Roberta - I.

por
género
incesto

Mi marido Juan Alberto se estaba masturbando. Teníamos relaciones sexuales a menudo, quizás unas tres veces a la semana y todos los domingos en la mañana siempre lo hacíamos. Al parecer él se masturbaba la mayor parte de los días en que no teníamos relaciones sexuales. Me viene la duda que quizás lo haga hasta los días en que tenemos. No me vino de pensar nada inusual. Los hombres son básicos y raros, sé que se masturban mucho más que nosotras las mujeres. Como estaba con su laptop a su costado mientras se masturbaba, le pregunté:
—¿Videos porno, imágenes porno, o historias porno? …
—Bueno … ¡ehm! … ¡yo! …
Balbuceaba y titubeaba magreando su grueso pene, pero no me respondía, entonces le di más opciones:
—¿Estás en un chat porno? … ¿Una cámara web? … ¿Pueden verte? …
—¡Ehm! … ¡Hmmmm! …. ¡Ummmm! …
Estaba jadeando mientras miraba fijamente la pantalla de su portátil, entonces entendí:
—Te estás masturbando otra vez con Roberta, ¿no? …
Roberta es nuestra hija de dieciséis años. Yo sabía que mi marido se masturbaba con fotos de ella de vez en cuando, pero ahora me parecía que estaba volviéndose más frecuente que antes. Le di una mirada un poco dura, su mano subía y bajaba aferrando su dura polla y sus ojos fijos en la pantalla. Se dio por aludido y a la defensiva, me dijo:
—No hay nada de malo en masturbarse …
Por supuesto que no me iba a enfrascar en una discusión inútil con él. Renuncié a ello cuando lo sorprendí por primera vez masturbándose con fotos de su hija, iniciamos una discusión y él me preguntó:
—Bueno … ¿y con que te masturbas tú? …
La verdad es que yo me masturbaba pensando en tener sexo con otras mujeres y a veces una de esas mujeres era Roberta, nuestra hija. Me parecía que cuando yo lo hacía era más natural y menos ofensivo. Di la vuelta a la cama y Juan Alberto continuaba acariciando su polla y admirando las fotografías de Roberta. Eran fotos un poco provocativas, ella es naturalmente coqueta y sexy, pero ninguna de las fotografías la mostraba desnuda. Así que él trabajaba con su imaginación imaginando los detalles y quien sabe cuantas cosas más. Él no sabía que yo sí tenía fotografías de Roberta desnuda, pero no se lo iba a decir.


Su mano se sacudía más rápido, se movía casi inconscientemente, estaba llegando al final, sus golpes eran más cortos y gruñía con fuerza. Mi esposo se corrió como solía hacer siempre. Se enderezó un poco con su cuerpo en movimientos espasmódicos, disparando varios chorros directamente a sus pectorales y vientre, el resto de su eyaculación lo recogió en su toalla amarilla que siempre tenía cerca para estas situaciones. Se levantó y se limpió usando la misma toalla, apretando su polla para hacer salir todos los restos de semen de su pija goteante. Salió del cuarto para ir a tirar la toalla al cesto de la ropa sucia. Me gustaba observarlo porque era muy meticuloso, ordenado y limpio. Cuando regresó le dije en son de broma:
—Al menos no dices su nombre cuando te corres …
En realidad, mi esposo casi nunca decía nada durante el sexo. Soy yo la parlanchina que lo incita.
—¡Oh, Roberta! … ¡Oh, Roberta! … ¡Toma mi polla en tu apretado coñito! …
Continué a molestarlo en un tono de voz muy bajo y, muy caliente. Eso le hizo sonreír y me dijo:
—Si yo hiciera eso … ella me oiría y vendría corriendo a mi habitación para que la follara …
—O tal vez … llamaría a la policía y te haría arrestar …
*****

