritaron y temblaron, se movieron casi autónomamente restregando su coño en mi boca, sus pezones casi le dolían al rozar con los vellos de mi estómago. Penetré su coño profundamente con mis dedos sin dejar de dar veloces lengüeteadas a su centro del placer y ella fue atrapada en una vorágine de goce y placer indescriptibles, su clímax la golpeo con fuerza, apretó mi cabeza con sus muslos mientras su coño se contraía y palpitaba en éxtasis.
De repente sintió como si fuera a gritar, pero mi pija llenaba todos los espacios de su boca, sintió mi verga hincharse en su garganta y las pulsaciones de una inminente erupción, una avalancha de semen hirviente inundo sus amígdalas, chorro tras chorro de esperma descendieron por su faringe. Con los ojos cerrados ella tragaba y tragaba mi densa lechita estremeciéndose en olas de placer que se transmitían directamente a su coño haciendo temblar todo su cuerpo.
De repente, el pico pasó. El paroxismo y éxtasis del placer fueron reemplazados por calidez, goce, calma y tranquilidad, su cuerpo se relajó sobre mí. Sintió que las pulsaciones de mi verga disminuyeron hasta detenerse, no había más chorros, ella chupo suavemente y sintió como mi pene se reblandecía en su boca, lo dejó deslizarse fuera y beso mi glande bañado de su saliva y mi lefa, había drenado todos mis jugos y una dulce paz la inundó. Todo había sido perfecto.
*****
A fines de septiembre me encontraba sentado en el patio de madera oscura recién construido, nos mantenía alejados de la humedad del suelo. El jardín se veía precioso después de todos los arreglos de mi hermana, quizás en algunos rincones todavía se necesitaban algunas plantas, pero era demasiado tarde para plantarlas.
Tomé algunas fotografías y una silla se situó en la acogedora terraza. Carla sonriendo feliz se sentó casi frente a mí, solo una mesita se interponía entre nosotros. El sol calentaba mi pecho desnudo y mi hermana comentó:
—¡Uh! … ¡Hace calor! … ¿Te recuerdas cuando nadábamos desnudos juntos? …
—Cada minuto y cada detalle …
Le dije con seguridad.
—¡Oh! … ¡Cuánto me gustaría volver a bañarnos desnudos! …
Dijo ella con cierta nostalgia de antiguas reminiscencias.
—¡Demonios! … ¡Yo también quiero eso! … ¿Por qué no lo pensé antes? … ¡Eso es lo que haremos! … ¡Vamos a construir una piscina! …
Exclamé entusiasmado ante la idea de Carla, ella me miró y sonrió complacida:
—Sí … pero es demasiado tarde … ¿Qué tal para el próximo año? …
—¿Demasiado tarde? … ¡Nunca es demasiado tarde! … ¡Tendremos una piscina climatizada para poder bañarnos durante todo el año! … ¿Te imaginas nadar en una piscina temperada en pleno invierno? … ¡Será fantástica! …
Me puse de pie lleno de energía con Carla mirándome divertida, le informé:
—¡Tú espera! … ¡Tres semanas y estaremos nadando! …
*****
Resulto que la cosa era mucho más compleja. Se requerían los permisos de la municipalidad. Se necesitaba un arquitecto para el diseño y la firma de los planes. Los constructores, los contratistas y la logística necesaria. Me sentí abrumado, pero mi hermana vino en mi auxilio y decidida comenzó a organizar el todo. Pronto comenzaron los trabajos. Dos meses y medio anunciaron los constructores.
Mientras tanto sucedió algo que me conmovió emocionalmente. Theresa y Antonella se habían vuelto muy cercanas a mí, me encantaba sentirlas a mi alrededor con su genuina alegría y el entusiasmo de la juventud, sus ocasionales peleas y la forma única en que miraban el mundo que las rodeaba, cosas presentes en todos los jóvenes, tienen esa curiosidad por la cosas nuevas, con la capacidad de fascinarse y asombrarse todas las veces.
A Theresa le encantaba estar al computador, así que le compré su propio portátil, lo mismo tuve que hacer con la más pequeña. Theresa a diez años me sorprendió con la rapidez con que dominó la computadora, en cambio la pequeña encontraba más divertido vestir y desvestir a sus muñecas y pronto perdió el interés por la computación.
Carla estaba feliz viendo crecer a sus hijas, parecía rejuvenecida, su piel brillaba, sus sonrisas eran amplias y fáciles, sus profundos ojos zafirinos parecían más lucientes y absolutamente hermosos. Nuestra vida sexual era esplendente, frecuente, inventiva, variada y profundamente satisfactoria.
Hasta ahora habíamos mantenido todo en la intimidad de nuestro dormitorio y las chicas no nos habían sorprendido en el acto. Mi depresión había desaparecido. Por fin había encontrado la paz, el amor y la felicidad.
A principios de octubre, después de una deliciosa barbacoa en el patio de nuestra casa, nos encontrábamos Carla y yo comentando y discutiendo los avances de construcción de nuestra piscina. No se que vio Antonella en la televisión, pero soltó una risita furiosa, con un sonido semejante al de su madre a su edad. Me pareció tan dulce que tuve que abrazarla y le di un beso en la parte superior de su cabeza. Me miró con su preciosa carita y un par de dientes faltantes en su sonrisa alegre. Se levantó y fue a susurrarle algo al oído de Carla, me preguntaba que cosa estaba tramando la pequeña. Vi que los ojos de Carla se agrandaron y brillaron en forma especial, entreabrió sus labios emocionada y vis que se formaron unas lagrimas en su rostro. Acarició a su hija, asintió con la cabeza y la redireccionó hacia mí diciéndole:
—¿Por qué no vas y le preguntas a él? …
La pequeña niña se paró frente a mí y con su rostro muy serio me dijo:
—Mauro … ¿Puedo llamarte papá? …
Algo se me atravesó en la garganta y se me hizo un nudo. Era un momento maravilloso de mi vida con mi hermana. Carla nos miraba secándose una lagrima de su mejilla. Theresa que estaba viendo televisión, perdió interés en el programa y vino al lado de su hermanita y me miró casi con la misma carita de la pequeña esperando una respuesta de parte mía. Casi no me salían las palabras, extendí las manos y las tomé a las dos:
—Para mí sería un honor … me encantaría …
Entonces Theresa dijo:
—Papi … ¿entonces también yo te puedo decir “papá”? …
Las abracé a ambas y aclarando la carraspera que se había formado en mi garganta, dije:
—Por supuesto … y yo me referiré a ustedes como mis hijas, ¿de acuerdo? …
—¡Sí, papá! … ¡vale! …
Dijeron las dos casi al unísono, con Antonella dando saltitos de loca y Theresa abrazada con fuerza a mí. Carla no cesaba de limpiarse sus lágrimas, se puso de pie y fue a la cocina. Regresó con un vaso de jugo, se sentó y me sonrió radiante, la felicidad y la emoción hacían brillar sus ojos como dos grandes faros azules.
