Roberta - II.

por
género
incesto

Los dedos de mi hija se deslizaban por mi espalda hasta la toalla que cubría parte de mi trasero, luego volvieron suave y delicadamente de regreso hacia mi cuello, Roberta me estaba dando un deleitoso masaje, de regalo para mi cumpleaños me dijo. Hasta ahora disfrutaba a ojos cerrados las maravillosas manitas de ella. Sentí otro chorro de aceite de rosas en mi espalda. Ella estaba usando el lubricante que yo usaba cuando Juan Alberto me sodomizaba, pero ella estaba ignara de las cosas que su padre y yo hacíamos en nuestro lecho matrimonial. No venía al caso de que se enterara de aquello. Hasta ahora parecía funcionar bien, sus dedos sobajeaban mis muslos y el interno de mis piernas hacia la convergencia cercana a mi ingle, por supuesto que sentía un hormigueo en mi coño y pronto me puse cachonda. Repentinamente se detuvo:
—¡Papá! … ¿Qué estás haciendo aquí? … ¡ehm! … ¿Y por qué estás desnudo? …
Ciertamente no podía verlo porque estaba boca abajo en la cama; tampoco tenía idea de por qué Juan Alberto estaba desnudo, pero no sé por que la cosa no me causó ningún impacto, yo ya lo conozco, sé que es un buen hombre, de pocas palabras, pero de acción. Si estaba desnudo por algo será. La verdad es que la semana pasada habíamos estado los tres juntos por primera vez en la misma cama; Juan Alberto no nos había follado a ninguna de las dos y seguramente ahora buscaba un poco de esa acción que acabo de mencionar. De todas maneras, no me pareció muy correcto que él caminara desnudo por ahí, sobre todo porque yo también estaba desnuda bajo la toalla. Ni siquiera lo había escuchado abrir la puerta, probablemente quiso sorprendernos.
—Perdona, cariño … pero sabía que le ibas a dar un masaje a tu madre … así que supuse que ella estaría desnuda … y también supuse que tú te quitarías la ropa … evidentemente me equivoqué … pero no quería disturbarlas … puedo ponerme algo ahora mismito si quieres … una bata quizás …
—No … no es necesario, papi … pero ¡por Dios! … esa … esa cosa tuya … tan tiesa … parece muy grande así …
—Cariño … ese es mi pene … no es una “cosa” … y simplemente actúa por cuenta propia … yo no puedo hacer nada … es independiente de mi cerebro … no puedo ordenarle que se mantenga lacio y flojo … pero no te preocupes … pronto se irá y se pondrá buenito …
Fue muy interesante escucharlos hablar sin poder verlos, sobre todo a mi marido que nunca habla nada de nada. Roberta no cesó el masaje, lo cual fue bueno para mí, ya que lo estaba disfrutando totalmente. Sé que soy bonita y atrayente, sé que también Juan Alberto en parte decía la verdad sobre no poder controlar su polla y que ésta se ponía dura independiente de lo que él pensara, aunque no exactamente. Estaba bastante segura de que podía ponérsele duro cuando él quería sexo; asumiendo de que no habíamos follado, probablemente iba buscando de tener sexo con nosotras, sino no habría tenido esa erección que observó Roberta. No sé si esta es una explicación correcta, no es un asunto simple, es complicado, los hombres son complicados.
—¡Papá! …
Escuché exclamar a mi hija, luego más suavecito dijo:
—¡Ummmm! … ¡Oh, papi! …
No tenía idea de lo que eso significaba; ¿qué estaban haciendo? Pensé en girar la cabeza, pero me encontraba en una posición demasiado cómoda y Roberta no había cesado de masajear mis piernas. Este era solo Juan Alberto que estaba haciendo algo … ¿manoseando a su hija? ¿empujando su dura polla contra su trasero? ¿tal vez masturbándose? En eso le escuché decir:
—Está bien … déjame ayudarte un poco …
Sentí que me quitaban la toalla exponiendo mi trasero al aire libre. Los cosquilleos en mi coño se intensificaron. Supuse que él o ella, o quizás ambos me harían algo en el trasero. Derramaron un poco más de lubricante que se escurrió en medio al surco de mi culo, entremedio de mis muslos y sobre los empapados labios de mi coño. Las grandes manos de mi marido se apoderaron de mis glúteos y lo escuché decir:
—Simplemente haz lo que yo hago, Roberta …
Las robustas manos de mi marido comenzaron a amasar mi trasero, podía sentir su fuerza y energía; los toques de Roberta fueron más sutiles y gentiles, pero ambos se sentían bien, las sensaciones venían probablemente realzadas por el contraste. Juan Alberto levantó mi pierna derecha y la tiró hacia un lado; Roberta hizo exactamente lo mismo con mi pierna izquierda mientras rozaba mis nalgas suavemente. Sabía que ella estaba imitando a su padre. Dos gruesos dedos de mi marido se metieron en mi panocha, sin duda eran sus dedos, los de mi hija son más delgados y huesudos. Después de todo el masaje mi coño estaba totalmente mojado, especialmente cuando Juan Alberto comenzó a rozar mi clítoris con uno de sus dedos. Roberta había dejado de masajearme, de seguro embelesada con las caricias que me hacía mi esposo y los gemidos que escapaban de mis labios. Sentí la dura polla de Juan Alberto deslizándose por mi cadera, entonces le escuché decir:
