Trueno y yo.
por
Juan Alberto
género
zoophilia
Trueno fue elegido como semental, relinchó, se encabritó y dio algunos golpes al piso con su pezuñas herradas de reciente; tenía que llevarlo a cubrir la yegua que habían traído. Ya lo había hecho muchas veces antes, así que se dejó llevar por Luisa. Su padre, Orlando, la ayudó a colocar al animal en contacto con la yegua. La hembra resopló cuando la enorme polla del semental penetro su vagina. Trueno era un magnífico animal de cinco años, fuerte y veloz, su color era de un brillante negro endrino con crin cortada y cuidada por Luisa. Sus ojos indómitos subyugaban a la mujer.
Luisa había ayudado en esta operación muchas veces antes. Ella, una hermosa muchacha divorciada y a cargo de la granja junto a su padre, se encontraba en el último año de estudios veterinarios en la universidad local. Ella de complexión física delgada, fuerte y atlética; cabellos negros azabache hasta sus hombros, ligeramente rizados, hermoso rostro con profundos ojos verdes. Cuerpo curvilíneo con senos medianos de rosadas areolas e insolentes pezones muy visibles en sus blusas y remeras.
No se sentía perturbada a desempeñar este trabajo. Ella había crecido ayudando a los caballos a aparearse y no se disturbaba ante la vista del poderoso órgano sexual del semental. Pero esta vez fue diferente para ella. Hoy la vista del gigantesco pene bombeando la vagina de la yegua en celo, le provocó desconocidas cosquillas en su entrepierna, su coño se contraía observando la monta del majestuoso macho. La gigantesca pija se hundía en la hembra y sus pezones se hincharon, sintió un calorcillo recorrer todo su cuerpo y apretó sus muslos lascivamente mirando la copulación de las bestias. Se avergonzó al sentirse excitada por ver a los animales follando; así que se dio prisa a regresar a la casa para preparar la cena; dejó que su padre se encargara de terminar las faenas con los caballos.
Esa noche se despertó sudada y su cuerpo temblando. Había soñado con la verga del semental en su propio coño. Su cuerpo se estremeció en un estado de calentura que jamás había sentido. En la oscuridad e intimidad de su cuarto se bajo las bragas humedecidas e insertó sus dedos en su encharcada panocha, con las otra mano aplastó sus sensibles tetas. Se estremeció al rozar su clítoris con su dedo pulgar. Trató de sacar de su mente esa polla poderosa, gruesa, larga, oscura y con machas rosadas. Pensó en hombres, cualquier tipo de hombres, negros, blancos, asiáticos, árabes. Cualquier cosa tratando de olvidar la pija oscura a forma de hongo de Trueno, pero esas imágenes estaban porfiadamente allí en su cerebro y la hacían sentir cosas deliciosas y descabelladas ideas de lujuria y libertinaje zoofílico. Se veía recostada bajo la panza del animal guiando la polla mastodóntica hacia la estrecha entrada de su cuquita mojada. Creía sentir la cabeza a forma de hongo penetrándola y le parecía escuchar los bufidos y resoplidos del macho empujando el inmenso pene dentro de ella mientras la follaba salvajemente.
—¡Oooohhhh! … ¡N-nnnoooo! …
Susurró en la oscuridad tironeando de sus pezones. Su mente la traicionaba y sus dedos follaban su coño cada vez más rápido, se revolcó sobre las sudadas sábanas de su cama y cuando su mente se colmó con la polla y los relinchos del animal que eyaculaba dentro de la yegua, su cuerpo se encabrito, su pelvis se levantó en el aire convulsionando en espasmódicos temblores de goce, su orgasmo la había sorprendido repentinamente y folló su panocha esperando que las olas orgásmicas se mantuvieran lo más prolongadas posibles. Adoptó una posición fetal con sus muslos cerrados estrechamente, los músculos de sus glúteos se tensaron y temblaron, mientras empujaba sus caderas contra sus dedos, jadeaba en éxtasis con los músculos de su cuello claramente visibles en el esfuerzo orgásmico.
Todavía estremeciéndose, lentamente sus caderas se detuvieron y su orgasmo comenzó a disminuir. Inconscientemente se llevó sus dedos bañados a sus labios y probó el sabor de si misma. El sabor salino le resultó agradable y chupo todos sus dedos absorbiendo esos exquisitos fluidos de su sexo, hasta dejar sus dedos perfectamente limpios.
Cuando recuperó su respiración y los latidos de su corazón se normalizaron, Luisa se levantó un poco tambaleante al baño. Se miró reflejada en el espejo y se asombró ante la imagen de su rostro sonrojado y sudado, sus cabellos enmarañados y en desorden, su remera estaba empapada de sudor y sus pechos se delineaban con sus impertinentes pezones amenazando con romper la delgada tela.
Mientras se ponía en orden, ella comenzó a sentirse un poco mejor. Había sido solo un sueño. Toda la gente soñaba y tenía extrañas fantasías. Había mujeres que soñaban con fantasías de ser violadas, pero ciertamente no querían que aquello ocurriese de verdad. El hecho de que hubiera soñado esa enorme pija de Trueno penetrando su coño no significaba que ella quisiera hacerlo realmente. Así se convenció de que el sueño no significaba nada, se relajó y regresó a su cama, donde logró dormirse rápidamente y no volvió a tener esos sueños estúpidos.
Luisa logró mantener esos depravados pensamientos zoofílicos lejos de su mente por un largo tiempo. Se sentía aliviada, ya no pensaba en tener una sesión sexual con el semental de la granja. Se consideraba una mujer normal, no era una enferma, todo había sido una pasajera ilusión, una fantasía bizarra, pero inocente.
