Luisa, mi hija

por
género
incesto

Me sentí el hombre más afortunado del mundo cuando mi mujer me dijo que estaba embarazada y a los meses, me informó que tendríamos una niña. Desafortunadamente debido a complicaciones durante el parto, mi esposa no podía concebir otros bebés, así que esta era nuestra única hija. Luisa era la niña de mi ojos. La idolatré desde el primer segundo.


Me sentí dichoso al poder hacerme cargo de bañarla y cambiar sus pañales. Creció y la tuve que acompañar al colegio, la madre la inscribió a clases de ballet y era yo quien la llevaba a sus clases. Vinieron las fiestas de los cumpleaños y las pijamadas. Aprendí en que tipo de ropajes usaban las chicas y los chicos de noche. Había unas chicas que usaban pijamas, mientras otras pocas usaban camisones y bragas. Desde los nueve años hacia arriba, note la violencia de algunos niños, los encontré atrevidos e incluso algo coqueto delante de las chicas. ¿Sería eso peligroso para mi pequeña Luisa? Pero descubrí también que inocentes abrazos parecían calmarlos, especialmente a mi propia hija.


Le gustaba tener conmigo pequeñas riñas y juegos de peleas en mi regazo. Hasta los diez años nos bañábamos juntos, hasta que mi esposa entro en baño mientras ella me estaba lavando mi tremenda erección.


Estuvimos algo así como dos años sin bañarnos juntos. Pero ya a sus once años me preguntó ¿Por qué no podíamos bañarnos juntos? Como en esos pasados años, ¿Acaso ya no la quería ni la amaba del mismo modo? A mí me hubiera gustado volver a bañarme con ella, pero debíamos hacerlo en privado y solo cuando mis esposa se encontrara trabajando. Cuando ella dijo estar de acuerdo me vino un regocijo en toda mi alma.


Algunas cosas sucedieron en esos tiempos, cosas que complacían a mi y a ella. Era días de acercamiento entre padre e hija, muy placenteros e íntimos para los dos. Hasta el día ominoso y sombrío en que mi esposa nos descubrió.


En ese tiempo Luisa tenía seis añitos y era la primera vez que nos bañábamos juntos. Le había estado dando duchas en una vasija portátil de niños desde cuando tenía seis meses. Enjabonaba su pequeño cuerpo resbaladizo y luego con la ducha portátil la enjuagaba para sacarle todo el jabón, después mi esposa se encargaba de secarla y ponerle su pañal. A la pequeña Luisa le encantaba el agua tibia y las pompas de jabón. No le daba miedo ni siquiera cuando dirigía el chorro de la ducha a su rostro angelical. Ella aprendió a contener un poco la respiración y a cerrar sus ojos estrechamente. Desde pequeñita fue muy osada y valiente.


Cuando cumplió seis, ella pidió que quería bañarse con papá y jugar en el agua esos juegos de peleas y cosquillas, no quería que solo la lavara con el guante de la ducha. Entonces me desnudé y me metí a la bañera con mi hija, mi esposa no tuvo ningún reparo, ella pensaba que nuestra hija debía crecer viendo las cosas normales de la vida. No era una costumbre permanente, pero en días de calor mi esposa andaba por casa en paños menores y algunas veces totalmente desnuda y yo hacía lo mismo. Nuestra hija estaba acostumbrada a esto y lo tomó como algo natural y consuetudinario. Todo muy casual y normal.


Así fue como me metí a la bañera desnudo con ella, Luisa me miró de pies a cabeza, pero superficialmente. No tenía una erección y mi cuerpo estaba en modo natural, nada fuera de lo común. Tuvimos contactos ocasionales de nuestros cuerpos mientras jugábamos. Y también cuando la senté sobre mis piernas para lavarle el cabello. Por ningún motivo quería de que hubiese una reacción sexual por parte de mi cuerpo que despertara la curiosidad en ella. Continuamos bañándonos juntos y fui viendo como esta bebita comenzaba a desarrollarse de niña chica a una más grandecita.