—Hija … voy a lamber el culo de tu madre, tal como ella lamió el tuyo …
Cómo no escuche ninguna palabra en respuesta, imagine los movimientos de la cabeza de mi hija diciendo algo negativo a la sugerencia de su padre. Pero segundos después, ella dijo:
—Sí, papi … eso se siente extraordinariamente bien … solo hazlo bien …
Sentí que un poco de lubricante se deslizaba por mi trasero, Juan Alberto sacó sus largos dedos de mi coño y su mano agarró mis dos nalgas, apartándolas suavemente. La lengua de mi marido comenzó a provocarme lamiendo mis cachetes, la punta de su lengua viajaba dibujando círculos sobre la piel de mi trasero, se acercaba juguetonamente a mi orificio, pero sin tocarlo. Podía sentir la deliciosa calidez de su aliento en mi nalgas. Llevé mi mano por entre mis piernas, por debajo de mi cuerpo levantando un poco en el aire mi trasero y comencé a frotar mi clítoris. La lengua de Juan Alberto se movió hacia mi culo y comenzó a lamerme ampliamente, largas lamidas y luego empujando con la puntita hacia adentro de mi trasero, penetrándome al menos unos dos a tres centímetros, ¡por Dios que se sentía bien! Me folló con su lengua un par de minutos. Froté enérgicamente mi clítoris con tres de mis dedos en punta. La lengua de Juan Alberto se detuvo y sentí que me daba una juguetona palmada en el trasero. Con increíble sorpresa me llegó otra palmotada del lado de mi hija Roberta, ¡Un poco más fuerte!:
—¡Hey! … ¿Qué pasa? … ¿Le pegas a tu madre? …
—¡Solo copio lo que hace mi padre! … sé que te gusta …
Me dijo con una voz socarrona y me dio dos palmotadas más. Era mi hija que me azotaba y me pareció genial. Juan Alberto me dijo:
—Date vuelta tesoro y muéstranos lo bella que eres …
Me giré boca arriba con las piernas bien separadas y me centré en el colchón. Estaba lista y dispuesta para aceptar todo lo que me quisieran hacer. Hasta ahora todo estaba perfecto, entonces Juan Alberto le dijo a Roberta:
—Está bien, hija … ahora acuéstate encima de tu mamá …
Roberta le dio una mirada interrogativa y el retrocedió en sus instrucciones.
—Espera un minuto … así no va a resultar … no va a funcionar con la ropa puesta …
Lo vi moverse hacia detrás de Roberta, tomó el borde de la remera de ella y se la sacó por encima de la cabeza. Le desabrochó el sostén que, con sus tetitas así de duras, no cumplía ninguna función. Voluntariamente ella se puso de pie y él la acercó a su cuerpo y se inclinó a besarla, luego se arrodilló frente a ella, besó sus pezones mientras bajaba a desabrochar los pantalones cortos. Se los bajó junto con las bragas hasta los tobillos y ella saltó fuera. Bueno ahora ella estaba desnuda, debería haberse detenido ahí, pero su enorme polla dura apuntaba directamente a su hija y al parecer estaba comandando la voluntad de mi marido. Me enderecé un poco en la cama:
—¡Hey! … ¡Se supone que hoy es mi cumpleaños! …
Al parecer nadie me escuchó. Las manos de Juan Alberto tomaron las caderas de su hija y él besó su coño comenzando a lamerla; vi la cara de Roberta irse a otra dimensión con una sicalíptica sonrisa, frunció su ceño, luego hizo una mueca y después volvió a sonreír. Al parecer su lengua había encontrado su clítoris; ella gimió audiblemente:
—¡Mmmmm! … ¡Aaaahhhh! … ¡Oohhh, papi! …
Juan Alberto la miró y sonrió:
—Está bien, niña … ahora súbete encima de tu mamá … puedes masajear su cuerpo con el tuyo … ¡Prueba! …
Roberta parecía un poco escéptica, pero se calmó y acomodó sus piernas entre las mías, una en medio y otra por fuera, nuestros coños muy cerca el uno del otro. Sus pequeños pechos empujaron mis tetas grandes, su rostro estaba muy cerca del mío, nos sonreímos casi tocándonos con nuestras narices.
—¡Hola, cariño! … ¿Cómo estás? …
Le dije sonriéndole, ella se movió frotando sus tetas con las mías, haciendo casi doloroso el endurecimiento de mis pezones. Me levanté levemente y la besé. Fue un beso fortuito que la pilló de sorpresa. Sus labios eran suaves y dulces, sabían a frutos exóticos. Tiernamente empujé sus labios con mi lengua y le di un beso francés. Besar a mi hija suave y profundamente hizo que me mojara tanto que podía sentir mi panocha goteando fluidos candentes.