Se hizo a la idea de que solo pensar en ello no causaba daño a nadie y no se preocupo mayormente cuando esas imágenes volvieron a su mente. Luisa ya no era virgen y sentía la necesidad de tener un desahogo a esas pulsiones que mojaban a menudo su coño, pero no le interesaba entregarse a cualquier mozo de la universidad y andar en boca de todos en el aula. Solo que el destino iba a encargarse de cambiar todo eso.
Llegó la primavera y con ello las yeguas en celo aumentaron. Casi todos los días presenciaba uno o dos apareamientos equinos. Veía esas formidables pollas erectas horadar las vaginas de las hembras. Contemplaba la penetración, el acto sexual breve, pero intenso, los sudados machos encabritándose y eyaculando copiosas cantidades de semen en la receptivas yeguas.
Sus sueños con esas fabulosas pijas de caballo aumentaron y no le daban paz, estaba en un estado permanente de febril excitación. Creía escuchar los relinchos de los machos, los golpes de sus cascos en el suelo retumbaban y le hacía juntar sus muslos viendo los flancos de los animales tiritando de goce placentero al descargar contundentes cantidades de esperma equino dentro el coño de las yeguas favorecidas. Se acercaba a ellos y andaba en éxtasis percibiendo el aroma a sexo equino. Su calentura iba en aumento, alcanzando niveles casi insoportables. La masturbación simplemente ya no le bastaba; era solo un alivio pasajero. Algo tenía que suceder.
Finalmente, una noche a fines de octubre, ese algo se concretó inesperadamente.
Fue una de esas gigantescas tormentas eléctricas de primavera. El viento ululaba feroz y la lluvia azotaba el suelo y los techos de las caballerizas. De tanto en tanto la noche se volvía día con la enceguecedora luz de los relámpagos. Anterior a eso, poco antes de la tormenta. Tres yeguas que estaban en celo habían sido cubiertas por los sementales de la granja. Luisa había presenciado los tres apareamientos, había sentido los ruidos de los equinos mientras follaban, había percibido el fuerte olor del semen de los machos llenando los úteros de las yeguas, había visto de principio a fin esas enorme vergas penetrando las hembras en celo, con todos los efectos esperados en su estado mental; su calentura se hizo insoportable.
A la hora de irse al lecho, no pudo dormir. En su mente iban y venían la imágenes obscenas de las gigantescas pijas de los sementales. Ni siquiera pensaba en masturbarse, lloró frustrada, oprimida y presa de la calentura que no lograba liberar. Los deseos eran demasiado intensos y ella no pudo soportarlos.
Sin pensar en las consecuencias, o el clima, o la amenaza de ser descubierta; nada de eso le importó. Lo único que ocupaba su mente era su tremenda necesidad sexual. Se levantó de la cama, se caló unas botas de agua y un impermeable y, salió por la parte de atrás de la casona. Corrió sobre la hierba y el fango hacia la caballeriza de los caballos. Sus cabellos se mojaron, el agua coló bajo el impermeable y mojó la blusa de su pijama. Poco a poco se acercó al lugar de Trueno. La humedad la hizo estremecer, entonces se quitó la blusa quedando a torso desnudo, sus tetas eran tan firmes que apenas se movían con los movimientos de ella, sus pezones rosados y húmedos, ya estaban duros como la piedra.
Luisa se acercó al semental y colocó sus brazos alrededor de su cuello haciendo que su cuerpo siguiera los contornos de él, para así sentir la agradable temperatura del animal. Trueno rozó su cabeza contra su vientre y ella se estremeció sintiendo el aliento caliente de él a centímetros de su conchita ardorosa; lentamente comenzó a presionar su pubis contra la pata delantera de Trueno.
Sintió el suave pelaje del equino, se sentía bien contra su vientre desnudo, la fricción era deliciosa cercana a su clítoris. Ya no sentía frio, su cuerpo reaccionaba con la adorable temperatura del caballo y su propio calor interior. Trueno permaneció quieto, no entendía ese extraño comportamiento humano, pero las caricias de la muchacha eran agradables.
Las terminaciones nerviosas de su coño estaban hipersensibilizadas y jadeaba de placer rozando su joven cuerpo contra el musculoso y caliente cuerpo del caballo. Sin embargo, eso no le bastó; la masturbación cercana al animal era agradable, pero ella quería algo más, Luisa quería concretar su sueño, ya no había reparos morales que la pudieran hacer detenerse. Una neblina de lujuria y placer se había apoderado de su cuerpo y de su mente. Sentía el vació de su coño y quería sentir la plenitud que solo una gruesa verga podía brindarle, una pija descomunal como esa que Trueno tenía bajo su panza.
La joven dio un paso atrás para quitarse sus bragas empapadas por la lluvia, sudor y sus abundantes fluidos vaginales. Poco a poco fue deslizando su mano bajo el animal, acercándose a la fuente de sus deseos, se agachó en las proximidades de los cuartos traseros del animal que mansueto disfrutaba la cálida mano que recorría su peluda guata. Se arrodilló y examinó el pene flácido de Trueno. Respirando profundamente, su mano acarició los pliegues rugosos y oscuros que escondían el fabuloso miembro del caballo.
La maravillosa verga equina en su funda protectora se sentía suave y cálido. Los flancos de Trueno se estremecieron y el caballo lanzó un ahogado relincho de aceptación. Con la otra mano, Luisa abrió los mojados labios de su coño y comenzó a tocarse sensualmente, penetrándose con tres de sus largos y finos dedos. Afuera la furia de la tormenta estaba desatada y ella se sintió segura de que nadie vendría a disturbarla a la caballeriza.