Pasaron los días y ya me había olvidado del asunto. La vez siguiente que tuvimos sexo, me di cuenta de que él había dejado la puerta de nuestro dormitorio ligeramente abierta.
—¿Por qué no cerraste la puerta por completo, cariño? …
Le pregunté curiosa.
—Porque quiero que nuestra hija nos escuche …
—¡Oh, Juan Alberto! … ¡Sigues con esas fantasías masturbatorias tuyas! …
Le dije un poco gruñona, su polla estaba dura como palo y apuntaba al frente amenazante, igual que el cañón de un poderoso tanque. No respondió nada, típico en él, en cambio se levantó a controlar que la puerta estuviese efectivamente abierta. Regresó, se subió a la cama y se colocó entre mis piernas, tomó su polla en la mano y comenzó a pasearla al largo de mi empapada panocha. Mis fluidos se mezclaron con el liquido preseminal que rezumaba de su pija, me hizo gemir y temblar cuando probaba a penetrarme. Luego cuando comprobó que su polla estaba lo suficientemente resbalosa y mojada, empujó dentro de mí su gloriosa polla gordita, suavecita y caliente, dura como el granito. Se me escapó un largo gemido mientras abría mis piernas y alzaba mi pelvis para que me empalara toda con su ardorosa polla. Lo amarré con mis piernas y recorrí con mis uñas su tersa espalda, hubiese querido morderlo en el cuello como si fuese una vampira, pero ya habría tiempo también para eso. Cerré mis ojos y me dejé follar por su verga enorme y que se deslizaba toda dentro de mí, hasta que sentía sus peludos cojones golpeando mis nalgas.
—¡Oh, querido! …
Se me olvidó por completo la puerta entreabierta y gemí apretándolo contra mis pechos y él me sorprendió diciendo.
—¡Oh, sí Roberta! … dame tu coño apretadito y di que te gusta que papi te folle …
Lo sentí que bombeaba con inusitada energía escondiendo su rostro en mis cabellos, de tanto en tanto se plegaba a morder y besar mi pezón. Muchas veces habíamos jugado a protagonizar roles, pero está era la primera vez que él me llamaba con el nombre de mi hija, su pene se sentía más grueso que nunca, así que decidí jugar su juego, tratando de imitar la voz de mi hija le dije:
—¡Oh, papi! … ¡Qué grande que te siento dentro de mí! … ¡Sientes mi pequeño coño como disfruta con tu pene gigante, papi! … ¡Se siente tan rico, papi! … ¡Fóllame, papi! … ¡Fóllame! …
Se detuvo y gruñó:
—¿Cómo es eso? … ¿Quieres que folle a tú hija? …
—¡Estamos jugando, idiota! … ¡No te detengas ahora! …
Volvió a bombear más rápido y hablaba en modo ininteligible gruñendo algunas palabras como “tu papi”, “coño”, “hija”. Por cerca de un par de minutos dijo cosas y luego no habló más. Entonces miré por sobre el hombro de Juan Alberto y me fije en la puerta entreabierta, estoy segura de que la vi moverse, se abrió un par de centímetros más. No podía verla y probablemente ella no podía ver bien el interior, pero estaba segura de que Roberta estaba espiándonos mientras follábamos. Entonces le susurré al oído a mi marido:
—Cariño … Roberta está escuchando detrás de la puerta del dormitorio …
—¿Roberta? … ¡Oh, sí! … ¡Hmmmm! … ¡Roberta tu coño se siente tan bien! … ¡Estás tan apretadita! … ¡Dios, me encanta follar tu coño, Roberta! …
Como de costumbre no me entendió nada, pero al menos habló y eso fue algo bueno, entonces le seguí el juego.
—¡Dámelo, papi! … ¡Me encanta tu polla! … ¡Fóllame, papá! … ¡Lléname con la lechita de tus bolas, papi! … ¡Dame tu semen! … ¡Dámelo todo, papi! …
Hablé más fuerte y vi que la puerta se abría un poco más y el reconocible rostro de nuestra hija se asomó lo suficiente como para verla, cierto que vi un solo ojo de ella, pero sabía que ahora ella podía ver el trasero de su padre rebotando sobre mí entre mis piernas bien abiertas. Por un momento no dije nada, solo la miré. Juan Alberto se puso a gruñir ruidosamente mientras se corría en forma abundante, entonces grité:
—¡Oh, si, papi! … ¡Dámelo todo! … ¡Fóllame fuerte, papi! … ¡Dame todo tu semen! …
Él inundó mi coño con copiosos borbotones. Su polla me embistió profundamente, pude sentir la fuerza de sus chorros en mi coño. Su espalda se arqueó, los músculos de su cuello se tensaron. Miré a la puerta justo al momento en que Roberta desaparecía. No la escuche retirarse a su cuarto. Juan Alberto se desplomó a mi costado respirando agitadamente. Me sentí liberada de su peso.
*****