Estábamos sobre las sábanas, mi cabeza sobre la almohada. Toda mi atención estaba en la boca de Roberta, la habitación y mi marido habían desaparecido de mi mente, quizás estaba alucinando y delirando al mismo tiempo. Sentí el movimiento de sus caderas y pensé que Juan Alberto estaba tramando algo. Roberta con los ojos cerrados estaba perdida en nuestro beso, apoyaba sus labios de jovencita firmemente contra los míos y su lengua hurgaba dentro de mi boca, hice a un lado mi lengua y la deje explorarme, me encantaba la sensación de tener la húmeda lengua de mi hija dentro de mi boca, parecía una avezada besadora. Su pierna se apoyó en mi coño, no rozaba mi clítoris, pero esa presión ligera se sintió muy agradable, mi hija continuaba a besarme en un beso sin fin.


¿Y que pretendía Juan Alberto poniendo a Roberta encima de mí? Habíamos visto una infinidad de videos porno juntos a lo largo de los innumerables años de matrimonio, quizás el quiera que interpretemos algunas de sus locas y cachondas fantasías. Así podría masturbarse mientras nos mira. Siempre me ha encantado verlo masturbarse, cuando arquea su espalda y tiene esos espasmos que lo hacen tiritar y se corre chorreando con su polla apuntando hacia cualquier lado.
—¿Mami? …
Llamó Roberta y me encontró por sorpresa:
—¿Ah? … ¡ehm! … lo siento cariño … mi mente estaba divagando ...
Me sentía más cerca que nunca de mi hija, el sexo nos había acercado más y quería que nos sintiéramos bien ambas junto a su padre. Deslicé mis dedos por la espalda de ella hasta su trasero, ahí encontré las manos de Juan Alberto, una en cada nalga, empujando y moviéndola contra de mí. No podía verlo, pero imaginaba que su polla estaba durísima y goteando. Imagino su sufrimiento sin tener un lugar donde meterlo. El cuerpo de Roberta se deslizó hacia abajo y saludó a su padre:
—¡Hola, papi! …
Su cabeza había llegado a la altura de mis senos y sentí su boca en mi pezón, tal vez me chupó solo porque estaba con mi teta al alcance. Me chupaba con cierta torpeza, era evidente que no sabía chupar una teta, podía sentir sus dientes de vez en cuando. Así y todo, no estaba nada de mal. Juan Alberto subió por mi costado hasta mi cabeza y su polla quedó justo allí, a mi lado. Miré su grueso pene y le dije:
—¡Hola, bebé! … ¿Quieres algo? …
No emitió ni una sola palabra, solo empujó su enorme polla algunos centímetros en mí boca, estiré mi cuello y engullí casi toda su polla entre mis labios. Roberta chupaba mis tetas, yo mamaba a Juan Alberto y, ella mi hija, me pareció que estaba quedando afuera. Podía sentir en mi boca el sabor característico del líquido preseminal que rezumaba la polla de mi marido. Su polla tenía un sabor familiar para mí. Podía reconocerlo entre el sabor de otras pollas. Desde que nos casamos, nunca he engañado a mi esposo; siempre hemos sido cómplices de nuestras correrías sexuales. He chupado muchas pollas en mi vida, pero siempre en su presencia y con su consentimiento.