Lentamente, el mastodóntico pene del caballo comenzó a emerger en toda su majestuosidad desde la oscura funda de piel. Luisa entreabrió su boca y paso su lengua por sus labios resecos, sintiendo como la potencia sexual del animal se extendía prácticamente en su mano. Poco a poco crecía a su longitud bestial de casi medio metro de pija equina. Sabía que el único modo de apagar el fuego que había dentro de ella era meter el pene gigantesco de Trueno en las profundidades de su estrecho coño. Metió sus cuatro dedos dentro de su encharcada vagina y con su dedo pulgar restregó su botoncito turgente. El caballo resoplo y dio unos golpes de casco en el suelo de la caballeriza, distrayendo momentáneamente a la muchacha.
Luisa trabajo casi con su entera mano dentro de su coño mojado, humedeciéndolo bien y aflojándolo para facilitar la penetración de ese pene gigantesco que pulsaba duro como palo en su otra mano. Forzó su mano entera al interior de su vagina y gimió cuando solo la muñeca de su antebrazo quedó fuera de su chocho dilatado, los hinchados labios se cerraron alrededor de su brazo. Estaba casi lista.
Observó a su alrededor y divisó unos fardos de heno, rápidamente fue y los arrastró bajo la panza de Trueno construyéndose un improvisado lecho, luego los cubrió con unas mantas, después tomó una cuerda y la pasó por el cuello del caballo para asegurarse de que estuviera quieto y se ubicó bajo el animal con sus piernas abiertas y ese pene equino descomunal a centímetro de su anhelante coño.
Agarró las cinchas de amarre y las pasó bajo sus redondeados glúteos, su pelvis quedó ligeramente levantada y a menos de cinco centímetros de la amenazadora, pero invitante y gorda pija de trueno que cada vez la deseaba más y más. Verificó que podía moverse libremente atrás y adelante. Sus rodillas y muslos presionaron contra la panza del caballo, sus senos y brazos también, podía sentirse bajo el animal, presionó su rostro contra el pecho del animal y se relajó ligeramente en ángulo, luego ordenó sus cabellos para dejarlos colgando libremente.
El pene gigantesco de Trueno duro como el acero descansó sobre su vientre, babas blanquizcas de semen equino mancharon su inmaculada piel, casi a unirse con los fluidos que emanaban de su coño que goteaba por el surco de su culo estrecho. Su corazón latía con fuerza y podía sentirlo pulsar en sus sienes. Se lamió los labios y se preparó, sabiendo que era ahora o nunca.
Ajustó el ángulo de su cuerpo, se agachó un poco y aferró el enorme trozo de carne equina que se había transformado en un verdadero misil pronto a ser disparado dentro de su sexo húmedo y abierto. Muy lentamente comenzó a presionar esa esponjosa cabezota de Trueno hacia arriba y hacia abajo; el caballo emitió un relincho cuando la cabezota quedó atorada en el estrecho agujero del chocho de Luisa. La chica lanzó un ahogado grito cuando el potro empujó su verga algunos centímetros dentro de ella. Sintió que su coño iba a ser destrozado, jadeó y tembló ante la arremetida del semental. ¡Oh, Dios! ¡Era tan grande! ¡Se sentía tan caliente! Tragó un poco e saliva y respiró profundamente, escucho el resoplido de Trueno cuando volvió a empujar un poco más fuerte.
—¡Ay! … ¡Ay! … ¡Me estás partiendo en dos! … ¡Argh! … ¡Ay! … ¡Hmmmm! … ¡Ooohhh! …
Gruesas gotas de sudor aparecieron sobre su piel, Luisa esperó inmóvil dejando que su coño apretado se ajustara al tamaño no acostumbrado de la pija invasora.
Como ella no se movió, el potro tampoco lo hizo, pero al cabo de un rato, la chica comenzó a presionar hacia arriba, forzando a la enorme verga ir más y más profundo dentro de ella. Un placer inconcebible, increíble e insoportable comenzó a apoderarse de su cuerpo cuando sintió que la polla de trueno había tocado el fondo de su panocha, un orgasmo explosivo e inesperado la golpeo, pensó que iba a morir con ese goce inmenso. Trato de juntar un poco sus muslos, pero la panza del caballo se lo impedía; trató de alejarse un poco, pero estaba empalada por esa polla y a cada movimiento, la mastodóntica pija parecía ir más y más adentro de ella. Finalmente, Luisa se detuvo jadeando y temblando en espasmódicas olas orgásmicas, sabía que no podía aguantar ni un centímetro más de esa polla de caballo sin que no comenzara a sufrir algún mal a su vagina estirada al límite.
Lentamente comenzó a balacearse atrás y adelante colgada a ese tótem equino. La poderosa verga la hizo correrse en forma continua, nunca se había sentido tan increíblemente llena, ni tan increíblemente caliente y satisfecha.
Luisa se ahogó en mil sensaciones. Los pelos de animal cosquilleaban sus pezones y la excitaban aún más, esa vellosidad hirsuta se restregaba contra su vientre y su clítoris y, ella acababa y chillaba yendo de orgasmo en orgasmo. El aroma a caballo llenaba también sus fosas nasales y parecía estimularla todavía más, por supuesto, la gorda y tiesa polla de Trueno se hacía sentir profundamente en su coño. A medida que su concha se expandía haciendo espacio para la poderosa polla equina, la chica comenzó a moverse y rotar sus caderas, ¡Estaba follando a Trueno! Su estrecha concha había atrapado estrechamente la pija gigante y la masajeaba ardorosamente; Trueno relinchaba y había comenzado a moverse, ¡Él también la estaba follando!
Era increíble. Luisa giraba sus caderas demencialmente cuando su clítoris volvió a raspar contra el pelaje de Trueno. Gritó con una fuerte sacudida de lujuria y placer siendo golpeada por otro orgasmo. Empujo con sus codos y restregó sus tetas contras la panza de Trueno, se mordió los labios para no gritar que se estaba volviendo a correr como una loca.