Tres noches después, estaba sobre la cama leyendo cuando Juan Alberto asomó su cabeza por la puerta y me llamó:
—¡Cariño! … ¡Ven! … ¡Rápido! … ¡No hagas ruido! …
Curiosa salté de la cama y me puse las pantuflas con orejas de conejo y caminé detrás de mi esposo en puntillas hasta la puerta del dormitorio de Roberta. La puerta estaba cerrada, pero se podía escuchar claramente los sonidos provenientes del otro lado. Juan Alberto se volvió hacia mí y se llevó un dedo a sus labios, después aferró el pomo de la puerta y comenzó a abrirla lenta y sigilosamente. Logró abrirla cerca de unos diez a quince centímetros y pudimos escuchar ambos a nuestra hija Roberta.
—¡Oh, sí, papi! … ¡Fóllame, papá! … ¡Hmmmm! … ¡Oooohhhh! … ¡Ummmm! … ¡Aaahhh! …
Pude ver en su mano un pequeño consolador que le habíamos regalado en su último cumpleaños, lo metía y lo sacaba de su coño, no dijo mucho más y yo preferí volver a mi habitación y dejarla tranquila con sus cosas, pero no hubo modo de que Juan Alberto me siguiera, él la siguió espiando. Cinco minutos después él volvió a nuestro dormitorio:
—¿Se corrió? …
Le pregunté curiosa.
—No mientras la estuve mirando … todavía está haciéndolo … ¿ah!, y dejé la puerta abierta …
—Pero ¡cómo! … ella se dará cuenta de que la estuvimos espiando …
Indolentemente él se encogió de hombros y dijo:
—Mira, tesoro … tú me dijiste que ella nos había estado espiando mientras follábamos … ahora ella sabrá que también nosotros la vimos masturbarse … creo que lo más sano sería que todos admitiésemos lo que hemos visto … no veo la razón para que sea un secreto … ella ya es grandecita … tal vez hasta ha ya follado con algún chico … o pronto lo hará … ¿no te parece? …
Me quedé pensativa. Realmente los padres no hablan de estas cosas con sus hijos, ¿verdad? Estoy segura de que no. Creo que Juan Alberto tiene razón, no hay una buena razón para no hablarlo con ella. Además, mi marido no podrá nunca embarazarla, él se sometió voluntariamente a una vasectomía cinco meses después que nació Roberta. Creo que los padres con vasectomía deberían poder follar con sus hijas. Está claro de que probablemente no todas las hijas querrán follar con sus padres. Personalmente, yo tuve fantasías con mi papá, pero nunca lo hice. Cómo dice mi marido, es más seguro masturbarse.


La noche siguiente, mientras cenábamos y poco antes de terminar, le dije a Roberta:
—Cariño … yo y tu padre te vimos anoche cuando te masturbabas … queremos que sepas que está bien lo que haces … es algo natural y del todo normal … bueno … eso … queríamos que lo supieras …
Roberta se puso roja como un tomate, hasta su cuello se enrojeció y comenzó a respirar profundamente como si tuviera problemas para respirar, tal vez todo su cuerpo se tiño de rojo. Ella no dijo nada por varios segundos y luego murmuró:
—¿Ehm! … está bien …
—¿Hay algo que quieras decirnos o preguntarnos, tesoro? …
Pregunté y ella negó con la cabeza. Miró su plato y no volvió a comer, entonces le dije:
—¿Quizás nos viste a tu padre y a mi haciendo el amor? …
No dijo nada, solo asintió con cortos movimientos de su cabeza en modo afirmativo.
—… ¿acaso te asustó eso … o te molestó? …
Ella negó con la cabeza y finalmente a baja voz dijo:
—Por el contrario … me gustó mirarlos a ustedes dos … así es como ustedes me hicieron …
El apurón de mi marido no pudo contenerse e intervino con una voz entusiasta:
—¿Te gustaría verlo de nuevo? …
Roberta asintió y una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios, entonces Juan Alberto le dijo:
—… está bien … esta noche llamare a tu puerta alrededor de las once … si lo deseas podrás unirte a nosotros en nuestro dormitorio …
Mi hija asintió por última vez y luego se fue de prisa a su habitación. No tengo la menor idea de que cosas pasaban por su cabeza, pero estaba nerviosa.
*****