Chupé un poco más. La boca de Roberta lamiendo y mordisqueando mis pezones se sentía divino, como así también la maciza y dura polla de Juan Alberto que estimulaba mi garganta. En eso él sacó su polla de mi boca y sentí que Roberta dejaba de besar mis senos. Abrí mis ojos para ver que estaba sucediendo, me encontré con la polla de mi marido suspendida en el aire un poco más arriba de mis ojos y la boca de Roberta semiabierta, mi marido le presentaba su polla a mi hija; Roberta tomó delicadamente la polla de su padre entre sus labios. Cómo si lo estuviera probando, luego cerró su boca alrededor de su pija y Juan Alberto empujó no encontrando ninguna resistencia, penetró la boca de su hija con la entera polla. Roberta no retrocedió ni un centímetro, tosió un poco e hizo un par de arcadas, pero no se dejó escapar la tremenda polla de su padre de la boca. Delicadamente, Juan Alberto puso una mano en la cabeza de ella y comenzó a follar su boca con lentos y suaves movimientos. No podía perderme esta escena que se desarrollaba a centímetros de mis ojos, la mastodóntica pija de Juan Alberto desaparecía hasta el comienzo de sus cojones en la acogedora boca de Roberta.


No me parecía verdad, no lograba ni siquiera pestañear. Sentí que me mojaba aún más entre mis piernas mirando a mi hija mamando la gran polla de su padre, como pude bajé mi mano a mi coño y comencé a frotar mi panocha enérgicamente. Me masturbé mirándolos. Roberta chupaba la verga de su padre cómodamente, bastante mejor que la primera vez que hicimos algo como esto, sé que era mi hija porque la había visto, pero ahora con sus cabellos a cubrir su rostro y sus ojos claros, parecía otra persona. Los hoyuelos de sus mejillas habían desaparecido, ahora sus mejillas estaban hundidas succionado la verga enorme de su padre, pero cuando volviera a sonreír, sus simpáticos hoyuelos volverían otra vez. Quizás si le sucedía lo mismo cuando chupaba mí clítoris.


Estábamos en un ambiente cargado de sexo y lujuria, mi cuerpo respondía como a golpes de corriente; Juan Alberto parecía estar divirtiéndose, pero sacó su pene de la boca de su hija y se desplazó arrodillado hacia abajo. Puso una mano en la cadera de Roberta y suavemente la empujó hacia un lado:
—Creo que es tiempo de que tu mami y yo lo hagamos, querida …
Se centró en medio a mis piernas y su gigantesca polla se hundió en el océano de fluidos calientes de mi panocha. Di un suspiro y un largo gemido de alivio sintiéndome empalada en la dura polla de mi esposo.
—¡Ummmm! … ¡Oooohhhh! … ¡Juan Alberto! … que bien te siento en mi coño, maridito mío … es tan agradable tu polla en mí … estás tan durito … ¡Fóllame, cariño! … ¡Fóllame profundamente! …
La polla de Juan Alberto estaba un poco sobre la media, cerca de diecinueve centímetros, pero era gordo como una lata de bebida Cola y hasta ahora, no había conocido una polla que lo superara. Después de casi veinte años de matrimonio y una hija, todavía siento que mi coño se expande para hacerle espacio a su grosor y esa sensación es extraordinariamente deliciosa. Roberta nos miraba con atención, ella tenía una mano sobre el trasero de Juan Alberto, pero no empujaba ni nada, solo observaba. Pero de repente le dio una palmada sobre el trasero, no fuerte y mi marido le sonrió:
—¡Pégame más fuerte, Roberta! …
Ella lo abofeteó de nuevo y él dio un respingo:
—…más duro … más fuerte, tesoro …ha que se pongan rojos mis cachetes …
Roberta lo hizo, lo golpeó varias veces, las palmotadas sonaban como disparos. Vi que la espalda de Juan Alberto comenzaba a arquearse, esa era una señal reconocible. No decía nada, pero su sonrisa y la mueca de su rostro, su ceño ligeramente fruncido, todo indicaba que estaba a punto de correrse. Roberta al parecer también se percató de ello y lo golpeo fuertemente de nuevo:
—¡Córrete, papi! … ¡Córrete dentro del coño de mami! …
Su polla empujó violenta y profundamente en mí, lancé un chillido y me apreté a él, sus chorros abundantes comenzaron a llenarme toda, me estremecí corriéndome y succionando su polla con mis músculos vaginales, quedó abatido encima de mí, su peso me sofocaba, se levantó y con la respiración entre cortada dijo:
—¡Está bien, nenita … puedes parar! …
Luego se derrumbó sin aliento a mi lado, con voz tranquila mi hija le preguntó:
—¡Papi! … Te corriste dentro de mami, ¿no? … Que maravilloso es verlos como lo hacen …
Luego hizo algo que me sorprendió tanto a mí como a mi marido, se inclino entre las piernas de él y se tragó la polla blandengue empapada de semen y fluidos míos. Pero las sorpresas no habían terminado, una vez que limpió la polla de papá, se vino entre mis piernas y comenzó a lamer la esperma que rezumaba de mi coño, metió su lengua profundamente en mí y me chupó mi clítoris, al igual que lo hace mi marido cuando no me corro junto a él. Mi hija me comió el coño hasta que me revolqué sobre la cama en convulsiones demenciales, tuve que escapar de su boca caliente y voraz.