Como a los diez años, cuando pensé que nada iba a suceder jamás entre Luisa y yo, vino un cambio gradual y algunas primeras preguntas de curiosidad.
—Papi … ¿a todos los seres les crece el pelo en el pecho como a ti? …
—No, Luisita … solo a los hombres les crece el vello en el pecho … pero no a todos … viste a tu tío Andrés en traje de baño … él no tiene ningún pelo en el pecho … a los chicos comienzan a crecerle los vellos del cuerpo cuando llegan a la pubertad …
—¿La pubertad? … ¿Qué es eso, papi? …
—Es cuando a los niños comienzan a crecerle sus vellos … te lo dije …
—Pero, papi … no entiendo …
—Es un cambio que se produce cuando un niño comienza a convertirse en un hombre … eso sucede más o menos como a los doce o catorce años … para las chicas eso comienza antes …
—¡Papi, no seas tonto! … a las chicas no nos salen vellos en el pecho …
—Sí, es verdad … pero comienzan a crecerle las bubis … eso significa que se están convirtiendo en mujer …
—Entonces … ¿seré como la mami? … ¿con esas bubis grandes, papi? …
—Así es Luisa … tus senos comenzarán a crecer justo aquí …
Le dije tocando los diminutos pezones en su pecho plano, apuntando hacia su entrepierna le añadí:
—… y te crecerán vellitos allí …
Pero no serás exactamente como tu mami, cada individuo es un poco diferente de sus padres. Recogí el guante de la bañera para continuar a lavarla pensando que le había dado suficiente información, pero ella quería saber más. Repentinamente ella se puso de pie y dijo:
—Papi … mira aquí … tengo dos agujeritos …
Así diciendo, empujó su ingle hacia mi rostro y con dos dedos en sus labios mayores abrió su coño de par en par y preguntó:
—¿Ves? … desde ese pequeñito de arriba sale mi orina … pero hay otro más grande abajo … ¿para que me sirve eso si no lo uso para nada? … ¿Qué es ese otro agujero, papi? …
Me sentí culpable de estar teniendo este dialogo educativo sexual con mi pequeña, di una rápida mirada insegura y maliciosa para verificar que mi esposa no anduviese cerca y respondí:
—Ese otro es tú vagina … sirve … ¡ehm! … ¡hmm! … pata tener bebés … cuando seas mayor y te cases … por ahí tendrás tus bebés …
—¡Ay, papi! … ¡No seas bobo! … ¡Deja de burlarte de mí! … mamá me dijo que los bebés crecen en el vientre … además, ese agujerito es muy pequeño para que pueda salir un bebé de allí …
Y para demostrarme lo pequeño que era, metió uno de sus deditos diminutos en el pequeño orificio, me pareció un movimiento de cargado sentimiento sexual y mi pene dio un respingo en alto. Pude ver los juguitos de mi pequeñita que hacían brillar sus rosados y delicados pliegues. Luisa continuaba a sostener su coñito abierto a centímetros de mi cara. ¡¡Dios mío!! Si hasta incluso podía oler su néctar divino y virgen. Tuve un repentino recuerdo de cuando era niño y la hija de nuestro vecino me mostraba su pequeña panocha, hasta que la hice entrar en casa y se la chupe hasta quedar cansado. Pude sentir mi erección aflorando a la superficie del agua. Pero esta era mi hijita. Así que reaccioné:
—¡Luisa! … ¡Ya, deja eso! … siéntate para terminar de lavarte … le diré a tu madre que te explique mejor sobre ese agujerito tuyo …
—Está bien, papi …
Se sentó de vuelta en mí regazo. Respiré aliviado pensando que había pasado el momento libidinoso de mi parte. Seguí lavándola y podía sentir su flexible y suave cuerpo y mi erección creció. La enjuagué rápidamente ocultando mi erección con el guante de la bañera. La sequé lo mejor que pude y la envié a su cuarto envuelta en una toalla. Apenas Luisa salió del baño, agarré mi pija y la sacudí fervorosamente, en pocos segundos descargué una copiosa cantidad de semen en las jabonosas aguas de la bañera. Sintiéndome avergonzado, me sequé y me fui a ponerme mi pijama.


Mas tarde esa noche, acostados con mi esposa en nuestro lecho matrimonial. Le conté en parte lo que me había sucedido con Luisa y su curiosidad por saber ciertas cosas “íntimas”, le dije que tal vez era necesario que ella tuviera una charla con la chicuela de madre a hija. Pensé que el problema estaba resuelto y me despreocupé del tema del baño por algunos días.