Nos miró y dijo:
—¿Y que hay de los apellidos? …
Theresa se puso seria y dijo:
—¿Qué pasa con eso, mami? …
—Bueno … vuestro “papá”, es Martínez … ustedes son González … si quieren podemos cambiar sus nombres también …
A Theresa le brillaron sus ojitos marrones y exclamó:
—¡Sí! … yo seré Theresa Martínez … y tú serás Antonella Martínez …
Le dijo a la chicuela, esta la miró un poco antipática y le dijo:
—¡Eso también lo se yo! … no soy estúpida, ¿sabes? …
Theresa inmediatamente le respondió:
—A veces lo eres …
Inmediatamente Carla intervino entre las dos:
—¡Por Dios, Theresa! … ¡no es momento de bronca! …
Las dos se abrazaron a mi y yo me sentí obligado a protegerlas y a amarlas a las dos del mismo modo.
—¡Chicas! … escuchen a mamá … no peleen … ahora vayan a seguir con sus cosas …
Carla me miró satisfecha y vio como ambas se iban sin hacer berrinches.
Esa noche en nuestra cama, Carla se acurrucó a mi lado, su mano jugaba con los vellos de mi abdomen, dijo en tono alegre:
—Somos una familia ahora …
Asentí y le pregunté:
—¿Tú pusiste eso en la cabeza de Antonella? …
—No … esa fue una inquietud toda de ella … a mí solo me dijo si podía preguntártelo …
Me respondió sonriente y apretándose a mí, me giré para mirar su rostro, la luz de la lampara parecía magnificar el destello de sus ojos maravillosos, su mirada era intensa, entonces le dije:
—Me conmovió profundamente, ¿sabes? …
—Lo sé … pude verlos en tus ojos … ellas te aman, Mauro …
Se arrimó a mí y me beso, pasó su brazo alrededor de mi cuerpo y me apretó haciéndome sentir sus aguzados senos con durísimos pezones. Estiré mi brazo y apagué la luz. Nos envolvieron las penumbras, tocar, oler y escuchar eran nuestros únicos sentidos.
Nos besamos y nuestros besos poco a poco se fueron intensificando, con más y más pasión. Como si nos entendiésemos telepáticamente, nos separamos un poco y yo me quité los boxers. Cuando la envolví en mis brazos ella ya estaba desnuda, mi piel y su piel se unieron suavemente. Los besos se reanudaron, su mano explorando mi cuerpo. Mis dedos trazaron las sensuales curvas de su hermoso cuerpo, bajando por sus caderas a sus muslos, luego entre sus piernas y de ahí hacia arriba buscando su preciosa femineidad.
Carla subió su pierna casi hasta mi cadera, presentando su coño invitante y abierto a mis dedos, sentí su mano sobre mi vientre alcanzando mi erección. Mis dedos alcanzaron sus rizados vellos púbicos, esa maraña se sentía suave y sedosa, ligeramente bañados con el rocío del coño de mi hermana, sus labios estaban hinchados, esponjosos y calientes. Las yemas de mis dedos exploraron ese surco fértil y encontraron un desafiante clítoris que se erguía como extremo defensor de su maravillosa panochita. Lo acaricié haciéndola retroceder con su trasero y apretar sus muslos, lanzando suspiros y gemidos, sus besos se hicieron más ardientes y su lengua perseguía a la mía ardorosamente. La mano de Carla apretaba y acariciaba mi pene haciéndome cosquillas deliciosas con su pulgar al hacer escurrir mi líquido preseminal por todo el largo de mi miembro. Apartó sus labios de los míos y me dijo:
—Me vuelves loca con tu lechita saliendo de tu pene macizo y duro …
Sentí el aliento cálido y limpio en mi cara, su aroma de pérsicos y flores llenaba mis fosas nasales. Su mano flexionó mi verga y guió la punta de mí erección sobre su pubis, bajándola suavemente hasta rozar su delicada y mojada hendidura, tocando con ella las yemas de mis dedos que la acariciaban,
Como una eximia gimnasta contorsionista, Carla metió una de su piernas bajo mi muslo y luego debajo de mi cintura, la otra pierna sobre mi muslo y juntos guiamos nuestros sexos el uno contra el otro. Sus inflamados labios se separaron empujados por la punta de mi pija, Carla exhalo un gemido de placer cuando la mi verga encajó en su boquete vaginal. Con un suave empujón penetré su estrecho anillo carnoso y bañado que rezumaba fluidos copiosamente. Su estrecho coño candente y húmedo le dieron la bienvenida a mi polla. Apretó su coño haciéndome gemir extasiado por su sexo estrecho, mi pene respondió flexionándose por la fricción extrema.
Sosteniendo su hermosa y firme nalga, empujé delicadamente, retrocedí y volví a empujar con suavidad, lentamente mi pija se adentró en la cavernosidad candente de ella. Su vagina me envolvió como una funda de terciopelo, cómoda y excitante. Era sexo sublime y puro, sin aventuras ni complicaciones, solo exquisitamente satisfactorio. Sostenido por sus piernas la penetré profundamente, me retiré hasta casi sacárselo, pero sus piernas presionaron mis flancos y me tiraron profundamente en ella. Nos movíamos sincronizadamente, follábamos suavemente, besándonos con pasión y lujuria. Bajo mi mano sentí la suave piel de su nalga desnuda y era maravilloso. Me encantaba cada embestida, esa deliciosa sensación del coño de mi hermana llevándome dentro de su chocho con un masaje sensual, erótico, apretado y excitante. Follábamos con naturalidad, sin nada que demostrar, solo íntimo placer incestuoso, familiar, maravilloso.
Muy pronto los signos de mi orgasmo comenzaron a emerger, mi cuerpo se tensó, esa sensación de hinchazón y como que se hacía más grueso y ella más me apretaba, mis testículos hervían. Hacer el amor con mi hermana era de un placer superlativo. Sus manos acariciaban mi cuello y jadeaba afanosamente cerca de mi oído, sus caderas vibrando y moviéndose para alejarse y estrellarse contra mi pelvis, llevándome cada vez más en alto en el grado del placer. Carla buscó mi cara con sus labios y me beso. Movía suavemente sus labios de seda, con la punta de su lengua rozaba la mía como atrayéndola dentro de su boca; jadeando pesadamente me susurro casi en desesperación:
—Mauro … hermano … me voy a correr … córrete conmigo …
Su cuerpo serpenteaba ondulante, su coño me apretaba cada vez más, a ratos se detenía con escalofríos y temblores, luego reanudaba sus movimientos con mayor ardor y energía, su coño contrayéndose, pulsando y ordeñándome con estrechos apretujones, solo alcancé a gemir:
—¡Oh, hermana! …
Y me corrí en un caudal de esperma denso e hirviente, mi orgasmo estalló casi dolorosamente haciéndome gemir en éxtasis agónico, mi semen brotó con copiosos borbotones sinfín. Carla gimió y se apretó a mi cuerpo mientras mis manos presionaban sus glúteos y la estrechaban contra mi pelvis. Nos retorcimos juntos en una unión sellada por nuestra piel que se restregaba con inusitada pasión. Inundé su coño estrecho y ella me exprimió hasta la última gota con sus músculos vaginales, aminoramos la velocidad y nos calmamos jadeantes. Fue un amor puro, natural y sincero, no había nada que demostrar, solo una reafirmación de nuestro profundo amor y satisfacción.
*****
Pasó octubre y estaban los trabajos de termino de la construcción de la piscina. Theresa se encargó de dejar registro visual de todas las etapas y las revisábamos juntos delante a la televisión. Antonella cautivó a los operarios con su generosidad, trayéndoles bebidas frescas y criticando constructivamente la obra, la adoraban y cada vez que terminaban una parte la llamaban para pedirle su opinión.