Después de unos cinco minutos, Roberta dijo:
—Fue muy excitante verte tener sexo con mamá, papi …
Juan Alberto se enderezó un poco y la miró, pensé que no iba a decir nada como usualmente hace, pero dijo:
—Me follé a tu mami, Roberta ... me la follé bien follada ...
Ella le sonrió sensualmente y acarició los pectorales de su padre. Luego se volvió hacia él, sobre su pierna y puso la suya sobre esa.
—No hables así, Juan Alberto … no … ya sabes … no es bueno …
—¡Oh, mami! … ¡deja! … yo ya he escuchado la palabra follar … y hasta la he usado …
—De todos modos … tu padre no debería decirla delante de ti … eres una nenita todavía …
—¡No! … no lo soy …
Dijo Roberta desafiante. Su mano envolvió la polla de su padre y la acarició, pero esta ni siquiera se movió, estaba pequeña y fláccida, casi triste, diría. Su mano descendió más abajo y levantó sus pelotas con una mano y con la otra comenzó a acariciar el surco del culo de Juan Alberto. Él sintió sus bolas en peligro y dijo:
—¡Cuidado, bebita! … ¡Esos son delicados! …
—Lo sé, papi …
Dijo ella con cierta timidez. Roberta se deslizó sobre la cama y se acomodó boca abajo; calmadamente se llevo la polla de su padre a la boca. Ella lo chupó fervorosamente, me acomodé a observarla atentamente. Sus mejillas volvieron a ponerse cóncavas mientras chupaba a su padre.
—Eso se siente bien, bebita …
Dijo Juan Alberto acariciando sus cabellos claros. Pude ver como su polla comenzaba a crecer y a endurecerse. Me pregunté por un instante si estaba bien que la verga de mi marido viniera mamada por su propia hija. Me respondí que no había daño si lo hacían de voluntad propia; comencé a mojarme y poco a poco comencé a frotar mi delicado clítoris. La cabeza de Roberta se movía constantemente arriba y abajo, engullendo la polla de Juan Alberto hasta su pelvis. Estaba segura de que esta vez mi marido no se correría muy rápido, pero daba señas de sentirse muy excitado, debe haber percibido mis pensamientos y vibraciones, porque se giró un poco hacia mí para lamer un pezón de mis senos, pero la cabeza de Roberta se levantó y dijo perentoriamente:
—¡No, papi! … ¡Esto es solo entre tu y yo! … ¡Deja a la mami tranquila! …
Mi marido se encogió de hombros y como siempre no dijo nada, solo se dejó caer en la cama a disfrutar de la mamada de su propia hija. Su polla ahora estaba totalmente dura y la mano de Roberta se movía arriba y abajo enérgicamente. Mis dedos revolotearon sobre mi panocha y revolvieron el capuchón de mi clítoris mientras la boca de Roberta llegaba una y otra vez hasta la pelvis de su padre. Luego vino otra novedad.