El fin de semana siguiente, mi mujer había asistido a una reunión del colegio de Luisa, yo miraba distraído la televisión cuando ella vino a pedirme que la ayudara a bañarse. Cosa que hice inmediatamente. Nos metimos desnudos a la vasca y Luisa comenzó a contarme de sus juegos en el colegio, de sus tareas, de sus profesores y pensé que podía bajar la guardia. Parecía haber dejado atrás toda esa curiosidad anterior. Estaba totalmente relajado cuando se sentó con las piernecitas cruzadas frente a mí, miró mi pene que flotaba entre mis muslos, inerte.
—¡Papi! … ¿Cómo haces para que tu pene así pequeño y blando vaya en la vagina de mamá? … se ve demasiado suavecito …
—¡Oh, Cristo! … ¿Qué te dijo tu madre, cariño? …
Sentía la creciente excitación al mirarla entre sus piernas.
—Bueno … dijo que tienes que amar a la persona … entonces tu pene va en su vagina y hacen un bebé … ¿Cómo se hace eso cuando es tan blandito?
Extendió su dedito y tocó mi glande, mi miembro reacciono balanceándose hacia arriba y hacia abajo en el agua. A ella le pareció divertido y se rio. A mí no tanto porque sentí una cálida vibración en mi espina dorsal.
—No hagas eso, tesoro … estas son mis partes privadas y no las puede tocar cualquiera … no andes tú tocando las partes privadas de nadie por ahí …
—Pero quiero saber cómo funciona, papi …
Me dijo mi hija con su carita un poco triste, pero decidida. Inmediatamente supe que no iba a ser fácil. Traté de enfocar el todo en una conversación como de negocios, suspire:
—Bien … ¡ehm! … cuando un hombre se excita con la mujer que él ama … quiere tener relaciones sexuales con ella … su pene se vuelve duro … cada vez más duro … entonces puede entrar en la vagina de su esposa fácilmente …
¡¡Maldita sea!! Mi pene ignaro de mis palabras elaboradas y neutras trataba a toda fuerza de demostrar lo que yo estaba explicando. Lo sentí que se asomaba a la superficie del agua y mi hija que observaba asombrada la situación, chilló:
—¡Papi! … ¡Papi! … ¡Lo está haciendo! … ¡Se está preparando! …
—Sí, Luisa … lo hice solo por esta vez … para demostrarte de que se trataba … ahora sabes como es …
Mentí descaradamente, puse el guante de la bañera en mi polla y traté de ocultar mi reciedumbre masculina, esperando que pronto volviese a la normalidad. Luisa se abalanzó hacia adelante como un fulmine, me quitó el guante y lo dejó caer detrás de ella.
—No … no, papi … quiero verlo … ¡Guau! … ¡Oohhh! …
Antes de que pudiera detenerla, envolvió mi pene con su manita. Mi polla saltó y palpitó en su mano y comenzó a ponerse cada vez más duro.
—… ¡guau, papi! … esto si que está duro …
Ella puso su otra mano alrededor de mi glande haciendo bajar mi prepucio para que la cabezota morada de mi pija estuviera totalmente expuesta.
—¡Genial, papi! …
Se inclinó e inspeccionó mi cabeza, mirando fijamente el orificio en la cúspide.
—… por ahí es por donde orinas, ¿verdad? …
—¡Luisa! …
—Papi … esto es realmente sorprendente … ¿De dónde salen las cosas para formar al bebé? …
Cuando no respondí de inmediato, ella levantó mi polla buscando algún otro sitio escondido a sus ojos. Entonces interrogativamente me miró a la cara y apunto el meato en la punta de mi pene.
—¿Por aquí? …
Estaba shockeado y sin palabras, solo asentí con mi cabeza. Pero ella no se detuvo ahí, agarró mi erección magreando mi pene y dijo:
—¡Ugh! ¡Qué feo! … al menos las chicas tenemos un agujero para orinar y otro para hacer bebés … ¿Cómo puedes mear a tu bebé? ¿Cómo puedes tirar tus cosas junto con tu pipi? …
Hizo una cara como si hubiera descubierto algo demasiado asqueroso. Se estremeció. Luego agregó:
—Quiero verlo, papi … quiero ver como orinas las cosas del bebé …
Finalmente saqué fuerzas de no se dónde y le dije:
—Luisa … eso es suficiente … deja eso ya … no es algo para que lo toques …
De muy mala gana me soltó, alcanzó el guante detrás de ella y cuidadosamente cubrió mi polla, dándole innecesarios aprietes por aquí y por allá, para terminar, le dio unas palmaditas.
—Está bien, papá … solo trato de aprender algo sobre los niños varones … eso …
—Bueno … no es malo si sientes curiosidad … pero no puedes andar agarrando a la gente de sus partes privadas … no es educado …
—¡Oh, mira! … el tuyo continua a estar muy duro, papi … ¿Por qué? …
—Porque todavía estoy un poco excitado …
¡Qué mala elección de mis palabras! Traté de corregirme:
—… quiero decir … cuando un hombre se excita permanece excitado hasta que la causa de la erección haya desaparecido …
¡Mierda! Parece que lo hice peor. Luisa miró mis ojos y miró su coño. Ella se miró alrededor de todo el baño y luego volvió a mirar su rajita abierta, su clítoris asomaba turgente entre sus pliegues rosáceos, estaba tan rígido como mi pene. Era obvio que ella también sentía un grado de cachondez. Pensé que lo mejor era ir adelante con la verdad:
—Cariño … creo que me excité cuando comenzamos a hablar de estas cosas … ahora termina de enjuagarte y sal de la bañera … ¿de acuerdo? …
—¡Pero, papi! … todavía ni siquiera he terminado de lavarme …
Ella recogió de nuevo el guante y el jabón, lo que convenientemente para ella, descubrió mi total erección, sus ojos se centraron fijos en mi pija. Como si nada desechó el guante y el jabón y se puso a estudiar mi pene erecto.
—Papi … ¿por qué se está moviendo así? …
—Es por el movimiento del agua, cariño … es el agua …
Mi hija estudió el movimiento del agua por un instante.
—Pero el agua no se mueve, papi …
—Bueno … también se mueve cuando estoy excitado …
Vi la maliciosa sonrisa en su rostro y en sus mejillas se le marcaron esos hoyuelos que yo amaba tanto.
—¿Acaso quieres meterlo en mí, papi? … ¿Es por eso por lo que está tan duro, papi? …
Me había atrapado como a un novato. Había estado mirando ese coño y pensando el atisbo del interno de su diminuta vagina, pensando en lo suave y estrecho que sería. Pero ella es demasiado joven, demasiado pequeña para un hombre adulto como yo con una polla promedio. Además, estaba el hecho de que ella era mi hija. Mí encantadora, curiosa y disponible hija. ¡No! ¡No puedo hacer eso!
—No … cariño … no … no es eso …
—Lo siento, papi … no me amas, ¿verdad? …
Dijo con lagrimas en sus ojos y sus labios temblando. La culpa y la preocupación me hicieron abrazarla contra mi cuerpo. De algún modo ella logró posicionarse para estar a horcajadas sobre mis muslos y su estrecho coño quedó sobre la cabeza de mi glande. Ella envolvió sus bracitos a mi alrededor y apoyó su cabeza en mi pecho. ¡Me tenía! Ella estaba sintiendo como nuestros genitales se frotaban juntos estrechamente mientras la abrazaba y le daba palmaditas en la espalda diciéndole palabras amorosas y reconfortantes. ¿La peor parte? ¡Yo no quería que se detuviera!