En principio me preocupé de que estuviera cerca de las maquinarias, pero lentamente mi preocupación desapareció, se veía demasiado hermosa con su casco que le habían regalado los trabajadores, demasiado grande para su cabecita de niña y que debía sujetar con una mano para que no le cayera ante sus ojos. Theresa la grababa todos los días buscando de reírse de ella, pero era demasiado divertida en forma natural y a ella nada le preocupaba, y cuando se resentía corría a mis brazos en busca de conforto.
Llegó noviembre y los abogados me comunicaron que el tramite de cambio de apellidos de mi hermana y las chicas estaban concluido, debíamos solo asistir a la firma. Me sentí complacido, ahora todos seriamos Martínez. El apellido de González era un perenne recordatorio de que mi hermana había sido de otro hombre y me hacía sentir celos. Ahora ella era totalmente mía y solo mía.
Con el cambio de nombre oficializado, Carla y yo inscribimos a las chicas en la escuela, a corta distancia de la casa. Las niñas estaban emocionadas. A Theresa le encantó de que tuvieran clases de Karate y Yudo para las niñas y también futbol y voleibol. Antonella estaba fascinada con tener nuevos amigos.
Para todos éramos la familia Martínez, Carla mi esposa y las niñas mis hijas adoptivas, eso figuraba en los certificados. No hubo cuestionamientos. Antonella siempre me llamaba papá, Theresa en cambio más madura, intercambiaba, a veces me llamaba Mauro y otras papá. No me importaba como me llamaban, siempre me hacían emocionar. Sentí que tenía una verdadera familia con mi hermana; algo que nunca ni siquiera me atreví a soñar.
Llegó la fines de noviembre, me llamaron de la oficina para la firma de algunos documentos, descubrí que Carla había sacado nuestro vehículo seguramente para salir con las chicas. Me trasladé a la oficina en un UBER. Cuando regresé en la tarde, conduje orgullosamente mi nuevo carro por la entrada de la cochera, Carla se sorprendió al ver el carro nuevo, no se lo había comunicado a ella. Le echó un rápido vistazo y se volvió para decirme:
—No deberías haberme comprado un carro nuevo … ya has hecho mucho por mi y las chicas …
Me sonreí ampliamente haciéndole ver todos mis dientes:
—No, querida … esta joyita es para mí … pero tiene amplio espacio para ti y las niñas … es como mi corazón … pero con ruedas …
Sacudió la cabeza emocionada y aceptó que ahora teníamos dos carros.
El primero de diciembre, con todas las tiendas decoradas con diseños navideños y juguetes por doquier, llevé a Carla y las chicas al centro comercial. Necesitaba darle una definitiva muestra de lo que yo sentía por ella, algo que reflejara todo lo que ella me hacía sentir.
Theresa vio una pulsera de plata y me dijo si la podía tener, entramos y se la compre. La pequeña me tironeo a una tienda de bolsos y eligió una mochila de Barbie que también compre, luego con la excusa de ir a un baño, me alejé de ellas por algunos minutos, las dejé en el centro de comidas comiendo helados. Quince minutos después volví y ella me preguntó inmediatamente:
—¿De dónde vienes? …
—¡Ah! … pasé a la telefónica a revisar mi plan de celular …
—¡Ah, sí! …
Me miró inquisitivamente con sospechas en sus ojos. Aparte de este pequeño momento, pasamos un día agradable y alegre. Esa noche después de la cena, ella ordenó la cocina y vino a sentarse con nosotros delante a la Tv. Entonces me levanté y casi casualmente le dije:
—¡Ah! … lo había olvidado … tengo algo para ti …
Me miró un poco desconcertada y le pase una caja de tamaño grande, como de zapatos, mal envuelta en un papel horrible. Las chicas bajaron el volumen de la televisión y Antonella gritó:
—¡Oh! … papi tiene un regalo para mamá …
Theresa se acercó y le dijo:
—Mami … ábrelo y pruébatelos …
La pequeña chilló:
—Sí, mami … ábrelo … queremos ver como son …
Carla no decía nada. Miró la caja mal envuelta y me miró a mí, sus ojos se agrandaron y me sondearon, yo me hice el loco:
—Adelante … ábrelo …
Las chicas estaban impacientes y la instaron:
—¡Vamos, mami! … ábrelo …
—Sí mamita … ábrelo ya …
Carla las miró interrogativamente y les preguntó:
—¿Ustedes saben lo que hay en esta caja? …
—¡Uh-uh! … no sabemos nada … muéstranos tu regalo, mami …
Carla sacudió la caja sospechosamente y hubo un ruido como de algo suelto en su interior, la abrió cautelosamente y encontró una cajita de terciopelo azul en su interior. Cuando la recogió le temblaba la mano, la abrió y dejó escapar un silencioso grito. Con la punta de sus dedos temblando mostró a las chicas la argolla de platino y un solo diamante, era elegante y sencillo, justo como era ella. Me miró con sus ojos llenos de lágrimas y le dije:
—No podemos hacerlo ante la ley … esto es lo más cerca que te puedo ofrecer …
—¡Póntelo, mamá! … —La animó Theresa.
Me extendió el anillo y me dijo:
—Tienes que ser tú a ponérmelo …
Lo hice ceremoniosamente mirando sus mojados ojos zafirinos. La pequeña Antonella gritó:
—¡Mami! … ¡Dale un besito! …
Lo hicimos, rozando nuestros labios con afectuoso cariño. Durante la noche la sorprendí varias veces admirando el anillo y sonriendo con placer. El anillo fue un simple gesto simbólico, una expresión del amor que le tenía y le debía.
(Continuará …)
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Carla no me sintió apegada a ella, estiró su mano buscándome, cuando me encontró un poco separado de ella, se volteo y su rostro se ilumino sonriente y feliz. La pequeña Antonella dormía abrazada a mí y yo la tenía acurrucada en mis brazos, nos observó por un rato y concluyo que era lo más hermoso que había visto. Los cuatro durmiendo en la misma cama, mi cama, como una gran y única familia. Carla a la hora habitual sacudió el hombro de Theresa ligeramente:
—¡Ya! … ¡Es hora de levantarse! … ¡Shhhh! … ¡En silencio! …
Theresa peleó un poco con sus mechones y se levantó de la cama. Carla pasó una mano sobre mí y suavemente sacudió a la pequeña Antonella. Cuando se movió y abrió sus ojos juguetones, Carla se llevo un dedo a sus labios:
—¡Shhhh! … levántate … no hagas ruidos …
Cuando estuvieron las tres en la cocina, Carla le preguntó a la pequeña Antonella:
—¿Cómo es que terminaste al lado del tío Mauro? …
Theresa dejo de lado sus deliciosos cereales e intervino inmediatamente corrigiéndola:
—¡Mami! … es “Mauro” a secas … no el “tío Mauro” …
—¡Oh! … tienes razón … excusa mi error … Entonces, pequeña … ¿cómo fue? …
—Mami … al lado tuyo no había ningún espacio … así que me acomodé al lado de Mauro …
—¡Hmm! … ¿y dormiste bien? …
—Sí, mami … como cuando estoy contigo y … ¡me abrazo! … y huele bien, ¿sabes? …
Dijo Antonella muy contenta, luego se echó otra cucharada de cereales a la boca, chorreando un poco sobre el individual. Theresa se sintió un poco celosa de su hermana menor y exclamó:
—¡La próxima vez, quiero dormir al lado de Mauro, mami! …
La pequeña no aguantó y dijo:
—¡Pero yo fui primera! … ¿no es cierto, mami? …
Carla pensó que iba a haber bronca entre las dos. Antes de intervenir con las chicas, llegué yo y entré a la cocina con un par de boxers naranja, los cabellos enmarañados y en punta. Sonreía acercándome a las chicas, besé a Carla en la mejilla:
—Buenos días … dormí increíblemente bien …
Luego me acomodé en un taburete a servirme el café que me había preparado ella. Carla se percató de que yo no me había dado cuenta de nada, entonces quiso bromear:
—¿Y cómo fue eso? …
Me preguntó con cara de póker, me giré sorprendido ¿cómo ella me preguntaba eso? Y le dije:
—¡Anoche! … ¿acaso no recuerdas nada? …
—No … digo ... ¿cómo fue dormir con Antonella? …
Me entró un desconcierto, mire a la pequeña y ésta se estaba sonriendo divertida y me dijo:
—¡Dormí contigo! …
—¿Cómo? …
Carla suspiró y me explicó:
—Anoche las chicas me buscaron en mi cuarto y al no encontrarme se fueron a tu dormitorio … Theresa durmió abrazada a mi y tú abrazaste a Antonella toda la noche ...