Sus hermosos ojos verdes lagrimeaban de lujuria y goce, presionó fuertemente su rostro y sus labios contra la panza del animal que la estaba haciendo enloquecer, mientras sus caderas se movían sin control y sus brazos se abrazaban al potro. Abundantes fluidos de su coño y jugos del caballo se derramaban entre sus muslos y en medio del surco de sus nalgas, escurrían calientes hasta gotear en los fardos de heno. Sus pezones se sentían irritados e hinchados por tanta cruda frotación, lo que contribuía a las dulces sensaciones que golpeaban su coño caliente. Algunos vellos negro-azulados del semental se habían pegoteados en la sudada piel de Luisa y entre sus enmarañados cabellos mojados.
Sintió que otro poderoso orgasmo comenzaba a formarse en su bajo vientre, instintivamente supo que sería un clímax enorme, el más grande; ese que había estado buscando toda la semana; ese que finalmente apagaría el fuego en sus entrañas; ese que la dejaría satisfecha al fin.
Gruñendo y estremeciéndose de loca lascivia y lujuria, Luisa empujó la pija gigantesca de Trueno más adentro de ella y empujó su pubis contra el misil de pene equino, manteniendo constantemente su clítoris raspando la guata peluda de Trueno. Su corazón se aceleró y sabía que se aproximaba su desahogo.
Aún cuando Luisa esperaba el goce, éste llegó tan repentinamente que la sorprendió más que nada por la intensidad del clímax que la golpeó. Toda la parte inferior de su cuerpo se tensó y de su coño brotó mucha de se sabrosa crema. Se estremeció, tembló, chilló y gritó con mucha fuerza, fue como un quejido liberatorio mientras su coño ardía en dulces contracciones. Gruño y sus dientes chirrearon. En ese momento una luz enceguecedora borró todo su universo, excepto los deliciosos espasmos de su vagina. Finalmente, las sensaciones se aminoraron, pero su clítoris estaba demasiado sensible para soportar más placer.
Completamente exhausta, Luisa se deslizó de las cinchas que la mantenían en el aire y lentamente la enorme polla de Trueno se deslizó de su abusada almejita abierta obscenamente. Se quedó allí por algunos momentos tratando de recuperar su respiración y reorientar su cerebro. Escuchó las patadas de Trueno contra el suelo, los relinchos desesperados y la afanosa respiración. Inmediatamente supo que estaba mal. Ella se había corrido, su orgasmo había sido maravilloso, pero él no. Estaba en deuda con él. Se enderezó, extendió su mano y una vez más tomo la enorme pija de Trueno en su mano. Estaba caliente, brillante y empapada con los jugos de su coño. Sintiendo la suavidad de esa pija gigante, pasó la lengua por sus labios y le vino instintivamente el deseo de chupar …
Se acercó más, olía el magnifico pene. El olor era fuerte, pero no desagradable. Aferró la enorme verga con su mano izquierda y se la llevó a la boca. Lo encontró sabroso, pero diferente, agridulce y fuerte. Probó sus propios jugos en él; al principio lo lamió con cautela, pero estaba encendida y comenzó a chuparlo con real entusiasmo. Sus mandíbulas casi se dislocaron cuando metió la punta a forma de hongo dentro de su boca, entonces comenzó a pajearlo con ambas manos.
La calidez y la estrechez de su boca hicieron tensar los flancos del animal y tiritó mientras lanzaba algunos relinchos, Luisa supo que el semental estaba anunciando su corrida. El esperma corrió por todo el largo de la gruesa pija y disparó en la boca de la muchacha llenándola por completo; Luisa retrocedió algo sorprendida, pero los chorros potentes siguieron brotando con fuerza y el segundo borbotón cubrió su rostro de esa cálida y dulzona leche blanquizca. Ella no soltó la polla, sino que guió la cascada de esperma sobre sus tetas, siendo bañada casi por completo de semen equino. Algunas salpicaduras mancharon sus negros cabellos con estrías blancas.
Los chorros siguieron brotando, pero con menor intensidad, sus pezones goteaban esperma de caballo y el semen corría como una vertiente hacia su coño aún sensible. Manos y brazos estaban mojados en esa densa esperma blanca. Trueno dio con sus cascos varios golpes en el suelo y resopló con placer mientras Luisa acariciaba y exprimía hasta la última gota de lechita; luego se derrumbó con sus piernas plegadas goteando esperma por todo su cuerpo lechoso. Se llevó los dedos a la boca para beber y saborear el néctar que le había brindado Trueno, su mano derecha cubierta de semen la restregó contra su delicado y sensible clítoris, sus piernas se sacudieron de placer en un mini orgasmo.
Pasaron varios minutos y los latidos de su corazón parecieron normalizarse. Rodó sobre si misma y se sentó contra el muro de madera que separaba las caballerizas. Se miró a si misma, estaba convertida en un desastre, llena de sudor y esperma, trozos de suciedad adheridos a su piel clara, había resto de heno pegoteados en sus muslos y flancos. Sonrió pensando que se veía increíblemente obscena y se sintió contenta de que así fuera. En el exterior la tormenta parecía haber amainado, el viento se había ido y quedaba una suave y monótona lluvia. Solo en la distancia de vez en cuando un estampido rompía el silencio.
Se apoyó reposando en una exquisita y satisfecha languidez post coital, su mente comenzó a razonar sobre lo que había hecho. ¡Se había follado un caballo! ¡Había mamado la gruesa polla de Trueno! Sus orgasmos habían sido muchos y muy poderosos, los más potentes de su joven vida. Lo mejor de todo, no se sentía culpable, ni enferma, ni pervertida. Ciertamente Trueno lo había disfrutado tanto como ella.