Mientras me debatía en una lucha interna sobre en que tipo de monstruo me estaba convirtiendo, mi hija comenzó a rotar sus caderitas en forma sutil, frotando los labiecitos de su coño mojado sobre la cabeza de mi polla. ¡Jesús, mío! El tiempo para detener esto ya se había ido. De hecho, dejé caer mis manos alrededor de su cinturita y luego sobre sus pequeñas nalgas. La tiré mas apretada a mí y restregué mi polla en su coño. No tarde casi nada en correrme, derrame una abundante carga de semen sobre ella y mi estómago. Luisa dio un grito sorprendida e intento ponerse de pie.
—¡Papi! … ¡Papi! … ¿Qué fue eso? … ¿Qué te pasó? …
—Eso es semen, Luisa … La cosa que los hombres disparan cuando se excitan demasiado y tienen un clímax …
—¿Con eso se hacen los bebés, papi? …
Busco el guante de la bañera y comenzó a limpiarse todo el semen de su pequeño cuerpo. Luego se puso de pie y salió de la bañera. Ella se me quedó mirando curiosa. Vio como me limpiaba y me enjuagué antes de salir de la vasca. Sus ojitos brillaron cuando apuntó mi pene diciendo:
—¡Guau, papi! … tu pito ha vuelto a ponerse más pequeño …
Preocupado por los acontecimientos y sus posibles consecuencias, le dije:
—Luisa … acabo de mostrarte como el esperma del hombre sale de su pene … pero no debes decir ni una sola palabra de esto a tu madre … ¿entiendes? …
—Muy bien, papi … mi vagina también está encendida ahora …
Más tarde con mi hija sentada en mi regazo, le conversé y le dije que lo que habíamos hecho no debería volver a suceder, porque no podríamos bañarnos juntos nunca más. Dijo estar de acuerdo y que no quería nada que me pudiera perjudicar. Luego le advertí que no podía mencionarle nada de esto a su madre, después la lleve a su camita a dormir. Me quedé más tranquilo habiendo aclarado todo con Luisa.