Fingiendo pesar me agregó:
—… estoy devastada … deberías haberme abrazado a mi toda la noche después de … “todo” lo nuestro …
La miré entre divertido y confundido, después como niño malo le respondí:
—¿Y quien se recuerda? … ¡Nunca he dormido mejor en mi vida y todo gracias a Antonella! … ¡Gracias pequeña! …
La chicuela me miró con ojos encendidos de contenta:
—¡De nada! …
Carla notó que Theresa me miraba interesada y ya sabía lo que estaba pasando por su mente. De seguro que la próxima vez se colaría en la cama conmigo, ella estaba un poco celosa de su hermana menor y no aceptaba haber sido superada por ella. Pero no quiso hacerse un problema y continuó a prepararme el desayuno. Carla había planeado ir a comprar algunas flores para remozar el jardín, me pidió de limpiar algunos sectores bien definidos del patio y me dejó solo a trabajar con la limpieza de la maleza y remoción de tierra, ella se fue en compañía de sus hijas.
A media tarde la F-150 estacionó en el ingreso de la casa, venía repleto de plantas. Yo estaba sentado solo en pantalones cortos, descalzo y muy sudado. Miraba a través del celular. Carla encontró que el progreso en el jardín había sido poco o nada, pensó que con ella ausente las cosas no funcionaban y que debía supervisarme, fingiéndose molesta me dijo:
—¡Oye, tú! … ¡Holgazán! …
Inmediatamente la enfoqué con mi celular y comencé a sacarle una serie de fotografías con su ceño fruncido. Las pequeñas en tanto comenzaban a descargar las plantas. Inmediatamente me fui tras ella grabando sus movimientos; cuando se percataron de que las estaba grabando, comenzaron a comportarse como actrices, a reír al celular y posar, entonces yo las comencé a incitar:
—¡Eso, chicas! … ¡Excelente pose! … ¡Sonrían a la foto! … ¡Eso, Antonella, muestra más esa pierna! … ¡Arregla tu pelo Theresa! … ¡Maravillosas! … ¡Maravillosas! …
Carla sacudió la cabeza y luego ofendida se puso a arreglar las plantas donde quería que fueran plantadas. Una vez que ella se hizo cargo, las cosas comenzaron a hacerse en modo más eficiente. Más tarde me dijo que lucía muy sexy y se tuvo que contener de lanzarse en mis brazos y besarme, debido a la presencia de sus hijas.
Una vez terminada la labor jornalera, nos duchamos, cenamos y luego nos sentamos a mirar la Tv, las chicas se habían sentado una a cada lado mío y yo las tenía abrazadas a ambas mientras se reían viendo a Shrek haciendo de la suyas con Burro. Carla encontraba eso muy tierno de él y sentía un regocijo especial estando en mi casa. Esto hizo que se sintiera aún más atraída a mí.
Carla terminó de lavar el último plato, se limpio las manos y se acercó, ninguna de las chicas se movió de mi lado. Mi hermana no se interesó mucho de la comedia y se sentó en un extremo a embadurnar sus manos con crema humectante. Disfrutaba al verme abrazando a sus hijas, me veía relajado y disfrutando de la compañía de las pequeñas, compartiendo sus risotadas y comentarios sobre lo divertido que era Burro. Parecía el retrato de la familia idílica.
Verme tan alegre con las niñas, hizo que su mente divagara en lo más íntimo, es esos sueños que siempre había tenido de adolescente, mucho antes de casarse. Su imaginación había sido vívida y muy activa. Todos sus sueños eróticos me tenían a mi como principal protagonista; incluso después del matrimonio; en los momentos que estaba al lecho con su marido, ella imaginaba de estar conmigo, eso la ayudaba a encontrar el placer que nunca su esposo logró darle.
Después estaban todas esas fantasías eróticas que siempre había querido probar y que jamás lo manifestó con su marido. Ella quería el sexo oral, anal y porque no, sexo fuera del matrimonio; sexo espontaneo con extraños, solo por el placer de hacerlo.
Comenzó poco a poco a sentirse más caliente, sus pechos parecieron inflarse y sus pezones le ardían, su coño rápidamente generó ingente cantidades de fluidos y tuvo que juntar sus piernas para evitar de tocarse. El solo mirarme la rendía sensible y cachonda. Se imaginó tomando mi tremenda erección en su boca, chupándome y acariciándome con su lengua, tomando mis cojones en sus manos, ¿Cómo se sentiría mi semen en su boca, con mi pene chorreando esperma y latiendo bajo su lengua? Sé sorprendió cuando escuchó mi voz:
—¿Estás bien? … Pareces agitada y acalorada …
Mis hijas se voltearon a mirar mi rostro, me sonrojé y no sabía que responder:
—¡Ehm! … ¿yo? … estoy bien … es el calor de lavar los platos con agua caliente …
La quedé mirando de cerca y vi sus mejillas ruborizadas, sus fosas nasales dilatadas y sus pezones duros a través de su remera. Definitivamente no eran los platos.
—¡Ah, sí … ah! … Sí tu lo dices …
Le dije sonriendo enigmáticamente. Más se ruborizó al comprender que yo sabía que ella estaba con pensamientos calientes.
Apenas metió las niñas a dormir, vino a sentarse junto a mí. Con la televisión apagada y una suave iluminación de la lampara de mesa, la tomé por sus hombros y la atraje hacia mí.
—¿Se puede saber que pensamientos hicieron que te pusieras roja y jadeante? …
—¡Yo no estaba jadeando! …
—Sí … es verdad … pero tu respiración era algo agitada … y tus ojos brillaban excitados …
Me miró con esa cara de niña traviesa y me sonrió:
—¿En serio? …
—¡A-há! … tenías la mirada de un niño hambriento mirando a la fabrica de pasteles …
—¡Nooo! …
—¡Oh, sí señora! … entonces … dime, ¿en que pensabas? …
—Si quieres saberlo, tendrás que llevarme a la cama …
Me levanté, la tomé de la mano y nos fuimos a mi dormitorio, apenas cerramos la puerta, Carla se detuvo, se giró, se puso en punta de pies y me dio un beso en la mejilla susurrándome:
—Métete a la cama … en un minuto estaré contigo …
Carla salió a saltitos hacia su propia habitación, una vez allí busco en su tocador y encontró lo que quería. Se fue al baño donde se preparó y se vistió, mirándose satisfecha al espejo. Contenta regresó a mi dormitorio. Yo estaba ya en la cama, había colocado un poco de música suave y la lampara de la mesita de noche estaba al mínimo, la semi penumbra le daba un carácter especial a la habitación, de compañía e intimidad. Me miró con sus profundos ojos zafirinos.