Luisa se levantó y desató al animal hablándole tranquilamente, mientras acariciaba sus poderosos músculos:
—¡Tranquilo, chico! … ¡Te has portado como un verdadero macho! … Quizás alguna vez deberíamos repetirlo, ¿no crees? …
Luego se volteó, recogió su remera, bragas y salió a la fina llovizna para lavarse y regresar a su cuarto. Mientras lo hacía, reflexionó que había una media docena de sementales en las caballerizas. Quizás no iba a necesitar un novio por mucho tiempo, pensó sonriendo para sí.
FIN
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luisa_luisa4634@yahoo.com
Luisa había ayudado en esta operación muchas veces antes. Ella, una hermosa muchacha divorciada y a cargo de la granja junto a su padre, se encontraba en el último año de estudios veterinarios en la universidad local. Ella de complexión física delgada, fuerte y atlética; cabellos negros azabache hasta sus hombros, ligeramente rizados, hermoso rostro con profundos ojos verdes. Cuerpo curvilíneo con senos medianos de rosadas areolas e insolentes pezones muy visibles en sus blusas y remeras.
No se sentía perturbada a desempeñar este trabajo. Ella había crecido ayudando a los caballos a aparearse y no se disturbaba ante la vista del poderoso órgano sexual del semental. Pero esta vez fue diferente para ella. Hoy la vista del gigantesco pene bombeando la vagina de la yegua en celo, le provocó desconocidas cosquillas en su entrepierna, su coño se contraía observando la monta del majestuoso macho. La gigantesca pija se hundía en la hembra y sus pezones se hincharon, sintió un calorcillo recorrer todo su cuerpo y apretó sus muslos lascivamente mirando la copulación de las bestias. Se avergonzó al sentirse excitada por ver a los animales follando; así que se dio prisa a regresar a la casa para preparar la cena; dejó que su padre se encargara de terminar las faenas con los caballos.
Esa noche se despertó sudada y su cuerpo temblando. Había soñado con la verga del semental en su propio coño. Su cuerpo se estremeció en un estado de calentura que jamás había sentido. En la oscuridad e intimidad de su cuarto se bajo las bragas humedecidas e insertó sus dedos en su encharcada panocha, con las otra mano aplastó sus sensibles tetas. Se estremeció al rozar su clítoris con su dedo pulgar. Trató de sacar de su mente esa polla poderosa, gruesa, larga, oscura y con machas rosadas. Pensó en hombres, cualquier tipo de hombres, negros, blancos, asiáticos, árabes. Cualquier cosa tratando de olvidar la pija oscura a forma de hongo de Trueno, pero esas imágenes estaban porfiadamente allí en su cerebro y la hacían sentir cosas deliciosas y descabelladas ideas de lujuria y libertinaje zoofílico. Se veía recostada bajo la panza del animal guiando la polla mastodóntica hacia la estrecha entrada de su cuquita mojada. Creía sentir la cabeza a forma de hongo penetrándola y le parecía escuchar los bufidos y resoplidos del macho empujando el inmenso pene dentro de ella mientras la follaba salvajemente.
—¡Oooohhhh! … ¡N-nnnoooo! …
Susurró en la oscuridad tironeando de sus pezones. Su mente la traicionaba y sus dedos follaban su coño cada vez más rápido, se revolcó sobre las sudadas sábanas de su cama y cuando su mente se colmó con la polla y los relinchos del animal que eyaculaba dentro de la yegua, su cuerpo se encabrito, su pelvis se levantó en el aire convulsionando en espasmódicos temblores de goce, su orgasmo la había sorprendido repentinamente y folló su panocha esperando que las olas orgásmicas se mantuvieran lo más prolongadas posibles. Adoptó una posición fetal con sus muslos cerrados estrechamente, los músculos de sus glúteos se tensaron y temblaron, mientras empujaba sus caderas contra sus dedos, jadeaba en éxtasis con los músculos de su cuello claramente visibles en el esfuerzo orgásmico.
Todavía estremeciéndose, lentamente sus caderas se detuvieron y su orgasmo comenzó a disminuir. Inconscientemente se llevó sus dedos bañados a sus labios y probó el sabor de si misma. El sabor salino le resultó agradable y chupo todos sus dedos absorbiendo esos exquisitos fluidos de su sexo, hasta dejar sus dedos perfectamente limpios.
Cuando recuperó su respiración y los latidos de su corazón se normalizaron, Luisa se levantó un poco tambaleante al baño. Se miró reflejada en el espejo y se asombró ante la imagen de su rostro sonrojado y sudado, sus cabellos enmarañados y en desorden, su remera estaba empapada de sudor y sus pechos se delineaban con sus impertinentes pezones amenazando con romper la delgada tela.
Mientras se ponía en orden, ella comenzó a sentirse un poco mejor. Había sido solo un sueño. Toda la gente soñaba y tenía extrañas fantasías. Había mujeres que soñaban con fantasías de ser violadas, pero ciertamente no querían que aquello ocurriese de verdad. El hecho de que hubiera soñado esa enorme pija de Trueno penetrando su coño no significaba que ella quisiera hacerlo realmente. Así se convenció de que el sueño no significaba nada, se relajó y regresó a su cama, donde logró dormirse rápidamente y no volvió a tener esos sueños estúpidos.
Luisa logró mantener esos depravados pensamientos zoofílicos lejos de su mente por un largo tiempo. Se sentía aliviada, ya no pensaba en tener una sesión sexual con el semental de la granja. Se consideraba una mujer normal, no era una enferma, todo había sido una pasajera ilusión, una fantasía bizarra, pero inocente.
Se hizo a la idea de que solo pensar en ello no causaba daño a nadie y no se preocupo mayormente cuando esas imágenes volvieron a su mente. Luisa ya no era virgen y sentía la necesidad de tener un desahogo a esas pulsiones que mojaban a menudo su coño, pero no le interesaba entregarse a cualquier mozo de la universidad y andar en boca de todos en el aula. Solo que el destino iba a encargarse de cambiar todo eso.