Pero estaba muy equivocado. Luego de un par de semanas, casi por un deseo mutuo volvimos a bañarnos y tocar nuestros cuerpos. Comenzábamos bastante inocentes, usando el guante y jabón para bañarnos, pero cuando llegábamos a nuestros genitales dejábamos de lado el guante y usábamos solo nuestras manos jabonosas y desnudas. Primero yo la lavaría a ella y tendría una furiosa erección lavando su apretado ano y su estrecha hendedura, masajeándole su clítoris hasta hacerla alcanzar un rápido orgasmo. Entonces ella lavaría mi erección jugando con mis bolas, hasta cuando le advertía que estaba a punto de correrme, entonces ella saldría de la bañera y me dejaría terminar por mí solo.


Continuamos haciendo esto durante varios meses, hasta que un sábado mi esposa llegó más temprano del trabajo y sorprendió a Luisa lavando mi erección con sus dos manitos. Esa fue la última vez que nos bañamos juntos. Mi esposa no hizo ningún escandalo ni escenas, pero me prohibió de volver a bañarme con ella.


Luisa cumplió los nueve, los diez y los once años. Ocasionalmente vislumbraba su cuerpo juvenil en desarrollo acercándose a la pubertad. Yo sabía que ella también me espiaba. Pero no quise hacer nada pensando en que olvidaría nuestros juegos sexuales. Pero una vez más me equivoqué. Me encontraba con ella a ver la televisión, mi mujer había debido salir de urgencia a cumplir con un turno de reemplazo. Ella se acercó a mí y me dijo:
—Papi … ¿Te acuerdas de los baños que solíamos tomar? …
—Sí … pero no digas nada … no sabemos cuando tu madre podría volver a casa …
—Pero yo quiero bañarme contigo, papá … por favor, papi … solo para recordar … no seré tu pequeñita por mucho tiempo más … ¿vendrás conmigo? …
Mi corazón latía con fuerza, mi pene se agitaba. Sus grandes ojos marrones me encuadraban lucientes e implorantes. No pude resistirme.
—Muy bien Luisa … si tu madre va a trabajar el turno completo … aprovecharemos este tiempo solos tú y yo …
Una vez que su madre se fue al trabajo. Hubo un largo silencio, porque yo no quería instigar nada, quería ver lo que ella iba a hacer. Se levantó de su silla y se acercó a sentarse en mi regazo. Puso sus brazos alrededor de mi cuello y me abrazó, luego con una voz cantarina y tranquila me preguntó:
—¿Lo harás, papá? … ¿Esta bien si tú y yo volvemos a bañarnos juntos? …
—Sí, Luisa … por supuesto que está bien …
Cuando dije eso, ella se fue a su habitación. Yo me levanté y me aseguré de que la puerta delantera y trasera de la casa estuvieran con llave por si acaso. Entonces, me fui a mi habitación, me desnudé y me puse una bata de baño.


Mientras hacía esto, escuché el grifo de la bañera, cuando entré al baño mi hija estaba poniendo sales de baño, también estaba cubierta por una bata y supuse que estaba desnuda debajo al igual que yo. Hubo un periodo de incerteza e incomodidad hasta que la vasca estuvo con suficiente agua. Noté que su grácil cuerpo temblaba. Asentí y sonreí, vi que comenzaba a quitarse la bata. Arqueó su cuerpo en forma felina mientras la dejaba caer por sus hombros.


¡Dios, mío! Ver su joven cuerpo preadolescente expuesto para mí fue algo increíble. Mi erección fue casi instantánea. Sus senos comenzaban recién a notarse, su monte de venus todavía no tenía verdaderos vellos, sino una pelusa como de un melocotón. Había pasado tanto tiempo sin verla desnuda. Era como una chica extraña. Muy hermosa y deseable. Justo en la cúspide de la pubertad. Sus areolas eran pequeñitas, pero ya estaban hinchadas con sus pezones liliputienses durísimos. Lo único que quería era abrazarla y explorarla. Lentamente me quité la bata y mi pene saltó al frente completamente erecto, vi como se abrieron sus ojos y se le escapó un suspiro:
—¡Oooohhhh! …
Sería muy difícil para mí poder explicar que cosas pasaban por su cabeza, pero ese sonido fue muy gratificante para mí.