Se había puesto una remera de muñeca como esas que usaba en su infancia y unos calzoncitos de bikini que rememoraban a los que ella usaba en los momentos en que tantos años atrás nos bañábamos en la piscina. Me parecía haber vuelto a esa época, solo que ahora ella era toda una mujer, sus esplendorosos y turgentes senos presionaban la delgada tela de la camiseta. Sus caderas eran mucho más anchas luego de la maternidad que le había dejado también un sexy abultamiento en su vientre. Mis ojos no se cansaban de recorrer su tierno cuerpo con admiración, mientras ella se movía al pie de la cama, no pude dejar de observar:
—Eres tan hermosa y sexy …
Carla me sonrió con esa carita de niña loca y lentamente comenzó a tirar de la sábana hacia abajo, descubriendo mi pecho, mi estómago y con tironcitos traviesos y excitados, descubrió mis boxers que ya presentaba un respetuoso abultamiento, el contorno de mi erección era evidente.
Con movimientos felinos se subió a la cama y agazapada como una tigresa se movió a mi lado, desplazándose sobre sus manos y rodillas; hizo salir mi erección por la abertura de mis boxers y besó suavemente mi glande, luego por la misma abertura metió su nariz e inhaló profundamente. Sus pezones se estremecieron olisqueando mi fragancia de hombre y su coño comenzó a generar copiosos fluidos. Me acarició con la palma de su mano y le encantó sentir las pulsaciones en esas gruesas venas azulinas del carnoso cuerpo de mi pene. Extendí mis manos para jalarla hacia mí, pero ella prontamente se alejó y se sentó sobre sus talones, dijo;
—No … aún no …
Luego metió sus dedos en el dobladillo de la remera y la levantó hasta sacársela por la cabeza regalándome un bellísima vista de sus senos protuberantes y firmes. Miré sus calzoncitos y luego continué a admirar sus preciosos pechos, le dije sonriendo complacido:
—Tienes unos pechos maravillosos … son perfectos …
Me sonrió con una juguetona sonrisa, estaba dichosa con mi cumplido, ella tomó sus senos entre sus manos acariciándolos suave y seductoramente, se sentía excitada. Le encantaba sentirse con mis ojos encima, y se tocaba frotándose sus pezones para mi deleite.
—¡Dios! … cómo me gusta estar contigo …
Notó que mi pija se movía y sin dejar de sonreír colocó su mano sobre mis los vellos de mi abdomen plano, jugueteó un poco con ellos y luego siguió esa senda peluda por debajo de la cintura de los boxers en busca de mi pene. Estaba muy excitada, se veía la ansiedad y la lujuria en su mirada lasciva. Yo también me sentí extremadamente excitado, algo que solo Carla me hacía sentir, ella estaba dentro de mí, mi cuerpo y mi alma le pertenecían. Mi amor por ella no había cambiado ni un ápice, la amaba con todo mi ser, ¿Cómo el incesto entre hermana y hermano puede estar equivocado cuando genera un sentimiento tan puro y genuino?
Su mano siguió deslizándose bajo la delgada tela de mis boxers, la punta de su dedo hizo contacto con algo de humedad candente y resbaladiza que comenzaba a rezumar de mi pija, llegó a la punta de mi erección. La vi sonreír contenta y emocionada, estaba espalmando mi líquido preseminal al largo de mi verga y envolvió mi pene en su cálida mano, ella sabía cómo excitarme al máximo.
Me miró con esos hechiceros ojos azules mientras tomaba mi erección en su mano, sosteniéndolo firme acerco su rostro y aspiró profundamente el olor que emanaba mi cuerpo:
—Me encanta tu pija dura en mi mano … la eché de menos por tantos años … tiene una fragancia única … ningún hombre huele ni sabe como tú … amo tanto todo de ti, hermano mío …
Con su pulgar froto la cabeza de mi glande y mi polla se flexionó prepotente entre sus dedos. Soltó mi pija y metió ambas manos en el borde de mi boxers y comenzó a jalarlos hacia abajo hasta quitármelos, todo el rato sin despegar sus ojos de cielo sobre mi pija que se estremecía libre.
Tiró los boxers detrás de ella e hipnotizada por mi erección se inclinó a besar mi pija, la tomé por los hombros y puse un beso en sus labios, se estremeció cuando mi mano se ahuecó para tomar su redondo seno, la acaricie y pellizqué suave y tiernamente su pezón que comenzaba a ponerse rígido, dio pulsos de placer que se hicieron sentir en su coño, haciendo que se apretara y palpitara.
Terminando el beso, susurró con una tierna mirada:
—Solo relájate … amo hacerte lo que te voy a hacer ahora …
Se enderezó siempre sonriente y tomó con delicia mi pija en su mano, lo levantó y acarició con lentitud amorosamente, lo apretó en su mano sintiendo las pulsaciones, mi pene estaba caliente y vivo, deslizó su mano a la base de mi polla, se inclinó y deslizó mi verga erecta y dura en su boca, sus labios con suavidad envolvieron mi glande y su lengua hizo remolinos alrededor de mi corona.
—¡Jesús! … Carla …
Gemí apasionadamente, ella me regalo la mejor de sus sonrisas con su boca llena de mi pene. su lengua recogió las gotas de pre-semen sedoso y pegajoso. Me chupo suave y lamio sus labios como si saboreara el mejor de los manjares. Estaba contenta de hacerme gemir de placer y se daba cuenta de que las pulsaciones en mi pija aumentaban.
Se sorprendió cuando puse mi mano en su nuca y empujé su cabeza arriba y abajo:
—¿No lo estoy haciendo bien? … —Preguntó sensualmente.
—¡Diablos, no! … ¡Solo que quiero participar! … —Respondí con una sonrisa.
Estiré mi mano y toqué una de sus nalgas, acaricié su trasero y deslicé mis dedos a tocar su coño por sobre sus bragas. Carla se estremeció y apretó sus muslos, su coño estaba húmedo y caliente. Metí mis dedos en la banda elástica de la parte trasera y la tiré hacia abajo:
—¡Quítatelos! …
Carla se movió coquetamente, se los bajó quitándoselos en forma erótica, luego volvió a arrodillarse a mi lado para continuar a jugar con mi polla en su boca. La jalé de las caderas suavemente y le pedí:
—¡Ven! … sobre mi … a horcajadas …
Ella entendió todo, me sonrió y montó mi cabeza, Carla se inclinó sobre mi estomago y continuó a chupar mi pija, su ingle estaba a centímetros de mi boca, podía percibir la calidez y fragancia de su coño empapado, metí mi nariz casi en el hoyuelo de su culo y lamí sus labios mayores cubiertos de suaves vellos. Ella gimió ante el repentino placer que la sacudió y la hizo sentir exquisitos escalofríos que le erizaron la piel cuando mi lengua se hundió en esa fosa caliente y jugosa de su maravilloso coño. Chupó mi polla ardorosamente prodigándome deliciosas cosquillas que me hicieron apretar mi glúteos y empujar mi polla más en su boca. Nos chupábamos y lamiamos nuestros sexos con infinito placer, era una intensa experiencia que explorábamos por vez primera.