A las once de la noche me acosté en nuestra cama totalmente desnuda, pero con las cubiertas tiradas hasta mi cuello. Juan Alberto se fue a llamar a la puerta de Roberta y luego los vi entrar a nuestro dormitorio tomados de la mano. Ella estaba vestida con su pijama habitual, me pareció que los pantaloncitos eran muy cortos y dejaban ver mucho de sus muslos. Pero esto es solo un capricho de mamá. Juan Alberto vestía sus boxers negros ajustado y ya se podía ver que su pene estaba en proceso de erección, pero no del todo erecto.


Mi marido la acompaño hasta los pies de la cama y ella se sentó mirándome con ansiedad. Juan Alberto se volvió hacia la silla y se quitó sus boxers, luego se volteó hacia nosotras. Su polla se bamboleaba desafiante todavía semi duro. Roberta se tapó la boca repentinamente con una mano cuando lo vio y se ruborizó notoriamente. Juan Alberto tiró las cubiertas hacia abajo y descubrió mi completa desnudez, estaba totalmente expuesta a los ojos de mi hija, mis tetas estaban encendidas y mis pezones apuntaban durísimos hacia el techo. Mis senos parecían gigantescos al lado de los de mi hija. Justo esta mañana me había depilado y había dejado un pequeñísimo triangulo de vellos recortados. Los senos de mi hija eran una especie de copitas de champagne con areolas claras y pezones pequeños, pero prominentes. Era evidente que tenía un ligero sobrepeso, pero nada preocupante. Juan Alberto estaba en forma, excepto por una pequeña pancita cervecera que comenzaba a manifestarse. Tenía una postura varonil, con amplios pectorales, gruesos y musculosos brazos, como así una piernas muy bonitas. Pensé que él era increíblemente guapo, pero quizás exageraba un poco después de casi veinte años de matrimonio. Noté que se había afeitado de reciente, algo que nunca hace cuando estamos solos. Me sorprendió cuando se metió a mi lado, luego me tomó una mano y la puso alrededor de su pija que se había endurecido mucho y parecía haber crecido aún más. Mi mano se sintió familiarizada con esa polla enorme y comencé a moverla verticalmente. Sin duda eran miles las veces que había pajeado su polla a lo largo de todos estos años. Él se enderezó y tomó la mano de Roberta colocándola sobre su pantorrilla y le dijo.
—Solo quiero que seas parte de todo esto … puedes mantener tu mano allí si lo deseas …
¿Qué está haciendo este loco de mi marido?, pensé. Que quería involucrarla eso era obvio, pero que tanto involucrada la quería, todavía no lograba dimensionar sus intenciones. Miré a mi hija, era alta uno y setenta y seis, pero era más baja que la mayoría de sus compañeros. Pensando como madre, la encontraba delgada, sus senos eran todavía pequeños, dado las dimensiones de los míos, pensé que siempre serían más pequeños que mis dos enormes tetas. Tenía una incipiente mancha de vellitos púbicos, sus ojos eran de un claro color pera y en su rostro hermoso, se destacaban los hoyuelos de sus mejillas que la caracterizaban cuando se reía. En estos momento no sonreía mucho, parecía estar concentrada en todo lo que veía. Había estado acariciando la polla de mi marido, pero él me dijo:
—¡Oye, Carola! … Quizás quieras hacerme un poco de masaje … por favor …
Y eso fue todo lo que dijo, tal vez para tranquilizar a nuestra hija. Solté su pene y comencé a acariciarlo como sé que a él le gusta, mis manos recorriendo su vientre, deslizándome por sus caderas y bajando a sus muslos, donde puedo jugar un poco con sus bolas. Él estaba en el séptimo cielo gozando de mis caricias, pero estoy segura de que quiere algo más de sexo con Roberta; no sé cuales sean sus planes, así que supongo que tengo que esperar y ver como se desarrollan las cosas.