Llegó la primavera y con ello las yeguas en celo aumentaron. Casi todos los días presenciaba uno o dos apareamientos equinos. Veía esas formidables pollas erectas horadar las vaginas de las hembras. Contemplaba la penetración, el acto sexual breve, pero intenso, los sudados machos encabritándose y eyaculando copiosas cantidades de semen en la receptivas yeguas.
Sus sueños con esas fabulosas pijas de caballo aumentaron y no le daban paz, estaba en un estado permanente de febril excitación. Creía escuchar los relinchos de los machos, los golpes de sus cascos en el suelo retumbaban y le hacía juntar sus muslos viendo los flancos de los animales tiritando de goce placentero al descargar contundentes cantidades de esperma equino dentro el coño de las yeguas favorecidas. Se acercaba a ellos y andaba en éxtasis percibiendo el aroma a sexo equino. Su calentura iba en aumento, alcanzando niveles casi insoportables. La masturbación simplemente ya no le bastaba; era solo un alivio pasajero. Algo tenía que suceder.
Finalmente, una noche a fines de octubre, ese algo se concretó inesperadamente.
Fue una de esas gigantescas tormentas eléctricas de primavera. El viento ululaba feroz y la lluvia azotaba el suelo y los techos de las caballerizas. De tanto en tanto la noche se volvía día con la enceguecedora luz de los relámpagos. Anterior a eso, poco antes de la tormenta. Tres yeguas que estaban en celo habían sido cubiertas por los sementales de la granja. Luisa había presenciado los tres apareamientos, había sentido los ruidos de los equinos mientras follaban, había percibido el fuerte olor del semen de los machos llenando los úteros de las yeguas, había visto de principio a fin esas enorme vergas penetrando las hembras en celo, con todos los efectos esperados en su estado mental; su calentura se hizo insoportable.
A la hora de irse al lecho, no pudo dormir. En su mente iban y venían la imágenes obscenas de las gigantescas pijas de los sementales. Ni siquiera pensaba en masturbarse, lloró frustrada, oprimida y presa de la calentura que no lograba liberar. Los deseos eran demasiado intensos y ella no pudo soportarlos.
Sin pensar en las consecuencias, o el clima, o la amenaza de ser descubierta; nada de eso le importó. Lo único que ocupaba su mente era su tremenda necesidad sexual. Se levantó de la cama, se caló unas botas de agua y un impermeable y, salió por la parte de atrás de la casona. Corrió sobre la hierba y el fango hacia la caballeriza de los caballos. Sus cabellos se mojaron, el agua coló bajo el impermeable y mojó la blusa de su pijama. Poco a poco se acercó al lugar de Trueno. La humedad la hizo estremecer, entonces se quitó la blusa quedando a torso desnudo, sus tetas eran tan firmes que apenas se movían con los movimientos de ella, sus pezones rosados y húmedos, ya estaban duros como la piedra.
Luisa se acercó al semental y colocó sus brazos alrededor de su cuello haciendo que su cuerpo siguiera los contornos de él, para así sentir la agradable temperatura del animal. Trueno rozó su cabeza contra su vientre y ella se estremeció sintiendo el aliento caliente de él a centímetros de su conchita ardorosa; lentamente comenzó a presionar su pubis contra la pata delantera de Trueno.
Sintió el suave pelaje del equino, se sentía bien contra su vientre desnudo, la fricción era deliciosa cercana a su clítoris. Ya no sentía frio, su cuerpo reaccionaba con la adorable temperatura del caballo y su propio calor interior. Trueno permaneció quieto, no entendía ese extraño comportamiento humano, pero las caricias de la muchacha eran agradables.
Las terminaciones nerviosas de su coño estaban hipersensibilizadas y jadeaba de placer rozando su joven cuerpo contra el musculoso y caliente cuerpo del caballo. Sin embargo, eso no le bastó; la masturbación cercana al animal era agradable, pero ella quería algo más, Luisa quería concretar su sueño, ya no había reparos morales que la pudieran hacer detenerse. Una neblina de lujuria y placer se había apoderado de su cuerpo y de su mente. Sentía el vació de su coño y quería sentir la plenitud que solo una gruesa verga podía brindarle, una pija descomunal como esa que Trueno tenía bajo su panza.
La joven dio un paso atrás para quitarse sus bragas empapadas por la lluvia, sudor y sus abundantes fluidos vaginales. Poco a poco fue deslizando su mano bajo el animal, acercándose a la fuente de sus deseos, se agachó en las proximidades de los cuartos traseros del animal que mansueto disfrutaba la cálida mano que recorría su peluda guata. Se arrodilló y examinó el pene flácido de Trueno. Respirando profundamente, su mano acarició los pliegues rugosos y oscuros que escondían el fabuloso miembro del caballo.
La maravillosa verga equina en su funda protectora se sentía suave y cálido. Los flancos de Trueno se estremecieron y el caballo lanzó un ahogado relincho de aceptación. Con la otra mano, Luisa abrió los mojados labios de su coño y comenzó a tocarse sensualmente, penetrándose con tres de sus largos y finos dedos. Afuera la furia de la tormenta estaba desatada y ella se sintió segura de que nadie vendría a disturbarla a la caballeriza.
Lentamente, el mastodóntico pene del caballo comenzó a emerger en toda su majestuosidad desde la oscura funda de piel. Luisa entreabrió su boca y paso su lengua por sus labios resecos, sintiendo como la potencia sexual del animal se extendía prácticamente en su mano. Poco a poco crecía a su longitud bestial de casi medio metro de pija equina. Sabía que el único modo de apagar el fuego que había dentro de ella era meter el pene gigantesco de Trueno en las profundidades de su estrecho coño. Metió sus cuatro dedos dentro de su encharcada vagina y con su dedo pulgar restregó su botoncito turgente. El caballo resoplo y dio unos golpes de casco en el suelo de la caballeriza, distrayendo momentáneamente a la muchacha.