Cuando ataqué la extremidad de su hendidura y chupé con fuerza su clítoris, Carla chilló, resopló e inhaló con fuerza, una oleada de deleite y goce la hizo estremecer y empujo con fuerza su coño contra mi boca. Acarició con vehemencia mi pija y trató de concentrarse, queriendo prodigarme la mejor de las mamadas, dejarme un seño de lascivia, lujuria y placer, se sonrió para si misma cuando recordó el video “Garganta profunda” y volvió a tragarse mi verga hasta que mi glande amenazó con obturarle su garganta haciéndola toser.
Antes de que volviera a intentarlo, mi lengua atacó con voracidad su diminuto botoncito y ella sintió un agudo pulso de placer, mi lengua se movía hábilmente en su chocho, tal como lo había hecho cuando ella tenía diez años. Ella así lo sintió. Sintió cuando mis dedos se deslizaron en su coño apretado y mi lengua rasgueo el ápice de su botoncito, sus muslos se tensaron y temblaron, esa sensación se extendió a todo su cuerpo y su corazón se aceleró.
Carla estaba decidida a llevarme al vértice del placer y hundió mi pija en su boca famélicamente, rápidamente comenzó a mover su cabeza verticalmente. Chupó y jugueteó con la punta de su lengua y con la mano libre ahuecó mis testículos, acariciándolos suavemente.
Pero la excitación de su cuerpo estalló cuando mi lengua se centró en su clítoris, elevándola en una nube de placer y lujuria desbocada, hundió su vientre y trato de contenerse, estaba borracha del sabor a verga, cogió mi erección profundamente, pero mareada de placer sus caderas se encabritaron y temblaron, se movieron casi autónomamente restregando su coño en mi boca, sus pezones casi le dolían al rozar con los vellos de mi estómago. Penetré su coño profundamente con mis dedos sin dejar de dar veloces lengüeteadas a su centro del placer y ella fue atrapada en una vorágine de goce y placer indescriptibles, su clímax la golpeo con fuerza, apretó mi cabeza con sus muslos mientras su coño se contraía y palpitaba en éxtasis.
De repente sintió como si fuera a gritar, pero mi pija llenaba todos los espacios de su boca, sintió mi verga hincharse en su garganta y las pulsaciones de una inminente erupción, una avalancha de semen hirviente inundo sus amígdalas, chorro tras chorro de esperma descendieron por su faringe. Con los ojos cerrados ella tragaba y tragaba mi densa lechita estremeciéndose en olas de placer que se transmitían directamente a su coño haciendo temblar todo su cuerpo.
De repente, el pico pasó. El paroxismo y éxtasis del placer fueron reemplazados por calidez, goce, calma y tranquilidad, su cuerpo se relajó sobre mí. Sintió que las pulsaciones de mi verga disminuyeron hasta detenerse, no había más chorros, ella chupo suavemente y sintió como mi pene se reblandecía en su boca, lo dejó deslizarse fuera y beso mi glande bañado de su saliva y mi lefa, había drenado todos mis jugos y una dulce paz la inundó. Todo había sido perfecto.
*****
A fines de septiembre me encontraba sentado en el patio de madera oscura recién construido, nos mantenía alejados de la humedad del suelo. El jardín se veía precioso después de todos los arreglos de mi hermana, quizás en algunos rincones todavía se necesitaban algunas plantas, pero era demasiado tarde para plantarlas.
Tomé algunas fotografías y una silla se situó en la acogedora terraza. Carla sonriendo feliz se sentó casi frente a mí, solo una mesita se interponía entre nosotros. El sol calentaba mi pecho desnudo y mi hermana comentó:
—¡Uh! … ¡Hace calor! … ¿Te recuerdas cuando nadábamos desnudos juntos? …
—Cada minuto y cada detalle …
Le dije con seguridad.
—¡Oh! … ¡Cuánto me gustaría volver a bañarnos desnudos! …
Dijo ella con cierta nostalgia de antiguas reminiscencias.
—¡Demonios! … ¡Yo también quiero eso! … ¿Por qué no lo pensé antes? … ¡Eso es lo que haremos! … ¡Vamos a construir una piscina! …
Exclamé entusiasmado ante la idea de Carla, ella me miró y sonrió complacida:
—Sí … pero es demasiado tarde … ¿Qué tal para el próximo año? …
—¿Demasiado tarde? … ¡Nunca es demasiado tarde! … ¡Tendremos una piscina climatizada para poder bañarnos durante todo el año! … ¿Te imaginas nadar en una piscina temperada en pleno invierno? … ¡Será fantástica! …
Me puse de pie lleno de energía con Carla mirándome divertida, le informé:
—¡Tú espera! … ¡Tres semanas y estaremos nadando! …
*****
Resulto que la cosa era mucho más compleja. Se requerían los permisos de la municipalidad. Se necesitaba un arquitecto para el diseño y la firma de los planes. Los constructores, los contratistas y la logística necesaria. Me sentí abrumado, pero mi hermana vino en mi auxilio y decidida comenzó a organizar el todo. Pronto comenzaron los trabajos. Dos meses y medio anunciaron los constructores.
Mientras tanto sucedió algo que me conmovió emocionalmente. Theresa y Antonella se habían vuelto muy cercanas a mí, me encantaba sentirlas a mi alrededor con su genuina alegría y el entusiasmo de la juventud, sus ocasionales peleas y la forma única en que miraban el mundo que las rodeaba, cosas presentes en todos los jóvenes, tienen esa curiosidad por la cosas nuevas, con la capacidad de fascinarse y asombrarse todas las veces.
A Theresa le encantaba estar al computador, así que le compré su propio portátil, lo mismo tuve que hacer con la más pequeña. Theresa a diez años me sorprendió con la rapidez con que dominó la computadora, en cambio la pequeña encontraba más divertido vestir y desvestir a sus muñecas y pronto perdió el interés por la computación.
Carla estaba feliz viendo crecer a sus hijas, parecía rejuvenecida, su piel brillaba, sus sonrisas eran amplias y fáciles, sus profundos ojos zafirinos parecían más lucientes y absolutamente hermosos. Nuestra vida sexual era esplendente, frecuente, inventiva, variada y profundamente satisfactoria.
Hasta ahora habíamos mantenido todo en la intimidad de nuestro dormitorio y las chicas no nos habían sorprendido en el acto. Mi depresión había desaparecido. Por fin había encontrado la paz, el amor y la felicidad.