Por otra parte, Roberta se mantenía a mirarnos fascinada, tal vez esta era la primera vez que veía a dos personas adultas desnudas interactuando entre sí. Probablemente, quizás ella pensó que iba a tener sexo directo con su padre, pero no fue así. Tímidamente frotó la pantorrilla de Juan Alberto, pero lo hizo sin pensar en lo que estaba haciendo. Mientras tanto, yo arrastraba los dedos de mis dos manos a lo largo de los costados de la polla de mi marido, pero sin tocarlo del todo. Su pene se movía invitante, balanceándose arriba y abajo, en eso soltó una gotita perlada de pre-semen, los ojos de Roberta se abrieron sorprendida:
—¿Qué es eso? … ahí … en la puntita de papá … eso … eso que le está saliendo …
Miré tiernamente a mi hija y le expliqué:
—Eso, cariño … es líquido preseminal que brota en la cabeza de su polla … por ese agujerito … aparece cuando papá está excitado, como ahora … es una especie de suave lubricante …
Con mi dedo índice de la mano derecha, apunté a la gotita y la froté sobre la cabezota amoratada de Juan Alberto. Simplemente se desvaneció absorbida por su piel, pero su glande quedó más suave y brillante, podía sentirla incluso más resbaladiza. Roberta emitió un largo suspiro mientras mis dedos continuaban a moverse sobre el cuerpo de su padre. Froté sus pelotas suavemente y otra gota de pre-semen apareció en el ápice del pene de mi marido. Roberta no dijo nada, pero la apuntó con su dedo, miré a sus ojos entusiastas y brillantes y le dije:
—¿Quieres probar? … ¿Quieres frotarlo tú también? …
Roberta asintió y extendió cautamente su dedo hasta que tocó la gota de pre-semen, la aplastó y comenzó a frotarla en el punto más sensible del pene de su padre. Que se espabiló diciendo:
—¡Oh, Roberta! … ¡Que lindo es eso! …
Ella le sonrió y continuó haciendo círculos con el dedo alrededor del grueso pene de mi marido.
—¡Mami! … lo siento un poco resbaladizo ...
Me dijo en un tono tranquilo y natural, como si tocar la polla de su padre fuese la cosa más normal del mundo.
—¡Sí, querida! … pero ahora hazle un masaje … así como lo estaba haciendo yo … no le toques la polla …
Roberta asintió y concienzudamente se puso a masajear la barriga de su padre desnudo, se acomodó bien sentada junto a él. Yo me moví detrás de ella y apoyé mis tetas en su espalda, luego estiré mis manos y las puse sobre las de ella diciéndole:
—… así, tesoro … debes apenas rozar su piel …
Luego la dejé que lo hiciera sola y yo puse mis manos en su espalda y comencé a dibujar su espina dorsal con mis dedos, suavemente, arriba y abajo. Poco a poco fui moviendo mis manos al frente de ella y comencé a desabrochar la camisa de su pijama. La sentí que su cuerpo se tensaba como el de una tigresa, pero me dejó hacer. Masajeé sus hombros y fui deslizando su camisa hasta quitársela completamente, luego seguí masajeándola delicadamente, su espalda, su cuello, sus brazos, la tocaba apenas con suaves roces. Juan Alberto tenía los ojos casi fuera de sus orbitas observando a su joven hija medio desnuda. Ella copió mis roces y los aplicó en la piel de su padre.
—Eso, cariño … así se hace … muy, muy suavecito …
Sus manos se movieron ligeramente alrededor de su ombligo y luego bajaron por los flancos hasta sus muslos acercandose mucho a sus bolas, aunque sin tocarlas.
—Si quisieras … podrías agarrar su polla, cariño … en forma delicada … toma solo la mitad superior en tu mano y sostenla ahí …
Me di cuenta de que mi curiosidad sobre que mi hija tuviera sexo con su padre ya no me repugnaba, solo que quería que fuera algo especial para ambos. Ella tiene solo dieciséis años y es mi hija. Agarró la punta de la polla y Juan Alberto ni siquiera se movió, tampoco dijo nada, entonces yo le dije:
—Puedes mover tu mano suavemente arriba y abajo …
Dije premurosamente y mi voz tembló al decirlo, era mucha la emoción de ver el pene de mi marido en la mano de mí hija. Me estiré y toqué sus pechos, ¡Dios mío!, estaban increíblemente firmes y sólidos. Me olvidé como solía tener mis propios senos a esa tierna edad. Eran lo suficientemente grandes como para caber en mi mano, los palpé y los envolví con las palmas de mis manos, luego mis dedos jugaron con esas rechonchas protuberancias puntiagudas en la que terminaban sus tetitas de adolescente, sus delicados pezoncitos.
—¡Mamá! …
Exclamó Roberta cuando retorcí delicadamente esas puntitas duritas de carne rosada.
—Solo concéntrate en lo que estás haciendo … acaricia toda su polla … arriba y abajo … rítmicamente … si quieres puedes aumentar la velocidad …
Le dije susurrándole al oído y mordiendo su cuello. Mi coño parecía una laguna, estaba muy mojada. No es que me estuviera lamentando, solo que era muy erótico el frotar mi piel con la piel de mi hija. Su tez lozana y tersa, era perfectamente flexible y elástica. Daría cualquier cosa por volver a tener una piel como la suya. Sentí que algunas gotas de fluidos escapaban de mi panocha y descendían por mis muslos.