Nos subimos a la bañera juntos y nos sentamos el uno frente al otro, ella extendió sus finas y esbeltas piernas colocándolas sobre las mías. Tenía una visual espectacular de sus rollizos labios vaginales cerrados herméticamente como para esconder un tesoro. Estuvimos mirándonos por largo rato, hasta que le dije que debería voltearse para poder lavarla.


El lavado fue otra cosa excepcional, mis manos vagabundearon por su cuerpo de porcelana, liso y suave. Alcancé su vientre plano y bajé poco a poco sobre su monte de venus y lavé la convergencia de sus muslos, Luisa abrió sus piernas a todo el ancho que permitía la bañera y mis dedos acariciaron su regordete labia vaginal de terciopelo, esa ranurita estrecha que comenzaba en la parte superior con su clítoris emboscado entre pliegues de seda. Rápidamente su botoncito se irguió desafiante.


Mientras la acariciaba, Luisa dejó escapar un gemido, echó su cabeza para atrás y se estremeció apretándose a mi pecho, era tan lindo e íntimo este momento de reciproco placer, que no pude evitar de susurrar a su oído:
—Es por esto por lo que querías que compartiéramos un baño juntos, ¿verdad? …
—Sí, papi …
Continué a lavarla y a acariciar su inmaculado coño hasta que termino en un afanoso y bastante ruidoso orgasmo. Cuando se calmó, me pidió que me pusiera de pie, ella se arrodillo frente a mí y miró mi erección, entonces solo extendió su manita y envolvió mi garrote con sus deditos alrededor. Me acariciaba la polla como si recién la conociera, pensé que había olvidado mi pija en los años que estuvimos sin lavarnos juntos. Su rostro estaba a centímetros de mi verga y casi podía sentir su respiración sobre mi glande. La dejé hacer eso por un tiempo indeterminado, cuando sentí que estaba a punto de correrme, le quité la mano, la hice alzarse y la ayudé a salir de la bañera. Nos secamos y nos fuimos al dormitorio matrimonial.


Le pregunté si quería que nos acostáramos así desnudos para abrazarnos y ella accedió a hacerlo. Por un tiempo estuvimos así desnudos sintiendo nuestros cuerpos, mi polla dura presionaba contra su vientre. Entonces ella metió su mano entre nosotros y aferró mi polla comenzando a acariciarla, así que naturalmente ahuequé mi mano sobre su panocha y metí mi dedos en su hendedura estrecha, ¡Uy! cómo estaba mojado eso. Mi dedo se encontró con la resistencia de su himen, mi Luisa todavía era virgen. Entonces me concentré en estimular su clítoris.


Comenzó a gemir audiblemente y a respirar con afano. Ella comenzó a tirar de mi polla tratando de meterla entre sus muslos, la dejé hacer hasta cuando en un susurro de voz ella me dijo:
—¿Quieres meterla en mí, papi? …
Me puse algo nervioso, debía actuar con cautela, ella todavía era virgen. Sentí que se molestaba al no obtener respuesta de mi parte, entonces sugerí que ella me montara a horcajadas. Me puse de espaldas y ella se subió sobre mí sentándose en mis muslos. Tomó mi erección en sus manos y la mantuvo contra mi vientre, luego abrió los labiecitos estrechos de su coño y se sentó sobre mi polla.


Puso sus manitas sobre mi pecho y comenzó un movimiento de vaivén sobre mi pija dura como el acero. Vi que estaba con sus ojos cerrados y su cuerpo se estremecía de excitación. Yo estaba haciendo todo el esfuerzo posible para no correrme ante este delicioso tratamiento.


Luego de un rato de esta exquisita tortura, se agachó, aferró mi polla a la base y levantó sus caderas comenzando a frotar la mojada ranurita de su coño, la deslizaba hacia arriba y hacia abajo. Esta sensación me estaba poniendo muy cerca de correrme, me aguanté y traté de evitarlo a como dé a lugar.