A principios de octubre, después de una deliciosa barbacoa en el patio de nuestra casa, nos encontrábamos Carla y yo comentando y discutiendo los avances de construcción de nuestra piscina. No se que vio Antonella en la televisión, pero soltó una risita furiosa, con un sonido semejante al de su madre a su edad. Me pareció tan dulce que tuve que abrazarla y le di un beso en la parte superior de su cabeza. Me miró con su preciosa carita y un par de dientes faltantes en su sonrisa alegre. Se levantó y fue a susurrarle algo al oído de Carla, me preguntaba que cosa estaba tramando la pequeña. Vi que los ojos de Carla se agrandaron y brillaron en forma especial, entreabrió sus labios emocionada y vis que se formaron unas lagrimas en su rostro. Acarició a su hija, asintió con la cabeza y la redireccionó hacia mí diciéndole:
—¿Por qué no vas y le preguntas a él? …
La pequeña niña se paró frente a mí y con su rostro muy serio me dijo:
—Mauro … ¿Puedo llamarte papá? …
Algo se me atravesó en la garganta y se me hizo un nudo. Era un momento maravilloso de mi vida con mi hermana. Carla nos miraba secándose una lagrima de su mejilla. Theresa que estaba viendo televisión, perdió interés en el programa y vino al lado de su hermanita y me miró casi con la misma carita de la pequeña esperando una respuesta de parte mía. Casi no me salían las palabras, extendí las manos y las tomé a las dos:
—Para mí sería un honor … me encantaría …
Entonces Theresa dijo:
—Papi … ¿entonces también yo te puedo decir “papá”? …
Las abracé a ambas y aclarando la carraspera que se había formado en mi garganta, dije:
—Por supuesto … y yo me referiré a ustedes como mis hijas, ¿de acuerdo? …
—¡Sí, papá! … ¡vale! …
Dijeron las dos casi al unísono, con Antonella dando saltitos de loca y Theresa abrazada con fuerza a mí. Carla no cesaba de limpiarse sus lágrimas, se puso de pie y fue a la cocina. Regresó con un vaso de jugo, se sentó y me sonrió radiante, la felicidad y la emoción hacían brillar sus ojos como dos grandes faros azules.
Nos miró y dijo:
—¿Y que hay de los apellidos? …
Theresa se puso seria y dijo:
—¿Qué pasa con eso, mami? …
—Bueno … vuestro “papá”, es Martínez … ustedes son González … si quieren podemos cambiar sus nombres también …
A Theresa le brillaron sus ojitos marrones y exclamó:
—¡Sí! … yo seré Theresa Martínez … y tú serás Antonella Martínez …
Le dijo a la chicuela, esta la miró un poco antipática y le dijo:
—¡Eso también lo se yo! … no soy estúpida, ¿sabes? …
Theresa inmediatamente le respondió:
—A veces lo eres …
Inmediatamente Carla intervino entre las dos:
—¡Por Dios, Theresa! … ¡no es momento de bronca! …
Las dos se abrazaron a mi y yo me sentí obligado a protegerlas y a amarlas a las dos del mismo modo.
—¡Chicas! … escuchen a mamá … no peleen … ahora vayan a seguir con sus cosas …
Carla me miró satisfecha y vio como ambas se iban sin hacer berrinches.
Esa noche en nuestra cama, Carla se acurrucó a mi lado, su mano jugaba con los vellos de mi abdomen, dijo en tono alegre:
—Somos una familia ahora …
Asentí y le pregunté:
—¿Tú pusiste eso en la cabeza de Antonella? …
—No … esa fue una inquietud toda de ella … a mí solo me dijo si podía preguntártelo …
Me respondió sonriente y apretándose a mí, me giré para mirar su rostro, la luz de la lampara parecía magnificar el destello de sus ojos maravillosos, su mirada era intensa, entonces le dije:
—Me conmovió profundamente, ¿sabes? …
—Lo sé … pude verlos en tus ojos … ellas te aman, Mauro …
Se arrimó a mí y me beso, pasó su brazo alrededor de mi cuerpo y me apretó haciéndome sentir sus aguzados senos con durísimos pezones. Estiré mi brazo y apagué la luz. Nos envolvieron las penumbras, tocar, oler y escuchar eran nuestros únicos sentidos.
Nos besamos y nuestros besos poco a poco se fueron intensificando, con más y más pasión. Como si nos entendiésemos telepáticamente, nos separamos un poco y yo me quité los boxers. Cuando la envolví en mis brazos ella ya estaba desnuda, mi piel y su piel se unieron suavemente. Los besos se reanudaron, su mano explorando mi cuerpo. Mis dedos trazaron las sensuales curvas de su hermoso cuerpo, bajando por sus caderas a sus muslos, luego entre sus piernas y de ahí hacia arriba buscando su preciosa femineidad.
Carla subió su pierna casi hasta mi cadera, presentando su coño invitante y abierto a mis dedos, sentí su mano sobre mi vientre alcanzando mi erección. Mis dedos alcanzaron sus rizados vellos púbicos, esa maraña se sentía suave y sedosa, ligeramente bañados con el rocío del coño de mi hermana, sus labios estaban hinchados, esponjosos y calientes. Las yemas de mis dedos exploraron ese surco fértil y encontraron un desafiante clítoris que se erguía como extremo defensor de su maravillosa panochita. Lo acaricié haciéndola retroceder con su trasero y apretar sus muslos, lanzando suspiros y gemidos, sus besos se hicieron más ardientes y su lengua perseguía a la mía ardorosamente. La mano de Carla apretaba y acariciaba mi pene haciéndome cosquillas deliciosas con su pulgar al hacer escurrir mi líquido preseminal por todo el largo de mi miembro. Apartó sus labios de los míos y me dijo:
—Me vuelves loca con tu lechita saliendo de tu pene macizo y duro …
Sentí el aliento cálido y limpio en mi cara, su aroma de pérsicos y flores llenaba mis fosas nasales. Su mano flexionó mi verga y guió la punta de mí erección sobre su pubis, bajándola suavemente hasta rozar su delicada y mojada hendidura, tocando con ella las yemas de mis dedos que la acariciaban,
Como una eximia gimnasta contorsionista, Carla metió una de su piernas bajo mi muslo y luego debajo de mi cintura, la otra pierna sobre mi muslo y juntos guiamos nuestros sexos el uno contra el otro. Sus inflamados labios se separaron empujados por la punta de mi pija, Carla exhalo un gemido de placer cuando la mi verga encajó en su boquete vaginal. Con un suave empujón penetré su estrecho anillo carnoso y bañado que rezumaba fluidos copiosamente. Su estrecho coño candente y húmedo le dieron la bienvenida a mi polla. Apretó su coño haciéndome gemir extasiado por su sexo estrecho, mi pene respondió flexionándose por la fricción extrema.
Sosteniendo su hermosa y firme nalga, empujé delicadamente, retrocedí y volví a empujar con suavidad, lentamente mi pija se adentró en la cavernosidad candente de ella. Su vagina me envolvió como una funda de terciopelo, cómoda y excitante. Era sexo sublime y puro, sin aventuras ni complicaciones, solo exquisitamente satisfactorio. Sostenido por sus piernas la penetré profundamente, me retiré hasta casi sacárselo, pero sus piernas presionaron mis flancos y me tiraron profundamente en ella. Nos movíamos sincronizadamente, follábamos suavemente, besándonos con pasión y lujuria. Bajo mi mano sentí la suave piel de su nalga desnuda y era maravilloso. Me encantaba cada embestida, esa deliciosa sensación del coño de mi hermana llevándome dentro de su chocho con un masaje sensual, erótico, apretado y excitante. Follábamos con naturalidad, sin nada que demostrar, solo íntimo placer incestuoso, familiar, maravilloso.