Luisa trabajo casi con su entera mano dentro de su coño mojado, humedeciéndolo bien y aflojándolo para facilitar la penetración de ese pene gigantesco que pulsaba duro como palo en su otra mano. Forzó su mano entera al interior de su vagina y gimió cuando solo la muñeca de su antebrazo quedó fuera de su chocho dilatado, los hinchados labios se cerraron alrededor de su brazo. Estaba casi lista.
Observó a su alrededor y divisó unos fardos de heno, rápidamente fue y los arrastró bajo la panza de Trueno construyéndose un improvisado lecho, luego los cubrió con unas mantas, después tomó una cuerda y la pasó por el cuello del caballo para asegurarse de que estuviera quieto y se ubicó bajo el animal con sus piernas abiertas y ese pene equino descomunal a centímetro de su anhelante coño.
Agarró las cinchas de amarre y las pasó bajo sus redondeados glúteos, su pelvis quedó ligeramente levantada y a menos de cinco centímetros de la amenazadora, pero invitante y gorda pija de trueno que cada vez la deseaba más y más. Verificó que podía moverse libremente atrás y adelante. Sus rodillas y muslos presionaron contra la panza del caballo, sus senos y brazos también, podía sentirse bajo el animal, presionó su rostro contra el pecho del animal y se relajó ligeramente en ángulo, luego ordenó sus cabellos para dejarlos colgando libremente.
El pene gigantesco de Trueno duro como el acero descansó sobre su vientre, babas blanquizcas de semen equino mancharon su inmaculada piel, casi a unirse con los fluidos que emanaban de su coño que goteaba por el surco de su culo estrecho. Su corazón latía con fuerza y podía sentirlo pulsar en sus sienes. Se lamió los labios y se preparó, sabiendo que era ahora o nunca.
Ajustó el ángulo de su cuerpo, se agachó un poco y aferró el enorme trozo de carne equina que se había transformado en un verdadero misil pronto a ser disparado dentro de su sexo húmedo y abierto. Muy lentamente comenzó a presionar esa esponjosa cabezota de Trueno hacia arriba y hacia abajo; el caballo emitió un relincho cuando la cabezota quedó atorada en el estrecho agujero del chocho de Luisa. La chica lanzó un ahogado grito cuando el potro empujó su verga algunos centímetros dentro de ella. Sintió que su coño iba a ser destrozado, jadeó y tembló ante la arremetida del semental. ¡Oh, Dios! ¡Era tan grande! ¡Se sentía tan caliente! Tragó un poco e saliva y respiró profundamente, escucho el resoplido de Trueno cuando volvió a empujar un poco más fuerte.
—¡Ay! … ¡Ay! … ¡Me estás partiendo en dos! … ¡Argh! … ¡Ay! … ¡Hmmmm! … ¡Ooohhh! …
Gruesas gotas de sudor aparecieron sobre su piel, Luisa esperó inmóvil dejando que su coño apretado se ajustara al tamaño no acostumbrado de la pija invasora.
Como ella no se movió, el potro tampoco lo hizo, pero al cabo de un rato, la chica comenzó a presionar hacia arriba, forzando a la enorme verga ir más y más profundo dentro de ella. Un placer inconcebible, increíble e insoportable comenzó a apoderarse de su cuerpo cuando sintió que la polla de trueno había tocado el fondo de su panocha, un orgasmo explosivo e inesperado la golpeo, pensó que iba a morir con ese goce inmenso. Trato de juntar un poco sus muslos, pero la panza del caballo se lo impedía; trató de alejarse un poco, pero estaba empalada por esa polla y a cada movimiento, la mastodóntica pija parecía ir más y más adentro de ella. Finalmente, Luisa se detuvo jadeando y temblando en espasmódicas olas orgásmicas, sabía que no podía aguantar ni un centímetro más de esa polla de caballo sin que no comenzara a sufrir algún mal a su vagina estirada al límite.
Lentamente comenzó a balacearse atrás y adelante colgada a ese tótem equino. La poderosa verga la hizo correrse en forma continua, nunca se había sentido tan increíblemente llena, ni tan increíblemente caliente y satisfecha.
Luisa se ahogó en mil sensaciones. Los pelos de animal cosquilleaban sus pezones y la excitaban aún más, esa vellosidad hirsuta se restregaba contra su vientre y su clítoris y, ella acababa y chillaba yendo de orgasmo en orgasmo. El aroma a caballo llenaba también sus fosas nasales y parecía estimularla todavía más, por supuesto, la gorda y tiesa polla de Trueno se hacía sentir profundamente en su coño. A medida que su concha se expandía haciendo espacio para la poderosa polla equina, la chica comenzó a moverse y rotar sus caderas, ¡Estaba follando a Trueno! Su estrecha concha había atrapado estrechamente la pija gigante y la masajeaba ardorosamente; Trueno relinchaba y había comenzado a moverse, ¡Él también la estaba follando!
Era increíble. Luisa giraba sus caderas demencialmente cuando su clítoris volvió a raspar contra el pelaje de Trueno. Gritó con una fuerte sacudida de lujuria y placer siendo golpeada por otro orgasmo. Empujo con sus codos y restregó sus tetas contras la panza de Trueno, se mordió los labios para no gritar que se estaba volviendo a correr como una loca.
Sus hermosos ojos verdes lagrimeaban de lujuria y goce, presionó fuertemente su rostro y sus labios contra la panza del animal que la estaba haciendo enloquecer, mientras sus caderas se movían sin control y sus brazos se abrazaban al potro. Abundantes fluidos de su coño y jugos del caballo se derramaban entre sus muslos y en medio del surco de sus nalgas, escurrían calientes hasta gotear en los fardos de heno. Sus pezones se sentían irritados e hinchados por tanta cruda frotación, lo que contribuía a las dulces sensaciones que golpeaban su coño caliente. Algunos vellos negro-azulados del semental se habían pegoteados en la sudada piel de Luisa y entre sus enmarañados cabellos mojados.