Continué a jugar con su pezón con mi mano derecha, mientras con la izquierda, me abrí paso por su abdomen y dentro de sus pantalones de pijama, hasta rozar sus delicados vellitos púbicos.
—¡Mamá! … ¿qué estás haciendo? …
Gritó Roberta sin dejar de masturbar a su padre:
—Solo relájate, tesoro … no te haré daño … piensa que soy como tu consolador cuando te masturbas …
Cuando mis dedos se deslizaron en el surco de su rajita entre sus piernas, Roberta gimió audiblemente. Toqué su coño caliente e inundado de fluidos. Estaba goteando como un grifo. Chorreaba fluidos tanto o peor que yo. Empujé un dedo dentro de ella y Roberta gimió y detuvo la masturbación a la polla de Juan Alberto.
—¡Oh, mami … eso se siente delicioso …
Su cabeza cayó hacia atrás sobre mi hombro, pude ver que tenía los ojos cerrados. Miré a mi marido que se había quedado estático, aparte de no decir nada, solo se encogió de hombros. Cosa de la cual mi hija no se percató.
—¡Vamos, hija! … enderézate …
Saqué un poco mi dedo de su angosto agujerito y lo froté sobre su clítoris.
—Te vas a quitar la parte inferior de tu pijama y te pondrás en las piernas de tu papi …
Roberta me dio una mirada alarmada y exclamó:
—¿Qué? …
—Simplemente arrodíllate entre sus piernas … no estoy hablando de follarte a tu papá …
Dije tranquilamente, pero debo admitir que para mis adentros pensé que eso no estaba muy lejos de suceder.
—¡Ah! … está bien … de acuerdo …
Juan Alberto abrió sus piernas para dejar acomodar a Roberta, una vez que ella se arrodilló entre las piernas de su padre, me tumbé de espalda y me deslicé lentamente bajo de ella, dejando su coño directamente sobre mi boca. Roberta reanudó la paja a la verga de Juan Alberto. Me acomodé bien debajo de ella y mi lengua revoloteó entre los mojados y candentes labios de su chocho. La saboreé y me deleité con su cálida dulzura. Había comido coños de otras mujeres en el pasado, pero todas eran más o menos de mi misma edad, eran agradables, pero invariablemente todas tenían un dejo de acidez que Roberta no tenía. El coño de mi hija era algo especial, un sabor dulce que no podía identificar ni comparar con nada, a frutos frescos y naturales, quizás frambuesas, tal vez cerezas, ligeramente embriagador como un vino de alta calidad, la lamí profundamente. Juan Alberto gimió, me llamó la atención, no podía ver nada excepto los mullidos muslos de Roberta. Él gimió de nuevo y supe que estaba cerca de correrse; me aferré a los muslos de Roberta y mi lengua atacó su clítoris.
—¡Mami! … ¡Oh, Dios! … ¡Hmmmm! … ¡Aaahhh! … ¡Aaahhh! … ¡Mmmmm! …
Alejé mi boca del coño de Roberta lo suficiente para decir:
—¡No pares! … ¡Sigue acariciándolo! …
Juan Alberto volvió a gemir, como siempre él gime y gruñe mucho, pero no habla nada. Podía imaginarlo a él escupiendo semen mientras su hija lo masturbaba. Toqué mis propias piernas y ¡Oh, Dios! ¡Cómo estaba mojada! Me percaté que Roberta había dejado de masturbar a su padre, sus brazos estaban a ambos lados de las caderas de él mientras ella cimbraba su coño en mi cara, lamí su clítoris con el ardor y la acuciosidad que merecía, no pensaba en nada, solo en satisfacer a mi hija que estaba gimiendo lascivamente. Mientras lamía su botoncito del placer, la tomé por los muslos para acercarla más a mi boca y su trasero se deslizó sobre mis labios. Extendí mi lengua, abrí sus firmes glúteos y comencé a hurgar en su diminuto agujero hasta que encontré la apertura, la tiré un poco más abajo y levanté mi cuello empujando mi lengua dentro logrando penetrarla con la puntita de mi lengua, inmediatamente la escuché chillar:
—¡Jesucristo, mamá! …
La sentí temblar de placer, rotó sus caderas y su culo sobre mi boca. Lamí su culo por cerca de un minuto. No sabía a nada, pero se sentía bien; sentí las contracciones de su esfínter. Su piel se sentía suave y el contoneo de sus caderas me complació