Mientras frotaba y deslizaba mi gorda cabezota al largo del surco de su mojada rajita, la escuché susurrar como en una plegaria:
—Ahora sí, papi … ¡Ummm! … Por favor, papi … Lo quiero … Ssiii … Papi … ahora sí … Por favor di que sí …
Esto continuó por un rato, pensé que me pedía permiso para correrse, probablemente su orgasmo estaba muy cerca. Entonces le dije:
—Está bien, Luisa … ve hasta el final … goza y disfruta la sensación …
Cuando escuchó mis palabras pareció animarse, se levantó un poco más en alto y encajó mi polla en su estrecho anillo vaginal, sentándose así sobre mí, luego se inclinó un poco hacia adelante y dejando escapar un chillido tremendo, empujó sus caderas sobre mí dejándose caer sobre mi pecho, me mordió el hombro y enterró sus uñas en mis brazos, y mi polla se adentró en ella. Lo que sentí fue indescriptible, una funda de felpa aterciopelada super estrecha, una vaina cálida y resbaladiza que aprisionaba mi polla como queriendo estrangularla. No pude resistir más y mis borbotones brotaron espontáneos dentro de su panocha.


Restamos inmóviles, no había movimiento de entrada ni de salida, solo su frágil cuerpo que se sacudía y estremecía apegada a mi pecho. Ella chillaba sintiendo mi esperma caliente inundándola por dentro y pegó su pelvis más a mi pelvis.


Permanecimos enlazados en un abrazo infinito, luego ella comenzó a levantarse presionando sus manos contra mi pecho, me miró directamente a los ojos. Tenía su frente sudada y su pecho también, sus ojos estaban encendidos y lucientes. Su cabello estaba húmedo y enmarañado. Al igual que yo, jadeaba para respirar. Me sentí mareado por la reciente excitación vivida junto a mi hija. Con una brillante sonrisa se dejó caer sobre mi pecho y me abrazó muy fuerte, al tiempo que decía en mi oído:
—¡Oh, papi! … Te amo … Te amo … Te amo tanto, papi …
Luego se sentó con mi polla blandengue dentro de ella, alzó levemente sus caderas y mi verga se deslizó fuera de ella entonces lazó un sonoro gemido:
—¡Ummmm! … ¡Woooow! …
Mire hacia abajo a mis enredados vellos púbicos, estaban manchados con una mezcla de semen, sus fluidos y rastros de sangre.


Me invadió una sensación abrumadora. Luisa me había regalado su virginidad. Pero no todo era alegría, mientras estábamos ahí todavía abrazados una sensación de culpa no me dejaba en paz. Esta había sido la primera vez de ella a solo trece años. Ciertamente no podía amonestarla por haberme sorprendido haciéndose romper su himen por mi polla. La sonrisa en su rostro pronto me hizo olvidar todo el pesimismo.


Sí, había sido la primera vez de Luisa. No era precisamente lo que yo quería hacer. Pero pensándolo de otro modo, no puedo negar que lo disfruté mucho.


El domingo en la mañana, mientras mi esposa estaba en la cocina, le pregunté en vos baja:
—Cariño … ¿cómo estás? …
Se le iluminaron sus ojitos y acercándose a mi oído, me dijo:
—¡Quiero más, papi! … ¡Quiero más!


Cuando tuvimos el tiempo y la libertad de conversar, ella me confesó que era algo que quería hacer conmigo desde que tenía diez años, cosa que me sorprendió bastante. Pero entonces me recordé todas las veces en que ella se apretaba estrecha a mí, se rozaba contra mi cuerpo y se retorcía presionando sus genitales contra los míos.


Fue al jueves sucesivo que ella debía competir en una partida de voleibol del colegio y yo la acompañé a la partida. Presencié la victoria de su equipo, y cuando volvimos a casa, ella todavía llevaba su vestido de jugadora sin la solapa numerada. Era una vista encantadora verla vestida así deportivamente. Zapatillas, calcetas a mitad de la pantorrilla, remera ajustada a sus senos incipientes, pantaloncito corto apretado a sus piernas y caderas. Había un ligero brillo de sudor en su rostro, brazos y muslos. Sus largas piernas se acomodaron en el asiento del copiloto y su pantaloncito se arrugaba apretando su coño.