Sintió que otro poderoso orgasmo comenzaba a formarse en su bajo vientre, instintivamente supo que sería un clímax enorme, el más grande; ese que había estado buscando toda la semana; ese que finalmente apagaría el fuego en sus entrañas; ese que la dejaría satisfecha al fin.
Gruñendo y estremeciéndose de loca lascivia y lujuria, Luisa empujó la pija gigantesca de Trueno más adentro de ella y empujó su pubis contra el misil de pene equino, manteniendo constantemente su clítoris raspando la guata peluda de Trueno. Su corazón se aceleró y sabía que se aproximaba su desahogo.
Aún cuando Luisa esperaba el goce, éste llegó tan repentinamente que la sorprendió más que nada por la intensidad del clímax que la golpeó. Toda la parte inferior de su cuerpo se tensó y de su coño brotó mucha de se sabrosa crema. Se estremeció, tembló, chilló y gritó con mucha fuerza, fue como un quejido liberatorio mientras su coño ardía en dulces contracciones. Gruño y sus dientes chirrearon. En ese momento una luz enceguecedora borró todo su universo, excepto los deliciosos espasmos de su vagina. Finalmente, las sensaciones se aminoraron, pero su clítoris estaba demasiado sensible para soportar más placer.
Completamente exhausta, Luisa se deslizó de las cinchas que la mantenían en el aire y lentamente la enorme polla de Trueno se deslizó de su abusada almejita abierta obscenamente. Se quedó allí por algunos momentos tratando de recuperar su respiración y reorientar su cerebro. Escuchó las patadas de Trueno contra el suelo, los relinchos desesperados y la afanosa respiración. Inmediatamente supo que estaba mal. Ella se había corrido, su orgasmo había sido maravilloso, pero él no. Estaba en deuda con él. Se enderezó, extendió su mano y una vez más tomo la enorme pija de Trueno en su mano. Estaba caliente, brillante y empapada con los jugos de su coño. Sintiendo la suavidad de esa pija gigante, pasó la lengua por sus labios y le vino instintivamente el deseo de chupar …
Se acercó más, olía el magnifico pene. El olor era fuerte, pero no desagradable. Aferró la enorme verga con su mano izquierda y se la llevó a la boca. Lo encontró sabroso, pero diferente, agridulce y fuerte. Probó sus propios jugos en él; al principio lo lamió con cautela, pero estaba encendida y comenzó a chuparlo con real entusiasmo. Sus mandíbulas casi se dislocaron cuando metió la punta a forma de hongo dentro de su boca, entonces comenzó a pajearlo con ambas manos.
La calidez y la estrechez de su boca hicieron tensar los flancos del animal y tiritó mientras lanzaba algunos relinchos, Luisa supo que el semental estaba anunciando su corrida. El esperma corrió por todo el largo de la gruesa pija y disparó en la boca de la muchacha llenándola por completo; Luisa retrocedió algo sorprendida, pero los chorros potentes siguieron brotando con fuerza y el segundo borbotón cubrió su rostro de esa cálida y dulzona leche blanquizca. Ella no soltó la polla, sino que guió la cascada de esperma sobre sus tetas, siendo bañada casi por completo de semen equino. Algunas salpicaduras mancharon sus negros cabellos con estrías blancas.
Los chorros siguieron brotando, pero con menor intensidad, sus pezones goteaban esperma de caballo y el semen corría como una vertiente hacia su coño aún sensible. Manos y brazos estaban mojados en esa densa esperma blanca. Trueno dio con sus cascos varios golpes en el suelo y resopló con placer mientras Luisa acariciaba y exprimía hasta la última gota de lechita; luego se derrumbó con sus piernas plegadas goteando esperma por todo su cuerpo lechoso. Se llevó los dedos a la boca para beber y saborear el néctar que le había brindado Trueno, su mano derecha cubierta de semen la restregó contra su delicado y sensible clítoris, sus piernas se sacudieron de placer en un mini orgasmo.
Pasaron varios minutos y los latidos de su corazón parecieron normalizarse. Rodó sobre si misma y se sentó contra el muro de madera que separaba las caballerizas. Se miró a si misma, estaba convertida en un desastre, llena de sudor y esperma, trozos de suciedad adheridos a su piel clara, había resto de heno pegoteados en sus muslos y flancos. Sonrió pensando que se veía increíblemente obscena y se sintió contenta de que así fuera. En el exterior la tormenta parecía haber amainado, el viento se había ido y quedaba una suave y monótona lluvia. Solo en la distancia de vez en cuando un estampido rompía el silencio.
Se apoyó reposando en una exquisita y satisfecha languidez post coital, su mente comenzó a razonar sobre lo que había hecho. ¡Se había follado un caballo! ¡Había mamado la gruesa polla de Trueno! Sus orgasmos habían sido muchos y muy poderosos, los más potentes de su joven vida. Lo mejor de todo, no se sentía culpable, ni enferma, ni pervertida. Ciertamente Trueno lo había disfrutado tanto como ella.
Luisa se levantó y desató al animal hablándole tranquilamente, mientras acariciaba sus poderosos músculos:
—¡Tranquilo, chico! … ¡Te has portado como un verdadero macho! … Quizás alguna vez deberíamos repetirlo, ¿no crees? …
Luego se volteó, recogió su remera, bragas y salió a la fina llovizna para lavarse y regresar a su cuarto. Mientras lo hacía, reflexionó que había una media docena de sementales en las caballerizas. Quizás no iba a necesitar un novio por mucho tiempo, pensó sonriendo para sí.
FIN
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