La empujé un poco hacia atrás para poder volver a conectar mis labios con su clítoris. La seguí chupando y lamiendo con suaves mordiscos con mi labios a su coño empapado. De vez en cuando ella cogía la polla de su padre e intentaba masturbarlo, pero sobre todo estaba gozando de mi lengua en su chocho. Pensé que quizás su padre ni siquiera estaba tan duro, a menos que se estuviera masturbando el mismo. Me preguntaba que estará pensando él viendo a su esposa comerse el coño de su propia hija.


Pasaron algunos minutos y Roberta comenzó a agitarse, su respiración se hizo pesada y jadeante, entonces sucedió. Ella se corrió:
—¡Oooohhhh! … ¡umpf! … ¡umpf! … ¡Aaahhh! …
Se detuvo repentinamente con la respiración entrecortada, agachó su cabeza mirándome con los ojos entrecerrados y riéndose con carcajadas y chillidos, apretó mis mejillas con sus muslos y se puso a temblar, su coño mojó mi cara. Continué lamiéndola vorazmente hasta que ella no pudo aguantar más y alejó su delicado coño bañado de mi boca.


Literalmente se derrumbó sobre la cama con espasmos convulsivos, me arrastré sobre ella y aplasté sus tetitas con mis voluminosos pechos, tocando sus pezones con los míos y la abracé rodeándola con mis brazos. Juan Alberto había estirado y abierto sus piernas para hacernos lugar entre ellas, estábamos con nuestras cabezas justo debajo de sus bolas. Sin dejar de acariciarla le pregunté:
—¿Qué tal estuvo eso? …
—¡Oh, Dios mío! … ¡mami! … esto fue increíble … yo … yo nunca pensé que podría llegar a sentirme así …
La bese apasionadamente en la boca.
—¡Oh, cariño! … ¡Me gusta eso! … ¡Me alegro de que estés feliz! … ¡Tú padre también lo está! … ¿No es verdad, Juan Alberto? …
—Así es, Carola … estoy muy feliz …
Nos miró y no dijo nada más, siguió masturbándose. Me preguntaba si no le dolería su polla después de tanta frotación, pero su polla seguía dura como palo, quizás la imagen de su hija desnuda y corriéndose en mi boca era suficiente para mantenerlo así. Nos relajamos entre sus piernas besándonos y ella ni siquiera se sorprendió cuando un grueso chorro de semen aterrizó en mi cara. Besé a Roberta mientras su padre nos bañaba con su semen. Nos dimos besitos cortitos y ella con su lengua lamió la esperma de su padre desde mi mejilla, la miré saborearlo y nos reímos juntas como cómplices de quien sabe que cosa. Quizás este ha sido uno de los más bellos momentos que he pasado con mi hija adolescente y estaba segura de que a ella también le gustaba y, vendrían muchos más …

(Continuará …)

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2023-11-05
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