Muy pronto los signos de mi orgasmo comenzaron a emerger, mi cuerpo se tensó, esa sensación de hinchazón y como que se hacía más grueso y ella más me apretaba, mis testículos hervían. Hacer el amor con mi hermana era de un placer superlativo. Sus manos acariciaban mi cuello y jadeaba afanosamente cerca de mi oído, sus caderas vibrando y moviéndose para alejarse y estrellarse contra mi pelvis, llevándome cada vez más en alto en el grado del placer. Carla buscó mi cara con sus labios y me beso. Movía suavemente sus labios de seda, con la punta de su lengua rozaba la mía como atrayéndola dentro de su boca; jadeando pesadamente me susurro casi en desesperación:
—Mauro … hermano … me voy a correr … córrete conmigo …
Su cuerpo serpenteaba ondulante, su coño me apretaba cada vez más, a ratos se detenía con escalofríos y temblores, luego reanudaba sus movimientos con mayor ardor y energía, su coño contrayéndose, pulsando y ordeñándome con estrechos apretujones, solo alcancé a gemir:
—¡Oh, hermana! …
Y me corrí en un caudal de esperma denso e hirviente, mi orgasmo estalló casi dolorosamente haciéndome gemir en éxtasis agónico, mi semen brotó con copiosos borbotones sinfín. Carla gimió y se apretó a mi cuerpo mientras mis manos presionaban sus glúteos y la estrechaban contra mi pelvis. Nos retorcimos juntos en una unión sellada por nuestra piel que se restregaba con inusitada pasión. Inundé su coño estrecho y ella me exprimió hasta la última gota con sus músculos vaginales, aminoramos la velocidad y nos calmamos jadeantes. Fue un amor puro, natural y sincero, no había nada que demostrar, solo una reafirmación de nuestro profundo amor y satisfacción.
*****
Pasó octubre y estaban los trabajos de termino de la construcción de la piscina. Theresa se encargó de dejar registro visual de todas las etapas y las revisábamos juntos delante a la televisión. Antonella cautivó a los operarios con su generosidad, trayéndoles bebidas frescas y criticando constructivamente la obra, la adoraban y cada vez que terminaban una parte la llamaban para pedirle su opinión.
En principio me preocupé de que estuviera cerca de las maquinarias, pero lentamente mi preocupación desapareció, se veía demasiado hermosa con su casco que le habían regalado los trabajadores, demasiado grande para su cabecita de niña y que debía sujetar con una mano para que no le cayera ante sus ojos. Theresa la grababa todos los días buscando de reírse de ella, pero era demasiado divertida en forma natural y a ella nada le preocupaba, y cuando se resentía corría a mis brazos en busca de conforto.
Llegó noviembre y los abogados me comunicaron que el tramite de cambio de apellidos de mi hermana y las chicas estaban concluido, debíamos solo asistir a la firma. Me sentí complacido, ahora todos seriamos Martínez. El apellido de González era un perenne recordatorio de que mi hermana había sido de otro hombre y me hacía sentir celos. Ahora ella era totalmente mía y solo mía.
Con el cambio de nombre oficializado, Carla y yo inscribimos a las chicas en la escuela, a corta distancia de la casa. Las niñas estaban emocionadas. A Theresa le encantó de que tuvieran clases de Karate y Yudo para las niñas y también futbol y voleibol. Antonella estaba fascinada con tener nuevos amigos.
Para todos éramos la familia Martínez, Carla mi esposa y las niñas mis hijas adoptivas, eso figuraba en los certificados. No hubo cuestionamientos. Antonella siempre me llamaba papá, Theresa en cambio más madura, intercambiaba, a veces me llamaba Mauro y otras papá. No me importaba como me llamaban, siempre me hacían emocionar. Sentí que tenía una verdadera familia con mi hermana; algo que nunca ni siquiera me atreví a soñar.
Llegó la fines de noviembre, me llamaron de la oficina para la firma de algunos documentos, descubrí que Carla había sacado nuestro vehículo seguramente para salir con las chicas. Me trasladé a la oficina en un UBER. Cuando regresé en la tarde, conduje orgullosamente mi nuevo carro por la entrada de la cochera, Carla se sorprendió al ver el carro nuevo, no se lo había comunicado a ella. Le echó un rápido vistazo y se volvió para decirme:
—No deberías haberme comprado un carro nuevo … ya has hecho mucho por mi y las chicas …
Me sonreí ampliamente haciéndole ver todos mis dientes:
—No, querida … esta joyita es para mí … pero tiene amplio espacio para ti y las niñas … es como mi corazón … pero con ruedas …
Sacudió la cabeza emocionada y aceptó que ahora teníamos dos carros.
El primero de diciembre, con todas las tiendas decoradas con diseños navideños y juguetes por doquier, llevé a Carla y las chicas al centro comercial. Necesitaba darle una definitiva muestra de lo que yo sentía por ella, algo que reflejara todo lo que ella me hacía sentir.
Theresa vio una pulsera de plata y me dijo si la podía tener, entramos y se la compre. La pequeña me tironeo a una tienda de bolsos y eligió una mochila de Barbie que también compre, luego con la excusa de ir a un baño, me alejé de ellas por algunos minutos, las dejé en el centro de comidas comiendo helados. Quince minutos después volví y ella me preguntó inmediatamente:
—¿De dónde vienes? …
—¡Ah! … pasé a la telefónica a revisar mi plan de celular …
—¡Ah, sí! …
Me miró inquisitivamente con sospechas en sus ojos. Aparte de este pequeño momento, pasamos un día agradable y alegre. Esa noche después de la cena, ella ordenó la cocina y vino a sentarse con nosotros delante a la Tv. Entonces me levanté y casi casualmente le dije:
—¡Ah! … lo había olvidado … tengo algo para ti …
Me miró un poco desconcertada y le pase una caja de tamaño grande, como de zapatos, mal envuelta en un papel horrible. Las chicas bajaron el volumen de la televisión y Antonella gritó:
—¡Oh! … papi tiene un regalo para mamá …
Theresa se acercó y le dijo:
—Mami … ábrelo y pruébatelos …
La pequeña chilló:
—Sí, mami … ábrelo … queremos ver como son …
Carla no decía nada. Miró la caja mal envuelta y me miró a mí, sus ojos se agrandaron y me sondearon, yo me hice el loco:
—Adelante … ábrelo …
Las chicas estaban impacientes y la instaron:
—¡Vamos, mami! … ábrelo …
—Sí mamita … ábrelo ya …
Carla las miró interrogativamente y les preguntó:
—¿Ustedes saben lo que hay en esta caja? …
—¡Uh-uh! … no sabemos nada … muéstranos tu regalo, mami …
Carla sacudió la caja sospechosamente y hubo un ruido como de algo suelto en su interior, la abrió cautelosamente y encontró una cajita de terciopelo azul en su interior. Cuando la recogió le temblaba la mano, la abrió y dejó escapar un silencioso grito. Con la punta de sus dedos temblando mostró a las chicas la argolla de platino y un solo diamante, era elegante y sencillo, justo como era ella. Me miró con sus ojos llenos de lágrimas y le dije:
—No podemos hacerlo ante la ley … esto es lo más cerca que te puedo ofrecer …
—¡Póntelo, mamá! … —La animó Theresa.
Me extendió el anillo y me dijo:
—Tienes que ser tú a ponérmelo …
Lo hice ceremoniosamente mirando sus mojados ojos zafirinos. La pequeña Antonella gritó:
—¡Mami! … ¡Dale un besito! …
Lo hicimos, rozando nuestros labios con afectuoso cariño. Durante la noche la sorprendí varias veces admirando el anillo y sonriendo con placer. El anillo fue un simple gesto simbólico, una expresión del amor que le tenía y le debía.
(Continuará …)
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