Estábamos conduciendo por la autopista ribereña del rio Mapocho y ella me preguntó si podíamos detenernos en algún lugar porque tenía una necesidad urgente. Nos salimos de la carretera y enfilamos un camino lleno de árboles, me detuve y ella bajó y se perdió entre unos arbustos. Cuando regresó eché a andar el motor, pero ella me dijo de apagarlo y conversar un poco. Hubo un incomodo silencio al principio, entonces la apuré:
—¿Y … Luisa? … ¿Estás bien? …
—Sí, papi … estoy bien … es bonito y tranquilo aquí, ¿verdad? …
—Sí … es un buen lugar … apacible …
Luego se volvió hacia mí y sin medias tintas me dijo claramente:
—¡Oh, papi! … ¡Lo deseo de nuevo! … ¡Di que sí, por favor! … ¡Te quiero, papi! … ¡Por favor! …
Realmente no me sentí sorprendido de su pedido. Accedí deslizándome hacia el asiento trasero, abrí la cremallera de mis pantalones y junto a mis boxers me los bajé hasta los tobillos, mi pene estaba tieso como una momia y escuché su característico sonido de apreciación:
—¡Ohh! … ¡Guau! … ¡Ummmmmm! …
Luego se acercó y agarró mi polla a la base, manteniéndola erguida para inspeccionarla, la sensación era inenarrable. Inquisitivamente mire hacia afuera del auto, pero no se veía alma viva. Dejé que ella me frotara y acariciara, puse mi mano sobre su muslo desnudo y la deslicé lentamente hacia arriba por su suave y tersa piel, con la intención de alcanzar el borde de sus bragas. Nos frotamos mutuamente por un corto tiempo, entonces ella dijo:
—¡Papi! … espera un minuto …
Ella se sentó en el asiento y se bajó sus pantaloncitos y bragas, luego se subió a horcajadas para sentarse frente a mi en mi regazo. Entonces ella se apoderó de mi polla y se levantó, colocando la cabezota de mi pene en la abertura estrecha y mojada de su panocha, a continuación, se sentó sobre la punta de mi polla. Suavemente hizo encajar mi pija dentro de ella, me miró y sonrió. Le pregunté:
—¿No estabas adolorida, tesoro? …
—Sí … pero ahora no tanto … ¿cómo lo hacemos, papi? …
Así fue cómo puse mis manos en sus deliciosas caderas y la comencé a mover hacia arriba y hacia abajo, acompañándola a mantener un ritmo sostenido. La opresión y estrechez de su vagina, pronto me tenía al punto de correrme. No pude evitarlo y gruñendo me corrí en su ajustada conchita. Logré mantenerlo duro y parado con para permitirle a ella de continuar; poco rato después, ella se estremeció y me apretó entre sus brazos gimiendo desesperadamente. Sus gemidos y gritos de pasión mientras su cuerpo convulsionaba entre mis brazos, era muy erótica, por decir lo menos, eso mantuvo mi erección hasta un segundo orgasmo de ella. Ambos estábamos respirando con dificultad y los vidrios del auto estaban completamente empañados. Cuando ella se levantó, saqué una bolsita de pañuelos desechables de la guantera y me permitió limpiar su vagina, mientras ella me observaba atentamente limpiando mi propio pene.


Con gracia femenina ella se echó hacia atrás en el asiento y fue muy especial ver a mí pequeña niña poniéndose sus bragas, especialmente cuando apretó sus hinchados y enrojecidos labios vaginales, delineándolos perfectamente cuando ella tiró con fuerza hacia arriba.


Me tomó un tiempo antes de que mis nervios se calmaran. Luego conduje a casa con las ventanillas abiertas, tratando de sacar el olor a sexo del auto. En casa mi mujer cuestionó por qué habíamos tardado tanto, antes de pudiera urdir una explicación. Luisa muy suelta de cuerpo le dijo que después de la partida había habido una reunión para analizar el próximo encuentro del equipo y esto nos tomó bastante tiempo. Luego agarró su bolso y subió a ducharse. Durante la semana no nos referimos a nuestro encuentro furtivo ni siquiera una vez.


El sábado siguiente por la mañana, mientras desayunábamos, mi esposa anunció que la habían llamado para cubrir un turno vespertino y le preguntó que iba a hacer por la tarde, Luisa comenzó diciendo:
—¡Oh, mami! … tengo mucha tarea … estaré ocupada en eso …
Luego me miró de soslayo subrepticiamente y agregó:
—… estoy tan cansada, la semana ha sido dura … creo que necesitaré un largo y relajante baño …
Sonreí ante su audacia y asentí ligeramente con mi cabeza. Mi esposa se giró a meter la vajilla en el lavaplatos y mientras Luisa subía las escaleras hacia su cuarto, se volvió sonriente y me saludo con su manito.

FIN

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El regalo más preciado de quien escribe es saber que alguien está leyendo sus historias. Un correo electrónico, a favor o en contra, ¡Tiene la magia de alegrar el día de quien construye con palabras, una sensación y un placer!

luisa_luisa4634@yahoo.com

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2024-05-13
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