Roberta puso una pierna entre mi marido y yo, montó a su padre a horcajadas. ¿Qué querrá hacer esta niñita? Me pregunté. Pero era evidente, asombrada y maravillada la vi coger la polla de Juan Alberto y pasearla entre los labios de su empapado coño. Mis ojos se abrían desmesuradamente mientras ella sostenía su polla firme hacia arriba, la vi como su torso descendía y comenzó a sentarse en él. Por un momento me desesperé:
—¡Roberta! … ¡No! … ¡No puedes! …
Dije mientras no podía evitar de masturbarme frenéticamente, no podía impedir que mi hija se follara a mi marido, ella me miró primero a mí y después a su padre:
—¡Sí, mamá! … ¡Sí puedo! … ¿No es verdad, papá? …
Esperé en vano una respuesta de mi marido, pero el idiota no dijo nada, ni siquiera intentó hablar. En cambio, lo vi empujar sus caderas hacia arriba haciendo entrar su polla en el apretado coño de su propia hija.


Roberta echó la cabeza hacia atrás, cerro sus ojos, acaricio sus pequeñas tetas y pareció concentrarse, sintiéndose casi aliviada de tener la polla de su padre profundamente en su coño adolescente. Hizo una mueca, sus hombros se echaron hacia atrás, su cuerpo se arqueó y sonrió, luego me miró orgullosa:
—¡Mira, mamá! … ¡Puedo follarme a mi papá! …
Ella comenzó casi a saltar sobre su polla arriba y abajo, vi la gruesa verga de mi esposo aparecer y desaparecer dentro de ella. No había duda alguna, mi hija estaba follando a mi marido. Y yo estaba mirando fascinada jugando con mi clítoris que estaba a punto de estallar. Mis dedos se hundieron en mi chocho haciendo un ruido de chapoteo, nadie se molestó ni se distrajo por el sonido. La escuché gritar:
—¡Oh, papá! … ¡Fóllame! … ¡Jode a tu hija! … ¡Tu polla me hace morir, papi! …
Juan Alberto estiró la mano y acarició sus pechos. Sus pulgares jugaron con sus pezones. Vi a mi marido follándose a nuestra hija y repentinamente me corrí; así de pronto y sin previo aviso, me contorsioné con mis muslos apretados, me sentí acalorada, agitada, un poco molesta y al segundo siguiente estaba temblando de pies a cabeza y balbuceaba ininteligibles palabras, me estremecí toda.


La alocada sensación de desenfreno y lujuria disminuyó lentamente. Debo haber gritado, gemido o algo así, porque me pareció escuchar a mi hija que gritaba:
—¡Oooohhhh, papi! … ¡Mira! … ¡La mami se está corriendo! … ¡Fóllame, papi! … ¡Fóllame, yo también quiero correrme como la mami! …
La polla de Juan Alberto parecía un obelisco en medio al coño de Roberta, sobre todo ahora que le había afeitado el coño igual que el mío. Ella estaba haciendo esa cara característica a cuando estaba por correrse, la mueca, el ceño fruncido, saltaba y rebotaba sobre la polla de su padre, pero sospechaba que no era nada más que una ilusión mía. Escuché la afligida voz de mi marido:
—¡Estoy por correrme, bebita … quizás es mejor que te bajes! …
Me pareció ver una mona expresión de determinación en su rostro juvenil y se hundió más en él, apenas rebotando y contoneando sus caderas frenéticamente. Mi marido se agitó y gritó:
—¡Dios mío, Roberta! … ¡Estoy acabando dentro de ti! …
Le metió la polla y vi la sonrisa de satisfacción en el rostro de Roberta. No tenía idea de que cosas pasaban por las cabezas de ambos, pero las caderas de Juan Alberto se sacudieron y empujaron hacia arriba. Las caderas y el vientre de Roberta temblaron es espasmos repentinos. Él se derrumbó hacia atrás y ella cayó sobre él, con su polla profundamente todavía en ella.
—¿Tú también te corriste, nenita? …
Preguntó Juan Alberto, ella asintió con su cabeza, pero no creo que lo haya hecho; aún así, parecía muy satisfecha consigo misma.


¡Que feliz cumpleaños! Pensé para mí …


(Continuará …)

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2023-11-06
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